FLICS & STONES

Por SERGIO MONSALVO C.

FLICS & STONES (FOTO 1)

Es de noche y llueve en París. Acabamos de salir del concierto que dieron los Rolling Stones en el Parque de los Príncipes. Delante de nosotros van Diego y Rossy abrazados bajo un paraguas. Vamos a ir a cenar al restaurante árabe donde nos gusta el cous cous que preparan. Es medianoche y tenemos que apurarnos si queremos todavía tomar el Metro, con sus diversos transbordos.

Logramos subir al último convoy de cada línea. Abundan los clochards y los junkies en cada una de las estaciones. Ahí pasan la noche. Algunos pelean por las botellas de vino; otros tiemblan en los rincones o se rascan desesperados. La muchedumbre que nos acompañaba desde la salida del estadio se ha diluido con la lluvia y ahora somos los únicos que emergemos a la superficie en la estación Abbesses.

A Diego se le ocurre ir a echarse un trago antes de cenar, así que nos dirijimos al bar Chateau Rouge que está en la Rue Picard. La realidad es que el hash se le terminó y quiere comprar una buena dotación con el conecte que conoce ahí. La calle por donde llegaríamos está acordonada. Pusieron una bomba en el bistro de media calle y al parecer hay heridos y muertos.

La ultraderecha, la ultraizquierda o tal vez algunos inmigrantes descontentos pusieron el artefacto. Sirenas, luces rojas, bomberos y patrullas invaden el lugar. Todavía hay fuego y mucho humo. Como no podemos pasar tenemos que dar un rodeo. Cruzamos una plaza donde putas, padrotes, pushers, travestis y otras especies se dan cita por las noches. Gritan. Ríen estruendosamente. Negocian. La lluvia ha cesado y los charcos reflejan las luces de los arbotantes y de los cerillos que se prenden. Hay  jeringas y restos de papeles por doquier.

Por fin llegamos al Chateau Rouge. La calle está desierta y subimos por ella. El letrero en neón del bar ilumina leve el horizonte. La música, el olor a cigarro y el ruido de las voces aparecen de repente al entrar. Hay casa llena pero podemos conseguir un apartado casi en la entrada. Nos quitamos las chamarras. Diego y yo vamos a la barra a pedir los tragos. Él se queda hablando con el barman mientras yo recojo los vasos y las copas.

Al regresar a la mesa descubro que hay dos tipos sentados haciéndoles la plática a Rossy y a Mara, que han tenido que correrse hacia la pared. Rossy me ve y me saluda ostensiblemente con la mano. Los tipos voltean, me ven, se paran del asiento y se van. Deposito los tragos y me acomodo junto a Mara. Rossy me dice en voz baja que son policías, judiciales, flics, y quieren que se vayan con ellos a otro lado, “a mostrarles París”.

Ambos tipos están sentados en el extremo opuesto de la barra donde Diego continúa hablando con el barman. Echan alguna cínica mirada hacia nosotros. En ese momento veo que Diego recibe un paquete de “chocolate”. Se lo guarda en la bolsa del pantalón y camina hacia el apartado.

Los policías no dejan de vernos. Diego se aposenta y toma con una mano la de Rossy y con la otra su cerveza. Cuando uno de los tres le va a decir lo que está sucediendo, de una puerta tras del bar sale un fulano y mete unas monedas a la rockola que enseguida suena una pieza de los Stones por encima del ruidoso murmullo: “Time Is on My Side”.

Al parecer también estuvo en el concierto, porque al escucharla hace los mismos movimientos que hizo Jagger con una sombrilla china al interpretarla. El tipo está ebrio o muy drogado. Sus gesticulaciones son lentas. Al ir hacia el baño pasa frente a nosotros. Sonríe y canta al unísono del disco. Diego le devuelve el canto pastoso y brinda con él.

El tipo se sostiene de la orilla de la mesa. Tiene puesta una camiseta negra, sucia. Bajo la manga izquierda le escurre un hilillo de sangre. Se acaba de inyectar. Repite el coro de la canción y se va. Nadie le presta atención en medio del cargado ambiente, pláticas fuertes y música. Me inclino hacia Diego para decirle que tenemos que irnos rápido, pero con el rabillo del ojo alcanzo a ver que los policías luego de un intercambio de palabras vienen hacia nosotros.

Las mujeres voltean a verse entre sí y luego a mí. Agarro firmemente mi vaso y espero. Los judiciales se recargan en las cabeceras del apartado y les hablan en francés a ellas como si Diego y yo no estuviéramos. “Dejen a estos idiotas y vengan con nosotros”. Parece más una orden que una invitación. Ahí sentado puedo ver cómo debajo de su chamarra y del brazo pende una pistola en su cartuchera.

En mi cerebro escucho la canción que ahora se repite de manera tan clara como las imágenes de los músicos en el escenario, rodeadas de la algarabía de aquel estadio. Alcanzo a ver a Charlie Watts, su serenidad y semisonrisa. Tres horas de una magnífica presentación.

Mientras Rossy y Mara repiten que no por tercera o cuarta vez, Diego las mira a ellas, a mí y a los policías todo desconcertado. Yo no me puedo mover. Tengo a uno de los tipos casi encima, con una mano sobre mi cabeza y a la vista la cacha de su arma. Cuando me armo del vaso y toda la decisión para levantarme con fuerza, la puerta del bar se abre. Un hombre se asoma y al ver a los judiciales les hace una seña de que vayan con él. Salen.

Tras un silencio que parece eternizarse me tomo el whisky de un solo trago y digo: “Vámonos”. La frescura de la calle se mezcla con el olor del humo de la explosión que aún no se mitiga. Diego y Rossy caminan otra vez delante de nosotros. Ella lo abraza de la cintura mientras él sostiene el paraguas. Llueve otra vez en París. “¿Te gustó el concierto?”, le pregunto a Mara.

 

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YOUNG FATHERS

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EL YUNQUE ESCOCÉS

Durante una de sus giras, en septiembre de 1937, Bessie Smith iba en auto por la oscura noche de Mississippi cuando chocó con otro vehículo. Por un tiempo indefinido, desangrándose, yació sobre la tierra del camino hasta que por fin una ambulancia la llevó a un hospital. Pero era un hospital para blancos así que no la quisieron atender, y así hasta que encontraron uno para negros, pero ya era tarde. De esta forma falleció una de las más grandes cantantes que haya existido. El rechazo a atenderla fue considerado legal.

En 1955, en Montgomery, Alabama, la costurera Rosa Parks se negó a ceder su asiento a una persona de raza blanca y a trasladarse a la parte trasera del autobús público, destinada a los negros. No obedeció al chofer que quiso obligarla a ello. Detenida y acusada de haber perturbado el orden fue encarcelada. Este hecho fue asumido como legal.

En 1957, Elizabeth Eckford y otros ocho estudiantes negros intentaron tomar clases a una escuela reservada para alumnos blancos. Una muchedumbre furibunda no lo permitió. Los negros fueron arrestados por la Guardia Nacional por órdenes del gobernador de Arkansas. Un acto legal.

