ARTE-FACTO: OJOS DE BRUJO

Por SERGIO MONSALVO C.

OJOS DE BRUJO (FOTO 1)

 

FABULADORES DEL MESTIZAJE

La rumba catalana es un estilo musical urbano que nació en las calles de la ciudad de Barcelona, España, en los instantes finales del siglo XX. Es hija de los gitanos catalanes que en los años cuarenta lo destilaron en Barcelona mezclando la tradición flamenca y afrocubana.

La rumba fue después recogida con espíritu festivo y popular por grupos adscritos al mestizaje, sello del siglo XXI. La rumba, que jamás se ha ido, voló de nuevo en el lenguaje musical de los jóvenes barceloneses como los del grupo Ojos de Brujo.

No hacen flamenco puro porque para ello ya existen muchos intérpretes, y muy buenos, que representan las viejas tradiciones. Ojos de Brujo se ocupó de construir las nuevas. Y lo hizo. Con su mezcla de flamenco, hip hop, reggae, pop, música electrónica, dub, sonidos magrebíes y afrocubanos. Fueron una de las bandas que mejor representaron la Barcelona intercultural y la música global hecha en la España contemporánea.

Ojos de Brujo nació a finales de los años noventa en un departamento donde convivían artistas de diversas disciplinas, al otro lado de Las Ramblas, donde los gremios medievales se asentaron dando nombre a muchas de sus calles. De ahí surgiría una de las bandas ibéricas más internacionales.

La calle de Fernando palpó el crecimiento de este grupo que mejor explicitó la variedad de las vestimentas, acentos, idiomas, creencias y olores que dan forma a una ciudad cada vez más cosmopolita y multicultural. Entre sus integrantes estuvieron Carlos Sarduy, Sergio Ramos, Antonio Ramírez, Antonio Restucci, Daniel Carbonell, DJ Panko, Eldys Isak Vega, Javier Martín, Juanlu Leprevost, Loli Giménez, Marina Abad, Maxwell Wright, Paco Lomeña, Ramón Giménez y Xavi Turull.

Tras el enfrentamiento con la disquera Edel que los distribuía y con la que no estuvieron de acuerdo en la manera de hacer las cosas, decidieron tomar ellos mismos las riendas de su futuro. A partir de ahí Ojos de Brujo fue un colectivo que se autogestionaba (bajo su propio sello: La Fábrica de Colores, primero, y Diquela, a la postre), en donde se repartían las funciones musicales y extra musicales y en el que sólo se rendían cuentas entre ellos mismos, tanto en lo estético como en lo financiero.

OJOS DE BRUJO (FOTO 2)

 

El colectivo fue erigiendo, gracias a la herencia viva del francés Manu Chao que llegó con sus iniciativas a dicha ciudad, el edificio denominado “sonido mestizo”, una fusión entre la música popular afrocubana y latina, el reggae, los sonidos magrebíes aportados por los norafricanos, el hip hop, el pop rock, el funk, banghra, el drum & bass y el universo flamenco (seguiriyas, tarantas, bulerías, alegrías y fandangos) reivindicativo y alternativo, curioso y multicolor.

Pero sabían que no todo vale en las mezclas. Usaron musicalmente lo que les resultó familiar. Derivaron su fusión de entre lo más autóctono del sur barcelonés, el flamenco, la rumba catalana y lo más joven de los entornos urbanos en los que crecieron sus integrantes. Por añadidura, la creciente presencia de inmigrantes en la ciudad les ofreció siempre un estimulante entorno inimaginable hace algunos años.

Con varios discos en sus alforjas (Vengue, Barí, Techarí, Aocaná y Corriente Vital, además de los grabados en vivo y remezclas) se labraron una reputación de banda “impura” que añadía el flamenco a su babel sonora. Frecuentaron desde sus inicios los circuitos internacionales del posmoderno World beat y fondearon en todo festival respectivo.

VIDEO SUGERIDO: Ojos de Brujo – Techari Live cover of “Get Up Stand Up”, YouTube (sixdegreerecords)

Así, el grupo se fue perfilando como una banda de vocación internacional y tendente a la hipermodernidad que vio a la larga premiado su esfuerzo con el reconocimiento público foráneo.

A lo largo de la primera década del presente siglo, Ojos de Brujo reunió su ánimo fiestero con la experimentación y el interés por los distintos ritmos del planeta, curiosidad que les abrió las puertas de otros mercados. Su despegue definitivo comenzó cuando en 2002 grabaron y editaron en su propio sello, Diquela, el segundo disco, Barí. Desde entonces actuaron en festivales de jazz y de otras diversas músicas y ganado premios por sus aportaciones.

Una cosa está clara. Los festivales de la World music aprendieron rápido la lección. Tenían que rejuvenecerse constantemente, porque si sólo ofrecían pura música de raíz ya no conectaban con el público de nuevo cuño. En la mezcla entre tradición y lenguaje urbano (electrificación y tejido global) estuvo la clave de dicho rejuvenecimiento. Ojos de Brujo fueron un ejemplo contundente del cambio de era musical.

Asimismo, a su formación le agregaron a los colaboradores de diversos puntos cardinales: a cubanos, como el pianista Roberto Carcasén; los españoles Pepe Habichuela, Martirio y Raúl Rodríguez; a los miembros del grupo senegalés de hip hop Daara J; a integrantes de Asian Dub Foundation, al tablista indio Satyajit Talwalkar o al violinista paquistano Rajinder Singh. Todos se incorporaron a su arsenal sonoro de manera magistral.

Es la mundialización de la cultura, tan opuesta a la globalización del capital, ambas cosas son puestas en el ojo de mira de su discurso político, que lo tuvieron. Por ello cantaron en castellano, inglés y wolof. Porque la ideología fue parte esencial de esta banda que optó por llevar las cosas a su manera, luego de sus experiencias con una multinacional. Para ello fundaron su propia editorial, su propio sello, sus propias oficinas y sus asambleas generales para tomar las decisiones por mayoría.

