PRIMERA Y REVERSA: STILL GOT THE BLUES (GARY MOORE)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

FOTO 1

El guitarrista irlandés Gary Moore (abril 1952- febrero 2011) se dio a conocer como virtuoso dentro del campo del rock duro cuando estuvo con Thin Lizzy, así como en su carrera como solista en el heavy metal. Sin embargo, no es sorprendente que el blues también le haya fluido sin problemas.

«Todo mundo tiene su propia versión del blues –dijo–. Todo mundo conoce esa sensación. No creo que haya que ser negro para entenderlo de manera exclusiva.  Uno tiene o no el feeling necesario. La música irlandesa le ha dado un sello particular a mi sonido. No obstante, he encontrado semejanzas entre el blues y la música irlandesa. Muchas melodías irlandesas tienen un ambiente muy melancólico y blusero. Puedo sentir esa música. Crecí con ella. A los 13 años yo tocaba en un grupo de blues. Esta música significa más para mí que todo lo que vino después”, explicó el músico en su momento.

El blues es como un espíritu que se manifiesta de repente, incluso después de largos periodos de descanso. Y entonces sale a la luz un disco blusero, como en el caso de Still Got the Blues (EMI/Capitol, 1990). La concepción presentada por Moore en este disco no fue dogmática. Se movió con agilidad por sus diversas tendencias estilísticas.

No fueron tanto los bluseros negros originales como el auge inglés del blues en los años sesenta lo que inspiró a Moore en sus conceptos para el disco. En la portada del mismo aparecen sus gustos de la primera adolescencia por los Blues Breakers de John Mayall y el Fleetwood Mac primigenio, aunque Robert Johnson y Albert, Freddy y B. B. King también figuran.

En la mayoría de las nueve piezas que conformaron el disco original (el CD trajo 12 canciones a la postre), Moore ofreció un blues pulido y elegante que evitó toda aspereza. Cinco de esas piezas fueron de su pluma: «Movin On», «Still Got the Blues», «Texas Strut», «King of the Blues» (homenaje a Albert King) y «Midnight Blues».

Las restantes fueron covers de los grandes maestros: «Pretty Woman» (en la que participa el propio compositor Albert King), «Walking by Myself» (original de Jimmy Rogers; en la hoja de información y en la etiqueta del disco aparece el nombre del músico con la errata «Rodgers»), «Too Tired» (de Johnny «Guitar» Watson, en la que acompaña en la guitarra Albert Collins) y la preciosísima «As the Years Go Passing By» (de Deadric «Dan» Malone).

Para este equilibrado programa grabado por Moore, contó con la ayuda de metales, órgano y piano en las personas de Frank Mead, Nick Payn y Nicky Hopkins, entre otros.  Uno de los objetivos de Gary Moore con Still Got the Blues fue alcanzar ‑‑como él mismo lo comentó– al público muy joven que escuchaba el heavy metal, para despertar en ellos el interés por el blues y sus músicos originales.

«Esa sería una buena justificación para mi álbum”, explicó el guitarrista.

VIDEO SUGERIDO: Gary Moore – Still Got The Blues (Live) – YouTube (UndeadKuntiz)

FOTO 2

Exlibris 3 - kopie

PRIMERA Y REVERSA: A LONG TIME COMIN’ (ELECTRIC FLAG)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

FOTO 1

 

Entre el grupo de jóvenes blancos de Chicago que descubrieron un mundo de música en su propio patio estaba Mike Bloomfield (nacido en 1945). Un muchacho zurdo que aprendió rápidamente a tocar la guitarra. Se integró a la corriente rocanrolera de su generación a los 15 años, tocando en grupos para amenizar bailes.

Entonces, con la curiosidad de un tipo que quiere conocer su oficio desde las bases, se dio a la tarea de buscar en los barrios bajos de Chicago a los auténticos intérpretes del blues urbano. Vagó por los bares y los sitios donde se reunían los fanáticos del blues y frecuentó con asiduidad el ambiente de los bluesmen negros.

A partir de ahí, Bloomfield tocó con éstos en lugares para aficionados a la música folk, interpretando desde canciones de Woody Guthrie hasta country blues.

A los 18 años formó The Group, una banda que acompañó a Big Joe Williams por un año aproximadamente. Fue acompañante también de Muddy Waters, Howling Wolf, Buddy Guy, Otis Rush, Big Walter, Junior Wells y varios músicos más: “Había que pegarse a los bluesmen —diría a la postre Bloomfield—, tocar con ellos más y más. Trascender la calidad de blanco, si se quería absorber la música. Toqué en algunos sitios de Chicago donde no se había visto a un blanco desde hacía años”.

Por 1964, Paul Butterfield, otro músico blanco de gran arraigo en Chicago, iba a grabar un disco y necesitaba que alguien tocara la guitarra slide. Bloomfield hizo la prueba y grabó con él. Tras el buen acoplamiento, Paul le pidió que se integrara a la recién formada Butterfield Blues Band.

La presencia de un guitarrista como Bloomfield tuvo mucho que ver con la modernidad de la misma. Al amparo de largas improvisaciones, como en la del disco East-West de 1966, Bloomfield llegó a aportar al grupo un clima muy propio del blues y su eterna preocupación personal por la búsqueda de nuevos sonidos y la utilización de fraseos guitarrísticos novedosos.

De este modo, su manera de tocar la guitarra anunció muchos desarrollos posteriores del blues-rock, como el de la fusión. Un progresismo firmemente cimentado en las vertientes musicales negras.

En la búsqueda de los caminos que su inquietud le marcaba, el ya considerado un genial guitarrista, en 1967 fundó al grupo Electric Flag, que contó entre sus miembros a Harvey Brooks, Nick El Griego, Buddy Miles y Barry Goldberg, entre otros. La tendencia de la banda se inclinó un poco hacia el jazz e inició con ello la corriente de fusión (el blues-rock experimental) que posteriormente se reafirmaría con otros grupos.

FOTO 2

Abandonó la banda en 1968. Al año siguiente se integró a la Fathers and Sons para la grabación de un álbum doble con Muddy Waters, Otis Spann, Sam Lay, Donald “Duck” Dunn y Paul Butterfield.

