STANDARDS: «MOON RIVER»

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Ella era una mujer con ambiciones, poseedora de una belleza que magnetizaba. Alguien también que aparentaba tener un dinero que no poseía, que viajaba en taxis e iba a fiestas elegantes, pero siempre llevaba el mismo vestido negro, aunque con distintos accesorios.

Su nombre: Holly Golightly, una escort (mujer remunerada como acompañante para eventos sociales, es decir, a la que un cliente paga por acudir con él a reuniones, fiestas, salidas a otra ciudad, etcétera. El servicio suele incluir sexo, aunque no siempre, en cuyo caso, se da bajo consentimiento, y no como parte de la contratación. Una forma de prostitución, finalmente. En la mayoría de los casos, el cliente de este servicio busca acompañamiento femenino para acudir a cenas o eventos de negocios. En español se les conoce como “chica de compañía”).

Ésta scort quería subir en la escala social, y sin embargo no prosperaba en tal intención. Ni habiendo dejado atrás su lugar de origen, esposo, familia y nombre original: Lullamae, el cual había cambiado por el más sencillo de Holly.

Para el escritor Truman Capote, el creador de este personaje varado en mitad de Nueva York y cuya estela empieza a oler a manjar pasado, Golightly, la protagonista de Breakfast at Tiffany’s (Desayuno con diamantes, en su versión al español), tenía primeramente el rostro de Marilyn Monroe, y los encargados de su adaptación al cine lo tenían muy claro: Marilyn era la actriz para ello.

Sin embargo, Lee Strasberg (profesor de actuación de la actriz) le señaló a su protegida del peligro que entrañaba encarnar a una mujer semejante. Ella rechazó el papel. Los productores del drama barajaron otros nombres y finalmente, tras descartar a Jean Seberg y a Kim Novak, volaron a Suiza para contratar a Audrey Hepburn.

Ella, por su parte, aceptó el papel, pero pidió el cambio de director. Por lo tanto, adiós a John Frankenheimer (el cual había destacado por la reciente dirección de The Young Savages), y bienvenido Blake Edwards.

 

Breakfast at Tiffany’s era, para empezar, una novela, muy buena, del mencionado Truman Capote; después fue una excepcional película, un regalo para el cinéfilo, una oda a la belleza de Audrey Hepburn y a su talento. Porque con sólo un bonito rostro, y ella lo tenía, no se puede componer un personaje tan complejo, tan rico en matices y dolor como el de Holly, que empieza a enamorarse de su nuevo vecino, encarnado por George Peppard, un escritor (y gigoló) que, desde luego, no le servirá para ascender.

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La novela se desarrollaba en 1943, la versión cinematográfica en los años sesenta, y quien tomara esa decisión para acercar la historia a un tiempo más liberal acertó… aunque el flirteo de Holly con la bisexualidad se borró del guion (al igual que la claridad sobre su trabajo, su aborto, su afición a la marihuana) para someterse a la censura que permeaba en aquel tiempo.

Hepburn históricamente es uno de los rostros más famosos del cine, y Breakfast at Tiffany’s, uno de sus trabajos determinantes. Hoy en día, en la memoria colectiva mundial, además del inicio ante el escaparate de la famosa joyería Tiffany’s, resuenan los ecos de “Moon River”, la canción que Henry Mancini escribió ex profeso para la película: una mujer con una guitarra y el pelo recién lavado en una ventana. Pocas imágenes describen también el desamparo, la soledad y, a la vez, el afán por sobrevivir.

El cine siempre ha recurrido a la música para que expresara, tradujera, exaltara, aclarara lo que le estaba ocurriendo a los sentimientos de los protagonistas o los que flotaran en el ambiente.

Ahí es otoño, con sus nubosidades, sus ambientes ambarinos y sus aromas a calles mojadas. Es una época que estimula la introspección, no tanto quizá como lo hace el invierno, sino con un dejo de suave melancolía. ¿Y qué es el otoño en la vida sino eso mismo? Pero ¿cómo se refleja esto en la música de una película?

Hay canciones de amor que parecen no serlo, sus letras, que gustan por su secreto atisbo de profecía y otras porque copian e iluminan las vivencias de la gente. Unas llegan a las vidas de las personas mucho antes de que descubran, experimenten y comprendan lo que allí se nos cuenta y las otras parecen inspiradas en la propia historia individual.

Al final, las dos formas parecen creadas y cantadas para cada uno de los escuchas. Están ahí, han llegado para quedarse por motivos superiores a todos y forman parte esencial de la banda literaria y sonora de la vida común.

La pieza central del soundtrack, de la banda musical de la película Breakfast at Tiffany’s, es “Moon River”, tema compuesto, arreglado y dirigido por Henry Mancini, con la lírica de Johnny Mercer. Ambos, Mancini y Mercer, reconocidos autores por su trabajo en general, ganaron el Óscar en 1961 a la Mejor Canción Original por dicha canción.

Moon River y Mancini también ganaron el Óscar al Mejor Soundtrack Original. Mancini, a la postre, contó así la historia del nacimiento de tal composición: “Por entonces, había visto la obra musical Funny Face, con Audrey Hepburn. Luego de ver la secuencia en que cantaba ‘How Long Has This Been Going On?’, de George Gershwin, me vino a la mente una melodía que estuviera adoptada a su limitado rango vocal. Cuando la tuve clara me dirigí inmediatamente al piano para tocarla”.

