BLIND FAITH

Por SERGIO MONSALVO C.

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 FUGAZ SUPERGRUPO

A comienzos de diciembre de 1968 el rumor comenzó a expandirse. Los periodistas especializados comentaban que con la disolución de los grupos de Eric Clapton (Cream) y de Steve Winwood (Traffic), ambos tenían la oportunidad de tocar juntos en una nueva integración o por lo menos realizar un disco que resultara extraordinario.

El rumor tenía como fundamento las periódicas jam sessions que los dos músicos hacían formando trío con el baterista Ginger Baker. Entrevistado al respecto en enero de 1969, Clapton dijo: «Nos limitamos a hacer jams y no tenemos planes concretos para el futuro». No obstante, la fórmula Clapton-Winwood era tan prometedora que no permitía tan sólo esa posibilidad.

El mismo Clapton confirmó después que ya habían estado grabando en el estudio y que tenían material suficiente para sacar dos álbumes. Insistió en que la formación nada tenía que ver con la música que había hecho Cream. En mayo de 1969 el grupo dio a conocer su nombre, Blind Faith, y la incorporación del bajista de Family, Rick Grech; además de una gira por Escandinavia y por los Estados Unidos.

Para su debut anunciaron un concierto gratuito en el Hyde Park de Londres.  Días antes del acontecimiento el grupo ocupó las portadas de todas las revistas y periódicos del medio, en las cuales se le daba al suceso una importancia de proporciones gigantescas. Se comenzó a utilizar por primera vez la palabreja «supergrupo» para denominar a una integración rocanrolera.

Cuando a las dos y media de la tarde del 7 de junio se inició el concierto, el número de personas reunidas se calculó en 150,000. En el magno concierto participaron la Edgar Broughton Band, Ritchie Havens, la Third Ear Band y Donovan.  Blind Faith apareció al final y tocaron durante más de una hora, «con gusto, casi con dulzura, conjuntándose a la perfección en algunos fragmentos. Una experiencia reconfortante y un gesto espléndido hacia los fans», escribió la prensa.

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En agosto fue publicado el disco que llevaba el mismo nombre del grupo: Blind Faith.  Contenía seis temas. Tres de las cinco composiciones originales eran de Winwood, «Had to Cry Today», «Sea of Joy» y «Can’t Find My Way Home» (que se convirtió en un clásico), constituyendo su acertado tratamiento acústico el fondo perfecto para el lucimiento vocal de Winwood.

«Do What You Like» de Ginger Baker se prestó para la propia improvisación.  «Well All Right» era una composición de Buddy Holly que se modernizó y recuperó para la época gracias a un rasgueo oriental de la guitarra. Sin embargo, la revelación del disco fue la composición de Clapton «Presence of the Lord», que mostraba el nuevo estado mental del guitarrista, encaminado a la beatitud de su descubierto cristianismo.

Con la aparición del disco iniciaron una gira por los Estados Unidos, en donde destacaron los motines en el Madison Square Garden de Nueva York para verlos. Como grupo abridor viajaba con ellos la banda de Delaney and Bonnie. Una vez finalizada la gira por aquella región de Norteamérica y ya de regreso en Inglaterra, las polarizadas concepciones musicales, la excesiva comercialización por parte de los promotores y la desilusión ante las falsas expectativas, hicieron que los integrantes de Blind Faith optaran por separarse.

Eric Clapton anunció su intención de grabar un disco como solista producido por Delaney y Bonnie. Baker, Winwood y Grech seguirían unidos en la banda Air Force organizada por el propio Baker. Después, Winwood la abandonó para volver a formar Traffic, al cual posteriormente se anexaría Grech.

A finales de septiembre de 1969, en el mismo momento en el que el disco lograba el codiciado número uno de las listas de popularidad y que el grupo era elegido por la prensa especializada como la promesa inglesa del año, Blind Faith había dejado prácticamente de existir, aunque el fenómeno como tal, como «supergrupo» que aglutina a estrellas solamente, inició una instancia que se ha venido repitiendo en forma constante (de buena a peor) a lo largo de los años.

VIDEO SUGERIDO: Blind Faith Can’t Find My Way Home 1969, YouTube (ChristianPatriarchy)

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THE HONEYDRIPPERS

Por SERGIO MONSALVO C.

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 Vol. 1

Escuchar la radio fue la única diversión nocturna para los niños británicos tras la Segunda Guerra Mundial. Las restricciones económicas y los duros proyectos de reconstrucción del país no permitían nada más. La BBC y alguna estación de sus aliados estadounidenses se repartían al público.

