CORRIENTES DE LO ALTERNO VOL. I

Por SERGIO MONSALVO C.

CORRIENTES DE LO ALTERNO VOL. I (FOTO 1)

 (COMPILACIÓN)

Corrientes de lo alterno es una deliciosa colección de ensayos sobre música cuyos temas van del trash al acid jazz, pasando por el rock chicano, el grunge, Frank Zappa y la música minimal. Los ensayos aparecieron originalmente en la revista Corriente alterna, y luego fueron compilados por Sergio Monsalvo para la Editorial Ponciano Arriaga de San Luis Potosí, que los editó en dos volúmenes.

Además de abordar la historia de los géneros y dar buenas referencias de discos quehayqueescuchar, este libro trae una amplia colección de anécdotas del rock, e información sobre ciertos temas que están estrechamente relacionados con él, como el sadomasoquismo, el cyberpunk o el (des)uso del vinil”.*

 *Texto referencial aparecido online en el blog mislibrossonrock.blogspot el 9 de enero del 2008.

CORRIENTES DE LO ALTERNO VOL. I (FOTO 2)

Ilustración de la portada: PELÁEZ.

 

 

Corrientes de lo Alterno Vol. I

(Compilación)

Sergio Monsalvo C.

Editorial Ponciano Arriaga

Colección Ciencias Sociales

San Luis Potosí, México, 1998

 

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1955

Por SERGIO MONSALVO C.

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LA ETERNIDAD DEL NUEVE

El nombre de Bill Haley está ligado al surgimiento del rock & roll indisolublemente por varias razones. Él fue anteriormente a sus éxitos intérprete del country y varios de sus derivados, como el western swing. Adoptó el naciente estilo del rock & roll al grabar con su grupo, The Saddlemen, en 1951 una versión del tema «Rocket 88» de Ike Turner, (canción considerada la primera grabación de rock and roll de la historia).

El nuevo estilo llevó al músico a cambiar el nombre de la banda en 1952, adoptando el de Bill Haley and His Comets (o sus Cometas, en español) debido a la similitud entre el apellido del líder del grupo y el famoso cometa Halley, que había dejado estela. Bajo el nuevo nombre grabaron dos temas de rhythm and blues de los años 40, «Rock the Joint», fue el primero y “Rockin’ Chair On The Moon”, el segundo.

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En 1953, Haley tuvo su primer éxito en los Estados Unidos con una canción titulada «Crazy Man, Crazy», una frase que Haley dijo oía decir a su público adolescente. «Crazy Man, Crazy» fue la primera canción de rock and roll en ser televisada por una cadena nacional y en entrar a las listas del Top Twenty de la revista Billboard bajo el rubro de rock & roll (el 20 de junio en el casillero número 12).

A comienzos de 1954, dejó el sello Essex por el más importante Decca Records de Nueva York. El 12 de abril, en su primera sesión para su nueva disquera, Bill Haley y sus Cometas grabaron «Rock Around the Clock». Este tema se trató del más grande éxito de Haley y una de las canciones más importantes de la historia del género.

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Inicialmente «Rock Around the Clock» fue un éxito modesto (incluso antes había sido interpretada por Sunny Dae and His Knights, un grupo italoamericano). En su momento fue mucho más importante la versión de Haley de «Shake, Rattle and Roll» (originalmente grabada Big Joe Turner), realizada a comienzos de 1954, con la que vendieron un millón de copias, anticipando el estallido que la banda tendría al año siguiente.

Dicho éxito impulsó a algunos Disc Jockeys, entre ellos a Alan Freed, a redescubrir y difundir anteriores grabaciones de la banda, entre ellas «Rock Around the Clock» y “Thirteen Women”.

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El 25 de marzo de 1955 se estrenó la película Blackboard Jungle (Semilla de maldad, en la traducción al español), en la que Bill Haley y sus Cometas interpretaban “Rock Around the Clock” en los créditos finales de la misma. El impacto fue masivo en todo el país (y a la postre en el mundo): el tema se convirtió en el Nº1 de las listas estadounidenses y se mantuvo en ese lugar por nueve semanas.

No fue el primer tema en ser grabado, ni escuchado como rock & roll (fue “Rocket ’88”), ni el primero como tal en entrar en la parte alta de las listas de popularidad (logro de “Crazy Man Crazy”), ni Haley fue el primero en tocarlo (la banda Sunny Dae and His Knights, lo hizo un año antes, como ya dije). Pero le correspondió el honor de ser la primera canción del género en llegar al primer lugar de tal listado con Haley, debido al volumen de sus ventas y en ser insertada en aquel soundtrack que los volvería mundialmente famosos a ambos.

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Sin embargo, la fama también le correspondería a James Myers, su compositor, quien aquí nos proporciona una crónica desde ultratumba: “Se acabó. Ya diste la última nota. Estás muerto. ¿Muerto? Bueno, es un decir, porque aún no estás listo. Esperarás a que algo o alguien venga por ti y te diga qué hacer, ¿o no? Quién sabe.

“Por lo pronto lo que te ronda en la mente es el nueve, al parecer la clave numérica sobre la que giró tu vida. Indicios hay muchos, pero el que ahora viene a cuento es el que te proporcionó el éxito y más que nada la trascendencia. Ante una falta total de modestia aceptas tal honor. ¿Cuántos hombres pueden lograrla con sólo tres minutos de música? Pocos, muy pocos, en realidad.

[VIDEO SUGERIDO: Bill Haley & His Comets – Rock Around The Clock (1955) HD, YouTube (33Everstar)]

“El nueve. ¿Por qué el nueve? Porque naciste el 9 de septiembre de 1919. Porque compusiste en 1953 (cifra que suma nueve) junto con Max Freedman, nueve años menor que tú, el tema que iniciaría muchos cambios de apreciación en el mundo: “Rock Around the Clock”.

“Porque lo escribiste pensando en Bill Haley (nombre que suma nueve letras) para que lo interpretara con sus Cometas, y la pieza llegara así a las listas de popularidad y se convirtiera no sólo en el número uno el 9 de julio de 1955 durante nueve semanas seguidas, sino también en un himno para el género. Porque Bill Haley murió el 9 de febrero de 1981 (8+1=9). El nueve, siempre el nueve. Quizá esa sea la clave para que se te abra alguna puerta. Tu ‘ábrete sésamo’ particular para el Más Allá. Pronto lo sabrás.

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“Rock Around the Clock”. Vaya, cómo te hace recordar cosas ese brutal 4/4 en el que la compusiste. Tema iniciático del rock & roll (nueve letras) en alcanzar la cúspide de las listas, aunque le haya costado tiempo conseguirlo. En 1953, cuando Haley y sus Cometas accedieron por vez primera a las listas con el tema ‘Crazy Man Crazy’, tú trabajabas como editor de música en Nueva York con el lustroso nombre de Jimmy DeKnight (aunque en verdad el tuyo fuera James Myers).

“Cuando escuchaste aquella canción decidiste escribir una pensando en Haley como intérprete. Se la llevaste a Dave Miller, el cabecilla de Holiday Records donde tenían a Bill en su catálogo. Todo parecía ir viento en popa hasta que Miller trató de hacerle cambios y modificar la estructura del tema. Obviamente hubo gritos y disgustos por lo mismo. Miller se negó entonces a que la canción se grabara en su disquera.

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“Esperaste a que el contrato de Haley terminara y junto con él fuiste a ver a Milt Gabler, productor del sello Decca. Éste de inmediato los firmó a ambos y la canción se grabó en el lado B de un sencillo que contenía en el anverso ‘Thirteen Women’ (de Dicky Thompson). Había pasado un año desde que la compusiste y acababas de cumplir 36 de vida (3+6=9).

“La pieza, en su primer momento tuvo un recibimiento modesto y local, pero de ahí no pasó hasta que decidiste promoverla en Hollywood (sitio que suma nueve). En 1955, la Metro Goldwyn Mayer (MGM) filmaba la película The Blackboard Jungle (Semillas de Maldad, en su titulaje al español) con Glenn Ford y Sidney Poitier como protagonistas. Ford encarnaba a un maestro de escuela que se enfrentaba a estudiantes inconformes (la juventud buscaba presencia e identidad en esa época).

