Se ajusta la corbata justo en el centro del cuello de aquella camisa blanca. Echa una última mirada al espejo y aprueba la imagen, como todas las mañanas. Va a la cocina, se atiborra la boca con un pan embadurnado de mantequilla y con grandes sorbos de dulcísimo café traga el atrabancado desayuno.
Corre al baño a lavarse los dientes, vuelve a ajustarse la corbata y luego a gritos se despide de su mujer. Sale de la casa, acomoda el saco en el asiento trasero del auto y calienta el motor por unos instantes. Se ve en el espejo de la visera sobre el parabrisas y arranca haciendo rechinar las llantas.
Del suburbio rápidamente llega a la vía periférica y se encuentra con el cotidiano tránsito lento y la larga fila de coches (¡Puta madre!) Golpea el volante y se acuerda de la radio. La enciende y busca una estación que le agrade. Deteniéndose, escucha en una de ellas una encuesta improvisada que se realiza en esos momentos.
Jugando a liberales, el locutor y sus compinches han lanzado la pregunta al auditorio: «¿Qué música escuchas para hacer el amor?» (¡¡¿Qué?!!!) Se pregunta sin dejar de mirar al frente y esboza un comienzo de sonrisa incrédula.
El conglomerado de autos avanza, lo mismo que el tono de la encuesta y por ende su excitación. Verdaderamente está sonriendo con las respuestas y los ejemplos musicales. Voltea hacia el teléfono que tiene en el asiento y a la mano, y sopesa llamar para darles su opinión y pieza favorita, para dejarlos callados a todos. No lo hace.
La imaginación carbura, lo mismo que su coche, pero con un combustible diferente. Sin sentirlo ha llegado de manera mecánica a la oficina. Estaciona el coche y con el saco puesto sobre los hombros hace una entrada triunfal. Supone que con su arribo la totalidad del sector femenino ha dado un suspiro de alivio y comenzado a trabajar revitalizado.
En el corrillo del café mañanero, sintiéndose original, hace la misma pregunta de la radio en todas direcciones y así se la pasa el resto del día en esa oficina, con los chistes y comentarios que ha fabricado su mente febril en torno al tema.
Al fin de la tarde se dirige a su casa rumiando cada respuesta de los compañeros y superándola desde su propio punto de vista. Estaciona el coche, saluda al perro, a su mujer. Cena mientras ve la tele y lee ya metido en la cama lo que le faltó del periódico deportivo. Se duerme agotado, pensando que este día ha sido de lo más excitante.
“¿Tienes música esta noche?”, le preguntó Robert a Mary. Ella dijo que no. Era un día entre semana y la taberna no iba a tener suficientes parroquianos para pagar a los músicos. Robert le dijo entonces que tocaríamos por una botella de whisky y que luego pasaríamos el sombrero. Mary amaba el blues, así que dijo que podíamos tocar. Nos daría una botella de whisky en ese mismo momento, y si conseguíamos que entrara gente entonces nos daría otra.
“Nos fuimos con nuestra botella a un rincón. Le dije a Robert que yo no podía tocar bien por culpa de un golpe en el hombro que recibí durante una pelea que habíamos tenido la noche anterior en otro pueblo. Él dijo: ‘Tú rasguea tranquilo detrás de mí y yo haré el resto’. Jane y Linda se acercaron para ayudarnos a beber el whisky. Un tipo entró y se sentó al otro lado de Linda, pero ella actuó como si no estuviera. Estaba furiosa con él porque había salido corriendo durante un pleito días antes.
“Robert ni siquiera tomó en cuenta que el tipo estuviera ahí. Pasó el brazo sobre los hombros de Linda, rió y se puso cariñoso con ella. Yo pensé que debería mostrar un poco más de calma, porque él era un hombre pequeño, y el otro tipo era tan grande como el más grande de los pizcadores de algodón. Pero no pasó nada, porque el tipo aquel estaba avergonzado por lo de la otra noche, y porque nosotros éramos los músicos. El local de Mary se llenó y la gente quería que la entretuviéramos. Empezamos a tocar.