Lo que más gustó de ellos fue que permitieron escuchar un flamenco que resultó fácilmente asimilable, porque estuvo mezclado con sonidos urbanos que son afines en todas partes del mundo. Ojos de Brujo hizo flamenco tanto como le permitió su percepción de la vida. Y con todas las músicas que utilizó hizo lo mismo: comprenderlas y luego darles vuelta, bucear en sus posibilidades y siempre con respeto. En los últimos tiempos el grupo dio más de cien conciertos al año fuera de España.

Ojos de Brujo siempre funcionó con asambleas, dentro de un modelo de autogestión, mismo con el que se fraguó y donde se debatía el futuro y donde lo que se votaba se asumía. Y así de esta manera decidieron que, tras una década de existencia y con el incio de la segunda del siglo, tenían que parar por un tiempo para recargar las pilas y probar proyectos individuales, reinventarse a futuro. Así, con esta consigna lanzaron un último disco, de nombre Corriente Vital (2010), y realizaron una gira de un año con dicho material.

Al final, lo que cuenta de su historia es lo dicho: con su mezcla de flamenco, hip-hop, reggae, pop, sonidos magrebíes y afrocubanos, entre otros, Ojos de Brujo se convirtió en una de las bandas que mejor representaron la Barcelona multicultural y la música hipermoderna hecha en España, con tanto o más éxito fuera que dentro de su territorio.

VIDEO SUGERIDO: Ojos de Brujo – “Todo Tiende”, YouTube (GJJacob)

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REZA EL GLOSARIO: CÓVER

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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(VERSIONES SOBRE UN MISMO TEMA)

 

Hacer la versión de un tema clásico es un reto para el/la cantante que se atreva. Volver a contar, por ejemplo, el reencuentro de una pareja que ha mantenido una relación tormentosa de amor, interrumpida, cortada, reanudada e inmadura como todas las historias de amor, necesita de algo más que la intención o la voluntad.

Requiere de experiencia vital, de implicarse con el texto y con la música; de imaginar como lo haría un actor para trasmitir la emoción inherente. Y, además de ello, adaptarlo al propio estilo para no perder personalidad ni identidad.

Por eso un cóver, una versión, exige más que un simple trasvase mecánico de un recipiente a otro: requiere necesariamente la reescritura del tema, que es sólo una parte de sí mismo, de su espacio vital, para darle una nueva forma. Esto es lo que hacen los buenos intérpretes.

Sólo así será la versión del aquí y ahora que quedará registrada para siempre. Desde entonces con esa canción se hará manifiesta la presencia física del  músico, del cantante, a través de su cuerpo, de su voz, del instrumento que encarnó literalmente.

De la época que representó. La pasión que derrochó creó su particular mundo imaginario y simbólico y finalmente éste permanecerá o no únicamente si la apropiación fue consumada.

Por otro lado, en un mundo en el que la memoria es un valor a la baja, a veces de lo que se trata al hacer un cóver es de recuperar un tema olvidado pero aún reconocible, y se hace por distintas razones. Por ejemplo, si es una pieza que le gusta particularmente al artista y quiere hacer su versión, tributarla de esa manera.

Otra razón, quizá menos poética es para el ahorro: Una canción exitosa, si no está muy trillada, se vuelve a grabar y es un éxito otra vez y sirve para reenganchar al intérprete a la escena. Para ello hay que saber leer el pulso de los tiempos y de las tendencias y elegir la canción adecuada en el momento adecuado, para el tipo adecuado, eso lo sabe un productor experimentado y poco escrupuloso.

En otras ocasiones de lo que se trata es de trasmitirla de un público a otro, de una generación a otra, como han hecho infinidad de artistas: Habrá gente que pensará que los temas son originales. Generalmente, escuchas poco enterados o desinformados que no están al tanto de las listas de éxitos. Y, al revés, hay gente que creerá que se trata de un tema standard.

Cóver (versión) es, pues, un término (y un campo de acción) muy amplio. A menudo los escuchas piensan, muy reduccionistamente, que es sólo cantar canciones que otros cantaron antaño. Sin embargo, no es tan simple. No se trata de hacer karaoke, una copia, sino de arreglarla de una nueva manera. De deconstruir la pieza original y reconstruirla con otros elementos.

CÓVER (FOTO 2)

Es obvio que tal arte a veces funciona, y otras veces no. Cuando sucede que la nueva versión no es tan diferente de la original se le puede asestar el epíteto de vil copia, de calca, y también obviamente a sus perpretadores se les echará en cara su falta de imaginación y talento.

Pero si funciona, el efecto puede ser muy grande y abrir otros horizontes, nuevos puntos de vista, crear una estética distinta. Si hacer versiones buenas fuera tan poco creativo “Hound dog” sería aún un rhythm & blues lento y no el rock and roll del preludio; “That’s all right mama” se hubiera quedado en el country sin evolucionar hacia el rockabilly y “Louie Louie” una canción caribeña que solo conocería un puñado de personas, y no una piedra fundamental del rock de garage, por mencionar algunos ejemplos históricos.

Por eso mismo nadie puede rebajar a reproche esta declaración tributaria, pues gracias a ella nos ha sido dado disfrutar de un nuevo estrato para la canción recurrente. Es un estadio nuevo para una canción previamente grabada, es decir: otro rubro en el cóver.

En ese ámbito se puede encontrar solaz y certidumbre, calidez y sosiego. La satisfacción que puede brindar un cóver afortunado se parece a ese momento que quema con la exaltación del enamoramiento ya detectado y la concentración en su disfrute.

Esa variación de lo conocido permite volver por unos minutos al reino del pasado, reencontrarse con ese otro que fuimos y habitarlo desde fuera. Ahí, en esa antigua nostalgia se satisface y enciende nuevamente algo para nuestro conocimiento personal. Por ello, el cóver representa una posibilidad de descubrimiento y acceso: una suerte de supermercado de reabastecimiento.

Este puede ser el lado utilitario de acceso a tal práctica. Sin embargo, existe como siempre otro point of view: la poética de la representación. Desde este ángulo, un músico, un cantante expresa su individualidad a través de un lenguaje recibido de otro semejante.

