El cine y el jazz se desarrollaron como géneros artísticos desde los primeros años del siglo XX. Entre el final de la I Guerra Mundial y el inicio de la era sonora en el cine la época estuvo marcada por el jazz y otras músicas sincopadas, que desempeñaron un papel persuasivo e influyente en el trastorno social que sacudió la cultura estadounidense.
Su terreno eran los speakeasies, clubes nocturnos que pertenecían a los gangsters y eran frecuentados por ellos, además de los casinos, tabernuchas, burdeles y salones de baile baratos. Se le consideraba bajo en lo social y lleno de implicaciones eróticas, vulgar, agresivo y poco estético. Pero igualmente fresco, liberador y desinhibido.
Asimismo se le veía como un aspecto fundamental del nuevo espíritu de la época y se convirtió en el perfecto acompañamiento musical de los años veinte, que al poco tiempo se conocieron como la «era del jazz». Por lo tanto, resultaba natural que el cine se remitiera al género a fin de corresponder al nuevo estado de ánimo de su público. Hollywood percibió de inmediato el potencial de las películas que lo reprodujeran…
*Texto extraído de la contraportada del libro Imágenes Sincopadas.
A partir de su aparición, Cien años de soledad se estableció como la Gran Novela Latinoamericana. De inmediato proyectó varios significados. En primer lugar, que dicha literatura dejaría de ser el interés exótico de unos cuantos, convirtiéndose en una lectura esencial. Luego, que la propia América Latina ya no sería vista tanto como una extravagante subcultura sino como una fructífera y diferente forma de vivir.
Asimismo, esta novela proyectó la abundancia elemental de la que provenía: imaginación, fantasía, magia, obsesión, mito, comedia, caprichoso ingenio, sátira política, seres arquetípicos, romances, cuentos populares, ciclos y tragedias. Todo ello comprendido para el deleite dentro de la asombrosa historia continua de la familia Buendía en el pueblo de Macondo, Colombia, Latinoamérica, el mundo. Por eso, la obra representa un hito imperativo que tonificó a los sueños vitales, al lenguaje y al lector desencantado.
Desde sus primeras narraciones, Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 1928 – Ciudad de México, 2014) se dedicó a explorar un pueblo remoto, pantanoso e imaginario llamado Macondo, ubicado en la ciénaga colombiana, la región donde creció. El pueblo ricamente caracterizado constituye el «mundo» del autor, su aportación a la literatura universal; pueblo construido piedra por piedra en la imaginación de su creador. Imaginación que también ha proporcionado el poder de diversas lecturas en distintos niveles.
Existe el superficial, de obvios atractivos, como lo puede ser el conocimiento de un lugar extraordinario, con desprendidas descripciones de personas y acontecimientos. Ambas cosas están exageradas de un modo espectacular y en dimensiones rayanas en el absurdo, con un estilo que da por hecha la hipérbole, como si se tratara de hechos meticulosos.
En niveles mucho más profundos, al igual que otros varios novelistas latinoamericanos contemporáneos, García Márquez descubrió la posibilidad de contar un relato cautivador además de comunicar complejos conceptos sin perturbar el ritmo de la historia. Un indicio de esto se encuentra en sus referencias ocasionales a otras novelas latinoamericanas. Dichas referencias señalan la conciencia asidua que el escritor tiene de otros semejantes. Cien años de soledad representa en tal medida una lectura de éstos como un ejercicio de creatividad. Incluye escenas que muy bien hubieran podido ser escritas por Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges o Juan Rulfo.
Con ello, el colombiano pretendió sugerir a los lectores que una de las metas fundamentales de la novela era decir algo acerca de la naturaleza de la literatura latinoamericana contemporánea. En las obras de Borges, Bioy Casares, Sábato, Cortázar, Rulfo, José María Arguedas, Asturias y Juan Carlos Onetti, por nombrar sólo a unos cuantos, la fantasía ocupa un lugar destacado y como muestrario de las capacidades. De esta manera, la novela de García Márquez evidencia que no puede haber un tamiz acerca de lo que es real y lo que no, en un continente donde es posible que una comunidad de la edad de piedra resida a una hora de vuelo de una vasta ciudad moderna.