Luego tomó un breve descanso para volver con Triumvirat, trío formado con John Hammond y Dr. John en 1974. Un año después se unió a la KGB con Carmine Appice, Rick Grech, Barry Goldberg y Ray Kennedy. Posteriormente se convirtió en solista grabando el tradicional blues estadounidense. Murió el 13 de febrero de 1981 a la edad de 36 años.

La llamada fusión era en aquella época una combinación de jazz con el rock y/o el funk/soul, aunque a veces también con músicas extraradio (hasta los años ochenta se le denominó jazz-rock).

Para la mejor comprensión de ello, hay que remontarse a este año precisamente, cuando aparecieron los pioneros de esta música. Algunos jazzistas se sentían atraídos artísticamente por el rock, así que de manera cuidadosa empezaron a experimentar con él. El disco Bitches Brew de Miles Davis y la fundación del grupo Lifetime por Tony Williams por lo general se consideran como el principio oficial de la fusión del lado jazzístico.

Por el lado del rock apareció Electric Flag con Bloomfield al frente. Los músicos involucrados en estos proyectos pueden anotarse como la primera camada del género. Todos se convirtieron en líderes de banda tras su paso por el grupo.

El disco A Long Time Comin’, es de una frescura envolvente. Una ventana abierta a un amplio horizonte que trae nuevos vientos. A pesar de haber sido un grupo fugaz, dejó algunas piezas que serían piedra de toque para futuras formaciones bajo dicho signo: “Groovin’ is Easy” (de Gravenites), “Texas” (de Bloomfield y Miles), “Sittin’ in Circles” (de Barry Goldberg) o “Killin’ Floor” (una versión de Howlin’ Wolf).

La fusión combinó, desde entonces, sobre todo la libertad y la complejidad del jazz con el carácter más directo y agresivo del rock (con sus vertientes blueseras, del soul y del funk). La música tuvo éxito entre el público de ambos campos. Bloomfield abandonó la banda ese mismo año en busca de nuevas aventuras musicales.

VIDEO: The Electric Flag (feat. Mike Bloomfield) – “Goin’ Down Slow” & “Killing Floor” 1968, YouTube (Dimitris Koutsiaftis)

FOTO 3

Exlibris 3 - kopie

PRIMERA Y REVERSA: YOU HAD IT COMING

Por SERGIO MONSALVO C.

YOU HAD IT COMING (FOTO 1)

(JEFF BECK)

Jeff Beck apenas llevaba al comienzo del siglo XXI 13 álbumes a lo largo de una carrera que ya había durado 33 años. Sobre todo en los noventa, el solitario guitarrista oriundo del condado de Surrey, en Inglaterra, no había dado noticias musicales.

Después del álbum Jeff Beck’s Guitar Shop de 1989, con el que se hizo acreedor a un premio Grammy, sólo realizó presentaciones aisladas. Apenas en 1999 planteó una declaración musical con el álbum Who Else? En esta producción, el veterano definió la posición de la guitarra eléctrica frente al nuevo milenio, con una lograda simbiosis de techno, etno, blues y rock. Una extensa gira mundial, en la que se hizo acompañar por un grupo nuevo (compartió el escenario, entre otros, con Jennifer Batten, ex guitarrista de Michael Jackson), lo mostró a la altura de los tiempos.

Un nuevo indicio de su renovada pasión guitarrística terminó por salir a las tiendas. You Had It Coming (2001) fue el título del nuevo álbum, en el que uno de los fundadores del auge bluesero inglés de los años sesenta le apostaba a la fusión entre el techno y la guitarra. No fue un material fácil ni hubo melodías que se pudieran tararear. Lo que se escuchaba era la oferta típica de Beck: multiplicidad sonora, ritmos y distorsiones.

El grupo básico del músico en el disco fue el mismo con el que salía de gira: la ya mencionada guitarrista Jennifer Batten, el bajista Randy Hope-Taylor y el baterista Steve Alexander, así como la gimiente interpretación vocal de la joven cantautora Imogen Heap en la pieza “Dirty Mind” y en un cóver cuasi psicodélico del standard del delta blues de Muddy Waters “Rollin’ and Tumblin’”, además de músicos menos conocidos. Aparte de los tracks en los que participa Heap, se trató de un álbum instrumental netamente.

You Had It Coming aumentó la influencia electrónica que se escuchó en Who Else? El sabor industrial se subrayó de inmediato en la estridente pieza abridora, “Earthquake”, de Batten: beats duros y metálicos se empalmaron con riffs semejantes.

YOU HAD IT COMING (FOTO 2)

Sin embargo, las influencias duras del rock industrial no terminaban ahí, según se comprobó en la pieza de techno-dance “Roy’s Toys”, con el martilleo despiadado de la guitarra, y la inyección de drum ‘n’ bass en “Left Hook”. De hecho esta música tenía más en común con los Chemical Brothers y Moby que con los grupos de la invasión británica influidos por el blues que el propio Beck ayudó a lanzar en los años sesenta.

Incluso la tierna pieza “Nadia” (hecha por el arreglista y remezclador de dance y trip hop Nitin Sawhney, originario de la India), con su maravillosa y escurridiza melodía, así como su bien logrado etno-ambient, con el tiempo adquiría un beat machacante de máquina de ritmos. Los 56 años de edad que tenía Beck a cuestas, en ese momento, evidentemente no le habían impedido explorar nuevos sonidos, al contrario.

En el sonido radicaba una vez más la esencia de este músico: a Beck nunca le ha interesado tocar rápido ni presumir, aunque tuviera la capacidad y el derecho legítimo de hacerlo.

En la nueva obra, la guitarra ocupó, desde luego, el centro de la atención, pero el intérprete se puso al servicio de las canciones. Su técnica y virtuosismo nunca se habían convertido en un fin en sí mismo.

Beck siempre ha preferido experimentar con estructuras y ritmos contemporáneos que con escalas y efectos especiales. A Beck le importan sobre todo las texturas sonoras. La mejor expresión de ello en este álbum fue “Blackbird”, en el que destacó un delicado dueto de él con una grabación del canto de un mirlo.