“Robert Johnson tocaba una música que te decía cómo eran las cosas. Cantaba como un perro desgraciado aullando por una perra en celo. Jane y Linda estaban pegadas a nosotros. El tipo aquel se fue hacia la puerta para demostrar que no le importaba, mientras 60 o más personas bailaban y movían la cabeza, aplaudían y bebían.
“El blues era la música del diablo; nosotros, sus vástagos, y Robert, su hijo favorito. Él hacía que todos nos entregáramos al blues, ésa era la única manera de soportar el peso de aquellos días.
“Tocamos hasta la madrugada. En nuestro sombrero había más de 5 dólares y dejamos un buen hueco en las existencias de whisky de Mary. El tipo aquel se deshonró al llorar por Linda y salió de la taberna. Más tarde, afuera, nos recuerdo caminando, el sonido de las monedas en nuestros bolsillos y a aquellas preciosas chicas riéndose por nada.
“Cuando llegamos a su casa, Linda encendió una lámpara de queroseno y Robert bajó la llama. Yo tenía un cuarto de whisky aún, así que primero bebimos y nos abrazamos durante un rato.
“Entre esos abrazos me vi obligado a preguntarle a Robert: ‘¿Dónde aprendiste a tocar el blues como lo haces?’ Estábamos todos acomodados en una gran cama. Las chicas nos rodeaban con sus cuerpos y nuestras manos estaban metidas bajo su ropa. ‘Hice un trato’. ¡Eso dijo! Había renunciado a su alma por el blues en un cruce de caminos. Dijo eso y volvió a meter la mano bajo la falda de Linda…
“Anduve en el camino con Robert durante algún tiempo, pero una noche, justo en las afueras de un pueblo cerca de Memphis, hubo un incendio. Robert y yo estábamos tocando salvajemente y la cosa se puso tan desenfrenada que la taberna ardió. Se quemó hasta los cimientos. Yo tragué demasiado humo y tuve que descansar un tiempo para recuperarme. Supongo que pude haber alcanzado a Robert más tarde, pero no lo hice. No tuve noticias suyas hasta que oí una de sus canciones en un disco que tenía puesto un tipo de Alabama. Unas semanas más tarde me enteré de que Robert Johnson había muerto. Dijeron que Satán fue a buscarlo. No hubo más explicación”.
Al usar esta leyenda como materia prima, el rock la aprovechó para su propia naturalización. Para encajar con la cosmogonía rockera, el artista del blues debía vivir en la marginalidad, cantar a partir de una compulsión misteriosa y primitiva; hacerlo en un trance, pronunciando verdades absolutas desde el ombligo de la existencia, además de ser bebedor, mujeriego y salvaje, por supuesto.
Un personaje del blues primario cumplió con todos estos requisitos: Robert Johnson. El bluesman más venerado por los rockeros. Su lírica era un drama de sexo entrelazado con hechos de rudeza y ternura; con deseos que nadie podía satisfacer; con crímenes que no podía explicarse, con castigos a los que no podía escapar, y con una leyenda contractual con el Diablo para tocar magistralmente la música que interpretaba. Una vida sometida a un proceso de comprensión vital eterna por parte de los rockeros.
VIDEO SUGERIDO: Robert Johnson – Crossroad, YouTube (Coredump)
Ningún otro guitarrista de blues ha estado rodeado de tantos mitos y leyendas como Robert Johnson. Nacido el 8 de mayo de 1911 en Hazelhurst, Mississippi, pasó su niñez en Commerce con su padrastro. En las plantaciones empezó a familiarizarse con la música y a punto de cumplir los 17 años buscó aprender a tocar la guitarra con Son House (aunque la leyenda dice que aprendió solo), a quien siguió durante algún tiempo.
