REZA EL GLOSARIO: MALDITISMO

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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(EN LOS SERES ROCKEROS)

 

El oscuro hilo del malditismo que teje la música con tragedias y la vida de diversos artistas tiene un rasgo común: mueren jóvenes (relativamente), han sido coetáneos de un tiempo sombrío (como el actual), abren sus respectivos campos estilísticos con hallazgos estéticos, pero también muestran una inquietante inclinación hacia la ira existencial y el conflicto con todo y con todos. Se vuelven insoportables para la gente cercana que convive con ellos y regularmente, también, son víctimas de su conducta.

El asunto (un tópico en el rock desde que el rock es rock, desde Jerry Lee Lewis y Gene Vincent) representa un paradigma entre lo mejor y lo más siniestro del ser humano. Sus protagonistas son puras criaturas paradójicas. Capaces de perseguir lo sublime desde un pozo de tinieblas. Son audaces y pendencieros. Habitantes de un cruce donde se descalabraba el tiempo, y escupen hacia lo alto mientras se intuyen invencibles y a menudo buscan su propia luz en las simas interiores llenas de espesuras.

La creación les sirve de tránsito entre una oscuridad y otra. Y eso es lo más encomiable de sus biografías. Construyen piezas (con canciones) y con ellas arman sus puentes hacia otro lado, con la certeza de que tampoco habrá una salida inmediata ni posterior a sus pugnas.

Aumentará su ira, su conflicto, construirán otros puentes, sólidos, estéticos, sobresalientes, y seguirán sin encontrar la salida para sí y aumentará su ira…y así sucesivamente, hasta que ya no les quede combustible ni nada que quemar y se inmolarán a sí mismos.

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Dejarán atrás una estela formidable de obras admirables y visionarias. Pero igualmente un saco de hechos lamentables, de anécdotas dolorosas, de relaciones rotas y valores mancillados. Serán autores efímeros o no, y originales (tremendamente, en algunos casos), a los que tentarán por igual el arte y el infierno. Crearán su mito a golpe de desafíos y desarrollarán temas referenciales para beneplácito de sus seguidores, que los reivindicarán, una y otra vez, hasta convertirlos en leyenda, si su obra los sostiene o en olvido si no.

Hablamos de genialidad, ejemplos de la incorrección y la corrosión sin ademán de arrepentimiento. Encarnaciones vitales desproporcionadas, con su ingrediente fáustico. Reales e infernales. Gandules que para mal emponzoñaron su vida con el abuso y la tragedia, marcaron por otra parte en gran medida el arte rockero universal.

Ese es el estigma de los seres malditos como rockeros.

VIDEO: The Doors – Love Me Two Times (Live in Europe 1968), YouTube (The Doors)

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LONTANANZA: EL PROVOCADOR

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Descender por la Rue de Boucher (la calle de los Carniceros). Decidirse por un bocadillo griego, uno de arenque holandés, una salchicha con chucrut y meerrettich o un bosna yugoslavo. Degustarlo en la barra de cualquier puesto ubicado en esa calle del exceso culinario y continuar la ruta hasta llegar finalmente a la Grand-Place, en el centro de Bruselas.

Sentarse en cualquier café al aire libre alrededor de ella y pedir un kir.  Después del primer trago al helado líquido esperar a que la luz se apague y de comienzo el espectáculo de luz y sonido en medio de aquellas construcciones góticas, barrocas y renacentistas.

Wim Mertens, el personaje al que espero para entrevistar, seguramente apreció tal espectáculo mientras estudiaba en el conservatorio de esta ciudad, no una sino mil veces. Aquí, en el cruce de todas las culturas, en el crisol del Benelux, en la sede de la Comunidad Económica Europea y demás instituciones multinacionales, surgió en él la semilla de la vanguardia, la búsqueda constante de nuevos lenguajes, para luego incendiarlos y crear otros.