VIDEO SUGERIDO:  Breakfast at Tiffany’s (3/9) Movie CLIPS – Moon River (1961) HD, YouTube (Movieclips)

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LIBROS: RY COODER (EL OUTSIDER JUSTICIERO)-V*

Por SERGIO MONSALVO C.

 

Ry Cooder Portada

 

RY COODER

(EL OUTSIDER JUSTICIERO)*

 

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V

SOBRE HÉROES Y TUMBAS

 

Ry Cooder con la experiencia que le ha dado su andar, su temple con las cuerdas, sabe que debajo de la realidad visible y de la historia de cualquier geografía existe una segunda realidad y otro tiempo, el de la intrahistoria, donde es posible reivindicar la actualidad de símbolos y mitos que integran la raíz de los hombres contemporáneos.

Su amistad con Paddy Moloney (integrante, fundador y líder de los Chieftains) le vino a reafirmar lo sabido. Cuando se enteró de las andanzas del llamado Batallón de San Patricio (una arrumbada leyenda en los pasados anales mexicanos, irlandeses y estadounidenses), se puso junto con Moloney y el resto de los Chieftains a reunir información y algunos temas relacionados con ello, además de una paleta del “exotismo” musical mexicano, tras conocer los entresijos de tan controvertido hecho histórico.

Una muestra más de las aventuras conceptuales de este músico y del prestigiado grupo irlandés, en las cuales todos escancian sus raíces en el entramado del crossover musical.

A mediados del siglo XIX, el gobierno estadounidense amparado por la oligarquía y el dogma del “derecho manifiesto” (con sus pretensiones expansionistas), además de sus conocimientos sobre los ricos yacimientos petrolíferos del territorio de Texas decidió declararle la guerra a México, invadirlo y arrebatarle la tenencia de dicho estado en disputa, agregando la de Nuevo México, Arizona y California de pasada.

El resultado de tal conflagración modificó la geografía, economía y la vida de ambos países. En todo ello colaboró la mediocridad de la política mexicana, la torpeza de su ejército y la dirigencia por entonces del presidente Antonio López de Santa Anna, epítome, espejo y paradigma de la clase de personajes que desde entonces legislan y gobiernan al país.

En medio de aquel conflicto bélico, un hecho tangencial como la creación, protagonismo y posterior destrucción del Batallón de San Patricio, integrado por emigrantes europeos con un alto porcentaje de irlandeses, se convirtió para Cooder y Moloney en motivo de investigación, lecturas y proyecto conjunto.

Al conocer la anécdota y el dramatismo de las andanzas de tal batallón ambos se engancharon con el tema, entre otras cosas porque en los tres países involucrados se contaban versiones distintas al respecto.

En Irlanda era un asunto intrascendente y menor, recordado sólo por una estatua del soldado John Ryley (quien dirigió tal batallón) en su pueblo natal. Por eso Moloney ni estaba enterado. En Estados Unidos (dicha contienda se llamó Mexican War) y en México (Guerra de Intervención) la retórica de los gobiernos ha tergiversado las acciones y contado lo que conviene para exaltar los nacionalismos y maquillar u ocultar realidades.

El Batallón de San Patricio fue, en su origen, una milicia integrada por emigrantes pobres europeos que llegaron a América huyendo de la hambruna que azotaba aquel continente, y que tampoco en su nuevo destino encontraron forma de ganarse la vida.

Se alistaron en el ejército estadounidense como mercenarios, por tres meses de paga por adelantado y por la promesa de tierras si salían vivos de la contienda. Los mandos del ejército les encomendaban los peores trabajos y además les propinaban malos tratos.

Con el resto de las tropas, los irlandeses de tal escuadrón tenían enfrentamientos por cuestiones religiosas (protestantes vs. católicos), así que en un momento dado desertaron de él 175 elementos (entre dichos irlandeses, italianos, españoles, alemanes y escoceses) y se pasaron a las filas del mexicano (que los atrajo con la promesa de mejor salario, tierras y hasta nacionalidad).

Participaron en varias batallas como artilleros e infantería con suerte ambivalente, entre convivencia con la gente (mujeres, sobre todo) y traiciones del propio Santa Anna. Al final perdieron (junto con los mexicanos), fueron juzgados sumariamente, marcados con hierro candente por traidores y desertores, algunos condenados a trabajos forzados y otros muchos ahorcados.

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Al final, también, catorce mil hombres del ejército estadounidense tomaron la capital mexicana, desfilaron por el centro de la ciudad e izaron la bandera de las barras y las estrellas en pleno Zócalo el 14 de septiembre de 1847. Y no se fueron hasta que se firmó el tratado que redujo la república mexicana a la mitad de su territorio.

Cooder y Maloney aprendieron durante el desarrollo de su proyecto, al que titularon San Patricio, muchas cosas que no se dicen en la educación pública ni en los libros de ninguno de ambos países y descubrieron lo que la realidad cambió desde entonces: que mucha gente amaneciera de un día para otro siendo de otro país, sin derechos y sin propiedades; que el flujo constante de mexicanos hacia la Unión Americana es como un regreso a su propio terruño, y que desde entonces se han levantado toda clase de barreras, muros y prohibiciones para que esa gente lo haga, con todas las dolorosas consecuencias que eso conlleva.

Para el proyecto San Patricio, Cooder y Moloney convocaron a mucha gente de folklor variopinto: Chavela Vargas, Linda Ronstadt, Lila Downs, La Negra Graciana, Los Folkloristas, Los Camperos del Valle, Los Tigres del Norte, el gaitero español Carlos Nuñez o el actor Liam Neeson (quien recita un texto llamado “Cruzando el Río Grande” del novelista Brendan Graham), entre otros.