Durante la primera década del siglo XX, Eddie James «Son» House figuraba entre los padrinos originales del blues del Delta del Mississippi. Años más tarde, en 1964, Son House le habló a Alan Wilson (miembro del grupo Canned Heat), uno de sus redescubridores, sobre Johnson: «Cuando Robert tenía como 16 o 17 años se escapaba de su casa para tocar conmigo y con Willie Brown [el guitarrista fijo de Son]. Nos seguía a todas partes, porque no le agradaba trabajar en la plantación. Siempre observaba mis manos mientras tocaba. Cuando había un descanso, él trataba de tocar con mi guitarra, pero no servía. Tenía que obligarlo a parar, porque ponía furioso al público con los horrorosos sonidos que producía.
«Después de un tiempo, Robert huyó de su casa y seis meses más tarde regresó con una guitarra sobre la espalda. Nos suplicó a mí y a Willie que lo dejáramos tocar con nosotros. Le dijimos que no nos molestara. Pero rogó tanto que finalmente accedimos. Nos quedamos mudos. ¡Era buenísimo!». Son House tenía una sola explicación para esta impresionante transformación: «Le había vendido el alma al diablo para tocar así«. No sólo él lo creyó.
En la región del Delta eran comunes las historias demoniacas de medianoche. Quizá sea posible tacharlas de supersticiones o desecharlas como tonterías. A la luz de la cultura vudú dominante, con todo y sus brujos, incluso se les podría tomar al pie de la letra.
Lo único seguro es que nadie concretó su propio mito de manera tan perfecta como lo hizo Robert Johnson. Casi todas sus canciones tratan de la venta de su alma y de sus esfuerzos por recuperarla. Poseen una carga intensa, casi apocalíptica, y una conciencia determinante sobre el destino. Salpican además ominosos vaticinios e historias de la errancia con el Diablo sobre los talones.
Lo que sí puede constatarse, independientemente de aquel mito romántico, es que Johnson era un músico que viajaba mucho por toda la región que atravesaba el río Mississippi y que en tales viajes aprendió técnicas guitarrísticas de los músicos que vio y armonías de las canciones que oyó por aquella zona. Supo condensar todo ese aprendizaje. Y con tal summum utilizó su talento, tanto como la largueza de sus dedos, para construirse su propio estilo, lo mismo instrumental que lírico. Ambos con repercusiones eternas.
Con su guitarra y armónica, Johnson recorrió bares, prostíbulos y todo tipo de tugurios en Arkansas, Tennessee, Missouri, Texas y otros estados de la Unión Americana, en los que se ganaba algunas monedas para irla pasando. A su regreso al Delta, quienes lo conocieron en sus primeros años, como músico ordinario, quedaron maravillados con su estilo y con una serie de composiciones que pronto se convirtieron en clásicos.
En dos sesiones en 1936 y 1937 realizó sus únicas grabaciones para la compañía Vocalion, 29 en total (aunque también existe la leyenda de que hay una trigésima pieza perdida), recopiladas en los dos volúmenes titulados Robert Johnson. King of the Delta Blues Singers. En un cuarto de hotel, volteado contra la pared –supuestamente porque no quería que le copiaran su estilo–, Johnson registró para la historia canciones como “Crossroads Blues”, “Come On in My Kitchen”, “I’ll Dust My Broom” y “Sweet Home Chicago”, entre otras.
Según las versiones más creíbles, Robert Johnson murió el 16 de agosto de 1938, envenenado en un tugurio por una mujer despechada que perdió la cabeza en un arranque de celos o por un esposo engañado. No se sabe con certeza en qué lugar reposan sus restos, hay muchos que se lo quieren adjudicar, así que existen varias tumbas marcadas con su nombre para seguir incrementando las leyendas.
VIDEO SUGERIDO: Jools Holland Band fet. Eric Clapton, YouTube (petticlone)
Desde el comienzo —y desarrollo— de la música estadounidense, Nueva Orleans ha desempeñado una parte importante en su evolución: prácticamente todas las expresiones populares en este sentido tuvieron ahí su acuñación y marca postrera: ragtime, blues, dixieland, jazz, rhythm and blues, rock, soul…
Dicha metrópolis fue el puerto más grande e importante de aquel país desde su fundación (hasta hace poco recibía en promedio cinco mil embarcaciones de todo el mundo).