El último track¸”Suspension”, tuvo beats mucho más ligeros y lentos quelos demás y pareció flotar gracias a lo etéreo de su esencia.

De acuerdo con la época, Beck había abrazado el mundo electrónico, agregando estruendosos beats de techno y frenéticos ritmos del bajo, que le aportaron una gran emoción a su música.

A pesar de que definitivamente ya no se trataba del Jeff Beck que habían escuchado las generaciones anteriores, los amantes de su obra de antaño no tuvieron por qué lamentarse, porque sin importar los sonidos sintéticos que utilizó, nada sonó tan acoplado como su guitarra.

Desde unos acordes fogosos, las distorsiones sincopadas y tonalidades que variaban de lo siniestro a lo sereno, fue el regreso de Beck a la cima del monte Olimpo, que resultó evidente para jóvenes y veteranos por igual.

Fue de agradecerse, por otro lado, que los músicos que acompañaron al guitarrista tampoco se entregaran a un virtuosismo narcisista, sino que apoyaron puntualmente y a veces incluso de manera espartana a Beck en sus excursiones guitarrísticas.

Los incondicionales de la guitarra compraron este disco automáticamente, pero sin lugar a dudas mereció llegar a cualquier público que se dejara emocionar por la música imaginativa que funcionaba fuera de las fronteras comerciales.

VIDEO SUGERIDO: Imogen Heap and Jeff Beck – Rollin and Tumblin liv at Ronnie Scott’s 2007 from BBC 4 TV special, YouTube (thehideawayteam)

YOU HAD IT COMING (FOTO 3)

Exlibris 3 - kopie

«SHAKE YOUR MONEY MAKER»

Por SERGIO MONSALVO C.

SHAKE (FOTO 1)

(THE BLACK CROWES)

Antes que cualquier grupo de grunge, The Black Crowes demostraron que la década de los noventa tenía una necesidad tremenda de una estética novedosa fundamentada en el rock puro de guitarras.

La producción con la que debutaron discográficamente Chris Robinson (cantante y armónica), Rich Robinson (guitarras), Johnny Colt (bajo), Steve Gorman (batería), Marc Ford (guitarra) y Eddie Harsch (teclados), Shake Your Money Maker (1990), vendió alrededor de cinco millones de ejemplares, y figuró entre los álbumes primerizos de mayor éxito de todos los tiempos, entre otros motivos gracias al productor George Drakoulias, quien ayudó a que el conjunto aún inmaduro en torno a los hermanos Robinson sonara mejor de lo que ellos mismos hubieran creído posible.

The Black Crowes, originarios de Atlanta, Georgia, comenzaron a tocar en 1985-1986. Entonces interpretaban punk y se llamaban Mister Crowes Gordon. Todos les decían «los Crowes».  Por eso terminaron quedándose con este nombre. «Si lo pienso, me gusta bastante ‑‑explicó Chris Robinson al respecto–. Me daba la impresión de pertenecer a una pandilla».

Es posible que el talento de este grupo no fuera extraordinario, pero lo compensaron con su entusiasmo e integridad, lo cual pareció más que suficiente para inyectar otra vez mucha vida en el rock sureño, que por entonces, en ese primer lustro de los noventa, contaba con más de un cuarto de siglo de existencia.

El profundo Sur estadounidense ha tenido, desde que la música comenzó a contarlo, sus referentes sonoros. La demarcación ha desarrollado una cultura particular —socialmente más conservadora que la del resto del país (debido al papel central de la tierra en su historia y economía)–, el criollismo, la práctica vudú, la arquitectura, la gastronomía, la literatura y diversos estilos musicales (como el blues, la música country, el bluegrass, el gospel, el soul, el jazz, el zydeco y el rock and roll).

Producto de tal mezcla ha sido la música de aquella zona sureña, humedecida por el río Mississippi y nutrida de vida por los polvos y aires lodosos que la caracterizan. Es la llamada swamp music en sus diversas vertientes. Surgió a la luz pública gracias a las trasmisiones radiales que se produjeron al comienzo de 1950. En ellas participaban exponentes del estilo cajun y músicas del criollismo negro local (zydeco), del country and western (hillbilly) y de las tradicionales influencias musicales folk de origen francés.

El swamp ha sido popularizado internacionalmente por diversos artistas que han hecho versiones del mismo en sus discos. De manera paralela, se desarrolló el swamp blues. El estilo de éste evolucionó oscuro y denso, de forma silvestre, por aquellos lares. Su ritmo se caracterizó por una cadencia lenta, en la que se manifiestan las influencias del cajun y zydeco.

Asimismo, a partir de los años sesenta del siglo XX surgió otra corriente a la que con el tiempo se denominó Southern rock o rock sureño. Un fenómeno musical que retomaba tales aires. El camino quedó abierto y por él empezaron a transitar agrupaciones locales que al rock primigenio lo mezclaban con el country, el folk o el soul y cuyos compositores, cantantes y guitarristas le dieron a la influencia de esta música y su entorno una dimensión mayor, mítica, como la del río de la cual emanaba: el río Mississippi.

Ahí radica el canon virtuoso de su espíritu. De sus vertientes y trayectoria surgieron entonces cantos y formas, héroes y leyendas, relatos y crónicas, todo un mundo tan real y rústico como para atraer la atención de otros músicos y escuchas.

Dicho subgénero marcó su debut con los Allman Brothers y uno de ellos, Duane tocó una guitarra encantada que, a pesar de la muerte prematura de su intérprete, continúa reverberando por aquellas ciénegas y pantanos para toda la eternidad.

Y el desfile de nombres, tendencias, mezclas y grandes discos ha fluido por dichas riveras de manera imparable por las siguientes décadas: Elvin Bishop, Charlie Daniels, Marshall Tucker, Lynyrd Skynyrd, Doobie Brothers, Tom Petty and The Heartbreakers, Kings of Leon y The Black Crowes, entre otros.

