ELLAZZ (.WORLD): TERI THORNTON

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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TEMPERAMENTO Y CONTRASTE

 

Es difícil de creer, pero en las mejores enciclopedias del jazz el nombre de Teri Thornton no aparece, como debería, al lado de gente como Sarah Vaughan, Carmen McRae o Dinah Washington. Mucho tiempo tuvo que esperar esta especial cantante para tal reconocimiento. Lo lamentable es que resultó tardío. De cualquier manera, ella continuó en el trabajo pese a todo hasta unos días antes de su muerte, y mostrando sus cualidades en el canto: talento y estamina interpretativa. En ella siempre hubo swing, temperamento, una voz poderosa y plena de contrastes hasta el final.

Habla Teri:

“Nací con un mal sino. No sé por qué, pero así fue. Quizá como el eslabón de un pasado al que mi espíritu tuvo que encadenarse para cumplir su misión en esta Tierra. Quizá por eso nací con sed, con una como la del marinero que regresa y no hay bar, taberna o tugurio que le alcance para apagarla. Soy, como dije, el último eslabón de una fuerte cadena que comenzó con el jazz mismo. Una cadena que ha servido de ejemplo a las nuevas generaciones; una que forjó la época dorada y los años locos; una de cuando el jazz hervía tanto en la sangre que no había elemento que la controlara.

“Nací en Detroit, Michigan, el primero de septiembre de 1934. Justo en la fecha cuando en los Estados Unidos tuvimos la posibilidad de volver a beber sin ser castigados por la ley. Cuando alguna cosa me afecta, de la naturaleza que sea, siento la curiosidad de conocer todo al respecto de ella. El alcohol y las drogas fueron unos malos acompañantes en mi vida, así que me puse a investigar en estos últimos días al respecto de ellos y su injerencia en el jazz —mi música— y averigüé muchos detalles. No para justificarme, sino para saber qué nos impulsa hacia ese infierno, finalmente voluntario.

“En el principio fue la cerveza casera y el whisky destilado en algún paraje cercano a los campos de algodón. Era whisky hecho de maíz, sobre todo. Los bluesmen lo consumían en las tabernas del camino. Lo llevaban consigo y lo hicieron su compañero de viaje junto a la guitarra. Por supuesto cantaron sobre él, en alabanzas y desencuentros. De diversas partes del sur estadounidense todos ellos se encaminaron desde fines del siglo XIX hacia el sitio que sería la meca y cuna del jazz, la música más importante del siglo XX: Nueva Orleans.

“Sin embargo, las fuerzas vivas de la Unión Americana pusieron el grito en el cielo y arremetieron contra el jazz y el alcohol, por ser parte de su ritual. Llegó la época de la Prohibición y de la Primera Guerra Mundial. No obstante, el jazz floreció de manera subterránea en los speakeasies, rociado por cerveza, whisky, ginebra, ron de contrabando introducido por Canadá; por champaña hecha en tinas y alambiques clandestinos. Aparecieron los gángsters para administrarlo todo. La literatura dio cuenta de los locos años veinte: la era del jazz. Contra la Ley Seca renació Harlem y los clubes de variedades. Chicago, Nueva York y Kansas City fueron las nuevas metrópolis de la música.

“Para mediados de los años treinta —cuando vine al mundo— la Prohibición fue abrogada y el jazz salió de los bajos fondos. La crisis económica se suavizó y el público demandó un jazz bailable. Fue complacido con la interpretación de las big bands: Benny Goodman, Count Basie, Duke Ellington, Jimmie Lunceford, Fletcher Henderson, los hermanos Dorsey, Woody Herman. El swing en pleno. Coleman Hawkins, Lester Young, Bix Beiderbecke resultaron héroes fatales de tanta música, de tanto alcohol, de tanto sentimiento. Yo soy, o fui, el último eslabón del siglo XX en esa línea.

“Mis padres fueron Robert Avery, un jefe de Pullman, el encargado de esa parte especial de los trenes, y de Burniece Crews Avery, directora de un coro de iglesia y cantante de planta en un programa de la radio local. Con estos antecedentes me vi forzada a estudiar música clásica durante mi niñez. Por cierto, mi nombre verdadero era Shirley Enid Avery. Una forma de rebelarme ante tanta sujeción a tales estudios y hacia mis padres mismos fue introducirme en los terrenos del jazz, donde aprendí a tocar el piano y a cantar. La libertad a la que ella me enfrentó no supe manejarla, ni aquilatarla y me casé pronto, contra la voluntad de mis padres.

