PRIMERA Y REVERSA: THE SONGS OF CHIP TAYLOR

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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(CHIP TAYLOR)

 

Dos cosas cambiaron mi vida: una película que fui a ver con mi hermano (cuya vida también se definió ahí) y la posterior una canción que compuse –explicó Chip Taylor en su momento–. La película fue Blackboard Jungle (Semillas de maldad, en su tendenciosa versión al español).

«En Yonkers, NY, mi biografía, está un capítulo donde cuento el día que fui a ver aquella película de Richard Brooks donde al final (durante los créditos) sonaba “Rock Around the Clock”.

 

“Esa pieza representaba la música de los rebeldes de entonces, sonaba irresistible y los casi y adolescentes que estábamos en el cine nos pusimos a bailar, a gritar y a armar un gran desmadre. Cuando salimos, le dije a Jon, mi hermano, que nadie podría parar al rock and roll. Y así fue: la canción llegó al número uno de las listas.

“Recuerdo que cuando salió el disco de Bill Haley, las emisoras de radio lo boicotearon -creían que era un artista negro-. A pesar de eso fue un éxito. Sentía que nuestra generación iba a conquistar el mundo. Al poco tiempo, e influido por aquel sonido, yo ya cantaba en vivo mis primeras composiciones”.

El verdadero nombre de este personaje que ha sido muy importante para el desarrollo del rock y del pop es James Wesley Voight. Nació en 1944, en Yonkers, una localidad industrial cercana a Nueva York. Se lo tuvo que cambiar como autor después de editar discos de rockabilly como Wes Voight («Midnight Blues», «I Want A Lover», «I’m Loving It», «I’m Ready to Go Steady» y «The Wind and the Cold Black Night», entre ellos) hacia el final de los cincuenta y comprobar que los locutores se atragantaban al pronunciarlo.

(Su hermano mayor, al que aquella película motivó a convertirse en actor, curiosamente, sí triunfó como tal llamándose Jon Voight y obtuvo el estrellato con la cinta Midnight Cowboy –un filme clásico).

THE SONGS OF CHIP TAYLOR (FOTO 2)

 

Así que a Wes Voight se le vio transformarse en Chip Taylor cuando cantaba en los clubes y antros country de Nueva York y alrededores y cuando entró a trabajar al Brill Building, de Broadway, y vivir el apogeo de aquella fabulosa fábrica neoyorquina de hacer canciones en los primeros años sesenta.

«Eran verdaderos colmenares, plantas enteras convertidas en cubículos donde se componía sin parar. Firmabas un contrato que, a cambio de un salario fijo, te obligaba a crear un número limitado de canciones. Entrabas así en una dinámica muy extenuante: tenías que grabar demos para ofrecérselos a los artistas y terminabas ejerciendo además de arreglista, productor y cantante.

“Ahí yo era un raro: no usaba el piano, tocaba la guitarra y mis temas sonaba más a country y a rhythm and blues que a lo de mi compañero Burt Bacharach, por ejemplo».

Durante los años setenta, Taylor volvió a cantar y editó media docena de álbumes bajo su nombre. Daba la talla como personaje pintoresco. Un sobreviviente de aquella época cavernaria.

Además, tras el fenómeno de Carole King, por venir del Brill Building sumaba méritos ante las compañías discográficas. Pero le costó encontrar mercado: «Era demasiado adulto para el público de los cantautores y demasiado urbano para la gente del country”.

 

Por otra parte, con el olfato bien afinado, Chip Taylor intuyó la llegada de la contracultura, con su énfasis en la autoexpresión (con el músico componiendo e interpretando sus propios temas) y supo entender el cambio de parámetros, que incluía la devaluación del single y la importancia del LP (aquí inició un proyecto con Flying Machine y James Taylor, que da para otra historia), todo lo cual  efectivamente supuso el eclipse del concepto industrial de la música pop, tal como se practicaba en el Brill Building.

 

Sus canciones de entonces, con la habilidad para reflejar la sensibilidad femenina, fueron registradas por Aretha Franklin, Lorraine Ellison, Dusty Springfield, Peggy Lee, Janis Joplin o Barbara Lewis.

Sin embargo, y a pesar del éxito obtenido con varios de sus títulos, a principios de los ochenta, abandonó la música y se convirtió en un jugador profesional de cartas, y apostador en las carreras de caballos, sus otras pasiones. Hasta que sus habilidades (“nada truculentas”, según él) determinaron que los casinos de Atlantic City le prohibieran entrar en sus instalaciones.

Musicalmente, reapareció a mediados de los años noventa, grabando en sellos pequeños y acomodándose en ese movimiento conocido como Americana y alt country, donde muchos de sus intérpretes lo reconocen como un igual y han grabado con él (como Lucinda Williams, entre ellos). Su perfil de yanqui con sonido sureño lo hace especialmente atractivo para el público.

Con la entrada del nuevo siglo, fundó un sello, Train Wreck Records, reinventándose y permitiéndose editar un álbum doble (The London sessions bootleg) y un disco-libro, Songs from a dutch tour.

También ha publicado desde entonces hermosos proyectos country de sus acompañantes habituales: el guitarrista John Platania, que también toca con Van Morrison, o dos poderosas cantantes-violinistas, Kendel Carson y Carrie Rodríguez. Con esta última también ha iniciado un proyecto conjunto con el que graban y salen de gira.

No obstante, la década de los sesenta fue su momento álgido, con dos canciones que lo instalaron en la historia tanto del rock como del pop para siempre. En este último, firmó la pieza Angel of the morning, un tema generador de muchos beneficios para él: ha sido un éxito en diferentes décadas (en películas, anuncios, series de televisión; los derechos le han ayudado a cuadrar sus cuentas en tiempos de vacas flacas).

Al principio, esta canción estuvo pensada para Connie Francis, que no se atrevió a cantarla por la letra: aún no era frecuente contar un affair clandestino, de una sola noche y la mañana siguiente, desde el punto de vista femenino. Francis pensó que eso podría afectar su carrera en la que navegaba con bandera de inocente. Así que el honor recayó en Merrilee Rush, quien la convirtió en un hit de 1968 y en una canción duradera. Con infinidad de intérpretes posteriores en todos los géneros.

La quintesencia de su música fue publicada en una muy destacada antología titulada Wild Thing The Songs of Chip Taylor, donde sobresalen todos los temas suyos en voz de sus mejores intérpretes de ambos lados del Atlántico.

VIDEO SUGERIDO: Chip Taylor “Wild Thing”, YouTube (Music City Roots)

THE SONGS OF CHIP TAYLOR (FOTO 3)

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NAVIDÁDIVAS (V): «A LOVE SUPREME»

 

Por SERGIO MONSALVO C.