La Decimocuarta Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, posterior a la Guerra Civil (ratificada en 1868), proveyó a los recién liberados esclavos negros de protección igualitaria en el país con todos los derechos ciudadanos. Sin embargo, tal circunstancia nunca se llevó a cabo.

Como los estados no podían obviar los derechos de los negros, que estaban garantizados en la constitución, usaron el subterfugio de la “segregación” bajo el lema de «Separated but Equal» («Separados pero Iguales»), con oportunidades, zonas y espacios designados por raza. La idea era que mientras el trato frente a la ley y los servicios otorgados fueran iguales para ambas razas (que nunca lo fueron), aquello de la segregación era aceptable. Tal turbiedad fue vivida hasta los años sesenta del siglo XX, cuando la lucha por los derechos civiles obtuvo garantías constitucionales para los negros.

En agosto del 2016 Colin Kaepernick, estrella del futbol americano, quarterback de los 49 de San Francisco, protestó por la violencia policial ejercida contra los afroamericanos en Estados Unidos al quedarse sentado durante la ceremonia del himno y la bandera en un juego de pretemporada. Prometió que continuaría haciéndolo hasta que hubiera un cambio significativo y la bandera representara a todos por igual. La controversia ancestral puesta al día con la cámara de eco del seguimiento global.

Segregación, racismo, discriminación, trato diferencial, chovinismo nacionalista, xenofobia, hechos que continúan realizándose en pleno siglo XXI pero que ahora se han incrementado por el aumento de las inmigraciones, el terrorismo y la cuestión de los refugiados a nivel mundial.

Comprender la problemática siempre exige situarla en su contexto histórico. Y más cuando las circunstancias se repiten en diferentes lugares.

En una de las diásporas anglosajonas ha surgido, por otra parte, la voz contemporánea de los músicos que se afanan en denunciar y señalar tales situaciones. El lugar es Escocia y el grupo Young Fathers. Representantes de la hibridez musical y cosmopolita inherente al interculturalismo actual. Es un trío inmerso en una conversación en la que el valor musical se entreteje con un sinnúmero de asuntos económicos, políticos, sociales, estéticos y éticos vigentes y que tienen repercusión mundial en distintas áreas del planeta.

YOUNG FATHERS FOTO 2

 

Esta agrupación multicultural procedente de Edimburgo donde se reúnen un refugiado liberiano (Alloysious Massaquoi), un emigrante nigeriano (Kayus Bankole) y un oriundo escocés («G» Hastings) tiene razones suficientes para ser considerado desde su debut un puntal de la corriente alternativa. No se le puede considerar como parte de una etiqueta musical fija. No.

Su propuesta es singular porque está construida con una mezcla particular: una base amplia de hip hop y proporciones variadas de electrónica dance, world music (de acentos africanos), pop y kraut rock, entre otros elementos. Misma que en su aparición con el álbum Dead (del 2014) los hizo merecedores de premios, reconocimientos y un emparejamiento con Massive Attack.

VIDEO SUGERIDO: Young Fathers – GET UP, YouTube (YOUNG FATHERS)

A su vez, la lírica que entonan se caracteriza por su espíritu comunitario y expansivo. Ese que se enfrenta a los clichés, y estereotipos creados en torno a las razas y las nacionalidades; que es inclusiva y celebra las diferencias; “que busca por diversas rutas encontrar espacios en común”, han explicado.

Y si eso quedó patente en su primer disco, con el lanzamiento del segundo, White Men are Black Men Too (2015), el grupo va más allá al retratar las contrariedades de la sociedad occidental contemporánea. Con dicho título trataron de motivar la reflexión y el diálogo acerca de la injusticia que hace víctima a la gente por vía de los diversos racismos y demás ismos habidos.

Saben que la música no puede cambiar las cosas por sí sola, pero sí lanzar las preguntas pertinentes, ilustrar los panoramas y acompañar a quienes busquen modificar los ámbitos. En su caso, dentro de una labor consciente, trabajan para crear melodías con sonidos frescos y poderosos, que contengan altas dosis de cosmopolitismo, de interrelaciones culturales, de convivencia y de denuncia, sin caer en lo kitsch, en lo solemne o en lo panfletario.

Asumen, por ejemplo, que el racismo distorsiona, corrompe instituciones y mentes. Por eso el slogan de una de sus canciones (de donde extrajeron el título del álbum), “White Men are Black Men Too”, tiene tanto una connotación particular como universal. Dice que todas las vidas importan, en una época en que las imágenes de la violencia policial contra los negros en los Estados Unidos, por ejemplo, son testificadas por gran cantidad de gente como nunca antes.

Y dichas imágenes, gracias  a las nuevas redes de comunicación, muestran la agudización de tal violencia, las contradicciones entre pobreza y riqueza y la polarización social que se produce al respecto de la injusticia y la desigualdad; las reacciones de la derecha en aquel país y su entusiasmo con un candidato a la presidencia abiertamente xenófobo, que sustentó su discurso en los prejuicios más rústicos, que animó a tal sociedad hacia el racismo, el chato nacionalismo y a una relación inescrupulosa hacia el fascismo de lo más corriente, entre otras barbaridades.

En sus piezas los Young Fathers sostienen que en una sociedad dividida por etnias, religiones, clases sociales y económicas los tipos oportunistas, demagogos y populistas son el producto de esa polarización, no sus impulsores. Tal fauna es oportunista y se aprovecha de la hipocresía y la ignorancia que resulta de dicha polarización. Se percatan de que en la división del juego político reduccionista todo es blanco o negro y funciona.

Esos políticos únicamente manejan ideas manidas, recogen lemas arrastrados por décadas y les funciona. Esos personajes nacen de dicho estercolero y a todos los miembros de la sociedad les corresponde tal responsabilidad. Se debe continuar aspirando a una sociedad “libre de jerarquías raciales, desigualdades raciales o violencia racial”. Sobre eso cantan los Young Fathers en su hip hop ultramezclado. “Es el racismo lo que debemos expulsar de nuestras sociedades”, vociferan en tracks como “Still Running”, “Shame” o “Liberated”.

Pero también hablan de la Europa de la que son parte y que ahora se ha topado con su pasado al abordar el asunto de los inmigrantes y los refugiados. “Europa está experimentando ahora los resultados de una larga historia de esclavitud y colonización” –se explayan–. “Es una cuestión  compleja y un fenómeno global con muchas ramificaciones”.

También se han involucrado en la decisión del brexit británico. En sus proclamas argumentan que la Gran Bretaña es parte de Europa, aunque no lo quiera; que ellos son británicos y quieren seguir siendo europeos. “Hay gente estúpida, que se ha dejado manipular, que está atrapada en sus tradiciones, es prejuiciosa y racista y no comprende su propia historia. Quieren una vida cómoda y tener a quien culpar si no es así. Le temen a quienes no son como ellos.”, comentan en White Men

Para los Young Fathers, la igualdad y la justicia son los puntos determinantes (cuestiones que continúan en Cocoa Sugar, del 2018) y mientras eso no se solucione seguiremos asistiendo vía las más altas y rápidas formas de comunicación a las escenas de violencia, muerte e intolerancia por doquier.