De este modo la llamada autoría original pierde su sentido, puesto que quien hace de ella una representación presenta la versión de una pieza como una nueva entidad subjetiva. Es decir, en la versión se expresa otro yo. En este punto preciso entra la mencionada poética, puesto que el escenario de la misma canción lleva una interpretación distinta, que requiere de ser reacentuada y reescrita, por otra mano, otra voz, otro grano.

Para los inescrupulosos, los perezosos que sólo hacen copias y no versiones, el trabajo sobre un canto previo es una elección simple y obvia y harán el fotocopiado.

Resultará exitoso porque no hay riesgo alguno. (recuérdense los casos de la pieza “Forever Young” de Japan copiada por la boy band One Direction, o el de “American Pie” de Don McLean hecha por Madona, por ejemplo: muchas ventas, pero asépticos y anodinos en lo artístico). Es un alimento que ha sido previamente masticado y la falta de imaginación se tratará de esconder tras la caja registradora.

Cuando los verdaderos artistas optan por la versión, aparecerán para legitimarla los parafraseados conceptos poéticos de T.S. Eliot: toda música se encuentra en músicas previas. Las versiones que hagan más o menos explícita esta presencia, en las que se advierta la esencia de voces anteriores, no significa de ninguna manera que la versión deje de ser “original”, dadas sus particulares contribuciones.

Por lo tanto, se podrá hablar de una misma canción, de los mismos acordes, de los mismos sonidos y hasta de las mismas palabras, pero el interés será distinto, será el de las variaciones, las acentuaciones o los modos, y a partir de ahí será “otra” canción sin dejar de ser la misma. Eso es un cóver.

VIDEO SUGERIDO: Joe Cocker – With a Little help from my Friends, YouTube (yosh95wilde)

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CANON: THE MONKEES (FICCIÓN DE LA ERA)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

MONKEES (FOTO 1)

 

FICCIÓN DE LA ERA

Fue difícil no conmoverse con la información sobre las muertes de David Jones (acaecida el 29 de febrero del 2012), la de Peter Tork (21 de febrero del 2019) y la de Mike Nesmith (10 de diciembre del 2021), sobre todo porque en el romántico universo de la memoria hasta donde se sabía, eran inmortales. “La muerte de un eterno siempre debería detener los engranajes del mundo”, escribió un amigo mío. Vaya, pues, este texto y programa como stand by para ese engranaje, en recuerdo de los monkees caídos.

El año de 1966 fue un año fantástico para el rock y para la cultura popular en general. Aparecieron en escena Frank Zappa y sus Mothers of Invention, con el disco Freak Out!, Bob Dylan con Blonde On Blonde, The Beach Boys con Pet Sounds, Donovan con Sunshine Superman, Jefferson Airplane con Jefferson Airplane Takes Off, los Beatles con Revolver (hoy discos clásicos todos ellos).

Es decir, la música popular contemporánea (el rock básicamente) alcanzó ese año emociones y objetivos profundos. Hizo visible una manera de expresión mediante la cual se habló de cómo afectaban las cosas a una generación diferente.

Tal música abrió un nuevo espacio para el conocimiento de lo que se han dado en llamar “los sentimientos”. No sólo románticos, sino existenciales, de estar en el mundo y frente a él. Esos discos contenían el espacio del placer estético con obras de dos o tres minutos de duración, a los que se había denominado como singles o sencillos.

Ejemplos de esas fechas fueron: “Good Vibrations” (de los mencionados Beach Boys), “96 Tears” (de Question Mark and the Mysteryans), “Monday Monday” (de The Mamas and The Papas), “These Boots Are Made for Walking” (de Nancy Sinatra), «The Sounds of Silence» de Simon and Garfunkel, «These Arms of Mine» de Otis Redding; «When a Man Loves a Woman» de Percy Sledge o «Dirty Water» de los Standells, pero quienes seguían dominando las listas eran los Beatles.

En 1966 la música respondía así a la incertidumbre de la Guerra Fría, a la posibilidad bélica, a la homogenización de la vida, con la transición y fogocidad lúdica de una generación que daba los últimos coletazos a una infancia, inquieta, auténtica, espontánea y llena de retos (en “tiempos de candores virginales, de goces de lo inmediato”).

El instante justo antes de pasar a una adolescencia crítica, con profundos conflictos existenciales y en la búsqueda de una razón de ser, que abrevaría en la filosofía y las religiones orientales; conocería los excesos y la apertura de la conciencia cósmica y comunitaria (vía la psicodelia).

En ese resquicio temporal surgió una propuesta musical distinta, original, bien construida entre la fresquísima cultura pop y el añejo absurdo, y que se haría de un lugar a base de calidad entre aquellos gigantes que nacían a la escena de la rock-era.

En 1966, la cápsula espacial soviética Venus 3 se posó en el planeta Venus, convirtiéndose en el primer objeto fabricado por el hombre que alcanzaba otro planeta. El segundo objeto sería, sin lugar a dudas, el proyecto denominado: The Monkees.

La leyenda dice que este proyecto se ideó para enfrentarlo a los Beatles y a la “desmedida” popularidad que habían adquirido en la Unión Americana, en detrimento del mainstream doméstico (es decir, las ventas del producto local decrecían drásticamente). Y que la industria estadounidense lo apoyó con la mejor arma con que contaba: la televisión.

Eso en cuanto a la leyenda. Los datos duros amplían mejor dicho cuadro. La idea primordial había surgido al comienzo de los sesenta ante la popularidad de los Beach Boys. Sin embargo, la industria televisiva en aquellos momentos estaba más interesada en los solistas que en un grupo de rock. Así que el dueño de la idea (Bob Rafelson) la guardó para esperar mejores tiempos.

Éstos llegaron al comenzar la segunda mitad de aquella década. La historia versaría sobre un cuarteto de jóvenes que integraban un grupo de rock y las peripecias como tales (una comedia de situaciones). El ejemplo de la película de Richard Lester (A Hard Day’s Night) sobre los Beatles dotó de anécdota al proyecto, además de dos conceptos extra: el humor y la ambientación pop.

VIDEO SUGERIDO: The Monkees – (I’m Not Your) Steppin’ Stone, YouTube (TheMonkees608)

Los productores hollywoodenses reunieron en torno a sí a buenos guionistas, directores y realizadores con argumentos y técnicas estilísticas novedosas y a una poderosa batería de noveles compositores de canciones procedentes de la reputada máquina creadora de hits llamada Brill Building. Para el final del armado dejaron a los integrantes del ficticio cuarteto californiano.