 

NAVIDÁDIVAS 2021 (FOTO 1)

 A LOVE SUPREME

(JOHN COLTRANE)

Melancolía, reflexión, tristeza, irritación, alegría…Son estados anímicos que se manifiestan en las personas durante la época navideña. Para cada uno de ellos la música (a consumir ad hoc) ofrece diversas posibilidades. Es una compañía que jamás defrauda y se puede contar con ella en cualquier momento y situación.

Y si no es posible hacer caso omiso de tales manifestaciones emocionales, por lo menos hay que tratar de paliarlas de alguna manera y buscar hacerlo con discos de calidad artística incuestionable, trascendente y confirmada, una y otra vez, a través de los años. Así que en esta ocasión me atrevo a recomendar el siguiente título clásico para ambientar el estado anímico recurrente.

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JOHN COLTRANE

A LOVE SUPREME

IMPULSE RECORDS

Cuatro de la madrugada: la hora más oscura antes del alba, la hora del yo interior totalmente expuesto frente a sí mismo. Como le sucedió a John Coltrane que se despertó a esa hora, como todas las mañanas desde hacía un año.

Sentado en media posición de loto se concentraba en algunos ejercicios de respiración. Su habitáculo estaba silencioso y para él no existía nada más en el mundo. No había “pensamientos” como tales. Sólo la comunicación directa con el cosmos, con la divinidad o lo que les parezca mejor.

John buscaba un mensaje en el trance: saber si se encontraba sobre el buen camino. Se puso a meditar, a dialogar con ello: Y entonces sucedió. Esa fue la meditación más larga que hubiera conocido hasta ese día.

Primero fue el silencio, luego la música que invadió el espacio a su alrededor. Con toda la melodía, todas la armonías y todos los ritmos. El silencio le insufló una composición consagrada a la esencia del Todo.

Luego despertó, salió de tal estado y lo supo: “Por primera vez en mi vida tuve en la cabeza la totalidad de lo que grabaría, de principio a fin”. Era una arrebatadora confesión de fe en la inspiración.

La distinguió declarando a la postre que esa es la función básica del espíritu humano. La que le otorga un rango superior a la imaginación. La poesía de la música ya era para él la fuerza divina.

Y con ella creó un sonido para el sentimiento magno. El primero, el básico, el misterioso: el Amor.

“A Love Supreme”, la obra,  fue grabada entonces en diciembre de 1965, para celebrar la navidad de aquel año. La suite (dividida en cuatro partes: “Acknowledgement”, “Resolution”, “Pursuance” y “Psalm”) se convirtió, señaladamente, en la máxima ofrenda mística del jazz de todos los tiempos.

Trane ya no tuvo que probar, ni probarse, nada más. Hizo aullar, llorar, implorar y gozar al sax, el instrumento de la voz humana.

VIDEO SUGERIDO: JOHN COLTRANE A love supreme Part 1 Acknowledgement, YouTube (MONDOWEIRDOMUSIC)

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PRIMERA Y REVERSA: YOU HAD IT COMING

Por SERGIO MONSALVO C.

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(JEFF BECK)

Jeff Beck apenas llevaba al comienzo del siglo XXI 13 álbumes a lo largo de una carrera que ya había durado 33 años. Sobre todo en los noventa, el solitario guitarrista oriundo del condado de Surrey, en Inglaterra, no había dado noticias musicales.

Después del álbum Jeff Beck’s Guitar Shop de 1989, con el que se hizo acreedor a un premio Grammy, sólo realizó presentaciones aisladas. Apenas en 1999 planteó una declaración musical con el álbum Who Else? En esta producción, el veterano definió la posición de la guitarra eléctrica frente al nuevo milenio, con una lograda simbiosis de techno, etno, blues y rock. Una extensa gira mundial, en la que se hizo acompañar por un grupo nuevo (compartió el escenario, entre otros, con Jennifer Batten, ex guitarrista de Michael Jackson), lo mostró a la altura de los tiempos.

Un nuevo indicio de su renovada pasión guitarrística terminó por salir a las tiendas. You Had It Coming (2001) fue el título del nuevo álbum, en el que uno de los fundadores del auge bluesero inglés de los años sesenta le apostaba a la fusión entre el techno y la guitarra. No fue un material fácil ni hubo melodías que se pudieran tararear. Lo que se escuchaba era la oferta típica de Beck: multiplicidad sonora, ritmos y distorsiones.

El grupo básico del músico en el disco fue el mismo con el que salía de gira: la ya mencionada guitarrista Jennifer Batten, el bajista Randy Hope-Taylor y el baterista Steve Alexander, así como la gimiente interpretación vocal de la joven cantautora Imogen Heap en la pieza “Dirty Mind” y en un cóver cuasi psicodélico del standard del delta blues de Muddy Waters “Rollin’ and Tumblin’”, además de músicos menos conocidos. Aparte de los tracks en los que participa Heap, se trató de un álbum instrumental netamente.

You Had It Coming aumentó la influencia electrónica que se escuchó en Who Else? El sabor industrial se subrayó de inmediato en la estridente pieza abridora, “Earthquake”, de Batten: beats duros y metálicos se empalmaron con riffs semejantes.

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Sin embargo, las influencias duras del rock industrial no terminaban ahí, según se comprobó en la pieza de techno-dance “Roy’s Toys”, con el martilleo despiadado de la guitarra, y la inyección de drum ‘n’ bass en “Left Hook”. De hecho esta música tenía más en común con los Chemical Brothers y Moby que con los grupos de la invasión británica influidos por el blues que el propio Beck ayudó a lanzar en los años sesenta.

Incluso la tierna pieza “Nadia” (hecha por el arreglista y remezclador de dance y trip hop Nitin Sawhney, originario de la India), con su maravillosa y escurridiza melodía, así como su bien logrado etno-ambient, con el tiempo adquiría un beat machacante de máquina de ritmos. Los 56 años de edad que tenía Beck a cuestas, en ese momento, evidentemente no le habían impedido explorar nuevos sonidos, al contrario.

En el sonido radicaba una vez más la esencia de este músico: a Beck nunca le ha interesado tocar rápido ni presumir, aunque tuviera la capacidad y el derecho legítimo de hacerlo.

En la nueva obra, la guitarra ocupó, desde luego, el centro de la atención, pero el intérprete se puso al servicio de las canciones. Su técnica y virtuosismo nunca se habían convertido en un fin en sí mismo.

