Por SERGIO MONSALVO C.
BEATLES
FOR DUMMIES (V)
Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.
Por SERGIO MONSALVO C.
BEATLES
FOR DUMMIES (V)
Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.
Por SERGIO MONSALVO C.
Mientras el Dr. Christian Barnard realizaba el primer transplante de corazón y tenía lugar el Festival Pop de Monterey en California (el primer festival masivo del rock), este género y la industria de la alta fidelidad se complementaban para llevar a los álbumes a vender más que los discos sencillos. Al frente de dicha revolución se encontraban los Beatles, quienes con el lanzamiento del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band habían dado paso al disco conceptual, al rock como arte y al virtuosismo instrumental.
Las secuelas del disco, así como los ecos de su última aparición en vivo, eran el pasto de las informaciones cotidianas durante los años del segundo lustro de la década de los sesenta, años en que el uso de los alucinógenos dio inició el rock psicodélico.
Era de rigor su utilización para todo músico que se preciara de serlo, reflejándose en buena parte del rock que se hacía como una nueva estafeta para la contracultura. La conducta revolucionaria resultó a menudo la más constructiva de todas las conductas, poniendo en tela de juicio al sistema y subvirtiendo a la misma sociedad que cultivaba dicha conducta.
El artista —en este caso el rockero propositivo— presentaba una visión de algo que podía ser mejor de lo que era, sobre la base del respeto a la libertad individual. En ese momento de su historia se encontraban los Beatles con el uso del LSD, mediante el cual buscaban –a través de sus elementos químicos– expandir la percepción de la mente y explorar las posibilidades de los estados alterados para canalizar sus expresiones musicales.
La experiencia la venían realizando desde el tema «Doctor Robert», la llevaron a su clímax con el Sargento Pimienta, y buscaron diversificarla —atendiendo a la libertad creativa— con Magical Mystery Tour (el cual, por cierto, les redituó un fracaso) y con el futuro filme Yellow Submarine.
Cuando en el mundo estallaba la Guerra de los Seis Días entre árabes e israelís; cuando los estudiantes de las más diversas latitudes encabezaban revueltas en sus países; cuando manos reaccionarias asesinaban a Martin Luther King, a los Beatles los absorbían sus nuevos negocios: Apple Records y su tienda de moda.
A lo largo del año (1968) sólo habían pisado los estudios de Abbey Road en una ocasión para grabar un nuevo sencillo («Eleanor Rigby») y ciertas piezas aún tambaleantes para Yellow Submarine, el proyecto de la película de dibujos animados basada en su música.
El asunto había sido aprobado por Brian Epstein para proporcionar a la United Artists la tercera película de los Beatles que todavía le debían. Sin embargo, la cosa no marchaba, no tenían ánimos para hacerlo, y lo peor de todo, tampoco interés.
Reeditaron el tema principal, «Yellow Submarine», y resucitaron «All You Need Is Love», pero con ello no completaban el material suficiente para el lado A del disco —soundtrack de la cinta—. George Harrison de manera exprés escribió «It’s Only a Northern Song», y el resto de los temas surgió más o menos de la misma manera: «All Together Now», «Hey Bulldog» o «It’s All Too Much».
El lado B del álbum consistió en canciones del grupo arregladas de forma instrumental por George Martin: «Pepperland», «Sea of Time & Sea of Holes», «Sea of Monsters», «March of Meanies», «Pepperland Laid Waste» y «Yellow Submarine in Pepperland».
Para los Beatles, la música ya no era la prioridad. Al año siguiente de cualquier modo se estrenó la película —especie de summum de la estética pop—, y de manera sorprendente se convirtió en un éxito. El guión había sido escrito por Erich Segal, novelista de enorme popularidad (Love Story, entre otras), y trasladaba la lírica beatle a un reino de auténtica y original fantasía. Las voces del grupo fueron dobladas y la película se estrenó el 17 de julio de 1968.
Los Beatles, como personajes de dibujos animados, se convirtieron así para muchas personas en figuras memorables. El disco, con sólo cuatro nuevos temas, apareció en el mercado el 13 de enero de 1969, y quizá marcó de manera señera el comienzo del fin del Cuarteto de Liverpool. Para ellos ya nada volvería a ser lo mismo, a partir de entonces.
