El de 1968 fue declarado oficialmente por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el Año Internacional de los Derechos Humanos. Fue un año bisiesto. Sin embargo, para la historia social del mundo y para su memoria fue el año de la revuelta. Ésta se dio por doquier, con resultados ambivalentes en sus diversos escenarios. Dicha circunstancia tuvo en la música su pulso y su sonoridad, su soundtrack: 68 revoluciones por minuto (rpm).
El profesor británico Tony Judt (Londres, 1948-Nueva York, 2010), el más reconocido historiador del siglo XX, a nivel mundial, escribió lo siguiente en su libro Postguerra: “El contenido de la música popular en aquellos años era muy importante, pero su estética contaba aún más. En los sesenta la gente prestaba una atención especial al estilo. La novedad de la época fue que éste podía sustituir directamente al contenido. Se trataba de una música que se rebelaba en su tono, se amotinaba. La música, por decirlo así, protestaba por uno”.
No hay movimiento alguno sin banda sonora, sin soundtrack. Es decir, ninguna corriente sociopolítica, ninguna acción cultural, ningún levantamiento de voz en el ámbito que sea tendrá significancia o trascendencia si no es acompañado, envuelto y avalado por una música característica.
Los discos que a la postre serían clásicos y emblemáticos de ese año de definiciones, estilos, creación de géneros, corrientes, movimientos y revoluciones grandes y pequeñas hicieron de dicho lapso en el tiempo un hecho histórico irrepetible, el cual comenzó en enero con dos buenas noticias: el segundo trasplante satisfactorio de corazón humano realizado en Sudáfrica y en Checoeslovaquia el inicio de La Primavera de Praga.
La revuelta brotaría aquí, allá y en todas partes en el mundo durante los siguientes meses (“El rayo cayó sobre París, pero fue un fenómeno universal. La tormenta venía de lejos y sigue rondando alrededor de la tierra”). La sonoridad de aquellos días aún reverbera en la bitácora humana (SMC).
*Fragmento de la introducción al libro Soundtrack de la Revuelta. La primera edición fue publicada online en el año 2013 en el periódico Expresso de Oriente. La segunda, por entregas, en el blog Con los audífonos puestos, en el 2018, y en la Editorial Doble A con motivo del 50 aniversario del emblemático año de 1968.
Para llegar a los logros que podemos contar hoy en día, pocos o más, hubo que pasar por muchos años 68, revelándose contra el sistema o contra la autoridad arbitraria, reclamando, siempre reclamando el derecho a la vida en toda su plenitud, a la libertad esencial.
Todos los instantes de aquel año, desde el comienzo, hablaron de cambios y lo hicieron en un giro continuo acompañados desde cerca por la espiral evolutiva de la música popular.
Y ésta, con su enfoque artístico autónomo y determinado, se significó como pensamiento comunitario frente a diversas filosofías de gobierno: igualmente capitalismo puritano que realismo socialista: ambos oprimían lo mismo al suelto que al encerrado.
Al ubicarse contra las políticas estatales, tal música –con valores intrínsecos de historia, contexto y calidad interpretativa y de composición— se alejó de las consecuencias predecibles: ortodoxia y conservadurismo, los cuales siempre han tendido a atraerse el común denominador más bajo del gusto musical.
El espíritu revolucionario de aquel lapso de tiempo aspiraba a la permuta en todos los órdenes de la vida, y en cada aspecto resultaba fundamental encontrar idearios, conceptos que respaldaran en teoría las realizaciones concretas de cada campo. Lo que estaba claro era que la actitud tenía que ser de conceptos totales. La música lo hizo desde sus raíces.
En la segunda mitad de los sesenta, los aires de cambio propiciados por las revueltas generalizadas y de toda índole exigían lenguajes diferentes tanto para plantear las preguntas como para expresar las propuestas. Así sucedía en innumerables campos musicales. La fusión como método y objetivo cundió: desde la música clásica a la étnica, de la academia al exotismo, del vanguardismo al jazz.
Ya se ha cumplido medio siglo del Movimiento del 68 y ya existen numerosas iniciativas para recordar las gestas de aquella revuelta, protagonizada sobre todo por jóvenes y en la que se pretendió encontrar la playa debajo de los adoquines de París. “La imaginación al poder” fue otra de sus consignas.
Llegaban sobrados, cargados con la pólvora que iba a servirles para incendiar todas las viejas convenciones, hablaban de liberación, de romper todo tipo de cadenas. “Expertos en demoliciones”: así llamaba Guy Debord, el filósofo que celebró aquellas movilizaciones, a todos aquellos contestatarios radicales, sus amigos.
Hubo muchas movilizaciones en 1968, y todas se parecieron un poco, pero fueron también radicalmente distintas. Tuvieron el hilo conductor de la rebeldía: aquellos jóvenes (y no tan jóvenes en algunos casos) se levantaron contra la autoridad. El poder al que se enfrentaban era, sin embargo, diferente según qué lugar, según qué circunstancias.
En Praga no querían saber nada del régimen comunista, en México se protestaba contra el autoritarismo partidista, en las universidades estadounidenses se peleaba contra la guerra de Vietnam y en París, en París: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”.
Aquella generación que en el 68 coronaba una década de contestación a las rancias costumbres burguesas se ha ido rodeando con el tiempo de una aureola mítica. Hicieron el amor de todas las maneras posibles, se apuntaron a todas las revoluciones (maoísmo, guevarismo, anticolonialismo, trotskismo, anarquismo), deshicieron todos los tabúes, fueron violentos cuando hacía falta (contra el imperialismo yanqui) y pacifistas cuando convenía (reclamando derechos iguales para los afroamericanos).