Beck siempre ha preferido experimentar con estructuras y ritmos contemporáneos que con escalas y efectos especiales. A Beck le importan sobre todo las texturas sonoras. La mejor expresión de ello en este álbum fue “Blackbird”, en el que destacó un delicado dueto de él con una grabación del canto de un mirlo.

El último track¸”Suspension”, tuvo beats mucho más ligeros y lentos quelos demás y pareció flotar gracias a lo etéreo de su esencia.

De acuerdo con la época, Beck había abrazado el mundo electrónico, agregando estruendosos beats de techno y frenéticos ritmos del bajo, que le aportaron una gran emoción a su música.

A pesar de que definitivamente ya no se trataba del Jeff Beck que habían escuchado las generaciones anteriores, los amantes de su obra de antaño no tuvieron por qué lamentarse, porque sin importar los sonidos sintéticos que utilizó, nada sonó tan acoplado como su guitarra.

Desde unos acordes fogosos, las distorsiones sincopadas y tonalidades que variaban de lo siniestro a lo sereno, fue el regreso de Beck a la cima del monte Olimpo, que resultó evidente para jóvenes y veteranos por igual.

Fue de agradecerse, por otro lado, que los músicos que acompañaron al guitarrista tampoco se entregaran a un virtuosismo narcisista, sino que apoyaron puntualmente y a veces incluso de manera espartana a Beck en sus excursiones guitarrísticas.

Los incondicionales de la guitarra compraron este disco automáticamente, pero sin lugar a dudas mereció llegar a cualquier público que se dejara emocionar por la música imaginativa que funcionaba fuera de las fronteras comerciales.

VIDEO SUGERIDO: Imogen Heap and Jeff Beck – Rollin and Tumblin liv at Ronnie Scott’s 2007 from BBC 4 TV special, YouTube (thehideawayteam)

YOU HAD IT COMING (FOTO 3)

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«SHAKE YOUR MONEY MAKER»

Por SERGIO MONSALVO C.

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(THE BLACK CROWES)

Antes que cualquier grupo de grunge, The Black Crowes demostraron que la década de los noventa tenía una necesidad tremenda de una estética novedosa fundamentada en el rock puro de guitarras.

La producción con la que debutaron discográficamente Chris Robinson (cantante y armónica), Rich Robinson (guitarras), Johnny Colt (bajo), Steve Gorman (batería), Marc Ford (guitarra) y Eddie Harsch (teclados), Shake Your Money Maker (1990), vendió alrededor de cinco millones de ejemplares, y figuró entre los álbumes primerizos de mayor éxito de todos los tiempos, entre otros motivos gracias al productor George Drakoulias, quien ayudó a que el conjunto aún inmaduro en torno a los hermanos Robinson sonara mejor de lo que ellos mismos hubieran creído posible.

The Black Crowes, originarios de Atlanta, Georgia, comenzaron a tocar en 1985-1986. Entonces interpretaban punk y se llamaban Mister Crowes Gordon. Todos les decían «los Crowes».  Por eso terminaron quedándose con este nombre. «Si lo pienso, me gusta bastante ‑‑explicó Chris Robinson al respecto–. Me daba la impresión de pertenecer a una pandilla».

Es posible que el talento de este grupo no fuera extraordinario, pero lo compensaron con su entusiasmo e integridad, lo cual pareció más que suficiente para inyectar otra vez mucha vida en el rock sureño, que por entonces, en ese primer lustro de los noventa, contaba con más de un cuarto de siglo de existencia.

El profundo Sur estadounidense ha tenido, desde que la música comenzó a contarlo, sus referentes sonoros. La demarcación ha desarrollado una cultura particular —socialmente más conservadora que la del resto del país (debido al papel central de la tierra en su historia y economía)–, el criollismo, la práctica vudú, la arquitectura, la gastronomía, la literatura y diversos estilos musicales (como el blues, la música country, el bluegrass, el gospel, el soul, el jazz, el zydeco y el rock and roll).

Producto de tal mezcla ha sido la música de aquella zona sureña, humedecida por el río Mississippi y nutrida de vida por los polvos y aires lodosos que la caracterizan. Es la llamada swamp music en sus diversas vertientes. Surgió a la luz pública gracias a las trasmisiones radiales que se produjeron al comienzo de 1950. En ellas participaban exponentes del estilo cajun y músicas del criollismo negro local (zydeco), del country and western (hillbilly) y de las tradicionales influencias musicales folk de origen francés.

El swamp ha sido popularizado internacionalmente por diversos artistas que han hecho versiones del mismo en sus discos. De manera paralela, se desarrolló el swamp blues. El estilo de éste evolucionó oscuro y denso, de forma silvestre, por aquellos lares. Su ritmo se caracterizó por una cadencia lenta, en la que se manifiestan las influencias del cajun y zydeco.

Asimismo, a partir de los años sesenta del siglo XX surgió otra corriente a la que con el tiempo se denominó Southern rock o rock sureño. Un fenómeno musical que retomaba tales aires. El camino quedó abierto y por él empezaron a transitar agrupaciones locales que al rock primigenio lo mezclaban con el country, el folk o el soul y cuyos compositores, cantantes y guitarristas le dieron a la influencia de esta música y su entorno una dimensión mayor, mítica, como la del río de la cual emanaba: el río Mississippi.

Ahí radica el canon virtuoso de su espíritu. De sus vertientes y trayectoria surgieron entonces cantos y formas, héroes y leyendas, relatos y crónicas, todo un mundo tan real y rústico como para atraer la atención de otros músicos y escuchas.

Dicho subgénero marcó su debut con los Allman Brothers y uno de ellos, Duane tocó una guitarra encantada que, a pesar de la muerte prematura de su intérprete, continúa reverberando por aquellas ciénegas y pantanos para toda la eternidad.

Y el desfile de nombres, tendencias, mezclas y grandes discos ha fluido por dichas riveras de manera imparable por las siguientes décadas: Elvin Bishop, Charlie Daniels, Marshall Tucker, Lynyrd Skynyrd, Doobie Brothers, Tom Petty and The Heartbreakers, Kings of Leon y The Black Crowes, entre otros.

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Estos últimos resultaron uno de los mejores ejemplos de los años noventa, con un universo evocador de aquella realidad bastante diferente de otros lares, por aquellas aguas y sus lluvias que provocan dudas existenciales; una guía por las sombras de los cementerios, amuletos y conexiones extrasensoriales; por el paso de los trenes y la imaginación que suscitan; o por la vida de los músicos y su comunión con la voluntad del río mitológico. El rock sureño aportó, con ellos, su propia cosmogonía a la vastedad del género.

