ELLAZZ (.WORLD): TERI THORNTON

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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TEMPERAMENTO Y CONTRASTE

 

Es difícil de creer, pero en las mejores enciclopedias del jazz el nombre de Teri Thornton no aparece, como debería, al lado de gente como Sarah Vaughan, Carmen McRae o Dinah Washington. Mucho tiempo tuvo que esperar esta especial cantante para tal reconocimiento. Lo lamentable es que resultó tardío. De cualquier manera, ella continuó en el trabajo pese a todo hasta unos días antes de su muerte, y mostrando sus cualidades en el canto: talento y estamina interpretativa. En ella siempre hubo swing, temperamento, una voz poderosa y plena de contrastes hasta el final.

Habla Teri:

“Nací con un mal sino. No sé por qué, pero así fue. Quizá como el eslabón de un pasado al que mi espíritu tuvo que encadenarse para cumplir su misión en esta Tierra. Quizá por eso nací con sed, con una como la del marinero que regresa y no hay bar, taberna o tugurio que le alcance para apagarla. Soy, como dije, el último eslabón de una fuerte cadena que comenzó con el jazz mismo. Una cadena que ha servido de ejemplo a las nuevas generaciones; una que forjó la época dorada y los años locos; una de cuando el jazz hervía tanto en la sangre que no había elemento que la controlara.

“Nací en Detroit, Michigan, el primero de septiembre de 1934. Justo en la fecha cuando en los Estados Unidos tuvimos la posibilidad de volver a beber sin ser castigados por la ley. Cuando alguna cosa me afecta, de la naturaleza que sea, siento la curiosidad de conocer todo al respecto de ella. El alcohol y las drogas fueron unos malos acompañantes en mi vida, así que me puse a investigar en estos últimos días al respecto de ellos y su injerencia en el jazz —mi música— y averigüé muchos detalles. No para justificarme, sino para saber qué nos impulsa hacia ese infierno, finalmente voluntario.

“En el principio fue la cerveza casera y el whisky destilado en algún paraje cercano a los campos de algodón. Era whisky hecho de maíz, sobre todo. Los bluesmen lo consumían en las tabernas del camino. Lo llevaban consigo y lo hicieron su compañero de viaje junto a la guitarra. Por supuesto cantaron sobre él, en alabanzas y desencuentros. De diversas partes del sur estadounidense todos ellos se encaminaron desde fines del siglo XIX hacia el sitio que sería la meca y cuna del jazz, la música más importante del siglo XX: Nueva Orleans.

“Sin embargo, las fuerzas vivas de la Unión Americana pusieron el grito en el cielo y arremetieron contra el jazz y el alcohol, por ser parte de su ritual. Llegó la época de la Prohibición y de la Primera Guerra Mundial. No obstante, el jazz floreció de manera subterránea en los speakeasies, rociado por cerveza, whisky, ginebra, ron de contrabando introducido por Canadá; por champaña hecha en tinas y alambiques clandestinos. Aparecieron los gángsters para administrarlo todo. La literatura dio cuenta de los locos años veinte: la era del jazz. Contra la Ley Seca renació Harlem y los clubes de variedades. Chicago, Nueva York y Kansas City fueron las nuevas metrópolis de la música.

“Para mediados de los años treinta —cuando vine al mundo— la Prohibición fue abrogada y el jazz salió de los bajos fondos. La crisis económica se suavizó y el público demandó un jazz bailable. Fue complacido con la interpretación de las big bands: Benny Goodman, Count Basie, Duke Ellington, Jimmie Lunceford, Fletcher Henderson, los hermanos Dorsey, Woody Herman. El swing en pleno. Coleman Hawkins, Lester Young, Bix Beiderbecke resultaron héroes fatales de tanta música, de tanto alcohol, de tanto sentimiento. Yo soy, o fui, el último eslabón del siglo XX en esa línea.

“Mis padres fueron Robert Avery, un jefe de Pullman, el encargado de esa parte especial de los trenes, y de Burniece Crews Avery, directora de un coro de iglesia y cantante de planta en un programa de la radio local. Con estos antecedentes me vi forzada a estudiar música clásica durante mi niñez. Por cierto, mi nombre verdadero era Shirley Enid Avery. Una forma de rebelarme ante tanta sujeción a tales estudios y hacia mis padres mismos fue introducirme en los terrenos del jazz, donde aprendí a tocar el piano y a cantar. La libertad a la que ella me enfrentó no supe manejarla, ni aquilatarla y me casé pronto, contra la voluntad de mis padres.

“Contraje matrimonio a los 17 años con un mal tipo, que me abandonó pronto y dejó como recuerdo dos hijos y el gusto por el alcohol y las drogas.  Me divorcié a los 19 y así tuve que iniciar mi carrera profesional como cantante. Clubes como el Ebony, de Cleveland, y poco después algunos de Chicago, me vieron hacer mis pininos en la escena. En Chicago, sobre todo, aprendí mucho, al lado de saxofonistas como Johnny Griffin y Cannonball Adderley, que se convirtieron en mis amigos de toda la vida. En ocasiones llegué a tener tanta necesidad económica que incluso acompañé a un pianista en shows de strippers en un club nocturno llamado Red Garter. Fueron épocas muy difíciles, a las que enfrenté con un vaso en la mano, pastillas y jeringas, que mi juventud absorbió sin mucho trámite y sin estragos evidentes.