El de 1968 fue declarado oficialmente por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el Año Internacional de los Derechos Humanos. Fue una año bisiesto, por cierto. Sin embargo, para la historia social del mundo y para su memoria fue el año de la revuelta. Ésta se dio por doquier, con resultados ambivalentes en sus diversos escenarios. Dicha circunstancia tuvo en la música su pulso y su sonoridad.
Tony Judt (Londres, 1948-Nueva York, 2010), el destacado y reconocido historiador y profesor británico, dijo lo siguiente con respecto a aquella época en su libro Postguerra: “El contenido de la música popular era muy importante, pero su forma contaba aún más. En la década de 1960 la gente prestaba una atención especial al estilo. Podría pensarse que esto no era nuevo. Pero lo que sí constituyó una novedad de la época fue que el estilo podía sustituir directamente al contenido. Se trataba de una música que, aunque sus letras a menudo resultaban naive, se rebelaba en su tono, se amotinaba. La música, por decirlo así, protestaba por ti”.
Los discos que a la postre serían clásicos y emblemáticos de ese año de definiciones, estilos, creación de géneros, corrientes, movimientos y revoluciones grandes y pequeñas hicieron de dicho lapso en el tiempo un hecho histórico irrepetible, el cual comenzó en enero con dos buenas noticias: el segundo trasplante de corazón humano realizado en Sudáfrica y en Checoeslovaquia el inicio de La Primavera de Praga. La revuelta brotaría aquí, allá y en todas partes en el mundo durante los siguiente meses. La sonoridad de aquellos días aún reverbera en la bitácora humana.
Y, aunado a ese conocimiento, la seguridad también de que las transformaciones esenciales acarrearían con ellas polémicas encendidas y censura, lo mismo que legitimaciones hacia los hechos sociales de los que era producto.
Toda corriente musical necesita del soporte social y los fundamentos históricos y artísticos para convertirse en un género de trascendencia. Y los aconteceres de dicho año se lo brindaron a raudales.
No hay revolución sin música. Ésta última nos recuerda, a través de las épocas, hasta qué punto su presencia ha sido esencial en la formación de grupos tanto para enfrentar como para resistir la realidad.
Muchos artistas reflexionaron sobre la estética sonora de aquella época. Italia no fue nunca ajena a todo ello. Con motivo del cincuentenario, el sello discográfico Bravo Records sacó a la luz una antología de aquella música de época, en un álbum doble titulado E Finito il Sessantotto?, en la que son evocados todos aquellos músicos que pusieron su voz e instrumentos al servicio de esa revuelta.
Por ahí circulan: Giovanna Marini, Paolo Pietrangeli, Ivan Della Mea, Gualtiero Bertelli, Rudi Assuntino, Fausto Amodei, Michele l. Straniero, Alfredo Bandelli, Pino Masi, Gianni Nebbiosi, Diego De Palma, y hasta se pueden encontrar las palabras de Ernesto Che Guevara y de Fidel Castro, como curiosidades.
Ellos hablaban de Revolución, como todos en la época. Hacia su búsqueda se encaminaron, mientras el resto del mundo ardía y se manifestaba. La figura del Che Guevara se volvió, contradictoriamente, un estandarte en las marchas, aunque el personaje no se tocara el corazón para asesinar o fusilar en aras de una revolución dogmática, excluyente, solemne y represora. Al final recibiría el mismo tratamiento y sin la pequeña ayuda de sus amigos.
El mundo cambiaba, los jóvenes exigían transformar lo malo: los occidentales de una manera, los orientales de otra. Los sistemas los combatían, las opciones se enfrentaban. Había muertos y heridos. “Yo les diré qué cosa anda mal”, comentó Lennon en el disco. “La gente. ¿Y por ello quieren destruirla? ¿Sin compasión? Hasta que ustedes y nosotros no hayamos cambiado esa mentalidad, nada habrá que hacer”. Ahí estaban las diferencias. Ahí estaban las preguntas a responder. Los músicos italianos dieron las suyas.
VIDEO SUGERIDO: E’ finito il ’68 – Paolo Pietrangeli, YouTube (Giovanni Zorra)
En gente como Melody Gardot, oriunda de Filadelfia, la palabra “swing” se transforma en verbo. Porque la carnalidad de su estilo es la manera ideal para describir ese acto de crear una pulsión y el flujo rítmico que constituyen la marca distintiva de una auténtica intérprete del jazz (en este caso con tendencia hacia el pop soul). Y eso lo ha logrado a sus escasos 26 años de edad. Quizá la herida que la vida le ha abierto tempranamente encuentra su paliativo en esa forma de cantar. Encuentro en ella mucho del espíritu cincuentero que acompañó a las intérpretes blancas durante aquellos años. Me refiero a Peggy Lee y a Julie London, por mencionar algunas referencias evidentes.
VIDEO SUGERIDO: Melody Gardot – Your Heart Is A Black As Night, YouTube (VEVO)
BXXI-107 SONIC YOUTH
Sonic Youth nació como descendiente del underground sesentero y como hijo putativo del punk, pero solo en la actitud, ya que en cuestión de sonido no admitió comparación con nada. Su música como la de sus antecesores, sacudió los cimientos de la escena de manera irreversible. El fundamento contextualista de esta agrupación neoyorquina se basó en la creación de ambientes aparentemente caóticos, pero controlados en lo absoluto por sus habilidades como instrumentistas. En sus conciertos se dejaban llevar por la imaginación y usaban materiales diversos, utilizaban hasta veinte guitarras con distintas afinaciones. Todo era necesario en dicho concepto. De esta manera dieron cátedra durante varias décadas.