VIDEO: The Beatles – Yellow Submarine, YouTube (The Beatles)
Por SERGIO MONSALVO C.
BEATLES
FOR DUMMIES (III)
Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.
Por SERGIO MONSALVO C.
BEATLES
FOR DUMMIES (I)
Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.
Por SERGIO MONSALVO C.
“ANNA”
Arthur Alexander fue ejemplo de individuos solitarios, compositores sensibles, pero sin esperanza. Reflejaba el carácter particular del artista natural pero contenido y despreciado por un ambiente espeso, hundido en medio de una población provinciana, rural, con fenómenos sociales añejos, acendrados y quizá insolubles, como el aislamiento (y sus consecuencias culturales), la discriminación racial y de clase, el conservadurismo que permeaba cualquier forma de desarrollo colectivo y, por supuesto, la pobreza.
Alexander nació en un medio infame, en Florence, Alabama, en mayo de 1940. Un estado en el que los negros sólo podían aspirar a ser pobres, ligeramente por encima de la indigencia. Así creció Arthur como hijo de un músico y cantante de blues y góspel, que no quería lo mismo para su vástago. Pero el joven se empapó con aquella música que hacía su padre y con la que escuchaba en la radio (hillbilly y country). Sin estudios, tuvo que ganarse la vida en trabajillos diversos por las mañanas y cantando en bares durante las noches.
De esta manera se encontró un día con Rick Hall, un joven productor independiente que acababa de montar un estudio de grabación (FAME) en un viejo almacén de tabaco en la cercana localidad de Muscle Shoals. Alexander le confesó que tenía algunas canciones y Hall le pidió que le cantara algunas de ellas. Fueron al bar del hotel, Hall les dio una propina a los músicos de la casa para que acompañaran a Alexander. Cuando éste terminó de cantar “Anna” El productor se quedó callado para luego afirmar: “Tenemos un éxito”.
Ahí, en el corazón de Muscle Shouls se acababa de inventar el country soul, el soul sureño. “Anna” fue una de las primeras grandes baladas soul, incluso está más cerca de un tiempo-medio que una balada lenta. Al igual que varias de las canciones de Alexander, llegaría a ser más famosa en versiones hechas por otros artistas que en su propia interpretación original. Aunque en realidad tuvo cierto éxito cuando se publicó por primera vez en 1962, llegando al lugar 68 en las listas pop y en el 10 en las de R&B.
La derrama artística de Arthur Alexander, sin embargo, va más allá de las versiones que grandes estrellas hicieron de sus canciones, su legado se muestra en la influencia que tuvo en esos grupos y cantantes y en la propia historia del soul sureño. Su estilo era cálido y acogedor. “Sus canciones parece que te arropan como una manta suave durante una noche fría”, dijo alguien sobre él.
Con el uso de esta materia prima, el rock británico aprovechó la oportunidad para su propia fundamentación. Integró su versión de ambas músicas con base en los conceptos particulares sobre ellas y su cotidianeidad. No habría rock en la Gran Bretaña sin la música negra.
Y esa deuda sus adalides la han pagado con divisas ontológicas en forma de referencias, citas y mágicos cóvers. Históricos, la mayoría de las veces. Que exponen sus raíces, sus emocionados descubrimientos y apegados acercamientos estilísticos para luego encarar su propio desarrollo.
Los Beatles, lo hicieron con esa pieza. “Anna” era uno de los temas favoritos de John Lennon, de tal manera que formaba parte del repertorio regular de sus actuaciones de fogueo tanto en Hamburgo como en Liverpool. Como consecuencia estaba pulida en el estilo beatle y por ello fue grabada e incluida en su álbum debut, Please Please Me.
La pieza escrita e interpretada originalmente por Arthur Alexander había sido lanzada como single en septiembre de 1962. La versión realizada por el Cuarteto de Liverpool fue grabada en febrero del siguiente año, casi enseguida. Resaltó su valor como un excelente y auténtico cóver. Uno que evidenció con su revisitación el cambio de época.
