SONNY & SLEEPY

Por SERGIO MONSALVO C.

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DE SALVAJE ACTITUD

La radio fue el mejor mensajero que tuvo el rock en sus comienzos durante los años cincuenta del siglo XX. La difusión de Elvis Presley, Johnny Cash, Jerry Lee Lewis o Carl Perkins no hubiera podido trascender de no ser por aquella. De Memphis el nuevo sonido llegó al resto de la Unión Americana, tanto a sus principales ciudades como a los más escondidos rincones.

Entre ellos, las montañas, bosques y pantanos de Arkansas, por ejemplo, en donde el rockabilly prendió para crear su propio estilo, aunado a la tradición musical de su multitud de influencias. De ahí, de aquellas rugosas geografías brotaron dos intérpretes que dotaron al subgénero de un carácter único e indomable: Sleepy LaBeef y Sonny Burgess.

Arkansas es una comarca de la parte sur estadounidense, asentada junto al río Mississippi —el sistema pluvial más grande de Norteamérica con 6,270 metros de longitud–. La superficie terrestre de dicho estado abarca 138 mil kilómetros cuadrados, de los cuales más del 20% se encuentran constituidos por agua, el resto son bosques y montañas. Es un territorio que hace frontera con Louisiana, Texas, Oklahoma, Tennessee y Missouri.

La demarcación ha desarrollado una cultura particular — la hillbilly, la práctica vudú, la arquitectura, la gastronomía y sus festividades— debida a la separación entre una comunidad y otra, a causa de la accidentada topografía,  las diversas colonizaciones que ahí se han sucedido, desde la originaria indígena, pasando por la francesa en diversas ocasiones

(Que inicia con su toma de posesión en 1682 por parte del Cavalliere de La Salle y periodos entre cesiones a España y a los Estados Unidos), hasta su aceptación como estado de la misma en 1868. Producto de tal mezcla ha sido su música, humedecida en cada una de esas culturas e insuflada a la vida por esos aires montañosos, lodosos y boscosos que la caracterizan. Es el hillbilly y la corriente pantanera en sus varias vertientes: en el country, el honky tonk y el blue grass).

La música creada por ellos surgió a la luz pública gracias a las trasmisiones radiales que comenzaron a producirse al comienzo de 1950. Durante ellas participaban exponentes del cajun y músicas del criollismo negro local (zydeco): había combinación del estilo del rhythm and blues de Nueva Orleáns, con el country and western (hillbilly) y las tradicionales influencias musicales de origen francés del folklore. El sonido mezclaba ondulantes líneas de bajo con el piano “honky tonk” y boogie-blues, así como secciones de aliento y coros en las baladas al estilo más ortodoxo del rhythm and blues.

El estilo evolucionó de forma silvestre, rústica y libre, por aquellos lugares de clima húmedo permanentemente, y fue gracias a las grabaciones de productores oriundos de sus condados que dicho sonido se dio a conocer a través de la radio. El ritmo de tal estilo se caracteriza por su cadencia rápida, en la que se manifiestan las influencias en las que predomina la melodía desenfadada.

Aquel estado de la Unión Americana –el mundo rural y autárquico, receloso del progreso, la industrialización y el pragmatismo– no es sólo la región que acunó expresiones musicales libres y espontáneas, puso al descubierto también los miasmas que esconde el Sur estadounidense: la pobreza, el retraso, la desigualdad social, la esclavitud, el racismo, el segregacionismo, la xenofobia y el enfrentamiento entre la tradición popular y los sentimientos encontrados entre civilización y barbarie. Sus ritos de lucha y muerte entre lo rural y lo urbano.

Por lo mismo se le siguió percibiendo a este lugar durante los siguientes dos siglos, sobre todo en las ciudades del Norte y la Costa Oeste, como un espacio bárbaro y desconocido, concibiéndose al mismo como una tierra abundante en atrasos de toda índole. La herencia cultural francesa, los 40 años de gobierno español, el crecimiento de la población esclava y su situación geográfica colindante con el río Mississippi (al que T.S. Elliot llamó “el gran dios marrón”), ayudaron a alimentar la noción de enigma nacional con que se apreciaba esta región. Un cargado ambiente sincrético agregado a su desbordante eclecticismo cultural que desde su fundación ha caracterizado al lugar.