“Contraje matrimonio a los 17 años con un mal tipo, que me abandonó pronto y dejó como recuerdo dos hijos y el gusto por el alcohol y las drogas.  Me divorcié a los 19 y así tuve que iniciar mi carrera profesional como cantante. Clubes como el Ebony, de Cleveland, y poco después algunos de Chicago, me vieron hacer mis pininos en la escena. En Chicago, sobre todo, aprendí mucho, al lado de saxofonistas como Johnny Griffin y Cannonball Adderley, que se convirtieron en mis amigos de toda la vida. En ocasiones llegué a tener tanta necesidad económica que incluso acompañé a un pianista en shows de strippers en un club nocturno llamado Red Garter. Fueron épocas muy difíciles, a las que enfrenté con un vaso en la mano, pastillas y jeringas, que mi juventud absorbió sin mucho trámite y sin estragos evidentes.

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“Por ese tiempo, 1961, se me presentó la posibilidad de hacer un álbum que se tituló Devil May Care, el cual realicé acompañada del pianista Wynton Kelly, el baterista Clark Terry y de Freddie Green, quienes formaban parte de la banda de Count Basie. Eso me levantó muchísimo en el medio. Los articulistas escribieron sobre mi vibrato, sobre mi vibrante presencia escénica y mi cáustico sentido del humor. Gracias a mis estudios musicales pude hacer complicadas florituras armónicas e inyectarles la emoción necesaria al mismo tiempo.

“Todo comenzó a ir sobre ruedas. La canción “Somewhere in the Night” se convirtió unos meses después en el tema de la serie de televisión Naked City, y hasta fui invitada a programas de variedades como el de Ed Sullivan. Firmé entonces con la Columbia Records. Aparecí en el festejo para celebrar el 40 aniversario de Duke Ellington como músico y Ella Fitzgerald declaró a la revista Down Beat que yo era su cantante favorita. ¿Qué más podía pedir? No obstante, luego de grabar otro par de discos, las cosas volvieron a cambiar. Mis adicciones se incrementaron y mi mánager me abandonó.

“El argumento de los jazzistas sedientos como yo, para beber y drogarse, ha sido el de afirmar la capacidad para entregar y recibir música, en el entendido de que ésta es una experiencia compartida. El consumo de alcoholes y otras sustancias forma parte de los rituales sociales de la asignatura jazzística. El whisky escocés, el bourbon, el hecho de maple (incluso) son prendas del ajuar del músico desde los comienzos.

“Con la idea de cambiar mi suerte me mudé a Los Ángeles. Para entonces ya tenía tres hijos y otros tantos matrimonios disueltos. Como no conseguía trabajo como cantante me dediqué a infinidad de cosas, incluyendo el manejo de un taxi. A la música la dejé atrás. La década siguiente fue de caída libre constante. La sed aumentó. No había vida que la satisficiera. Supongo que mis hijos se la pasaron muy mal. No tengo idea de cómo hayan crecido. Fue una época muy oscura para mí.

“En 1979 tuve mi primer comeback. Hice grandes esfuerzos por salir de las adicciones. Conseguí cantar en algunos bares. Me cambié a vivir a Nueva York. Me convertí en cantante regular de clubes como el Zinno’s y el Cleopatra Needle por una década, misma en la que entraba y salía de recaídas y tratamientos desintoxicantes. A la larga mi existencia comenzó a normalizarse, poco a poco. Controlé la sed. Tanto que para celebrarlo busqué realizar alguna gira. Me sentía muy bien y dinámica. Sin embargo, el destino me alcanzó de nuevo. Mientras estaba en Suiza, en el Festival de Jazz de Berna, en 1997, me dio un primer colapso y tuve que ser llevada a emergencias. De regreso en los Estados Unidos me diagnosticaron cáncer en la vejiga.

“Fui sometida a radiaciones y tratamientos de quimioterapia. El coraje que le tenía a la vida por hacerme eso, aunque en el fondo sabía que yo misma me lo había buscado, me sobrepuso al dolor y a la conmiseración. Decidí entonces participar en la Competencia Vocal —a nivel internacional— Thelonious Monk, que se llevaría a cabo en Washington. Me enfrenté a un gran jurado, a un público conocedor y a cantantes treinta y cuarenta años más jóvenes que yo. Finalmente, eso no me importaba tanto. La verdadera competencia era conmigo misma: lo que era y sentía en ese momento, contra lo que había sido y me llevó a la situación en la que estaba.