“Los Beatles estábamos buscando nuestro sonido y ahí apareció el rhythm and blues lleno de soul. Eso es lo que solíamos escuchar entonces y es lo que queríamos hacer. Estábamos fascinados por esa música negra y para nosotros la cima de todo aquello fue Arthur Alexander”, confesó Paul McCartney.
George Harrison se encargó del riff, Ringo lo hizo con un fuerte beat y John Lennon llevó la voz cantante en ella (le añadió un dolor tortuoso que no está en el tema original). El crítico musical Ian MacDonald dijo, a su vez, que sonaba como “un joven apasionado intentando dominar con su voz una canción de hombre”.
Arthur Alexander, el creador de la canción (en la que volcó todas sus influencias), se convirtió en el primer cantante de Alabama en entrar en las listas de éxitos y en un cantautor prestigioso que escanciaría su talento en un sinnúmero de piezas memorables.
Tanto que pocos meses después los Beatles harían su versión, como ya se vio, y con el paso del tiempo infinidad de intérpretes. Entre ellos destaca la que hizo Roger McGuinn (nacido en Chicago como James Joseph McGuinn III el 13 de julio de 1942, y conocido a la postre como Roger McGuinn) para el tributo que el sello Razor & The Music antologó con material del compositor.
McGuinn era un músico de folk formado en su ciudad natal, que antes de intentar una carrera por su propia cuenta interpretaba canciones de los Beatles en los cafés neoyorquinos del Greenwich Village.
Inspirándose en George Harrison por su innovación en el tema “A Hard Day’s Night”, McGuinn decidió entrar al mundo del rock con una guitarra eléctrica de 12 cuerdas. Y lo hizo con The Byrds, los cuales inauguraron una nueva corriente rockera, el folk-rock, y se constituyeron en una incomparable agrupación que denotaba la influencia evidente de Bob Dylan, el estilo de los Beatles, el country and western y el rhythm and blues, con lo cual originaron lo que se denominaría el nuevo rock estadounidense.
Con la resonancia de la Rickenbancker de 12 cuerdas de McGuinn, también cantante principal, y una compleja armonía instrumental y vocal los Byrds marcaron un nuevo sonido y se dieron a conocer al mundo. La belleza de cuerdas y canto está presente en la versión de “Anna”, el tributo que McGuinn le brindó a Artur Alexander.
VIDEO SUGERIDO: Anna (Go To Him), YouTube (Te Beatles)
Por SERGIO MONSALVO C.
DISPARO AL INFINITO (II)
Revolver, pues, fue un disco rizomático. Independientemente de las experimentaciones místico-instrumentales, las hubo en igual medida con las psicotrópicas, musicales, tecnológicas y estéticas. La psicodelia había iniciado su andar a principios de ese año (1966, el 3 de enero, con el acid test que llevó a cabo Ken Kesey en el auditorio Fillmore de San Francisco). Durante la gira que hicieron por California, los Beatles se empaparon de la gestación del movimiento hippie y de la contracultura, de la que el LSD formaba parte.
El contacto con éste por parte del cuarteto, propiciado por el odontólogo de Harrison, John Rilley, quien se los dio a probar con el café durante una cena en su casa (y al que “homenajearon” con el tema “Doctor Robert”), fue el causante de la creación de canciones y letras de las mismas, inspiradas por las exploraciones de los músicos con el ácido.
Están: “I’m Only Sleeping”, “She Said She Said”, “And You Bird Can Sing”, por parte de John Lennon, cuyo tema “Tomorrow Never Knows” es quizá el mejor modelo en tal corriente y que tiene como vaso comunicante la lectura del libro The Psychedelic Experience, de Timothy Leary, un manual basado en el Libro Tibetano de los Muertos.
A su vez, Harrison, con la ya mencionada “Love to You”, pero también con la pieza anti-sistema “Taxman”, que abre el disco y “I Want to tell You” (un enfrascamiento con el lenguaje), y Paul McCartney en el lado melódico y atenuado con “Here, There and Everywhere”, “Good Day Sunshine”, “For No One”, “Yellow Submarine” (con la voz de Ringo Starr) y con “Got to Get You Into My Life”.