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Thomas «Sleepy» Paulsley LaBeef (algunas veces como LaBeff), nació el 20 de julio de1935 en Smackover, Arkansas. Fue el miembro más joven de una familia de diez hijos dedicada a la cosecha del melón, en donde ninguno era reconocido por su nombre sino por su apodo. A él le tocó el de “Sleepy” debido a sus párpados caídos (característica visual conocida como “ojo perezoso” o Ambliopía).

A los 18 años se lanzó a hacer su propia vida, armado con sus dos metros de altura, de tal conocimiento rural, así como del canto del gospel acompañado por la guitarra. Llegó a Houston, Texas, donde consiguió empleo en una radio local cantando dicho género, como integrante de una banda que por las noches tocaba country en un bar.

Escucha consuetudinario de la radio, se dio cuenta de la llegada de un nuevo ritmo –tras oír a Elvis Presley y Johnny Cash– al que decidió inscribirse: el rockabilly. Comenzó a escribir canciones en este estilo y las presentó a una compañía local (Starday Records) que las grabó y difundió, iniciando con “I’m Through”, la cual lo encumbró como músico destacado de la localidad.

Cuando el rockabilly pasó a un segundo plano al llegar la beatlemanía, LaBeef se mudó a Nashville y combinó el country con el rockabilly desde entonces. Su discografía ha pasado por distintos sellos hasta plantarse en la Sun Records y llevar a cabo giras por los Estados Unidos y algún festival internacional de rockabilly. En tal circunstancia se encontraba en activo aún a los más de 80 años de edad, cuando la muerte lo sorprendió a fines del 2019.

Por su parte, Albert Austin Burgess (nacido en Newport, Arkansas, el 28 de mayo de 1929) y conocido como Sonny Burguess, fue un cantante y guitarrista que originalmente tocaba country y blues. Se había nutrido de ellos a través de la radio, del segundo gracias a DJ’s que trasmitían música negra (r&b) para audiencias blancas.

Durante el primer lustro de los cincuenta interpretaba country, western swing y boogie en bares y salones de baile que vendían licor y cerveza de dudosa legalidad. El estilo musical referente a esos lugares comenzó a llamarse entonces honky tonk. La banda que comandaba se llamaba The Moonlighters, con la cual pidió audicionar para Sam Phillips, cuando se extendió la fama de la Sun Records, debido a la popularidad de Elvis.

A Phillips le gustó lo que escuchó de ellos, pero les pidió que en lugar de honky tonk tocaran rockabilly, que parecía hecho más a su medida. Ése fue el abracadabra para el grupo. Poco después regresaron a la Sun Records con dos piezas escritas por Sonny y grabadas bajo un nuevo nombre para el grupo, The Pacers.

Phillips había tenido razón, el rockabilly era el sonido a su real medida y el estilo, agresivo y salvaje del mismo, su personalidad discográfica y escénica. Al trío clásico, el productor le agregó instrumentos como una segunda guitarra, piano y trompeta. Aquello fue el acabose cuando grabaron su primer sencillo compuesto por “We Wanna Boogie” y “Red Headed Woman”.

Por ambas piezas, Sonny Burgess & The Peacers consiguieron su lugar en muchos salones de la fama, al ser reconocidos como los intérpretes con la mayor actitud rockabilly de los años cincuenta. Rápidos, ruidosos, flamígeros e incendiarios. Los más salvajes, en unas cuantas palabras. Con aquel fuego fundieron todos los estilos que los habían influido y caracterizado, con el rockabilly como su auténtico crisol. Sonny Burgess falleció en el 2017.

VIDEO SUGERIDO: Sonny Burgess – Red Headed Woman, YouTube (kitsjuke)

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BABEL XXI-SINOPSIS (4)*

Por SERGIO MONSALVO C.

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BXXI-16 CAETANO VELOSO

El temperamento adolescente de Caetano Veloso lo ha vuelto a hacer. Si en los años sesenta creó el tropicalismo brasileño para escándalo de los sambistas ortodoxos, en la decena inicial del siglo XXI le ha vuelto a llevar la contraria ahora a sus propios puristas: cambió el tropicalismo por el rock alternativo. El nuevo perfil del Veloso rejuvenecido acepta el rock alternativo y la adopción de algunos de sus procedimientos dentro de un novedoso estilo carioca. Aquel dicho conservador de que al perro viejo no se le pueden enseñar nuevos trucos queda una vez más mal parado. Rodeado de una nueva generación de músicos crea originales melodías para hablar del sexo, del amor y de la política mundana.