El resultado musical es también ambivalente, como la actuación del batallón. Cooder sólo cantó en un tema para el proyecto: “The Sands of Mexico”. Sus funciones primordiales fueron las de la conceptualización (a la par de Moloney y sin buscar el aleccionamiento histórico), de enlace artístico y como instrumentista incidental y coproductor. El accionar de los Chieftains fue casi anecdótico.

 

*El ensayo “Sobre Héroes y Tumbas” forma parte del libro Ry Cooder (El Outsider Justiciero) de la editorial Doble A, y ha sido publicado online de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.

 

 

 

VIDEO SUGERIDO: The Chieftains featuring Ry Cooder – San Patricio EPK – The ChieftainsVEVO

 

 

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Ry Cooder

(El Outsider Justiciero)

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Ensayos”

The Netherlands, 2022

 

 

 

Contenido

I.- El Nacimiento de las Raíces

II.- Talking Timbuktu

III.- Buena Vista Social Club

IV.- La Trilogía Californiana

V.- Sobre Héroes y Tumbas

VI.- El Observador Comunitario

 

 

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ELLAZZ (.WORLD): DINAH WASHINGTON

Por SERGIO MONSALVO C.

 

DINAH WASHINGTON (FOTO 1)

CAUSA Y TEMPERAMENTO

Dinah Washington fue una cantante con un poder comunicativo extraordinario. Fue una intérprete característica de los años cuarenta, con el glamour y el aura propia de la época. Pero su nombre auténtico era más prosaico: Ruth Jones; su lugar de nacimiento, Alabama; y sus orígenes musicales, enraizados en el gospel de la Iglesia Bautista del Sur de Chicago, donde había emigrado su familia.

Al actuar como pianista acompañante y directora de coro, entró en contacto con Sally Martin, una de las pioneras del gospel, y formó parte de su grupo. También cantó junto a su madre en ceremonias religiosas de diversas comunidades de Chicago.

A los 14 años de edad ganó un concurso de cantantes aficionados en el Teatro Regal. Y contra la opinión ortodoxa de su madre, con quien mantuvo una tormentosa relación, decidió dedicarse a la música profana. En 1942 se empleó para atender los baños femeninos en un club nocturno, donde esporádicamente también cantaba, En una ocasión llegó a sustituir a Billie Holiday.

Habla Dinah:

“Solicité trabajo por toda la calle Fillmore de Chicago. Ni el instituto de belleza local ni la tienda de discos necesitaban una gerente. Un agente inmobiliario que conocía me dijo que su amigo, un hombre de negocios requería de una persona imperturbable para atender los baños femeninos de un club nocturno. Primero me enfurecí por el ofrecimiento, pero la oportunidad de alguna vez poder cantar ahí me resultó demasiado tentadora para ser ignorada por estos escalones menores.

“Ni me pasó por la cabeza que no pudiera hacer bien aquel trabajo. A fin de cuentas, a pesar de que mi experiencia no incluyera atender unos baños, había sobrevivido con éxito a angustiosos episodios de mi vida y me consideraba lo bastante madura (18 años) y adulta para aceptar tamañas responsabilidades.

“Tom Ramsey –el dueño del lugar– quedó impresionado con lo que el creyó mi vocabulario de universidad, y los diamantes de medio quilate que brillaban entre sus dos dientes delanteros me encantaron. No me pidió referencias y me ofreció 75 dólares a la semana y todas las comidas.

“Ramsey era un hombre grande y amable, que se reía de la vida y mantenía todos los detalles de sus numerosos negocios en la cabeza. Era propietario de una tintorería, de una tienda de reparación de calzado y, puerta con puerta con el club, de una casa de apuestas. Sus trajes estaban hechos a la medida y los llevaba con aire informal. Si hubiera cerrado los labios para ocultar los diamantes y hubiera vivido en otro mundo, habría pasado por un erudito corredor de bolsa que arrasaba habitualmente en Wall Street.

“Ramsey servía platillos sureños en el club, así como buenos y bien preparados tragos en gran cantidad, así que era popular entre los asiduos de la zona. Ramsey también había contratado a tres boxeadores desconocidos y los estaba preparando para el campeonato. Quería potenciar al club y extender invitaciones para cenar a los exitosos promotores de boxeadores blancos que conocía de un gimnasio.

“Cuando el número de comensales bajaba, yo tenía la oportunidad de examinar cuidadosamente a los jugadores que ahí se reunían. Estos entraban pausadamente en el club durante las gélidas mañanas de Chicago, con sus pantalones bien cortados que les hacían bolsas en las rodillas; corbatas de seda pintadas a mano con el nudo a medio hacer y colgando, agitándose, olvidadas, en la parte delantera de sus camisas. Cuando sus manos tiraban accidentalmente el café en los manteles, los camareros traían café recién hecho sin el más leve signo de reprobación.

“Ganadores y perdedores tenían el mismo aspecto descuidado, pero eran reconocibles por sus acompañantes. Mendigos, timadores y perdedores de todo tipo escuchaban atentamente sus palabras, les acomodaban las sillas para que se sentaran y gritaban a los camareros de movimientos lentos para que fueran más rápidos.

DINAH WASHINGTON (FOTO 2)

“Las mujeres de la calle que se reunían con sus hombres en las mesas (Ramsey no permitía la prostitución en su club y ninguna mujer podía entrar al salón de apuestas) me interesaban particularmente. Entraban cansadas, con el glamour de la noche borrado de sus rostros y el balanceo ausente de sus caderas.

