Al DiMeola (nacido en 1954 en Jersey City, Nueva Jersey) dedicó los años setenta a la velocidad e intensidad en la guitarra eléctrica. Dotado de una técnica sorprendente, fue un héroe de este instrumento. A los críticos les chocaba su aplicación comercial del jazz, pero al público no.
Su salto a la fama empezó en 1974 con el grupo Return to Forever. Tenía 19 años al subirse a ese tren y 25 al culminar la década con su obra de fusión Splendido Hotel (un álbum doble reeditado luego en CD como parte de la colección «Contemporary Jazz Masters» de la Columbia).
Un poco de esa energía de los setenta se transmitió a sus ardientes álbumes Friday Night in San Francisco (grabación acústica de 1980 con John McLaughlin y Paco De Lucía. Los tres figurones se presentaron: hombres famosos, de ademanes nobles. Ninguno le pedía nada al otro, todos querían lucirse ante las expectativas del escucha. Giros, fintas, acrobacias con garbo y elegancia. Los magos de las cuerdas alcanzaron alturas heroicas, el oficio entró en relieve, una marea intoxicó a los oídos, un alborozo irracional se apoderó de todo. Tanto ejercicio de estilo resultó en buen espectáculo, con instantes grandiosos que causaron conmoción. Repetirían la dosis con The Guitar Trio, tiempo después, en 1996) y Electric Rendezvous (1982), así como a la gira correspondiente, la cual resultó en el disco en vivo Tour de Force (1983).
La segunda mitad de la década fue un periodo de ablandamiento. Para cuando firmó con Manhattan Records de Bruce Lundvall en 1985, contaba ya con treinta y tantos años. Tenía otro enfoque musical y los tres discos que entregó a la compañía reflejaron esta actitud más amable y suave ante la guitarra.
«Me cansé de vivir una eterna explosión musical. Quería dejarme hechizar por la música. Siento la necesidad de profundizar en un área con más calidez», explicó el guitarrista.
Hizo precisamente eso en tres álbumes —Cielo y Tierra de 1985, una introspectiva grabación acústica sin acompañamiento, inspirada por 20th Century Guitar de Julian Bream; Soaring Through a Dream de 1986, en el que exploró los sonidos y las texturas brindadas por la técnica del sampling y la síntesis musical; y Tirami Su de 1987, un álbum que sutilmente introducía a la guitarra eléctrica nuevamente.
En 1991, después de cuatro años sin compañía disquera, Al volvió contratado por Tomato Records. Grabó dos proyectos para esa compañía ecléctica y ferozmente independiente: Kiss My Axe y World Sinfonia.
Al igual que su mentor Chick Corea, de Return to Forever, quien mantenía a dos grupos separados, uno eléctrico y uno acústico, en GRP, los dos proyectos de DiMeola también fueron autónomos.
La integración World Sinfonia fue un sofisticado conjunto acústico con énfasis en los ritmos latinos y afrocubanos. El sonido característico del grupo fue la combinación entre la guitarra de DiMeola y el bandoneón de Dino Saluzzi, instrumento relacionado normalmente con el tango argentino.
World Sinfonia, por otra parte, es un grupo único, además, debido a la presencia de dos percusionistas (Arto Tuncboyaci y Gumbi Ortiz) en lugar de un baterista. Asimismo, cuenta con el guitarrista Chris Carrington. Existe una intensa interacción entre los integrantes del grupo en vivo y en su debut vinílico, editado en 1991 por Tomato.
En enero de 1992 apareció su proyecto eléctrico Kiss My Axe. Básicamente se trató de una vuelta al héroe guitarrístico de los años setenta con una década de maduración adicional.
Destacan los solos de Al con su vieja Les Paul amplificada por un aparato Marshall, el sonido clásico de la época de oro de la fusión. «Era algo que necesitaba otra vez –afirmó Al–. Creo que es el mejor disco eléctrico que he sacado en diez años».
Kiss My Axe fue una obra dinámica que reunió a DiMeola con sus compañeros de mucho tiempo Anthony Jackson, en el bajo eléctrico y Barry Miles en los teclados. Miles y el propio DiMeola también se encargaron de la producción.
A partir de ahí, DiMeola ganó una gran serie de premios, incluyendo la de «Mejor Guitarra del Jazz» otorgado por la revista Guitar Player, durante cinco años consecutivos (1977-1981).
VIDEO SUGERIDO: Al Di Meola 1991 Kiss My Axe Live, YouTube (Gumbi Ortiz)
Stanley Clarke (30/6/51, Filadelfia, Pensilvania) inició su carrera como destacado contrabajista de jazz. Se erigió en un pionero del jazz-rock al colaborar con Chick Corea en el grupo Return to Forever (1972-1976). Ya en el bajo eléctrico, fueron notables su capacidad melódica y original sonido caracterizado por «estallidos» o «chasquidos» secos.
Posteriormente, Clarke colaboró, como intérprete y productor, con artistas diversos, como George Duke, Roy Cuhanan y Paul McCartney, entre otros.
Clarke estudió el violín, el cello y el contrabajo en Filadelfia antes de llegar a Nueva York en 1970. Ahí tocó con Art Blakey, Stan Getz y Gil Evans para después grabar Return to Forever (ECM, 1972) con el tecladista Corea y los músicos brasileños Airto Moreira y Flora Purim.
El éxito de su fusión musical condujo a la fundación de un grupo permanente con el nombre de dicho álbum. Return to Forever grabó Where Have I Known You Before (Polydor, 1974) con el guitarrista Al DiMeola, y Romantic Warrior (Columbia, 1976), en el cual los alargados solos de las producciones anteriores fueron reemplazados por estructuras más formales.
Como solista, Clarke firmó con Atlantic y grabó Stanley Clarke (1974), con influencias del flamenco español, Journey to Love (1975), que incluyó el éxito de rhythm and blues «Silly Putty», y School Days (1976). I Wanna Play for You (Epic, 1979) incluyó colaboraciones de Getz, Moreira, Jeff Beck y Dee Dee Bridgewater en la voz.
El único éxito de las listas de pop logrado por Clarke fue «Sweet Baby» (Epic, 1981), extraído de The Clarke Duke Project, la primera de una serie de colaboraciones con el tecladista Duke. Sus álbumes posteriores como solista incluyeron Time Exposure (1984), Find Out (1985) y Hideaway (1987).