A través de dos revistas especializadas (Daily Variety y The Hollywood Report) convocaron un casting. A éste acudieron cientos de jóvenes músicos (entre los que se contaron a Stephen Stills, futuro miembro de Buffalo Springfield y Crosby Stills, Nash and Young; a Dewey Martin, posteriormente famoso de la escena de Nashville con The Dillards o a Danny Hutton, integrante luego de Three Dog Night, por ejemplo).

No obstante, los productores se inclinaron por cuatro carismáticos jóvenes seleccionados entre aquellos cientos de aspirantes: Mike Nesmith, Mickey Dolenz, David Jones y Peter Tork. La leyenda dice que cuando fueron reunidos inicialmente para realizar la comedia televisiva ellos no cantaban ni tocaban los instrumentos, cosa que harían músicos de estudio.

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La realidad era que Dolenz era hijo de un actor y ya contaba con alguna experiencia en series televisivas donde trabajó de niño y ya tocaba la batería y cantaba. Nesmith, por su parte, tocaba la guitarra y era compositor en ciernes. Jones, de origen inglés, había sido jinete de caballos de carreras y tenía tablas en el teatro musical de su país, y Tork era un multiinstrumentista que se había ganado la vida en los clubes de folk del prestigiado Village neoyorkino. A la larga ellos mismos serían los instrumentistas en las grabaciones.

De esta manera todo estuvo listo para el estreno. The Monkees TV Show comenzó a trasmitirse el 12 de septiembre de 1966 a través de la cadena NBC, que también acababa de lanzar Star Treck (Viaje a las estrellas, en español), para tratar de competir por la popularidad con Batman y Misión Imposible, de sus rivales ABC y CBS, respectivamente.

Las muy bien escogidas canciones [incluso contaban con una rúbrica original: (Theme From) The Monkees] y el estudio de todos los detalles (vestimenta, casa y bohemia playera, logotipo, automóvil, absurdo sentido del humor, innovaciones fílmicas, etcétera) dieron como resultado una auténtica receta para el éxito.

Los Monkees se convirtieron al instante en el grupo más popular del mercado más grande del mundo: los Estados Unidos y de la infinidad de países que retrasmitieron la serie.

Hoy, generalmente cuando se habla sobre él se hace como si fuera tan sólo un grupo prefabricado de música juvenil (se les llegó a llamar los Prefab-Four) y para derramar nostalgia sobre tiempos idos. Esto implica tratarlo sin la importancia que merece, no reconocer la trascendencia cultural que tuvo como parte de la historia del género, de los medios y del pop como movimiento estético, así como de implicaciones sociales en todos los ámbitos.

Los Monkees fueron producto de la ficción de la época, una época prebélica. Respondieron con su presencia a una atmósfera depresiva plagada de prejuicios convencionales y persecución (macartismo) que llegaba a su fin. Era también el fin de una infancia social que curiosamente quedó señalada con el fallecimiento de Walt Disney ese mismo año.

Por otra parte, al tener como eje central las canciones que lograron el primer lugar en las listas de popularidad de los años que estuvieron activos (de 1966 a 1968), se debe hablar del contexto en el que fueron creadas, así como de su anécdota en particular, mostrando el sonido que las hizo características, así como su enriquecimiento lírico y musical. Para ello se contó con las composiciones de gente como Carole King, Neil Sedaka, la dupla de Tommy Boyce y Bobby Hart y, sobre todo, Neil Diamond.

Las canciones que ellos crearon e interpretaron los Monkees, además de  proporcionarles grandes triunfos, resultaron piezas que (además de los registros en los primeros puestos de las listas de popularidad) se transformaron con el paso del tiempo en clásicos inmortales: “Last Train to Clarksville”, “I’m a Beliver”, “(I’m Not Your) Steppin’ Stone”, “A Little Bit Me, A Little Bit You”, “Daydream Beliver” “She”, “Look Out”, etcétera.

El significado mayor de una canción se obtiene cuando ésta entra en la historia por sus méritos estéticos y sociales. La manera en que una pieza hace historia produce un significado y un valor agregado a la misma. Por eso las de los Monkees cuentan con la trascendencia atemporal de una dimensión y un valor que las ha hecho únicas e independientes o no (según para qué se las cite) de los ecos de una sociedad concreta en un momento concreto.

En resumen, la buena cosecha de canciones de este grupo representó un impacto potente y directo sobre el sonido sesentero en su continuo flujo de géneros. La influencia de los Monkees fue manifiesta en muchos sentidos (la televisión se ha surtido de la fórmula desde entonces con mayor o menor fortuna, con los Osmond, The Brady Bunch o la larga lista de nombres de Disney Chanel como muestra).

En lo musical algunos de sus temas fueron retomados por los grupos de garage para interpretarlos o como referente dentro de sus propios repertorios, como en el caso de los texanos The Sparklees con “No Friend Of Mine”, por ejemplo. Y pasando por el tamiz del pop, de las décadas consecuentes, se puso en evidencia el pálpito de una definida sensibilidad por la monkeemanía más básica.

La música de los Monkees, en plena transición, se expandió hacia todos los puntos cardinales de la cultura pop más naive y juguetona. Se enriqueció con todos ellos y logró con esto la inmortalidad que las mentes más lúcidas, de una generación tras otra, renuevan con votos de reconocimiento.

VIDEO SUGERIDO: The Monkees – She, YouTube (TheMonkees608)

MONKEES (FOTO 3)

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LOS OLVIDADOS: THE YOUNG RASCALS

Por SERGIO MONSALVO C.

 

YOUNG RASCALS (FOTO 1)

 

(PIONEROS DEL BLUE EYES SOUL)

 

Originarios de Nueva York, los Young Rascals figuraron entre los primeros y mejores grupos blancos de soul. La pieza «Groovin» (1967), su éxito internacional más famoso, prefiguró un estilo de rhythm and blues etéreo que sería perfeccionado por grupos negros como The Isley Brothers y Earth, Wind and Fire.