“Los hombres que bebían whiskey, por costumbre o por diversión, tomaban el dinero de las mujeres sin esconderse, contando billete a billete, y ordenaban a un lacayo que fuera corriendo hasta la barra y trajera ‘un trago’. Las caras de las mujeres mostraban orgullo y derrota. Habían demostrado ser putas prósperas y honradas, pero también sabían que los hombres volverían a las mesas de juego para apostar las ganancias de la noche, y las mujeres, exhaustas, serían enviadas a casa y a una cama vacía.

“Un hombre que se drogaba con heroína nunca trataba a su mujer tan a la ligera. Esperaba impaciente, bebiendo café cargado de azúcar. En cuanto su mujer pasaba por la ventana, se levantaba y pagaba la insignificante cuenta. La mujer esperaba en la puerta y la pareja se alejaba de prisa. Yo sabía que ellos se apresuraban por la dosis.

“Yo sabía que la mujer ya había hecho el contacto antes de pasar a recoger a su hombre. Lo sabía y no veía nada de malo en ello. Por lo menos eran una pareja y dependían el uno del otro. Ramsey tenía poco tiempo para advertir estas cosas en su club, porque se pasaba los días dedicado a sus boxeadores. Los encargados de su tintorería y de su casa de juego estaban cortados por el mismo patrón tradicional, y sus negocios iban al alza.

“- ¿Sabes manejar? – Me preguntó un día.

– Sí. Y también sé cantar.- Contesté.

– Quiero que te lleves el coche y pases a buscar a mis boxeadores por las mañanas. Llévalos hasta el lago. Ellos bajarán y se pondrán a correr y tú los seguirás. Cuando hayan dado una vuelta al lago, recógelos y llévalos al gimnasio. Entonces vienes a recogerme a mí, te llevo a tu casa y vuelvo al gimnasio. Y si en alguna ocasión no viene la cantante contratada, podrás sustituirla. Ponte de acuerdo con los músicos para cuando llegue el momento — Eso, debo decirlo, pasó a veces”.

Luego de su experiencia en aquel club, Dinah Washington cantó con Fats Waller, y pronto llamó la atención de Lionel Hampton, que le ofreció su sonoro nombre artístico y un contrato que duraría tres años. Así la temperamental Dinah emprendió su carrera, y luego de ello se convirtió en solista en 1945. Los primeros frutos fueron una docena de blues para el sello Apollo Records con una banda de modernistas, liderados por Lucky Thompson, en la que figuraban también Milt Jackson y Charles Mingus.

Los años de plenitud de la Washington presentan a una cantante de voz abundante, aguda, vibrante, emitida con la nasalización y la intensidad propia de muchos intérpretes de blues, pero cuya dicción y afinación escrupulosas apuntan hacia una alta sofisticación apta para objetivos muy distintos.

A partir de 1946 grabó con los mejores músicos de jazz de la época, con los grandes arreglistas, pero también con los más incompetentes, en las compañías más exquisitas y en las más triviales, según el gusto de cada uno de sus siete maridos. Claro que el repertorio elegido a base de baladas y temas lentos, fue el más apropiado para sus cualidades.

El año de 1959 significó un punto de inflexión, cuando obtuvo éxitos de ventas y eso animó a la cantante a dar un salto definitivo desde sus coqueteos con el jazz al mercado del pop, maniobra conocida en la música con el término crossover. En él, de cualquier modo, el estilo de la vocalista siempre cortante como un cuchillo, más sensual y sutil que nunca, sobresalió y dejó huella en la historia del género. Un exceso de somníferos acabó finalmente con la ajetreada vida de Dinah Washington en Detroit, poco antes de la Navidad de 1963.

VIDEO SUGERIDO: Dinah Washington – What a Difference A Day Makes, YouTube (Jan Hammer)

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CARTAPACIO: LA ETERNIDAD GUARURA

Por SERGIO MONSALVO C.

 

A serious bodyguard on the mission.

 

 (RELATO)

Dice el diccionario: “Un ‘guardaespaldas’ es una persona que actúa individual o grupalmente, protegiendo a un individuo de ataques personales, atentados, rapto o secuestro, pérdida de información confidencial u otras amenazas. Muchos personajes públicos y privados son protegidos por sus guardaespaldas, quienes trabajan en grupo, o en forma solitaria”.

Entre los personajes públicos que los utilizan están los Mandatarios de Gobierno y sus Procuradores de Justicia, por mencionar a algunos. Presidentes van y presidentes vienen. Procuradores entran, no funcionan y se van también.  Estos últimos más pronto.

En el corto tiempo que permanecen en el ejercicio de sus funciones, uno tras otro se ven en la necesidad, junto con el presidente en turno, de elaborar «acuerdos» para actuar legalmente sobre los guardaespaldas (bodyguards), vulgo guaruras, cuando sean protagonistas de escándalos o delitos.  El clamor popular por sus atropellos es tan grande y verídico que sus contratantes se ven prácticamente obligados a actuar en consecuencia.

Quienes hacen uso de los guaruras es obvio que se sienten afectados. Los «muchachos», como ellos cariñosamente los llaman, les brindan servicios y cumplen a rajatabla con su condición de cancerberos.