Sin embargo, la cereza de tamaño pastel cultural, fue “Eleanor Rigby”. Este tema (cuyo antecedente musical fue “Yesterday”), del mismo McCartney, se significó en un aparte por dos aportaciones fundamentales para el género. Primero por encumbrar a una de sus más altas cimas al pop barroco (con tan sólo un lustro de existencia); y por hacer evidente que el rock había rebasado otra frontera, mostrando a plenitud su desarrollo como un organismo vivo de cultura en expansión, hacia todos lados.
Los usos de esta música en el disco son una prueba fehaciente de ello. El grupo, en plena explosión creativa utilizó, remodeló e innovó al género en varias de sus formas: el hard rock, el folk-rock, la balada amorosa, el pop de vaudeville, el rock psicodélico, el retro-pop, el rock sinfónico y el ya mencionado pop barroco. Los estilos se convirtieron en arcilla para este séptimo álbum beatle, en el que el rock pasó a un nivel superior en todos sus aspectos: en la forma de concebir la música, en la manera de grabarlo, en la forma de escucharlo.
Ello se debió a la madurez que habían adquirido como entes creativos y que como tales exigieron un trato diferente a la compañía EMI. Y lo primero de todo fue la libertad artística para realizar su obra, a lo que la empresa no pudo negarse dados los resultados. Se acabarían las giras y las presentaciones en vivo y tendrían más tiempo para grabar. El productor sería George Martin, quien los había acompañado hasta entonces, pero ahora como realizador independiente y tendrían los mejores estudios a su disposición, no como una oficina, sino como un instrumento más.
Martin fue el elemento ecualizador en la ebullición artística beatle. Puso a su disposición su refinamiento, su experiencia en diversos géneros, su conocimiento de la música, su oído, su visión, su capacidad y su genio al mando de los controles de grabación. Los Beatles lo retaron a la experimentación y él recogió el guante para hacer historia.
En la hechura de Revolver se emplearon 300 horas para grabar los apenas 35 minutos que dura el disco (el triple de lo que usaron para hacer Rubber Soul). Algo inusitado en dicha época. Como inusitado fue el resultado. Usaron las más altas tecnologías que había por entonces y al quedarles cortas inventaron nuevas. Hicieron de la palabra distinto algo concreto y de las palabras de sus canciones objetos de estudio. Las portadas de los discos fueron importantes para expresar el contenido (ésta a cargo de Klaus Voorman) y se facturó una obra maestra que reunió el talento de todos en un momento único.
VIDEO SUGERIDO: The Beatles – Tomorrow Never Knows (Subtitulada Español) HD, YouTube (TheUniversomerodea)
Por SERGIO MONSALVO C.
DISPARO AL INFINITO (I)
En el mítico canon del rock, el álbum Revolver de los Beatles ocupa un sitio incólume entre los diez primeros lugares. Desde el momento de su lanzamiento (agosto de 1966) hasta hoy (54 años después) se erigió de facto en una de sus obras maestras (y clásicas a la postre), por más de una razón. Marcó un antes y un después musical, el rock elevó sus pretensiones genéricas, significó un cambio de era y mostró una vía de desarrollo no sólo artística sino también humana.
En el arte lo importante no es ofrecer respuestas sino brindar preguntas, crear cuestionamientos, y entre más, mejor. Con el disco Revolver, el Cuarteto de Liverpool lo hizo a granel. “¿Y, en estas canciones, dónde está el rock?”, fue una de ellas, sobre todo por parte de quienes se habían quedado en su melodiosa época de la beatlemanía y con la imagen de sus apariciones en vivo en 1965 (del Shea Stadium, de Nueva York al Cow Palace, en San Francisco).
Con la nueva obra de los Fab Four se hizo evidente que el rock era un espíritu omnipresente y su figura lo contemplaba todo. Se expandía por doquier y en él cabía lo inimaginable. Ya no sólo era una manifestación juvenil, sino que en su dinámico crecimiento se incluían las preguntas por el Ser y Estar de cada uno en el mundo, por la existencia del Otro, por la vida interior y exterior, y debido a estas cuestiones se experimentó para averiguarlo y la música fue la compañera de viaje y la vocera principal de sus bitácoras, con expresiones, lenguajes y sonidos ignotos.