Un pueblo aislado en la ciénaga colombiana, cuyas creencias religiosas datan de la iglesia medieval española y sobreviven casi sin modificación, con toda certeza tendrá una apreciación de la realidad bastante diferente de la de los habitantes de Bogotá, por decir algo. La asunción de una doncella local, la habilidad de un sacerdote para levitar y una lluvia de flores son cosas menos asombrosas para la gente de Macondo que las «invenciones modernas» que llegan de vez en cuando, como el hielo, los imanes, los lentes de aumento, las dentaduras postizas, el cine o el ferrocarril.
Las distinciones hechas entre la fantasía y la realidad por lo tanto dependen en gran medida de las referencias culturales de cada uno. Muchas de las referencias de Cien años de soledad son fantasías lógicas de situaciones reales. A final de cuentas García Márquez tal vez haya escrito una parodia hiperbólica de una cultura que de suyo parece una parodia hiperbólica vista desde cualquier perspectiva ex-céntrica, de cosas que no obstante resultan demasiado familiares.
*Fragmento de «Cien años de soledad: esencia y crisol», ensayo incluido en la publicación colectiva Gabriel García Márquez: Celebración. 25º aniversario de «Cien años de soledad», pp. 75-81.
«Cien años de soledad: esencia y crisol»
Sergio Monsalvo C.
Gabriel García Márquez: Celebración.
25º aniversario de «Cien años de soledad»
(Libro colectivo)
Editorial División de Ciencias Sociales y Humanidades
Necesarios y útiles resultan todos los horrores para quien desea conocer al hombre en sus extremos. La visión de esos cuadros es de gran ayuda para el desarrollo del perfil humano. Tal vez nuestra ignorancia en la ciencia del conocimiento de los seres humanos se deba al estúpido falso pudor de quienes no se han atrevido a escribir sobre ello.
Encadenados a sus prejuicios y temores, se limitan a relatar puerilidades que todos conocemos, sin aventurarse a bucear en los siniestros laberintos, plagados de fantasmas, del alma humana, ni a describir y a comunicar sus descubrimientos a sus semejantes.
Los hacedores del rock gótico o dark sí lo han hecho. Algunos de sus seguidores también. La prisión de la vida que delatan es la imagen de la soledad de un universo habitado por las monstruosas criaturas que atormentan el espíritu.
Los darkies son el símbolo de la incomunicación o, mejor dicho, el deseo de alcanzar una comunicación imposible. Y acaso sea esa la razón por la que, en un desesperado intento por establecerla, se asocian entre sí para entregarse a la orgía de sus conocimientos elitistas.
Una perversión artística y cultural que lo es tanto en el delirio de sus pasiones como en su pálida calma. En todo caso, los señalamientos que caen sobre los semejantes se convierten en placeres para ellos. Presos de sí mismos buscan la comunicación imposible en el supremo orgasmo que, de acuerdo con su mitología, estremece los últimos instantes de quienes se conectan con la muerte.
El gótico propicia que el miedo sea sacado del reino de lo convencional y elevado a la negra nube que se cierne sobre el destino mismo de la humanidad. Así, ciertos extraños pensamientos ligados a otras dimensiones trascienden los cuidados habituales y por un instante pleno de música se asoman a un paraíso particular, disipando las nieblas que enturbian y obstaculizan la visión de la oscuridad.
Vivir, escribió alguna vez el escritor noruego Henrik Ibsen, es combatir contra los seres fantasmales que nacen en las cámaras secretas de nuestro corazón y de nuestro cerebro. Para los roqueros góticos, la estancia en lo tenebroso es acercarse a esos seres fantasmales, juzgarse a sí mismos y poetizar. ¿Cómo? Llevando al extremo contrario lo que acosa las mentes de nuestro tiempo: el aspecto egoísta de la permanencia.
El conocimiento científico nos ha enseñado que el mundo es en realidad discontinuo; que la noción de vida no es más que un existir entre los momentos de un tiempo dividido y que éste se transforma del sueño a la vigilia. Así, el aspecto último del mundo y del conocimiento es la muerte: un saber del que se puede sacar un placer ignoto.
Esta visión pasional no produce seres enteros, finos, valientes o aventureros. No. La flor de este género es el placer de la negación, entre otros. Por ende, tal forma de pensamiento se vuelve absoluta, mientras que los hedonistas sólo buscan la muerte para evitar el dolor.