SHAKE (FOTO 2)

Estos últimos resultaron uno de los mejores ejemplos de los años noventa, con un universo evocador de aquella realidad bastante diferente de otros lares, por aquellas aguas y sus lluvias que provocan dudas existenciales; una guía por las sombras de los cementerios, amuletos y conexiones extrasensoriales; por el paso de los trenes y la imaginación que suscitan; o por la vida de los músicos y su comunión con la voluntad del río mitológico. El rock sureño aportó, con ellos, su propia cosmogonía a la vastedad del género.

The Black Crowes con el tema «Hard to Handle», del mencionado Shake Your Money Maker,  lograron alcanzar la posición número uno en el año 1990, con un sonido totalmente influenciado por bandas históricas (blancas y negras).

Luego vinieron las extensas giras mundiales a raíz de ese inusitado éxito, que  permitieron a The Black Crowes adquirir la fuerza y las tablas tan importantes en la escena musical. A continuación, desbordantes de confianza en sí mismos, de manera rápida grabaron el álbum sucesor: The Southern Harmony and Musical Companion (1992).

A la primera oída el producto sonaba asombrosamente convincente, pero su intensidad y bravura no podían ocultar cierto carácter uniforme en el repertorio y la ejecución, aunque su espesa profundidad fue a todas luces reconocida, tanto así que vendieron otros cinco millones de ejemplares.  Las críticas de los puristas no se hicieron esperar y los tacharon de abandonar la independencia artística en beneficio de las ganancias. Por tal rendija se coló uno de los tópicos más reconocidos del rock y de la mitología en general: las peleas fraternas.

La historia del rock está compuesta por sus mitos y el del cainismo es uno de ellos. Este sustantivo nombra un tipo de conducta (derivada del mundo animal), en la que en este caso uno de los hermanos manifiesta un odio abismal por el otro por causas tanto reconocibles como ignotas. Si los relatos bíblicos tuvieron como ejemplo a la primera hermandad (de la que surge el nombre), la génesis del rock tiene su propio paradigma.

Esta actitud, por lo general, parece ser la regular en la mayoría de los grupos del rock que han tenido a hermanos en su formación. Algunos han sorteado las tormentas sin mayores consecuencias, pero en la gran mayoría de los casos, como en el de los Robinson,  la unión terminó por ser una bomba de tiempo que les explotó, regularmente también, frente al público, acabando de golpe con un buen grupo. Una fraternidad que mantuvo una relación tirante tanto encima como debajo del podio en los distintos periodos de su existencia artística.

En el 2020, luego de cinco años de separación del grupo y de no hablarse, decidieron sorpresivamente festejar el 30 aniversario de la aparición de su primer disco, el más exitoso (Shake Your Money Maker, un debut que marcó un punto de inflexión en la música norteamericana. Una obra que recuperaba el legado de la más genuina savia del rock sureño), con una gira mundial. La explicación: “Pasa en todas las familias. Pero a larga, no podíamos entender que se pudiera poner fin a algo que nos había dado tanto”.

VIDEO SUGERIDO: The Black Crowes – Hard To Handle (Official Music Video), YouTube (The Black Crowes)

SHAKE (FOTO 3)

Exlibris 3 - kopie

REMEMBER SHAKTI

Por SERGIO MONSALVO C.

REMEMBER SHAKTI (FOTO 1)

 (JOHN McLAUGHLIN)

 Los mundos de la cultura del rock y de la música clásica hindú a veces se han cruzado, pero han caminado de manera paralela durante el último medio siglo. Son mundos con sus propias historias, leyendas, mitología y obras; con personajes que han vivido el éxito y la aclamación lo mismo que el tardío o nulo reconocimiento. Hablar de ambos resulta apasionante.

 

En los practicantes de ambos géneros el gusto por involucrarse con el otro les ha dejado una huella mucho más profunda que cualquier cosa que hayan hecho antes. Y seguramente es así, porque así deben ser los acercamientos: definitivos (en un momento dado) y siempre en incremento (la siguiente vez). Estas sensaciones vuelven en cada ocasión que se presenta la oportunidad de practicar los intercambios en la música.

 

La intención de fusionarlas es precisamente ésa: brindar otra oportunidad para que quien la practique se solace con su afición desde otro punto de vista, desde otra posibilidad, con los sentidos y la mente abierta, sin prejuicios ni convencionalismos y la plena conciencia de que ambos mundos –del rock y de la música clásica hindú– a veces se cruzan felizmente y, como en el caso de Shakti: se reúnen.

 

A través de su historia, en el conglomerado de prácticas sonoras que se hace llamar rock y que forman parte de ese enorme pastel cultural, existe una música que no encuentra acomodo más que en los intersticios entre géneros (jazz, world beat, electrónica, fusión, etcétera).

 

Es una música que no es muy afecta a la luminosidad de los reflectores ni a la masividad. Sin embargo, su influencia e incrustación dentro de la cultura del rock ha sido determinante y siempre enriquecedora.

 

Por lo general tal música ha echado mano de la mezcla, de la fusión, para expresarse. Algunos ejemplos de ello son las piezas de Shakti, que forman parte del andamiaje del género por sus aportaciones.

 

Ese sonido entre terrenal y proveniente de lo alto fue lo que llamó la atención del oído de los rockeros en los años sesenta. Ese sonido, penetrando por las trompas de Eustaquio y concentrándose en el cerebro del músico, fue también el momento de una síntesis y el paso al conocimiento de otro hemisferio de una generación que buscaba respuestas y proyecciones místicas de la existencia.

 

Escucharon el sonido del sitar y otros instrumentos indios y les picó la curiosidad. No era una guitarra, así que buscó mejor a alguien que los instruyera.

 

La comunidad artística rockera conoció entonces a Ravi Shankar, el virtuoso indio del sitar y con ello se adentraron en un camino que no sólo experimentaría ellos sino, a la postre, todo el Mundo Occidental.

 

Con el conocimiento del sitar vino también el de la Ley del Karma, el principio budista de la inevitabilidad, el de las ciudades indias como Cachemira, el de los festivales religiosos, la conversación con santones: en fin, el de otra cultura.