“La experiencia de vida me ayudó en mucho a ganar el primer premio y veinte mil dólares, que me cayeron muy bien pues tenía además apuros económicos debidos a mi enfermedad. La compañía Verve firmó un contrato conmigo para producir un disco, el primero luego de 35 años de no hacerlo. Lo preparamos con calma, seleccionando los temas y a los músicos que me acompañarían. Por otro lado, mi estado de salud no me permitía esfuerzos ni extralimitaciones. Mi cuerpo me pasaba la cuenta por fin.

“El disco se tituló I’ll Be Easy to Find. Le encantó a la crítica especializada y entró a la lista de los diez grandes con muchas aclamaciones. Sin embargo, el cáncer no me permitió disfrutar de otro comeback. Desahuciada entré al Actor’s Fund Home en Eaglewood. Me fueron a visitar Wynton Marsalis y Clint Eastwood, pero ni este último consiguió derrotar a la muerte, que me llevó consigo el 2 de mayo del año 2000. Para mi obituario escogieron las palabras que Cannonball Adderley había dicho sobre mí hacía muchos años: “La voz más extraordinaria desde Ella Fitzgerald”.

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En el año 2000 Teri Thornton regresó para sacar cantando 37 años de silencio, para salir de la oscuridad y para enfrentarse a la muerte, con standards y composiciones originales suyas como «Salty Mama». Este último tema fue grabado en vivo durante su actuación en el concurso Thelonious Monk International Jazz Vocal, y con él ganó dicha competencia.

VIDEO: Teri Thornton – Somewhere In The Night, YouTube (jazzvinyl)

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HISTORIA DE UNA CANCIÓN: «HOTEL CALIFORNIA» (THE EAGLES)

Por SERGIO MONSALVO C.

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EL HOSPEDAJE EXTRAÑO

 

Tenderse a escuchar el track, una y otra vez, hasta encontrar la punta del hilo, la idea, el nervio, la explicación. Esa es mi meta de hoy. “Hotel California” es una canción clásica y galardonada –al igual que el disco homónimo del que procede–. La he oído desde que apareció originalmente, pero en la que nunca me detuve en realidad. Los Eagles, sus intérpretes, no están en mi canon personal, ni mucho menos. No deploro su ausencia en ningún ámbito. Siempre los sentí impostados.

Ponía el disco en el aparato de sonido y lo escuchaba completo sin mayor cosa, sin conmoverme en algún momento. Corroborando con ello la definición de Tom Waits con respecto a él: “Sólo sirve para evitar que el plato de la tornamesa no se llene de polvo”. Al menos esa función cumplió para mí en mucho tiempo. Hasta que la gente dejó de hablar de él, hasta que los Eagles desaparecieron del panorama.

Luego, un día, escuché una versión absolutamente disparatada, repetitiva en su orquestación; absurda por su traducción y literalidad: la de los Gipsy Kings (ese grupo francés que aprovechó la oportunidad, en medio de las trifulcas, envidias y falta de visión de los propios artistas españoles creadores de la rumba flamenca, para erigirse en representantes de tal género ante el mundo).

Por supuesto tuvo éxito. Todos esos productos tienen éxito (dada la desinformación generalizada) y eso lo hace todo más absurdo (su versión de «Hotel California» forma parte del soundtrack original de una enorme película: El gran Lebowski).

Bueno, el caso es que a través del absurdo entré de nuevo en contacto con la canción original del grupo californiano. Sólo que ahora, ante el pasmo de dicho cóver rumbero, el contacto fue más “real”.

Me propuse “sentirla” a base de oírla una y otra vez. Sin tener que trabajar en ella para escribir algún texto para una revista o periódico. No. Sólo sería una escucha intensa y reiterada. Exclusivamente para mí. Dejé de hacer otra cosa y me concentré en ello, con los ojos cerrados.

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Fue entonces que en cierto instante llegué al meollo. Es la descripción de un espíritu dañado. Deformado por el dolor de no saber su papel en el mundo, por la profunda duda. Otra de sus anomalías está en que la mayoría de la gente la califica como “bonita”, cuando en realidad es todo lo contrario o, más bien, posee la belleza de lo terrible.