La utilización del silencio. El concepto de que la música en sí misma no es importante, sino como medio para expresar ideas y experiencias que le nacían desde el interior. Mertens, con su introspección que parece timidez, avizorando el futuro, seduciéndose el corazón con lo que escucha. Así creo que nació la Nueva Música Europea, ni culta ni popular sino todo lo contrario.

De tal forma y con el espíritu siempre joven, Mertens formó, creó y proyectó su manifiesto artístico.  Este virtuoso pianista de la voz de contratenor dejó siempre en claro que no es el objeto del new age que le han hecho creer a los despistados. Es un contestatario de lo culterano y académico, eso sí, un trabajador del tempo, del ritmo, de las frecuencias y las intensidades.

Uno de los máximos experimentadores de hoy en la búsqueda de los sonidos atemperados y un abolicionista del fraseo en el sentido tradicional. Un arquitecto, sin panza, del sonido multidimensional y un profundo conocedor de la música barroca, renacentista y del canto gregoriano. Trinidad a la que otorga la bendición de su manifiesto artístico.

A Mertens lo he escuchado así en una sala llena, frente a un auditorio al que expuso su variado repertorio: de «Multiple 12» a «Watch over Me», pasando por «Humility» e «Iris». Las piezas del concierto y las tres de los dos encores hicieron llorar al cielo.

La lírica se enfundó en belleza y de aquel piano, solo, solitito, emergieron siglos de tradición a través de las manos y los conceptos, sin una gota de improvisación, de Mertens El Elegido, quien elaboró su ofrenda a tal música con la realización de nuevos formatos.

Así de sencillo. Los ojos vagabundos de su interior proveyeron a la imaginación creativa de la fantasía. Y sus criaturas en formatos de tres a quince minutos expresaron nuevas frases con lenguajes extraídos de las cenizas de otros, inmolados por el fuego de un creador censado en el futuro.

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Wim Mertens es el ejemplo más característico de la Nueva Música europea. Nacido en un país como Bélgica (el 14 de mayo de 1953, en Neelpelt) –cruce de muchas influencias culturales, y punto central geográfico en donde muchas instituciones de índole política y económica se han asentado– este músico es en la actualidad uno de los más importantes de la vanguardia no sólo musical sino también teórica.

-¿Wim, cuál crees que sea el papel de tu música en la sociedad contemporánea?

-«No hay que sobreestimar nunca el papel de la música en la sociedad. Gente como yo o quienes me escuchan quizá exageren su concentración en ella, pero es nuestra forma de percibir al mundo, así como lo es también buscar un equilibrio y hacer patente que hay otras concepciones para la música y no sólo como elemento de consumo. El efecto que se logra a través de la música es simultáneamente absoluto y muy limitado, según quien la cree y según quien la escuche.

“Yo busco despertar las sensaciones y la fantasía en el público, pero igualmente manifestar mis emociones y expandir las concepciones del sonido hacia otros horizontes. Si en ello se produce también la belleza creo que he cumplido con mi momento histórico», dice.

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– ¿Te gusta ser un provocador?

– «Soy un provocador, pero no me gusta serlo necesariamente. Cuando alguien formula un nuevo lenguaje musical o de cualquier índole, siempre eso conlleva cierto rompimiento o agresividad hacia lo ya establecido. Lo cual está bien para mí. Como creador de nuevos lenguajes, sí, soy un provocador», asegura.

– ¿Sigues en busca de la expresión total?

– «Yo no me considero un músico, ni la música es lo que más me interesa. La utilizo para llegar a cosas que no se pueden describir, y el público debe entrar en mi música de un modo intuitivo, no objetivo. No debe ser escuchada con una actitud intelectual sino simplemente sentirla», comenta.

– ¿Es cierto que detestas la comunicación verbal y te pasas la vida diciendo mentiras, según tus propias declaraciones?