VIDEO SUGERIDO: Sonic Youth – Dirty Boots, YouTube (tumba666maldito)
BXXI-108 1968 (I)
La revolución, en la que puede terminar una revuelta, aspira a la permuta en todos los órdenes de la vida, y en cada aspecto es fundamental encontrar a los que busquen una nueva visión del mundo, a los que fundamenten el cambio. El terreno musical desde el comienzo de los tiempos ha tenido ejemplos en este sentido. De manera intrínseca en la música escuchada en 1968 existió el anhelo y el conocimiento de que el futuro siempre traería innovaciones y discontinuidades. Y aunado a dicho sentimiento la seguridad también de que las transformaciones esenciales acarrearían con ellas polémicas encendidas y censura, lo mismo que legitimaciones hacia los hechos sociales de los que fueran producto.
VIDEO SUGERIDO: Janis Joplin – Piece of My Heart, YouTube (ender cañizales)
BXXI-109 1968 (II)
El año 1968 significó, para los analistas, la cristalización conjunta del malestar obrero, el malestar estudiantil por la educación y la explosión del reino juvenil que estaba cociéndose desde hacía años. “La revolución ¡ahora!” fue el grito fundamental. Los jóvenes, en lugar de avergonzarse por su inmadurez y esforzarse en adoptar hechuras tradicionales para ganar reputación, empezaron a sentirse ufanos de su apariencia. Ellos representaban, por un lado, la barbarie de siempre pero, por otro, también la opción de ópticas más acordes con la novedad. Los medios masivos difundieron (a pesar suyo) la nueva visión de la sociedad, la universidad, la familia, la escuela, la relación intersexual, los derechos de la mujer, y la composición de una estampa refrescante.
VIDEO SUGERIDO: Cream – Politician (Farawell Concert – Extended Edition) (4 of 11), YouTube (theeshrimpking)
BXXI-110 1968 (III)
La música resultó fantástica en 1968. Con ella no tenía uno que tragarse los sermones que predicaban una radicalidad impoluta, esos que acaramelaban a los integrantes de los comités de lucha. La diversidad de sus estilos venía de perlas también para distinguirse y provocar a la derecha conservadora sin mayor herramienta. Para la estupidez de los primeros el rock era un arma imperialista, para la del conservadurismo, una obscenidad. Todos esos surcos de los discos clásicos de aquel año hablaron de cambio, y lo hicieron con un giro continuo de la espiral evolutiva como ejemplo para la música popular. Su enfoque artístico libre y determinado, se significó como pensamiento comunitario frente a filosofías de gobierno, tales como el realismo socialista, el nacionalismo folk, la propaganda fascista, el maoísmo campirano, el comunismo caribeño y el capitalismo puritano.
VIDEO SUGERIDO: Frank Zappa & The Mothers – Who Needs the Peace Corps, YouTube (kargoksrpov)
El de 1968 fue declarado oficialmente por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el Año Internacional de los Derechos Humanos. Fue una año bisiesto. Sin embargo, para la historia social del mundo y para su memoria fue el año de la revuelta. Ésta se dio por doquier, con resultados ambivalentes en sus diversos escenarios. Dicha circunstancia tuvo en la música su pulso y su sonoridad, su soundtrack: 68 revoluciones por minuto (rpm).
El profesor británico Tony Judt (Londres, 1948-Nueva York, 2010), el más reconocido historiador del siglo XX a nivel mundial, escribió lo siguiente en su libro Postguerra: “El contenido de la música popular en aquellos años era muy importante, pero su estética contaba aún más. En los sesenta la gente prestaba una atención especial al estilo. La novedad de la época fue que éste podía sustituir directamente al contenido. Se trataba de una música que se rebelaba en su tono, se amotinaba. La música, por decirlo así, protestaba por uno”.
No hay movimiento alguno sin banda sonora, sin soundtrack. Es decir, ninguna corriente sociopolítica, ninguna acción cultural, ningún levantamiento de voz en el ámbito que sea tendrá significancia o trascendencia si no es acompañado, envuelto y avalado por una música característica.
Los discos que a la postre serían clásicos y emblemáticos de ese año de definiciones, estilos, creación de géneros, corrientes, movimientos y revoluciones grandes y pequeñas hicieron de dicho lapso en el tiempo un hecho histórico irrepetible, el cual comenzó en enero con dos buenas noticias: el segundo trasplante satisfactorio de corazón humano realizado en Sudáfrica y en Checoeslovaquia el inicio de La Primavera de Praga.
La revuelta brotaría aquí, allá y en todas partes en el mundo durante los siguientes meses (“El rayo cayó sobre París, pero fue un fenómeno universal. La tormenta venía de lejos y sigue rondando alrededor de la tierra”). La sonoridad de aquellos días aún reverbera en la bitácora humana (SMC).
*Fragmento de la introducción al libro Soundtrack de la Revuelta. La primera edición fue publicada on line en el 2013 en el periódico Expresso de Oriente. La segunda, por entregas, en el blog Con los audífonos puestos, en el 2018, y en la Editorial Doble A con motivo del 50 aniversario del emblemático año de 1968.