Los programas más escuchados tenían que ver con la música, con la emisión de los discos “V” (de la victoria: material grabado, producido, restringido y controlado por las fuerzas miliares)  y con las actuaciones en vivo de las Big Bands del swing y del naciente rhythm and blues.

Por aquellos grandes aparatos, que ocupaban un lugar distinguido dentro del entorno familiar en todas las clases sociales, desfilaron Duke Ellington, Benny Goodman, Count Basie, Stan Kenton, Glenn Miller, al igual que Louis Jordan y Louie Prima, Cab Calloway, Joe Liggins y otros representantes del r&b.

En las biografías de escritores, cineastas o músicos nacidos en la década de los cuarenta, estas emisiones nocturnas ocupan un lugar importante en sus vidas y para los músicos, en este caso, son una  referencia iniciática en sus vidas profesionales.

Muchos de ellos escucharon música por primera vez durante aquellas noches que parecían infinitas. Las Grandes Orquestas blancas y negras fueron su primera materia sonora. Aquella música les descubrió muchas cosas y ató su niñez a unos sonidos que, cuando llegaron a la adolescencia quizá fueron relegados, pero ya habían arraigado en sus oídos.

A uno de estos personajes en particular, tal música le sirvió como instrumento balsámico para sobrellevar la muerte de un amigo cercano y colaborador. Se trató de Robert Plant, el cantante del grupo Led Zeppelin, uno de cuyos miembros acababa de morir, el baterista John Bonham.

A raíz de ello el Led Zeppelin, pionero del heavy metal y del heavy blues, en plena cima artística y de popularidad mundial (por toda la década de los setenta), así como en plena evolución artística, llegaba a su fin por decisión de los miembros restantes (Jimmy Page, John Paul Jones y el propio Plant).

No obstante, las inquietudes artísticas del cantante no se detuvieron, estaba en el proceso de grabar su primer disco como solista, pero añoraba el trabajo grupal. El director de la compañía Atlantic Records, Ahmed Ertëgun, sabiendo de la inclinación que Plant sentía por aquella música de su infancia, le sugirió organizar un proyecto en torno a ella.

Plant se entusiasmó con la idea y fundó a los Honeydrippers en 1981. Los integrantes fueron gente ya rodada en el blues británico, sobre todo: Robbie Blunt (ex Silverhead), Andy Silvester (Ckiken Shack y Savoy Brown), el bajista Jim Hickman, el baterista Kevin O’Neill, Ricky Cool en la armónica y Keith Evans en el sax. El nombre era un homenaje a uno de sus ídolos, el pianista de blues estadounidense Roosevelt Sykes, que se hacía acompañar de un grupo bajo ese apelativo.

Echó mano de los standards del western swing (“Deep in the Heart of Texas”), del rockabilly (“Little Sister”, “She She Little Sheila”, “Your True Love”), del blues (“I Can’t Be Satisfied”) y del primer rhythm and blues (“I Need Your Loving”), entre otros estilos.

VIDEO SUGERIDO: Robert Plant 1986 Honeydrippers live, YouTube (Mark Zep)

Hizo algunas presentaciones en Londres y ciudades circunvecinas, y con una estrategia de bajo perfil tocando en universidades británicas y en pequeños clubes y bares (eran sobre todo en apoyo hacia alguna institución benéfica), pero la hechura de su disco solista (Pictures at Eleven) le reclamó toda la atención y el proyecto quedó en suspense y sin grabación alguna.

Dos discos como solista y tres años después volvió a aquel proyecto, tras sentir que no estaba logrando ningún objetivo artístico y de rechazar una y otra vez la reunión del Zeppelin. Apoyado en todo momento por su compañía discográfica armó un grupo con amigos cercanos, todos pesos pesados de la escena musical.

A la convocatoria acudieron Jimmy Page, Jeff Beck y Brian Setzer (en las guitarras), Nile Rodgers (en la co producción y la guitarra), Paul Shaffer (teclados), Dave Weckle (batería) y Wayne Pedziwiatr en el bajo. Las grabaciones se llevaron a cabo en los estudios de la Atlantic en Nueva York, en marzo de 1984.

El material inicial, un E.P., estuvo compuesto por cinco temas. Algunos clásicos del rhythm and blues y otros del soul de loa años cincuenta y sesenta. Entre los primeros: «I Got a Woman», «Rockin’ at Midnight» y «Young Boy Blues» (con Beck en la guitarra); y los segundos: «Sea of Love» y «I Get a Thrill» (con Page).