Revolver contenía dentro de sí, entre otras aportaciones, el hecho de un fenómeno cultural de enorme trascendencia. George Harrison escuchó el sonido del sitar indio interpretando un tema de los Beatles para el sountrack de Help! Ese sonido entre terrenal y proveniente de lo alto fue lo que llamó la atención del oído de George y firmó con él un magnífico pero muy limitado antecedente (“Norwegian Wood” en el disco Rubber Soul). Ese sonido, penetrando en el cerebro del músico, fue también el momento de una síntesis social (anglo-hindú) y el primer paso al conocimiento del Otro.
Ese otro era el hemisferio oriental descubierto a partir de entonces por una generación que buscaba respuestas y proyecciones místicas de la existencia. A Harrison le picó la curiosidad, se compró un instrumento y buscó a alguien que lo instruyera. En una cena de la comunidad artística londinense conoció a Ravi Shankar, el virtuoso indio del sitar, y lo convenció de enseñarle los rudimentos. Ravi aceptó, y con ello George se adentró en un camino que no sólo experimentaría él sino, a la postre, todo el Occidente.
Con el conocimiento del sitar vino también el de las ciudades indias como Cachemira, el principio de la inevitabilidad…: en fin, el de otra cultura. Por ese entonces la experimentación agregaba el elemento químico como instrumento del conocimiento interno. George realizaba de manera regular viajes con LSD y en ellos descubrió que el paisaje mental que la droga le producía era uno que ya había contemplado en la India, con sus seres y sonidos misteriosos.
Tales aventuras aseguraron la contribución que haría al legado beatle y que se imprimiría por primera vez en el disco Revolver de manera contundente: «Love You To». Una pieza que abriría el camino hacia las Indias Orientales. Así, George Harrison se convirtió en el Marco Polo del rock.
A partir de entonces el Oriente ha ejercido una influencia más que significativa para el género, sobre la base de que el hombre oriental se identifica sobremanera con las fuerzas primarias. Para la imaginería del rock, el Oriente se erigió en una tierra de sensibilidades expansivas. Con Revolver, por un lado, los rocanroleros recurrieron a la música y filosofía de la India como una ruta convincente hacia la unidad primitiva del universo, cuyo hogar es el eterno ahora, concepto del que el rock se ha nutrido desde un principio.
Por otro, el punto fundamental del álbum radica en que es un icono de la transculturación. Al ser escuchado por primera vez la pregunta general fue: ¿Qué instrumento es ese que suena en “Love You To”? La cuestión condujo a una travesía en la que muchos se embarcaron. Algunos buscaron en ese viaje respuestas y proyecciones místicas: la ley del karma, el budismo, Abraxas, la conversación con santones (como discípulos de diversos Maharishis o gurús instrumentales). Otros se fueron por el lado de la literatura (con las lecturas de Hermann Hesse, Carl Jung y de clásicos como el poeta Alfred Tennyson) y por el de la música, con su atrayente exotismo.
VIDEO SUGERIDO: Eleanor Rigby – The Beatles, YouTube (Canal de vitor021298)
PULSOR 4×4 / 14
(1967)
En 1967 estalló la Guerra de los Seis Días entre árabes y judíos (y aún no tiene trazas de acabar).
Ese año tuvo lugar el Festival Pop de Monterey, el primer concierto masivo de rock en la historia.
El Dr. Christian Barnard y sus colaboradores africanos (relegados a un discretísimo y racista tercer plano) llevaron a cabo el primer trasplante de corazón.
En 1967, el rock y la industria de la alta fidelidad se complementaron para llevar a los álbumes a vender más que los discos sencillos. Al frente de la revolución se encuentraron los Beatles con Sergeant Pepper’s Lonely Hearts Club Band, piedra angular que dio paso al disco conceptual, al rock como arte (musical y gráfico), al virtuosismo instrumental y al uso del estudio de grabación como un instrumento más.
El año 1967 fue también en el que, con el uso de las drogas, se inició el rock psicodélico. Fue de rigor para todo músico que se preciara de serlo, reflejándose en buena parte del rock que se hacía, en especial si provenía de la capital de la psicodelia: San Francisco. Nueva estafeta para la contracultura.