El de 1968 no fue un año semejante para los países en los que hubo fuertes movimientos sociales. Ni en Berkeley, estadounidense, ni en Tokio, ni en Berlín, ni en París, ni en la ciudad de México, por mencionar algunos de ellos, estuvo en juego el poder político ni su ocupación entraba realmente en las expectativas de quienes llenaron las calles con sus protestas.
La única excepción real fue la capital checoslovaca, en donde un proyecto revolucionario exigía los cambios desde el poder mismo, consensuado por el pueblo.
A ese proceso se le conoció históricamente como La Primavera de Praga y comenzó el 5 de enero del ’68. Con ella el gobierno pretendió que el socialismo evolucionara hacia formas democráticas con el apoyo libre y voluntario de la ciudadanía.
Esto de ninguna manera estaba en concordancia con los intereses totalitarios del Soviet Supremo que, dirigido desde el Kremlin, envió el 20 de agosto a 200 mil soldados del Pacto de Varsovia y 5 mil tanques para invadir al país y poner fin de manera brutal a la intentona independentista.
Comenzó entonces la cacería de los que llamaron “agentes desestabilizadores”. Hubo juicios sumarios, asesinatos, detenciones, desapariciones y huidas al exilio de quienes corrieron con mejor suerte.
Entre estos últimos figuró la familia de Ivan Kral, la cual luego de una fuga casi cinematográfica pudo llegar a los Estados Unidos, establecerse bajo nuevos parámetros y enriquecerlos con los propios, traídos de su experiencia tras la Cortina de Hierro. Ivan llegó con 20 años de edad.
Su vida en la Unión Americana comenzó justo cuando estaban en su momento más álgido los disturbios estudiantiles en Berkeley, circunstancia que le permitió establecer comparaciones —un ejercicio que había aprendido de sus padres, artistas e intelectuales— y marcar sus criterios estéticos a futuro.
Se dio cuenta de que mientras en las capitales del Occidente europeo se gritaban eslóganes dirigidos contra el capitalismo, el imperialismo yanqui y la sociedad de consumo; en Checoslovaquia lo hacían contra el imperialismo soviético, no el americano; y en la propia Tierra del Tío Sam lo hacían contra la guerra de Vietnam, por los derechos civiles y con un enfoque contracultural.
Fue con este último que estableció su particular parámetro sobre el fenómeno mundial de 1968 y en él descubrió el elemento del cual todos se sustentaban: la juventud. Esa generación tenía un lenguaje común: el rock (el blues-rock en el Occidente europeo; el progresivo en el Oriente del mismo continente y el psicodélico en Estados Unidos). Así es que hacia esta música se encaminó.
VIDEO SUGERIDO: Patti Smith – Dancing Barefoot (1979) Germany, YouTube (PretzelFarmer)
Ivan entró a la universidad a estudiar Sociología y Literatura Angloamericana, y se involucró luego de unos cuantos años en la rompedora escena neoyorquina de los años setenta, que culminó con el surgimiento del punk. Se convirtió en habitué del CBGB’s y a la postre en amigo y colaborador de la pionera del novel movimiento: Patti Smith.
Con ella, David Byrne y John Cale, entre otros —es decir, la inteligencia pura de los nuevos tiempos—, se embriagó de palabras, quizá la mejor y más bella forma de embriaguez. Se unió al Patti Smith Group como multiinstrumentista y compositor y de aquella unión surgieron temas clásicos como “Dancing Barefoot”, “Godspeed” o “Space Monkey”.
Cuando la Smith abandonó sorpresivamente los escenarios a finales de los años setenta, Ivan se uniría a Tom Verlaine y luego a Iggy Pop, con el que saldría de gira por el territorio norteamericano.
Empapado con toda esta experiencia energética volvería en los años ochenta a su natal Praga para hacer cine, grabar soundtracks, producir discos, convertirse también en fotógrafo y participar artísticamente en la Revolución de Terciopelo, el deslinde checoslovaco de la Unión Soviética.
Luego de la Perestroika de Gorbachov, la intelectualidad y el estudiantado checoslovaco pugnaron por la liberación de su país y la caída del régimen pro soviético. El movimiento culminó en 1989 con una huelga general con la cual el Partido Comunista abandonó el poder y el escritor Vaclav Havel accedió a la presidencia al frente del Foro Cívico. Un par de años después, la independencia se traduciría en el nacimiento de dos repúblicas, la Checa y Eslovaquia, como producto de la evolución política.
Mientras tanto, Ivan Kral había vivido la transición como profundo admirador del cineasta Milos Forman, como estudioso de sus compatriotas Franz Kafka y Milan Kundera y como divulgador de la conciencia rockera que pugnaba por un renacimiento espiritual, en la que había participado en la Unión Americana.
Al ser un ente creativo, como lo era, Ivan comenzó a expresar en la música y en las imágenes el ciclo que había vivido durante un cuarto de siglo en el exilio y en la recuperación de su país. Al cual llevó la actitud de los blueseros negros y el mensaje de Luther King, la música de la contracultura estadounidense y algunos de los nuevos parámetros de tal movimiento: cuestionar siempre cualquier enunciado y la inclinación por el lirismo poético.