The Black Crowes con el tema «Hard to Handle», del mencionado Shake Your Money Maker,  lograron alcanzar la posición número uno en el año 1990, con un sonido totalmente influenciado por bandas históricas (blancas y negras).

Luego vinieron las extensas giras mundiales a raíz de ese inusitado éxito, que  permitieron a The Black Crowes adquirir la fuerza y las tablas tan importantes en la escena musical. A continuación, desbordantes de confianza en sí mismos, de manera rápida grabaron el álbum sucesor: The Southern Harmony and Musical Companion (1992).

A la primera oída el producto sonaba asombrosamente convincente, pero su intensidad y bravura no podían ocultar cierto carácter uniforme en el repertorio y la ejecución, aunque su espesa profundidad fue a todas luces reconocida, tanto así que vendieron otros cinco millones de ejemplares.  Las críticas de los puristas no se hicieron esperar y los tacharon de abandonar la independencia artística en beneficio de las ganancias. Por tal rendija se coló uno de los tópicos más reconocidos del rock y de la mitología en general: las peleas fraternas.

La historia del rock está compuesta por sus mitos y el del cainismo es uno de ellos. Este sustantivo nombra un tipo de conducta (derivada del mundo animal), en la que en este caso uno de los hermanos manifiesta un odio abismal por el otro por causas tanto reconocibles como ignotas. Si los relatos bíblicos tuvieron como ejemplo a la primera hermandad (de la que surge el nombre), la génesis del rock tiene su propio paradigma.

Esta actitud, por lo general, parece ser la regular en la mayoría de los grupos del rock que han tenido a hermanos en su formación. Algunos han sorteado las tormentas sin mayores consecuencias, pero en la gran mayoría de los casos, como en el de los Robinson,  la unión terminó por ser una bomba de tiempo que les explotó, regularmente también, frente al público, acabando de golpe con un buen grupo. Una fraternidad que mantuvo una relación tirante tanto encima como debajo del podio en los distintos periodos de su existencia artística.

En el 2020, luego de cinco años de separación del grupo y de no hablarse, decidieron sorpresivamente festejar el 30 aniversario de la aparición de su primer disco, el más exitoso (Shake Your Money Maker, un debut que marcó un punto de inflexión en la música norteamericana. Una obra que recuperaba el legado de la más genuina savia del rock sureño), con una gira mundial. La explicación: “Pasa en todas las familias. Pero a larga, no podíamos entender que se pudiera poner fin a algo que nos había dado tanto”.

VIDEO SUGERIDO: The Black Crowes – Hard To Handle (Official Music Video), YouTube (The Black Crowes)

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ÁLBUMES SUPREMOS – 5

Por SERGIO MONSALVO C.

ÁLBUMES SUPREMOS (FOTO 1)

Hay discos que jamás dejan de llamar la atención. ¿Por qué? Porque son clásicos. Pero ¿qué es lo que los convierte en clásicos? En el mundo grecolatino, durante la época de Sófocles, el término “clásico” se utilizó para designar a las personalidades de primera clase, es decir, a los miembros más sobresalientes de la cultura.

En el campo que nos convoca, la música, el rock fundamentalmente, posee por supuesto su material clásico, y éste en primera instancia no es lo incomprensible, sino lo misterioso disfrutable. Es aquello con lo que se puede deleitar (individual o colectivamente) toda la vida; lo que continúa conmoviendo y sorprendiendo; es aquello que es imposible hacer mejor (en su momento y circunstancia).

En el arte, cualquier arte, lo clásico resulta fascinante porque contiene un secreto, tanto para sí mismo como para quien lo contempla o escucha, y se mantiene vivo porque dicha fascinación prodigiosa envuelve siempre, sin faltar, y esa poética se verá legitimada constantemente por sus principales avales: valor y tiempo.

AÑOS 90’S*

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1.- Nirvana (Nervermind, DGC Records 1991)

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2.- Red Hot Chili Peppers (Blood, Sugar, Sex Magik, Warner 1991)

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3.- Metallica (Metallica, Elektra 1991)

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4.- Rage Against the Machine (Rage Against the Machine, Epic 1992)

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5.- Björk (Debut, One Little Indian/Elektra 1993)

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6.- Oasis (Definitely Maybe, Creation 1994)

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7.- Portishead (Dummy, Go! Beat 1994)

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8.- Samashing Pumpings (Mellon Collie And The Infinite Sadness, Virgin Records 1995)

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9.- Beck (Odelay, DGC 1996)

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10.- Radiohead (OK Computer, Parlophone 1997)

*Lista definitivamente subjetiva, como todas las listas.

ÁLBUMES SUPREMOS (REMATE)

«IN THE NIGHT TIME»

Por SERGIO MONSALVO C.

BETTERTHANTHEREST FOTO 2

UN LUGAR PARA VIVIR

A lo largo de los años me he preguntado en diversas ocasiones ¿en qué disco o discos me gustaría vivir? Sí, dentro de él o ellos. Los motivos son totalmente subjetivos: por lo que me trasmiten y emocionan; por su ambiente, significado o el momento histórico en que se grabó; por el lugar donde se hizo; porque con él se inauguró un género o porque ahí se reunieron varios elementos por única vez, en fin, diferentes causas que masajean mi imaginación.

El listado que he hecho con tales álbumes no es muy grande, pero reconozco que con dicho ejercicio los escenarios y sus protagonistas han cobrado una dimensión importante para mí como persona o como fantasioso escucha, que les otorga poderes mágicos a tales objetos.

La mayoría no son discos que gocen de popularidad alguna o ni siquiera son conocidos. Sin embargo, para mí son los “lugares” donde me gustaría vivir por la energía contenida en ellos, por la felicidad que despliegan, por su atmósfera o por su plenitud artística.

La realidad es líquida y movediza como el agua, y se precisa de un gran poder mental para comprimirla mínimamente. La elección de un álbum determinado es eso: la construcción de un espacio, de un pequeño lago capaz de albergar alguno de nuestros «YO» para siempre. Un lugar para prescindir por completo del tiempo y del resto del mundanal ruido.

Uno de tales discos es Better Than the Rest, de George Thorogood & The Destroyers. Uno gracias a cuya existencia me es posible recuperar cosas y recargar energías. Me sería fácil vivir en él.

No cabe duda de que en los viajes lo peor que nos puede pasar es encontrarnos con nosotros mismos. De otra forma no hubiera podido estar en el lugar preciso en el momento preciso para poblar una isla que no querría abandonar desde entonces.