Funcionarios y empresarios saben del beneficio de estos seres capaces de aventar, amenazar, golpear, humillar a base de fuerza bruta y hasta de matar por sus jefes. Quiénes más que ellos fungen como solapadores y apoyo de todas las idioteces que hacen los hijitos de papi o del mismo papi.

El contratiempo para servidores públicos y ricachos es que las víctimas de las fechorías de sus «chicos» se quejen, y que hayan sido tantos que las principales autoridades de los países se vean aventadas a intervenir.

Lo lamentable para los usuarios, por otro lado, es que las biografías de sus protectores personales no se vendan en las papelerías o en los atrios de las iglesias, sino que engrosen los archivos penales.  Es lamentable, ¿o no?, pues se han dado casos también en que los consumidores han tenido que lidiar con guardianes que se han querido pasar de listos con la esposa, las hijas o en el chantaje por algún pecadillo, a pesar del cariño que le juraban a su contratante.

Los «escoltas», como gentilmente son tratados de manera oficial, por su preparación, idoneidad, responsabilidad y criterio en el ejercicio de las finas labores que tienen encomendadas, han preocupado a las altas autoridades por muchos años, tantos que éstas se van y aquéllos permanecen.

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BABEL XXI-577

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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ROY HARGROVE

UN PEREGRINO EN LA HABANA

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

https://www.babelxxi.com/577-roy-hargrove-un-peregrino-en-la-habana/

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CANON: BUDDY HOLLY (MAJESTAD MELÓDICA)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Existen ilustres difuntos prematuros como Mozart, Apollinaire o Rimbaud: ninguno de ellos llegó a los cuarenta años de edad y, sin embargo, la fuerza de sus obras, la fecundidad de su influencia y la perdurabilidad de su herencia son indiscutibles. Tal muerte prematura es el estigma de la trascendencia. Es la condena por ser “el ladrón del fuego de los dioses” -así definía Rimbaud al poeta-, la de consumirse con su llama o cegarse con su luz tras haber probado el néctar de la belleza.

Al vivir en una sociedad que tiende a reducir la calidad de todas las cosas a términos de cantidad y extensión, se nos ha olvidado lo equívoco que resulta juzgar la excelencia de una vida por el número de años de su duración y no por cómo se ha vivido esa vida. Que tal sería la pregunta pertinente.

Buddy Holly, en el caso que hoy nos ocupa, no estuvo mucho en el mundo, pero aún resuena en nuestros oídos la magia que extrajo de solo tres acordes de guitarra en sus poco más de veinte años (22, para ser más preciso).

Gracias al romanticismo (del que el rock es heredero) sabemos que la vida se mide por la intensidad no por la duración, porque aunque fuera infinita, la duración sería vana si no mediara más que una sucesión de presentes vacíos. “Solo quiero llegar a donde se debe llegar cuando entregas tu vida entera y todo lo que eres a una única cosa”, dijo James Dean, “sueña como si fueras a vivir para siempre. Vive como si fueras a morir hoy”, agregó antes de consumirse en una llamarada a 200 kilómetros por hora. Para Buddy Holly ese sería el día, para siempre.

En lo que concierne rigurosamente a su obra, su madurez es por sí misma una evidencia que emana de ella (y no de su acta de nacimiento) con una intensidad fulgurante. Si no se puede competir con los dioses en la extensión de nuestro tiempo, porque somos mortales, los jóvenes artistas difuntos como Holly son la prueba de que a veces sí se puede hacerlo en la viveza y en el acento de una labor que, aunque para un ser inmortal tendría la fugacidad de un relámpago, lo es todo para nosotros, humanos, miserables flores de un solo día.

Charles Hardin Holley, originario de Lubbock, Texas, nació en 1936 y al morir James Dean (1955) él ya experimentaba con las posibilidades del equipo en el estudio. El resultado de su obra es aún evidente y señero.

Su grupo, The Crickets, musicalmente emitía un sonido limpio y sólido muy de acuerdo a sus características vocales; su guitarra rítmica hacía gala de síncopas agradables que hablaban mucho del contacto con la música fronteriza mexicana.

De esta manera el sonido del grupo se erigió en ejemplo de economía y dinamismo y como prototipo de una fórmula instrumental que sería utilizada en todo el mundo rockero a partir de entonces: el cuarteto.

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“That’ll Be the Day”, “It’s So Easy”, “Peggy Sue”, “Oh Boy”, “Rave On”, “Maybe Baby” o “Not Fade Away”, fueron grabaciones que introdujeron a Holly firmemente en la historia rocanrolera. Su estilo se asemejaba más al de Bo Diddley, que influyó en sus composiciones, que al rockabilly, del cual partió dejando excelentes muestras, y derivaba más al swing del Oeste que al country de Nashville.

En sus piezas los acordes resonantes de una guitarra eléctrica con amplificador se encimaban unos a otros como las vibraciones de un platillo. El fluido ritmo tenía un impulso latino, más que un ritmo duro. Un sonido tex-mex matizado con las vibraciones metálicas de fuertes resonancias. En ello Buddy fue pionero en la fusión del rock con este ritmo.

Holly cantaba con una voz nasal y alta a la manera de Hank Williams, llena de hipo, sílabas alargadas y una sensación de nerviosa excitación que parecía casi ajena a la balada. Lo importante era la agitación, la tensión, la energía de sus interpretaciones.

En este punto se manifestó la línea divisoria entre las eras de la gran balada (big ballad) y el gran beat (big beat). Desde entonces para el cantante de rock and roll, la canción ya no fue un medio sino un trampolín. No interpretaba, sino creaba un estilo, una nueva estética para los jóvenes músicos y escuchas.