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El disco The Honeydrippers Vol. 1 apareció a fines de noviembre de 1984 y comenzó su promoción con una presentación en el programa Saturday Night Live del 15 de diciembre. Tocaron «Rockin’ at Midnight» como tema principal y una versión de «Santa Claus Is Back in Town», con motivo de la temporada.

Plant se mostró entusiasmado y en plena forma. Realizaron algunas otras presentaciones en diferentes ámbitos y todo parecía ir viento en popa. El disco entró en las listas de éxitos del Billboard y se mantuvo entre los primeros diez lugares con el tema “Sea of Love”, una balada de Phil Phillips.

Lamentablemente, la canción que Plant había querido como sencillo, “Rockin’ at Midnight” (un movido rhythm and blues de Roy Brown) no llegó a la misma posición y se tuvo que conformar con estar entre los 30 primeros lugares.

Y digo lamentablemente porque eso motivó la decepción de Plant con el proyecto. Su intención era, sobre todo, destacar el lado más rítmico del asunto, conectar con los amantes del rock and roll al ejecutar temas directamente relacionados con su nacimiento.

En su repertorio contaba con temas de Elvis Presley, Carl Perkins y de Ray Charles, sin embargo, las baladas fueron las que la radio más promocionaba y él no quería aparecer como un nuevo crooner. No quería mostrarse como un ex rockero, sino darle a aquel rhythm and blues de su infancia un sonido más contemporáneo, más metálico y poderoso.

El brillo como baladista no le hizo ninguna gracia y comenzó a desinteresarse por el asunto. Tanto que la convocatoria a realizar una nueva grabación con material nuevo nunca se llevó a cabo. El muy esperado Volume Two de los Honeydrippers jamás se realizó, a pesar del éxito obtenido con el primero.

La época de la New wave en la que puede inscribirse este álbum, tenía entre sus fundamentos una gran carga nostálgica. El rock and roll, el rockabilly, el pub rock y el jump blues, la parte más intensa de los géneros, era retomada por grupos que no tenían que ver con el punk reciente, pero del que habían aprendido a manifestar sus raíces.

Robert Plant ha sido un músico señero, primero del blues rock, luego del hard rock y del heavy metal, para luego reinventarse en el country rock, americana y pop rock, pero igualmente ha abierto caminos al ethno rock (celta, marroquí) y lo hizo con esos Honeydrippers que inauguraron una mezcla nueva.

Plant decidió acabar con ese proyecto y saltar a un nuevo reto, pero por la brecha abierta por el transitaron años después y de manera por demás exitosa, Pat Benatar, Brian Setzer, Rod Stewart y hasta el mismo Paul Anka, hasta constituir un subgénero importante: el swing rock.

El ex cantante del Led Zeppelin es un espíritu inquieto que siempre ha buscado la manera de expresarse, usando su distintiva voz como estandarte, como un instrumento que se amolda a emociones y atmósferas diversas.

Gracias a él la forma básica del swing le ha dado una vuelta de tuerca más a su historia y encontrado nuevas formas de expresión. Al swing originado en los treinta y cuarenta, las nuevas bandas o solistas le han agregado elementos musicales diversos para enriquecer la propuesta actual.

Así se pueden escuchar, por ejemplo, además del swing blanco, la rítmica del jump blues, el concepto de los metales del rhythm and blues, algunos detalles de músicas afrocaribeñas y hasta sugerentes compuestos del rockabilly. Un caldo contemporáneo pleno de sustancia.

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VIDEO SUGERIDO: THE HONEYDRIPPERS (Robert Plant) – young boy blues, YouTube (Ary Terong)

 

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“THE PRIEST” THEY CALLED HIM

Por SERGIO MONSALVO C.

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EL ENCUENTRO

(W. BURROUGHS/K. COBAIN)

¿”Discos de culto»? Suena a arqueología y sí, sí lo es. Porque ese epíteto surgió a finales de la década de los setenta cuando ya había una historia y una mitología que desentrañar. Y desde entonces, quienes ejercitan la escucha profesional, los estudiosos, los investigadores, los amantes del género rockero, se han dedicado a la búsqueda de tales tesoros.

Sí, y a rastrear por esas listas perdidas de críticos, periodistas, comentaristas o de los propios artistas, que dan la pista de un momento único en la música, el cual ha quedado grabado en discos raros, de compañías ya inexistentes u ocultas por el paso del tiempo. Hoy, de vez en cuando es posible descubrir algún ejemplar que merezca ese calificativo que engrandezca los hechos y, más aún, las leyendas.