– «Creo que siempre hay que desconfiar de un compositor cuando hable de su música. Para un compositor el lenguaje verbal también funciona en términos de contradicciones, lo cual no sería aceptable, por ejemplo, dentro de la filosofía seria, pero para los músicos la contradicción verbal es de suyo una forma de expresión», confiesa antes de despedirse.

Wim Mertens ha evolucionado constantemente hacia propuestas musicales que, sin renegar de sus principios fundamentales, significan nuevas formas de expresión. Estas son capaces de embelesar al público y ofrecerle siempre distintos caminos hacia la belleza.

VIDEO: The fosse – Wim Mertens, YouTube (Wm Mertens Official)

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JAZZ: JOHN COLTRANE (V)

Por SERGIO MONSALVO C.

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JOHN COLTRANE & JOHNNY HARTMAN

El año de 1963 fue un año turbulento para John Coltrane, al igual que para todos los negros en los Estados Unidos. El racismo y la conciencia negra estaban en uno de sus momentos álgidos. Coltrane formaba parte de dicha conciencia y evocaba en su música los discursos de Malcolm X.

Musicalmente, en Europa se abrían las salas de conciertos a los músicos negros, mientras que en la Unión Americana se les cerraban. Además de la situación sociopolítica en crisis, Coltrane pasaba también por una crisis sentimental. Se acababa de separar de su esposa Naima con todas las implicaciones anímicas que eso conlleva.

Urgido a grabar de nueva cuenta por su productor Bob Thiele, John le presentó el proyecto de hacerlo con un vocalista, toda una concesión tratándose de Coltrane. Cuando aquél le preguntó en quién había pensado, sin dudarlo el saxofonista contestó: «Con Johnny Hartman. Es el único que interpretaría bien lo que estoy sintiendo».

De esta manera, el cantante compartió la marquesina y la titularidad de uno de los grandes discos vocales de todos los tiempos: John Coltrane & Johnny Hartman (Impulse, 1963). En la aventura los acompañó el cuarteto del mítico saxofonista: McCoy Tyner (piano), Jimmy Garrison (bajo) y Elvin Jones (batería). La grabación se realizó el 6 y 7 de marzo de ese año.

El disco alberga la mejor versión vocal del tema «Lush Life» y otras no menos eternas de «My One and Only Love» o «They Say It’s Wonderful». Es difícil destacar momentos culminantes en una grabación que constituye un modelo de sintonía entre cantante y acompañamiento.

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Johnny Hartman (1923-1983), quien comenzó como cantante de las orquestas de Earl Hines y Dizzy Gillespie, fue un barítono intimista que atemperó la escuela de Billy Eckstine y se dedicó principalmente a la balada. John Coltrane fue su premio mayor, pero en adelante se vio obligado a lidiar con el recuerdo de ese encuentro insuperable. Ni siquiera sus restantes realizaciones en el mismo sello se aproximan, aunque The Voice That Is (1964) lo sometió a un ingenioso exotismo benéfico para su estilo.

Con magia o sin ella, los discos de Hartman son ciertamente buenos: vale la pena conocer Songs from the Heart (1956), junto al trompetista Howard McGhee. Al final de su vida, This One’s for Tedi (1980) y Once in Every Life (1980), con acompañantes sensibilizados, volvieron a redituar sus virtudes. Como un tributo muy especial, el cineasta Clint Eastwood, gran amante y conocedor del jazz, utilizó varias de sus baladas para ambientar la película Los puentes de Madison (1995).

VIDEO: John Coltrane & Johnny Hartman / “my one and only love”, YouTube (savant624)

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Por SERGIO MONSALVO C.

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ON STAGE – II

AT THE ROYAL ALBERT HALL

(CREAM)

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

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BIBLIOGRAFÍA: LA MUERTE Y SUS CRIATURAS

Por SERGIO MONSALVO C.