 

Por ese entonces la experimentación agregaba el elemento químico como instrumento del conocimiento interno. Se realizaban de manera regular viajes con LSD y en ellos descubrieron que el paisaje mental que la droga les producía era uno que ya contemplaba la India, con sus seres y sonidos misteriosos.

 

A partir de entonces el Oriente ha ejercido una influencia más que significativa para el género, sobre la base de que el hombre oriental se identifica sobremanera con las fuerzas primarias. Para la imaginería del rock, el Oriente se erigió en una tierra de sensibilidades expansivas. Así que la principal influencia oriental sobre el rock provino de la India vía la Gran Bretaña con el rock progresivoy el jazz-rock.

 

A partir de entonces los rocanroleros recurrieron a la música y filosofía de la India como una ruta convincente hacia la unidad primitiva del universo. El rock ya no tuvo tiempo para el Islam o el confucionismo, por ejemplo. El indio vive un credo que borra la historia. Su hogar es el eterno y primitivo ahora, concepto del que el rock se ha nutrido desde un principio.

 

REMEMBER SHAKTI (FOTO 2)

 

En la búsqueda de nuevos mundos el rock encontró uno en la pretensión védica de la filosofía india. El descubrimiento y la intensificación del enamoramiento con lo oriental, en ese sentido, se incrustó en el rock del siglo XX y comenzó claramente con la persona y carrera de John McLaughlin, entre otros.

 

Un músico que ha transitado precisamente por todos los intersticios entre géneros: The Mahavishnu Orchestra, el trío con Paco de Lucía y Al Di Meola, o los diversos proyectos como solista.

 

Un ejemplo. Es posible adoptar diversos puntos de vista con respecto al CD doble Remember Shakti  que McLauhglin lanzó en 1999 y que fue grabado en vivo durante la gira del grupo homónimo por la Gran Bretaña que el oriundo de Yorkshire realizó con varios músicos hindús clásicos: Zakir Hussain (tabla), T.H. «Vikku» Vinayakram (ghatam), Hariprasad Chaurasia (bansuri) y Uma Metha (tampura).

 

El álbum tiene diversos matices, puesto que esta música, vestigio de los años sesenta y setenta del guitarrista, puede muy bien ser un ejercicio retro emparentado con los proyectos de Ravi Shankar con Bud Shank; del jazz-rock hindú de Miles Davis o con la meditación espiritual de John Coltrane.

 

Para McLaughlin esta música parece un trip orgánico al pasado. El misterioso Oriente ha ejercido una influencia más significativa sobre el jazz. El hombre oriental supuestamente se identifica con las fuerzas primarias, en tanto que el occidental sólo alimenta sus «visiones» cerebrales.

 

Según el jazz, el Oriente es una tierra de sensibilidades expansivas, el yin frente al yang de la ciencia occidental. Los jazzistas occidentales en ocasiones han vuelto las miradas hacia allá, pero la principal influencia oriental sobre él proviene de la India vía Gran Bretaña.

 

John McLaughlin empezó tocando la guitarra con Jack Bruce y Ginger Baker, fue desarrollándose hacia el jazz‑rock y el misticismo oriental y formó la Mahavishnu Orchestra, nombrada así por la encarnación más feliz de la trinidad panteísta hindú y organizada bajo la influencia del swami Sri Chinmoy.

 

Los títulos de sus álbumes con la Mahavishnu narran la historia mística: Visions of the Emerald Beyond, Inner Worlds, Between Nothingness and Eternity. A éstos le siguieron, durante su carrera como solista: Shakti with John McLaughlin (de 1975) y Natural Elements (de 1977).

 

Después de los ingredientes del blues negro y el folk europeo, el misticismo indio es el que sigue en importancia en la mezcla particular de primitivismo romántico creada por el jazz. La razón por la cual triunfaron los gurús, en la arena del fracaso de otros chamanes, ilumina las predilecciones que impulsan al género.

 

La duración de algunas piezas en Remember Shakti («Mukti» de más de una hora, «Chandrakauns» de un poco más de media hora y en la que no toca John) también contribuye a evocar todo ello. También es posible otra apreciación al hacer constar la magnífica ejecución de un idioma musical que no se ciñe rígidamente a la tradición hindú, lo cual permite el acercamiento occidental. En ello interviene en gran medida el hecho de que tres de las cinco composiciones sean de McLaughlin (las piezas más cortas).

 

La guitarra se entreteje de manera espléndida con la tabla y el tambor bajo ghotam, mientras que los sonidos de la tampura, parecidos al arpa, se mezclan con una guitarra que casi podría calificarse de romántica. Resulta particularmente hermosa también la oscilación constante entre jazz y música tradicional hindú, y el cálido acento que aporta la flauta bansuri.

 

En el tema «Mukti», de 63 minutos, se comienza con un solo de flauta al que tras diez minutos de introducción se agrega la guitarra y después las percusiones, aumentando la velocidad después de media hora con el mismo tema repetido hasta desembocar en un pandemónium de tabla y ghatam. Un auténtico viaje trance para darle un adiós definitivo al siglo XX.

 

VIDEO SUGERIDO: John McLaughlin – Remember Shakti – Lotus Feat., YouTube (Bito Arreguinio)

 

 

REMEMBER SHAKTI (FOTO 3)

 

 

 

 

 

 

Exlibris 3 - kopie

THE CONCERT FOR BANGLA DESH

Por SERGIO MONSALVO C.

CONCERT OF BANGLA DESH (FOTO 1)

(CONTRA EL HAMBRE)

El rock tiene como toda disciplina artística la misma postura que cualquier humano con respecto al hambre. Sin embargo, tal cuestión el género casi no la ha tratado de manera individual, pero sí lo ha hecho en sus implicaciones colectivas. Y lo viene haciendo desde que Bob Dylan puso a Woody Guthrie como su referencia.

El folk retrató con las letras de este cantautor las miserias y penurias de los desposeídos, de los miserables, de los pobres expulsados de la maquinaria del desarrollo, de los marginados por el sueño americano y el capital.