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VIDEO SUGERIDO: Young Fathers – ‘Rain or Shine’ (Live at WFUV), YouTube (WFUV Public Radio)

 

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68 rpm/67

Por SERGIO MONSALVO C.

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Según la mitología griega existió en el planeta Tierra un tiempo dominado por los Gigantes, una raza de criaturas humanas que surgió (según el relato de Homero) en la zona hoy conocida como Europa occidental. Se distinguían por su gran estatura, salvajismo y fuerza excepcionales.

El historiador Hesíodo los consideraba seres divinos pues habían nacido de Gea (Tierra) para retar a los dioses del Olimpo, aprovechando sus características. El enfrentamiento está descrito en el episodio de la “Gigantomaquia” de tal mitología.

A su vez, el poeta Higinio, en sus fábulas, menciona a los 24 gigantes que se enfrentaron a las deidades olímpicas para vengar a la Madre Tierra por la muerte de sus primeros hijos: los Titanes.

Y así como en aquella época para tal cultura el acontecer cotidiano regía por tales circunstancias la evolución del mundo, en la nuestra la historia del rock está compuesta fundamentalmente por sus mitos y entre éstos, uno de los más grandes ha sido el de los Beatles.

El tiempo exacto en el que existieron como grupo estuvo regido por ellos. Fueron los gigantes de su momento (surgidos en la misma zona) y la estela de sus actos se extendió por todo el planeta.

El fenómeno del Cuarteto de Liverpool hizo que todos los grupos coetáneos (más de 24) se miraran en ese espejo y creciera la creatividad media hasta convertirse en semejantes (Rolling Stones, The Band, Deep Purple, Creedence Clearwater Revival, Moody Blues, Kinks, etcétera).

Pero ellos, los Beatles, también ponían atención a lo que hacían los otros. ¿Una muestra? La tendencia de Lennon por hacer blues-rock a la usanza británica; la admiración de McCartney por los Beach Boys; el toque Byrds en algún tema de Harrison; un punteo al estilo Donovan…

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THE BEATLES (WHITE ALBUM)

THE BEATLES

(Apple Records)

Estos gigantes que también hablaban de Revolución, como todos en la época (aunque Lennon les advirtió a Jerry Rubin y Abbie Hoffman, otros voceros del cambio, que no contaran con él si para ello recurrían a la violencia), sintieron además la necesidad de una vida espiritual. Hacia su búsqueda se encaminaron, mientras el resto del mundo ardía y se manifestaba.

La figura del Che Guevara se volvió, contradictoriamente, un estandarte en las marchas pacifistas, aunque el personaje no se tocara el corazón para asesinar o fusilar en aras de una revolución dogmática, excluyente, solemne y represora.

Al final recibiría el mismo tratamiento y sin una pequeña ayuda de sus amigos. Eso lo diferenció de Lennon, quien regresó de su viaje a la India, como la mayoría de los que fueron con el cuarteto a dicho periplo, desencantado de religiones, gurús, meditaciones, dogmas, embustes y hasta del grupo mismo, pero cargado de canciones para llenar no sólo un disco LP sino uno doble, con el cual continuar una revolución en el propio inicio del ocaso como  cuarteto.

Durante la hechura de The White Album (título dado por el consenso común, pero cuyo nombre oficial es únicamente The Beatles, el apelativo del grupo como si fuera un debut y apenas resaltado dentro de la abstracción del blanco) el mundo cambiaba, los jóvenes exigían transformar lo malo: los occidentales de una manera, los orientales de otra. Los sistemas los combatían, las opciones se enfrentaban. Había muertos y heridos.

“Yo les diré qué cosa anda mal”, comentó Lennon en el disco. “La gente. ¿Y por ello quieren destruirla? ¿Sin compasión? Hasta que ustedes y nosotros no hayamos cambiado esa mentalidad, nada habrá que hacer”. Ahí estaban las diferencias. Ahí estaban las preguntas a responder.

Y en el disco blanco de los Beatles hubo humor, ironía, crítica, narraciones, descripciones, confesiones, reflexiones, peleas, ataques encarnizados, desbandada, egolatría, intrusiones truculentas (de Yoko), talento a borbotones y mucha música, quizá la mejor de su momento, por su oferta, variedad estilística, amplitud de miras, experimentos, caprichos y el bagaje de cada uno de sus miembros.

Utilizaron una variedad de instrumentos ajenos hasta entonces al rock y al estudio de grabación como uno más de éstos; aprovecharon las innovaciones tecnológicas como la estereofonía y el acetato de 33 rpm e inauguraron el término “concepto” para los álbumes, como éste, en los que se desarrollarían ideas musicales.

Fue el Big Bang beatle tras la acumulación de energías, ejercicios espirituales y desavenencias diversas. La propuesta estética de la portada misma es toda una manifestación de principios en la que el cuarteto muestra la plena voluntad de retornar a lo elemental, pero por la vía individual.

La creación de universos particulares carentes de superproducción habla de las expansiones y de toda una profusión de modos que bullían en el ámbito de lo propio. Fue tal el derrame propositivo que se tuvo que editar como álbum doble. Las mentes de los Fab Four trabajando a tope (incluso la de Ringo en “Don’t Pass Me By”).

¿Su obra maestra? Tal vez. Es una cuestión subjetiva. Al igual que escoger una pieza representativa: “Back in the U.S.S.R.”, “While My Guitar Gently Weeps” (y la historia con Eric Clapton), “Happiness Is a Warm Gun”, “Yer Blues”, “Sexie Sadie” (¡Ah, el ascenso y derrumbe del Maharishi!), “Helter Skelter” (y el retorcimiento de Manson), “Revolution 1”…

Sus armonías y lenguaje impregnaron –e impregnan aún– el inconsciente colectivo, primero por su sencillez y luego por su sofisticación y simbolismo. Tal evolución artística fue influyente y presenciada como un fenómeno de comunicación masiva en muchos rincones del mundo.

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Personal: John Lennon, voz, coros, guitarras, órgano Hammond, piano, armónica, armonio, sax, melloton y efectos de sonido; Paul McCartney, voz, coros, percusiones, guitarras, órgano Hammond, teclados, piano, pandereta y timbales; George Harrison, voz, coros, guitarras, órgano Hammond, bajo y percusiones; Ringo Starr, voz, coros, percusiones, batería, piano, maracas, bongós. Además de infinidad de músicos de estudio e invitados. Portada: Idea de Richard Hamilton y diseño de Gordon House.

VIDEO SUGERIDO: The Beatles – Revolution, YouTube (TheBeatlesVEVO)

Graffiti: «La imaginación toma el poder«

NAVIDÁDIVAS (I): BEACH BOYS

Por SERGIO MONSALVO C.

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 CHRISTMAS ALBUM

Los festejos navideños desde principios del siglo XX dejaron de ser religiosos en exclusiva para transformarse en culturales, en general. Hoy abarcan diversos aspectos que se han enriquecido a través de la historia con infinidad de expresiones culinarias, literarias, pictóricas y musicales.