Habla de la negrura de la vida. Del corazón de las tinieblas personales. Es angustiosa, a final de cuentas. Demasiado exceso o demasiada abstinencia. El conflicto entre ser algo o no ser nada. Es una descripción expresionista del espíritu en su ritmo y melodía, cuyo veneno dulzón corroe desde la primera nota.

Tras su larga, larga, escucha duermo y sueño con la pieza, con sus imágenes, su simbolismo. El mentado hotel está distorsionado, tanto que en lugar de parecerlo es más un larguísimo puente techado por nubarrones tormentosos, agoreros. Es un cuadro de Munch, me digo apesadumbrado. El puente se extiende desde el inicio del tiempo hasta los confines del universo ignoto, donde allá, lontananza, se vislumbra el neón de sus letras hoteleras.

VIDEO SUGERIDO: Hotel California The Eagles 1976) (SACD Remaster Audio 1080p H…, YouTube (Momcilo Milovanovic)

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CARTAPACIO: «MUERTO QUE GOZA DE CABAL SALUD»

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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(RELATO)

Los encuentros fortuitos se dan en momentos insospechados, ¿verdad, Jim?  El primero fue en aquel salón escolar, entre clase y clase, rodeado de espíritus adolescentes –y en plena punzada– que admirados escuchaban sin pronunciar palabra aquel «Light My Fire» en el tocadiscos portátil de uno de ellos.  Siluetas de nuevas criaturas acogiendo los sueños húmedos de ángeles enfangados.

Luego, tiempo de hitos y mitos. La calle de Insurgentes en la ciudad de México. Noche de nerviosa espera por tu “encuentro” con los Doors. Las palabras haciéndose fuertes:  ellos tienen los rifles, pero nosotros tenemos el rock.

Ir y venir de voces, de paseos cortos, de risas. Congregación de oficiantes pránganas que sólo tienen la oportunidad de un breve vistazo al lagarto ebrio, entre el coche que te trajo y la puerta de ese Fórum. La ceremonia comenzó y nos quedamos ahí, en la calle, con los bolsillos vacíos, los oídos aguzados, la acera que se acurrucó a nuestros pies como un perro en busca de simpatía, con la magia.

Y ahora aquí, en Père Lachaise, París, donde la leyenda dice que reposas. Ella y yo penetramos en el camposanto donde las criaturas se encuentran con los viajeros hacia la eternidad. Los signos en las lápidas conducen sin tropiezos:  Morrison Hotel.

Y caminamos por los terriblemente bellos y sugerentes pasillos de este cementerio fresco y quieto que alberga a otros huéspedes ilustres: Colette, Marcel Proust, Oscar Wilde y muchos más que murmuran a nuestro paso. En una parte del sendero coincidimos con los discípulos de Allan Kardec, que sombríos rodean su cripta misteriosa.

Los avisos no se equivocan y por fin desembocamos al espacio que te corresponde. Los símbolos y las citas de las lápidas alrededor testifican el fluir constante de peregrinos que vigilan tus sueños de poeta. Unos interpretan música, depositan flores, otros beben vino, algunos dejan sus mensajes en una botella.

Yo quiero hacerlo en la piedra. Nada como las largas frases de las tumbas circundantes. Algo breve, como la fugacidad de tu existencia: “Lo hizo todo, incluso renunciar a la resurrección”.

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BLUEMONK: «ATYPICAL»

Por SERGIO MONSALVO C.

 

BLUE MONK (PORTADA)

 

(POEMA)*

 

atypical

(a michel petrucciani)

 

un atípico que bendice su alimento

                              y bebida

con piano de sitios fugaces

                              y delicia rumorosa

fuerza de cielo tempestuoso

                              y sin bandera

que vuelve lo fatal medida perfecta

                              el espanto de la salud

ante el que jazzea por su vida

                    al que oímos mientras viaja

en supersticiones de cuerpos promisorios

                    espíritu fecundo en la inmensidad

                                       /del universo

envuelto en el trozo de la gracia

                    natura lo cruzó con su violencia

y decretó así, todos los días, su día

                              abolición de sufrimientos

en sonoros móviles de intenso tono

                              retozo del artista cercenado

en orgullo sin postración ni espanto

                              tu sede es cáscara imperfecta

de la que brotan albricias en teclado

 

Blue Monk

y otras líricas sencijazz

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Palabra de Jazz”

México, 1994 (primera edición), 1997 (segunda)

 

 

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BABEL XXI-599

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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SLIM HARPO

EL BLUES DEL PANTANO

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

https://www.babelxxi.com/599-slim-harpo-el-blues-del-pantano/

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BLUES: ROOMFUL OF BLUES (MEDIO SIGLO)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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El grupo Roomful of Blues fue fundado a fines de los años sesenta en el estado de Rhode Island de la Unión Americana, por el guitarrista Duke Robillard, quien moldeó dicha formación más o menos según el concepto grupal del rhythm and blues de los años cuarenta del siglo XX.