Yo había llegado a Ohio, en la Unión Americana, tras un viaje por tráiler lleno de peripecias (muchos kilómetros de asfalto, policías corruptos, asaltantes institucionalizados, pirujas del camino, comidas infames o deliciosas, cansancio y muchas historias a cargo de un filósofo cínico más que chofer).

Llegué ahí después de quemar mis naves una vez más. Estaba en el proceso del divorcio, sin trabajo fijo, algunas colaboraciones y con ganas de poner tierra de por medio. Mi antiguo amigo, V, me había invitado a visitarlo en dicho estado al que emigró y en el que ahora residía legalmente. Él pasó por lo mismo que yo un par de años antes. Habíamos sido amigos desde la Universidad y vivimos juntos muchas experiencias con publicaciones, libros, la poesía, el alcohol y demás.

Ahora todo parecía irle bien: tenía una compañera estable (que aportó un niño a la pareja), daba clases de literatura en un college del estado y un futuro nada inquietante. Seguía fumando cannabis y bebiendo casi nada. “No le gusta que lo haga”, me dijo, refiriéndose a su mujer, “pero me doy mis escapadas”. A mí ella me recibió bien aunque fríamente. Siempre se ponen nerviosas cuando un amigo soltero o divorciado aparece por ahí. Creen que puede darle “ideas” o alejarlo del buen camino en el que a ellas les ha costado tanto trabajo mantenerlos.

Esa noche acabábamos de regresar todos de un pic-nic con gente del trabajo de V. y sus familias. Aburrido el asunto, pero con muy buena comida. Luego de entrar a la casa, V le anunció a ella que íbamos a tomarnos una cerveza. “¿Por qué no se la toman aquí?”, preguntó. “Porque no tenemos de la marca que a él le gusta”, contestó V. Ella me fulminó con una mirada y se enfiló hacia las habitaciones.

Salimos y nos subimos al auto. “¿Qué estás planeando?”, pregunté. “Espera y verás”, dijo. En el trayecto V tomó por una avenida y ahí, justo en la esquina de entronque con la principal se acercó un tipo a su ventanilla. V lo vio y extendió la mano para recibir un par de tarjetas, amarillas y con un número en medio. Bajé el volumen del estéreo para escuchar lo que decía. Mencionó una dirección y sugirió: «¡Diviértanse!»

Llegamos a una de las calles comerciales de la zona. Nada en especial. Estaba más bulliciosa que las aledañas, en donde dejamos el auto. Pasaban de las diez de la noche. Caminamos hasta unas puertas de metal de donde salía el eco lejano de una música inidentificable y una fila de personas esperando entrar. La custodiaba un tipo alto y fornido con el cual V intercambió algunas palabras y mostró las tarjetas. Entonces aquél abrió las puertas del lugar. El asunto me puso nervioso, pero no chisté para nada.

VIDEO SUGERIDO: George Throrogood – Move It On Over, YouTube (Chris Lincoln)

Una vez dentro, se acercó otro tipo que le puso un sticker a las tarjetas amarillas. V sabía el mecanismo de aquello porque se movía sin dudar. Comencé a escuchar música y el ruido de voces y risas. Bajamos por una escalera de madera. Otro tipo nos abrió una última puerta y nos encontramos de repente con el cielo en la tierra.

Era la estructura de un taller grande, pintado de colores pastel y con unas veinte mesas alrededor de una mediana pista de baile. En el fondo estaba el bar hecho de madera y metal. El surtido de bebidas: impresionante. Espejos y estantes refulgían con los foquitos de color azul neón a su alrededor. La barra y las mesas estaban llenas con hombres y mujeres…pero qué mujeres.

En ese instante se acercó una de aquellas guapas, enfundada en unos entallados jeans. Nos dio la bienvenida y condujo a una mesa cerca del bar, la única vacía, que tenía el mismo número de nuestra tarjeta. Quitó el aviso de “Reservado”, preguntó qué tomábamos e hizo que nos sentáramos. Segundos después una deliciosa mesera nos trajo el Jack Daniel’s (con un solo hielo) y el vodka tonic pedidos.

Ya con un vaso en la mano V me explicó todo aquello. Éste era un bar off off  (algo así como un antiguo speakeasy) para gente de las faculty cercanas (personal universitario, no alumnos) que se la querían pasar bien, sin ojos escrutadores ni vigilantes y escuchar exclusivamente la música que a la dueña del lugar le gustaba (r&b clásico). El acceso está restringido a recomendaciones personales y al reparto de tarjetas muy identificables para controlar la discreción esencial.

Los invitados (y socios) han ido formando una clientela selecta, fiel, asidua y entusiasta, adoradora además del género favorito de su dueña, quien una vez a la semana organiza un evento especial, como la presentación de un grupo en vivo. El resto de la misma está fondeado con grabaciones ad hoc.

En la pared opuesta a donde estábamos había una rockola Wurlitzer clásica, con sus colores fosforescentes y a todo volumen. En las otras paredes pósters de grupos o cantantes y anuncios de whisky o cervezas en luces de neón.

Al lugar se puede llegar solo o acompañado por un máximo de tres personas, cuando se es miembro. En caso de ir solo hay unas acompañantes jóvenes que pasan con uno la velada. Son escogidas y deben reunir varios requisitos, el más importante, gustar de tal música. Sólo se usan tarjetas de crédito, nada de efectivo, y las monedas para la rockola las proporcionan con cada trago.

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Cuando terminó la explicación me dirigí inmediatamente al aparato para ver su repertorio, escoger y meter tres monedas por su ranura. Con las primeras notas regresé a la mesa. Aquello era la locura, una utopía, un auténtico Shan-gri-la.  Y ahí, junto a unas mujeres bellas y simpáticas, descubrí una vez más eso que Hendrix expresó con «Excuse Me While I Kiss the Sky». Pero aún vendría lo mejor: esa noche actuaba George Thorogood & The Destroyers.

Thorogood, un guitarrista nacido en Maryland, junto a sus compañeros: Bill Blough (bajo), Jeff Simon (batería) y Ron Smith (guitarra) habían decidido tocar un rhythm and blues rústico, áspero, auténtico y lleno de corazón, bajo el nombre de The Destroyers (el explosivo y energético saxofonista Hank «Hurricane» Carter se acababa de integrar al grupo y realizaba con éste sus primeras presentaciones). 