Las manifestaciones de esta última cumplen casi un siglo de aparecer puntualmente con la temporada. Un producto de consumo que a veces se crea bajo conceptos estéticos con mayores pretensiones y de esta manera alcanza el grado de clásico. Ningún género, del rock al pop, de la world music al lounge se ha sustraído a ello y cuenta en su repertorio con muchos ejemplos en este sentido. He aquí uno de ellos, quizá el más sobresaliente.

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Acicateados por la llegada a los Estados Unidos de los Beatles, quienes ese año de 1964 arrasaron con todo, los Beach Boys bajo la batuta de su master mind, Brian Wilson, se dieron a la ardua labor de hacer de su estilo un arte. Crearon así tres álbumes geniales en un solo año: Shut Down Vol. 2, All Summer Long y The Beach Boys’ Christmas Album.

Este último contiene cinco canciones compuestas por Brian y siete covers que se convertirían en canciones queridas de manera instantánea. Fue el canto de cisne de la mente de Wilson que entró en crisis a la postre.

Pero antes realizó estas extraordinarias piezas tanto orquestales como para las aptitudes vocales de los miembros del grupo (inspirado en el álbum respectivo de Phil Spector). El disco de los californianos ha pasado a la historia como uno de los álbumes más amados de la temporada navideña.

Los discos clásicos navideños cuentan con el poder de los pequeños rituales para disfrutar mejor de los momentos. Pero no cualquier disco, sino alguno de los que realmente deben ser escuchados por su aportación a la poética de la cultura secular navideña, no por una machacante moda. Los álbumes clásicos, como el mencionado, han trascendido en el tiempo por sus innovaciones estilísticas, sus ideas de modernización y la influencia que han ejercido en intérpretes posteriores. Feliz escucha y felices fiestas.

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REMATE

THE WATERBOYS

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EL MATERIAL DE LOS SUEÑOS

Las imágenes oníricas, místicas y esotéricas son parte de la mente del ser humano mismo y siempre es interesante descubrir con qué aspectos de éstas se identifica y cuáles proyecta en otras figuras. El significado de aquellas se hace claro solamente si se deja que esas imágenes entren en diálogo abierto con quien las ha percibido, dejándolas que hablen y se manifiesten: como en la poesía, por ejemplo.

Cuando los sueños o visiones alteran la realidad, como sucede la mayoría de las veces, el origen de las alteraciones está en la propia mente del receptor y éstas pueden decirnos a la larga muchas cosas sobre él.

«Un hombre inteligente y hábil –escribió W. B. Yeats– lee sus sueños en busca del conocimiento de sí». Los sueños y las miradas hacia lo desconocido, pues, son una forma de despertar, una forma primaria de visión y de conciencia, en que el soñador se siente tocado o llamado por algún extraño lugar donde se le espera. El lugar del deseo donde lo esotérico predomina.

En este sitio se han ubicado The Waterboys a lo largo de su obra (de casi tres décadas, diez álbumes de estudio e infinidad de compilaciones) y aquí, especial y acrisoládamente, con el disco An Appoinment With Mr. Yeats.

En él podemos encontrar cabalística, mitología, poesía romántica, renacimiento ontológico, simbolismo, enamoramiento, el espíritu místico del bardo irlandés por excelencia (que en su obra se refiere a la lucha entre los contrarios -arte y vida, cuerpo y alma-, situada en la base de su pensamiento) y, en la misma correspondencia, un folk rock identitario y trascendental, de parte del grupo.

Con un objeto mágico de tal naturaleza, y buscando las palabras justas, es imprescindible pedirle al escucha  que abra suavemente los oídos, porque las piezas de estos escoceses tienen sus muchos momentos importantes y bellos, tanto en el uso de las palabras del poeta como en su búsqueda por capturar lo fugaz, el atisbo de nuevas vidas y sus cantos para proporcionarnos placer.

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Y lo hacen de una manera casi perfecta por la levedad de su contenido. Esa condenada levedad italocalvínica tan difícil de conseguir Un trabajo intenso, caleidoscópico, con una mezcla de rock, folk, psicodelia y música férrica, es decir: el mundo de los Waterboys.

Mike Scott (líder indiscutible y mater mind de este conglomerado musical, que abarca decenas de integrantes y dos etapas bien definidas como grupo: la que va de 1983 a una década posterior y la del año 2000 al presente, con un interludio solista) consigue cuadrar el círculo tras varios intentos a través de los años: concretar en una sola obra la poesía de Yeats sobre la mitología celta y su folklore con la musicalidad del rock («The Stolen Child» en Fisherman’s Blues y «Love and Death» de Dream Harder son los anteriores poemas del irlandés que Scott había musicalizado).

El sofisticado vate y dramaturgo que fue William Butler Yeats (quien nació en Dublín en 1865 y falleció en Francia en 1939) fue el creador del llamado estilo celta crepuscular y sin duda el máximo representante del renacimiento de la literatura irlandesa moderna. Este escritor fue uno de los autores más destacados del siglo XX por esa labor. Misma por la que  recibió el Premio Nobel de literatura en 1923.

VIDEO SUGERIDO: The Waterboys – An Appoinment with Mr Yeats – Before the World Was Made, YouTube (lare19)

Yeats supo separar la cultura irlandesa y llevarla lejos de los cartabones ingleses, tanto en la materia a tratar como en su manifestación (tras descubrir el hinduismo, la teosofía y el ocultismo, y al interesarse por la magia y el espiritualismo, entre otros temas).

Su poesía se fundamentó e inspiró básicamente en el panorama, las atmósferas, la mitología tradicional de su país y, de forma puntual, en las leyendas de origen celta. Elementos a los que agregó una constante preocupación por la musicalidad del verso.

Mike Scott y sus Waterboys, más artistas que nunca, logran con un disco ejemplar el tono romántico y melancólico que Yeats creía característico de aquellos seres míticos.

Una música  así (art rock sin ambages) es parte fundamental de un canon de excelencia del género. Y grupo semejante se ha forjado, a base de bagaje, un sitio especial entre la prosapia rockera.

Los Waterboys, señeros y generosos con la poesía en la que han asumido un enorme conocimiento desde sus comienzos (con el disco homónimo, The Waterboys, de 1983), generan tanto encanto con sus melodías y propios textos (surgidos de la pluma de Scott) como la afirmación de que se puede musicalizar íntegro el material de los sueños. Y cualquiera, con un corazón en el pecho, juraría por el mismo dios Pan que sus límites comienzan en esos sueños.

Ese mismo dios al que los Waterboys han homenajeado en la pieza «The Pan Within», del celebrado álbum This is the Sea, y luego con «The Return of Pan» en Dream Harder. Ese dios poético con el que uno se embriaga con whisky a la primera oportunidad, para celebrar la vagancia, el aire, la piel, el enamoramiento; por el absurdo del hoy y del mañana; por la desazón, la avidez, la calma, la alegría, la nostalgia o también, ¿por qué no?, por el ansia del comienzo.