VIDEO SUGERIDO: Caetano Veloso “Minhas Lágrimas” – Showlive.com, YouTube (showlive.com)

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BXXI-17 MADRUGADA

La música de Madrugada propaga con su poesía intimista, plagada de oscuridades, la convivencia con seres tan cercanos como ficticios, tan fascinantes como terribles y diabólicos en un mundo de luces singulares y sombras ontológicas. Con letras muy trabajadas, plenas de imágenes oníricas, metáforas existenciales, una atemorizante zoología y un rock que se mueve entre el dark progresivo y lo alterno, estos noruegos practican un sonido que evita los recursos habituales del dark wave, tales como la música fantasmagórica (con muchos efectos y distorsiones digitales). El suyo se fundamenta en una importante base de guitarras tanto eléctricas como acústicas o el piano, en sus sofisticados álbumes.

VIDEO SUGERIDO: Madrugada – The Kids Are On High Street, YouTube (AngelaBoston)

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BXXI-18 CALEXICO

Ahí, en el fondo del corazón del grupo Calexico, lidereado por Joey Burns, se crean con música nuevas aventuras para un legendario personaje, ubicuo en la zona fronteriza de México con los Estados Unidos. Sonoridades cinemáticas hechas con todos los géneros de raíz americana y con gran influencia mexicana. Sus soundtracks sin imágenes esculpen las atmósferas contemporáneas para la jornada de un jinete errabundo que cabalga con la visión de un director como David Lynch. Las letras sensibles y melancólicas y el tono intimista y descriptivo de sus canciones o piezas instrumentales contribuyen a su elevado contenido como coutry alternativo, plasmado siempre en pantalla grande.

VIDEO SUGERIDO: Calexico – Cruel, YouTube (CitySlang)

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BXXI-19 KLAZZ BROTHERS

Los berlineses Tobias y Kilian Foster, con el espíritu incluyente y tradicional del jazz alemán, decidieron fundar a los Klazz Brothers y viajar un día a Cuba para estudiar los distintos ritmos que ofrece. Los hermanos quedaron embrujados con sus descubrimientos y decidieron extenderse a un grupo que mezclara sus antecedentes clásicos y del jazz con el beat afrocaribeño. Invitaron a colaborar con ellos a Alexis Herrera Estévez (timbales y voz) y a Elio Rodríguez Ruiz (tumbadoras y voz). El elemento primordial para la génesis del jazz fue el encuentro de diversas culturas, su crisol fundamental. Tal fenómeno no ha dejado de ser importante a lo largo de la historia del género y este grupo lo corrobora.

VIDEO SUGERIDO: Klazz Brothers &Cuba Percussion (Nürnberg), YouTube (1:1boy)

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BXXI-20 CAMBIO Y FUERA

La tecnología (de información, grabación, distribución y acceso) y sus diversas herramientas fragmentaron el espacio y el tiempo en el que las cosas se movían en ese ámbito hasta el fin de los años cero. Para algunos, el barullo en que se convirtió todo ello se presentó como un laberinto, un enigma insoluble o un colapso. Buscaron una salida de emergencia y hasta rechazaron continuar en la cresta de la ola del éxito (algo impensable para los huéspedes de la escena musical). Simplemente esos artistas plantaron su raya y se bajaron del tren bala en que va instalada la musica. Se autoexiliaron, a favor de la calma, de la marginación o del abandono total: The Streets, LCD Soundsystem y The White Stripes.

VIDEO SUGERIDO: LCD Soundsystem – “All My Friends”, YouTube (emirecordsok)

*BABEL XXI

Un programa de:

Sergio Monsalvo C.

Equipo de Producción: Pita Cortés,

Hugo Enrique Sánchez y

Roberto Hernández C.

Horario de trasmisión:

Todos los martes a las 18:00 hrs.

Por el 1060 de AM

96.5 de FM

On line por Spotify

Radio Educación,

Ciudad de México

Página On line:

http://www.babelxxi.com/

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BABEL XXI-511

Por SERGIO MONSALVO C.

MIS ROCKEROS MUERTOS

(2020)

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Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

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PULSOR 4X4 – 40

Por SERGIO MONSALVO C.

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EL BEAT DE LA IDENTIDAD

(1993)

En 1993, Checoslovaquia se dividió en República Checa y República Eslovaca.

El británico Linford Christie se convirtió en el hombre más rápido del planeta al cronometrar 9 segundos 87 centésimas en los 100 metros planos.