George se dedicaba a los riffs directos y nada pretenciosos de un blues urbano actual y sin tapujos.  Había estudiado hasta sus raíces las obras de influyentes músicos como Elmore James, John Lee Hooker y Chuck Berry.  El «demonio del slide», sobrenombre con el que se le conocía, se mostraba fascinado por el carácter y ritmo del blues urbano y del rhythm and blues.  Su reputación como instrumentista lo elevaba al mismo nivel que Johnny Winter y Rory Gallagher.  Y en esos momentos quien quisiera escuchar la slide tocada como se lo hubiera imaginado el inventor del instrumento, hará bien en elegirlo  a él.

La banda mostraba que sabía obtener el máximo efecto con los medios más sencillos. Todo el equipo que llevaban de gira cabía en un camión mediano.  No era de sorprender, pues, que en esos tiempos hayan optado por presentarse exclusivamente en salas reducidas. En los clubes y pequeños auditorios donde encontraban la mejor veta para explotar su música y el contacto espontáneo con el público que hacía tan vivo y eficaz a su sonido. 

Thorogood requería del marco íntimo para poder producir el fragor completo de su propuesta musical: un r&b ortodoxo y atemporal. El sax, la poderosa sección rítmica y la bottleneck eran para él lo que marcaba los acentos.

 “Su música es hombruna –escribí después–: se puede oler el sudor y el whisky, el polvo del camino en las botas y la ira esencial. El electrizante grupo atiza el fuego y reinventa el acero, con un filo de hard blues que vierte su ruda energía en urgentes y violentas sacudidas. La velocidad es frenética, ansiosa por alcanzar a su guitarra impaciente.

“Sus propias composiciones tienen tanto ardor como las que pide prestadas (y devuelve pagando altos intereses) a John Lee Hooker y Chuck Berry, ya que indiscutiblemente todos están hechos de la misma fibra. Y agrega la cualidad agresiva, esa brutalidad que despierta los sentidos y los sobresalta, sometiéndolos”.

Aquella noche, gracias a George y a sus Destroyers escuchamos cómo nos gustan las mujeres hasta hartamos; filosofamos con ello a todo pulmón, e hicimos caso sin chistar de sus enseñanzas y experiencias junto con el resto de los cófrades: tipos que festejaban estar enamorados de una mujer, con otra; santos bebedores bendecidos por el regocijo de la música o parejas que festejaban los pecados y la vida. La guitarra de Thorogood y el sax de “Hurricane” Carter hermanó los corazones y demostró que el alcohol bebido con fe sólo admite comparación con el beso de una mujer.

Tras noche semejante me volví a sentir bien. La compañera de V me asignó el cuartito encima del garaje, y a ella me la gané guisando todos los días. Leí mucho, escuché mucha música y les escribí a los amigos que había dejado del otro lado de la frontera.

Semanas después recibí la respuesta de uno de ellos donde me avisaba que había un trabajo para mí en el Departamento de Literatura de una Institución cultural, pero tenía que regresar de inmediato para ello. Me despedí de V, le agradecí el refugio y aquella noche grabada en piedra en mi memoria. Su mujer se deshacía en sonrisas y buenos deseos (al fin ya me iba).

Viajé de nuevo. No tenía certidumbres ni respuestas para nada, pero esta vez llevaba en mi maleta el disco que los Destroyers habían grabado (Better Than The Rest) con todas aquellas maravillosas piezas (incluida “In The Night Time”) que, en conjunto, me habían aliviado los desgarros y proporcionado un lugar donde vivir eternamente.

VIDEO SUGERIDO: GEORGE THOROGOOD “Bad To The Bone”, YouTube (George Thorogood Road Crew)

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GIL EVANS

Por SERGIO MONSALVO C.

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 GENERADOR DEL JAZZ

Gil Evans nació el 13 de mayo de 1913 en Toronto, Canadá, con el nombre de Ian Ernest Gilmore. Multifacético compositor y arreglista de jazz, fue conocido mayormente por su colaboración con Miles Davis, incluyendo el álbum Sketches of Spain (1960).

De ascendencia australiana, Evans decidió interpretar jazz en el piano después de recibir la inspiración de los primeros discos de Louis Armstrong. De 1933 a 1941 tocó con varias big bands en California, además de dirigir algunas de ellas. Una vez establecido en Nueva York, Evans hizo los arreglos para el grupo de Claude Thornhill, entre cuyos miembros se incluirían Gerry Mulligan y a Lee Konitz.

Compañero de cuarto de Charlie Parker en algún momento, el bebop ejerció una fuerte influencia en Evans. Cuando Thornhill disolvió a su banda en 1948, durante la huelga encabezada por el líder de la Federación Americana de Músicos, James Petrillo, Evans formó un grupo con Mulligan, Konitz y Davis.  Esta asociación produjo una serie de grabaciones editadas en 1950 como sencillos de 78 revoluciones que inauguraron la escuela de jazz conocida como «West Coast». Posteriormente integraron el álbum The Birth of the Cool (Capitol, 1957).

Durante los años cincuenta, Evans trabajó como arreglista freelance en Nueva York. Formó grupos para grabar los álbumes Big Stuff (1957), The Arranger’s Touch y Pacific Standard Time con la compañía Prestige. En estas producciones Cannonball Adderley aparecía como solista principal en las versiones creadas por Evans de clásicos del jazz, como «Round Midnight» de Thelonious Monk.

Gil volvió a colaborar con Davis en 1957 para sacar el álbum con big band Miles Ahead, seguido por los arreglos instrumentales hechos por Evans de piezas tomadas de Porgy and Bess (1959) de George Gershwin y por Sketches of Spain, ambos con el mismo trompetista.

Para el último álbum Evans se empapó de flamenco y de las creaciones de compositores españoles como Rodrigo y de Falla, cuyas obras adaptó, además de componer algunas piezas él mismo.

Los proyectos perseguidos por Evans durante los años sesenta pusieron de manifiesto su don para crear texturas orquestales memorables dotadas de gran fuerza formal. Entre ellas figuraron Out of the Cool (Impulse, 1961), The Individualism of Gil Evans (Verve, 1964), que contó con la colaboración especial del guitarrista Kenny Burrell, y Gil Evans (Ampex, 1970).

GIL EVANS (FOTO 2)

En esa época, los planes para una colaboración con Jimi Hendrix se frustraron debido a la muerte del guitarrista (18 septiembre de 1970), pero el disco consecuente: Gil Evans Plays Hendrix (RCA, 1974), con el guitarrista japonés Ryo Kawasaki, dio cierta idea del sonido que pudo haber tenido el proyecto original.

La suave balada «Little Wing» fue la primera composición de Hendrix que también gustó a músicos de jazz: Gil Evans posteriormente le haría arreglos para su big band. Evidentemente supo qué hacer con el rumbo nuevo, jazzeado, emprendido por Hendrix en aquel entonces.