Con su  ya extensa producción los Waterboys provocan todo esto. Ahora, en la segunda década de los años cero, Mike Scott es el único miembro efectivo original. Él es el grupo (Anto Thistletwaite, quien lo acompañó largo rato en la época de la Big Music, se ha separado llevándose su polifacética personalidad). Y entretanto llega An Appoinment With Mr. Yeats y logra sublimar el sonido que los ha hecho famosos con la diferencia de una producción más “pánica” que nunca.

Scott ahora echa mano del blues («The Lake Isle Of Innisfree»), del country («Sweet Dancer”), de la psicodelia («A Fool Moon In March»), de la balada (White Birds”), del folk (Song of Wandering Aengus”) y por supuesto del rock celta (“The Hosting Of The Shee”) a lo largo del álbum, en una combinación acertada y emotiva, como la ocasión merece.

An Appoinment With Mr. Yeats es un homenaje al renacimiento espiritual que encabezó el escritor, vía la expectativa quimérica. Está plagado de simbolismos herencia de la poesía tradicional de aquellos lares, en la que se trasluce la emoción y la fuerza del convencimiento.

Scott es un nómada hipermoderno de cuerpo y alma y su música siempre ha reflejado estas migraciones en el ámbito sonoro y textual. Luego de la partida de Anto, su compañero de aventuras, del Best Of que resumió sus andanzas hasta esa fecha, del camino solista (en dos discos) y del álbum Dream Harder, donde volvió a hacerle un guiño a la poesía irlandesa, sintió que se acercaba de nuevo el momento definitivo de un encuentro total con Yeats.

Así que cambió de situación y su destino fue hacia el interior de sí mismo, y qué hay más íntimo que las lecturas poéticas y los sueños que provocan. Estos son parte integrante de la vida de todos; la oscura o nítida raíz de la sustancia individual. En los pasajes de este nuevo material se manifiestan las «ínferos» de la cosmogonía celta, en donde el escucha atento ha de transitar a través del ejercicio de la libertad onírica como Yeats y los Waterboys proponen.

En la Oniria, el país donde siempre se nos espera –que el primero describe y los otros interpretan hasta hacerla suya con su particular expresión estética–, se retorna a los mitos, se evoca a la poesía mediante la palabra y la música e igualmente, ¿qué mejor?, se plantea la anhelada posibilidad de entrar con ellas, todos juntos, en el mismo sueño: que para eso también sirve la poesía.

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VIDEO SUGERIDO: The Waterboys – Sweet Dancer (Later with Jools Holland), YouTube (pkrips0791)

 

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OLIVIA REVUELTAS

Por SERGIO MONSALVO C.

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 Y EL ESPÍRITU DE LA MÚSICA*

Durante la mayor parte de la historia del jazz, aparentemente han sido pocas las mujeres que han formado parte de la comunidad de músicos. En el pasado, una mujer decidida a no dejarse intimidar para acceder al ambiente tuvo que pagar precios tendentes a ponerla en su lugar: la pérdida de su respetabilidad encabezaba la lista, además de la desaprobación general o familiar y a veces el ostracismo.

A pesar de todo, el amante de la música puede encontrar una lista larga y bastante sobresaliente de féminas que han participado en el jazz desde el nacimiento del género. Sin duda aún constituyen una minoría y probablemente lo seguirán siendo durante algún tiempo, pero en la actualidad quienes de ellas interpretan el jazz lo graban, dirigen grupos, componen, hacen arreglos musicales, producen álbumes, administran, presentan conciertos. Es decir, están involucradas en todo el proceso.

Si hay algo que las caracteriza en el jazz actual es su pronunciado individualismo y su dedicación a la música. Se encuentran ya perfectamente instaladas en todos los géneros derivados del jazz, el cual ha permitido el acercamiento de diferentes tipos de música entre sí, extendiendo sus límites hasta las fronteras de la imaginación y el talento de cada exponente.

Y es talento, y mucho, el que se da en el caso de la mexicana Olivia Revueltas, por ejemplo…

 

*Texto introductorio a la entrevista publicada en la Editorial Doble A.

 

OLIVIA REVUELTAS (FOTO 2)

Olivia Revueltas

Una entrevista de

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Palabra de Jazz” #4

México, 2000

 

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THE HONEYDRIPPERS

Por SERGIO MONSALVO C.

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 Vol. 1

Escuchar la radio fue la única diversión nocturna para los niños británicos tras la Segunda Guerra Mundial. Las restricciones económicas y los duros proyectos de reconstrucción del país no permitían nada más. La BBC y alguna estación de sus aliados estadounidenses se repartían al público.

Los programas más escuchados tenían que ver con la música, con la emisión de los discos “V” (de la victoria: material grabado, producido, restringido y controlado por las fuerzas miliares)  y con las actuaciones en vivo de las Big Bands del swing y del naciente rhythm and blues.

Por aquellos grandes aparatos, que ocupaban un lugar distinguido dentro del entorno familiar en todas las clases sociales, desfilaron Duke Ellington, Benny Goodman, Count Basie, Stan Kenton, Glenn Miller, al igual que Louis Jordan y Louie Prima, Cab Calloway, Joe Liggins y otros representantes del r&b.

En las biografías de escritores, cineastas o músicos nacidos en la década de los cuarenta, estas emisiones nocturnas ocupan un lugar importante en sus vidas y para los músicos, en este caso, son una  referencia iniciática en sus vidas profesionales.

Muchos de ellos escucharon música por primera vez durante aquellas noches que parecían infinitas. Las Grandes Orquestas blancas y negras fueron su primera materia sonora. Aquella música les descubrió muchas cosas y ató su niñez a unos sonidos que, cuando llegaron a la adolescencia quizá fueron relegados, pero ya habían arraigado en sus oídos.

A uno de estos personajes en particular, tal música le sirvió como instrumento balsámico para sobrellevar la muerte de un amigo cercano y colaborador. Se trató de Robert Plant, el cantante del grupo Led Zeppelin, uno de cuyos miembros acababa de morir, el baterista John Bonham.

A raíz de ello el Led Zeppelin, pionero del heavy metal y del heavy blues, en plena cima artística y de popularidad mundial (por toda la década de los setenta), así como en plena evolución artística, llegaba a su fin por decisión de los miembros restantes (Jimmy Page, John Paul Jones y el propio Plant).

No obstante, las inquietudes artísticas del cantante no se detuvieron, estaba en el proceso de grabar su primer disco como solista, pero añoraba el trabajo grupal. El director de la compañía Atlantic Records, Ahmed Ertëgun, sabiendo de la inclinación que Plant sentía por aquella música de su infancia, le sugirió organizar un proyecto en torno a ella.

Plant se entusiasmó con la idea y fundó a los Honeydrippers en 1981. Los integrantes fueron gente ya rodada en el blues británico, sobre todo: Robbie Blunt (ex Silverhead), Andy Silvester (Ckiken Shack y Savoy Brown), el bajista Jim Hickman, el baterista Kevin O’Neill, Ricky Cool en la armónica y Keith Evans en el sax. El nombre era un homenaje a uno de sus ídolos, el pianista de blues estadounidense Roosevelt Sykes, que se hacía acompañar de un grupo bajo ese apelativo.