En tal año, Bill Clinton fue electo presidente de los Estados Unidos.

Toni Morrison obtuvo el Premio Nobel de Literatura.

Ese año murieron William Golding, Federico Fellini, Audrey Hepburn, Brandon Lee y el mexicano Mario Moreno «Cantinflas».

Se estrenaron las películas La lista de Schindler, Filadelfia y El piano.

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En 1993 llegó a los canales de video el grupo de Counting Crows con canciones habitadas por deseos incumplidos. La banda de Adam Duritz realizó sus temas de rock tradicional para luego perder la brújula en sus siguientes álbumes.

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Al escuchar el disco con el que debutaron los Cranberries, uno se pregunta qué habrían escuchado las señoritas modosas de los años noventa de no existir grupos como éste. Ese quizá fue su mérito histórico.

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Aunque ligeramente inferior a su triunfal predecesor Pump, la segunda colaboración de Aerosmith con el productor Bruce Fairbain, Get a Grip, los ratificó como medida standard contra la que podía medirse todo grupo que tocara rock duro.

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El álbum In Utero de Nirvana marcó el suicidio de la inocencia. El nihilismo poetizado por Kurt Cobain le dijo no a todo lo manejado por el hombre en esta época: el fin de las utopías, de las creencias, de los valores, de las ideologías. Una reflexión sobre la cultura que le costó la vida a un rockanrolero.

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El disco Debut fue la presentación solista al mundo de una visionaria ninfeta islandesa, conocida como Björk –ex Sugar Cubes–, con asistencia fluida y sensual del productor Nellee Hooper, que mostró a la encantadora excéntrica como la creadora de sonidos equidistantes de pop, jazz y house. Una probadita de lo que vendría en el futuro.

VIDEO SUGERIDO: Come to Me (Debut, 1993) HD Music Video, YouTube (Jorge)

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PULSOR 4x4 (REMATE)

MIS ROCKEROS MUERTOS: EDDIE VAN HALEN

Por SERGIO MONSALVO C.

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MIS ROCKEROS MUERTOS

(OCTUBRE-DICIEMBRE 2020)

Es curioso. Se mire por un lado o por el otro la visión será más o menos la misma. A la calle Michelangelostraat se puede acceder por el Zuider Amstel Kanaal, caminar el par de cuadras que le corresponden o, viceversa, desde la Minervaplein. Es, pues, una calle pequeña, básicamente conformada por casas habitación y dos o tres comercios.

Forma parte del barrio conocido como el Apollolanbuurt, dentro de la zona metropolitana denominada Oud Zuid. Dicho barrio fue construido hace un siglo (junto a los aledaños Hoofdorppleinbuurt y Slotervaart), entre las décadas de lo años veinte y los treinta del siglo XX, en el periodo entreguerras. Dentro del plan de modernización de la ciudad de Ámsterdam.

Al Apollobuurt se le concedieron para su ubicación 95 y media hectáreas del sur citadino. Y su construcción se planificó en el estilo de la Escuela Amsterdamesa de Arquitectura, que surgió por entonces. Tal escuela era parte de un movimiento estético ligado al expresionismo alemán de dicha disciplina. El vanguardismo de ese movimiento contribuyó en gran medida al desarrollo urbanístico de la capital neerlandesa.

Ambas corrientes arquitectónicas compartían su gusto por el uso del ladrillo rojo combinado con el hormigón en un diseño innovador. En este último había cierta influencia del Art-Nouveau. El cual se manifestó en los detalles como la tipografía de los dígitos que señalaban cada casa y los adornos tanto en las entradas de las mismas, como en las cornisas de techos y ventanas.

Toda esta novedad hizo del emergente barrio una zona de lujo y opulencia, que atrajo a la gente rica de aquellas décadas (muchos de ellos de ascendencia judía). Por eso mismo, cuando los nazis invadieron la ciudad en 1940, la ocuparon, arrestaron a los propietarios, los despojaron de sus propiedades y los deportaron a los campos de concentración e instalaron su cuartel general en ella.

También por eso mismo, los aliados la bombardearon hacia el final de la conflagración. Destruyeron una parte de ella, que tras el conflicto fue reconstruida bajo las mismas bases originales. Debido a eso el barrio recuperó su esplendor hacia mediados de la siguiente década, con el agregado cívico de incluir vivienda popular para equilibrar su desarrollo.