Junto con Grateful Dead y Country Joe and the Fish, Jefferson Airplane fue el grupo de más importancia en el sonido de San Francisco. Llevó dos temas a las listas de las diez grandes: «Somebody to Love» y «White Rabbit», un clásico. Los catalizadores del grupo eran la cantante Grace Slick y el guitarrista Jorma Kaukonen.
En poco tiempo, la cultura de la droga influyó también en la música que se hacía en Los Ángeles. Los Doors (que habían adoptado dicho nombre por la obra sobre exploración psicodélica de Aldous Huxley, The Doors of Perception), capitaneados por el poeta Jim Morrison, firmaron con el sello Elektra, especializado en música folk pero que quería probar fortuna en el rock.
El primer sencillo de los Doors fue el turbulento «Light My Fire», y llegó al número uno, pero sus posteriores creaciones no subieron tanto, porque las anárquicas letras de Morrison y su imagen marcadamente sexual no eran del agrado de los programadores de las radiodifusoras. No obstante, el grupo se convirtió en una de las mayores atracciones del mundo.
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Procol Harum, grupo que trepó desde las entrañas del club UFO de Inglaterra, donde compartían el escenario con el rock espacial de Pink Floyd, y con el estrambótico mundo de Arthur Brown, llegó hasta el primer lugar en cuestión de días. Su canción «Whiter Shade of Pale», que ensalzaba el éxtasis de la mente abierta, acabó vendiendo seis millones de discos.
Formado a partir del disuelto grupo The Paramounts, intérpretes del R&B, Procol Harum basaba su música en el peculiar estilo que tenía su pianista Gary Brooker, de cantar las melodías que él mismo creaba para las crípticas letras de Keith Reid.
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La figura cumbre de esta etapa del rock fue el insuperable guitarrista Jimi Hendrix. Descubierto por Chas Chandler, bajista de The Animals, éste lo convenció de trasladarse a la Gran Bretaña donde podría desplegar todo su potencial. Sus extraordinarias dotes quedaron claramente patentes. El productor le consiguió el acompañamiento de dos músicos ingleses (Mitch Mitchell en la batería y Noel Redding en el bajo) y el impacto fue inmediato con dos temas: la espectacular versión del blues «Hey Joe» y el tema que se convertiría en el emblema de la época, «Purple Haze».
VIDEO SUGERIDO: Jimi Hendrix – Hey Joe (live), YouTube (PriestJudasPriest)
(HARUKI MURAKAMI)
Haruki Murakami es el autor de un texto canónico cuyo personaje –Watanabe– recibe, con mucha jiribilla, el explosivo “regalo” de los recuerdos cuando escucha las notas de “Norwegian Wood” de los Beatles, en la magnífica novela Tokio Blues.
Una jiribilla que tendrá que ir descubriendo paulatinamente y que trae consigo la carga de emociones, lo mismo que de inquietudes, angustias, vacilaciones o la reinvención de los gestos cotidianos que vienen aparejados al recuerdo –como ya constató Borges al respecto memorioso–.
La memoria de cada uno es su pasado reconstruido. ¿Qué tanta injerencia puede tener, entonces, el sonido de unas notas en un recuerdo personal? Esto sólo se puede descubrir a la manera de Marcel Proust: describiéndolo. Es lo que hizo el doliente personaje de Murakami en su romántico periplo interno.
Y ese hilo vuelve a encontrar quien lo teja cuando la música acompaña a una imagen, que exalta, a su vez, la palabra para crear un recuerdo en la escritura de Hanuki Murakami, quien busca en un tiempo perdido salvar un instante.
Un instante de comunión entre dos seres jóvenes confundidos por la vida y sus extravíos, bajo el influjo de una canción memorable: “Norwegian Wood”. Las piezas de la música popular contemporánea, del rock en particular a partir de mediados del siglo XX, han alcanzado emociones y objetivos profundos. Han hecho visible la cruda manera filosófica mediante la cual nos afectan las cosas.