Bill Haley & His Comets at a Rehearsal

“Rock Around the Clock” (“Al Compás del Reloj”, en su traducción al español) se oyó al terminar la cinta y aparecer los créditos. Aquello fue el detonante. La canción se disparó hasta los primeros sitios de popularidad y obtuvo el primer escaño. Vendió 15 millones de copias de entrada. Ahí es donde la industria comenzó a contar la historia del nuevo género, por el número de sus ventas. La era del rock & roll había comenzado.

“Hoy el número nueve apareció de nuevo en tu vida y de manera concluyente. Acabas de morir. Es el 9 de mayo del 2001 y tienes 81 años de edad (8+1=9). Finalizó el asunto y al parecer trascendiste ¿Esa será la Eternidad (palabra que suma nueve letras)?”

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(Hasta el momento de la muerte de James Myers el tema había sido grabado por más de 500 artistas a través de los años y vendido más de 27 millones de copias: dos más siete.)

En agosto de 1955, tras la irrupción de «Rock Around the Clock», Mitch Miller, el locutor de radio más escuchado por las familias blancas, cristianas y correctas en la Unión Americana en ese momento, dijo a su alarmada audiencia que no se preocupara por dicha música y, haciéndose eco de lo dicho por Frank Sinatra unos días antes, afirmó que “el rock & roll habría desaparecido en seis meses”.

[VIDEO SUGERIDO: Telex.Rock Around The Clock, (buckfunk 3000mix), YouTube (2G4EVER2)]

 

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DEL SHANNON

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EL QUIEBRE DE LA VIDA

El mundo quiebra a los individuos, y, a la mayoría, se les crea algo desconocido en el lugar de la fractura; pero a los que no quieren dejarse doblegar, a éstos, el mundo entonces los mata. Mata indistintamente a los muy buenos, y a los muy tiernos, y a los muy valientes. Si usted no se encuentra entre ellos, también lo matará, pero en este caso tomará más tiempo”. Esto escribió Ernest Hemingway en su novela Adiós a las armas. A él el mundo le aplicó ambas cosas.

La madrugada del 2 de julio de 1961, Hemingway bajó al sótano donde guardaba las armas, buscó su rifle favorito, subió las escaleras hacia el vestíbulo de la casa, puso dos balas en la cavidad, colocó el extremo del cañón en su boca, apretó el gatillo y se reventó el  cerebro.

Las cabezas de los animales disecados y las fotografías colgadas en aquella estancia, las cuales mostraban su la afición por la cacería, los toros y el boxeo, fueron mudos testigos de su fin.

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El mundo primero lo había quebrado con la brutalidad de su carácter, con sus aficiones primitivas y luego con una enfermedad genética y degenerativa. Los dolores de la quiebra los había subsanado con grandes cantidades de alcohol.

Hace poco leí la recopilación que hizo de sus narraciones cortas el mismo Hemingway en 1938 y que tituló Los cuarenta y nueve primeros cuentos, y comprendo que lo que quiso atrapar en todos y cada uno fue ese momento o mecanismo existencial que lo hace a uno estar tanto dentro de la corriente de la vida como fuera de ella: un misterio.

A este autor, ante el dolor de encontrarse fuera de ella, con la nostalgia por lo que ha perdido y con la conciencia de tener que seguir adelante (quebrado), ni con los deslices del alcohol, ni con la violencia, ni cazar animales, ni la trampa tauromáquica de verlos sufrir en un ruedo bárbaramente como si fuera una fiesta, le  resultaron suficientes para volver a engancharse a la vida.

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En los libros, los personajes de Hemingway surgen de cualquier parte y es como si los hubiera atrapado justo en el instante de perderse, en un solo destello, al buscar en lo que tienen más a la mano una ternura o belleza imposibles.

Tras el éxito, Hemingway vivió el vértigo fascinado por su propia destrucción. Al final quiso solucionar su ruina cazándose a sí mismo. Tras la obtención del Nobel (de 1954) su andar literario se volvió errático, autocomplaciente y su brutalidad como persona creció, tanto, que terminó volándose la cabeza. Un fin de fábula.

Ese mismo año (1961), ese mismo mes, ese mismo día se comenzó a difundir la primera pequeña obra de un ser igualmente perdido entre el dentro y afuera de la corriente de la vida. Uno que fluctuaba desde la adolescencia entre la depresión y la locura, uno que ponía en sus canciones sus más conspicuas obsesiones: sentimientos de abandono, amor herido y traición. Su nombre Del Shannon.

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Este compositor, cantante y guitarrista, había nacido en Coppersville, Michigan, el 30 de diciembre de 1934, con el nombre de Charles Weedon Westover y bajo un mal sino. Su corta estatura (1.52 m) y su falta de gracias físicas, incluso torpeza, le habían acarreado el retraimiento y las penurias ahí donde no se perdonan esas cosas ni las diferencias; donde la crueldad es moneda corriente y se juzga y castiga al mismo tiempo: la escuela.

Al no poder competir en ningún deporte y mucho menos en el que más anhelaba, la lucha libre, se refugió en su habitación con la guitarra que le compró su madre. Cantaba tímidamente. El padre, un ser de oficio camionero, le gritó que sacara aquel “maldito  aparato de la casa”. Sin embargo, su madre escondió la guitarra y pidió que tocara y cantara para ella cuando su marido no estuviera.

A la postre desarrolló sus habilidades en grupos de country durante su estadía en la highschool. Una vez graduado contrajo matrimonio y enseguida fue reclutado a las filas del ejército estadounidense, donde también padeció lo indecible en una base militar ubicada en Alemania, pero gracias a un concurso de talento con el que se entretenía a los soldados, ganó y obtuvo como premio una guitarra que ya nunca abandonaría.

[VIDEO SUGERIDO: Del Shannon – Runaway (1961), YouTube (Yigal Classa)]

Una vez fuera del ejército, trabajó como recogedor de fresas, repartidor de flores y como vendedor por catálogo. Durante las noches continuó su carrera musical con un grupo de country-rock en un club llamado Hi-Lo.

Fue el tiempo en el que cambió de nombre. Por el del auto que más le gustaba: el Cadillac Coupe de Ville, cuya contracción era Del, y por el apellido  de un luchador al que admiraba: Mark Shannon. Así surgió Del Shannon. Y así brotó también su afición por la bebida, para paliar a los demonios que no dejaban de rondarlo.

En dicho lugar fue descubierto por un locutor que lo conectaría con productores de la industria discográfica. Les atrajo su canto (con un timbre de voz y falsete inconfundibles) y estilo compositivo y decidieron grabarlo. De tal manera apareció en julio de 1961 el tema “Runaway”, que lo daría a conocer en toda la Unión Americana y en el resto del mundo.

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Dicho tema lo popularizó por su temática (el desamor y el abandono), pero también por la voz de Shannon que desprendía emoción y sinceridad, circunstancias que aparecerían siempre y a partir de entonces en todas sus canciones. Asimismo, destacó por el uso que hizo Max Crook (co-autor de la pieza) del Musitrón, que se convertiría en el primer sintetizador de la historia en ser utilizado dentro de una grabación de rock.

Con la aceptación llegaron las giras, las presentaciones y la exigencia de nuevos éxitos. El ritmo de todo ello aumentó y la cadena de canciones lo mismo, destacando el hit «Hats off to Larry”, entre ellas. Pero también llegó más cantidad de alcohol, la angustia y la duda creciente.

La carrera de Shannon lo resintió y ésta se transformó en una especie de montaña rusa, con buenos y malos momentos (donde incluso debía tener un apuntador que le dictara las letras mientras cantaba en vivo, puesto que las olvidaba regularmente). Ya no componía y sólo se dedicaba a hacer versiones de otros, incluyendo a los Beatles (fue el primero en hacerlo en la Unión Americana).

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Hubo largas temporadas de sequía, otras de gran humedad alcohólica, de pérdida y confusión, de no encontrar más su lugar en la vida, de sentirse fuera de ella, de colaboraciones y desatinos. En una de tales colaboraciones se encontró con Jeff Lynne, quien le preguntó por qué comenzaba a beber desde la mañana. A lo que Shannon respondió que “para regresar al lugar donde podía pensar en todo lo que le dolía y hacía sufrir”, pero luego regresaba a la realidad sobria donde todo lo escribía entre la depresión y la locura, para luego olvidarlo por ahí.