A su aire entre majestuoso y moderno buscaron cimentarlo con la nomenclatura de las calles, que fueron nombradas con referencias a la Grecia Antigua, así como a los compositores y pintores históricos más destacados. De tal suerte, a esa pequeña calle le tocó un nombre grande: Micheangelo.

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En 1955 el barrio lucía nuevo, olía a nuevo. Era como el año mismo: caracterizado por la exhibición cultural, en su caso arquitectónica. Sin embargo, también aquella fecha del calendario se constituyó con los fuegos de otras disciplinas. Origen es destino reza un dogma romántico. Tal  pirotecnia alumbró el nacimiento de Eddie Van Halen y lo acompañaría en su periplo artístico.

Éste nació en los albores del año, el 26 de enero. No iba a ser un año normal, dijeron los augurios. Era un miércoles y la reacción a sus fuegos lo caracterizarían igualmente. Y cómo no, si había llegado al mundo en el mismo momento que Michael Schenker, que practicaría las mismas artes que él en The Scorpions.

No. No iba a ser un año normal. Las artes lo certificarían. Por ahí brotó Jeff Koons (cuyos fuegos de artificio se manifestarían en la escultura y la pintura) o Simon Rattle (quien haría lo propio en el terreno de los sonidos clásicos), la gama de tal fogosidad sería amplia, como paleta de pintor o partitura de director de orquesta.

Esa paleta de bengalas iluminaría la literatura con la publicación del tercer volumen de El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien; la aparición y el temblor que provocó la Lolita de Vladimir Nabokov; el estremecimento con la temática de Graham Greene en The Quiet American (El Americano Impasible) o la inquietante atmósfera del Pedro Páramo de Juan Rulfo.

Por otro lado, la cohetería protéinica sería encarnada en la cinematografía por un actor icónico: James Dean. Símbolo de lo que ya fluía y lo permeaba todo como un magma, esa juventud que exigía cambios, en películas de estreno y paradigmas como East of Eden (Al este del Paraíso, dirigida por Elia Kazan) y Rebel With a Cause (Rebelde sin causa, de Nicholas Ray).

No. Ese año no sería normal. Porque su resplandor sería provocado también por el fulgor de dos canciones emblemáticas: “Maybelline” (el primer sencillo de Chuck Berry) y “Rock Around The Clock” (de Bill Haley), lanzadas al planeta en 1955.  El rock and roll llegaría a la cima de las listas de popularidad para permearlo todo.

Así estaba el mundo cuando nació Eddie (Edward Lodewijk) Van Halen el 26 de enero, como hijo de Eugenie van Beers (una mujer indo-neerlandesa de origen javanés) y Jan van Halen, saxofonista, clarinetista y pianista, que formaba parte de la Orquesta de la Fuerza Aérea Neerlandesa. De él, Eddie y su hermano, Alex, recibirían la afición por la música.

La escucha de discos y la radio en la casa que les había asignado el municipio, dentro del plan de equidad social de la vivienda, en aquella calle Michelanglostraat en la que nacieron los hermanos, era una constante. Cada vez que el papá llegaba o antes de irse a trabajar, ponía discos de diversos géneros, destacando el jazz y ese nuevo género llamado rock and roll.

Los niños alternaban en la calle con otros vecinitos o a la orilla del Zuider Kanaal o en la Minervaplein, según el juego. El tránsito vehicular era poco en aquel entonces. Y de esa manera pasaron el segundo lustro de los años cincuenta, antes de que su padre fuera movilizado a la ciudad de Nijmegen, al este del país, muy cerca de la frontera con Alemania.

Sin embargo, aquella estancia en la Michelangelostraat y la vida que Eddie llevó ahí (bicicleta, amigos, futbol, escuela cercana, todo acontecido en el mismo barrio de la ciudad) pudo resumirse en una palabra: felicidad, con todos los sonidos que quedarían grabados en su memoria y que luego transferiría a su instrumento, cuando la familia se mudó a California.

Donde Eddie se convertiría con el transcurso del tiempo en un innovador, en un hito, un creador y un virtuoso, características que lo encumbrarían como uno de los mejores guitarristas de rock de la historia. Todo eso sucedería en Pasadena, California, a donde se mudó con su familia en los primeros años  de la década de los sesenta.