El cantante Eddie Brigati, el guitarrista Gene Cornish y el organista y cantante Felix Cavaliere pertenecieron al grupo Joey Dee and The Starliters, el cual se dio a conocer con una serie de discos bailables, entre ellos «Peppermint Twist» (Roulette, 1961) y una versión de «Shout» (1962) de los Isley.

En 1964, acompañados por el baterista Dino Danelli (quien había tocado con Lionel Hampton y también con Little Willie John), formaron a los Young Rascals. «Felix inventó el concepto de nuestro sonido ─afirmó el guitarrista Gene Cornish, en su momento─. Dijo que basaríamos todo en el órgano Hammond. Sería como una alfombra. La batería y la guitarra proporcionarían el ritmo. Juntos, el órgano y la guitarra formarían un sonido completo y único, como una orquesta. Tuve que reestructurar toda mi forma de tocar». (Felix formó antes parte de un grupo llamado The Escorts, con Neil Diamond.)

El concepto inicial del grupo era un soul blanco, pero en lugar de asimilar el rhythm and blues en la tradición del Teatro Apollo, al estilo de The Righteous Brothers y The Magnificent Men, The Young Rascals decidieron emprender el camino del grupo blanco de rock.  «Todos traíamos la influencia de Ray Charles –dijo Dino–.  Estábamos tratando de sacar el rhythm and blues a la luz pública, donde debía estar. Íbamos a Harlem y pasábamos horas en las tiendas de discos, en busca de artistas que no se encontraban nunca en las listas de éxitos; todo lo nuestro salió del rhythm and blues».

El grupo fue contratado para Atlantic Records por Ahmet Ertegun. La dinámica y rítmica canción «Good Lovin», producida por Tom Dowd, llegó al número 1 de las listas en 1966. Al año siguiente, Arif Mardin supervisó la grabación de «Groovin», en la que destaca la voz encumbrada de Brigati para producir una canción que, con su evocación de un estado de ánimo eufórico, era la respuesta neoyorquina a los nuevos sonidos vocales californianos de grupos como The Mamas and The Papas y Harpers Bizarre.

YOUNG RASCALS (FOTO 2)

A ésta le siguieron «A Girl Like You» y «How Can I Be Sure?» (1967), un éxito número 1 en 1972 en su versión de David Cassidy. Al igual que «Groovin», era una composición de Brigati y Cavaliere.

Dejando el adjetivo «Young» de lado, el grupo avanzó hacia el rock progresivo y la filosofía psicodélica, con los álbumes Once Upon a Dream, Time Peace y Freedom Suite, todos de 1968, así como los sencillos, que vendieron millones, «A Beautiful Morning» y «People Got to Be Free», respuesta de Cavaliere a los asesinatos de Robert Kennedy y Martin Luther King y el tercer número 1 del grupo.

Después de los éxitos «See» y «Carry Me Back» de 1969, sus discos ya no alcanzaron la misma popularidad. En Search and Nearness (1970), el grupo exploró las fusiones del jazz y el rock. Los Rascals se desplazaron a la Columbia Records y profundizaron en el misticismo para producir Peaceful World (1971) e Island of Real (1972), pero se separaron al poco tiempo.

Cavaliere prosiguió una carrera como solista con las compañías Bearsville (Destiny, 1975) y Epic (Treasure, 1976, y Castles in the Air, 1980, el cual incluyó el éxito «Only a Lonely Heart Sees»). También produjo álbumes de Jimmy Spheeris y Laura Nyro. Cornish y Danelli fundaron al grupo Bulldog, grabando discos para MCA y Buddah; Danelli posteriormente trabajó con Steve Van Zandt.

En el año 2005, The Young Rascals (Rascals) entraron al Salón de la Fama del Rock y para recordar las andanzas de este grupo, la compañía Rhino sacó al mercado un par de años después la caja con una antología del grupo de 1965 a 1972, en 2 CDs.

VIDEO SUGERIDO: The Young Rascals – Groovin’ (1967), YouTube (NVNCBL)

 

YOUNG RASCALS (FOTO 3)

 

 

 

 

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LIBROS: MARTÍN ADÁN (MATERIAL DE LECTURA)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

MARTÍN ADÁN (FOTO 1)

 

(MATERIAL DE LECTURA)

Nota introductoria*

La poesía parece un juego y, sin embargo, no lo es. El juego reúne a los hombres, pero olvidándose cada uno de sí mismo. Al contrario, en la poesía los hombres se reúnen sobre la base de su existencia.”

Estas palabras de Heidegger sobre la esencia de la poesía ajustan perfectamente en la obra misma de uno de los poetas más grandes de la lengua española y considerado actualmente como una de las fuentes fundamentales de la poesía peruana contemporánea: Martín Adán.

Nacido en Lima en 1908, bajo el nombre real de Rafael de la Fuente Benavides, Martín Adán, cuya obra según los críticos es comparable sólo a la de César Vallejo, fue un escritor pleno de méritos poéticos: “El porqué del seudónimo, la verdad es que no lo recuerdo. Lo del seudónimo en sí, fue por el temor, muy explicable, del muchacho que publica por primera vez. Si mal no lo recuerdo, el seudónimo lo creamos entre José Carlos Mariátegui y yo”.

Efectivamente, Mariátegui fue quien alentó constantemente con aquella capacidad e intuitiva inteligencia la obra de este autor que, para algunos, aún hoy, es completamente desconocida. De él comentó Adán: “Mariátegui fue, sin duda, un hombre extraordinario. Lo era por su inteligencia, por su laboriosidad y, sobre todo, por su temple moral. Debo decir ahora ‒lo olvidé entonces‒ que Mariátegui es un héroe”.