Echó mano de los standards del western swing (“Deep in the Heart of Texas”), del rockabilly (“Little Sister”, “She She Little Sheila”, “Your True Love”), del blues (“I Can’t Be Satisfied”) y del primer rhythm and blues (“I Need Your Loving”), entre otros estilos.

VIDEO SUGERIDO: Robert Plant 1986 Honeydrippers live, YouTube (Mark Zep)

Hizo algunas presentaciones en Londres y ciudades circunvecinas, y con una estrategia de bajo perfil tocando en universidades británicas y en pequeños clubes y bares (eran sobre todo en apoyo hacia alguna institución benéfica), pero la hechura de su disco solista (Pictures at Eleven) le reclamó toda la atención y el proyecto quedó en suspense y sin grabación alguna.

Dos discos como solista y tres años después volvió a aquel proyecto, tras sentir que no estaba logrando ningún objetivo artístico y de rechazar una y otra vez la reunión del Zeppelin. Apoyado en todo momento por su compañía discográfica armó un grupo con amigos cercanos, todos pesos pesados de la escena musical.

A la convocatoria acudieron Jimmy Page, Jeff Beck y Brian Setzer (en las guitarras), Nile Rodgers (en la co producción y la guitarra), Paul Shaffer (teclados), Dave Weckle (batería) y Wayne Pedziwiatr en el bajo. Las grabaciones se llevaron a cabo en los estudios de la Atlantic en Nueva York, en marzo de 1984.

El material inicial, un E.P., estuvo compuesto por cinco temas. Algunos clásicos del rhythm and blues y otros del soul de loa años cincuenta y sesenta. Entre los primeros: «I Got a Woman», «Rockin’ at Midnight» y «Young Boy Blues» (con Beck en la guitarra); y los segundos: «Sea of Love» y «I Get a Thrill» (con Page).

HONEYDRIPPERS FOTO 2

El disco The Honeydrippers Vol. 1 apareció a fines de noviembre de 1984 y comenzó su promoción con una presentación en el programa Saturday Night Live del 15 de diciembre. Tocaron «Rockin’ at Midnight» como tema principal y una versión de «Santa Claus Is Back in Town», con motivo de la temporada.

Plant se mostró entusiasmado y en plena forma. Realizaron algunas otras presentaciones en diferentes ámbitos y todo parecía ir viento en popa. El disco entró en las listas de éxitos del Billboard y se mantuvo entre los primeros diez lugares con el tema “Sea of Love”, una balada de Phil Phillips.

Lamentablemente, la canción que Plant había querido como sencillo, “Rockin’ at Midnight” (un movido rhythm and blues de Roy Brown) no llegó a la misma posición y se tuvo que conformar con estar entre los 30 primeros lugares.

Y digo lamentablemente porque eso motivó la decepción de Plant con el proyecto. Su intención era, sobre todo, destacar el lado más rítmico del asunto, conectar con los amantes del rock and roll al ejecutar temas directamente relacionados con su nacimiento.

En su repertorio contaba con temas de Elvis Presley, Carl Perkins y de Ray Charles, sin embargo, las baladas fueron las que la radio más promocionaba y él no quería aparecer como un nuevo crooner. No quería mostrarse como un ex rockero, sino darle a aquel rhythm and blues de su infancia un sonido más contemporáneo, más metálico y poderoso.

El brillo como baladista no le hizo ninguna gracia y comenzó a desinteresarse por el asunto. Tanto que la convocatoria a realizar una nueva grabación con material nuevo nunca se llevó a cabo. El muy esperado Volume Two de los Honeydrippers jamás se realizó, a pesar del éxito obtenido con el primero.

La época de la New wave en la que puede inscribirse este álbum, tenía entre sus fundamentos una gran carga nostálgica. El rock and roll, el rockabilly, el pub rock y el jump blues, la parte más intensa de los géneros, era retomada por grupos que no tenían que ver con el punk reciente, pero del que habían aprendido a manifestar sus raíces.

Robert Plant ha sido un músico señero, primero del blues rock, luego del hard rock y del heavy metal, para luego reinventarse en el country rock, americana y pop rock, pero igualmente ha abierto caminos al ethno rock (celta, marroquí) y lo hizo con esos Honeydrippers que inauguraron una mezcla nueva.

Plant decidió acabar con ese proyecto y saltar a un nuevo reto, pero por la brecha abierta por el transitaron años después y de manera por demás exitosa, Pat Benatar, Brian Setzer, Rod Stewart y hasta el mismo Paul Anka, hasta constituir un subgénero importante: el swing rock.

El ex cantante del Led Zeppelin es un espíritu inquieto que siempre ha buscado la manera de expresarse, usando su distintiva voz como estandarte, como un instrumento que se amolda a emociones y atmósferas diversas.

Gracias a él la forma básica del swing le ha dado una vuelta de tuerca más a su historia y encontrado nuevas formas de expresión. Al swing originado en los treinta y cuarenta, las nuevas bandas o solistas le han agregado elementos musicales diversos para enriquecer la propuesta actual.

Así se pueden escuchar, por ejemplo, además del swing blanco, la rítmica del jump blues, el concepto de los metales del rhythm and blues, algunos detalles de músicas afrocaribeñas y hasta sugerentes compuestos del rockabilly. Un caldo contemporáneo pleno de sustancia.

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VIDEO SUGERIDO: THE HONEYDRIPPERS (Robert Plant) – young boy blues, YouTube (Ary Terong)

 

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68 rpm/66

Por SERGIO MONSALVO C.

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Tras su paso por los Yardbirds y la escuela de John Mayall, The Bluesbreakers, Eric Clapton se convirtió en el primer héroe de la guitarra del rock, dotado, además, del tan ansiado carisma mediático. A futuro los retos le saltaban a la vista para dar lustre a su legitimación.

En la aventura necesitaba compañeros generacionales, los mejores, para proporcionarle una imponente base rítmica a aquellos sonidos que traía en la cabeza. Una dotación de trío sería lo indicado, pensó.

«Opté por los bluesmen (Big Bill Broonzy, Skip James, Otis Rush, Freddie King, etcétera) y me zambullí en aquel mundo nuevo para mí. Luego me entusiasmé con Robert Johnson y B. B. King y desde entonces no he cambiado. No ha habido mejores guitarristas de blues en el mundo entero.

“Ahora siento una gran influencia de la música india, no estructuralmente sino por su atmósfera e ideales.  He abierto mi mente al hecho de que no se necesita tocar con arreglos previos y que se puede improvisar todo el tiempo. Y ése es el punto al que quiero llegar», afirmó por entonces el músico.

Así, Clapton concibió el concepto estético del grupo como un trío de blues que interpretara piezas largas y eléctricas al estilo de B. B. King y se mantuviera en el gusto de los aficionados al género. No obstante, el éxito de Cream –nombre del proyecto considerado como “supergrupo”– rebasó incluso las fronteras de la imaginación más desatada.