Fue una ciudad en la que gente de diferentes ascendencias étnicas (nativos norteamericanos, franceses, españoles, alemanes, irlandeses, italianos, caribeños, latinoamericanos, además de la población de origen africano) se reunió y vivió con un patrón cultural muy diferente.
Un crisol único que produjo una sonoridad propia, cuyo resultado se tradujo en diversos estilos musicales, con la negritud omnipresente, con lugares y personajes definitivos al frente.
Esos hombres tenían tras de sí una cauda infinita de sonoridades y universos varios cuya estela se extendía hasta tiempos recientes. Entonces llegó Katrina, un fenómeno natural que arrasó con la ciudad, sus testimonios históricos, libros, archivos, grabaciones, lugares…
Fue cuando muchos músicos de otros sitios recordaron aquel antiguo adagio que en su momento B.B. King les trasmitió a los jóvenes blueseros británicos: “Escuchen a los veteranos”.
En la práctica musical de hoy es un hecho que se menosprecia la sabiduría de éstos. Tras la tragedia de Nueva Orleans Elvis Costello tomó la estafeta con dicha conciencia: establecer el legado canónico vivo de los importantes músicos oriundos. No hacerlo, reconoció, supondría una pérdida cultural para la humanidad en general.
Así que puso manos a la obra y se reunió con Allen Toussaint, uno de los tótems de aquella urbe. Compusieron, grabaron y produjeron juntos una gran obra: The River in Reverse. Toussaint murió el 10 de noviembre del 2015.
Por su parte, Eric Clapton hizo lo propio y buscó a Wynton Marsalis. El resultado, una fabulosa grabación en vivo en el Lincoln Center: Play the Blues.
VIDEO SUGERIDO: Dr. John – Locked Down (Teaser), YouTube (dr.john)
En el 2012, Dan Auebach, el cantante y guitarrista de Black Keys, llamó a Dr. John para proponerle la producción de un álbum y el “galeno” aceptó.
Dr. John, quien antes de graduarse en medicina vudú fuera Mac Rebennack, nació (en 1940) y creció en Nueva Orleáns con el sonido de la música: barrelhouse, junkie blues, funky butt, gut bucket y todo el jazz. De día y de noche.
Por lo tanto, resulta natural que su disco Locked Down, con Auebach en los tableros, sirva para llevarnos a él y a nosotros de regreso a sus raíces, pero con el añadido de una realización con mejor tecnología.
En cierto sentido se trata de una pequeña historia desde los años de sus comienzos, allá por los sesenta (cuando firmó obras clásicas como Gris Gris y Babylon con su gran carga psicodélica), hasta este siglo (que lo encontró grabando regularmente discos como The City that Care Forgot y Tribal, como ejemplos recientes).
En este nuevo trabajo se podrá encontrar algo exclusivo de aquella ciudad en cada una de las piezas.
Tal clase de música es auténtica, la que se oye en alguno de aquellos tugurios de mala muerte o en una de las muchas iglesias llenas de gente consagrada a lo divino cantando gospel.
A dicha música Dr. John solía llamarla «gut bucket» o «barrelhouse». La misma que los pianistas primigenios de dicho puerto tocaban sin parar durante horas mientras cantaban de memoria, reinventando muchas veces las letras en el proceso.
La música de Nueva Orleans, tan sencilla, como realista, se desarrolló así en forma natural y gozosa.
El disco de Dr. John, apoyado por Auebach, es un documento importante, además de testimonial en el contexto de varios géneros musicales.
En las historias que cuenta el músico se pueden ver y sentir las circunstancias vivas dentro de las cuales se han creado muchas leyendas de nuestro tiempo, como la suya. La de un veterano al que escuchar por todo su contenido (Dr. John falleció el 6 de junio del 2019).