Resumiendo: sin renunciar a su patrimonio cultural (el country) ni generacional (rock and roll), Buddy Holly marcó un estilo en el que destacaban los arreglos y la melodía sobre el ritmo; el esquema clásico de su dotación musical, el cuarteto (dos guitarras, bajo y batería), fue replicado por millones de bandas de rock de todo el mundo desde entonces.

Por otro lado, el texano, fue precursor en la introducción en el rock de sonidos poco habituales, como la celesta (en “Everyday”, por ejemplo). Fue un guitarrista influyente tanto como solista como en la guitarra rítmica. Con todo ello enriqueció notablemente el lenguaje de la música popular de su tiempo. Sin embargo, su excelente situación de joven divinidad no duró. La noche del 2 de febrero de 1959 los dioses le pasaron la factura: Holly murió al estrellarse el avión en el que viajaba. Pero sus enseñanzas ahí estaban. Para nosotros ese sería el día, para siempre.

VIDEO SUGERIDO:  Buddy Holly & The Crickets “That’ll Be The Day” On The Ed Sullivan Show, YouTube (The Ed Sullivan Show)

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THE GREAT TOMATO BLUES PACKAGE

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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El blues nació durante el turbulento periodo que siguió a la Guerra Civil estadounidense, al enfrentar grandes números de negros del sur del país el cambio total sufrido, a causa de su repentina libertad, en los fundamentos de sus vidas bajo el duro yugo de la esclavitud, cambio que no siempre fue para bien.

Dentro de relativamente poco tiempo, descubrieron que un sistema de opresión simplemente había sido reemplazado por otro, como la aparcería, el arrendamiento y otras formas de servidumbre económica, en última instancia no muy distinta de la anterior servidumbre física.  En algunos aspectos era mucho peor, al surgir una serie de presiones –económicas, psicológicas y culturales– que no estuvieron presentes, en el mismo grado o con las mismas implicaciones, durante el tiempo de la esclavitud.

En respuesta a estas últimas, una nueva forma musical lírica, el blues, tomó forma en medio de la cultura de las plantaciones del Sur, en Mississippi, Alabama, Arkansas, Louisiana, Tennessee, Missouri y Texas, regiones de las cuales provienen las noticias más tempranas de la nueva música. Por medio de cantantes e instrumentistas viajeros, el blues se fue extendiendo desde esta área, en un círculo cada vez más amplio que finalmente abarcó cada rincón de la civilización negra del país, reemplazando a muchas formas más antiguas de expresión musical negra.

Arraigados en la cultura de la esclavitud, dichos géneros anteriores paulatinamente perdieron terreno al advenedizo blues, el cual reflejaba con visión mucho más certera el cambio experimentado por las experiencias, los estilos de vida, los valores culturales y la comunidad de intereses de la mayoría, si no es que todos los negros en los Estados Unidos durante estos difíciles tiempos.

El intérprete de blues se colocó a la vanguardia en la articulación de dichos sentimientos; destilaba, mediante una forma musical dotada de simplicidad, franqueza, flexibilidad e inmediatez sobresalientes, los anhelos, disgustos, desafectos, esperanzas y majestuoso carácter humano de toda una raza dedicada a la búsqueda de sí misma dentro del matriz de una sociedad que en gran medida la había abandonado.

Su poder paliativo fue la clave del éxito del blues. En verdad, contribuyó en mucho a aliviar, aunque sólo fuera temporalmente, los sufrimientos propios de las vidas abordadas con una capacidad expresiva tan sucinta y alentadora. Poca duda cabe que su mensaje ayudó a muchos negros a resistir a la denigración psicológicamente debilitante de la cual eran objeto por parte de la sociedad en general, alzarse por encima de ella y triunfar sobre ella.

El mensaje del blues era distinto, en un sentido significativo, del de los spirituals que lo precedieron, los cuales pregonaban poner la otra mejilla, desviar, negar o sublimar la dolorosa realidad de una vida transcurrida en la oscura sombra del sueño americano.

No, el blues miraba a la vida de frente, la comentaba con sinceridad y contaba las cosas tales como eran. Había que vivir la vida en el aquí y el ahora, proclamaba el blues; y por doloroso que esto fuera y siguiera siendo, era, en última instancia y en realidad, todo lo que había. Esto resultaba mucho mejor, y más sano, que anhelar y fijar las esperanzas de uno en un más allá que tal vez no llegara nunca. ¿Cínico?  Quizá. ¿Honesto?  Definitivamente.

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Willy Mabon

En sus letras, el blues trataba sin vacilar todas las experiencias y sentimientos compartidos por los negros en los Estados Unidos. Si bien muchas veces eran duros y brutales, su ánimo no era nunca desolado, impotente o desesperado, sino más bien una actitud irónica, desprendida y llena de humor negro. «Llevo tanto tiempo abajo que esto parece más arriba» o «Si no tuviera mala suerte, no tendría ninguna clase de suerte» son típicas del tono del blues.

El humor, como bien se sabe, representa una forma particularmente eficaz de enfrentar el dolor psicológico, de distanciarse de él, elevarse por encima de él y voltearlo en beneficio de uno.

Actualmente, las compilaciones fonográficas del blues se multiplican y se parecen…poco. El periodo y el género admiten una gran variedad, gracias a su misma extensión. He aquí de la compañía Tomato, por ejemplo, una colección de 45 títulos reunidos en un doble CD en el que incluso el menos exigente de los amateurs en ritmos trepidantes y básicos encontrará nombres familiares como Bo Diddley, Chuck Berry y Albert King, entre otros.