Todo ello lo condujo a filmar documentales, escribir la música de películas como Foxfire (con Angelina Jolie como protagonista), el biopic The Story of The Ramones, Babe Wire y All Over Me, entre otras; a apoyar en la producción y composición a grupos como Lucie, The Mission, Telephone, Alias, The Destillers y al checo Miro Zbirka; a integrarse a bandas como Eastern Bloc y la de Noel Redding and Friends, y a grabar álbumes como solista.
Actualmente, Ivan Kral, alterna todas estas actividades entre Europa y los Estados Unidos, donde se ha construido un estudio doméstico en Ann Arbor, Michigan. Estéticamente, con su obra de más de una docena de discos, mantiene para sí aquellas consignas que enarboló junto a Patti Smith: evitar que el rock pierda su razón de ser, que caiga en manos sobrealimentadas o que se revuelque en un lodazal de aparatosidad, consumo y vacua complejidad técnica.
VIDEO SUGERIDO: Ivan Kral – Winner Takes All, YouTube (IvanKralVEVO)
El de 1968 fue declarado oficialmente por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el Año Internacional de los Derechos Humanos. Fue una año bisiesto. Sin embargo, para la historia social del mundo y para su memoria fue el año de la revuelta. Ésta se dio por doquier, con resultados ambivalentes en sus diversos escenarios. Dicha circunstancia tuvo en la música su pulso y su sonoridad, su soundtrack: 68 revoluciones por minuto (rpm).
El profesor británico Tony Judt (Londres, 1948-Nueva York, 2010), el más reconocido historiador del siglo XX a nivel mundial, escribió lo siguiente en su libro Postguerra: “El contenido de la música popular en aquellos años era muy importante, pero su estética contaba aún más. En los sesenta la gente prestaba una atención especial al estilo. La novedad de la época fue que éste podía sustituir directamente al contenido. Se trataba de una música que se rebelaba en su tono, se amotinaba. La música, por decirlo así, protestaba por uno”.
No hay movimiento alguno sin banda sonora, sin soundtrack. Es decir, ninguna corriente sociopolítica, ninguna acción cultural, ningún levantamiento de voz en el ámbito que sea tendrá significancia o trascendencia si no es acompañado, envuelto y avalado por una música característica.
Los discos que a la postre serían clásicos y emblemáticos de ese año de definiciones, estilos, creación de géneros, corrientes, movimientos y revoluciones grandes y pequeñas hicieron de dicho lapso en el tiempo un hecho histórico irrepetible, el cual comenzó en enero con dos buenas noticias: el segundo trasplante satisfactorio de corazón humano realizado en Sudáfrica y en Checoeslovaquia el inicio de La Primavera de Praga.
La revuelta brotaría aquí, allá y en todas partes en el mundo durante los siguientes meses (“El rayo cayó sobre París, pero fue un fenómeno universal. La tormenta venía de lejos y sigue rondando alrededor de la tierra”). La sonoridad de aquellos días aún reverbera en la bitácora humana (SMC).
*Fragmento de la introducción al libro. La primera edición fue publicada en el 2013 en el periódico on lineExpresso de Oriente. La segunda, por entregas, en el blog Con los audífonos puestos en el 2018, y en la Editorial Doble A, con motivo del 50 aniversario del emblemático año de 1968.
Hizo falta el apoyo de todos los demonios (de Asmodeo a Zimimar) para que un día se reunieran bajo el apelativo de Velvet Underground algunos personajes que necesitaban un pretexto para hacerlo —con la intención genial de lo que este nombre, extraído de una novela de pacotilla recogida de la calle, pudiera sugerir en cuanto a negrura, voluptuosidad, cinismo, perversidad, provocación e inquietud: mezcla perfecta de tinieblas y deseo.
Aunque la formación clásica (Lou Reed, John Cale, Sterling Morrison, Maureen Tucker) sólo permaneció unida por tres años (con el cambio de Cale por Doug Yale), su magnífico halo se ha extendido por todos los tiempos. La combinación del temperamento vanguardista de John Cale con la dura poesía callejera de Lou Reed, sobre temas como el sexo retorcido y las drogas duras, se erigió en una corrosiva opción al optimismo del flower power enarbolado por muchos contemporáneos suyos.
El Velvet Underground ha proyectado una larga sombra sobre el rock y sus diversos estilos (es el yang primigenio del género en cohabitación con el yin beatle): desde los conjuntos de art-rock, avant-garde y protopunk de comienzos de los setenta; pasando por el glam y el punk que le siguieron en la misma década; el new wave y el rock experimental de los ochenta; el noise, el garage, el dark y el post-rock de los noventa, hasta el rock alternativo e indie de las primeras décadas del siglo XXI.
La mano del destino movida por los demonios aún continúa suelta y vivos, aún, algunos de los protagonistas de la leyenda Velvet, que siguen forjándose la propia y con ella la de muchos grupos y músicos que a la sombra de su influencia (y de su filosofía de la “belleza de la fealdad”) se han acogido desde entonces.
WHITE LIGHT/WHITE HEAT
THE VELVET UNDERGROUND
(Polygram)
Si el disco The Velvet Underground & Nico se convirtió en un hito en la historia del rock, adelantándose por años luz a su época, la segunda obra, White Light/White Heat, exacerbó los fundamentos del grupo con el realismo sucio de Reed y sus retratos que rendían tributo a los lados sombríos de la vida metropolitana; con las guitarras rítmicas escandalosas y distorsionadas del propio Reed y Morrison; con la viola eléctrica y atonal de Cale y la batería minimalista y tribal de Tucker. Todo ello se encargó de producir la atmósfera del álbum: destructiva y melancólica.