Han abierto un nuevo espacio para el conocimiento de “los sentimientos”. No sólo románticos, sino existenciales, de estar en el mundo y frente a él. La gente utiliza desde entonces la música para responder a cuestiones referentes a la propia identidad. Han sido –y son–, además, el espacio del placer estético contenido en una obra de dos o tres minutos.
Asimismo, tales canciones dan forma a la memoria personal, son parte del soundtrack de cada vida particular. Organizan “nuestro” sentido del tiempo y la intensificación de la experiencia del presente en cualquier época. Una de las consecuencias más obvias de todo ello resulta clave para recordar las cosas pasadas, desencadenan las asociaciones más intensas de tiempos idos.
Por estas muchas razones Murakami (uno de los mejores escritores contemporáneos) escogió “Norwegian Wood” como leitmotiv para una de sus obras, porque ésta es una de las piezas mejor construidas, redondas y exitosas de la época que evoca. Mediados de los años sesenta. Momento en que unos “nuevos” Beatles, sus creadores, propiciaban un gran cambio cultural con el disco Rubber Soul, que presentaba el tema.
VIDEO SUGERIDO: The Beatles – Norwegian Wood (Super Rare Version), YouTube (Johnny Bleed)
Los cambios incluían la apertura mental, la experimentación sonora, instrumental, genérica, visual y lírica. Sintetizado todo ello en la unidad artística, en la muda de formato del EP al LP, del single a lo conceptual. El hecho psicológico obligó al mundo a ampliar sus horizontes (conocimiento del Oriente, del Otro) y sus vocabularios (musicales, sociales, étnicos).
Asimismo, a documentar el paso de la adolescencia a la madurez a través de letras más profundas, introspectivas, serias, complejas y misteriosas. Éstas ya no sólo servirían para transmitir celebraciones o lamentos de amores primerizos, sino también información íntima, antagonismos, experiencias colectivas y sensaciones personales.
En “Norwegian Wood” no hay obviedades sino sugerentes indicaciones de ambientación, referencias evocadoras, seducción, rechazo y hasta la idea de venganza por lo mismo.
Murakami con el libro Tokio Blues, aprovecha la experiencia de aquella canción, la rememoranza que provoca, el instante de vida que retiene, para ubicar al lector en un lugar desde el cual asomarse a las grietas del espíritu humano joven, ante el umbral de la madurez (con sus relaciones amistosas, las responsabilidades que acechan, sus inquietudes amorosas y sexuales, los lados oscuros de la conciencia, los límites entre la razón y la locura, los diversos planos de la percepción, con la omnipresente música que lo acompaña todo: Beatles tendiendo hacia el Oriente, Murakami, hacia el Occidente).
Crea con ello un universo activo e hipnótico a la vez, sin terminar de verle el fin y con la sensación de haber tocado el sentimiento perfecto por un momento, para luego perderse.
Con este libro (y en general con su obra), Murakami abre al lector a las grandes preguntas y lo sitúa ante las grietas emocionales y éticas. Entre las preguntas está la de la identidad cultural de manera muy esencial («Nací y crecí en Japón, hablo japonés, como comida japonesa y hago todas las cosas que hacen los japoneses pero me gusta el jazz y la literatura occidental desde Dostoievski hasta Stephen King, ¿qué es oriental y qué es occidental?»).
Es, pues, un escritor acorde con el espíritu de los tiempos: cosmopolita sin complejos, mezclador de géneros entre lo real y lo onírico, evocativo y melancólico, con sensibilidad artística ante lo universal y ecléctico, de variado iPod musical, con humor y oscuridades.
Tiempos en los que estamos en un momento de derrumbe y reconstrucción, en los que es necesario retomar cosas para explicar el presente y cuestionar su habilitación.
Tiempos en que la intimidad es una utopía, el personalismo una patología, lo cotidiano un tema a flor de piel, con atracción por el diálogo y la compartición sin presencia, tarareando un blues en Tokio o en donde sea y hacia las identidades cambiantes, sintiéndose perdido por la traducción y plenamente ensimismado.
VIDEO SUGERIDO: The Beatles – Norwegian Wood Take 3 Accoustic Is This the Last Take?, YouTube (Amnestyvíahuh’s channel)