Como productor, Clarke supervisó Loading Zone (1977) de Buchanan, Just Family (1978) de Bridgewater y Marathon (1984) de Rodney Franklin. Posteriormente fundó el trío Animal Logic con el exbaterista de Police, Stewart Copeland, y la cantante/compositora Deborah Holland, originaria de Los Ángeles, y fueron contratados por la compañía Virgin.
Desde entonces Clarke ha lanzado más de una docena de álbumes, entre grabaciones en estudio y discos en vivo, más alguna recopilación. Se mantiene más activo que nunca.
VIDEO SUGERIDO: Stanley Clarke – Silly Putty, YouTube (aquiarianrealm)
Desde la década de los noventa, la marcha triunfal del dancefloor y la música negra hizo omnipresente otra vez al sax, en vivo o sampleado. Desde los 19 años de edad la neerlandesa Candy Dulfer, nacida en 1969, es considerada la saxofonista de pop y dance de más éxito en el mundo. Ha grabado con David Stewart; abierto los conciertos de Madonna y colaborado con Patti Labelle, entre otros. En la actualidad, tras más de una docena de discos en su haber, abraza de manera resuelta el funk y el acidjazz: el e-jazz urbano de nuestros días.
Habla Candy:
“Soy hija de Hans Dulfer, un notable saxofonista de jazz. A los 12 años me presenté por primera vez ante un público masivo como parte de un conjunto de jazz en el North Sea Jazz Festival. A los 15 años fundé mi propia banda, Funky Stuff, la cual sigo encabezando hasta la fecha. Califico mi intento por unir elementos jazzísticos con el sonido negro del funk como «hip house» o fusión, lo cual sirve para definir la mezcla de pop, funk y jazz a la que los músicos con aspiraciones comerciales recurrimos para huir del ghetto de los puristas. Mis ídolos –por supuesto– son gente como Charlie Parker y Ben Webster, pero si Charlie Parker viviera en la actualidad probablemente no tocaría bebop sino heavy o funk.
“Llevo 40 años dando conciertos. Las cosas han salido bien, pero cuando pongo mis discos aún me siento como una principiante. Oigo espontaneidad y un sentimiento bluesero que se ha hecho raro últimamente, pero creo que aún tengo que trabajar mucho. Me doy cuenta de ello cuando toco con músicos a los que admiro como Maceo Parker, The JB Horns o la sección de metales de Tower of Power, educada en el conservatorio. Siempre trato de mejorar.
“Me fue bastante bien cuando nos presentamos la banda y yo con el material del primer álbum en Nueva York. Al ver a la gente formada delante del club Bottom Line, pensé que nos habíamos equivocado de lugar. Sentí miedo de tocar ahí, en el sitio donde se inventó todo en lo que se basa nuestro proyecto. Tratamos de tocar lo mejor posible. Afortunadamente nos hicieron buenas críticas y vendimos medio millón de copias de Saxuality.
“La compañía disquera me presionó para traer a otros productores para el segundo álbum. Querían algo más comercial, más al estilo de Kenny G. Pero Ulco Bed, mi guitarrista y coproductor, y yo insistimos en hacerlo todo nosotros, al igual que en el primer disco. Toda la producción. Es un trabajo difícil, porque se puede perder luego la visión del todo por estarse fijando en los detalles. Estuvimos trabajando casi medio año, con el mismo presupuesto que la primera vez. Yo quería sacarlo rápido; sabía que podría grabarlo en dos semanas. Pero no salió así. Perdí mucho tiempo defendiendo mis ideas. Tenía las cosas en la cabeza, pero los de la compañía querían meter su cuchara y no pudimos realmente trabajar hasta los tres meses de haber empezado la grabación. Finalmente aprendimos mucho.
“Soy muy crítica y perfeccionista. Antes no soportaba escuchar mi propio trabajo. Cuando ponía mis discos siempre les encontraba algo nuevo que me hacía pensar: ‘Vamos, Candy, eres capaz de hacerlo mejor’. Hoy, cuando oigo mi primer álbum, pienso que no estuvo mal para una niña de 19 años. El disco se grabó en Ámsterdam, pero la mezcla de hecho se hizo en Los Ángeles y Nueva York. Lo más difícil fue lograr un equilibrio entre el sonido de mi sax y lo demás. Fue duro. Actualmente me encuentro en posición de poder invitar a colaborar a músicos muy buenos y los resultados se notan.
“Los JB Horns siempre han sido mis favoritos. Quería tocar con ellos y se lo comenté a Maceo Parker. Le pareció muy buena idea, pero puso como condición que yo lo volviera a acompañar en su gira. No lo tuve que pensar mucho.
“Después de lanzar un disco te metes a una especie de maremoto de obligaciones, de cosas que la compañía disquera organiza y maneja. Como la aparición en la televisión, por ejemplo. Eso me parece horrible. Una entrevistita aquí, una tocadita allá. Todo el tiempo hay que reírse frente a la cámara. El aspecto comercial de la música no me causa ningún placer. Ese tipo de cosas casi te hace olvidar lo bonito que es hacer música.
“En determinado momento, justo cuando pienso que me voy a volver loca, salgo de gira. Lo mejor es salir, alejarte por completo. Entonces ya nadie te puede llamar ni ponerse en contacto contigo. En cuanto cruzas la frontera te olvidas de todo eso. Muchas veces hasta he llegado a pelearme con mi mamá, Inge, que también es mi mánager. Las dos estamos irritadas y hemos trabajado mucho y entonces quiero olvidarme de todo.
“Llevo mucho tiempo en los escenarios, pero aún puedo sorprenderme. La última vez sucedió en un festival en Suiza. Me dieron el mismo horario que un intérprete importante de dance, creo que era Tricky. Me imaginé que todo mundo lo iría a escuchar a él y que hacia el final del concierto me llegaría algún resto de su público. Pero no, una hora antes del inicio mi sala estaba llenísima. Por mí. Realmente sé valorar eso.
“Aún oigo mucho la música de Sonny Rollins, Charlie Parker y David Sanborn, porque son músicos con una gran imaginación. Parker, por ejemplo, soltaba cantidad de notas nuevas en un acorde sencillo. Eso se me hace dificilísimo. La mayoría de las veces toco las notas que más tengo a la mano. En ese sentido también admiro al otro Parker, a Maceo. También él es capaz de sacar notas que uno no esperaría en un momento dado. O también de entrar en la segunda parte de una frase o de repente en la cuarta. Quisiera dominar algo así. Me haría muy feliz.