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(FRAGMENTO)*

“Desde hace siglos, la melancolía ha proyectado una sombra gigante sobre el arte. La poesía, escultura, pintura, novela, música han creado monumentos impresionantes a tal sentimiento, con toda una corriente subterránea dirigida a exaltar la tristeza de este mundo: el weltschmerz romántico, como lo atestigua el concepto estético que declaró al dolor espiritual como parte esencial de lo poético.

“Hoy en día, quizá ellos —los hacedores de los géneros musicales del dark wave, ethereal, illbient, gótico, bluepop, spiritual trance, ambient retro, simphonic metal o alguna variedad de la música atmosférica, entre otras— se asuman en el eco, en la súplica poética por la vida extraterrena, en el anhelo irrestricto y exigente de otra realidad sobrenatural.

“Quizá ellos lo perciban, y lo hacen por esa sombría avenida donde como músicos deambulan mascullando sus tristezas. Quizá de cualquier manera tengan que emprender la vagancia imaginaria alrededor de sus desiertos cotidianos, gritando su desesperanza. A veces juegan a la música distrayendo la pena. La certeza de que la vida no significa nada, de que todas las cosas hechas por ellos en el intento de parecer productivos no tienen ningún valor en la vida, los llevó, armados de un fuerte nihilismo, a una búsqueda interior, para explorar quiénes son y quiénes desean ser…”

*Fragmento del libro La Muerte y sus Criaturas, publicado en la Editorial Doble A. El CD que acompaña este texto se compone de la versión sonora que hizo Will Lagarto sobre el mismo, con su proyecto musical Las Brujas.

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La Muerte y sus Criaturas

Sergio Monsalvo C.

Las Brujas/Will Lagarto

Editorial Doble A/ISY Records

Colección 2×1 (Words & Sounds)

The Netherlands, 2007

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MIS ESCRITORES MUERTOS: PAUL AUSTER (1947-2024)

Por SERGIO MONSALVO C.

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(IN MEMORIAM)

Amsterdam, Países Bajos, 2003. Dejo mi bicicleta justo a las afueras del Museo de Ana Frank. En el cruce donde se encuentran dos de los canales más vistosos de la ciudad: el Prinsengracht y el Bloemgracht. Atravieso el puente y me adentro en el antiguo barrio del Jordaan.

El recorrido hasta la Eerste Egelantiersdwarsstraat, donde se ubica la librería a donde voy, lo hago por la Tweede. Hay numerosos bares y restaurantes concentrados en pocos metros. Heineken, Palm, Dam, son las cervezas más anunciadas en el discreto neón de sus escaparates. En la esquina se encuentra Backbeat, la tienda de discos en vinil especializada en jazz. Se escuchan los sonidos del nuevo álbum de McCoy Tyner: Iluminations.

Doblo a la derecha y transcurro por varios locales de ropa de ocasión. El clima está fresco, pero hay mucha gente en las mesas que dan a la calle. Llego al número 52. Aquí se presenta Paul Auster la noche de hoy. Frente al local se observa una lápida grabada con una mano sosteniendo una pluma. De hecho, esta casa que data de 1630 es conocida como La Casa de la Mano Escribiente, que alude a la actividad literaria de su propietario original.

El lugar muestra en sus vitrinas toda la bibliografía del autor neoyorkino. Destaca por una iluminación especial su Trilogía: Ciudad de Cristal, Fantasmas y La Habitación Cerrada. Textos de los años ochenta. “De cuando Nueva York era otra”, según el propio escritor.

En mesas y paredes la obra de Auster totalmente traducida al holandés. De hecho, el evento enfatiza la presentación de Book of Illutions (2002), la más reciente edición en este sentido.

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Haber llegado con anticipación me da la oportunidad de hojear algún volumen y de encontrar asiento. Quince minutos después el sitio está a reventar. Circula el vino de honor.

El poder de convocatoria de Auster es patente. Tiene fans como novelista, como poeta, como editor, como ensayista, como crítico y director cinematográfico (con cintas como Smoke, Blue In The Face o Lulu on the Bridge).