En la década de los setenta la carrera de Shannon se detuvo por completo, odiaba la frescura de sus primeras canciones que ahora contrastaban con su complicada vida. La automedicación que se recetó contra aquello, además del alcohol incluyó dosis de pastillas. La desesperación de su familia lo llevó en uno de sus momentos de lucidez a internarse en un hospital de desintoxicación. Aparentemente lo logró tras un lapso de tiempo.

Con la ayuda de sus amigos volvió a los escenarios y hasta a grabar. Tom Petty, un ferviente admirador suyo, le produjo un cóver de Phil Phillips (“Sea of Love”) que fue bien recibido por público y crítica. Todo parecía enderezarse.

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Incluso una cadena de televisión le pidió regrabar “Runaway” con algunos cambios en la letra para que sirviera como rúbrica de un programa próximo a lanzarse al aire: Crime Story. Los fans de tal serie aún no olvidan aquellas letras cambiadas que sentenciaban: «Algunos viven, otros mueren».

Asimismo, a comienzos de 1991, Petty y Lynne le sugirieron a Shannon la grabación de un álbum con material suyo, nuevo, con la producción de Lynne y el apoyo de Petty. El primer tema fue una pieza escrita por los tres y se llamó “Walk Away”, el resto de las canciones fue de la absoluta autoría de Shannon.

Durante una entrevista por aquel entonces, Del dijo lo siguiente: “Ya no bebo como desesperado. Pero mi vida aún no tiene dirección ni mi carrera. No he estado bien ni física, ni mental ni espiritualmente por mucho, mucho tiempo y aún no sé cuánto me llevará lograrlo”. Los temas que había compuesto para el disco mostraron que los sentimientos de soledad y desolación vertidos en aquellas canciones eran reales.

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Petty y Lynne estaban tan animados con el resultado de aquellas grabaciones y con el despliegue compositivo que había hecho Shannon que incluso le sugirieron formar parte de los Travelling Wilburys (junto a Dylan y Harrison), luego del fallecimiento de Roy Orbison.

Es decir, había muchos planes, los cuales se concretarían a su regreso de la gira por  el Norte de Dakota, donde se presentaría con Bobby Vee y los Crickets. Eso sería el día 8 de febrero.

Ese día, en la mañana, Shannon se levantó. Había tenido una noche aciaga con pesadillas reiteradas, como aquella donde recordaba haber invitado al baile de graduación de la highschool –tras muchas cavilaciones– a la muchacha que le gustaba, quien accedía, pero una hora antes del evento se había retractado para ir con otro, con el tipo que más se burlaba de él en la escuela.

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Aquel suceso real, marcó su punto de quiebre y lo sumergió en un depresión profunda que lo acompañaría toda la vida. La mayoría de sus canciones evidencian los sentimientos de traición y abandono que le serían característicos.

Caminó por los pasillos de la casa, fue a la cocina y se tomó unas pastillas de Prozac para calmar la angustia. Se sentó en uno de los sillones de la sala, sentía ira, desconsuelo y profunda desilusión. ¿Cómo lo soportaría? Con toda probabilidad no lo haría mejor que en los días anteriores.

Esta certeza era suficiente para ponerlo de nuevo frente a sus penas, a sus errores. Se dirigió al sótano de la casa. Regresó con aquel bulto, lo desenvolvió, le metió dos cartuchos, se lo puso en la boca y disparó.

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Las personas son derrotadas por la vida, como describió Hemingway, enloquecen y mueren si saber por qué quedaron fuera de su corriente y lo hacen de muchas maneras, algunas como Del Shannon en el silencio de aquel valle depresivo donde ningún llanto, ningún lamento, ninguna canción, ninguna esperanza, consiguieron desprenderse de la desazón. Hundidos por la crueldad universal que reinaba en su corazón.

Alguien escribió en su obituario que Del Shannon sonaba en sus canciones como un hombre que anda a la caza de algo bello a lo cual asirse, con lo cual justificarse, pero con la certeza de que probablemente nunca lo encontraría.

El disco que grabó con Lynne y Petty salió póstumamente con el nombre de Rock On!

 

 

[VIDEO SUGERIDO: Del Shannon Crying Live 1989, YouTube (DelRocksMySpace]

 

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68 rpm/27

Por SERGIO MONSALVO C.

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Al principio sorprende oír a Otis Redding, un potente generador de emociones, como aletargado. La misma voz que agitaba con fuerza el cuerpo y el espíritu cuando se lanzaba con su soul sureño, atemporal y energético, se muestra ahí casi apagada. Arrastrando de otra manera las palabras.

La canción “(Sittin’ on) The Dock of the Bay” no se parece en nada a lo que Redding había hecho anteriormente. Cuando cantaba una balada, entraba con intensidad y subía poco a poco el ritmo hasta arrancarle la confesión final, la última gota de sudor, al sentimiento.

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THE DOCK OF THE BAY

OTIS REDDING

(Atco)

Como intérprete, Otis Redding era un dinamo espectacular que en tres minutos hacía arder una canción y dejaba al oyente conmocionado. Por el contrario, en esta pieza que abría su sexto disco de estudio, The Dock of The Bay, retrataba la reflexión de alguien que ha vivido mucho más que los 26 años que tenía cuando la compuso, en el verano del 67.

Sin embargo, el destino intervino para que dicha pieza se convirtiera en un éxito para Redding. Fue lanzada como parte del álbum póstumo que la Stax armó, junto a lados B de sus discos de 45 rpm, tras su muerte (y la de toda la banda The Bar-Keys que lo acompañaba en las giras) en un accidente aéreo, días después de haberla grabado. El álbum se convirtió en clásico y también en el primer disco póstumo de la historia.

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 Personal: Otis Redding, voz; Joe Arnold, sax alto; Donald “Duck” Dunn, bajo; Issac Hayes, teclados; Al Jackson Jr., batería; Wayne Jackson, trompeta; Booker T. Jones, teclados; Andrew Love, sax tenor; Floyd Newman, sax barítono. Portada: Foto de archivo de Stax Records.

 [VIDEO SUGERIDO: Otis Redding “The Glory of Love”, YouTube (SINGING FOOLS VIDEO)]

 Graffiti: «Es necesario explorar sistemáticamente el azar«

HUGH MASEKELA

Por SERGIO MONSALVO C.

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UN HÉROE SUDAFRICANO

El enganche de Hugh Masekela al terreno del jazz se dio cuando él tenía 13 años de edad y vio la película Young Man with a Horn protagonizada por Kirk Douglas, un filme basado en la biografía del trompetista Bix Beiderbecke. Quedó tan fascinado por aquellas imágenes y sonidos que el director de la escuela a la que asistía le consiguió su primera trompeta, y luego de unos meses de práctica pudo tocar en algunos clubes y con bandas callejeras de la ciudad de Johanesburgo.

En esa época sus ídolos musicales eran la cantante Miriam Makeba, quien gozaba de una gran popularidad local, y un saxofonista llamado Kippie que imitaba el estilo de Charlie Parker. Hugh había nacido el 4 de abril de 1939 en Wilbank, Sudáfrica, como hijo de un alfarero. Fue criado por su abuela, quien lo envió a tomar clases de piano a los siete años, todo un lujo. Esto le permitió entender la música e involucrarse con ella. Luego descubrió el jazz.

Visto de esta manera parecería que todo era perfecto; sin embargo, la realidad en la que se movía Masekela era difícil y brutal. La política del apartheid implementada por el gobierno sudafricano buscaba por todos los medios mantener en el sojuzgamiento a los pobladores negros, quienes eran tratados como subhumanos. Sólo migajas de educación, cultura, salud y demás derechos eran dejadas caer a los estratos donde existía la mayoría negra. La historia de toda esta infamia y la lucha contra ella estaba encarnada por Nelson Mandela, quien por entonces estaba en la cárcel y tardaría muchos años más en salir de ella.

Mientras tanto Masekela, con afán y estudio, logró conseguir que la Real Academia de Música de Londres le concediera una beca, dados sus méritos, para continuar sus estudios. Tuvo la oportunidad de alejarse de esos cuadros sociales de miseria y desesperanza, pero no los olvidó. A la postre otra beca lo trasladó a Nueva York. Ahí Harry Belafonte se convirtió en su mentor. En 1964 Masekela se casó con otra protegida del cantante: su admirada Miriam Makeba.