Pero, ¿qué fue lo que vio Mariátegui en este autor que en los últimos trece años de su vida permaneció aislado en un acto voluntario de autoexilio dentro de una casa de reposo? Vio a un ser poseído por un orgullo casi ilimitado, creador de una poesía profundamente ligada a su vida, y que aspiraba a la transfiguración total de su ser. Vida y creación, poesía-experiencia y poesía-ejercicio, confundidos en él. Martín Adán fue un poeta que leyó y vivió mucho y la experiencia poética se convirtió para él en algo terrible. Al respecto, escribió en 1931:

“Al ímpetu o voluntad inicial, que es lucidez, criterio, designio, sucede en el poeta un tiempo y un estado que bien puede llamarse cloquera. No hay aquí plena conciencia acaso, pero sí extrema vida. El poeta tiene el ojo rojo y calienta el huevo de la maravilla. Es un tiempo inhumano o humanísimo, como prefiere el atento. Es un tiempo animal, y esto basta. Es tiempo de beodez en el rincón. Es tiempo de antojo, tiempo de cenestesia. Es el tiempo sacro en el que la realidad perecedera, la humanidad, se salva, se refuerza y se echa, por fin, a picotear en la gusanería del mundo”.

Así, Adán con el escalpelo con que su inteligencia operó, implacable, viviseccionó al hombre. El poeta se hizo el espectador de su propia vida. La eterna alianza entre esta última y la poesía, se decidió a favor de la poesía y sólo a costa de esta atención sutilísima, descubrió a su Ángel: “Mi Ángel no es el de la Guarda./ Mi Ángel es del Hartazgo y Retazo,/ Que me lleva sin término/ Tropezando, siempre tropezando,/ En esta sombra deslumbrante/ Que es la Vida, y su engaño y su encanto”.

En Adán leemos a un hombre acosado. Y está acosado, porque es el ser que no coincide consigo mismo. Es tensión permanente hacia su plenitud y, por lo tanto, necesaria actitud de búsqueda. La búsqueda de una existencia auténtica. Este escritor que trató a las palabras con una gran circunspección, nunca abandonó temáticamente el núcleo central de su poesía, que es el poeta y el hombre real identificados.

Adán mantuvo a través de su obra una constante que fue la de un poético meditar sobre la vida y la muerte, con un léxico y una sintaxis que exige del lector un esfuerzo sostenido, para alcanzar, escalón tras escalón, los grados más altos de la pasión: “¿Quién soy? Soy mi qué,/ Inefable e innumerable/ Figura y alma de la ira./ No, eso fue al fin… y era al principio,/ Antes de donde el espíritu principia./ Soy un cuerpo de espíritu de furia/ Asentada y de aceda ironía./ No, no soy el que busca/ El poema, ni siquiera la vida…/ Soy un animal acosado por su ser/ Que es una verdad y una mentira”.

La palabra, pues, será su instrumento, y la dificultad misma de su poesía radica en la esencia misma de la palabra. Mallarmé dijo que los poemas no se hacen con ideas, sino con palabras. Adán quiso alcanzar la raíz del verbo, su alquimia, y para ello puso toda su inteligencia al servicio de sus sensaciones. No sólo le atrajo el ingenio por el ingenio, sino la intensificación del mundo por el ingenio. Sus lazos, por lo tanto, encierran al profano en los lindes de un mundo en el que los sentidos embriagados se abren como flores tropicales, y aspiran la voluptuosidad o la agonía de ver, de vivir, de ser, con todas sus fuerzas multiplicadas por el ímpetu de una inteligencia hipersensible, vibrátil, como la tensa cuerda de un arco.

Hermético sí, pero no inaccesible en una época de revaluación del barroco, en una época más que pintada en su angustiada poesía. Adán describe un mundo donde el hombre lucha solo en un universo vacío donde nada le da soporte, ni valores ni verdades que orienten. De esta forma, hasta la desesperación pierde su sentido para volverse condición natural.

G. Lauer ha escrito que obras como las de Martín Adán son como un proceso de gradual sustitución de un mundo circunstancial por uno sin accidentes, hecho de aquello que el poeta considera inmutable: el absoluto susceptible de ser reconocido como tal por la conciencia poética: “El Otro, el Prójimo, es un fantasma./¿Existe el aire,/ Donde te asfixias y recreas/ Respirando, tu cuerpo inane?/No, nada es sino la sorpresa/ Eterna de tú mismo reencontrarte/ Siempre tú los mismos entre los mismos muros”.

Adán, quien murió a principios de 1985, comenzó, curiosamente, con una novela que le abrió el camino, La casa de cartón, para después trasladarse a la poesía con La rosa de la espinela (1939), Travesía de extramares (Sonetos a Chopin) (1960), Nuevas piedras para Machu Picchu (en coedición con Pablo Neruda y Alberto Hidalgo, 1961), Escrito a ciegas (carta a Celia Paschero, 1964), La mano desasida (1964), La piedra absoluta (1964), De lo barroco en el Perú (1968) y Diario de Poeta (1975).

Una lectura cronológica de la obra de Adán permite observar la trayectoria de una experiencia poética que comenzó como una actividad lúdica e inocente de un escritor precoz, en los primeros poemas dentro de la moda vanguardista, para convertirse pronto en la pasión de toda una vida que rompió para siempre con el mundo de las ambiciones pequeñas y los quehaceres cotidianos para lanzarse en pos de una quimera.

“¿Cuándo seré el que soy y no uno de mentiras?”, se preguntó Adán en Diario de Poeta; quizá ahora ya haya logrado una respuesta.

 *Nota Introductoria al Material de Lectura sobre Martín Adán que publiqué para la serie Poesía Moderna de la UNAM.

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Martín Adán

Selección y Nota de

Sergio Monsalvo C.

Material de Lectura

Serie Poesía Moderna, Núm. 129

Coordinación de Difusión Cultural

Dirección de Literatura UNAM

México, 1987

(Segunda edición 2012)

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VESTIDA PARA MATAR-III* (LA NOVELA POLICIACA)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

EL LUGAR DEL CRIMEN (PORTADA)

 

 

III

¿LO MATÓ?

Al crecer el conflicto social, las imaginaciones atentas encontraron callejones sin salida y motivos siempre nuevos para el miedo. La sospecha y la desconfianza se volvieron amenazas consistentes dentro de la sociedad: cada individuo se hacía sospechoso, era un ser con zonas ocultas y desconocidas. Cada individuo creía —y cree— ver en los demás los impulsos criminales que quisiera desmentir en sí mismo. Hay peligro en lo conocido, pero, sobre todo, en lo desconocido, en lo enigmático.