Las mujeres más hermosas del mundo están aquí, esperando. ¿Atraídas por el Libro de las Ilusiones; por esa historia del escritor y profesor de literatura que tras la muerte de su familia en un accidente se refugia en la investigación sobre un cómico del cine mudo que desaparece misteriosamente? ¿O quizá por el autobiografismo posmodernista que Auster le ha dedicado a su narrativa metaficcional? ¿O por sus juegos de intertextualidad y exploración de los límites y fronteras entre la realidad y el lenguaje? Ellas se guardan la respuesta para sí. Mientras tanto, llevan las copas de vino blanco a los labios, voltean por enésima vez hacia alguna de las puertas que dan acceso al lugar, y esperan.

Auster se presenta cinco minutos antes de la hora señalada: las 8 PM. Es un tipo alto, fuerte, elegante. Con una mirada dura e inteligente. Estrecha algunas manos. Se sienta en una silla tallada. Le da un trago a la copa de tinto y atiende la introducción de su editora hacia el público heterogéneo.

Al terminar ésta, la corrige amable, y dice que no hablará sobre la literatura como arte (como anunciaba el cartel publicitario del evento), de la cual señala no saber casi nada. Se escuchan las risas del respetable, que sí sabe acerca de sus agudos ensayos y estudios monográficos sobre diversos autores (Beckett, Kafka, Céline, Proust, entre otros).

Dice que charlará mejor sobre su reciente libro —“Una síntesis de mi quehacer narrativo”—, en el cual trata los temas que más le han interesado en la vida: la soledad, el hambre, el azar, el abandono y la desintegración del individuo, teniendo como telón de fondo a la ciudad y la palabra como interconexión.

Es un autor muy directo y preciso con lo que dice. Como sus textos. Cada movimiento, gesto, vocablo, resultan sofisticados, reflexivos. Se me figura una especie de Steve McQueen de las letras. Es un tipo duro también, con humor mordaz y espíritu crítico.

Habla, igualmente, de sus obsesiones e inspiraciones. De la ciudad y sus nexos con el individuo. La hora y media en la que expuso todo eso se fue como agua, como la lectura de sus libros.

Habló pausada y claramente. Hubo humor seco, destilado, en lo que dijo. El cine, la música (el jazz) y Nueva York, sus influencias directas. Tuvo frases favorables para el compromiso del escritor con sus lectores, “a los que debe dignificar con el buen uso del lenguaje”; y duras críticas para “la estupidez de George Bush, su gobierno y acciones”. Palabras cargadas de realismo, de rayos y centellas. Palabras que ha obsequiado pródigamente desde hace 20 años mediante su trabajo. Terminó la plática. Hubo aplausos atronadores. Largas filas para obtener una firma en el libro preferido.

Al final, la mitomanía me ganó y le solicité además de una firma que me obsequiara una palabra, la que se le ocurriera en ese momento: «Sonido», dijo fríamente luego de un segundo. Así que la tal ya está en mi anaquel de trofeos.

Luego de todo Auster salió. Se subió a un taxi Mercedes Benz, junto con una envidiable acompañante, y se enfiló tranquilo hacia la prometedora noche amsterdamesa.

VIDEO: “El Libro de las Ilusiones” Paul Auster, YouTube (CineArte y Cultura)

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BLUES BLANCO: ERIC CLAPTON

POR SERGIO MONSALVO C.

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SLOWHAND

El incipiente músico que era Eric Clapton al comienzo de los años sesenta comprendió pronto que el hecho de tocar y cantar el blues implicaba un objetivo insoslayable: hay cosas que necesitan ser dichas de una vez, no en términos definitivos o grandilocuentes, sino de una forma que permita a quienes lo interpretan añadir sus detalles personales de la manera más franca.

Los jóvenes que blueseaban por entonces, en aquella Inglaterra de posguerra, se hicieron conscientes de las realidades del mundo, más de lo que habían sido otras generaciones anteriores. Mostraron con su presencia que una forma de cantar el blues se desarrollaba fuera de las condiciones sociales negro-estadounidenses que dieron origen al género.