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“Por ese tiempo, 1961, se me presentó la posibilidad de hacer un álbum que se tituló Devil May Care, el cual realicé acompañada del pianista Wynton Kelly, el baterista Clark Terry y de Freddie Green, quienes formaban parte de la banda de Count Basie. Eso me levantó muchísimo en el medio. Los articulistas escribieron sobre mi vibrato, sobre mi vibrante presencia escénica y mi cáustico sentido del humor. Gracias a mis estudios musicales pude hacer complicadas florituras armónicas e inyectarles la emoción necesaria al mismo tiempo.

“Todo comenzó a ir sobre ruedas. La canción “Somewhere in the Night” se convirtió unos meses después en el tema de la serie de televisión Naked City, y hasta fui invitada a programas de variedades como el de Ed Sullivan. Firmé entonces con la Columbia Records. Aparecí en el festejo para celebrar el 40 aniversario de Duke Ellington como músico y Ella Fitzgerald declaró a la revista Down Beat que yo era su cantante favorita. ¿Qué más podía pedir? No obstante, luego de grabar otro par de discos, las cosas volvieron a cambiar. Mis adicciones se incrementaron y mi mánager me abandonó.

“El argumento de los jazzistas sedientos como yo, para beber y drogarse, ha sido el de afirmar la capacidad para entregar y recibir música, en el entendido de que ésta es una experiencia compartida. El consumo de alcoholes y otras sustancias forma parte de los rituales sociales de la asignatura jazzística. El whisky escocés, el bourbon, el hecho de maple (incluso) son prendas del ajuar del músico desde los comienzos.

“Con la idea de cambiar mi suerte me mudé a Los Ángeles. Para entonces ya tenía tres hijos y otros tantos matrimonios disueltos. Como no conseguía trabajo como cantante me dediqué a infinidad de cosas, incluyendo el manejo de un taxi. A la música la dejé atrás. La década siguiente fue de caída libre constante. La sed aumentó. No había vida que la satisficiera. Supongo que mis hijos se la pasaron muy mal. No tengo idea de cómo hayan crecido. Fue una época muy oscura para mí.

“En 1979 tuve mi primer comeback. Hice grandes esfuerzos por salir de las adicciones. Conseguí cantar en algunos bares. Me cambié a vivir a Nueva York. Me convertí en cantante regular de clubes como el Zinno’s y el Cleopatra Needle por una década, misma en la que entraba y salía de recaídas y tratamientos desintoxicantes. A la larga mi existencia comenzó a normalizarse, poco a poco. Controlé la sed. Tanto que para celebrarlo busqué realizar alguna gira. Me sentía muy bien y dinámica. Sin embargo, el destino me alcanzó de nuevo. Mientras estaba en Suiza, en el Festival de Jazz de Berna, en 1997, me dio un primer colapso y tuve que ser llevada a emergencias. De regreso en los Estados Unidos me diagnosticaron cáncer en la vejiga.

“Fui sometida a radiaciones y tratamientos de quimioterapia. El coraje que le tenía a la vida por hacerme eso, aunque en el fondo sabía que yo misma me lo había buscado, me sobrepuso al dolor y a la conmiseración. Decidí entonces participar en la Competencia Vocal —a nivel internacional— Thelonious Monk, que se llevaría a cabo en Washington. Me enfrenté a un gran jurado, a un público conocedor y a cantantes treinta y cuarenta años más jóvenes que yo. Finalmente, eso no me importaba tanto. La verdadera competencia era conmigo misma: lo que era y sentía en ese momento, contra lo que había sido y me llevó a la situación en la que estaba.

“La experiencia de vida me ayudó en mucho a ganar el primer premio y veinte mil dólares, que me cayeron muy bien pues tenía además apuros económicos debidos a mi enfermedad. La compañía Verve firmó un contrato conmigo para producir un disco, el primero luego de 35 años de no hacerlo. Lo preparamos con calma, seleccionando los temas y a los músicos que me acompañarían. Por otro lado, mi estado de salud no me permitía esfuerzos ni extralimitaciones. Mi cuerpo me pasaba la cuenta por fin.

“El disco se tituló I’ll Be Easy to Find. Le encantó a la crítica especializada y entró a la lista de los diez grandes con muchas aclamaciones. Sin embargo, el cáncer no me permitió disfrutar de otro comeback. Desahuciada entré al Actor’s Fund Home en Eaglewood. Me fueron a visitar Wynton Marsalis y Clint Eastwood, pero ni este último consiguió derrotar a la muerte, que me llevó consigo el 2 de mayo del año 2000. Para mi obituario escogieron las palabras que Cannonball Adderley había dicho sobre mí hacía muchos años: “La voz más extraordinaria desde Ella Fitzgerald”.

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En el año 2000 Teri Thornton regresó para sacar cantando 37 años de silencio, para salir de la oscuridad y para enfrentarse a la muerte, con standards y composiciones originales suyas como «Salty Mama». Este último tema fue grabado en vivo durante su actuación en el concurso Thelonious Monk International Jazz Vocal, y con él ganó dicha competencia.

VIDEO: Teri Thornton – Somewhere In The Night, YouTube (jazzvinyl)

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