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Durante el par de años que duró el matrimonio, él escribió todos los arreglos para ella y la acompañó también como músico en las giras que emprendió. Del dinero obtenido en dichas tours, una gran parte Masekela la destinó a la ayuda de otros estudiantes sudafricanos y también para apoyar los movimientos pro derechos civiles de su país. Obviamente ya no pudo volver a él.

En 1965 Masekela formó su propia banda y firmó con MGM Records. Tituló a su primer álbum The Americanization of Ooga Booga. Una respuesta a la burla que Hollywood había hecho de los africanos a través de su historia. Masekela mostró al mundo desde entonces la riqueza de la música tradicional del continente negro combinada con los sonidos de la música estadounidense, en especial el jazz y el pop. La respuesta cultural de este músico fue superior a la patanería de las películas de serie B y a los prejuicios raciales de su país natal y los de su anfitrión norteamericano.

Desde entonces este genial intérprete de la trompeta y el flugelhorn, vocalista y creador de una fusión única en el world beat llevó por el orbe los ecos de “Mamá África”, junto con sus vibrantes actuaciones plenas de ritmo, profundidad y conciencia. Su estilo resultó carismático e imitado por más de 50 años (hasta su fallecimiento el 23 de enero del 2018), además de servir de embajador de las causas sociales sudafricanas y panafricanas en general. En cada uno de sus discos, desde el ya mencionado The Americanization of Ooga Booga hasta No Borders (del 2016), este artista siempre hizo efectivas sus palabras: «No hay exilio que valga. Mi hogar se encuentra donde la música esté».

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VIDEO SUGERIDO: Hugh Masekela – Chileshe, YouTube (Samir Saad)

 

 

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“WHEN A MAN LOVES A WOMAN”

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EVOCA JOE

(Recuérdolo tras su partida)

 A Joe Cocker le gustaba beber Cubas libres. Lo supe cuando me encontré con él en Düsseldorf, por una de esas escasas y afortunadas oportunidades que la vida te ofrece a cambio de tantas otras maldades que te asesta.

Sucedió hace muchos años, después del veraniego concierto múltiple, llamado tradicionalmente Open Air, que se había llevado a cabo en aquella ciudad. Al salir de él me encaminé al hotel para dormir un poco después del tremendo atracón musical que me había dado.

Sin embargo, estaba aún tan excitado por las doce horas de música continua y el desfile de agrupaciones distintas que habían pasado por el escenario, que decidí tomarme un par de whiskys en el bar del hotel para relajarme y escribir en un block (sí: a mano; sí: sobre papel) mis impresiones del concierto para la crónica que tenía que escribir del mismo, antes de subir a mi habitación.

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Era alrededor la una y media de la mañana y no había más que algunos parroquianos —huéspedes del hotel, seguro— envueltos por la música ambiental de los videos que trasmitían las pantallas en varias partes del recinto. Para mi sorpresa entre ellos estaba Joe Cocker —nada menos que el legendario “Frankenstein del rock”— mirando una pantalla solo, fumando y con un vaso alto vaciado a la mitad de su oscuro contenido.

Mi primer impulso fue sentarme en alguna mesa y no importunarlo (su set en el Open Air —aquella maratónica sesión— había durado más de dos horas). No obstante, ¿qué otra oportunidad tendría en la vida para hablar con él en estas circunstancias? Así que a la espera de un descolón por su parte –del que probablemente me iba a acordar durante toda mi vida afeando mi admiración– me le acerqué.

Lo saludé con un “Hi, Mr. Cocker” y le pregunté si podía tomar asiento e invitarle un trago. Con su mirada azul metálica un tanto vidriosa me midió por unos cinco largos segundos. Al final dijo que sí. Pidió otra cuba (“con dos hielos”) y yo un Jack Daniels (“con uno”).

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Lo primero que dijo –más para sí mismo que para el extraño que tenía frente a él– fue que esa era la bebida que más le gustaba: “La escogí por cierta historia y también por nostalgia, creo”–. De esta manera se soltó en un largo monólogo sobre el asunto: “En la ciudad donde crecí tenía un amigo cuyo abuelo había sido soldado de los Estados Unidos cuando los yanquis le ayudaron a los cubanos a deshacerse de los españoles, ¿sabes?

“Cuando era adolescente e iba al pub de mi barrio, ahí solía encontrar a ese abuelo jugando a las damas con algún otro vejestorio. Hacía que me sentara junto a él y me pedía un trago semejante al suyo, mientras él a su vez bebía aquel brebaje que a mí me parecía repelente por su dulzor. Pero como me gustaba que me contara historias de su vida era capaz de tomármelo.

“Una noche le pregunté que por qué tomaba esa cosa. Él, sin hacer caso de mi arrogancia juvenil, me platicó que había estado en Cuba combatiendo a los españoles al final del siglo XIX y principios del XX. Él había formado parte del Cuerpo de Señales de los Estados Unidos, una compañía de soldados con misiones de inteligencia, y a su capitán le gustaba mezclar el ron blanco de la isla con la nueva bebida que habían llevado consigo las tropas norteamericanas: la Coca Cola.

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“De esta manera el capitán invitaba en un bar de la Habana una ronda a sus soldados. Le daba instrucciones al barman de cómo hacer la mezcla: en un vaso largo poner dos o tres hielos, agregar una copa de ron blanco (añejo de preferencia) y llenar el resto del vaso con el refresco de cola. Para amortiguar un poco el sabor de este último se le podían agregar unas gotas de limón, al gusto, y poner una rodaja de éste como adorno.

“El capitán decía que si se invitaba a una dama a beberlo había que ponerle un popote al vaso de ella. Una vez todos con su bebida brindaba con los lugareños a voz en cuello: ‘¡Viva Cuba Libre!’ Y así se le quedó el nombre a esto que bebo desde entonces’, me explicaba.

“Me gustaba aquella historia y la humorada que soltaba el viejo al término de la misma: ‘Al final los yanquis liberamos a Cuba de España y luego la colonizamos’, decía con sorna. Nos divertía mucho con sus narraciones (como la de su llegada a Inglaterra, por ejemplo). Pero al poco tiempo murió. Por eso, desde entonces, yo también tomo Cubas libres, me recuerdan aquellos buenos tiempos…”

[VIDEO SUGERIDO: Otis Redding – When a man loves a woman, YouTube (stefano Cappeletti)]

Cuando Joe terminó de hablar, por mi cabeza pasaron cientos de preguntas para él. Pero ésta no era una entrevista, ni pactada ni casual, sino una charla con uno de mis cantantes favoritos. Así que desechando la mayoría de dichas preguntas le formulé sólo una que tenía atravesada desde hacía tiempo y que me había hecho una y otra vez a lo largo de los años, porque se trataba de una cuestión importante para mí –más bien un deseo–: “Joe, ¿por qué nunca has grabado ‘When a Man Loves a Woman’?”

Se tomó la mitad de la cuba de un solo trago. Me volteó a ver y tras otros largos segundos mirándome a la cara dijo: “Porque mis productores no han querido que lo haga  —se echó hacia atrás en el asiento y suspiró con fuerza—. Era la canción que quería cantar para finalizar una gira que hice hace muchos años, la de Mad Dogs & The Englishmen, ¿sabes?…” Aquí se detuvo para llamar al mesero y que nos trajera otra ronda.

“En aquel tiempo –continuó– me había enamorado hasta los huesos de una mujer y creía que era recíproco [Rita Coolidge, la ‘Delta Lady’, pensé para mí mismo, pero si él no la había nombrado yo no tenía por qué hacerlo, ¿verdad?]. Ella iba como parte de la banda y yo quería cantarle aquella canción el día que cerráramos la gira. Era una canción que me enloquecía y que hoy me duele”. Aquí Joe guardó silencio unos instantes y bebió de su vaso.

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Prendió un cigarro y tras el suspense creado continuó: “Al final de los sesenta, durante un viaje por los Estados Unidos, escuché el tema y quise conocer al autor. Así que me presentaron un día a Percy Sledge en mi camerino. Le conté lo mucho que me gustaba su canción, nos tomamos unos tragos y luego me platicó que la había hecho sin reflexionarlo mucho, simplemente la compuso así porque se sentía ‘muy triste’ —dijo en un curioso español—: acababa de terminar con su novia.

“Cuando sucedió esto él trabajaba como intendente en un hospital de Alabama y cantaba además en una iglesia bautista donde formaba parte del Esquire Combo, un grupo que también se presentaba en los clubes locales. Una noche mientras los acompañaba se sintió tan deprimido por haber sido abandonado por aquella mujer (‘bitch’ fue en realidad la palabra que usó) que no pudo interpretar el repertorio de costumbre.