VIDEO SUGERIDO: Dr. John – Revolution (Official Video), YouTube (dr.john)
Jack Kerouac llegó por primera vez a la Ciudad de México a fines de mayo de 1952, con el objetivo de encontrar motivación para escribir un nuevo libro. Arribó a la casa donde vivía de tiempo antes William Burroughs, en el número 210 de la calle de Orizaba, en la colonia Roma —una zona urbana europeizada en su arquitectura (art noveau, neo-colonial y funcionalista) que en aquella década era un revoltillo populoso cuya vida se enriquecía con los intercambios entre inmigrantes libaneses, judíos, gitanos y de las propias clase media y provincia mexicanas.
Antaño Burroughs había sido su mentor y Jack aún lo consideraba como tal, por su espíritu clarividente y una cosmovisión definida por el hecho supremo de la muerte. Aquél, desde sus distintos lugares de residencia, siempre ejerció como Sumo Augur. Enfundado en ello manifestaba su rebeldía contra un sistema opresivo que presagiaba el auge del totalitarismo. Sus visiones hablaban de estallidos de violencia urbana, de la fractura del establishment y de la juventud como punta de lanza en la instauración de cambios sociales.
A todo ello lo nutría con el experimento yonqui, con la anarquía interzonas y con la alienación del individuo atrapado por las constataciones de la finitud a las que él no quiso rendirse jamás. Las bases de su lucha estaban en el ansia de transformación y en el fluir de una conciencia epicúrea, retrofuturista, discordante y tóxica.
Este Burroughs le dio entonces la bienvenida al que tomaba como un talentoso escritor y elemento pertinente de esas huestes trasgresoras. Jack se instaló y comenzó a disfrutar de las arengas agrias e ingeniosas de su anfitrión mientras fumaba mota y mecanografiaba el texto de Visions of Cody. A la postre se lo envió a Allen Ginsberg, su «agente» literario por ese entonces. Drogado y tranquilo conversaba con su anfitrión y gurú y se acostaba con prostitutas…
*Fragmento del libro Mexico City Blues: Orizaba 210, publicado por la Editorial Doble A, y de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.
Hay canciones en las que sientes el espíritu de la emoción, como en las baladas lentas que pertenecen a una especie distinta de canción. Logras con ellas, escuchándolas, la atención en los márgenes de una tiniebla real, sin duda. En ellas el asunto es comunicarse con uno mismo, en otra revisita frente al espejo. Y la forma en que un intérprete trate la pieza (la construya, la haga tuya) servirá de medida exacta sobre la profundidad de su propia estima como artista. El camino directo al sentimiento está reservado para esas melodías que hablan de tu forma de transitar hacia la otredad y comprender que con tales cantos no estás solo para escuchar el crack del corazón.
VIDEO: Van Morrison – Someone Like You – YouTube (dahaser44)
BXXI-577 ROY HARGROVE
La expedición al maravilloso mundo musical de los cubanos se dio en un momento importante de la carrera de Roy Hargrove, en el que tenía que mostrar un estilo personal para distinguirse de sus compañeros de instrumento y de generación como Marcus Printup, Marlon Jordan, Russell Gunn y Roger Ingram. A punto de cumplir los 29 años de edad, imprimió con el proyecto Crisol y el álbum Habana un sello permanente en la historia del jazz. A Hargrove se le apreciaba ya como a un tipo de sentido estético confiable, productor de tonos nobles y guardián de una tradición musical negra propia, la cual iba adquiriendo tintes de clasicismo. Se confirmó en los siguientes años y discos.
VIDEO: Mambo for Roy (Chucho Valdés) – Roy Hargrove’s Crisol – YouTube (Manuela Salinas S.)