El folk rock, primero, y las corrientes del heartland rock y de la dark americana e indie, a la postre, han puesto estas consideraciones en la lírica de su temática (el country y la canción de protesta lo han hecho por su parte). Infinidad de músicos han hablado del problema.

Desde el ya mencionado Dylan, Bruce Springsteen, Los Lobos, JJ Cale, los Klezmatics, Wilco, Anti-Flag, Meat Puppets, Fleet Foxes, Iron & Wine, Bon Iver, Ani DiFranco, Elliott Smith, Billy Bragg,  y un largo etcétera.

A través de este canto rockero se manifiesta el hombre sin mayor cosa que su propio trabajo, la voz de aquél al que ni el destino, ni su medio han podido sacar de la cuneta, pero cuya voluntad férrea lo lleva a sobrevivir.

De esta manera el género ha sabido llegarle a la gente hablándole de sus problemas, de sus esperanzas y de sus luchas. Es la música que primeramente ha elevado al mundo sus cantos por la paz, su compromiso con el otro y de ayuda para el necesitado.

Y lo ha hecho no sólo con su materia prima sino también de facto con los festivales benéficos que él mismo ha generado, comenzando con aquel Concierto para Bangla Desh, país que padecía el azote del hambre, las epidemias y la indiferencia del mundo, excepto la de los rockeros que se reunieron con ese propósito solidario.

(En 1971, Pakistán Oriental se separó del resto de Pakistán para conformar lo que actualmente se conoce como Bangla Desh. Los combates independentistas provocaron que los habitantes de esa zona se refugiaran de forma masiva en la India. A esto se sumó el Ciclón Bhola, y entre ambas cosas crearon una catástrofe humanitaria y una terrible hambruna.)

CONCERT OF BANGLA DESH (FOTO 2)

Para convocar un evento de semejantes dimensiones se precisó de un gran aglutinador de voluntades, y nadie mejor en ese momento que George Harrison, el cual además se presentaría en vivo por primera vez desde la disolución de los Beatles.

Un evento que creó modelo para los conciertos a beneficio. Una cita musical doble (una por la tarde y otra por la noche) en Nueva York (en el Madison Square Garden) que se conoció en todo el mundo, con varias horas de duración  y con figuras de primera línea (hasta 35 músicos en total).

Asimismo, y como parte de la estrategia para recavar fondos se realizó The Concert For Bangladesh: una película documental que se publicó en 1972 basada en él. Tanto el concierto ofrecido la tarde, como el acontecido por la noche de aquel 1 de agosto de 1971, fueron filmados y grabados para la realización de un álbum consecuente (lanzado a mediados de ese mismo año como triple vinil, por cierto; y luego convertido en dos CD’s y en DVD), con Phil Spector en la producción.

De aquel día se recaudó un cuarto de millón de dólares, que se entregó a la UNICEF. Los beneficios obtenidos entre el video y el DVD, todavía se siguen enviando a tal organismo humanitario a través de la Fundación del extinto George Harrison.

(El famoso Muro de sonido ese mostró de verdad: llamó la atención que tanta gente, con tan pocos ensayos, pudiera sonar de esa manera limpia y elegante. Las canciones de Harrison, sobre todo, exigían estar pendiente no solo de la belleza de cada frase, sino de los cambios de intensidad sonora)

El largometraje combinó los dos conciertos con las preferencias fijadas por Harrison en relación a la calidad de las interpretaciones.

El inicio de la película contiene imágenes de una conferencia de prensa ofrecida por Harrison y Ravi Shankar para la promoción del evento. En ella se puede escuchar a un reportero preguntar: «Con todos los problemas que hay en el mundo, ¿por qué ha escogido éste para hacer algo?». La respuesta de Harrison fue: «Porque fui invitado por un amigo para ver si podía ayudar, eso es todo.»

(El músico bengalí Ravi Shankar, maestro del sitar y amigo de Harrison, lo había consultado sobre cómo podían ayudar en tal situación. Harrison grabó entonces el single titulado “Bangla Desh”, mientras que Shankar lo hacía con «Joi Bangla», en el lado B del mismo, para empezar a recaudar fondos. Luego surgió la idea de  organizar un concierto en la Unión Americana. Harrison entonces conectó a unos amigos, convenciéndolos para tocar en dicho macroconcierto en el inmueble neoyorquino mencionado. El ex beatle tardó cinco semanas en organizarlo.)

La escena del documental pasa posteriormente a los exteriores del Madison Square Garden, con un reportero entrevistando a los seguidores que esperaban el inicio del concierto (en total fueron 40 mil los asistentes).

Éste comenzó con un recital de música india a cargo de Ravi Shankar y Ali Akbar Khan, introducido previamente por Harrison y con unas palabras del maestro hindú explicando la duración de la sección india. De forma adicional, Shankar pidió al público que no fumara durante la ceremonia.

Tras un interludio en el que se muestran imágenes de los músicos acudiendo al escenario, Harrison da comienzo el recital de música, rodeado de una banda extensa, incluyendo dos bateristas, Ringo Star y Jim Keltner, Leon Russell en el piano, Billy Preston en el órgano, dos guitarras principales: Eric Clapton y Jesse Ed Davis, algunos miembros del grupo Badfinger en las guitarras rítmicas, una sección de instrumentos de viento, coristas y como invitados principales: Bob Dylan (quien tocó cinco piezas de su autoría) y Ravi Shankar.

Desde varios puntos de vista aquella presentación fue un éxito: en lo musical con momentos inolvidables, al igual que en el mediático-planetario y marcó, además, una fórmula a futuro (el Farm Aid, el Live 8 o el Live Earth, de la actualidad, son un derivado de aquello).

Y desde la perspectiva de la movilización, puso su grano de arena para concientizar sobre la lucha contra la pobreza y la desigualdad dentro del capitalismo salvaje.

Lo que quedó demostrado con él fue la capacidad del rock para unir esfuerzos por motivos sociales y humanitarios, el único género capaz de hacerlo.

En la cauda quedan aquellos esfuerzos que enseñaron al mundo lo que los individuos y su voluntad son capaces de hacer; lo que un puñado de músicos en plan generoso pueden realizar y finalmente la pública toma de conciencia sobre una realidad lamentable e inadmisible: el hambre.