Ahí, con el grupo que llevaría su apellido como nombre, desarrollaría un sonido, un estilo al fin y al cabo, que lo identificaría eternamente: el tapping. Eddie hizo escuela con esa técnica: es decir, tocar con las dos manos sobre el diapasón para que dos notas distantes pudieran sonar consecuentes a una velocidad inusual. Un método que implica armar arpegios rápidos pulsando las cuerdas directamente sobre dicho diapasón.

Una adaptación al contexto rockero del lenguaje de la música barroca (Bach)  y del posterior romanticismo (Nicola Paganini). Movimientos estéticos fundamentales y ontológicos del rock mismo. Eddie Van Halen dio con uno de los avances del instrumento más espectaculares (en el sentido más combustible de la palabra) de su tiempo.

El ejemplo más conspicuo de su estilo se condensa en la pieza con que músico y grupo iniciara su andar: “Eruption”. Una contribución musical inconmensurable. En ella hay espectacularidad, extroversión y hedonismo. Nadie había escuchado un sonido de guitarra como ese anteriormente. Todos los intérpretes desde entonces buscaron sacar ese sonido con el amplificador, el pedal, el cable, la uña o las cuerdas adecuadas, pero la simple verdad es que el misterio estuvo en sus manos.

La magia de la pirotecnia como arte, como elixir de la inmortalidad. Eddie Van Halen por ello se convirtió en uno de los mejores guitarristas de la historia. Su fallecimiento el 6 de octubre del 2020 selló se permanencia en el Olimpo y en el Salón de la Fama del Rock.

Otros fenecidos en el trimestre: Johnny Nash (cantautor), Ken Hensley (ex Uriah Heep) y Spencer Davis (creador del Spencer Davis Group).

A todo ellos: ¡Gracias!

VIDEO SUGERIDO: Van Halen Eruption Guitar Solo, YouTube (Hazardteam)

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SEÑOR COCONUT

POR SERGIO MONSALVO C.

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RETROFUTURO TUN-TUN

El Señor Coconut es un  «Reformista Ilustrado», descendiente de la tierra donde se ubicaba la Casa de los Habsburgo, en cuyo quehacer artístico vemos proyectos que buscan transformar sistemas de escucha a fin de mejorar su percepción, mientras se mantienen ciertos elementos centrales de los mismos.

Tales proyectos que fueron percibidos básicamente como desestabilizadores y destructores del tiempo establecido (de su orden y espacio).

Su alternatividad hipermoderna (corriente estética en la que está inscrito el personaje), concibe tal reformismo musical como un proyecto general que, poseyendo una gran variedad de influencias o fuentes, está unido por una aspiración común de los miembros de su banda y familias “de antes” que los acompañan.

En la actualidad existente, esa aspiración común tiene su origen en el anhelo por lo no vivido. Es una cruzada moral por llamarla así.

La inspira una nostalgia sibilina que busca la obtención de cosas tales como la justicia social y cronológica para los géneros del hoy, que bajo su punto de vista deben afincarse de manera profunda y sensible en el heráldico lema de que “todo tiempo pasado sonó mejor”.

El Señor Coconut camina hacia atrás, pues, con pasito tun-tun. Es una marcha épica que avanza con la reversa de un vehículo en cuya radio se oyen los ecos de la High Fidelity (Alta Fidelidad) y el entrechocar de los hielos del Highball (ese coctel tan refrescante y festivo).

Pero ¿quién es El Señor Coconut?, se pregunta el respetable. A lo que el mismo mencionado responde: “El Señor Coconut soy yo”. Con ello muestra un bagaje cultural bien cimentado en la literatura, no por nada la recita de Flaubert en la aguda respuesta, con permiso de Madame Bovary.

(El Señor Coconut, aquí entre nos, responde en su pasaporte alemán al nombre de Uwe Schmidt -el alias de un tipo nacido en Frankfurt en 1968-  y que durante la década de los noventa habitualmente se ganaba el pan en su país natal como DJ, diseñador gráfico y productor de música electrónica, hasta que un buen día durante un descanso, tras darle durante horas a la tecla dance, decidió ponerse a jugar y mezclar ritmos al parecer antagónicos y ¡Eureka!: encontró el hilo de su propio estilo)

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Oculto tras el insigne nombre de Lassige Bendthaus, otro de sus múltiples alias, el Señor Coconut se dio a la tarea secreta de crear la fórmula para su nacimiento y trascendencia. Armó el disco Pop Artificielle, un álbum que incluía versiones latin en techno pop de David Bowie, los Stones, John Lennon y ABC, entre otros.