BXXI-578 JERRY LEE LEWIS
Fue en un concierto en Canadá donde comenzó la leyenda de Jerry Lee Lewis. “Quería hacer algo diferente para mi público, así que me levanté mientras seguía tocando el piano y al topar mis botas con el taburete, lo pateé hacia atrás y empecé a aporrear las teclas de pie y con mis botas», ha recordado. Así creó su imagen de marca: se erigió en The Killer, el ego más salvaje de los pioneros del rock. La personalidad dividida, entre el energético e incandescente músico encima del escenario y el patán provinciano debajo de él, jamás lo abandonó. El ego de todos los pilares del género (Elvis, Little Richard, Chuck Berry) siempre afectó sus carreras y relaciones, sin embargo, el desmesurado de Jerry Lee Lewis le taladró el espíritu y la mente.
VIDEO: Jerry Lee Lewis – Whole Lotta Shakin’ Goinng On (Ste Allen Show – 1957), YouTube (John 1948IxC)
BXXI-579 DE ÚLTIMO MOMENTO (EDGE/NESMITH)
Hacia el final de otro año fatídico, siguieron sonando las notas que expresaron el duelo por los rockeros caídos en el cuarto trimestre del 2021. En octubre, la Parca pasó de puntitas, sin hacer mella, pero en noviembre y diciembre, en el último suspiro del año, escogió a dos de ellos para llevárselos: Graeme Edge (de Moody Blues) y Mike Nesmith (de los Monkees). El uno alejado estilísticamente del otro -ambos en la antípodas–, pero unidos por su pertenencia a un mundo que hace comunidad sin importar qué, aún en una realidad actual en constante confusión y temor. El rock volvió a sonar para despedir, para sanar, para recordar que debemos continuar, sin importar qué…
VIDEO: The Moody Blues – Days Of Future Passed (1967, studio Album) 07 THE NIGHT, YouTube (LUAN692)
BXXI-580 BLUE MONDAY
En la actualidad: ¿Qué significa el lunes? ¿Un azote existencial? ¿Un castigo divino por el mal comportamiento del fin de semana? ¿El día más lejano del viernes? Son algunas de las muchas preguntas que provoca tal espacio temporal. Todas ellas llenas de lamentos, sufrimiento y penalidades. Pero también de sentido del humor (negro y capitalista, eso sí): se ha inventado un día del año para celebrarlo. El Blue Monday (lunes triste) se celebra todos los años –desde el segundo lustro de la primera década del siglo XXI– el tercer lunes del mes de enero. Tal acontecimiento surgió cuando Cliff Arnal, un investigador de la Universidad de Cardiff, escribió que era “el día más deprimente del calendario” debido al clima y a la “cuesta de enero”.
VIDEO: The Boomtown Rats – I Don’t Like Monsays (Official Video), YouTube (The Boomtown Rats)
Los poetas románticos fueron los que dieron curso al hábito de reflexionar sobre la creación poética, de hacer de la literatura un tema literario o de la poesía motivo de un poema. Edgar Allan Poe fue un poeta romántico, solitario y maldito.
Vivió en el desasosiego; hizo de su vida un escándalo; frecuentó y sucumbió a los paraísos artificiales, siempre estuvo acosado por la miseria y supo también que la sociedad en la que le tocó existir crecía como un monstruo insensible.
En medio de todo ello quiso que el signo de su vida fuera hasta el final el de la inteligencia. Y ésta le exigió de manera constante un dominio consciente y minucioso de la composición; el conocimiento pleno de su lengua y de sus posibilidades estilísticas.
El rigor que le permitiera extraer de cada vocablo la interminable variedad de sus matices, porque la hechura de un poema —a final de cuentas para él— era un acto de rigor y de lucidez.
Poe compuso el poema The Raven (El Cuervo) bajo una severa disciplina. Meditó en todos sus detalles, desde la gradación de las estrofas hasta el sonido y la extensión de las sílabas; desde el tema hasta la combinación de los símbolos que expondrían los diversos ángulos de su significado.
La modernidad que caracterizó su trabajo artístico estuvo determinada por su capacidad para moverse entre lo preciso y lo indeterminado, entre la geometría y el sueño. Por eso se volvió universal y trascendente, un autor al que habría que revisitar una y otra vez.