“Nunca toco lo mismo en los conciertos. Mis fans se darían cuenta de ello. Trato de sacar cosas nuevas para sorprender. La única crítica que mi papá ha expresado a lo largo de todos estos años sobre mi trabajo fue una vez después de un concierto. ‘Ahora te clavaste un poco en la rutina’, me reprochó. En efecto traté de salirme por la fácil. Ahora me cuido mucho de no cometer ese error.
“Una vez me encontré en el mismo escenario con Kenny G. Vaya, ese hombre no supo realmente qué hacer conmigo. Estábamos tocando para Luther Vandross. En ese tipo de presentaciones a cada quien le toca su turno para interpretar un solo. No hay más competencia que eso. Y Kenny G se negó a tocar, de alguna manera u otra se sintió amenazado por mi ejecución o mi presencia. Yo empecé a tocar una pieza y ahí él desertó. Estuvo feo.
“Me gustaría tender un puente entre el pop y el jazz. No quiero que la gente piense que conmigo van a recibir una noche de jazz intrincado. Yo interpreto funk, jazz y pop. Pero mi intención es que los jóvenes a través de mi música se interesen por el jazz. Les doy una probadita del género. Por mi papá yo me acerqué al jazz, pero me hizo falta la música de David Sanborn para valorarlo realmente. ‘Así quiero sonar’, pensé en aquel entonces. Ahora ha llegado a suceder que me hablen por teléfono chavos que quieren tocar como yo, pero sólo les tengo una recomendación: ‘Escuchen a Charlie Parker’.
“Tocar con todo tipo de músicos es muy bueno para aprender a manejar muchas situaciones. De Van Morrison aprendí bastante. Es un hombre muy amable. También Dave Stewart me pasó mucha energía. Nunca se está quieto, siempre tiene ideas excelentes. Es una fuente de inspiración. A pesar de que está muy mal de salud nunca se queja. Siempre me da buenos consejos. Hay pocas personas a las que les acepto sus críticas: a mi papá, Hans; a mi mamá, Inge, y a mi compañero Thomas. Me interesan las críticas constructivas. No hay nada más tonto que bajar cansada y sudada del podio y que alguien te diga: ‘Tengo que señalarte algunas cosas’. Eso realmente me deprime, porque no me sirve de nada. Mi papá ha desempeñado un papel importante en mi carrera musical, al igual que mi mamá. No podría tener mejor mánager que ella. Inge siempre está muy cerca de mí. Puedo tratar cualquier cosa con ella”.
Candy Dulfer es una belleza rubia y ojiazul que con sensualidad nos abre los labios en las portadas de sus discos, acompañada con el brillo metálico de un saxofón entre las manos. La lista de la gente con la que ha colaborado habla por sí misma: trabajó con Prince en vivo, en el estudio y en un video; ha soplado, y de qué manera, el saxofón para Pink Floyd y Van Morrison. Todos ellos la llamaron por referencias recibidas. Sin embargo, pasar de celebridad en celebridad como músico de acompañamiento no es su meta. Lo más importante para ella sigue siendo presentarse en un club con su propia banda y tocar un buen solo de sax.
VIDEO: Candy Dulfer – Dave Stewart – Lily was here (2001) Live, YouTube (Dutch Music Channel)
Para Michael Brecker, la fusión se volvió desde el comienzo de su carrera el género preponderante en su vida jazzística con composiciones muy complejas, dinámicas, ricas, melódicas y distintivas. La evolución que siguió por diversos grupos (Steps, Steps Ahead, Brecker Brothers, etcétera) se orientó hacia la fusión eléctrica y la tecnología digital.
Estos grupos le proporcionaron el marco ideal para lanzarse como solista. Cuando la compañía Impulse! le hizo la oferta de grabar en 1987, no la desperdició, máxime cuando en la historia de esta compañía disquera aparecen discos de John Coltrane y McCoy Tyner, a los que el saxofonista brindaba particular admiración.
Desde entonces aparecieron Mike Brecker (el cual contiene básicamente un jazz acústico con pocos rebuscamientos estructurales), Don’t Try This at Home (que representó el intento por desarrollar algunas de las ideas que sólo quedaron señaladas en el primer disco), Now You See It…Now You Don’t (basado en un concepto algo diferente derivado de la primera composición del álbum, «Esher Sketch»; aquí trató de componer utilizando más de dos tempos y sensibilidades diferentes, lo cual daba opciones extras al escucha) y después, para festejar sus diez años dentro del sello, lanzó Tales from the Hudson (Impulse!, 1996).
La primera lectura que se puede hacer de este disco es que Brecker no buscaba el efecto gratuito y se mostraba con más identidad de lo habitual. Las piezas con las que abría el nuevo álbum resultaron del todo promisorias. «Slings and Arrows» fue la mejor vía para rendir tributo a una de sus mayores influencias: John Coltrane.
La improvisación en su máximo esplendor, muy bien comprendido y acompañado por un impresionante Jack DeJohnette en los tambores, el maestro Dave Holland en el bajo y Joe Calderazzo en el piano.
En «Midnight Voyager» el saxofonista desaceleró el tiempo sin menoscabo alguno de la intensidad. El solo que efectuó con el tenor fue, como dirían los músicos estadounidenses, short and sweet. Breve pero sustancioso, lleno de poder y provocando al escucha.
En «Song for Bilbao» entraron al quite McCoy Tyner al piano, Don Alias en las percusiones y Pat Metheny en la guitarra y sintetizador respectivo. Autor este último del tema en cuestión, realizó un solo idéntico al de su grabación original. Tyner y Alias le pusieron la crema y la cereza al pastel.
El resto de las composiciones («Beau Rivage», «African Skies», «Introduction to Naked Soul», «Naked Soul», «Willie T.» y «Cabin Fever») pusieron a Michael Brecker en el justo sitio que merecía dentro de una carrera siempre en ascenso.
En el de un músico para quien el ritmo y la improvisación fresca, ocurrente y plena de sus referencias más queridas, eran los elementos esenciales y no mero adorno. En Tales from the Hudson, Brecker extendió el alcance de sus horizontes con un sax tenor esplendoroso. Mismo que extendió por otros siete álbumes (hasta Pilgrimage) y que calló, tras su fallecimiento, el 13 de enero del 2007, a la edad de 58 años.
VIDEO: Midnight Voyage – Michael Brecker – Tales From The Hudson, YouTube (Claudio Tisiera)
Diana Burta nació en Groningen, en el norte de los Países Bajos, y comenzó con el jazz a muy temprana edad. A los 12 años ya tocaba el piano y cantaba todos los temas de Peggy Lee, Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald. Sin embargo, no pensaba en convertir su afición en algo definitivo. No obstante, las mismas circunstancias la llevaron a la profesionalización, al aceptar la invitación de unos amigos de sus padres para aparecer en unos shows de radio cuando cumplió los 18 años de edad. La respuesta del público la animó a intentar la carrera dentro del género.