Uwe Schmidt ha dicho: “Coconut soy yo. Es mi idea. Yo compongo, arreglo, mezclo y demás. Coconut es de hecho un personaje imaginario, una especie de alter ego. Y éste representa básicamente un set de parámetros musicales que unidos forman la estética del proyecto ‘Señor Coconut’: son un cúmulo de referencias territoriales, históricas, citas, sampleos, etcétera, pero todo hecho con humor orgánico-tecnológico y ganas de divertir”.

El Señor Coconut emergió, pues, como un reformista del retrofuturo en el año 1996, un año antes de que Schmidt se fuera a vivir a Chile (invitado por Dandy Jack, un músico alemán con el que trabajaba, hijo de chilenos exiliados).

Llegar allí y permanecer alejado de la escena europea le permitió al creador trabajar en su criatura, y proyectar en ella su propia versión transoceánica de la música alemana que más ha trascendido: la de Kraftwerk.

VIDEO SUGERIDO: Senor Coconut – Showroom Dummies, YouTube (Nacionalrecords)

Tres años de estudios, acercamientos a la sonoridad latina y experimentos con su bagaje electrónico dieron como resultado, tras una noche tormentosa, llena de rayos, truenos y descargas eléctricas, al Señor Coconut y su carta de presentación: El baile alemán.

Se pudieron escuchar entonces las versiones de “Autobahn”, “Showroom Dummies”, “Homecomputer” o “The Man Machine”, pasadas por el tamiz del mambo, el cha cha chá y el merengue. Es decir, sutiles y descarados coqueteos de la tecnología del bit con el empírico latin rhythm.

De tan carnal unión nacieron los gemelos subgenéricos: laptop-mambo y acid-merengue, los reconocidos retoños de tal Señor, entre los evocadores gritos afrocubanos de Dámaso Pérez Prado y la hierática curiosidad de Ralf Hütter y Florian Schneider.

El Señor Coconut confesó, a todo aquel que se lo pidió, su afición por referencias hacia una época en que la hechura musical tenía otras maneras de ser, tanto de componer, tocar como de producir. Habló con regocijo de aquella época de mediados del siglo XX, de cuando hubo un peak de la música latina en el mundo y de unos nostálgicos años 40-50’s.

“En aquella época el conductor de orquesta seleccionaba la música de su repertorio, que en su mayoría había sido escrita por otros compositores. A eso se le llamaba tocar ‘standards’. Hoy se le conoce como hacer ‘cóvers’. A mí siempre me ha impresionado mucho esa época, en la cual la manera de ver la música era otra, incluso las portadas de los discos eran diferentes”, dice Coconut.

En su proyecto, el músico antes llamado Uwe Schmidt, trata de recobrar esa sensibilidad de la que habla y combinarla con su propia visión y experiencia personal como constructor musical. Para él “retomar” es recrear la idea del standard y darle importancia.

A partir del comienzo del siglo, cual quijote hipermoderno, el tal Uwe se ha puesto en el escenario como Señor Coconut tras su laptop (con una manzana como logo) y junto a su orquesta multinacional (en la que participan tanto nórdicos como caribeños; daneses, suecos o alemanes en la marimba, trompeta, sax, vibráfono, bajo y percusión, o un venezolano en la voz) versiona canciones de rockeros reconocidos o intérpretes del pop (como los Doors, Deep Purple, Sade, Michel Jarré, Daft Punk, Prince, la Yellow Magic Orchestra o Michael Jackson, entre otros) y las nutre con sus cocteles pimentosos.

El milagro de la transformación de distintos géneros en electro-latino (con guaguancó incluido) se ha dado desde entonces frente a distintos públicos, lo mismo europeos que japoneses o latinoamericanos.

El Señor Coconut ha tocado lo mismo en clubes reducidos que en festivales gigantescos, en restaurantes de Moscú, para eventos de la ONU en Noruega, en el Parlamento alemán o en un festival glitch de Montreal, en la inauguración de un mall en Francia o frente a la Ópera de Viena.

Una vez, por cierto, lo invitaron a presentarse en una plaza pequeña de una delegación casi rural del Distrito Federal mexicano, donde seguramente nadie los conocía, e iniciaron su actuación con las piezas de krautrock. Y, para complacencia suya, de repente las parejas de ancianos de 60 años o más empezaron a bailar cha cha chá y mambo como en los viejos tiempos, sólo que ahora lo hacían con la música de Kraftwerk.