En esencia los personajes góticos son seres románticos florecidos en el pensamiento de John Donne, Coleridge, William Blake, Edgar Allan Poe, Lovecraft, Velvet Underground, Patti Smith, Iggy Pop, Cocteau Twins, Dead Can Dance, Joy Division, New Order, Bauhaus, X-Mal Deutchland, Peter Murphy, Love Spirals Downwards, Masochistic Religion, Fields of the Nephilim, Glod, Human Drama, etcétera, etcétera… quienes los sujetan y llevan de la mano hacia el concepto del no ser o al hastío de la vida.
Los que han podido diferenciarse y dejar de ser ellos mismos saben aplicar su «voluntad zombie» a la creación estética y han engendrado música fantasmal y mórbida, en donde proyectan a esos seres que en otros se ocultan.
Esos extraños que nulifican la actividad están ahí, en la isla que es la vida rodeados por un mar desconocido y creciente. Los roqueros ocultistas de fin de siglo les tienden la mano. Tales roqueros, cuyo cerebro es perseguido por fantasmas, representan un momento de la evolución intelectual, como muchos artistas de nuestro tiempo, y no tienen otra locura que no sea ésa.
Quieren interesarle a personas a quienes ven deformadas, para que éstas se vean proyectadas en el arte. Escriben canciones que así lo hacen y logran que algunos escuchen sus poemas como ellos los conciben. Su fijación está en el placer por la morbidez y la extrañeza y las recrean en el arte.
Los roqueros góticos hacen nacer seres terribles en las cámaras secretas de su corazón y de su cerebro, pero en la gestación se han vuelto poetas y con ello se han trascendido a sí mismos. Porque a la postre, como escribiera William Blake, la melancolía tiene corazón humano y el corazón humano es una garganta hambrienta.
*Fragmento del texto “Estética Dark: Melancolía por la muerte”, de Sergio Monsalvo C., colaboración incluida en el libro Cultura (contra) cultura, págs. 193-199.
Revolver, pues, fue un disco rizomático. Independientemente de las experimentaciones místico-instrumentales, las hubo en igual medida con las psicotrópicas, musicales, tecnológicas y estéticas. La psicodelia había iniciado su andar a principios de ese año (1966, el 3 de enero, con el acid test que llevó a cabo Ken Kesey en el auditorio Fillmore de San Francisco). Durante la gira que hicieron por California, los Beatles se empaparon de la gestación del movimiento hippie y de la contracultura, de la que el LSD formaba parte.
El contacto con éste por parte del cuarteto, propiciado por el odontólogo de Harrison, John Rilley, quien se los dio a probar con el café durante una cena en su casa (y al que “homenajearon” con el tema “Doctor Robert”), fue el causante de la creación de canciones y letras de las mismas, inspiradas por las exploraciones de los músicos con el ácido.
Están: “I’m Only Sleeping”, “She Said She Said”, “And You Bird Can Sing”, por parte de John Lennon, cuyo tema “Tomorrow Never Knows” es quizá el mejor modelo en tal corriente y que tiene como vaso comunicante la lectura del libro The Psychedelic Experience, de Timothy Leary, un manual basado en el Libro Tibetano de los Muertos.
A su vez, Harrison, con la ya mencionada “Love to You”, pero también con la pieza anti-sistema “Taxman”, que abre el disco y “I Want to tell You” (un enfrascamiento con el lenguaje), y Paul McCartney en el lado melódico y atenuado con “Here, There and Everywhere”, “Good Day Sunshine”, “For No One”, “Yellow Submarine” (con la voz de Ringo Starr) y con “Got to Get You Into My Life”.
Sin embargo, la cereza de tamaño pastel cultural, fue “Eleanor Rigby”. Este tema (cuyo antecedente musical fue “Yesterday”), del mismo McCartney, se significó en un aparte por dos aportaciones fundamentales para el género. Primero por encumbrar a una de sus más altas cimas al pop barroco (con tan sólo un lustro de existencia); y por hacer evidente que el rock había rebasado otra frontera, mostrando a plenitud su desarrollo como un organismo vivo de cultura en expansión, hacia todos lados.