Contra esa ambigüedad productora de miedo, la sociedad movilizó sus defensas y creó —a través de la literatura— a un ser capaz de percibirlo todo para restablecer una coherencia razonable de las apariencias. Esta persona era un hombre neutral y sin miedo que en las primeras historias personifica a la razón, última reserva de seguridad de la sociedad cuya estructura se ha problematizado por el peor de los delitos: la muerte violenta, el crimen sin descubrir. Ese alguien —que aparece cuando ha fracasado la policía como sistema normal de protección prevención— demuestra cómo normalizar la situación y restablecer el orden: ese hombre superlativo es el detective.

La intención de este libro, El Lugar del Crimen, es mostrar cómo los escritores de novela policiaca son producto de su época, de su medio social, y que a través de este género literario optan por establecer sus nexos con dicho medio. El hilo conductor de tal historia ha sido el enigma, ese elemento simbólico que se establece como un modo de aprehender y expresar el mundo en sentido figurado. El enigma se ha encargado de trasladar la emoción a una atmósfera misteriosa y metafísica o real y contundente, y sólo percibible en lo mediato. Asimismo, este tropos se constituye en un principio estético de la manifestación poética.

Por ello no es de sorprender que el poeta y narrador Edgar Allan Poe haya dado comienzo a la búsqueda de equilibrio del enigma, creando un relato donde el razonamiento hizo nacer un temor que se encargó luego de dilucidar. De esta forma, Poe inició un género que lo reflejara a sí mismo: poeta y detective en cohesión manifiesta.

A partir de la novela policiaca, dotada de ciencia y método, logró que del miedo surgiera la reflexión y lo poético en la voluntad de comprender. A partir de él y pasando por escritores señeros que le han proporcionado evoluciones, nuevos ángulos, giros y profundidades como Arthur Conan Doyle, Raymond Chandler, Mickey Spillane, Friedrich Dürrenmatt, Patricia Highsmith y Elmore Leonard —cuya obra será comentada a lo largo del libro—, el enigma evidenciará la ambivalencia de las cosas: de la inocencia aparente a su dimensión secreta y simbólica; del aspecto tranquilo y apacible al crudo realismo contemporáneo.

Con The Murders in the rue Morgue (Los crímenes de la calle Morgue, 1841), Edgar Allan Poe se convirtió en el creador de la novela detectivesca, y no por casualidad. Para él, la razón era una reserva de seguridad contra sus miedos terribles y oscuros.[1] Poe fue un racionalista que actuaba a la defensiva. Concedía a la razón y a la voluntad tanta importancia como a la intuición que le ocasionaba sus estados alterados.

Así, Poe inventa la novela de detectives como una ceremonia que destierra al miedo: una ceremonia con la que imaginaba que nada podía escapar al imperio de la razón. La novela policiaca como marco del crimen, en el cual el lector podía internarse bajo la dirección de un técnico con la garantía de un desenlace. Éste no debía producirse pronto ni ser reconocido antes de tiempo. El arte de su autor consistía en concederse el tiempo necesario para la solución del enigma construido por él mismo.

Con ello, Poe descubrió estructuras y tácticas que se convirtieron en modelos para el género: «Del mismo modo que el hombre fuerte disfruta con su habilidad física, deleitándose en ciertos ejercicios que ponen en acción sus músculos –escribió Poe–, el analista goza con esta actividad intelectual que se ejerce en el hecho de desentrañar un problema […] el hombre ingenioso es siempre fantástico, mientras que el verdadero imaginativo nunca deja de ser analítico.”[2]

Según el esquema, fundado por Poe y variable en muchas formas, actúa la pareja más famosa de la literatura detectivesca: Sherlock Holmes y el Doctor Watson de Conan Doyle. Es curioso, aunque el detective Charles Auguste Dupin creado por Poe se convirtió en prototipo a pesar de su corta intervención, acuñó el modelo precoz del tipo, estilo y trabajo del detective, del cual Holmes se erigió en suma y compendio, proporcionándole la popularidad que sigue acompañándolo hasta la fecha.

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En los detectives posteriores, estos rasgos han sido negados y conservados simultáneamente. El Padre Brown de Chesterton fue diseñado como contrafigura de Sherlock Holmes: sus historias disimulan una metafísica que fue definida por Borges con las siguientes palabras: «Cada una de las piezas de la saga del Padre Brown presenta un misterio, propone explicaciones de tipo demoníaco o mágico y las reemplaza, al fin, con otras que son de este mundo».

La trilogía Poe-Doyle-Chesterton es la representante por excelencia de la denominada escuela anglosajona del género, cuya temática se propuso «castigar» al crimen, al tiempo que permitía al lector interesarse en los avatares de la investigación y el trabajo deductivo del detective. Dentro de esta corriente se instalaron también Agatha Christie, Ellery Queen, Dorothy Sayers, John Dickinson Carr, Francis Iles, Stanley Gardner y Van Dine, entre muchos otros autores.

Sin embargo, la otra corriente de la novela policiaca fue instituida por los franceses, quienes se ocuparon principalmente de describir el crimen, con todo lo novelesco y melodramático que éste contenía. Dicha escuela tuvo también su importante trilogía compuesta por Gaboriau, George Simenon y Maurice Leblanc. En estos autores, la investigación desarrolla ramificaciones que conducen al estudio de los caracteres de los protagonistas: el psicologismo invade al drama.

 

 

 

 

*Fragmento de la introducción al libro El Lugar del crimen, de la editorial Times Editores, cuyo contenido ha sido publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.

 

El lugar del crimen

(Ensayos sobre la novela policiaca)

Sergio Monsalvo C.

Times Editores,

México, 1999

 

 

 

ÍNDICE

Introducción: La novela policiaca, vestida para matar

Edgar Allan Poe: La poesía en el crimen

Arthur Conan Doyle: Creador del cliché intacto

Raymond Chandler: Testimonio de una época

Mickey Spillane: Muerte al enemigo

Friedrich Dürrenmatt: El azar y el crimen cotidiano

Patricia Highsmith: El shock de la normalidad

Elmore Leonard: El discurso callejero

La literatura criminal: Una víctima de las circunstancias

[1]  Los crímenes de la calle Morgue trata de un asesinato que parece exceder a la razón. En el cuarto piso de una casa cerrada, en un cuarto también cerrado, han sido brutalmente asesinadas dos mujeres.El cadáver de la hija, desfigurado por profundos zarpazos y señales de estrangulación, está metido en la chimenea. La madre yace en el patio, destrozada y casi irreconocible. ¿Cómo pudo entrar al cuarto el asesino? Es el enigma. El detective tiene que descubrir cómo fue eso posible.