El Señor Coconut es fan del techno, amante de la música global y un obsesionado por experimentar con ambos en atmósferas del pasado. Es un creador que se mueve entre las raíces y los cables, entre el corazón y las máquinas. Ha tenido éxito.

Uwe Schmidt, a su vez, continúa sus búsquedas por diferentes ámbitos y un arsenal de alias y colaboraciones como Atom Heart, DOS Tracks, Datacide y Ongaku, entre otros. La cosa es seguir poniendo patas arriba todos los clichés del mundo. De eso se trata.

VIDEO SUGERIDO: Señor Coconut & orchestra – Sweet Dreams – Live @ Fiera Milano City Mito 29/09/2010, YouTube (wally66100)

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REBIRTH OF COOL SIX

Por SERGIO MONSALVO C.

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PALETA DE ESTILOS

La gran popularidad de los volúmenes anteriores de esta serie sin duda se incrementaron tras el lanzamiento del número seis, The Rebirth of Cool Six (Island). Los productores de la serie se fueron por lo seguro y reunieron canciones que se estaban escuchando entonces en los clubes londinenses (segundo lustro de los noventa).

House, triphop, reggae, jungle, drum ‘n’ bass, acid jazz: hubo algo para cada quien. La excelente selección corrió a cargo de Patrick Forge y puso de manifiesto todos los estilos, tal como lo esperaba cualquiera que conociera su trabajo como DJ.

La serie Rebirth of Cool era un buen lugar adonde ir si se quería uno enterar de la situación del tan fraccionado organismo del etiquetadísimo post-hiphop-dance-groove jazz.

Este volumen puso énfasis en el dance pop postmoderno, con tracks sorprendentes como «Horizons» de LTJ Bukem y «Feel the Sunshine» de Alex Reece, protagonistas ambos del drum ‘n’ bass, «Cotton Wool» de Lamb y «Underwater Love» de Smoke City.

Las barreras sonoras culturales eran superadas por «Migration» de Nitin Sawnhhey; «Ponteio» de Da Lata ofreció sabores brasileños y el pionero del jazz jamaicano Ernest Ranglin hizo acto de presencia con «Surfin'».

El sabor entre Grant Green y King Tubby del track de Ranglin lo convirtieron en un auténtico placer auditivo (al igual que el de su álbum Below the Bassline del que fue extraído).

Bellas vibraciones techno surgieron por cortesía de iO y en la maravilla de Akasha. Y el esfuerzo de Lewis Taylor, «Bittersweet», fue un casamiento alucinante de abstracciones a lo Tricky y de soulismos clásicos predigeridos, lo dejó a uno con ganas de conocer su debut discográfico de larga duración.

VIDEO SUGERIDO: Lewis Taylor in sesión – Lovelight (2003), YouTube (Video Shop TV)

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MY BACK PAGES: HAIRCUT

Por SERGIO MONSALVO C.

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(GEORGE THOROGOOD)

Sin olvidar que ante todo el rhythm and blues es una bestia, Thorogood y sus Destroyers han afilado sus garras desde hace 40 años de manera cada vez más delicada, y sus discos finamente bestiales también le conservan sus honores de rebelde al mismo tiempo que le entregan un certificado de maestro.

George Thorogood se ha impuesto como uno de los grandes del blues moderno. Se ha convertido en un clásico a fuerza de tocar. Y cuando está realmente en forma, cuando se siente poseedor de la electricidad que de verdad sabe generar, entonces presenta un disco como Haircut, que de un solo golpe hacen parecer completamente insípido todo lo que se escucha en otras partes.

Thorogood alcanza lo esencial del rock. Y uno termina por decirse una vez más que, considerándolo todo, este género es un fenómeno espléndido que inculca nueva vida a la existencia.

No se encuentran en la generalidad de sus álbumes innovaciones arrolladoras, sólo blues y boogies sudorosos, tocados por un tipo que realmente los ama. Y esto basta para producir un festín generoso, con guitarras ásperas y cortantes, metales que truenan llenos de regocijo y una serie de cóvers que en su momento hicieron exclamar al mismísimo John Lee Hooker lo siguiente:  «¡Maldito chamaco, les va a quemar los huevos a todos si sigue tocando así!»  Y saben qué, tenía razón.

VIDEO SUGERIDO: George Thorogood & The Destroyers – Get a Haircut, YouTube (V Guimaraes)

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