Los usos de esta música en el disco son una prueba fehaciente de ello. El grupo, en plena explosión creativa utilizó, remodeló e innovó al género en varias de sus formas: el hard rock, el folk-rock, la balada amorosa, el pop de vaudeville, el rock psicodélico, el retro-pop, el rock sinfónico y el ya mencionado pop barroco. Los estilos se convirtieron en arcilla para este séptimo álbum beatle, en el que el rock pasó a un nivel superior en todos sus aspectos: en la forma de concebir la música, en la manera de grabarlo, en la forma de escucharlo.
Ello se debió a la madurez que habían adquirido como entes creativos y que como tales exigieron un trato diferente a la compañía EMI. Y lo primero de todo fue la libertad artística para realizar su obra, a lo que la empresa no pudo negarse dados los resultados. Se acabarían las giras y las presentaciones en vivo y tendrían más tiempo para grabar. El productor sería George Martin, quien los había acompañado hasta entonces, pero ahora como realizador independiente y tendrían los mejores estudios a su disposición, no como una oficina, sino como un instrumento más.
Martin fue el elemento ecualizador en la ebullición artística beatle. Puso a su disposición su refinamiento, su experiencia en diversos géneros, su conocimiento de la música, su oído, su visión, su capacidad y su genio al mando de los controles de grabación. Los Beatles lo retaron a la experimentación y él recogió el guante para hacer historia.
En la hechura de Revolver se emplearon 300 horas para grabar los apenas 35 minutos que dura el disco (el triple de lo que usaron para hacer Rubber Soul). Algo inusitado en dicha época. Como inusitado fue el resultado. Usaron las más altas tecnologías que había por entonces y al quedarles cortas inventaron nuevas. Hicieron de la palabra distinto algo concreto y de las palabras de sus canciones objetos de estudio. Las portadas de los discos fueron importantes para expresar el contenido (ésta a cargo de Klaus Voorman) y se facturó una obra maestra que reunió el talento de todos en un momento único.
VIDEO SUGERIDO: The Beatles – Tomorrow Never Knows (Subtitulada Español) HD, YouTube (TheUniversomerodea)
Actualmente, la cultura del remix ha creado llaves distintas para hacer uso de la música. Sus alcances en la última década han ejercido una influencia definitiva en las hechuras y generado la tolerancia y la pluralidad ilimitadas.
El remix es un estilo que se ha enriquecido con todo lo contemporáneo: en el cumpleaños número 100 de Billie Holiday la fusionó con la electrónica sin prejuicios, usando la voz de la cantante como un elemento más (aunque central) para las bases de diversos remixers, como los convocados para hacerlo en las antologías Remixed and Reimagined, Verve Remixed, et al.
La propuesta fue, por lo menos, interesante. Porque remezclar y reimaginar a Billie de esta manera perdió en nostalgia, pero ganó en actualidad. Y tratar de acercar la voz de la Holiday a la generación 2.0, afincada tras el paradigma electrónico y el chill out, no fue una cuestión fácil (pero hizo que los más curiosos fueran a la fuente original y descubrieran otras emociones).
Una de las grandes ventajas del remix es su flexibilidad. Las exposiciones individuales, tanto de la intérprete como del productor que la trata, se pueden escuchar juntas en un número infinito de combinaciones –que además se pueden seguir reescribiendo–, dando origen a sonidos colectivos nuevos. Una tarea cultural hipermoderna.
*Fragmento del texto Billie (La Magia del Estilo), publicado en la Editorial Doble A.
En el mítico canon del rock, el álbum Revolver de los Beatles ocupa un sitio incólume entre los diez primeros lugares. Desde el momento de su lanzamiento (agosto de 1966) hasta hoy (54 años después) se erigió de facto en una de sus obras maestras (y clásicas a la postre), por más de una razón. Marcó un antes y un después musical, el rock elevó sus pretensiones genéricas, significó un cambio de era y mostró una vía de desarrollo no sólo artística sino también humana.
En el arte lo importante no es ofrecer respuestas sino brindar preguntas, crear cuestionamientos, y entre más, mejor. Con el disco Revolver, el Cuarteto de Liverpool lo hizo a granel. “¿Y, en estas canciones, dónde está el rock?”, fue una de ellas, sobre todo por parte de quienes se habían quedado en su melodiosa época de la beatlemanía y con la imagen de sus apariciones en vivo en 1965 (del Shea Stadium, de Nueva York al Cow Palace, en San Francisco).