Sin embargo, se transformó también en la banda sonora de la destrucción del grupo mismo. Si bien la época se caracterizaba por su apertura, ésta aún no llegaba a tanto como para aceptar fácilmente al Velvet Underground, que a su vez no estaba abierto de manera suficiente como para que en él cupieran sus dos aspirantes a estrellas: Lou Reed y John Cale.
A unos cuantos meses de la aparición del primer disco, Nico no soportó que sólo le correspondiera interpretar tres canciones y Reed estaba harto de la sombra que ella le hacía. Warhol –que fingía de mánager– se cansó de que aquello no le redituara dinero, los demás estaban hartos de él y de la Factory y, para colmo, el álbum se prohibió en la radio neoyorkina por su crudeza.
Las respuestas llegaron rápido para los integrantes. Decidieron no volver a tocar en público en Nueva York, abandonar el espectáculo Exploding Plastic Inevitable y separarse de Nico y de Warhol.
La historia continuó. De aquel ruido de vidrios rotos con el que terminaba la primera obra, al que unos años más tarde Iggy Pop ofrecería el rito de la sangre, el Velvet Underground extrajo luz blanca. Y grabó su segundo álbum en pleno verano del amor.
A pesar de la funda y la portada (la foto de un tatuaje de Billy Name de la Factory y un fondo negro sobre el que destacan las letras blancas), White Light White Heat (1968) no era un disco oscuro sino negro. Un inmenso agujero ídem, nihilista y cacofónico, que comienza en el primer segundo de la pieza “White Light White Heat”, que da título al mismo, y no termina hasta el últmo de “Sister Ray”.
Este segundo álbum resultó aún más ruidoso y radical que el primero. El momento climático es “Sister Ray”, de 17 minutos de duración: un asalto impresionante de los tímpanos en el que Reed relata una historia tenebrosa de marineros, orgías e inyecciones, aunque también está “The Gift”, un cuento de horror escrito por Lou y narrado por Cale.
Por otro lado, consumada la separación de Warhol, el nuevo mánager del grupo, Steve Sesnick, se esforzaba por meter una cuña entre las desavenencias artísticas de Reed y Cale. Aunque de hecho era precisamente la combinación de la influencia vanguardista de Cale y las cualidades de Reed como cantautor lo que le daba su carácter único al grupo, ellos no lo comprendían así.
A pesar de que al Velvet Underground en la actualidad se le considera como uno de los grupos más importantes de todos los tiempos, para el público –entre 1967 y 1969– tal banda, con el galés de la viola eléctrica, era demasiado intransigente y oscura.
Al comenzar el otoño de 1968, Lou plantea un ultimátum: se va Cale o se acabó. Éste tocó por última vez el 28 de septiembre en Boston. En octubre fue reemplazado por Doug Yule, un rockero folk y joven efebo de Boston, cuya inocencia e introversión resultaron muy atractivas para Lou Reed, quien incluso le permitió a veces tomar el micrófono. “Estoy seguro de que jamás comprendió una sola palabra de lo que cantaba”, diría de él más tarde.
White Light White Heat es como un ángel de la muerte, cuyas pupilas dilatadas se estrellan sobre un muro de sonido. El ingrediente despiadado del noise y las versiones larguísimas determinaron su rumbo. La canción del título, a su vez, se adelantó por una década al punk. El disco es una continuación coherente del álbum anterior y con ello le dio al grupo su carácter único y eterno.
Personal: Lou Reed, voz, guitarra y piano; John Cale, voz, viola eléctrica, órgano, bajo y efectos de sonido; Sterling Morrison, voz, guitarra, bajo y efectos de sonido; Maureen Tucker, batería y percusión. Portada: Fotografía y diseño de Billy Name.
VIDEO SUGERIDO: the velvet underground white light white heat live 1968, YouTube (dogranch)
Según la mitología griega existió en el planeta Tierra un tiempo dominado por los Gigantes, una raza de criaturas humanas que surgió (según el relato de Homero) en la zona hoy conocida como Europa occidental. Se distinguían por su gran estatura, salvajismo y fuerza excepcionales.
El historiador Hesíodo los consideraba seres divinos pues habían nacido de Gea (Tierra) para retar a los dioses del Olimpo, aprovechando sus características. El enfrentamiento está descrito en el episodio de la “Gigantomaquia” de tal mitología.
A su vez, el poeta Higinio, en sus fábulas, menciona a los 24 gigantes que se enfrentaron a las deidades olímpicas para vengar a la Madre Tierra por la muerte de sus primeros hijos: los Titanes.
Y así como en aquella época para tal cultura el acontecer cotidiano regía por tales circunstancias la evolución del mundo, en la nuestra la historia del rock está compuesta fundamentalmente por sus mitos y entre éstos, uno de los más grandes ha sido el de los Beatles.
El tiempo exacto en el que existieron como grupo estuvo regido por ellos. Fueron los gigantes de su momento (surgidos en la misma zona) y la estela de sus actos se extendió por todo el planeta.
El fenómeno del Cuarteto de Liverpool hizo que todos los grupos coetáneos (más de 24) se miraran en ese espejo y creciera la creatividad media hasta convertirse en semejantes (Rolling Stones, The Band, Deep Purple, Creedence Clearwater Revival, Moody Blues, Kinks, etcétera).