Señalar a una película como de culto es una calificación profundamente subjetiva, pero avalada siempre por el conocimiento, el criterio y la explicación pertinentes, en su mejor expresión, y no por los de la volubilidad sentimental online y mucho menos por la sinrazón perezosa y simplista del “me gusta”, no.

Y, ¿por qué de culto? Porque representan una mirada musical distinta, disfuncional, con la cual se rastrea en el pasado para encontrar tempranas disidencias del gusto masivo o del regulado por la industria; sensibilidades contraculturales insospechadas, reuniones inauditas, primitivas afinidades, exposición de materiales extravagantes, sesiones fugaces o intuiciones u emociones extremas que luego dieron forma a algo importante o que, en algunos casos, aguardan la llegada del tiempo en que se les reconozca. El que comentaré a continuación pertenece a esos ejemplares.

A William Burroughs siempre le gustó el papel de predicador y de profeta de la contracultura. Era un auténtico maestro, y debe añadirse que tenía todo el derecho del mundo a enseñar porque se pasaba la vida aprendiendo. Y lo que aprendía era lo que él consideraba y llamaba “los hechos de la vida”. De los que se informaba no sólo por necesidad, también por afición.

Había arrastrado su largo y delgado cuerpo por todos los Estados Unidos y la mayor parte de Europa y el norte de África, sólo por ver cómo eran las cosas por ahí. Se pasaba el tiempo hablando y enseñando a los demás.

Antaño lo había hecho con Jane Vollmer (su esposa) sentada a sus pies, lo mismo que con Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Neal Cassady y los demás beats.

Transcurrido el tiempo hizo lo mismo también con sus herederos espirituales: Patti Smith, Frank Zappa, John Cale, Laurie Anderson, Jim Carroll, Iggy Pop, Johnny Thunders, Sonic Youth, Tom Waits, Genesis P-Orridge, Mark Sandman, Michael Stipe, David Bowie…

En esta tarde de septiembre lo haría con Kurt Cobain. Burroughs es en este momento un tipo de cabello gris, un tanto nebuloso, que puede pasar desapercibido por la calle, a no ser que se le observe desde muy cerca y se vea su rara y huesuda cabeza —siempre cubierta con un sombrero de fieltro — que le insufla una extraña juventud: es como un evangelizador del Medio Oeste estadounidense (donde por cierto nació en St. Louis, Missouri, en 1914), con ardores exóticos y misterios en su interior.

Estudió medicina, antropología, psicoanálisis, sociología, religiones, literatura; trabajó en todos los oficios sólo por experimentar y lo ha leído todo. Inició así su trabajo fundamental: el estudio de las cosas en sí mismas por las calles de la vida y de la noche —incluidas todas las adicciones, primordialmente la heroína.

[VIDEO SUGERIDO: The Priest They Called Him, vimeo (Eliana Nava)]

Esta tarde, como ya mencioné, el viejo Bill está con Kurt Cobain, el santón trágico de una generación la mar desesperanzada, heroinómano reincidente y náufrago de varias sobredosis.  Es el 25 de septiembre de 1992.

Burroughs llegó a la cita para grabar una sesión de estilo spoken word, con su andar cansino, ése que le marca hueso a hueso, con lentes que fijan como alfileres la mirada de sus ojos, el sombrero de fieltro y un traje antiguo y raído. Es un ser alto, muy delgado, encorvado, extraño y lacónico.

Habla en voz baja, apenas audible. Al terminar sus frases resopla por la nariz con el sonido de un depósito vacío. A veces le sale una risa lúgubre, sobre todo cuando siente atinado un sarcasmo extraído de sus propias experiencias. Le gusta hablar y sabe escuchar también.

La gente se sienta a sus pies. Y entonces es como un oficiante que tuviera sobre las rodillas un ejemplar de Shakespeare, Kafka o el Libro de los Muertos.

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Así que Kurt, al que el sufrimiento y el dolor le brotan por todos los poros, siente como bálsamo escuchar la voz pausada de uno de sus héroes (junto a Jack Kerouac, Patrick Süskind, Samuel Beckett y Charles Bukowski, entre otros) del que ha leído todos sus trabajos y técnicas de escritura —especialmente en Naked Lunch—. Ahora, el tiempo la ha brindado la oportunidad de conocerlo, de hablar con él y de proyectar una obra conjunta.

La cita para conocerse es en los Red House Studios de Lawrence, en Kansas, donde también se ubica la casa de Burroughs. Ahí están los enviados de la disquera Tim/Kerr (una compañía independiente surgida en los años noventa en la que se graban indie rock y post-punk y llamada anteriormente T/K).