Con la nueva obra de los Fab Four se hizo evidente que el rock era un espíritu omnipresente y su figura lo contemplaba todo. Se expandía por doquier y en él cabía lo inimaginable. Ya no sólo era una manifestación juvenil, sino que en su dinámico crecimiento se incluían las preguntas por el Ser y Estar de cada uno en el mundo, por la existencia del Otro, por la vida interior y exterior, y debido a estas cuestiones se experimentó para averiguarlo y la música fue la compañera de viaje y la vocera principal de sus bitácoras, con expresiones, lenguajes y sonidos ignotos.
Revolver contenía dentro de sí, entre otras aportaciones, el hecho de un fenómeno cultural de enorme trascendencia. George Harrison escuchó el sonido del sitar indio interpretando un tema de los Beatles para el sountrack de Help! Ese sonido entre terrenal y proveniente de lo alto fue lo que llamó la atención del oído de George y firmó con él un magnífico pero muy limitado antecedente (“Norwegian Wood” en el disco Rubber Soul). Ese sonido, penetrando en el cerebro del músico, fue también el momento de una síntesis social (anglo-hindú) y el primer paso al conocimiento del Otro.
Ese otro era el hemisferio oriental descubierto a partir de entonces por una generación que buscaba respuestas y proyecciones místicas de la existencia. A Harrison le picó la curiosidad, se compró un instrumento y buscó a alguien que lo instruyera. En una cena de la comunidad artística londinense conoció a Ravi Shankar, el virtuoso indio del sitar, y lo convenció de enseñarle los rudimentos. Ravi aceptó, y con ello George se adentró en un camino que no sólo experimentaría él sino, a la postre, todo el Occidente.
Con el conocimiento del sitar vino también el de las ciudades indias como Cachemira, el principio de la inevitabilidad…: en fin, el de otra cultura. Por ese entonces la experimentación agregaba el elemento químico como instrumento del conocimiento interno. George realizaba de manera regular viajes con LSD y en ellos descubrió que el paisaje mental que la droga le producía era uno que ya había contemplado en la India, con sus seres y sonidos misteriosos.
Tales aventuras aseguraron la contribución que haría al legado beatle y que se imprimiría por primera vez en el disco Revolver de manera contundente: «Love You To». Una pieza que abriría el camino hacia las Indias Orientales. Así, George Harrison se convirtió en el Marco Polo del rock.
A partir de entonces el Oriente ha ejercido una influencia más que significativa para el género, sobre la base de que el hombre oriental se identifica sobremanera con las fuerzas primarias. Para la imaginería del rock, el Oriente se erigió en una tierra de sensibilidades expansivas. Con Revolver, por un lado, los rocanroleros recurrieron a la música y filosofía de la India como una ruta convincente hacia la unidad primitiva del universo, cuyo hogar es el eterno ahora, concepto del que el rock se ha nutrido desde un principio.
Por otro, el punto fundamental del álbum radica en que es un icono de la transculturación. Al ser escuchado por primera vez la pregunta general fue: ¿Qué instrumento es ese que suena en “Love You To”? La cuestión condujo a una travesía en la que muchos se embarcaron. Algunos buscaron en ese viaje respuestas y proyecciones místicas: la ley del karma, el budismo, Abraxas, la conversación con santones (como discípulos de diversos Maharishis o gurús instrumentales). Otros se fueron por el lado de la literatura (con las lecturas de Hermann Hesse, Carl Jung y de clásicos como el poeta Alfred Tennyson) y por el de la música, con su atrayente exotismo.
VIDEO SUGERIDO: Eleanor Rigby – The Beatles, YouTube (Canal de vitor021298)
“Cuando el crimen hace acto de presencia, la sociedad se atemoriza, los individuos se tornan falaces, contumaces, medrosos. Y un hombre entra en acción: el que está dispuesto a restablecer el orden, aclarar el enigma, hacer que el o los criminales paguen cara su osadía: la de haber puesto en jaque a una normalidad aborregada, hastiada, indolente.
En los ensayos incluidos en El lugar del crimen, Sergio Monsalvo se ha dado a la tarea de dilucidar quién es quién en el proceso criminal que corroe el cuerpo social y que ha dado lugar a un género literario donde, con arte, se consignan los motivos del perseguidor y el perseguido para poner en jaque a la totalidad del hormiguero.