“Entonces les pidió a los músicos que tocaran algo en cualquier tono. Y de esta manera, como una cura improvisada, vertió sus emociones en las palabras que le brotaban. A todos les gustó tanto que se pusieron a arreglarla. Posteriormente se convertiría en una pieza que llevaría por título ‘When a Man Loves a Woman’.

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“En la grabación participó Marlin Greene en la guitarra y los músicos del grupo Muscle Shoals, como invitados, en los demás instrumentos. El líder de esta banda conocía a gente de la Atlantic Records, así que ahí llevó el demo. La canción les fascinó, tanto que la editaron de inmediato [apareció en mayo de 1966, acotó mi metiche archivo mental]. Unas semanas más tarde entró tanto a las listas de popularidad como en el corazón de muchas personas, incluyéndome a mí. Percy me dijo que por supuesto le encantaría que yo la cantara.

“En los ensayos durante la gira de Mad Dogs —prosiguió Cocker—, me reunía con algunos amigos, como Chris Stantion, Jim Gordon y Bobby Keys, para hacerle los arreglos necesarios a aquella pieza. Quería interpretarla con la banda y dedicársela a aquella mujer por la que sentía un ‘grande amor’.

“Le hicimos una buena versión, no en balde me conocían como ‘Joe Cóver’ —rió al decirlo, tosió mientras apagaba su enésima colilla y pidió otra cuba—. Un día, en alguna ciudad en la que nos presentamos, ella me dijo que dejaba a la banda, se quedaría en ese lugar. Había conocido a alguien y permanecería con él ahí [Seguro fue el abusivo de Kris Kristofferson, pensé para mis adentros]. Y así nada más me dijo adiós. Tomó sus maletas, su pago y se fue.

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“Las cosas a partir de ese momento se me pusieron negras —dijo Joe, con una opacada voz—. La gira terminó en un desastre económico del que nunca me recuperé, según mi contador y los del fisco; me enganché con la heroína, bebí como un poseído [en esa época fue que viajó a México para dar un concierto por demás fallido en el que casi se cayó de ebrio en el escenario, señaló mi acuciosa efeméride] y nunca pude cantar aquella pieza que había preparado durante tanto tiempo.

“Estuve en retiro durante casi dos años y cuando quise volver a interpretar ‘When a Man Loves a Woman’, resulta que ya la habían grabado los de Rare Earth. Diez años después lo hizo Bette Midler y tampoco tuve oportunidad. Una década posterior lo intenté de nueva cuenta, pero se me adelantó Michael Bolton —con una versión asquerosa, por cierto [absolutamente de acuerdo con él]– y mis productores se negaron terminantemente a que lo hiciera.

“Lo que me queda es cantarla de vez en cuando acompañándome con el piano en los bares que visito, cuando estoy de humor. Y cada vez que lo hago me siento como Humphrey Bogart cuando escuchaba ‘As Time Goes By’ en Casablanca. ‘Play It Again, Joe’, me digo, y me la canto a mí mismo.

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“Algunas veces me duele como una vieja herida de guerra; otras, me resulta un tanto agridulce, pero nunca ha dejado de gustarme. ¿Sabes una cosa? Cuando amas a una mujer, eso hace que te broten canciones —tuyas o no, seas músico o no— que están en lo más hondo de ti. Luego un día ella se va [Por cualquier maldito y banal motivo, acoté en mi block ficticio] y se lleva consigo algo tuyo que no sabías que tuvieras. Y ese algo será desde entonces —y así lo sentirás— mejor que cualquier otra cosa que hayas tenido nunca. Y lo echarás de menos de ahí en adelante, con una gran tristeza.  Así me siento cuando oigo esa canción”.

Tras otros tragos y plática sobre temas diversos firmé la cuenta y me despedí de Joe, luego de agradecerle su generosa charla y amplio relato. Una vez en mi habitación empezó a fluir el tema en mi mente. Se le había agregado un nuevo ángulo al mismo. Más poesía. Por eso era una canción clásica del rhythm and blues. Siempre se le podía revisitar de otra manera, con otra historia. Siempre le diría algo a alguien, en cualquier parte.

 [VIDEO SUGERIDO: Joe Cocker – When A Man Loves a Woman (LIVE in Detroit) HD, YouTube (Andranik Azizbekyan)]

 

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OLIVIA REVUELTAS

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EL JAZZ COMO ÁNGEL DE LA FUGACIDAD*

 La pianista y compositora Olivia Revueltas nació en la Ciudad de México el 17 de julio de 1951. Creció en la casa familiar que desde los años cuarenta se ubica en la tradicional Colonia Roma de la capital mexicana. Sus padres fueron el escritor y luchador social José Revueltas y Olivia Peralta. Como dato curioso, los testigos que dieron fe de su nacimiento en el acta correspondiente fueron el poeta Efraín Huerta y su primera esposa, Mireya Bravo de Huerta.

Olivia es miembro de esa familia que ha participado de manera muy activa en las cuestiones socioculturales de México, desde allá en las primeras décadas del siglo XX en su Durango ancestral, donde se cultivó la sensibilidad de los primeros integrantes. De ahí Silvestre, Fermín, Rosaura, José, etc., etc. Olivia es hija de José y tiene a la música como su espíritu rector, y dentro de ella ha canalizado vida, emociones, experiencias y conocimientos.

Olivia es intérprete musical de formación autodidacta. En su época de adolescente (la década de los sesenta), su incursión en la educación académica se limitó a una muy breve temporada, primero en la Escuela Nacional de Música e inmediatamente después en el Conservatorio Nacional, hasta que el jazz se cruzó en su camino.

Entonces, no encontró —desafortunadamente— quién entendiera y canalizara adecuadamente sus inquietudes y su búsqueda. La respuesta a sus naturales impulsos creativos fue un terrible dogmatismo. Sus maestros —a quienes no culpa del todo, ya que eran sólo un producto de la época— adoptaban una actitud visiblemente molesta cuando mencionaba su interés por el jazz.

Por lo tanto, Olivia tuvo la legítima sensación de que si se sometía, algo de ella se iba a truncar o a perder irremediablemente. Y aunado a esto, al enterarse su madre de tan manifiesta rebeldía, la sacó del Conservatorio instalándola por varios años en una escuela religiosa, un internado para niñas, con la esperanza de ver si así se le quitaba de una vez por todas esa descabellada aspiración de querer tocar el jazz. Por eso no le quedó otro camino que empezar más tarde (a la edad de 23 años, ya como madre de tres hijos) con una formación autodidacta, e iniciar su carrera profesional a la edad de 27.

MX MM CELEBRANDO A OLIVIA REVUELTAS... DE REGRESO

 Habla Olivia:

“Esa noche llegamos el contrabajista Roberto Miranda, mi esposo y yo a The World Stage, que es —para mi sorpresa— lo que yo llamaría un ‘templo de jazz’ a modo de pequeña galería-sala de conciertos. A la entrada estaba el baterista Billy Higgins quien, sin habernos visto nunca, me reconoció de inmediato, extendiendo los brazos al verme, recibiéndome con la más sincera calidez humana. No salía yo de mi asombro, no esperaba este recibimiento extraordinario y tan hermoso.

El solo hecho de ver la luz amorosa que emanaba de sus ojos al verme y la alegría que le producía nuestro encuentro me hizo sentir exactamente como si me saludara el padre o el hermano que hacía tiempo no veía. Nos dimos un gran abrazo, le dije cuánto lo admiraba, que él había sido mi héroe desde que empecé a escuchar jazz, y así conversamos envueltos en la magia de una gran camaradería.

Esa noche se presentó en el lugar un grupo extraordinario de tambores y cánticos. Billy me invitó a entrar y los escuché con atención y respeto. Al hacerlo absorbí el ambiente del lugar, ¡el sueño de todo jazzista! The World Stage está ubicado en el corazón mismo del barrio afroamericano de la ciudad de Los Ángeles.

De hecho, toda esta área comprende el centro cultural que ellos denominan “The Afro-American Art Center”. Ahí viven poetas, pintores, músicos. En la esquina está el famoso Lamar Park, donde todos los domingos se reúnen toda clase de percusionistas a tocar (uno escucha hasta 50 tambores o más al mismo tiempo), y la gente se congrega alrededor para bailar, cantar y recitar poesías durante todo el día.