Está también el productor y mezclador James Grauerholz (también escritor y biógrafo oficial del viejo Bill) y su equipo móvil, con Brad Murphy como ingeniero de sonido y el cineasta Gus Van Sant revoloteando por ahí como fotógrafo. Tuvieron que esperar una hora a que el escritor llegara.

Kurt trae consigo el trajín de las presentaciones que está realizando con Nirvana para promocionar Nevermind, su exitoso álbum que apareció justo hace un año (lleva casi 20 millones de ejemplares vendidos, se perfila como el mejor disco de 1992, ha hecho emerger el grunge y tiene un futuro asegurado entre las obras clásicas del género).

Pero en igual medida está enfrascado en un pleito legal con la justicia estadounidense por su cuestionable buena paternidad (junto a Courtney Love, con quien se acaba de casar y de tener una hija en agosto), en los problemas de adicción de ella y en los suyos.

Asimismo ya ha tenido la experiencia de la sobredosis, la rehabilitación, el síndrome de la abstinencia y el reciente reenganche a la heroína. Cobain, sigue dando avisos. Anuncia su muerte, la presiente y la provoca. Su trabajo creativo, desde el comienzo, ha sido todo ello. Los cuestionamientos existenciales y el estrés lo enfrentan a barreras insalvables, desde su punto de vista. El futuro ha perdido toda proporción para él.

Así que al encontrarse frente a Burroughs, su gurú, ha buscado conseguir de él una respuesta a lo que a veces no la tiene, preguntarle cómo mantener el equilibrio en la cuerda floja de la vida, saber lo que nadie sabe con certeza: “¿Qué pasa con nosotros cuando morimos?”, le pregunta Cobain a quien ha considerado siempre la constatación de la finitud como una alienación del individuo. “Cuando uno muere se muere, eso es todo”, responde el que no se ha querido rendir jamás ante ella.

Cobain obtiene el tesoro buscado de aquella plática: “Palabras para el que sabe”, así como la grabación del texto “‘The Priest’ They Called Him”, leído por William Burroughs, extractos del escrito The Exterminator. Es el regalo que ambos le quieren dar al mundo en Navidad.

La parte que le corresponde a Kurt es ponerle música a aquellas palabras (lo cual hará en noviembre de este mismo 1992, en los estudios Laundry Room de Seattle): improvisará con la guitarra el soporte sonoro para dicha historia navideña perversa y alucinada con los ecos de “Silent Night” y “To Anacreon in Heaven”.

El resultado es una cruda fusión non-music entre ambos sentires que quedó impresa en un inusual (por su cortedad) sencillo EP de 9 minutos y 42 segundos, bajo el sello Tim/Kerr Records de Portland, que fue puesto en circulación el 12 de octubre de 1993 (una de sus curiosidades es que en la portada del single de vinil de 10» aparece disfrazado como párroco el bajista de Nirvana, Chris Novocelic, ilustración basada en una idea del cantante).

En su interior se remueven las serpientes venenosas encarnadas por el caos guitarrístico del solo noise avant-garde —que ya han puesto a Cobain y a Seattle en el mapa— y la tranquila y reptante voz de Burroughs, en el papel de mesurado narrador ápocaliptico merecedor del más alto aprecio, quien al contar puso además un énfasis irónico en su acento de predicador.

De esta manera se continuaba cumpliendo la profecía metafórica lanzada en Naked Lunch décadas atrás: “El rock and roll invadirá las calles de todas las naciones, irrumpirá en el Louvre y arrojará ácido al rostro de la Mona Lisa”.

Años después, luego del suicidio de Kurt, se le preguntó a Burroughs sus impresiones sobre él: “Era un joven atento y educado. Y luego de que me diera a leer las letras que compondrían las canciones para el siguiente disco de su grupo, supe que también estaba más que listo para la muerte. Sintió debilitados los nexos que lo unían a la vida y optó por el suicidio anósmico, aquel que se da por el quebrantamiento”. Hoy, el material que grabaron juntos es una rareza y objeto de culto por parte de los fans de ambos personajes.

Éste fue un capítulo más en la larga lista de encuentros que sostuvo Burroughs con el rock. Género que tuvo (y tiene) en él a uno de sus más amados irradiadores: en las técnicas escriturales y compositivas –que en el conglomerado de prácticas sonoras abarca también a la música techno–, en la experiencia outsider y en la actitud frente al American way of life. La sombra de su influencia ha sido larga y productiva.

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[VIDEO SUGERIDO: The “Priest” they called him – Burroughs and Cobain (lyrics on screen), dailymotion (OkHacku)]

 

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