Hoy podemos ubicar a ese poema en otra red de relaciones y desde luego no será la última. Eso es lo que tienen las obras clásicas, siempre admiten nuevas lecturas.
Poe lo sabía e hizo que la lucidez aplicada a su composición poética no fuera incompatible con el hecho de que el poema continuara siendo un objeto indeterminado, infinito y cuyo sentido fluyera en distintas direcciones.
Lo que él escribió fue una partitura que los demás deben ejecutar para extraer de ella sus innumerables posibilidades, para reconstruirla cada vez que se lea, para hacer de ella un patrimonio de todos y de nadie.
(Fragmento)
…Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo. /Aún sigue posado, aún sigue posado /en el pálido busto de Palas. /En el dintel de la puerta de mi cuarto. /Y sus ojos tienen la apariencia /de los de un demonio que está soñando. /Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama /tiende en el suelo su sombra. Y mi alma, /del fondo de esa sombra /que flota sobre el suelo, /no podrá liberarse. ¡Nunca más!
VIDEO SUGERIDO: Lou Reed The Raven (HQ), YouTube (MetalMachineManiac)
El rock es heredero directo del romanticismo y sus poetas también lo son. Se han negado a hacer una distinción entre el arte y la vida. Personalidad sobresaliente de dicha escena ha sido Lou Reed desde los años sesenta con sus letras crudas, incisivas y cargadas de poética urbana.
Reed durante todos estos años ha rendido tributo a sus maestros primigenios: Delmore Schwartz, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud y sobre todo a Edgar Allan Poe, hombres señalados para un extraño destino y una extraña actividad: la escritura, misma que los convirtió en seres angélicos o demoniacos, según se quiera ver: entes que sufrieron el desgarramiento de pertenecer a una sociedad hostil hacia la poesía. Por eso se volvieron sus impugnadores y disidentes.
Reed le brindó un homenaje al último con el disco titulado TheRaven (Sire/Reprise, 2003): “Estos son los relatos de Edgar Allan Poe/ quien no era exactamente el chico de al lado”, canta el rockero neoyorquino después de una introducción dramática saturada del estruendo de los saxofones.
Y vaya que tiene razón. Poe, el cual murió producto del alcohol y las drogas, escribió sobre el mal, los crímenes, la amenaza de la muerte y la vida después de ésta. Fue creador de géneros. Sus poemas y relatos están empapados de angustia y de visiones aciagas, ni más ni menos.
Hace años se estrenó en Hamburgo, Alemania, la producción POEtry, la segunda pieza de teatro musical escrita por Lou Reed (la primera fue Time Rocker), con una puesta en escena en colaboración con el director Robert Wilson que se basa en la vida y obra de aquel autor decimonónico.
El disco de Reed, que lleva el nombre del poema más famoso de Poe (“The Raven”), fue el soundtrack de dicho montaje.
En sus textos Reed entreteje detalles biográficos de la vida del atormentado autor con sus escritos más conocidos, poniendo énfasis en la ironía presente y sombría en todos ellos, así como en la capacidad de Poe de asomarse a las profundidades del alma humana, con sus miedos y temores.
Muy atractivo el punto en sí mismo, pero lo mejor del tema es que viene empacado en una colección de canciones muy sólidas.
Además, The Raven (el disco) cuenta con la producción de Hal Wilmer, encargado de gran número de bandas sonoras y discos de tributo, y una gran lista de invitados especiales: Laurie Anderson y el actor William Dafoe se encargan de los tracks de spoken word, por ejemplo.
A David Bowie se le escucha en la carta “Hop Frog”. Al cantante indie Antony (de Antony and the Johnsons) con una versión bizarra de un tema imperecedero de Reed “Perfect Day”. El actor Steve Buscemi canta “Broadway Song”, que resulta sarcástica en este contexto, mientras que Kate y Anna McGarrigle prestan la libertad de sus voces a por lo menos tres cortes.