Cuando llegamos noté que al público lo conformaban exclusivamente afroamericanos que iban vestidos bella y elegantemente para la ocasión. Estoy segura de que mi esposo y yo éramos los únicos “blancos” esa noche. Sus atuendos eran maravillosos: túnicas africanas de gran colorido y diseños fantásticos.

Algunas mujeres traían turbantes dorados, parecían princesas nubias. Ciertos hombres lucían una gran barba y una túnica blanca que semejaba el atuendo de algún sacerdote o profeta africano de una milenaria religión. Todo estaba envuelto en una magia sagrada producto del profundo respeto que este auditorio demostraba para con sus músicos. En verdad presencié la experiencia de la música como religión.

Cuando este dúo terminó de tocar la primera parte de su presentación y bajaron del estrado, Higgins, como el mejor anfitrión, me presentó con ellos diciendo:

—¡Hey! Ella es una pianista de la Ciudad de México.

— ¡Ahh! ¿De la Ciudad de México? ¡¡Wow!! —exclamaron.

Después de intercambiar saludos y de felicitarlos, se me acercó Billy Higgins y me dijo:

— ¿Quieres tocar?

Y antes de que yo respondiera agregó:

— ¡Hagámoslo, baby! ¡Vamos a tocar!

— ¿Con ellos? —le dije sorprendida.

— No, sólo nosotros tres, ¡Roberto, tú y yo! —me contestó.

¡Dios mío!, recuerdo que Roberto sacó el contrabajo de su coche y lo acomodó en el estrado. En ese momento me volteé hacia la pared y, encajando la barbilla en el pecho, traté de agarrar mi alma, pues sentía que se me escapaba. Me dije: “Olivia, has esperado tanto tiempo este momento… y ahora es una realidad. Ha llegado tu momento. ¡Dios mío, aquí está!”. Y continué rezando: “¡Ayúdame, Espíritu Santo, para expresar sin pretensiones, con humildad y sin adornos fatuos, lo que verdaderamente quiero decir con mi música. Éste es el momento por el que tanto he luchado… éste es mi momento”.

Lo que yo sentía en ese instante era mi ser inflamado de una gran felicidad por la gracia de vivir esta experiencia. ¡Tocar con Billy Higgins! ¡Tocar con un músico que pertenece a la historia! (O lo que nosotros llamamos “los verdaderos santos del jazz”). Qué regalo más grande estaba recibiendo, y al mismo tiempo yo debía proceder con mucho control, pues no quería verme traicionada por la emoción y equivocarme en mi ejecución.

Entonces, cuando Billy y Roberto ya estaban acomodados en sus instrumentos y el público guardaba silencio, me senté al piano y experimenté algo que no esperaba: en el silencio reinante y por fracción de segundos me asaltó de golpe en la memoria todo lo que mis hijos y yo tuvimos que pasar para que yo tocara el piano y llegara precisamente a este momento. Estas imágenes me provocaron un sentimiento a cuyo espíritu me arrojé: mi amor por el jazz y yo empezamos a tocar.

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No hubo necesidad de decir qué pieza ni qué compás. Cuando se toca con músicos de la talla de Billy Higgins y Roberto Miranda es como si ellos hubieran nacido sabiendo toda la música, y desde los primeros compases ellos te siguen inmediatamente, intuyendo el tiempo y la intención de la obra.

Empecé tocando “What Is This Thing Called Love?” de Cole Porter con mi propio arreglo, el cual lleva una introducción que le compuse en donde hago un homenaje a los primeros esclavos africanos que fueron traídos a este continente. Por lo tanto es como un lamento.

Al estar tocando esta introducción de pronto me sorprendieron unas exclamaciones del público presente con esas sus voces negras de bajo profundo emitidas fuertemente e intercaladas con mi música. ¡Claro que me asusté! Al principio no sabía lo que estaba pasando, además de que no había observado que esto sucediera con el grupo anterior.

Sin dejar de mantener mi control, seguí tocando, pero entendí lo que exclamaban: “Praise the Lord!”, y otras voces contestaban: “Amen!”. Y en otro lugar de la sala alguien volvía a gritar fuerte y sin timidez alguna: “Yeah! Praise the Lord!”, y el mismo público volvía a responder: “Amen! Oh! Amen!”. Y con la misma convicción y voz profunda cargada de un intenso feeling otro más de los asistentes exclamaba: “Amen! Praise the Lord!” Le respondían: “Oh yeah! Praise the Lord! Oh yeah!

Al cabo de unos compases comprendí que estas exclamaciones eran la señal de que les estaba llegando mi música; de que estaban en comunión conmigo; de que estaban participando activa y emocionalmente con la música que les estábamos tocando a modo de una misa (así son las misas de los afroamericanos, me acordé). ¡Esto era realmente increíble! ¿Cómo yo, una mujer a la que se menospreció tanto en mi país, estaba tocándole jazz a los afroamericanos?

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Alcé los ojos para ver a Billy Higgins y éste tenía una gran sonrisa. Entregado a sus tambores, miraba al techo como si estuviera disfrutando lo que tocábamos. Vi así a Roberto y él me devolvió una mirada fraternal de aprobación. En verdad que esto ha sido uno de los regalos más grandes que la vida me ha otorgado, después de mis hijos.

Luego de tocar tres piezas más, con el público de pie aplaudiéndonos, Billy dejó su batería, Roberto acomodó en el suelo su contrabajo y ambos vinieron hacia mí para encontrarnos los tres en un efusivo abrazo. El aplauso aún no terminaba cuando escuché de labios de los dos que, simultáneamente, sugerían:

¡Hey! ¡Grabemos un disco!

—¡¡¡¿¿Qué??!!! —les dije—. ¡¡¿Hablan en serio?!!

Y me contestaron, sin deshacer el cálido abrazo en el que los tres estábamos envueltos:

¡Yeah! ¡¡Grabemos un disco!!

Todavía separándome un poco de Billy, lo vi a los ojos y le insistí:

¿Es verdad?

Y Billy me contestó poniendo sus manos sobre mis hombros:

—Olivia, estás por fin en casa… ¡¡¡estás en casa, babe!!! ¡¡¡Síííí, grabemos un disco!!!

Los tres estábamos convencidos de este encuentro. Billy, Roberto y yo no dejábamos de abrazarnos.

Ésta es la historia de cómo surgió mi primer disco, “Round Midnight in L.A.” Después nos pusimos de acuerdo y unas semanas más tarde regresé a Los Ángeles para entrar al estudio. En un pequeño descanso durante la grabación me senté a comer la fruta que Billy me compartía de su plato, y de pronto me dijo, mirando a la lejanía:

— ¿Sabes una cosa, Olivia? Esto ya estaba escrito.”

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La música de Olivia Revueltas es de una sensibilidad exquisita y de una enorme calidad interpretativa. En México, la corriente jazzística ha tenido grandes intérpretes e impulsores. El caso de Olivia Revueltas es un digno ejemplo de ello. Ella se entrega siempre entera. La música y ella forman una entidad, y todo gira en torno a este ser que logra semejar una bella locura original, fuera de todo convencionalismo.

¿Qué busca Olivia Revueltas con la improvisación? Creo que hay una frase de Federico Hegel, la cual desde antes que ella iniciara su carrera profesional siempre ha procurado tomar en cuenta cuando improvisa, y sobre todo en las veces que incursiona en el free, y es la siguiente: “La música sólo llega a ser un verdadero arte cuando lo espiritualmente importante se expresa de forma adecuada en el elemento sensible de los sonidos”. Por eso, antes de arrojarse sobre el piano y empezar a improvisar, tiene en mente tres metas: intención, elocuencia y sensibilidad, y estas metas las debe fijar en su mente en cuestión de segundos.

 

*Este texto es fundamentalmente el guión literario del programa número 35 de la serie “Ellazz”, que se trasmitió por Radio Educación a principios de los años cero (primera década del siglo XXI), del que fui creador del nombre, entrevistador, investigador, guionista y musicalizador (S.M.C.).

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ANGEL OF SCISSORS

Por SERGIO MONSALVO C.