Habla la posible Diana:
“El jazz siempre me gustó. Desde niña. Mis padres tenían una gran cantidad de discos y de libros al respecto. No eran músicos, pero sí mostraban mucho interés en la música sincopada. Mi padre me sentaba en la sala con él. Ponía un disco cualquiera y me contaba alguna historia relacionada con el álbum o el artista. Esos eran mis cuentos para antes de dormir. Así que mi gusto por tal música siempre tuvo bases sólidas. Eso me llevó también a estudiar el piano. No para hacerme profesional, sino para darme un gusto personal y tocar los temas que a mí me gustaban.
“Cierta vez, siendo adolescente, junto con unos amigos organicé una excursión veraniega a los Estados Unidos. A Nueva York, para ser precisa. Quería conocer los clubes legendarios y escuchar a algunos músicos. Mis padres avalaron el viaje, contribuyeron económicamente y me diseñaron una tour verdaderamente apetitosa. Así que, con otros tres amigos, me lancé a conocer los lugares de mis personales ‘Mil y una Noches’. Dejamos Europa en julio y volveríamos un mes después.
“Nos instalamos en un hotel de Manhattan y comenzó la expedición esa misma noche. Veinte días después ya acumulaba alrededor de cien horas de escucha en los sitios históricos tanto como en los clubes de moda. Tenía miles de anécdotas que contarles a mis papás, además de muchos discos de regalo. Todos estábamos contentos, extasiados, desvelados y rebosantes de música. El último viernes nos regodeamos en el bar del hotel con la plática sobre el último concierto al que habíamos ido. Luego mis amigos se fueron a dormir. Yo me quedé todavía un rato escribiendo una postal.
“Se me pasó el tiempo y cuando me di cuenta el lugar estaba vacío, con decirles que hasta las rubias con pinta de putas habían desaparecido. Y eso que ahí se la vivían. No estaba cansada o demasiado tal vez, el caso es que no tenía sueño. Subí a mi habitación, me cambié rápido y salí a la noche neoyorkina. En el vestíbulo había recogido el anuncio de la presentación de un músico al que admiraba y estaría en un bar cercano. Pedí un taxi y le indiqué a dónde llevarme.
“Tenía que ir a pesar de lo que mi papá me había dicho al respecto de él. Ya sabes, la idiotez juvenil. Recordé lo que comentó: ‘Jimmy es un tipo enorme. Un buen pianista, pero un snob horroroso. Le gusta la adulación incondicional y sólo toca muy poco del jazz que sabe. En vivo se dedica sólo a saludar a los famosos o a quienes considera importantes. Así no hay quien lo aguante. Me gusta mucho oírlo en discos, pero en escena te dan ganas de romperle el piano en la cabeza’.
“Abordé un taxi viejísimo que olía como si acabara de vomitar alguien dentro. Es curioso, pero es un olor regular cuando decides viajar de noche en esos vehículos. Es algo deprimente, tanto como lo fue esa noche de viernes en que las calles estaban tan tristes y solitarias. Apenas si vi a alguien. De vez en cuando se cruzaban un hombre y una mujer tomados de la cintura, o una pandilla de tipos riéndose como hienas por alguna causa. Nueva York es terrible cuando alguien se ríe así de noche. La carcajada se puede oír a manzanas y manzanas de distancia.
“Era un club de tamaño regular del que había leído mucho, pero que por el precio del cóver no había entrado en nuestra visita. Sin embargo, por ser la última noche y haberme sobrado algunos dólares quise darme el gusto. A pesar de ser tan tarde el lugar estaba a reventar. Casi todos los asistentes eran jóvenes, probablemente universitarios, probablemente también en los últimos días de sus vacaciones, como yo. Estaba tan lleno que apenas pude dejar mi chamarra en el guardarropa.
“Por la misma cantidad de gente el sitio irradiaba ruido. Todo el mundo opinaba en voz alta cómo estaba tocando Jimmy. Cuando él ponía las manos encima del teclado al parecer todo mundo tenía que exclamar algo, como si estuvieran en una arena de box o algo así. Yo sentí que lo que tocaba no era para tanto, pero… Había tres parejas esperando mesa y los seis se mataban por ponerse de puntas y estirar el cuello para poder ver a Jimmy. No deja de ser gracioso ver a gente adulta hacer cosas de niños y más cuando son varios.
“De cualquier manera los dueños de lugar habían colocado un enorme espejo delante del piano y un gran reflector dirigido a él para que todo el mundo pudiera verle la cara mientras tocaba. Los dedos no se le veían, pero la cara, eso sí, como en aquellas películas de los años cincuenta cuando el protagonista tenía que tocar el instrumento, pero el actor no sabía hacerlo, entonces sólo le hacían tomas del rostro para ver sus expresiones y mostrar con ellas la emoción que le imprimía a su interpretación.
“Una ingenuidad cinematográfica ahora reproducida en un club nocturno de Nueva York. ¿A quién le importaba tanto la cara del músico como para tal despliegue escenográfico? Quizá sólo a él, pero de ello me daría cuenta más tarde. No estoy segura de qué pieza era la que tocaba cuando entré, pero sí de que fuera la que fuera la estaba destrozando. En cuanto llegaba a una nota alta empezaba a hacer unos arpegios y unas florituras que daban asco, pero no se imaginan cómo le aplaudieron cuando terminó.
“A mí me dieron ganas de volver el estómago, pero los otros se pusieron como locos. Era el mismo tipo de cretinos que en el cine se ríen como condenados por cosas que no tienen la menor gracia. Les aseguro que si yo hubiera sido la pianista o la actriz me reventaría que esos imbéciles me consideraran maravillosa. Hasta me molestaría que me aplaudieran. La gente siempre aplaude cuando no debe y en el jazz se nota mucho cuando lo hacen los que saben y los que no. Por eso los músicos luego no ofrecen lo mejor. ¿Para qué esforzarse con un público así?
“Pero como les iba diciendo, cuando acabó de tocar todos se pusieron a aplaudirle como locos. Jimmy se volvió y, sin levantarse del taburete,la actriz me reventar o el acdo la pianista, o el acacia. ioss la emocir ver a Jimmyntura, o una pandilla de tipos ri hizo una reverencia falsísima, como muy humilde. Como si además de tocar el piano como nadie fuera un tipo sensacional. Fue cuando me acordé de las palabras de mi padre. Así que tratándose de un snob de primera categoría, la cosa resultaba bastante hipócrita. Pero, en cierto modo, hasta me dio lástima porque creo que él ya no sabe siquiera cuándo toca bien y cuándo no.