De esta manera, figuraron entre los primeros que de nueva cuenta empezaron a tocar tales estilos de salón de baile (jump-blues, boogie-woggie, swing, blues). Su ejemplo encontró a decenas de imitadores desde entonces; sin embargo, nadie ha podido igualarlos. Llevan así más de medio siglo de existencia.

En 1976, cuando Roomful of Blues grabó el disco «The First Album (Rounder Records), eran prácticamente los únicos en su campo. De hecho, desde el principio fueron una especie de fenómeno. La formación del grupo estaba integrada por el mencionado Duke Robillard (guitarra y voz), Al Copley (piano), Preston Hubbard (bajo), John Rossi (batería), Richard Lataille (sax alto), Doug James (sax barítono) y Greg Piccolo (sax tenor).

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A comienzos de los años setenta tocaban blues con un swing que casi los emparentaba con Count Basie, mientras que gran parte del mundo bluesero se encontraba invadido por los héroes de la guitarra y obsesionado aún con el sonido de la ciudad de Chicago y del sello Chess de los años cincuenta.

En los noventa, debido a la repercusión musical que habían tenido en los nuevos subgéneros con el prefijo neo, revival y retro, de los estilos que interpretaban, la compañía discográfica para la que trabajaban decidió reeditar The First Album, para celebrar el vigésimo aniversario de su producción.

Es curioso, pero con cada año que pasa, esta sesión en particular parece sonar cada vez más clásica y menos la intención retro que en realidad fue. La forma básica del swing le había dado una vuelta de tuerca más a su historia y encontrado nuevas formas de expresión.

Al swing originado en los años treinta y cuarenta, las nuevas bandas de fin de siglo (en realidad septetos, octetos) le habían agregado elementos musicales diversos para enriquecer la propuesta actualizada.

Así se podían escuchar en esta época, por ejemplo, además del swing blanco, la rítmica del jump blues, el concepto de los metales del rhythm and blues, algunos detalles de músicas afrocaribeñas y hasta sugerentes compuestos del rock and roll. Un caldo contemporáneo pleno de sustancia, que había derivado de aquella habitación llena de blues.

Sin embargo, Roomful of Blues definitivamente nunca quiso ganar ningún premio por originalidad. En su propuesta inicial, el contenido sólo contaba con «Duke’s Blues», de Duke Robillard, como única pieza no escrita antes de 1960.

No obstante, a partir de ahí, lograron recreaciones atinadísimas de clásicos diversos a través de los años. Y Robillard mostró su capacidad para reproducir intachablemente el estilo de T-Bone Walker.

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Lo que Roomful of Blues había hecho en realidad fue reunir elementos de diversos estilos y combinarlos para producir un sonido nuevo, pero que en forma instantánea se hizo clásico para las generaciones venideras.

Un ejemplo evidente fue «That’s My Life». La canción es de Chick Willis, pero la guitarra de Robillard se sacudió con un staccato inspirado en Johnny «Guitar» Watson, ni más ni menos.

A partir de ese primer álbum fue un placer escuchar cada canción de sus veintitantos discos (de estudio, en vivo o compilaciones), ya sea que se conozcan los originales o no. Desde el comienzo, Roomful of Blues creó nuevas reglas y muchos de los actuales grupos de neo-jump o swing revival, impulsados por metales aún podrían aprender mucho de ellos.

Dentro de su amplia discografía han destacado el álbum producido por Doc Pomus, Roomful of Blues (Island, 1979) y Live at Lupo’s (Varrick, 1987).  Así como también las grabaciones conjuntas con Earl King y Big Joe Turner. El legado de la banda incluye la herencia de varios de sus integrantes a los que serían The Fabulous Thunderbirds.