Olivia dio la pauta con las primeras notas de “The Peacock” y entonces Billy Higgins comenzó a producir crecientes olas de ritmo con las baquetas y los platillos, golpes que marcaban el tiempo sin desbordar los compases. Una serie de acordes discretos pero justos y dramáticos, con los que propuso al trío hilos de pensamiento. Y en efecto, el grupo reaccionó a la apuesta que Billy puso sobre el tapete. Roberto Miranda arrancó entonces explosivas pulsaciones del fondo de su instrumento y dejó que las cuerdas hablaran sobre el diapasón.

Olivia, sin dejar de tocar por un instante, respondió al embate de la música con poderosos bloques de acordes a dos manos, reforzados armónicamente. Con ello le contestó a Billy que pensaba en lo que él proponía: “Logremos la comunión con la música de los mejores”, y apareció Mingus. Con “Fables of Faubus” Billy hizo vibrar los platillos y dio pequeños golpes en sus proximidades. El contrabajo virtuoso de Miranda tocó fuerte, de forma precisa, e hizo sonar las notas naturales de aquellas profundidades.

Olivia articuló su solo a partir de líneas largas y sentidas cuyas curvas, en general ascendentes, se rizaron sobre sí mismas para soltar su carga de dramatismo. Se dedicó a retozar de forma imprevisible por el “Fleurette Africaine” de Ellington. Y lo hizo por todo el instrumento, como si el teclado fuera una tierra sin descubrir en la que cualquiera con sentido de la libertad y un poco de espíritu pudiera divertirse de manera eterna. Y por qué no, si el descubrimiento es la tierra prometida del jazz.

Olivia instalada en ese sitio puso a continuación el tema “The Man I Love” de Gershwin, y el contrabajista prestó a sus notas un grado de atención extremo. Las interrogó como si en un momento dado pudieran decir “fuera máscaras” y con el blues confesarlo todo de plano y contar el secreto de su vida. En aquella fase, las indagaciones de Roberto eran idénticas a las de Billy y la pianista, a las de todos. Y por qué no, si el blues es la tierra de todos cuando se trata de decir la verdad y enfrentarla.

Olivia preguntó luego “What Is this Thing Called Love?”, el viejo cuestionamiento de Cole Porter, y Billy le dio flexión al ritmo, a la divagación armónica sugerida; a la amenaza de una respuesta dura a tal pregunta; a la promesa de un trueno que baja del cielo con la revelación; a la futura lluvia tibia que a veces se confunde con las lágrimas. Y por qué no, si el amor puede ser todas esas cosas inconmensurables.

Olivia sabe qué tan inconmensurable es el “Blue in Green”, tanto como el Bill Evans idealizado. ¿En qué otro tipo se iba a hallar semejante simultaneidad de abandono y disciplina? El mundo es rico y variado tras los ojos de Evans. Y si te sales de sus parámetros visibles te puedes inspirar en lo que hay fuera, como lo hizo Roberto Miranda, que con el arco surcó las cuerdas de un contrabajo ansioso por llevar a ese mundo dentro. Un mundo que vislumbró la presencia de un ángel extraño en el fondo.

Olivia lo vio también y en “Nardis” le habló con el lenguaje de Miles Davis. Y Billy se sintió capaz de tocarlo porque, como escribiera el poeta Kamau Daaood: “En el país de los corazones/ la compasión es el lenguaje común/ En ese lugar/ hablamos con el sentimiento”. Por eso Billy fue capaz de tocarlo. Comenzó a darse cuenta del secreto, de ése que lo hizo moverse durante 64 años. Fue la vida de quien grabó como baterista más que cualquier otro en todos los contextos musicales, y que con los grandes nombres inscribió el suyo en el jazz. Por eso el ángel vino por él. Billy Higgins murió con la última nota de este trío. Por eso el disco se erigió en su memoria.

Olivia Revueltas Trio, Angel of Scissors, distribuido por Opción Sónica, México, 2002.

**Texto publicado en el número 108 de la revista Círculo Mixup, de marzo del 2002.

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OLIVIA REVUELTAS TRIO***

ANGEL OF SCISSORS

 Por SERGIO MONSALVO C.

Dentro del ambiente musical hay un elemento omnipresente, asumido, que habla de la finitud de las cosas. Se trata de la fugacidad. Hay amores, momentos y amistades fugaces. El alimento evanescente de los músicos se da justo ahí. En el jazz es aún mayor la constante por tratarse de la esencia misma de sus contenidos. Los amores quedan casi siempre inscritos en los nombres de las piezas; en la selección de los materiales a interpretar; los momentos se reflejan en el estilo, en las formas, mientras que las amistades producen discos, obras, interpretaciones memorables algunas veces. El caso de Angel of Scissors, del Olivia Revueltas Trio, es de estos últimos.

La historia de este trío tiene una parte trágica pero también la gloria de la fugacidad productiva. Representó el contacto de una leyenda del jazz como Billy Higgins con un virtuoso como Roberto Miranda y el espíritu sensible y luchón de Olivia Revueltas. Baterista estadounidense, bajista de origen puertorriqueño y pianista mexicana, una combinación sui géneris provocada por los vasos comunicantes de la música y la amistad. La reunión se dio en 1998 en el World Stage, un lugar en el que el mundo se aglutina para escuchar la música de los exponentes del barrio afroamericano de Los Ángeles, California. Ahí tuvieron el primer contacto y se entrelazaron en la eternidad. Las manos en los tambores, en las cuerdas, sobre las teclas, hablaron y se reconocieron en la música, en el jazz. “¡Hagamos un disco!”, fue la sugerencia emocionada de Higgins. Y los hicieron, porque fueron dos (ambos distribuidos por Opción Sónica).

El primero se grabó entre el 27 y 28 de agosto de 1998 en el Newzone Studio y llevó por título ‘Round Midnight in L.A. Fue un disco que reclamó la urgencia, el incontenible deseo de provocar algo juntos. Para Olivia fue su primera grabación, la consumación de una vida llena de esfuerzos y enfrentamientos estéticos y familiares a causa del jazz. Para Billy Higgins una muy especial, puesto que él ya tenía en su haber decenas de apariciones; era uno de los bateristas que más había grabado (con John Coltrane, Thelonious Monk y Sonny Rollins, entre muchos otros). Para el contrabajo acústico de Miranda, una cuestión de enlaces. Ya había tocado con Charles Lloyd, Shelly Manne y Cecil Taylor, por mencionar algunos.

Tras el primer disco averiguaron que tenían un pozo enorme de posibilidades, la emotividad permaneció. Brotó el segundo álbum, Angel of Scissors. En éste hay que hablar de símbolos y de reafirmaciones. El jazz es una cultura viva de la cual la música es sólo una de sus partes. Los integrantes de este trío lo sabían y crearon un triángulo interdisciplinario entre la música, las artes plásticas y la poesía. En la música hay amores añejos como tributo: temas de Mingus, Ellington, Gershwin, Porter, Evans y Miles Davis. La pintura se muestra en el cuadro de Rafael Cauduro, que le da nombre e imagen al disco. Y la poesía fue escrita ex profeso por Kamau Daaood para marcar los acentos y los hilos conductores.

Con Angel of Scissors se cierra el círculo de una amistad productiva. En el ínterin de su aparición el baterista de mil batallas, “Smiling Billy” como lo llamaban sus colegas o “Billito” como le decía Olivia, murió. Falleció en mayo del 2001, y con él se fueron grandes horas de música, instantes irrepetibles. Sin embargo, legaría entre su extensa obra estos dos álbumes, con la sapiencia y los sonidos de un hombre del jazz. Angel of Scissors es un monumento a la fugacidad como poesía de la música.

***Texto publicado en la revista La Mosca, de mayo del 2002)

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68 rpm/26

Por SERGIO MONSALVO C.

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Miles Davis dijo lo siguiente: “1968 estuvo lleno de cambios de todo tipo. Para mí fueron especialmente excitantes los que se produjeron en mi música, aparte de parecerme increíble la que estaba surgiendo por todas partes. Los músicos a quienes de verdad escuchaba en ese año eran James Brown, Jimi Hendrix, los de la Motown y Stax (lo que dejó Otis Redding, en particular) y a un grupo que acababa de darse a conocer con un nuevo disco llamado Dance to the Music: Sly and the Family Stone, que tocaba una mezcla de rock y r&b, con otras cosas, algo muy rítmico: funk. Sly era un buen músico por naturaleza y lo que estaba haciendo era digno del cabrón más genial”.