Al rock le duele el mundo. Y con manifestaciones como este concierto busca el alivio con la reflexión y el acto.

 

VIDEO SUGERIDO: George Harrison – “Bangladesh”, YouTube (mac3079b)

CONCERT OF BANGLA DESH (FOTO 3)

Exlibris 3 - kopie

NO NEED TO ARGUE

Por SERGIO MONSALVO C.

NO NEED TO ARGUE (FOTO 1)

 (THE CRANBERRIES)

 Lo que el grupo The Sundays habían sido para Inglaterra, The Cranberries lo fueron para Irlanda. Hubiera tenido que sufrir la burla general quien a fines de 1993 vaticinara que este grupo vendería un total de dos y medio millones de ejemplares de su debut a nivel mundial.

Sin embargo, los estadounidenses –el mayor mercado para la música– abrazaron a Dolores O’Riordan y a sus compañeros (Niall Quinn, Mike Hogan, Noel Hogan y Fergal Lawler) como a una Sinéad O’Connor (aún sin romper las fotos del Papa).

The Cranberries eran (¿son?) de un remoto rincón irlandés (Limerick, el medio oeste del país) y producían un introvertido rock alternativo de guitarras.

Después de convertirse en estrellas con Everybody Is Doing It, So Why Can’t We? (1993) y tras su gira triunfal por la Unión Americana, el grupo trató un año después de consolidar el éxito con No Need to Argue (1994). Este nuevo disco sin duda no resultó tan accesible como el anterior para el público masivo.

Al escucharse la primera vez no se encontraba nada que lo acercara realmente al oído popular. Sin embargo, no había otro grupo que poseyera la misma capacidad de introducirse poco a poco en la conciencia, de jugar con los sentimientos del escucha.

No Need to Argue fue un digno sucesor y causó polémicas. Las debilidades corrieron por cuenta de las poses afectadas de Dolores, que se empeñaba recordar  las cabriolas vocales de la O’Connor (por su tratamiento del yodel y del góspel irlandés). Mientras tanto, los demás Cranberries, en primera instancia el guitarrista Noel Hogan, progresaban a grandes pasos.

El indie guitarrístico del debut, estrechamente emparentado con el estilo de los Sundays –como ya apunté–, adquirió profundidad y variación, desde el pesado muro de guitarras en temas como «Zombie» –la pieza elegida como sencillo– hasta los capullos folk de «Dreaming My Dreams» y «Daffodil Lament».

Por otro lado y juzgando sus llamativos textos, Dolores O’Riordan siempre fue una letrista especial. Escribía sobre la violencia de la guerra, el terrorismo y las armas (la mencionada «Zombie», un single coreado por los jóvenes en los noventa, compuesto en la estela del atentado del IRA que mató a dos niños, de tres y 12 años de edad), la poesía y el suicidio («Yeat’s Grave») y su juventud de dudosa felicidad («Ode to My Family»).

Las letras contra el terrorismo resultaban comprometidas, pero no se trataba, propiamente dicho, de una condena. No era un discurso político, sólo la puesta en perspectiva de un grave problema doméstico.

Cuando se le preguntaba cómo elegía las palabras, por su significado o por sus asociaciones emotivas, Dolores decía que nunca se planteaba esa pregunta. Cantaba como solía hablar.

Las palabras se le daban en función del debate interno con el resto de los integrantes del grupo. De ahí derivaba el ambiente de la pieza. Era una escritura casi automática.

No era una mezcla desagradable. Después de sumar y restar los puntos favorables y desfavorables de No Need to Argue, esta producción de los Cranberries quedaría con una buena calificación.

Para esta entrega decidieron volver a trabajar en la producción con Stephen Street. Después del éxito del primer álbum, les pareció evidente la ventaja de prolongar la colaboración.

«Trabaja bien y sobre todo rápidamente –dijo Noel Hogan–. Eso es lo que buscábamos. No sirve de nada encerrarse varios meses en el estudio. Claro, se sale con un sonido perfecto, pero muchas veces se pierde el feeling. Es contraproducente.»

VIDEO SUGERIDO: The Cranberries – Zombie 1999 Live Video, YouTube (NEA ZIXNH)

NO NEED TO ARGUE (FOTO 2)

Exlibris 3 - kopie

LET THE GOOD TIMES ROLL

Por SERGIO MONSALVO C.

(B.B. KING)

LET THE GOOD TIMES ROLL (FOTO 1)

B.B. King hace tiempo que entró al Olimpo de los dioses de la música (aún antes de morir el 14 de mayo del 2015). Algunos de sus discos son considerados auténticas joyas del blues y obras maestras de la música contemporánea.

Así que hiciera lo que hiciera siempre fue bienvenido, lo mismo al grabar a dúo con diversos artistas del género que con nuevas grabaciones de estudio.

A finales del siglo XX a este gran guitarrista se le antojó dedicarle un álbum a uno de sus intérpretes favoritos y pilar de la música negra de los años cuarenta y cincuenta: Louis Jordan.

En aquellas décadas el swing hot, el jazz y el country blues se habían condensado en forma del rhythm & blues denominada jump blues, al final de los años cuarenta, empujando a las pistas de baile a una población cansada de la guerra (la segunda mundial) y la inflación.

Los pequeños y animados grupos que tocaban secuencias de blues con una energía y un entusiasmo sin precedentes eran acompañados por cantantes gritones de ambos sexos. 

El ánimo de los intérpretes se reflejaba en el del público. Los saxes tenores graznaban y chillaban, los pianos ejercían un papel percusivo y las guitarras eléctricas vibraban y punteaban.

Las letras de las canciones eran sencillas y elementales, con sentido del humor y juegos de palabras, dirigiéndose a los corazones y ansias de los escuchas mientras el estruendoso ritmo les hacía mover los pies. 

El aumento en la popularidad de tal música, atrajo a hordas de imitadores y admiradores. En pocos años, el jump blues cambió el rumbo de la música popular en los Estados Unidos, aunque para entonces (al inicio de los cincuenta) ya se le denominaba «rock and roll».