Sí, a Hendrix todos lo tenían presente en aquella época: los representantes del blues rock y del hard, la psicodelia y el avant-garde, las cuerdas y la electrónica, a la postre: todos han visto en Jimi Hendrix a su referencia genial y santo patrono. Desde luego también los jazzistas.

Durante las últimas semanas de su vida, Jimi Hendrix se había ocupado con un proyecto de big band bajo la dirección de Gil Evans. Ya no pudo ser realidad, pero inspiró al director y compositor para en 1974 llenar todo un concierto en el Carnegie Hall con las composiciones de Hendrix.

El mismo año sacó el disco correspondiente: Gil Evans Plays the Music of Jimi Hendrix, y su entrega al guitarrista volvió a rendir extraños frutos años después, en colaboración con Sting. El viejo zorro y sus arreglistas lograron traducir de alguna manera la música de Hendrix a los colores de una orquesta de jazz, con una fuerte dosis de sonidos suaves y comerciales.

Según el propio Evans, con los arreglos efectuados trató de tener presente el estilo de Jimi en la guitarra. El resultado habla por sí mismo del logro artístico. Desde entonces, y siguiendo su ejemplo, los tributos a Hendrix se convirtieron en cosa de todos los días.

Las big bands formadas por Evans durante los años setenta incluyeron a solistas jóvenes como David Sanborn (sax tenor) y Hannibal Marvin Peterson (trompeta). Evans siguió grabando prolíficamente para Enja (Blues in Orbit), la compañía Antilles de Chris Blackwell (Priestess) y para RCA (There Comes a Time).

En 1986 compuso la partitura de época para la versión cinematográfica de la exitosa novela cincuentera Absolute Beginners de Colin MacInnes, dirigida por Julien Temple, que tuvo a David Bowie como su protagonista.

Gil Evans murió el 20 de marzo de 1988 en Cuernavaca, México.

 

VIDEO SUGERIDO: Gil Evans Plays The Music Of Jimi Hendrix: Crossroads traffic, YouTube (koxic)

GIL EVANS (FOTO 3)

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REMEMBER SHAKTI

Por SERGIO MONSALVO C.

REMEMBER SHAKTI (FOTO 1)

 (JOHN McLAUGHLIN)

 Los mundos de la cultura del rock y de la música clásica hindú a veces se han cruzado, pero han caminado de manera paralela durante el último medio siglo. Son mundos con sus propias historias, leyendas, mitología y obras; con personajes que han vivido el éxito y la aclamación lo mismo que el tardío o nulo reconocimiento. Hablar de ambos resulta apasionante.

 

En los practicantes de ambos géneros el gusto por involucrarse con el otro les ha dejado una huella mucho más profunda que cualquier cosa que hayan hecho antes. Y seguramente es así, porque así deben ser los acercamientos: definitivos (en un momento dado) y siempre en incremento (la siguiente vez). Estas sensaciones vuelven en cada ocasión que se presenta la oportunidad de practicar los intercambios en la música.

 

La intención de fusionarlas es precisamente ésa: brindar otra oportunidad para que quien la practique se solace con su afición desde otro punto de vista, desde otra posibilidad, con los sentidos y la mente abierta, sin prejuicios ni convencionalismos y la plena conciencia de que ambos mundos –del rock y de la música clásica hindú– a veces se cruzan felizmente y, como en el caso de Shakti: se reúnen.

 

A través de su historia, en el conglomerado de prácticas sonoras que se hace llamar rock y que forman parte de ese enorme pastel cultural, existe una música que no encuentra acomodo más que en los intersticios entre géneros (jazz, world beat, electrónica, fusión, etcétera).

 

Es una música que no es muy afecta a la luminosidad de los reflectores ni a la masividad. Sin embargo, su influencia e incrustación dentro de la cultura del rock ha sido determinante y siempre enriquecedora.

 

Por lo general tal música ha echado mano de la mezcla, de la fusión, para expresarse. Algunos ejemplos de ello son las piezas de Shakti, que forman parte del andamiaje del género por sus aportaciones.

 

Ese sonido entre terrenal y proveniente de lo alto fue lo que llamó la atención del oído de los rockeros en los años sesenta. Ese sonido, penetrando por las trompas de Eustaquio y concentrándose en el cerebro del músico, fue también el momento de una síntesis y el paso al conocimiento de otro hemisferio de una generación que buscaba respuestas y proyecciones místicas de la existencia.

 

Escucharon el sonido del sitar y otros instrumentos indios y les picó la curiosidad. No era una guitarra, así que buscó mejor a alguien que los instruyera.

 

La comunidad artística rockera conoció entonces a Ravi Shankar, el virtuoso indio del sitar y con ello se adentraron en un camino que no sólo experimentaría ellos sino, a la postre, todo el Mundo Occidental.

 

Con el conocimiento del sitar vino también el de la Ley del Karma, el principio budista de la inevitabilidad, el de las ciudades indias como Cachemira, el de los festivales religiosos, la conversación con santones: en fin, el de otra cultura.

 

Por ese entonces la experimentación agregaba el elemento químico como instrumento del conocimiento interno. Se realizaban de manera regular viajes con LSD y en ellos descubrieron que el paisaje mental que la droga les producía era uno que ya contemplaba la India, con sus seres y sonidos misteriosos.

 

A partir de entonces el Oriente ha ejercido una influencia más que significativa para el género, sobre la base de que el hombre oriental se identifica sobremanera con las fuerzas primarias. Para la imaginería del rock, el Oriente se erigió en una tierra de sensibilidades expansivas. Así que la principal influencia oriental sobre el rock provino de la India vía la Gran Bretaña con el rock progresivoy el jazz-rock.

 

A partir de entonces los rocanroleros recurrieron a la música y filosofía de la India como una ruta convincente hacia la unidad primitiva del universo. El rock ya no tuvo tiempo para el Islam o el confucionismo, por ejemplo. El indio vive un credo que borra la historia. Su hogar es el eterno y primitivo ahora, concepto del que el rock se ha nutrido desde un principio.

 

REMEMBER SHAKTI (FOTO 2)

 

En la búsqueda de nuevos mundos el rock encontró uno en la pretensión védica de la filosofía india. El descubrimiento y la intensificación del enamoramiento con lo oriental, en ese sentido, se incrustó en el rock del siglo XX y comenzó claramente con la persona y carrera de John McLaughlin, entre otros.

 

Un músico que ha transitado precisamente por todos los intersticios entre géneros: The Mahavishnu Orchestra, el trío con Paco de Lucía y Al Di Meola, o los diversos proyectos como solista.