[2] Tomado de Los crímenes de la calle Morgue.

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JAZZ: DOCE HITOS DEL SIGLO XX-III (COUNT BASIE)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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III

A lo largo de su carrera, el nombre de William «Count» Basie (1904-1984) fue sinónimo de swing. Basie, cuya enorme influencia sigue presente a casi cuatro décadas de su muerte, no sólo dirigió algunas de las mejores orquestas de jazz de todos los tiempos, sino también redefinió el papel del piano en la sección rítmica.

Desde mediados de los años cuarenta, la banda bajo su batuta se significó como un magnífico conjunto de precisión, y para algunos analistas se erigió incluso en la mejor banda de metales del siglo. Su sello inconfundible se advierte, además, en el sonido de cualquier big band de la actualidad.

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Entre los muchos méritos de este pianista y director estuvo el de descubrir que podía hacer algo más que tocar con swing. El júbilo que contagió a sus integrantes para con el blues provino de tal descubrimiento. La sencillez esencial que lo caracterizó le pudo servir de base para el desarrollo de nuevas ideas.

Supo también rodearse de músicos talentosos y creativos, como el contrabajista Walter Page, el baterista Jo Jones y el saxofonista Lester Young, todos innovadores con su instrumento. Basie fue capaz de transformar el concepto del pequeño grupo y convertirlo en uno grande sin perder su desenfado, espontaneidad y empuje.

Su estilo denominado de Kansas City permeó su música con fraseos cortos, riffs sorprendentes, intercambios entre las secciones, llamadas y respuestas, abundante espacio para los solistas y mucho blues.

VIDEO SUGERIDO: COUNT BASIE – All of Me (1965), YouTube (corporalhenshaw)

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BLUES BUREAU INTERNATIONAL

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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CÁMARA DE ECO

Es fantástica la cantidad de crudeza que contiene el blues. Y es precisamente esa crudeza el único factor que ha permitido que lo mejor de la música negra haya rebotado productivamente en las cámaras de eco de la cultura media mundial.

La música negra es en esencia la expresión de una actitud o un cúmulo de actitudes acerca del mundo, y sólo de manera secundaria una actitud acerca del modo en que la música se produce.

El músico blanco, o no negro, de blues vino a entender esta actitud como una forma de hacer música, y la intensidad de su entendimiento produjo y sigue produciendo la gran marea de músicos internacionales de blues.

El polivalente californiano Mike Varney, jefe de la compañía disquera Shrapnel, especializada en el heavy metal, desde hace mucho tiempo anda en busca de guitarristas de blues-rock, capaces de adaptar la técnica moderna al instrumento del diablo llamado blues.

En años recientes ha invitado a todos sus contactos a participar en un proyecto llamado Blues Bureau International. Los amantes de la guitarra no deberían privarse de este experimento a todas luces interesante.

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Sucesivamente se escucha a Zakk Wylde (ex Ozzy Osbourne), Brad Gillis (Nightranger), Steve Lukather (Toto), Richie Kotzen (Lynch Mob), y al propio productor Varney, Rick Derringer, Leslie West, Frank Marino, Steve Hunter, Pat Travers, Kevin Russell, etcétera.

En cuanto al material, los álbumes del proyecto incluyen puros temas clásicos. Las estrellas de la guitarra cumplen decorosamente con la intensión agregando las inevitables cabriolas del rock pesado. A quien no tenga reparos en este sentido, Blues Bureau International le causará mucho placer.

VIDEO SUGERIDO: PAT TRAVERS BAND LIVE-SNORTIN’ WHISKEY, YouTube (PRAK 14)

Rick Derringer

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JAZZ: STANDARD – 1

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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 (LA CARTA COMODÍN)

El vocablo standard es un término que primeramente suele aplicarse a la reiterpretación de las canciones sur­gidas del ámbito popular (los recurrentes cancioneros), cuyo interés ha rebasado el momento o el ámbito de su lanzamiento original y, en muchos casos, la muerte de sus compositores.

Con frecuencia se trata de piezas tomadas de obras musicales, del teatro ligero o de la cinematografía, así como de la maquinaria creadora de hits hasta el comienzo de los años sesenta: Tin Pan Al­ley. Algunas de ellas surgidas de tales entornos, como «My Favorite Things», «Green Dolp­hin Street» o «My Prince Will Come», por ejemplo, se han lle­gado a identificar tanto como standards del jazz que sus orígenes se han olvidado.

Actualmente, también se han sumado al listado, las piezas emanadas del pop, de las listas de éxitos internacionales, del rock y hasta del campo llamado “exótica” (con temas provenientes de las más variadas geografías fuera de los centros generadores de las mismas más reconocidos).

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Hoy por hoy, el standard es una canción o pieza que constituye parte obligada de todo repertorio de los cantantes o instrumentistas (desde el piano bar hasta la sala de conciertos más pomposa, sin dejar de pasar por Las Vegas o las actuaciones de los crooners, sus más fieles y destacados representantes); es un tema ampliamente conocido, al que se re­curre con frecuencia como base para improvisar sobre seguro, para grabar algún disco comercial o para, dado el caso, inclinar el favor del público en una endeble presentación en vivo.

Dentro del jazz propiamente dicho, que es donde más se aplica tal término, hay temas, surgidos del propio medio, que se han incor­porado al idioma del género, para hacer cóvers o versiones de los mismos (según el talento) como son los ejemplos de «Misty», «When the Saints Go Marchin’ In», «Perdido», «Ornithology», «Take Five», «‘Round Midnight», «How High the Moon», etcétera.

VIDEO: Frank Sinatra Fly Me To The Moon, YouTube (RAYLOWESWINGS)

 

 

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