Robillard, hasta su salida en 1979, resultó ser un digno sucesor de T-Bone Walker, produciendo un R&B de muy buen nivel. Su sustituto con los Roomful, Ronnie Earl, mostró a su vez ser un guitarrista impecable y multifacético, lo mismo que el saxofonista estrella del grupo, Greg Piccolo, quien como solista ha grabado Heavy Juice (Black Top, 1991), un rutilante disco en la mejor tradición del honk.

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Roomful of Blues ha cumplido más de medio siglo de vida, por sus filas han pasado casi el mismo número de integrantes, pero sin aflojar ni un ápice, Actualmente, como antaño, es un grupo que suena a sudor empeñoso y buenos momentos, como sólo lo logra un grupo realmente de espíritu joven.

Para mayores recomendaciones, sólo hay que ver la lista de sus integrantes y ex: el mencionado Duke Robillard, Scott Hamilton (sax), el pianista Al Copley antes de irse a Europa y Preston Hubbard (bajo) (quien luego se fue a los Thunderbirds), o escuchar al propio Count Basie que, en su momento, cantó sus alabanzas a tal grupo.

Han sonado a lo dicho desde sus comienzos y probablemente seguirán haciéndolo ad infinutum, lo que les ha valido consolidarse como el mejor grupo de jump blues de la Unión Americana, como lo denominan los especialistas: para ello sólo hay que escuchar el reciente In a Roomful of Blues, con el que festejaron su medio siglo y que ha servido de soundtrack para esta emisión.

De cualquier forma, no existe una palabra precisa que defina la música de Roomful of Blues:  una mezcla embriagante de muchas cosas.  Se percibe el fraseo del jazz, el lamento del soul, la forma del blues y el beat del rock. Llámenlo rhythm and blues, si quieren, pero sólo se habrá rascado la superficie.  Entonces, ¿de dónde viene tal esencia?

De dentro, del alma que le ponen; ¿de dónde más?  La suya es una música con sentimiento. El grupo, asentado en Rhode Island, se ha mantenido unido en una forma u otra desde hace cincuenta y tantos años, y ha trabajado con otros artistas como Fats Domino, Professor Longhair, Count Basie, Lou Rawls, B.B. King, Los Lobos y muchos más.

En cada uno de sus álbumes es posible hallar la ardiente interpretación vocal y de sax tenor; de los saxes alto y tenor, que alternan entre la frescura y la efervescencia pura; los retumbantes sax barítono, trombón y trompeta; la humeante guitarra; la viola (violín bajo) y el bajo omnipresente; el incomparable piano y el poder de la batería. En conjunto no podría haber mejor combinación de talentos para esta música sin tiempo.

Discografía:  Roomful of Blues (Island, 1979), Hot Little Mama (Ace, 1981), Dressed Up to Get Messed Up (Demon, 1985), Live at Lupo’s Heartbreak Hotel (Varrick, 1987), Glazed (con Earl King, en Demon, 1986) y la compilación Turn It Around (Rounder, 1991).

VIDEO: Roomful of Blues with Rick Derringer March 1988 late night The Performance, YouTube (BetaGems)

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CRYSTALS 28 (CRYSTAL NIGHTS)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

(FOTOGRAFÍAS)

 

 

CRYSTALS 28 (CRYSTAL NIGHTS)

 

 Crystals 28 (Crystal Nights)

 

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BIBLIOGRAFÍA: REVISTA BEMBÉ

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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(REVISTA)

BEMBÉ

Director Responsable:

Ernesto Márquez G.

Revista periódica de divulgación

Científica y cultural

México, D. F.

Año de inicio 1997

 

Algunas colaboraciones de Sergio Monsalvo C.

Emilio Ballagas

“El Gozo de la Expresión”

 

Steve Coleman

“El Tam Tam de la Esotería”

 

Ry Cooder

“Nunca olvidaré esos días en la Habana”

(Entrevista)

 

Junkanoo

“El ulular de las Bahamas”

 

Nueva Orleans

“Leyendas de una ciudad con nombre”

 

Nuyorican Soul

“El alma de la Urbe de Hierro”

 

Planet Soup

“Nuevos sonidos para el caldo planetario”

 

Les Tetes Brules

“Exotismo Bikutsi”

 

 

 

 

 

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ARTE-FACTO: EL VEZ (UN REY MESTIZO)

Por SERGIO MONSALVO C.