 

Un ejemplo. Es posible adoptar diversos puntos de vista con respecto al CD doble Remember Shakti  que McLauhglin lanzó en 1999 y que fue grabado en vivo durante la gira del grupo homónimo por la Gran Bretaña que el oriundo de Yorkshire realizó con varios músicos hindús clásicos: Zakir Hussain (tabla), T.H. «Vikku» Vinayakram (ghatam), Hariprasad Chaurasia (bansuri) y Uma Metha (tampura).

 

El álbum tiene diversos matices, puesto que esta música, vestigio de los años sesenta y setenta del guitarrista, puede muy bien ser un ejercicio retro emparentado con los proyectos de Ravi Shankar con Bud Shank; del jazz-rock hindú de Miles Davis o con la meditación espiritual de John Coltrane.

 

Para McLaughlin esta música parece un trip orgánico al pasado. El misterioso Oriente ha ejercido una influencia más significativa sobre el jazz. El hombre oriental supuestamente se identifica con las fuerzas primarias, en tanto que el occidental sólo alimenta sus «visiones» cerebrales.

 

Según el jazz, el Oriente es una tierra de sensibilidades expansivas, el yin frente al yang de la ciencia occidental. Los jazzistas occidentales en ocasiones han vuelto las miradas hacia allá, pero la principal influencia oriental sobre él proviene de la India vía Gran Bretaña.

 

John McLaughlin empezó tocando la guitarra con Jack Bruce y Ginger Baker, fue desarrollándose hacia el jazz‑rock y el misticismo oriental y formó la Mahavishnu Orchestra, nombrada así por la encarnación más feliz de la trinidad panteísta hindú y organizada bajo la influencia del swami Sri Chinmoy.

 

Los títulos de sus álbumes con la Mahavishnu narran la historia mística: Visions of the Emerald Beyond, Inner Worlds, Between Nothingness and Eternity. A éstos le siguieron, durante su carrera como solista: Shakti with John McLaughlin (de 1975) y Natural Elements (de 1977).

 

Después de los ingredientes del blues negro y el folk europeo, el misticismo indio es el que sigue en importancia en la mezcla particular de primitivismo romántico creada por el jazz. La razón por la cual triunfaron los gurús, en la arena del fracaso de otros chamanes, ilumina las predilecciones que impulsan al género.

 

La duración de algunas piezas en Remember Shakti («Mukti» de más de una hora, «Chandrakauns» de un poco más de media hora y en la que no toca John) también contribuye a evocar todo ello. También es posible otra apreciación al hacer constar la magnífica ejecución de un idioma musical que no se ciñe rígidamente a la tradición hindú, lo cual permite el acercamiento occidental. En ello interviene en gran medida el hecho de que tres de las cinco composiciones sean de McLaughlin (las piezas más cortas).

 

La guitarra se entreteje de manera espléndida con la tabla y el tambor bajo ghotam, mientras que los sonidos de la tampura, parecidos al arpa, se mezclan con una guitarra que casi podría calificarse de romántica. Resulta particularmente hermosa también la oscilación constante entre jazz y música tradicional hindú, y el cálido acento que aporta la flauta bansuri.

 

En el tema «Mukti», de 63 minutos, se comienza con un solo de flauta al que tras diez minutos de introducción se agrega la guitarra y después las percusiones, aumentando la velocidad después de media hora con el mismo tema repetido hasta desembocar en un pandemónium de tabla y ghatam. Un auténtico viaje trance para darle un adiós definitivo al siglo XX.

 

VIDEO SUGERIDO: John McLaughlin – Remember Shakti – Lotus Feat., YouTube (Bito Arreguinio)

 

 

REMEMBER SHAKTI (FOTO 3)

 

 

 

 

 

 

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ÁLBUMES SUPREMOS-4 (AÑOS 80’s)

Por SERGIO MONSALVO C.

ÁLBUMES SUPREMOS (FOTO 1)

 Hay discos que jamás dejan de llamar la atención. ¿Por qué? Porque son clásicos. Pero ¿qué es lo que los convierte en clásicos? En el mundo grecolatino, durante la época de Sófocles, el término “clásico” se utilizó para designar a las personalidades de primera clase, es decir, a los miembros más sobresalientes de la cultura.

En el campo que nos convoca, la música, el rock fundamentalmente, posee por supuesto su material clásico, y éste en primera instancia no es lo incomprensible, sino lo misterioso disfrutable. Es aquello con lo que se puede deleitar (individual o colectivamente) toda la vida; lo que continúa conmoviendo y sorprendiendo; es aquello que es imposible hacer mejor (en su momento y circunstancia).

En el arte, cualquier arte, lo clásico resulta fascinante porque contiene un secreto, tanto para sí mismo como para quien lo contempla o escucha, y se mantiene vivo porque dicha fascinación prodigiosa envuelve siempre, sin faltar, y esa poética se verá legitimada constantemente por sus principales avales: valor y tiempo.

AÑOS 80’s*

ÁLBUMES SUPREMOS 80'S (FOTO 2)

 1.- Police (Zenyatta Mondatta, A&M, 1980)

 

ÁLBUMES SUPREMOS 80'S (FOTO 3)

 2.- Depeche Mode (Music for the Masses, Mute, 1987)

 

ÁLBUMES SUPREMOS 80'S (FOTO 4)

 3.- Pixies (Surfer Rosa, 4AD, 1988)

 

ÁLBUMES SUPREMOS 80'S (FOTO 5)

 4.- Tom Waits (Rain Dogs, Island Records, 1985)

 

ÁLBUMES SUPREMOS 80'S (FOTO 6)

 5.- The Smiths (The Queen is Death, Rough Trade,1986)

 

ÁLBUMES SUPREMOS 80'S (FOTO 7)

 6.- U2 (Joshua Tree, Island Records, 1987)

 

ÁLBUMES SUPREMOS 80'S (FOTO 8)

 7.- Prince (Sign of the Times, Paisley Park, 1987)

 

ÁLBUMES SUPREMOS 80'S (FOTO 9)

 8.- Guns’n’Roses (Appetite for Destruction, Geffen Records, 1987)

 

ÁLBUMES SUPREMOS 80'S (FOTO 10)

 9.- R.E.M. (Document, I.R.S. Records, 1987)

 

ÁLBUMES SUPREMOS 80'S (FOTO 11)

10.- The Cure (Desintegration, Fiction Records, 1989)

 

 

 

 

 

 

*Lista definitivamente subjetiva, como todas las listas.

ÁLBUMES SUPREMOS (REMATE)