Ya no se pudo decir que los blancos eran incapaces de tocar o cantar el blues. Ya no era una cuestión de raza o de color, sino de actitudes ante la vida. Ese aprendizaje abrió las puertas del género para todo el mundo.

Eric Clapton se volvió un devoto del nuevo conocimiento y como tal su preocupación principal era precisar el sentido de su fidelidad a las fuentes originales y la dirección estética que contendrían sus esfuerzos de creación a partir de ellas.

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“El blues no es completamente negroide, porque si lo fuera no sería blues. Ha nacido de una situación en parte negra y en parte blanca. Es un poco como una mezcla de country y de música africana. Sin estos semicírculos no habría círculo completo. El feeling que inspira ha sido un catalizador formidable. Se puede encontrar ese feeling en cualquier parte. Si la vida, la infancia de uno han sido difíciles, se tendrá ese feeling, sea uno lo que sea: negro, blanco, café, amarillo o rojo”, pensaba y sostenía Eric.

Las meditaciones que realizaba este jovencito de 17 años al respecto eran los pasos fundamentales para la evolución. Por lo pronto, estaba profundizando en los rudimentos técnicos que requería el instrumento.

Todas las horas que dedicó a escuchar discos incansablemente, a tratar de repetir riffs y encontrar diversas formas de canalizarlos por las cuerdas, fueron el germen que hicieron de él un estilista. Uno que buscaba la pureza del sonido y con ella el equilibrio interior a la hora de tocarlo.

Para él, como para muchos otros, el autodidactismo era la única forma de llegar al blues, no había ninguna otra. Sin embargo, sólo tenía una manera de ser abordado: en la soledad exclusiva. “Mi guitarra es un intermediario por medio del cual entro en contacto conmigo mismo. Es una experiencia muy, muy solitaria. Es el blues”.

El joven aprendiz también tenía sus reglas: “Hay que sacudir el cielo y la tierra para escuchar a los mejores representantes del campo en el que uno se mete, la satisfacción será mayor si se alcanzan los fines con medios propios”.

VIDEO SUGERIDO: Cream – Stormy Monday (Royal Albert Hall 2005) (11 of 22), YouTube (theeshrimpking)

Muddy Waters les decía a aquellos músicos bisoños que el blues es algo más que un género musical. Eric Clapton es un heredero legítimo de aquella instrucción. Un dogma de fe que lo ha acompañado a lo largo de su carrera. La creación bluesera ha transitado por sus diferentes discos desde entonces. Son temas que han estado un poco en la oscuridad en beneficio de temas más populares; sin embargo, el blues corre por cada nota y compás.

Clapton, desde aquellos lejanos años sesenta, se sentía realmente ligado al blues. Con su refinado virtuosismo estilizó una buena cantidad de riffs heredados de los guitarristas negros. Aprendió a tocar la guitarra con los discos de Chuck Berry, para luego seguir el camino bluesero con Big Bill Broonzy, Robert Johnson, Skip James o Blind Boy Fuller.

Simplemente se zambulló de cabeza en aquel mundo nuevo para él. No obstante, a los 18 años se entusiasmó por B. B. King y desde entonces no ha cambiado su idea de que éste ha sido el mejor guitarrista de blues del mundo.

Fue gracias a esta admiración que encontró el primer dogma de su carrera: «He abierto mi mente al hecho de que no se necesita tocar con arreglos previos y que se puede improvisar todo el tiempo. Y ése es el punto al que quiero llegar: ése en el que no tenga que tocar nada que no sea improvisación. Dentro de mí y de mi música hay más blues que cualquier otra cosa».

Con el tiempo y bajo tal consigna el guitarrista inglés mostró un gran rigor en la construcción de sus solos y se aplicó al manejo del pedal wah-wah, de la bottle neck y del dobro.