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Después de salir de la preparatoria en 1978, Robert López (un mexico-americano de segunda generación nacido en San Diego, California, en 1960) no quiso convertirse en un matoncito más de alguna banda callejera y se trasladó a Los Ángeles con la intención de integrarse como músico a la ola punk de aquella zona, que encabezaban grupos como X, Blasters o The Plugz (estos últimos también de origen chicano).

En las alforjas llevaba su colaboración, mientras fue estudiante, con el destacado grupo local The Zeros. Su acomodo en el vecindario de Hollywood, donde llegó a residir, no le resultó difícil.

En los siguientes tres años tocó con varias agrupaciones, entre ellas Catholic Discipline y los Boneheads. Sin embargo, intereses extra musicales llamaron más su atención. El arte folclórico captó su quehacer imaginativo y el punk quedó como una herramienta estética.

Durante un tiempo se dedicó a la importación de dicho arte procedente de México y Centroamérica. En esta labor se mantuvo hasta 1988, cuando recibió la oferta de convertirse en curador de tales materiales de la galería La Luz de Jesús, ubicada en la famosa avenida Melrose de Los Ángeles.

Y ahí, entre la obra bizarra de pintores como Robert Williams, la pantomima estrafalaria de Gary Panter y las lecciones de pragmatismo aprendidas del coronel Tom Parker (mánager de Presley), se comenzó a fraguar un modelo de artesanía viva: El Vez.

Una especie de traducción cultural al más puro estilo hipermoderno que incluía el mestizaje, el arte plástico, la iconografía prehispánica, el kitsch, la religión, el tributo musical bien informado, el espectáculo pospunk y el activismo sociopolítico. Todo ello mezclado (y resuelto el asunto de los tópicos) con mucho sentido del humor, en lo musical y en lo lírico.

A El Vez, su producto, Robert López lo autonombró “el Elvis mexicano”. Y con él dio rienda suelta a una imaginería sincrética que se ha plasmado en más de una decena de discos vibrantes y en cientos de sorprendentes conciertos por todo el mundo.

A la plasticidad pictórica, que fue su embrión, el artista ha agregado ingredientes de diversa procedencia para sintetizar un personaje carismático, tan internacional como intercultural.

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Cada día es Día de Muertos para Robert López al encarnar a su impersonado Elvis, del cual no es un imitador convencional.

Toda la parafernalia que se utiliza en tal celebración tradicional mexicana es incluida durante las actuaciones del mismo, al igual que en sus fotografías, portadas y DVD’s, las esculturas de papel maché, las delgadas calaveras de azúcar y las fotos de sus queridos difuntos (dándole preponderancia a la figura de Elvis, por supuesto), entre otras muchas cosas.

Todo comenzó en aquella galería donde como promoción en las inauguraciones mensuales montaba performances con boxeadores y luchadores sobre un ring y auténticos happenings.

Lo mismo que actuaciones temáticas sobre la magia tradicional, la obra culinaria, el gusto cinematográfico underground o exposiciones de libros sobre ocultismo y devociones estrambóticas. De lo absurdo a lo surrealista, del esoterismo folclórico a lo popular mundano.

Fue en una de estas presentaciones que decidió hacer un show sobre Elvis Presley, pero a su manera y respetando al objeto de su homenaje. Sintió que él mismo podía hacerlo y le puso creatividad a la construcción.

Su experiencia como músico y como curador le ayudaron a amalgamar la puesta en escena. El muestrario de la cultura popular mexicana, empapada de patrioterismos, referentes religiosos católicos y de emigración a la Unión Americana.

VIDEO SUGERIDO: El Vez Suspicious mind Kids in America, YouTube (Malmoeman)

Todo esto combinado con la asimilación de los elementos locales y acrisolada en estanterías de cerámica en barro, juguetes de hoja de lata, miniaturas de héroes en plástico y mucho papel picado, vistieron al imitador del rey del rock como si fuera un acrílico o una acuarela surgida del propio arte pictórico de East L.A.

Un rey del rock envuelto en la raza de bronce, con espumoso copete negro y bigote de latin lover, finamente recortado; enfundado en un traje de naco juarista iluminado por los colores de la bandera mexicana ostentando el escudo del águila y el nopal en la bragueta.

A eso se agregaron los crucifijos, escapularios y medallitas guadalupanas colgados en el pecho descubierto y la camisola con el cuello retro que recordaba al Elvis de Las Vegas.

Las letras de sus canciones reelaboradas en un spanglish puntilloso, coloquial y lleno de alusiones a las vivencias de los pochos en los Estados Unidos.