Si bien su existencia se redujo a dos años concretos, el tríptico representó el prototipo del grupo de rock exitoso y «moderno» de los años sesenta, el “Power trio”: caracterizado por un volumen fuerte, basado en el blues, audaz en el aspecto instrumental (imbuido en el jazz del que 2/3 de sus componentes eran originarios) y muy rítmico.

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WHEELS OF FIRE

CREAM

(Polydor)

Cream conquistó al mundo con sus bombásticas y largas interpretaciones en vivo (que a la postre abrirían el camino para un gran número de formaciones). El conjunto fue fundado a mediados de 1966 por tres experimentados jóvenes de la escena londinense.

Eric Clapton, Jack Bruce (bajo, armónica y voz) y Peter “Ginger” Baker (batería y voz). Baker y Bruce habían constituido la sección rítmica de Alexis Korner a fines de 1962 y tocaron con la Graham Bond Organization de 1963 a 1965.

Como primera muestra, el trío sacó a la luz «Wrapping Paper», composición de Bruce y Pete Brown (poeta, multiinstrumentista y muy solicitado letrista surgido del underground londinense), una pieza de tintes surrealistas. A continuación editaron el álbum Fresh Cream (1966), en el que combinaron clásicos del blues con una caprichosa lírica (con la psicodelia en efervescencia) y grandilocuentes solos, y Disraeli Gears (1967), disco que puso de manifiesto la irradiación hendrixiana en Clapton y que incluyó la extasiada y emblemática pieza «Sunshine of Your Love» (y su riff clásico).

La continuidad de las presentaciones en vivo efectuadas en la Gran Bretaña tras el debut discográfico, con récords de asistencia y sobrecupo en lugares como el Club Marquee, le otorgaron a Cream un sonido pleno, coherente y sólido, en una comunión total entre los músicos.

Con la primera gira estadounidense del grupo, a mediados de 1967, el énfasis en el trabajo se alejó de la elaboración minuciosa de canciones en el estudio, colocándose, por el contrario, en maratónicos y virtuosos conciertos realizados en lugares inmensos y con miles de escuchas, como el Fillmore West.

En sus mejores momentos, estos eventos daban lugar a una regocijante, larga y estimulante improvisación colectiva, la cual les ganó la mayor fama y la reescritura de la enciclopedia del rock.

La preparación de su segundo disco se pensó así, mientras estaban en Nueva York. Las grabaciones en vivo incluidas en Wheels of Fire (1968) tuvieron su punto culminante en una versión de «Spoonful» de Howlin’ Wolf, armada en torno a una fina estructura y alargada a 15 minutos de duración.

Wheels of Fire fue un álbum doble cuya mitad de estudio incluía el gran tema de Bruce y Brown «White Room», «Politician» de Clapton y «Pressed Rat and Warthog» de Baker. Tal disco (clásico) fue la cumbre artística del grupo y su culminación.

Al poco tiempo de ser editado, Cream sucumbió ante las presiones externas del éxito y las disensiones internas. Luego de una extensa y combustible gira por la Unión Americana todo finalizó para el trío en un concierto de despedida realizado en la Royal Albert Hall de Londres. Esto fue a finales de 1968, el 26 de octubre para ser más preciso. Las cámaras cinematográficas estuvieron ahí para recoger el acontecimiento para la posteridad, mismo que emitiría la BBC.

La idea de tocar para ellos mismos tanto como para el público —como definiera Eric sus actuaciones— había sido algo sin precedentes en el mundo rocanrolero. A Clapton, Bruce y Baker les gustaba impresionarse los unos a los otros con su virtuosismo y técnica, sobre todo en sus presentaciones públicas. Por aquel entonces un número en escena era  breve por lo regular.

Pocos grupos contaban con la habilidad o la inventiva necesaria para permitirse una improvisación excesiva. Cream lo hacía y en abundancia. La palabra clave de su credo era ésa: improvisación. Una improvisación más allá de lo hecho por cualquier grupo de rock; más allá del blues en el que se fundamentaban.

Cream fue auténticamente progresivo en este sentido, siempre mantuvo el impulso de crearlo todo en escena: un apabullante y omnipresente bajo o armónica acompañaban la poderosa y bluesera voz de su dueño, al tiempo que una tormenta de tambores despertaba los impulsos, seleccionándolos y exprimiéndolos hasta la incandescencia, mientras la guitarra hacía lo propio hipnotizando la imaginación del público. Lo hicieron hasta la saciedad.

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Personal: Eric Clapton, guitarra y voz; Jack Bruce, bajo, armónica, cello, calipoe y voz; Ginger Baker, batería y voz. Portada: diseño de Martin Sharp.

VIDEO SUGERIDO: Cream SPOONFUL Live 1968, YouTube (baosao51)

Graffiti: «Cuanto más hago el amor, más ganas tengo de hacer la revolución

ROBERT JOHNSON

Por SERGIO MONSALVO C.

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 DANZA CON MISTER D.

¿Tienes música esta noche?”, le preguntó Robert a Mary. Ella dijo que no. Era un día entre semana y la taberna no iba a tener suficientes parroquianos para pagar a los músicos. Robert le dijo entonces que tocaríamos por una botella de whisky y que luego pasaríamos el sombrero. Mary amaba el blues, así que dijo que podíamos tocar. Nos daría una botella de whisky en ese mismo momento, y si conseguíamos que entrara gente entonces nos daría otra.

“Nos fuimos con nuestra botella a un rincón. Le dije a Robert que yo no podía tocar bien por culpa de un golpe en el hombro que recibí durante una pelea que habíamos tenido la noche anterior en otro pueblo. Él dijo: ‘Tú rasguea tranquilo detrás de mí y yo haré el resto’. Jane y Linda se acercaron para ayudarnos a beber el whisky. Un tipo entró y se sentó al otro lado de Linda, pero ella actuó como si no estuviera. Estaba furiosa con él porque había salido corriendo durante un pleito días antes.

“Robert ni siquiera tomó en cuenta que el tipo estuviera ahí. Pasó el brazo sobre los hombros de Linda, rió y se puso cariñoso con ella. Yo pensé que debería mostrar un poco más de calma, porque él era un hombre pequeño, y el otro tipo era tan grande como el más grande de los pizcadores de algodón. Pero no pasó nada, porque el tipo aquel estaba avergonzado por lo de la otra noche, y porque nosotros éramos los músicos. El local de Mary se llenó y la gente quería que la entretuviéramos. Empezamos a tocar.

“Robert Johnson tocaba una música que te decía cómo eran las cosas. Cantaba como un perro desgraciado aullando por una perra en celo. Jane y Linda estaban pegadas a nosotros. El tipo aquel se fue hacia la puerta para demostrar que no le importaba, mientras 60 o más personas bailaban y movían la cabeza, aplaudían y bebían.

“El blues era la música del diablo; nosotros, sus vástagos, y Robert, su hijo favorito. Él hacía que todos nos entregáramos al blues, ésa era la única manera de soportar el peso de aquellos días.