“Aunque me parece que no toda la culpa es suya. En parte es culpa también de todos esos cretinos que le aplauden como energúmenos sin que haga nada en realidad. Aquello me deprimió tanto que estuve a punto de recoger mi chamarra y regresar al hotel, pero aún no tenía sueño y no quería estar vueltas y vueltas en la cama o viendo televisión. Fue entonces cuando comencé a pensar en mi futuro. Ahí en medio de un bar lleno de villamelones y de un músico autocomplaciente se perfiló mi vida.
“En ese momento uno de los meseros me interrumpió el pensamiento para avisarme que mi mesa estaba lista. Era un lugar infame: pegado a la pared y justo detrás de un poste tremendo que no me dejaba ver nada. Era una de esas mesitas tan arrinconadas que si la gente de al lado no se levantaba para dejarte pasar —y que siempre trata de evitarlo— tienes que trepar prácticamente a su silla, tanto para llegar a tu asiento como para salir de él. Olvídense de las ganas de ir al baño.
“Pedí un daiquirí bien helado, que es mi bebida favorita. El bar estaba tan oscuro que hubieran sido capaces de servir un whisky a un niño de seis años. Por eso ni la edad me preguntaron. Mejor para mí. Además, ahí a nadie le importaba un comino la edad que tuvieras. Estoy segura de que podías inyectarte heroína si se te daba la gana sin que nadie te dijera una sola palabra. Estaba tan incómoda que me puse a pensar en todas esas cosas y otras peores.
“Me sentía rodeada de cretinos. En serio. En la mesa de la izquierda, casi en mis rodillas, había una pareja con una pinta un poco rara. Eran de mi edad o quizá un poco mayores. Se les notaba en seguida que bebían muy despacio la consumisión mínima para no tener que pedir otra cosa. Como no tenía nada que hacer, me puse a escuchar lo que decían. Él le hablaba a la chica de un programa de televisión que había visto la noche anterior. Se lo contó con pelos y señales, los chistes malos y creo que hasta con los comerciales, el muy desgraciado.
“Era el tipo más pesado que he oído en mi vida. A su pareja se le notaba que le importaba un carajo el susodicho programa, pero como la pobre era tan fea no le quedó otro remedio que tragárselo aunque no quisiera. Las mujeres feas a veces la pasan muy mal, las pobres. Me dan mucha pena. Sobre todo cuando están con un cretino en un bar de jazz que les está encajando un rollazo acerca de un programa malo de televisión.
“De repente empecé a sentirme como una idiota, sentada ahí en medio de todo el mundo. No había otra cosa que hacer que fumar y beber. Llamé al mesero para pedirle mi cuenta y para que le preguntara a Jimmy si podía hablar con él. Era mi última oportunidad para resarcir su imagen para conmigo. El mesero no se volvió a parar cerca de ahí, a pesar de que le di una propina inmerecida, tampoco estoy segura que le haya dado el recado a Jimmy. Los meseros son unos ojetes.
“Aunque a la mejor sí se lo dio, pero como yo no era alguien conocida ni famosa ni la molestia se tomó en contestarme. Eso me volvió al pensamiento sobre mi futuro. Regresaría a mi país, sería pianista de jazz, fundaría con muchos esfuerzos un club a mi medida y deseos. El bar estaría separado de la sala donde tocaría yo con músicos invitados, Para asegurar que quienes ahí se sentaran realmente iban a escucharme y no a beber o a platicar teniéndome como música de fondo”.
Diana Burta acaba de celebrar el enésimo aniversario de su famoso bar en Bruselas. Uno que se caracteriza tanto por el nivel de los músicos que ahí se presentan como del público asistente, conocedor, crítico y exigente. Un concepto radicalmente distinto de la escena estadounidense. Mismo para el que han tenido los mejores adjetivos los propios jazzistas de la Unión Americana que han tocado en el lugar. La combinación jazz-alcohol fue un invento de los gángters que controlaban escena y tráfico en la tierra del Tío Sam, fórmula que en Europa ha tratado de romperse con ejemplos como el de Diana, quien al finalizar sus actuaciones baja del podio para saludar e intercambiar algunas palabras con el público asistente.
VIDEO: Diana Beerta (Diana Burta) Meet Friends Remastered By BvdM 2019 (Berry van de mast)
«Louis Armstrong dijo que la temprana música de Nueva Orleans es el cimiento del jazz y que entre más se acerca uno a tocar así, más se acerca al jazz. Al leerlo la primera vez, pensé que sólo quería que todo mundo tocara el viejo estilo. No se refería a eso. Se refería, en primer lugar –conjeturé–, a la concepción comunal de la improvisación. Mucha música llamada jazz no tiene eso. En segundo lugar, un ritmo orientado al baile, cierto compás y actitud en el ritmo, un swing, optimismo frente a la adversidad, no el concepto de la explotación comercial. En cuarto lugar, una especie de carácter mundano en la concepción de la música, mejor representado por Duke Ellington.
«La suya es una obra muy sofisticada que maneja música procedente de todo el mundo, que aborda cierto tipo de virtuosismo y sofisticación en términos de técnica desarrollados por la música de Nueva Orleans. Con ella trataba los elementos esenciales: la llamada, la respuesta, los obligados del clarinete, el blues, el gruñido de los trombones, un swing feliz, el misterio de la música, la melancolía… Duke Ellington es el jazz. Hablo de él porque representa de manera completa lo que el jazz es realmente: la piedra de toque de la improvisación grupal, la vocalización y el optimismo del swing».
WYNTON MARSALIS (1982): Luego de su impresionante aparición en los Jazz Messengers de Art Blakey en 1980, el joven trompetista oriundo de Nueva Orleans (nació en Kenner, Louisiana, el 18 de octubre de 1961) hizo su debut discográfico a los 20 años con el álbum que lleva su nombre, para la CBS bajo la producción de Herbie Hancock. De salida ganó el título de «Músico del año» otorgado por la revista especializada Down Beat.
Su estilo virtuoso (producto de sus estudios de música clásica, en la que también ha grabado) evocó sin restricciones a sus ídolos teóricos y prácticos y a los grandes trompetistas del bop como Dizzy Gillespie, Clifford Brown y al revolucionario Miles Davis. La mitad de esta obra fue grabada con Ron Carter (bajo), Tony Williams (batería) y Herbie Hancock (teclados) y con el grupo de Marsalis en la segunda parte. Más adelante en el mismo año, Wynton y Branford Marsalis (sax) aparecieron con su padre, Ellis (pianista), en el disco Fathers and Sons.