En El oficio de vivir, Cesare Pavese expresa: “Todos los hombres tienen un cáncer que les roe, un excremento cotidiano, un mal a plazos: su insatisfacción; el punto de choque entre su ser real, esquelético, y la infinita complejidad de la vida.” En los ensayos que dan cuerpo a este libro, Sergio Monsalvo desentraña esa complejidad expresada por varios destacados autores del género negro o policiaco”.
Una de las aportaciones del rock a la cultura ha sido la de conectar a quienes trabajan en toda actividad estética y con ello creado sonidos, canciones o álbumes afines y alianzas artísticas en todo el mundo. Y lo ha hecho ya sea en un disco, en un track en particular o en la escenografía de un concierto. Ha conectado con aquellos que se han pasado la vida resolviendo sus misterios o belleza en alguna de sus formas, dentro de sus disciplinas individuales o conjuntas (humanistas o científicas), ya sea influyéndolos o siendo influido por ellos.
El resultado de tal encuentro ha producido sonoridades capaces de sacar al escucha de sí mismo y conducirlo a diversas dimensiones mentales, reflexiones existenciales o sensaciones en movimiento. Las obras creadas en este sentido son Arte-Factos culturales, aventuras en el microtiempo, las cuales requieren de la entrega a un flujo musical que enlaza una nueva expansión del quehacer humano con la experiencia auditiva en las diferentes décadas, desde mediados del siglo XX hasta el actual fin de la segunda decena del XXI.
El arte es la utopía de la vida. Los músicos rockeros de nuestro tiempo no han cesado en su tarea de acomodar la práctica musical a una búsqueda imparable de tales adecuaciones. La indagación sonora adquiere, en este contexto, un nuevo significado: no es mera búsqueda expresiva, sino persecución de horizontes culturales nuevos para un público en mutación, que exige de lo musical apreciaciones vitales, rizomáticas, en relación con sus exigencias estéticas y vivenciales.
*Introducción al volumen Arte-Facto (III), de la Editorial Doble A, cuyo contenido ha sido publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos Puestos bajo esa categoría.
Arte-Facto (III)
Sergio Monsalvo C.
Editorial Doble A
Colección “Textos”
The Netherlands, 2021
CONTENIDO
John Cage: El Arcángel Anarquista
Jukebox: Parafernalia Sonora
Kavi Alexander: Calidez Estereofónica
Key to the Highway: Canción y Poema
Leonardo Da Vinci: Automa Cavaliere
London Calling: La Portada
Marilyn Monroe: Fragmentos
Mike Kelley: Imagen del Underground
Momus: Alterego Altermoderno
Orquesta de las Esferas I y II: Música del Universo
Una de las aportaciones del rock a la cultura ha sido la de conectar a quienes trabajan en toda actividad estética y con ello creado sonidos, canciones o álbumes afines y alianzas artísticas en todo el mundo. Y lo ha hecho ya sea en un disco, en un track en particular o en la escenografía de un concierto. Ha conectado con aquellos que se han pasado la vida resolviendo sus misterios o belleza en alguna de sus formas, dentro de sus disciplinas individuales o conjuntas (humanistas o científicas), ya sea influyéndolos o siendo influido por ellos.
El resultado de tal encuentro ha producido sonoridades capaces de sacar al escucha de sí mismo y conducirlo a diversas dimensiones mentales, reflexiones existenciales o sensaciones en movimiento. Las obras creadas en este sentido son Arte-Factos culturales, aventuras en el microtiempo, las cuales requieren de la entrega a un flujo musical que enlaza una nueva expansión del quehacer humano con la experiencia auditiva en las diferentes décadas, desde mediados del siglo XX hasta el actual fin de la segunda decena del XXI.
El arte es la utopía de la vida. Los músicos rockeros de nuestro tiempo no han cesado en su tarea de acomodar la práctica musical a una búsqueda imparable de tales adecuaciones. La indagación sonora adquiere, en este contexto, un nuevo significado: no es mera búsqueda expresiva, sino persecución de horizontes culturales nuevos para un público en mutación, que exige de lo musical apreciaciones vitales, rizomáticas, en relación con sus exigencias estéticas y vivenciales.
*Introducción al volumen Arte-Facto (II), de la Editorial Doble A, cuyo contenido ha sido publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos Puestos bajo esa categoría.