Los más exigentes y conocedores saborearán inclusiones menos accesibles, como las de Wilbert Harrisson en «Kansas City», su hit de 1959, o la de Leadbelly, con un «Midnight Special» sacado de las catacumbas, con el scratch como garantía de origen.

El interés de este doble CD radica, pues, tanto en la presencia de los monumentos del puro rock and roll –Jerry Lee y Carl Perkins– con estándards de platino; como en la de los abuelos venerados del blues como Muddy Waters y B.B. King; o de pioneros poco conocidos, como Willie Mabon y su «Poison Ivy», así como otros sólo un poco más mencionados, como Bessie Smith y Jimmy Reed.

Un cuadro completo de artistas ubicados en las fronteras del género (Charlie Parker, Louis Armstrong), así como quienes lo han llevado un poco más lejos (Robert Cray). Tal colección merece todas las alabanzas por la calidad de las grabaciones presentadas, muestra del respeto de sus responsables por los artistas, cosa rara en este tipo de empresa.

VIDEO SUGERIDO: Lead Belly – Midnight Special, YouTube (mokmok8080)

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Leadbelly

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CRYSTALS 13 (RITRATO DE AUTORE)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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CRYSTALS 13 (RITRATO DI AUTORE)

 

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ALBERT KUVEZIN: GARGANTA DE DOBLE TONO

Por SERGIO MONSALVO C.

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Estamos en el comienzo de los años noventa. En Occidente acaba de surgir el grunge y el grupo Nirvana, de Washington, marca la pauta musical de los nuevos tiempos. Tanto, que sus sonidos han llegado hasta la ciudad de Moscú, capital rusa, ubicada en una cuenca frente al río Volga y rodeada de hielo.

Es una noche fría y con ventiscas de nieve. En una habitación estudiantil dos compañeros universitarios escuchan asombrados las composiciones de Kurt Cobain en Nevermind (han podido adquirir el disco gracias a uno de los efectos colaterales tras la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría).

Uno, Ivan, trata de seguir el ritmo con su teclado electrónico, mientras que Albert, el otro, lo hace con una cítara siberiana y con su voz al profundo estilo tradicional del kanzat kargyraa. Lo deciden. Actuarán así, como dúo.

Y, efectivamente, lo hacen. El joven compositor ruso, de techno avant-garde, Ivan Sokolovsky y el tuvano, cantante y guitarrista, Albert Kuvezin se presentan en auditorios, festivales y fiestas de su universidad. Su repertorio abarca temas del folclor ancestral de Albert mezclados con las armonías del heavy metal, la psicodelia o el proto-punk.

Su fórmula ha dado resultado. Otros músicos, también compañeros de aulas, se agregan al proyecto, aunque no de manera fija. Así graban sus dos primeros discos, Priznak Greyushii Byedi (1991) y Khanparty (1992).

Una vez terminados sus estudios académicos sobre música y canto, Kuvezin decide regresar a su terruño, establecerse y enriquecer su oferta musical. Lleva consigo varias ideas que pone en práctica: forma parte de una banda circulante la Huun-Huur-Tu.

En ella él se encarga de la guitarra eléctrica e interpreta canciones tradicionales caracterizadas por ese canto gutural y de doble tono (el mencionado kanzat kargyraa), con el apoyo de instrumentos acústicos como la guitarra, la viola y otros del folclor tuvano.

Pronto se cansa de esta única vía y decide hacer su propia música con instrumentos electrónicos típicos de la época, y a la inversa: canciones de rock tocadas con instrumental tuvano (violín de cabeza de caballo, cítara siberiana y percusiones hechas de piel de reno).

Es del segundo de estos instrumentos que toma el nombre para el grupo que decide liderear: Yat-Kha. Bajo ese apelativo sale su tercer álbum, homónimo, en 1993, con el sello General Records. De esta manera Kuvezin pone a Tuvá en la palestra de la escena global.

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Tuvá es un país situado en el centro de Asia, en la parte meridional de Siberia. Limita al sur y al este con Mongolia y al noreste con otras repúblicas de la Federación Rusa. Tiene una extensión de 170 mil km², aproximadamente.

La economía tuvana se basa en la industria (madera, metal, materiales de construcción), la agricultura (cereales) y en la extracción de materias primas (amianto, cobalto, carbón, sal).

En la región meridional, la más habitada, se encuentran sus centros industriales, sobre todo en Kyzyl (la capital, una cuenca rodeada por altas sierras y el río Yeniséi). El sur es una región ganadera (ovejas, cabras, caballos), y el noreste es un área boscosa de explotación forestal, la cacería, la cría de ciervos y la pesca.

VIDEO SUGERIDO: Yat-Kha – In A Gadda Da Vida, YouTube (TheMrYin)

En su bandera el color amarillo simboliza la riqueza y el budismo; el blanco, los sentimientos limpios; el azul celeste representa el cielo de Tuvá y el coraje y la firmeza de la gente –es el color de los nómadas mongoles y turcos–; las franjas representan la confluencia de sus ríos: Bii-Khem y Kaa-Khem que forman el Yeniséi.

Su historia se remonta a unos 900 años, cuando en 1207 la región fue conquistada por Genghis Khan y pasó por varias dinastías chinas hasta principios del siglo XX, en que se convirtió en protectorado de Rusia. En 1992, a raíz de la disolución de la Unión Soviética, se transformó en una república constituyente de la Federación Rusa.