Pero ellos, los Beatles, también ponían atención a lo que hacían los otros. ¿Una muestra? La tendencia de Lennon por hacer blues-rock a la usanza británica; la admiración de McCartney por los Beach Boys; el toque Byrds en algún tema de Harrison; un punteo al estilo Donovan…
THE BEATLES (WHITE ALBUM)
THE BEATLES
(Apple Records)
Estos gigantes que también hablaban de Revolución, como todos en la época (aunque Lennon les advirtió a Jerry Rubin y Abbie Hoffman, otros voceros del cambio, que no contaran con él si para ello recurrían a la violencia), sintieron además la necesidad de una vida espiritual. Hacia su búsqueda se encaminaron, mientras el resto del mundo ardía y se manifestaba.
La figura del Che Guevara se volvió, contradictoriamente, un estandarte en las marchas pacifistas, aunque el personaje no se tocara el corazón para asesinar o fusilar en aras de una revolución dogmática, excluyente, solemne y represora.
Al final recibiría el mismo tratamiento y sin una pequeña ayuda de sus amigos. Eso lo diferenció de Lennon, quien regresó de su viaje a la India, como la mayoría de los que fueron con el cuarteto a dicho periplo, desencantado de religiones, gurús, meditaciones, dogmas, embustes y hasta del grupo mismo, pero cargado de canciones para llenar no sólo un disco LP sino uno doble, con el cual continuar una revolución en el propio inicio del ocaso como cuarteto.
Durante la hechura de The White Album (título dado por el consenso común, pero cuyo nombre oficial es únicamente The Beatles, el apelativo del grupo como si fuera un debut y apenas resaltado dentro de la abstracción del blanco) el mundo cambiaba, los jóvenes exigían transformar lo malo: los occidentales de una manera, los orientales de otra. Los sistemas los combatían, las opciones se enfrentaban. Había muertos y heridos.
“Yo les diré qué cosa anda mal”, comentó Lennon en el disco. “La gente. ¿Y por ello quieren destruirla? ¿Sin compasión? Hasta que ustedes y nosotros no hayamos cambiado esa mentalidad, nada habrá que hacer”. Ahí estaban las diferencias. Ahí estaban las preguntas a responder.
Y en el disco blanco de los Beatles hubo humor, ironía, crítica, narraciones, descripciones, confesiones, reflexiones, peleas, ataques encarnizados, desbandada, egolatría, intrusiones truculentas (de Yoko), talento a borbotones y mucha música, quizá la mejor de su momento, por su oferta, variedad estilística, amplitud de miras, experimentos, caprichos y el bagaje de cada uno de sus miembros.
Utilizaron una variedad de instrumentos ajenos hasta entonces al rock y al estudio de grabación como uno más de éstos; aprovecharon las innovaciones tecnológicas como la estereofonía y el acetato de 33 rpm e inauguraron el término “concepto” para los álbumes, como éste, en los que se desarrollarían ideas musicales.
Fue el Big Bang beatle tras la acumulación de energías, ejercicios espirituales y desavenencias diversas. La propuesta estética de la portada misma es toda una manifestación de principios en la que el cuarteto muestra la plena voluntad de retornar a lo elemental, pero por la vía individual.
La creación de universos particulares carentes de superproducción habla de las expansiones y de toda una profusión de modos que bullían en el ámbito de lo propio. Fue tal el derrame propositivo que se tuvo que editar como álbum doble. Las mentes de los Fab Four trabajando a tope (incluso la de Ringo en “Don’t Pass Me By”).
¿Su obra maestra? Tal vez. Es una cuestión subjetiva. Al igual que escoger una pieza representativa: “Back in the U.S.S.R.”, “While My Guitar Gently Weeps” (y la historia con Eric Clapton), “Happiness Is a Warm Gun”, “Yer Blues”, “Sexie Sadie” (¡Ah, el ascenso y derrumbe del Maharishi!), “Helter Skelter” (y el retorcimiento de Manson), “Revolution 1”…
Sus armonías y lenguaje impregnaron –e impregnan aún– el inconsciente colectivo, primero por su sencillez y luego por su sofisticación y simbolismo. Tal evolución artística fue influyente y presenciada como un fenómeno de comunicación masiva en muchos rincones del mundo.
Personal: John Lennon, voz, coros, guitarras, órgano Hammond, piano, armónica, armonio, sax, melloton y efectos de sonido; Paul McCartney, voz, coros, percusiones, guitarras, órgano Hammond, teclados, piano, pandereta y timbales; George Harrison, voz, coros, guitarras, órgano Hammond, bajo y percusiones; Ringo Starr, voz, coros, percusiones, batería, piano, maracas, bongós. Además de infinidad de músicos de estudio e invitados. Portada: Idea de Richard Hamilton y diseño de Gordon House.
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Tras su paso por los Yardbirds y la escuela de John Mayall, The Bluesbreakers, Eric Clapton se convirtió en el primer héroe de la guitarra del rock, dotado, además, del tan ansiado carisma mediático. A futuro los retos le saltaban a la vista para dar lustre a su legitimación.
En la aventura necesitaba compañeros generacionales, los mejores, para proporcionarle una imponente base rítmica a aquellos sonidos que traía en la cabeza. Una dotación de trío sería lo indicado, pensó.
«Opté por los bluesmen (Big Bill Broonzy, Skip James, Otis Rush, Freddie King, etcétera) y me zambullí en aquel mundo nuevo para mí. Luego me entusiasmé con Robert Johnson y B. B. King y desde entonces no he cambiado. No ha habido mejores guitarristas de blues en el mundo entero.