THINK OF ONE (1983): Producido por el propio Wynton. Continúa la veneración por la era del bop. La pieza del título es una gran composición de Thelonious Monk, interpretada brillantemente por el trompetista, lo mismo que «Melancholia» de Duke Ellington, a la vez que presenta algunas composiciones de su cosecha, de las cuales la más destacada es «Later».
HOTHOUSE FLOWERS (1984): Prosigue la veneración y se hace patente su cuidadosa actitud interpretativa. El L.P. contiene acompañamientos de cuerdas para sus inmaculadas versiones de piezas clásicas, tales como «Stardust» y «When You Wish Upon a Star» del compositor Hoagy Carmichael.
BLACK CODES (1984): Ahora ya tiene 23 años el genial trompetista. Gana un premio tras otro y presenta este cuarto L.P. como solista de jazz (paralelamente ha obtenido también premiaciones por sus grabaciones de música clásica). No obstante, su vertiginosa carrera aún parece estar en los comienzos. Hasta la fecha sólo ha sacado un jazz de calidad comprobada desprovisto de nuevas ideas, pero con un asombroso virtuosismo en su manejo de las formas convencionales. Ha demostrado madurez e inspiración no sólo como trompetista sino también como compositor. Sus raíces estilísticas se encuentran en el bop pos-Miles Davis: claro, con mucho swing y perfección calculada. Poco espacio a la espontaneidad, pero con tal cantidad de intelecto que hasta estorbaría. Su hermano Branford toca los saxofones.
MARSALIS STANDARD TIME (1987): Es soberano el manejo que la elegante estrella de la trompeta hace de una docena de reverenciados temas clásicos, desde «Caravan» hasta «Cherokee». Los nuevos, jóvenes y talentosos integrantes de su cuarteto tocan como el maestro: con virtuosismo y sofisticación, pulidos y muy cool. Alta cultura en lugar de entertainment negro. Sólo las baladas transmiten algo más que el simple deseo de impresionar con la velocidad, los trucos armónicos y las innovaciones rítmicas. «Autumn Leaves» sobresale por su acelere, un poco a contra swing.
Wynton Marsalis
THE MAJESTY OF THE BLUES (1989): Cuando el clan de los Marsalis entra en acción, siempre empieza a oler a Grammy. Tuvo que ser el homenaje al jazz tradicional de su ciudad (Nueva Orleans) el que sacara al trompetista Wynton de la solemne asimilación de su pasado. Se suelta y toca con humor, imaginación ejemplar y absoluta contemporaneidad, entre una marcha fúnebre y el blues (al cual Wynton nunca ha reducido a un esquema simplista y fácil).
THE RESOLUTION OF ROMANCE (1990): «Mi padre me enseñó que en la música sólo es posible lograr algo nuevo si se aprecian y dominan las obras de los grandes», afirma Wynton Marsalis. Fiel a estas palabras, el talentoso jazzista presenta obras de los grandes equipos de composición Rodgers/Hart, Lane/Lerner y Hillard/Mann. Acompañado por su padre en el piano y el discreto apoyo del bajo acústico y una batería tocada con escobilla, Wynton demuestra ser un maestro en estas piezas de los años cuarenta y cincuenta, las cuales forman parte –casi todas– también del repertorio de Frank Sinatra. Los clásicos como «Where or When» e «In the Wee Small Hours» logran una expresión absoluta de armonías y elegancia estilizada y conmovedora con estos arreglos escuetos y el tono suave y matizado de la trompeta de Wynton.
INTIMACY CALLING (1991): En este disco presenta una docena de brillantes clásicos. En «I’ll Remember April» Todd Williams toca el sax tenor y en «Crepuscule With Nellie» de Thelonious Monk, Wes Anderson se encarga del sax alto. En tres piezas Marsalis toca con sordina y demuestra ser un maestro también en esta técnica: en su propia composición «Indelible and Nocturnal», «Lover» de Rodgers y Hart y «When It’s Sleepy Time Down South», la cual es tratada con el mismo estilo viejo como «Bourbon Street Parade» de Paul Barbaris. Cada pieza recibe su propio tratamiento y desarrollo musical.
TUNE IN TOMORROW, THE ORIGINAL SOUNDTRACK (1991): las composiciones realizadas para esta película ponen de manifiesto el apego a la tradición tan proclamado por el trompetista. Se escucha una auténtica música de desfile callejero de Nueva Orleans, piezas que suenan como dixieland de los años treinta (y que así evocan claramente el ambiente de los locales del barrio francés), arreglos estilo Ellington («Big Trouble in the Easy») o reminiscencias de Mingus («Crescent City Crawl»). Se luce más como arreglista y compositor que como trompetista. Acompaña a los cantantes Shirley Horn y Johnny Adams.
SOUL GESTURES IN SOUTHERN BLUE VOLS. 1-3 (1991): Tres nuevos álbumes seriados dedicados a la tradición del blues sureño: Volumen 1, Thick in the South (con Elvin Jones y Joe Henderson); Volumen 2, Uptown Roller (el lado espiritual del blues sofisticado); y Volumen 3, Levee Low Moan (una grabación complementaria del espléndido The Majesty of the Blues.
Y sólo comenzaba…
VIDEO: Second Line (Joe Avery’s Blues) – Wynton Marsalis Quintet featuring Hank O’Connor and Frank Vignola, YouTube (Wynton Marsalis)
Durante muchos años, las cualidades necesarias para adentrarse en el mundo del jazz se consideraron prerrogativas netamente masculinas. Entre ellas estaba una agresiva confianza en sí mismo, con la disposición a lucir e imponer la capacidad y potencia de interpretación en el escenario. Otra era la concentración exclusiva en la profesión, incluyendo ausencias frecuentes de casa y el derivado abandono de la familia.
A lo ya mencionado se agregaba la capacidad de moverse en ambientes difíciles y peligrosos, como lo eran los clubes nocturnos, infestados de vicios y administrados muchas veces por gángsters. Con frecuencia a las circunstancias mencionadas se sumaba la posibilidad de beber vastas cantidades de alcohol, ingerir drogas duras o las dos cosas juntas, según el caso, sin dejar de tocar de manera coherente hasta el amanecer del siguiente día.