Los habitantes de Tuvá son famosos por sus cantos, particularmente por la técnica vocal diafónica o canto de garganta. Son mayoritariamente budistas, combinando dicha práctica con un extendido chamanismo (animismo).

El último censo practicado su población era de 310 mil habitantes. Según datos oficiales más de dos tercios de dicha población (250 mil personas, arriba del 70% del total) pertenecen a la etnia tuvana, pueblo de origen mongol el cual habla una lengua de raíces turcas; otros tuvanos provienen de Mongolia, China y Rusia.

La etnia tuvana se divide en dos grupos. Los tuvanos del Oeste (mayoritarios) y los tuvanos-todzhins (del noreste, quienes sólo constituyen el 5% de tal etnia). Su idioma pertenece a la rama siberiana de origen turco. Tienen cuatro dialectos reconocidos: central, occidental, del sudeste y el todzhinian y la escritura usa un alfabeto cirílico adaptado.

Los tuvanos del sur son nómadas debido a la crianza del ganado (cabras, ovejas, camellos, caballos, renos y yaks). Ellos han vivido tradicionalmente en yurtas (especie de grandes tiendas de campaña) que son reubicadas estacionalmente con el movimiento de los pastos nuevos.

En ese contexto ha surgido, producto de la tradición y del contacto con los nuevos tiempos, el profundo canto gutural de Albert Kuvezin, quien de primera mano despierta la asociación con las vocalizaciones del Captain Beefheart, Max Cavalera (del grupo Sepultura) y Tom Waits. Sin embargo, también se distingue de manera diametral de todos ellos por sus antecedentes ancestrales.

En sus siguientes discos, de Yenisei Punk (de 1997, producido por Paddy Moloney, líder de los Chieftains) a Re-Covers (del 2005), pasando por Dalai Beldri, la remasterización del álbum debut, Aldyn Dashka y tuva.rock, el grupo se ha ido sofisticando, y lo mismo se le ha podido escuchar entre lo sombrío a la usanza del grunge hasta con un sonido más sutil y proverbial.

El subtítulo de Dalai Beldiri, su segundo CD —“canciones sobre bellos caballos tuvanos, montañas, ríos, mujeres y tipos rebeldes en el corazón de Asia”— puede parecer tan ajeno a la realidad conocida como la propia patria de este grupo. Su música es difícil de comparar con otra del mundo entero, por su riqueza y profunda fuerza.

Componentes que se continúan en la siguiente obra Aldyn Dashka (2002), donde el fenómeno se repite y agranda. De aquella primera presentación del grupo en el afamado festival de world music WOMAD —en la que presentó una extraordinaria versión del clásico tema “Smoke on the Water” de Deep Purple, con la que el público bailó, gritó a más no poder y se maravilló con los solos de Kuvezin— a la continuidad del álbum Aldyn Dashka, la agrupación ha seguido cultivando las fusiones de lo antiguo con lo nuevo con sus ingredientes únicos.

La mezcla que realizan de su retumbante canto gutural con el mundo sonoro de hoy de ninguna forma hace caso omiso del pasado personal de sus componentes (sus raíces, costumbres y formas de vida) ni tampoco de su proyecto a futuro, que tiene en su haber la utilización de la hi-tech y demás recursos que aporta el siglo XXI.

Albert Kuvezin, como parte de su concepto, ha sabido incorporar todo ello de una manera lúdica en el grupo, con la conciencia irónica de su realidad y con una visión siempre honesta del papel que les ha tocado interpretar en la escena musical.

Progresivamente, las guitarras se han suavizado; los instrumentos regionales tornado más discretos, y Aldyn-ool Sevek, otro integrante del grupo, alterna su suave voz khöömei con la pesada vocalización de Kuvezin. El resultado es más elaborado y menos agreste.

El canto tradicional tuvano, del que Kuvezin se ha convertido en Maestro, proporciona los ambientes animistas por medio de los movimientos virtuosos de la laringe, la lengua y la mandíbula, así este intérprete crea melodías con las armonías o dobles tonos de la nota básica que está cantando. De esta forma, un solo vocalista como él puede ejecutar la melodía y el acompañamiento al mismo tiempo.

Y Yat-Kha (cuyos elementos base son, además del mencionado Albert Kuvezin y Aldyn-ool Sevek, Zhenya Tkach’v —en las percusiones, gongs y vocalizaciones stikhi—, además de un sinnúmero de invitados especiales de diversas nacionalidades con sus instrumentos particulares) es el modelo ejemplar de un grupo del siglo XXI, que con su música original desplaza las fronteras hacia otros horizontes.

Y si en vivo el grupo suena como un Velvet Underground tuvano (una influencia notoria), con canciones gruñidas en khöömei, kanzat kargyraa y un sonido áspero y fuerte, en los discos han emprendido un camino más melodioso y accesible a la par de emocionante.

Tanto así que desde hace una década se han convertido en un espectáculo global y también actúan como un soundtrack vivo e itinerante para acompañar el filme silente de 1928, Storm over Asia, de Vsévolod Pudovkin, uno de los más prestigiosos realizadores soviéticos (junto con Sergéi Einsenstein). Kuvezin ha sabido incorporar el aspecto cinemático a su concepto estético, de una manera tan lúdica como contemporánea: hipermodernismo puro.

VIDEO SUGERIDO: Yat-Kha – Black Magic Woman, YouTube (korsum)

ALBERT (FOTO 3)

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