Asimismo, el legendario jazzista Ornette Coleman y su sax alto trazan intrincados círculos en torno al riff repetido de la guitarra en la pieza “Guilty” y The Blind Boys From Alabama catapultan hasta el cielo, con sus conocidas acrobacias vocales, el groove del blues gospel “I Wanna Know (The Pit and the Pendulum)”.
Entre todo eso Lou Reed sigue sonando como él mismo, a veces con un rock duro o bien cantando con delicadeza, siempre inspirado. Lo acompaña como siempre su grupo formado por Mike Rathke (guitarra), Fernando Saunders (bajo) y Tony Smith (batería).
Ya sea que se le vea como un homenaje a Poe o como una colección temática de canciones, TheRaven es un álbum de proporciones monumentales. La sensación del misterio escondido en el acto de la creación lleva a los poetas (Poe y Reed) al hallazgo de estados recónditos, pertenecientes a ciertos momentos emocionales que cambian las letras comunes y corrientes en valores del espíritu: “¡Quita el pico de mi pecho!/ ¡deja mi alma en soledad!/ Dijo el Cuervo: “Nunca más”.
(Otros músicos contemporáneos que se han inspirado en The Raven para realizar alguna obra: The Alan Parson Project en Tales of Mystery and Imagination; Tristania en Widow’s Weeds y Jean Sibelius en la sinfonía “The Raven”, entre otros).
VIDEO SUGERIDO: Lou Reed “Who Am I”, YouTube (bakabana1966)
Una de las aportaciones del rock a la cultura ha sido la de conectar a quienes trabajan en toda actividad estética y con ello creado sonidos, canciones o álbumes afines y alianzas artísticas en todo el mundo. Y lo ha hecho ya sea en un disco, en un track en particular o en la escenografía de un concierto. Ha conectado con aquellos que se han pasado la vida resolviendo sus misterios o belleza en alguna de sus formas, dentro de sus disciplinas individuales o conjuntas (humanistas o científicas), ya sea influyéndolos o siendo influido por ellos.
El resultado de tal encuentro ha producido sonoridades capaces de sacar al escucha de sí mismo y conducirlo a diversas dimensiones mentales, reflexiones existenciales o sensaciones en movimiento. Las obras creadas en este sentido son Arte-Factos culturales, aventuras en el microtiempo, las cuales requieren de la entrega a un flujo musical que enlaza una nueva expansión del quehacer humano con la experiencia auditiva en las diferentes décadas, desde mediados del siglo XX hasta el actual fin de la segunda decena del XXI.
El arte es la utopía de la vida. Los músicos rockeros de nuestro tiempo no han cesado en su tarea de acomodar la práctica musical a una búsqueda imparable de tales adecuaciones. La indagación sonora adquiere, en este contexto, un nuevo significado: no es mera búsqueda expresiva, sino persecución de horizontes culturales nuevos para un público en mutación, que exige de lo musical apreciaciones vitales, rizomáticas, en relación con sus exigencias estéticas y vivenciales.
Acompañando tales conceptos he creado las fotografías para que fungieran como ilustraciones en las portadas de los diferentes volúmenes. A éstas las he publicado de manera seriada e independiente bajo el rubro “Arte-Facto” de la categoría “Imago” del blog Con los audífonos puestos.
*Introducción al volumen Arte-Facto (IX), de la Editorial Doble A, cuyo contenido ha sido publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos Puestos bajo esa categoría.
Arte-Facto (IX)
Sergio Monsalvo C.
Editorial Doble A
Colección “Textos”
The Netherlands, 2022
CONTENIDO
Agnes Obel: Myopia
Alabama Shakes: Exitosa Ubicuidad
Chk! Chk! Chk!: Distintas Voces
Courtney Barnett: Consentir la Esencia
D’Angelo: Cuentas Claras y el Beat Espeso
Eels: The Deconstruction
E Finito Il Sessantotto?: Evocación de la RevueltaFrightened Rabbit: Destino Fatal