En el pasado, una mujer decidida a formar parte de la comunidad de músicos y a no dejarse intimidar por dicho ambiente duro e impregnado de humo, en el que los compañeros de trabajo solían ser puros hombres, con frecuencia tenía que pagar el precio de su osadía, con costos tendentes a ponerla en su lugar, tales como la pérdida de su respetabilidad, la cual encabezaba la lista, además de la desaprobación social y familiar, y a veces ser relegada al ostracismo.
*Fragmento de la introducción al libro Ellazz (.World) Vol. III, publicado por la Editorial Doble A, y de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos, bajo ese rubro.
La canción “Consolatory Dance”, fue el primer sencillo de promoción del grupo noruego Beady Bell. Se incluyó en la programación de la radio de aquel país durante varias semanas. Luego, presentaron el proyecto por primera vez en vivo en el club Blå de Oslo en sesiones organizadas por la compañía discográfica Jazzland. En ese entonces sólo se dieron a conocer unos cuantos temas. Hoy es todo un fenómeno no sólo en Escandinavia sino en todo el mundo. La cantante, compositora y productora Beate Leach ha sido pieza determinante, por sus múltiples cualidades, para que tal agrupación fijara su propuesta a nivel internacional.
Pensar que Europa pudiera algún día mostrar cambios en el jazz constituía hasta hace muy poco tiempo una auténtica fantasía. Sin embargo, las cosas han sido puestas en su lugar conforme el paso de los años, y para corroborarlo están todos los exponentes que ha tenido el jazz hecho en Noruega a través de la última década y propio desarrollo. Los nombres de Nils Petter Molvaer —el fantástico trompetista creador de atmósferas— y Bugge Wasseltoft —para quien el jazz ha sido un lienzo en que plasmar el arte musical—, destacan porque ambos prácticamente introdujeron la electrónica como un instrumento y parte del género. Le impusieron su cromatismo y, desde su surgimiento a mediados de los noventa, se puede decir que no han detenido su andar. Sin embargo, éstos son sólo algunos de los nombres producto de la evolución jazzística noruega, entre muchos otros.
Los músicos de aquel país europeo se instalan dentro de todas las tendencias que ha habido en el jazz del último siglo, desde el estilo de Nueva Orleans hasta el muy contemporáneo y electrónico que se escuchan en los clubes de dance y antros techno donde dictan ley los DJs y los remixes. De ahí ha surgido el grupo Beady Bell con la cantante Beate Leach. El suyo es un jazz que causa admiración por igual en el Viejo Continente, Asia o la mismísima Unión Americana. Un jazz que ha apostado por los cambios echando mano de todo el intercambio cultural que se da por aquellos lares gracias a su estratégica ubicación en el continente.
El reciente jazz noruego ofrece una alternativa al que se hace en los Estados Unidos. De cualquier manera, hay muchos buenos músicos que continúan desarrollando y trabajando los sonidos difundidos originalmente en diversas épocas por la tierra del Tío Sam. No cabe duda, que la tradición musical estadounidense es aún muy importante en este país, sobre todo la de los años sesenta y setenta.
Sin embargo, músicos como los de Beady Bell se han encontrado con una forma artística muy europea, la que toma en cuenta al mundo clásico, al folclor local y al pop, incluyendo la determinante influencia gitana. Así surge la mezcla del jazz con este universo que tiene como su fundamento la música contemporánea. Son instrumentistas de excepción con un tempo y una técnica sobresalientes, pero también la forma en que usan sus talentos hace que sólo sea música lo que fluya, sólo música. Su compacto debut constituye un auténtico compendio de la actual escena jazzística de aquella nación y los presenta como héroes que ya han tenido éxito internacional.
En la actualidad el jazz noruego es una combinación de sonidos acústicos y eléctrónicos; el look de sus representantes es más del pop posmoderno que del jazz tradicional; no le temen al soul ni a los sonidos de su tiempo a la hora de presentar su propuesta musical. Su incontenible avance tiene que ver con que se hayan desarrollado plenamente en sus instrumentos, aprendido, sabido más y querido mostrar sus propios conceptos musicales. Por supuesto el camino natural para ello era el jazz, puesto que es un género que exige más y en el cual se deben entender acordes complejos.
De ninguna manera los integrantes de Beady Bell consideran que haya limitantes para un músico. Para nada. “Los límites están en uno mismo”, han declarado cada uno por su lado. Para los exponentes, el jazz, el pop, el folclor, el electrónico o cualquier otro estilo no son más que colores diferentes dentro de la música. Así que toman cosas de todos ellos y a su mezcla la enriquecen con mucha improvisación.
El grupo Beady Belle es el resultado de la colaboración entre Beate Lech y Marius Reksjø, la cual comenzó en 1993 en la Universidad de Oslo, Noruega. Ambos eran estudiantes de música cuando empezaron a tocar en conjuntos como Insert Coin y Folk & Røvere. En este último proyecto Beate fue la cantante principal hasta 1999. (Folk & Røvere es un grupo de trip hop que estuvo de moda en aquel país).
En ese mismo año, Bugge Wesseltoft le pidió a Beate que grabara un disco para el sello Jazzland. Bugge, quien admiraba la bella voz de Beate desde hacía tiempo, le dio la libertad artística que requería para hacer el álbum que ella deseara. Beate pensó que la mejor manera de producir un CD era realizándolo todo ella misma, desde redactar los textos, componer, hacer los arreglos y la programación, grabar y producir. En vista de que contaba con un estudio casero decidió hacer la mayor parte del trabajo ahí, en su propia computadora.
Habla Beate:
“Mira. Para mí productos del futurismo musical son la industria y la eclosión tecnológicas desde hace años. El país de la electrónica ha tenido desde siempre el beneficio y apoyo de las vanguardias, pues ha estado abierto para ellas y para todos sus profetas, sin límites ni restricciones. Estos últimos pugnan sin descanso por dar rienda suelta a ‘la obsesión lírica de la materia’; por liberar a las máquinas de cualquier sujeción; por abolir la esclavitud del cliché y por divulgar la belleza del sonido artificial.
“La de la tecnología es una nación industrializada que ha asumido su condición intelectualmente y promovido el experimentalismo artístico interesado en el proceso de cambio y asimilación; en la manera de pensar, producir y escuchar la música. La triple orientación ha dado lugar a una intensa e histórica búsqueda en las relaciones entre música e industria de la high-tech, concebida ésta como la máxima manifestación cultural del nuevo orden mundial, el cual vino a romper con todo, incluyendo la rigidez sobre cómo debía escucharse la música.