Clapton se convirtió en un verdadero catalizador. Provocó que instrumentistas de su generación y de las siguientes se interesaran por los estilistas negros como Otis Rush, Freddie King y el ya mencionado B. B. A la larga gozó de la misma estima que ellos en la mayoría de los ambientes musicales.

La precisión y la perfección de su estilo fueron consecuencias sobre todo de un enorme trabajo técnico y personal. Se cuenta que pasaba días enteros intentando dominar uno o dos riffs de los que toman forma tantos temas del blues.

La retroalimentación de la cultura bluesera se hace patente en este músico, en el que se escucha el camino que ha seguido el género desde sus orígenes rurales hasta las hipermodernidades urbanas. Un viaje pleno de sorpresas y de riquezas musicales, donde la negritud divulgada por sus generadores primigenios es devuelta con reconocimiento y aprecio por parte de los representantes blancos de ese género, con Clapton a la cabeza.

Y esa aura de artista distinto, especial, se ha mantenido con cada nuevo blues que graba (desde “Got Love If You Want It”, de Slim Harpo, hasta el propio “Run Back to Your Side”), con cada grupo que integra (Yardbirds, Bluesbreakers, Cream, Blind Faith, Delaney and Bonnie, Derek and The Dominos) en cada dueto o colaboración que realiza (desde Sonny Boy Williamson a Wynton Marsalis, pasando por la pléyade rockera), en cada acorde que ha rasgado como solista.

En la segunda década del siglo XXI cerró un círculo que comenzó hace 50 años: veló sus primeras armas como paladín del blues con Sonny Boy Williamson; bebió de las enseñanzas de Robert Johnson, Muddy Waters y Howlin’ Wolf; se convirtió en un estilista y sufrió lo que tenía que sufrir; confirmó su militancia irrenunciable junto a B B King al final del XX y, en los albores del XXI, se embarcó en un viaje a las raíces del género con el reconocido purista de dicha estética tradicionalista: Wynton Marsalis. Un círculo completo.

«El blues es algo más que un género musical», les explicó Muddy Waters a los noveles músicos ingleses de los años sesenta. Eric Clapton, tomó para sí aquellas palabras canónicas y a través de su discografía de 50 años (con más de un centenar de álbumes en estudio, en vivo, compilaciones, soundtracks e infinidad de colaboraciones con diversos artistas) se ha reafirmado, una y otra vez, como un auténtico negro del corazón, el cual ha tenido que espaciar cada vez más sus grabaciones y presentaciones por cuestiones de salud, lamentablemente.

VIDEO SUGERIDO: Eric Clapton – It Hurts Me Too – Live, YouTube (mkrstic63)

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MILES AHEAD: “SELIM SIVAD”

Por SERGIO MONSALVO C.               

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(POEMARIO)

selim sivad

lo entiendes o no lo entiendes

deja que te lo explique

a su modo nebuloso que es el claro

si así nebuloso lo pretendes

a mí me perturba su trompeta con los vientos

de St. Louis a Nueva York

que supo vivir hasta sin aire

y en la urbe doblarse hasta los cimientos

fue especie del sermón salvo

que se hartó de beber y aspirar con ansia

la ciudad que lo tuvo como presa

y donde nunca quiso estar a salvo

en su cuerpo hubo balas y emblemas

marcas de amores y desvaríos

maestros tonos de mutación constante

siempre en busca de nuevos temas

cuando asumió el blue para las nieblas

sus notas fueron caso aparte

porque a fin de cuentas y de cuentos

hablaba así el príncipe de las tinieblas

*Texto incluido en el libro Miles Ahead, publicado por la Editorial Doble A y, de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos bajo el rubro de Tiempo del Rápsoda.

Miles Ahead (remate)

Miles Ahead

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Poesía”

The Netherlands, 2005

Contenido

Black Satin

Miles

Man with a Horn

In a Silent Way

Selim Sivad

Miles/Panthalassa

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