“Ahora siento una gran influencia de la música india, no estructuralmente sino por su atmósfera e ideales. He abierto mi mente al hecho de que no se necesita tocar con arreglos previos y que se puede improvisar todo el tiempo. Y ése es el punto al que quiero llegar», afirmó por entonces el músico.
Así, Clapton concibió el concepto estético del grupo como un trío de blues que interpretara piezas largas y eléctricas al estilo de B. B. King y se mantuviera en el gusto de los aficionados al género. No obstante, el éxito de Cream –nombre del proyecto considerado como “supergrupo”– rebasó incluso las fronteras de la imaginación más desatada.
Si bien su existencia se redujo a dos años concretos, el tríptico representó el prototipo del grupo de rock exitoso y «moderno» de los años sesenta, el “Power trio”: caracterizado por un volumen fuerte, basado en el blues, audaz en el aspecto instrumental (imbuido en el jazz del que 2/3 de sus componentes eran originarios) y muy rítmico.
WHEELS OF FIRE
CREAM
(Polydor)
Cream conquistó al mundo con sus bombásticas y largas interpretaciones en vivo (que a la postre abrirían el camino para un gran número de formaciones). El conjunto fue fundado a mediados de 1966 por tres experimentados jóvenes de la escena londinense.
Eric Clapton, Jack Bruce (bajo, armónica y voz) y Peter “Ginger” Baker (batería y voz). Baker y Bruce habían constituido la sección rítmica de Alexis Korner a fines de 1962 y tocaron con la Graham Bond Organization de 1963 a 1965.
Como primera muestra, el trío sacó a la luz «Wrapping Paper», composición de Bruce y Pete Brown (poeta, multiinstrumentista y muy solicitado letrista surgido del underground londinense), una pieza de tintes surrealistas. A continuación editaron el álbum Fresh Cream (1966), en el que combinaron clásicos del blues con una caprichosa lírica (con la psicodelia en efervescencia) y grandilocuentes solos, y Disraeli Gears (1967), disco que puso de manifiesto la irradiación hendrixiana en Clapton y que incluyó la extasiada y emblemática pieza «Sunshine of Your Love» (y su riff clásico).
La continuidad de las presentaciones en vivo efectuadas en la Gran Bretaña tras el debut discográfico, con récords de asistencia y sobrecupo en lugares como el Club Marquee, le otorgaron a Cream un sonido pleno, coherente y sólido, en una comunión total entre los músicos.
Con la primera gira estadounidense del grupo, a mediados de 1967, el énfasis en el trabajo se alejó de la elaboración minuciosa de canciones en el estudio, colocándose, por el contrario, en maratónicos y virtuosos conciertos realizados en lugares inmensos y con miles de escuchas, como el Fillmore West.
En sus mejores momentos, estos eventos daban lugar a una regocijante, larga y estimulante improvisación colectiva, la cual les ganó la mayor fama y la reescritura de la enciclopedia del rock.
La preparación de su segundo disco se pensó así, mientras estaban en Nueva York. Las grabaciones en vivo incluidas en Wheels of Fire (1968) tuvieron su punto culminante en una versión de «Spoonful» de Howlin’ Wolf, armada en torno a una fina estructura y alargada a 15 minutos de duración.
Wheels of Fire fue un álbum doble cuya mitad de estudio incluía el gran tema de Bruce y Brown «White Room», «Politician» de Clapton y «Pressed Rat and Warthog» de Baker. Tal disco (clásico) fue la cumbre artística del grupo y su culminación.
Al poco tiempo de ser editado, Cream sucumbió ante las presiones externas del éxito y las disensiones internas. Luego de una extensa y combustible gira por la Unión Americana todo finalizó para el trío en un concierto de despedida realizado en la Royal Albert Hall de Londres. Esto fue a finales de 1968, el 26 de octubre para ser más preciso. Las cámaras cinematográficas estuvieron ahí para recoger el acontecimiento para la posteridad, mismo que emitiría la BBC.
La idea de tocar para ellos mismos tanto como para el público —como definiera Eric sus actuaciones— había sido algo sin precedentes en el mundo rocanrolero. A Clapton, Bruce y Baker les gustaba impresionarse los unos a los otros con su virtuosismo y técnica, sobre todo en sus presentaciones públicas. Por aquel entonces un número en escena era breve por lo regular.
Pocos grupos contaban con la habilidad o la inventiva necesaria para permitirse una improvisación excesiva. Cream lo hacía y en abundancia. La palabra clave de su credo era ésa: improvisación. Una improvisación más allá de lo hecho por cualquier grupo de rock; más allá del blues en el que se fundamentaban.
Cream fue auténticamente progresivo en este sentido, siempre mantuvo el impulso de crearlo todo en escena: un apabullante y omnipresente bajo o armónica acompañaban la poderosa y bluesera voz de su dueño, al tiempo que una tormenta de tambores despertaba los impulsos, seleccionándolos y exprimiéndolos hasta la incandescencia, mientras la guitarra hacía lo propio hipnotizando la imaginación del público. Lo hicieron hasta la saciedad.
Personal: Eric Clapton, guitarra y voz; Jack Bruce, bajo, armónica, cello, calipoe y voz; Ginger Baker, batería y voz. Portada: diseño de Martin Sharp.
VIDEO SUGERIDO: Cream SPOONFUL Live 1968, YouTube (baosao51)
Graffiti: «Cuanto más hago el amor, más ganas tengo de hacer la revolución”