Durante su auge, el poder de convocatoria del jump blues abarcaba a todas las razas y situaciones económicas, al contrario del country blues y del blues eléctrico urbano, de público en su mayoría negro. Era capaz de llenar los salones de baile con cientos de fans eufóricos.

LET THE GOOD TIMES ROLL (FOTO 2)

Un tema emblemático de dicha época fue «Choo Choo Ch’Boogie», que monopolizó el primer lugar de las listas de éxitos por más de cuatro meses en 1946. Los autores eran dos compositores de country, Denver Darling y Vaughan Horton, pero hizo falta que la interpretara Louis Jordan, el mayor enterteiner del jump blues y del rock and roll, para dar vida a la canción.

A partir de ahí su repertorio creció y su material original fue imitado por decenas de grupos de animación que hicieron de todas esas piezas un stock de standards para llenar discos y salones de baile. Esta evolución escénica de la música negra influyó en las siguientes generaciones de músicos, quienes como B. B. King llevaron más allá los sonidos, sin dejar de reconocer su influencia.

Y King lo hizo en el disco Let the Good Times Roll (MCA, 1999), con versiones frescas, poderosas, alegres y llenas del mood que Jordan puso de moda en aquellos días.

La forma del blues denominada «jump» fue representada por Jordan, cantante y saxofonista alto nacido en Brinkley, Arkansas, en 1908. Louis producía un sonido en el sax parecido a las inflexiones vocales, técnica que había madurado a lo largo de muchos años de trabajo tocando en bandas como la de Chick Webb.

Cuando la fama le llegó, Jordan disponía de su propio grupo, el Jordan’s Tympany Five (fundado en 1939), formado por siete u ocho músicos que tocaban con una base pianística al estilo del boogie-woogie y hacían un jazz rítmico en función de las cualidades vocales de Jordan.

En 1945 este músico era muy conocido en los ambientes de Hollywood, en donde asimismo disfrutaba de los laureles que le proporcionara su éxito «Caldonia», un boogie de texto humorístico que entró inmediatamente en los repertorios de numerosos cantantes del Delta del Mississippi.

Ejemplo de ello fue Little Walter, que poseía un oído privilegiado para la música y que consiguió asimilar en su armónica amplificada los solos de sax de Jordan.

El estilo del boogie, base del jump blues, había surgido a principios de los años veinte, y el piano se erigió en el instrumento por antonomasia; sin embargo, la moda del estilo llegó a su punto culminante a finales de los treinta y entusiasmaba a los adolescentes negros aficionados al baile del jitterbug.

Jordan retomó el ritmo y lo enriqueció con la voz del sax en el mismo tempo y una letra pegajosa. Con talento entonces lanzó una nueva música hábilmente orquestada con todos esos elementos. Los éxitos se vinieron en cascada: «Choo Choo Ch’Boogie», «Early in the Morning», «Let the Good Times Roll», etcétera.

El origen del jump fundamentó su desarrollo también en parte de la fuerza original del rhythm and blues que procedía de los mismos ritmos fuertes y riffs que impulsaron a las mejores bandas de Kansas City en los treinta.

De tal fuente también abrevó B.B. King para desarrollar su estilo particular. De Jordan tomó para sus presentaciones en vivo la interpretación de jumps organizados como números teatrales con toda clase de movimientos sincronizados, interrupciones efectistas y prolongados solos instrumentales.

De esta manera los grupos tanto de Jordan como de King lo daban todo de sí y abandonaban el escenario exhaustos. Let the Good Times Roll se convirtió así en un homenaje al dinámico Louis Jordan (muerto en 1975), a su estilo. Una leyenda honrando a otra como legado para los escuchas actuales.

VIDEO SUGERIDO: B B King – Caldonia, YouTube (ayukawanaomi)

LET THE GOOD TIMES ROLL (FOTO 3)

Exlibris 3 - kopie

REBIRTH OF COOL SIX

Por SERGIO MONSALVO C.

REBIRTH OF COOL SIX (FOTO 1)

PALETA DE ESTILOS

La gran popularidad de los volúmenes anteriores de esta serie sin duda se incrementaron tras el lanzamiento del número seis, The Rebirth of Cool Six (Island). Los productores de la serie se fueron por lo seguro y reunieron canciones que se estaban escuchando entonces en los clubes londinenses (segundo lustro de los noventa).

House, triphop, reggae, jungle, drum ‘n’ bass, acid jazz: hubo algo para cada quien. La excelente selección corrió a cargo de Patrick Forge y puso de manifiesto todos los estilos, tal como lo esperaba cualquiera que conociera su trabajo como DJ.

La serie Rebirth of Cool era un buen lugar adonde ir si se quería uno enterar de la situación del tan fraccionado organismo del etiquetadísimo post-hiphop-dance-groove jazz.

Este volumen puso énfasis en el dance pop postmoderno, con tracks sorprendentes como «Horizons» de LTJ Bukem y «Feel the Sunshine» de Alex Reece, protagonistas ambos del drum ‘n’ bass, «Cotton Wool» de Lamb y «Underwater Love» de Smoke City.

Las barreras sonoras culturales eran superadas por «Migration» de Nitin Sawnhhey; «Ponteio» de Da Lata ofreció sabores brasileños y el pionero del jazz jamaicano Ernest Ranglin hizo acto de presencia con «Surfin'».

El sabor entre Grant Green y King Tubby del track de Ranglin lo convirtieron en un auténtico placer auditivo (al igual que el de su álbum Below the Bassline del que fue extraído).

Bellas vibraciones techno surgieron por cortesía de iO y en la maravilla de Akasha. Y el esfuerzo de Lewis Taylor, «Bittersweet», fue un casamiento alucinante de abstracciones a lo Tricky y de soulismos clásicos predigeridos, lo dejó a uno con ganas de conocer su debut discográfico de larga duración.

VIDEO SUGERIDO: Lewis Taylor in sesión – Lovelight (2003), YouTube (Video Shop TV)

REBIRTH OF COOL SIX (FOTO 2)

Exlibris 3 - kopie