Aquella música que nacía llevó al propio Davis –transformador de la música en varias ocasiones– a su futuro. Él quería oír la línea del bajo un poco más fuerte y más rítmica, como la de ellos. “Porque si la oyes, cualquier sonido que toques se escuchará mejor”, descubría el trompetista.

Empezaba a interesarse en lo que podían hacer por su estética los sonidos de los instrumentos eléctricos. Iba en busca de un enfoque nuevo, original y por supuesto bueno. “Vislumbré la senda del futuro con aquellos grupos e iba a seguirla, por lo que yo quería y necesitaba que fuera mi propia música”, dijo. Quería cambiar de rumbo para continuar amando lo que tocaba y creyendo en ello.

Cuando hizo las grabaciones de aquel entonces (Bitches Brew, On the Corner), con esa clase de cambios, inició lo que los críticos llamarían más adelante fusión”. Qué mejor presentación que ésta para tales músicos.

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DANCE TO THE MUSIC

SLY & THE FAMILY STONE

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Fueron excitantes, en especial, los cambios que se produjeron en la música popular con el surgimiento del funk. Sly & The Family Stone fue un ejemplo máximo. Trajo consigo los avisos del porvenir. El grupo estaba liderado por Silvester Stewart, joven prodigio que además de cantar era multiinstrumentista. Adoptó el nombre de Sly Stone al formar The Stoners en 1966, con Cynthia Robinson en la trompeta.

Tiempo después integraría Sly & The Family Stone, al unirse con la banda de su hermano Freddie. Su propuesta en 1968 contenía el espíritu de la época (amor, paz, integración…), era multirracial, sin fronteras de género (masculino, femenino y demás) y puso a interactuar al funk con el rock, el soul, el gospel, la psicodelia, el pop, el jazz  y el r&b. Creó una línea de bajo determinante para el futuro del jazz y luego del hip hop (que ha seguido explotando sus riffs).

La genialidad de Sly fue manifiesta desde su primer sencillo exitoso “Dance to the Music”, que daría nombre a su segundo disco y vuelo a los postreros hits “Higher”, del mismo, y “Plastic Jim”, “Harmony» y «Love City», del tercero: Life. Junto a James Brown y Parliament-Funkadelic, puso las bases de un movimiento sonoro que aún sigue vibrando por el mundo.

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Personal: Sly Stone, voz, órgano, guitarra, piano, armónica, etc.; Freddie Stone, voz y guitarra: Larry Graham, bajo; Rose Stone, voz, piano y teclados; Cynthia Robinson, trompeta y coros; Jerry Martini, sax; Greg Enrrico, batería; Vet Stone, Mary McCreary y Elva Mouton, coros. Portada: Foto del grupo, sin referencias.

[VIDEO: Sly & The Family Stone – I Want To Take You Higher 1969 live, YouTube (sly74)]

Graffiti: «Hay que trasgredir al alma mater«

JJ CALE

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EL HOMBRE QUE SURGIÓ DEL POLVO

Hay músicos y cantautores tan grandes que siempre crearán a otros semejantes. JJ Cale fue uno de ellos. Y no es cosa de clonaciones, sino que de sus diversas lecturas surgieron los Clapton, los Knopfler y otros grandes músicos al fin y al cabo.

Él brotó de un tiempo y un lugar en los que el polvo mandaba en las vidas y en los destinos. Sin embargo, sus alforjas no estuvieron cargadas con la rispidez de ese elemento en bruto sino con la finura pasada por un cedazo único.

Cale nació el 5 de diciembre de 1938 en Oklahoma City, Oklahoma, en el preciso momento en que un fenómeno climático conocido como dust bowl (cuenco de polvo) creaba un desastre natural que afectó a todo el medioeste estadounidense.

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La sequía y el fallido manejo del suelo, aunados a los vientos, levantaron grandes nubes de polvo y arena tan espesas que tapaban el sol por días enteros; a esas polvosas tormentas se les llamó “viento negro”. Ello provocó una severa crisis económica.

El triste momento histórico fue tratado en la literatura por John Steinbeck en la novela The Grapes of Wrath y por las canciones de Woody Guthrie, otro oriundo de Oklahoma.

Y mientras este último, enclenque y hambriento, partía rumbo a California por la recién inaugurada Ruta 66 en Tulsa, la familia de Cale llegaba a esa ciudad del estado por la misma vía para intentar mejorar su vida. JJ (cuyo verdadero nombre es John W. Cale) optó desde muy joven por la música.

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Con Cale apareció el “Tulsa Sound”, una combinación de música popular folclórica rural, polka, dixieland y blues que contenía también el rockabilly, complemento de la ya de por sí rica sonoridad regional.

Desde su primer disco grabado como Johnny Cale, Shok Hop (1958), sus características como músico afloraron: guitarra de solos moderados y ligeros en el punteo, ritmos shuffle relajados con cambios simples de acordes, voces dobladas y letras agudas que reflejaban el acontecer cotidiano. Sencillez y naturalidad sin artificios.

En los sesenta se presentó en el Club a Go-Go con The Leathercoated, uno de los grupos que formó en sus comienzos, pero el dueño del lugar le cambió el nombre de pila por la confusión que podría haber con un miembro del Velvet Underground, John Cale. Así que desde entonces fue apodado “JJ” (sin puntuación).

[VIDEO SUGERIDO: J J Cale – After Midnight, YouTube (colfrbn2001)]

Ahí grabó en 1966 A Trip Down The Sunset Strip. Tras él se convirtió en músico sesionista. Sería hasta cinco años después que arrancaría su carrera como solista con el álbum Naturally. Hasta la fecha de su fallecimiento (26 de julio del 2013) aparecieron 22 discos más bajo su nombre.

El leid-back de JJ Cale fue una técnica difícil de imitar, pero fácil de distinguir por su calidez, feeling y emotividad trasmisoras de quietud y sosiego. Eso mismo le acarreó muchos seguidores, más músicos que público. A ambos los fascinó por ser único, mágico, personal y envolvente.

A músicos como Eric Clapton, por ejemplo, que ha popularizado sus temas “After Midnight” y “Cocaine”, su estilo siempre le ha parecido la mejor técnica que conoce.

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La lista de músicos que le han tributado elogios y hecho versiones de sus canciones es larga e impresionante por los nombres contenidos en ella y va desde The Band hasta Santana, pasando por Tom Petty y los Rhythm Kings de Bill Wyman.

Sin embargo, y a pesar de ser excelentes cóvers, las piezas originales resultan siempre y bajo toda prueba indiscutibles e insuperables. Y la obra de Cale, en general, habla sobre todo de una regularidad inaudita en la escena musical durante 40 años.

La fama fue una de las cosas con las que tuvo que lidiar. Le estorbaba y la rechazaba a rajatabla, le huyó, como cuando abandonó la gira en la que estaba como telonero de Traffic. Lo abrumó la popularidad y optó por marginarse desde entonces.

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Fue un ermitaño que vivió primero en las afueras de Nashville, en una casa-remolque, y luego en el desierto al sur de Los Ángeles, para terminar en un rancho cobijado por la arena del desierto de San Diego al final de lo que fuera la Ruta 66. Rara vez concedió una entrevista.

En su disco Roll On, se encargó de tocar todos los instrumentos y de la producción (hecha en su estudio casero) en la mayoría de los temas.

Así era de independiente uno de los cantautores más importantes y reconocidos de la historia del rock, al que el negocio musical lo tuvo sin cuidado. Grabó sólo 16 discos de estudio en cuatro décadas, con largos periodos de silencio entre ellos.

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JJ Cale vestía regularmente con una camiseta cualquiera (sin leyendas, slogans o marcas) y unos jeans raídos (no de diseñador). Eso y una guitarra era lo único que decía necesitar este hombre que iba y venía del polvo para vivir y ser feliz.

Cuando uno escucha sus discos se lo cree y también se está feliz y relajado con esa voz y el sonido de su guitarra, productos de un sensible tamiz de naturaleza humana.

Discografía selecta: Naturally (1972), Oakie (1974), Grasshopper  (1982), Number 10 (1992), Guitar Man (1996),  Anyway the Wind Blows (1997), Live (2001), To Tulsa and Back (04), The Road to Escondido (06), Roll On (09).

[VIDEO SUGERIDO: J. J. Cale Roll On, YouTube (pecuillian)

 

Ex Libris