“Tocamos hasta la madrugada. En nuestro sombrero había más de 5 dólares y dejamos un buen hueco en las existencias de whisky de Mary. El tipo aquel se deshonró al llorar por Linda y salió de la taberna. Más tarde, afuera, nos recuerdo caminando, el sonido de las monedas en nuestros bolsillos y a aquellas preciosas chicas riéndose por nada.

“Cuando llegamos a su casa, Linda encendió una lámpara de queroseno y Robert bajó la llama. Yo tenía un cuarto de whisky aún, así que primero bebimos y nos abrazamos durante un rato.

“Entre esos abrazos me vi obligado a preguntarle a Robert: ‘¿Dónde aprendiste a tocar el blues como lo haces?’ Estábamos todos acomodados en una gran cama. Las chicas nos rodeaban con sus cuerpos y nuestras manos estaban metidas bajo su ropa. ‘Hice un trato’. ¡Eso dijo! Había renunciado a su alma por el blues en un cruce de caminos. Dijo eso y volvió a meter la mano bajo la falda de Linda…

“Anduve en el camino con Robert durante algún tiempo, pero una noche, justo en las afueras de un pueblo cerca de Memphis, hubo un incendio. Robert y yo estábamos tocando salvajemente y la cosa se puso tan desenfrenada que la taberna ardió. Se quemó hasta los cimientos. Yo tragué demasiado humo y tuve que descansar un tiempo para recuperarme. Supongo que pude haber alcanzado a Robert más tarde, pero no lo hice. No tuve noticias suyas hasta que oí una de sus canciones en un disco que tenía puesto un negro de Alabama. Unas semanas más tarde me enteré de que Robert Johnson había muerto. Dijeron que Satán fue a buscarlo. No hubo más explicación”.

ROBERT JOHNSON (FOTO 2)

 

 

Al usar esta leyenda como materia prima, el rock la aprovechó para su propia naturalización. Para encajar con la cosmogonía rockera, el artista del blues debía vivir en la marginalidad, cantar a partir de una compulsión misteriosa y primitiva; hacerlo en un trance, pronunciando verdades absolutas desde el ombligo de la existencia, además de ser bebedor, mujeriego y salvaje, por supuesto.

Un personaje del blues primario cumplió con todos estos requisitos: Robert Johnson. El bluesero más venerado por los rockeros. Su lírica era un drama de sexo entrelazado con hechos de rudeza y ternura; con deseos que nadie podía satisfacer; con crímenes que no podía explicarse, con castigos a los que no podía escapar, y con una leyenda contractual con el Diablo para tocar magistralmente la música que interpretaba. Una vida sometida a un proceso de comprensión vital eterna por parte de los rockeros.

VIDEO SUGERIDO: Robert Johnson – Crossroad, YouTube (Coredump)

Ningún otro guitarrista de blues ha estado rodeado de tantos mitos y leyendas como Robert Johnson. Nacido el 8 de mayo de 1911 en Hazelhurst, Mississippi, pasó su niñez en Commerce con su padrastro. En las plantaciones empezó a familiarizarse con la música y a punto de cumplir los 17 años buscó aprender a tocar la guitarra con Son House (aunque la leyenda dice que aprendió solo), a quien siguió durante algún tiempo.

Durante la primera década del siglo XX, Eddie James «Son» House figuraba entre los padrinos originales del blues del Delta del Mississippi.  Años más tarde, en 1964, Son House le habló a Alan Wilson (del Canned Heat), uno de sus redescubridores, sobre Johnson: «Cuando Robert tenía como 16 o 17 años se escapaba de su casa para tocar conmigo y con Willie Brown [el guitarrista fijo de Son]. Nos seguía a todas partes, porque no le agradaba trabajar en la plantación. Siempre observaba mis manos mientras tocaba. Cuando había un descanso, él trataba de tocar con mi guitarra, pero no servía. Tenía que obligarlo a parar, porque ponía furioso al público con los horrorosos sonidos que producía.

«Después de un tiempo, Robert huyó de su casa y seis meses más tarde regresó con una guitarra sobre la espalda. Nos suplicó a mí y a Willie que lo dejáramos tocar con nosotros. Le dijimos que no nos molestara. Pero rogó tanto que  finalmente accedimos. Nos quedamos mudos. ¡Era buenísimo!». Son House tenía una sola explicación para esta impresionante transformación: «Le había vendido el alma al diablo para tocar así«. No sólo él lo creyó.

En la región del Delta eran comunes las historias demoniacas de medianoche. Quizá sea posible tacharlas de supersticiones o desecharlas como tonterías. A la luz de la cultura vudú dominante, con todo y sus brujos, incluso se les podría tomar al pie de la letra.

Lo único seguro es que nadie concretó su propio mito de manera tan perfecta como lo hizo Robert Johnson. Casi todas sus canciones tratan de la venta de su alma y de sus esfuerzos por recuperarla. Poseen una carga intensa, casi apocalíptica, y una conciencia determinante sobre el destino. Salpican además ominosos vaticinios e historias de la errancia con el Diablo sobre los talones.

Lo que sí puede constatarse, independientemente de aquel mito romántico, es que Johnson era un músico que viajaba mucho por toda la región que atravesaba el río Mississippi y que en tales viajes aprendió técnicas guitarrísticas de los músicos que vio y armonías de las canciones que oyó por aquella zona. Supo condensar todo ese aprendizaje. Y con tal summum utilizó su talento, tanto como la largueza de sus dedos, para construirse su propio estilo, lo mismo instrumental que lírico. Ambos con repercusiones eternas.

Con su guitarra y armónica, Johnson recorrió bares, prostíbulos y todo tipo de tugurios en Arkansas, Tennessee, Missouri, Texas y otros estados de la Unión Americana, en los que se ganaba algunas monedas para irla pasando. A su regreso al Delta, quienes lo conocieron en sus primeros años, como músico ordinario, quedaron maravillados con su estilo y con una serie de composiciones que pronto se convirtieron en clásicos.

En dos sesiones en 1936 y 1937 realizó sus únicas grabaciones para la compañía Vocalion , 29 en total (aunque también existe la leyenda de que hay una trigésima pieza perdida), recopiladas en los dos volúmenes titulados Robert Johnson. King of the Delta Blues Singers. En un cuarto de hotel, volteado contra la pared –supuestamente porque no quería que le copiaran su estilo–, Johnson registró para la historia canciones como “Crossroads Blues”, “Come On in My Kitchen”, “I’ll Dust My Broom” y “Sweet Home Chicago”, entre otras.

Según las versiones más creíbles, Robert Johnson murió el 16 de agosto de 1938 envenenado en un tugurio por una mujer despechada que perdió la cabeza en un arranque de celos o por un esposo engañado. No se sabe con certeza en qué lugar reposan sus restos, hay muchos que se lo quieren adjudicar, así que existen varias tumbas marcadas con su nombre para seguir incrementando las leyendas.

VIDEO SUGERIDO: Jools Holland Band fet. Eric Clapton, YouTube (petticlone)

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