“Aunado a teorías filosóficas y mediáticas iniciamos el cultivo global de todas las formas musicales contemporáneas, con un componente electrónico (en su grabación y ejecución) que les ha proporcionado una especie de hiperrealismo inmerso en el seno de la sociedad industrial de la que ha surgido, colmada de sus sonidos particulares, fascinada por su propia fuerza y creatividad, pero también atenta a su independencia artística.
“Por todo lo dicho, desde los años noventa, la electrónica se erigió como un irradiador importante para la música contemporánea —con todas sus definiciones y derivados—, plena de energía e imaginación. El desarrollo se observa por doquier y a ello cooperan las disqueras alternativas, los productores independientes y poco convencionales como nosotros, los bajos costos de los equipos y su democratización.
“Después de un tiempo de trabajar yo sola en ello, Marius Reksjo también empezó a involucrarse en el proyecto. Él se encargó del groove mientras que yo hice lo propio con las melodías, las armonías y las letras, con unas cuantas excepciones. La mayor parte de las grabaciones tuvo lugar en mi departamento de Oslo, así que decidimos ponerle Home al álbum. Las cuerdas, el vibráfono y la batería se grabaron en la habitación de Bugge Wesseltorft. En vista de la cooperación que finalmente se dio entre Marius y yo, quisimos ponerle un nombre al dúo y lo llamamos Beady Belle.
“Para nosotros las revoluciones se dan tanto en el ámbito político como en el artístico. La única diferencia es que las revoluciones políticas sólo cambian las cosas por un tiempo antes de que todo vuelva a su estado original. Por el contrario, las artísticas modifican el lenguaje dentro del cual tienen lugar de tal manera que no es posible dar marcha atrás. El expresionismo, el existencialismo y el jazz, fueron tres formas de manifestación genuinas del siglo XX, transformaron de manera duradera el mundo del arte. Pero ahora estamos en el XXI.
“La música busca cambiar siempre. Particularmente en Noruega, de donde obtenemos la mayoría de nuestras influencias, las fronteras entre las categorías artísticas se borran una y otra vez. Para mí el elemento distintivo del jazz es la improvisación. No obstante, el sentido y el marco que das a tu improvisación, ya sean sencillos o muy complejos, dependen totalmente de la persona que lo hace. Con el jazz y las demás formas musicales permito que todas mis experiencias se fundan de manera automática y las paso por un filtro para ver qué quiero hacer realmente con ello.
“Nosotros no disimulamos nuestras profundas raíces en el folclor noruego, si bien éste no domina sobre otras influencias. Y para mí ese folclor no sólo implica canciones sobre la nieve sino una tradición que abarca desde un compositor de campos sonoros electroacústicos como Arne Nordheim hasta Terje Rypdal y Arild Andersen, así como el grupo de rock Motorpsycho y el cuarteto electrónico Supersilent. Nosotros estamos inmersos en estas corrientes. Arne Nordheim fue un pionero que en los cincuenta manejaba elementos que músicos como DJ Spooky están redescubriendo actualmente He escuchado varias piezas de él, pero no lo conozco a fondo. En el extranjero ha de ser el compositor noruego más conocido después de Edvard Grieg.
“Noruega se ubica un poco fuera de Europa, en el límite del mundo. Quizá sea una tontería, pero es posible que realmente tenga que ver con el país el hecho de que la gente de aquí se inspire tanto a sí misma. Estuve trabajando con un cantante de folk hace tiempo en un dúo sencillo de voces. Nunca traté de copiarlo, pero la claridad de su tono me resultó impresionante y creo que de ahí deriva mi estilo interpretativo. La sociedad noruega no es muy urbana en su forma de vida. Oslo es la ciudad más grande. Pero la esencia de la música de vanguardia está muy desarrollada en ese sentido. A fin de cuentas, formamos parte del Primer Mundo”.
La música de este dúo contiene el groove del techno en todo su esplendor. Las canciones que componen su disco emanan elegancia y belleza, mientras las instrumentaciones de Marius Reksjo tejen una alfombra de cuerdas, bajos dub, efectos sonoros y sintetizadores, que ofrecen a la interpretación de Beate Lech el marco perfecto para su voz cristalina. Una obra sensible, jazzy, en la que cabe destacar también la poesía que se refleja en los textos.
VIDEO: Beady Belle – “Truth wide open” (Official Music Video), YouTube (Beady Belle)
Bobby McFerrin nació el 11 de marzo de 1950. En su familia siempre se fomentó entre sus integrantes el canto clásico. De joven, McFerrin prefirió tocar el piano, aunque siempre se sintió frustrado por la ventaja que Keith Jarrett le llevaba con sus improvisaciones.
Hasta los 27 años escuchó el llamado del canto. Se dio a conocer de golpe en 1982 por su participación en el Kool Jazz Festival de Nueva York, donde se produjo el legendario dueto con el trompetista Wynton Marsalis, grabación que se incluyó en el álbum The Young Lions.
Ese mismo año apareció su primer L.P. llamado Bobby McFerrin. En 1984 insistió en realizar una gira por Europa sin un solo músico de acompañamiento, lo cual puso a temblar a los organizadores, pues nunca se había hecho una cosa así. Él se mantuvo firme en su finalidad casi misionera: poner a girar a todos con el puro sonido de la voz humana.
La canción «Don’t Worry, Be Happy» fue un éxito rotundo comercialmente y también para su fórmula personal de lograr el triunfo. A comienzos de la década de los noventa, la música vocal pura terminó por establecerse completamente.
El siguiente disco de McFerrin, Medicine Music (EMI, 1990), luego de dos antologías, no fue el L.P. más emocionante en su variado repertorio. Después de sus anteriores y atrevidos experimentos con un canto al parecer con diferentes voces e improvisaciones scat sin texto alguno, ahora se ponía a cantar.
Lo hizo en el relax total –a veces acompañado por la Voicestra de diez integrantes–, e interpretó una música con sus propias palabras, como oraciones, las cuales consideró de manera consciente como provechosas para el cuerpo y el espíritu.
El gospel y los pasajes bíblicos desempeñaron el papel principal, y no sólo cuando el padre de Bobby, de 70 años entonces, participó en «Discipline» como primer cantante.
A pesar de ello, no fue posible hablar de un tranquilo tradicionalismo. «Yes, You» trató del amor físico, del sexo; y en «23rd Psalm», de las vibras de una divinidad femenina; hay cantos indígenas («Medicine Man») y auténticos coros tribales («He Ran All the Way»). Este fue un disco ubicado fuera de toda especulación comercial, y debió escucharse como tal.