El evento resultó un éxito y lo animó a presentarse en La Semana Internacional de Tributo a Elvis que se realiza anualmente en Memphis. Su preparada actuación se llevó de calle a los amateurs —faltos del timing y de habilidad en el canto— que desfilaron por el escenario.

Ese triunfo le valió un contrato para actuar en el club Bad Bob’s de la ciudad. Se puso a escribir toda la tarde en el cuarto de hotel las letras de su repertorio y a diseñar el show de 20 minutos que haría esa noche como karaoke.

Recibió muy positivas reseñas en la prensa durante su temporada y luego fue invitado a la radio angelina y a la televisión nacional en la NBC. Decidió profesionalizar el asunto y armó una banda para que lo acompañara, incluyendo coristas y cambios de vestuario.

Para eso necesitaba primero ponerse a componer y no salir hasta que escribiera algo trascendente, canciones representativas, paródicas, repletas del 4 por 4, de ese sonido que escuchó por primera vez siendo niño del barrio. De ese sonido que lo invadía y ocupaba su mente a todas horas. Terminó las canciones como quería. Luego, reclutó a unos buenos y sólidos músicos y    comenzaron las giras.

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El siglo XXI lo ha proyectado internacionalmente y siempre son esperados sus conciertos, donde se presente. Su espectáculo es fruto de la unión y conciliación de culturas distintas, resaltando su carácter de fusión y asimilación de factores diferentes.

Junto a sus Memphis Mariachis o los Spiders from Memphis (según la ocasión) y a sus Lovely Elvettes (Priscilita, Gladysita, Lisa María y Qué Linda Thompson), arma un show tan sincrético como variado y sorprendente.

Sus collages musicales abarcan más de 200 canciones (no todas de Elvis, aunque sí fundamentadas en el rock and roll: The Jam, U2, Aerosmith, por mencionar algunos) que combina en el más puro remix  para obtener el impacto deseado —un brillante pastiche de pop cultural que recoge más de 50 años de música en un estilo de revista de enormes proporciones—: “In the Ghetto” con “Losing My Religion”, “Black Magic Woman” versión Santana con “Maggie Mae” de Rod Stewart para recrear “It’s Now or Never”, o las paráfrasis latinizadas de “Lust for Life” de Iggy Pop, “Viva las Vegas!” (“Viva la Raza”), “Graceland” convertida en “Aztlán”.

Con ellas canta, entre otras cosas, sobre el “diabólico” presidente de los Estados Unidos, Quetzalcóatl, los conquistadores españoles, Emiliano Zapata, los “espaldas mojadas” en la Unión Americana, el sexo seguro o la erradicación de las “gangs” y proyectos de integración.

Porque El Vez no es una estrella cualquiera, quiere hablar de los sentimientos de su comunidad, de los problemas que la aquejan, de los gustos de los jóvenes, de las raíces culturales, del habla sui géneris, de la personalidad dividida, de los líderes comunitarios, de lo que a diario se vive. Ser como un periódico musical rocanrolero y chicano.

Sus canciones no son panfletos ni propaganda, sino sátiras finas y parodias inteligentes. Son, si se quiere, documentos informativos para acercarse al fenómeno chicano, inmersos en un teatro musicalizado de activismo social con estilos que van del rock and roll a lo alternativo, pasando por el rock de garage y el revival.

Política sin límites en teoría y práctica, en donde la obviedad de las letras actúa como pasajero del mejor vehículo: el humor. “El Vez has entered the building”.

Igualmente, Robert López lidera desde el comienzo de la primera década del XXI un proyecto paralelo llamado Trailer Park Casanovas, un cuarteto oriundo de Hollywood de rhythm and blues, rockabilly y un estilo texano de country alternativo, que ha grabado ya un EP y los compactos End of an Era, Livea at Caesar Palace (compuesto de cóvers) y So Charmin’, y es colaborador ocasional también del grupo The Straitjackets.

Discografía selecta: Fun in Español (1994), Graciasland (1994), G.I. Ay, Ay! Blues (1996), Pure Aztec Gold (2000), Boxing with God (2001), Está bien Mamacita, está bien (2005). Todos con Sympathy For the Record Industry. DVD: Elvez/Gospel Show in Madrid (2007, Munster Records), God Save The King (2013).

VIDEO SUGERIDO: El Vez “Chuhuahua” Monterey 2008, YouTube (jessen88)

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