THE FOUR SEASONS

POR SERGIO MONSALVO C.

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 LAS VOCES DE JERSEY

Una vez que el doo-wop desembarcó en New Jersey fueron los italoamericanos, en específico, quienes lo tomaron para sí y lo unieron a sus propias tradiciones vocales. Pulularon entonces los cuartetos por doquier. No había bar, club o auditorio donde no se presentaran constantemente formaciones de dicha naturaleza ambientando a los públicos tanto nativos como vacacionales.

Sin embargo, fue el de Frankie Valli & The Four Seasons el que destacó sobre todos los demás. Y el que impuso las pautas a seguir de lo que sería una marca del estado con registro de autenticidad en el origen.

El cantante Frankie Valli (cuyo nombre real es Francis Stephen Castelluccio) fue el centro de atención de los Four Seasons, un cuarteto que durante los años sesenta, y luego de manera discontinua en los setenta, colocó infinidad de éxitos en los más altos lugares de la listas de popularidad, con su característico sonido (aportación al doo-wop blanco), apuntalado por el reconocido falsete de Valli.

El grupo se fundó en 1960 cuando Valli conoció a Bob Gaudio (tecladista y voz tenor procedente de los Royal Teens) tras una fallida audición y crearon la Four Season Partnership (aunque uno de sus primeros nombres también fue el de Four Lovers). A ellos se unieron Tommy DeVito (guitarrista y barítono) y Nick Massi (en la guitarra y voz baja).

Después de varios intentos por conseguir un éxito a lo grande, el grupo lo obtuvo nacional e internacionalmente, a principios de los sesenta con el sencillo  “Sherry” (de 1962), que llegó a número uno de los Estados Unidos.  Al que seguiría una larga lista de temas que cubrirían aquella década con su presencia.

VIDEO SUGERIDO: Four Seasons Sherry Original Stereo, YouTube (HoraceWinkk)

La biografía musical de sus miembros se había cultivado al otro lado del río Hudson, en el aún desconocido estado verde que se estira a la sombra de Nueva York: Nueva Jersey, donde se cultivó aquel sonido que algunos dieron en llamar italoamericano.

Éste, como ya he dicho, provenía de la influencia del doo-wop negro llegado de la parte baja de la Costa Este, con sus tres vertientes principales: el gospel, el blues y la balada sentimental. Fue esta última afluente la que retomaron los jóvenes blancos de Jersey y la cultivaron con esmero y mucho estilo.

Con padre y madre reconocidos, este sonido, que tiene el nombre de Jersey Shore, bebió del R&B caracterizado por el uso de los teclados, una cuidada instrumentación (que incluye metales) y con el aprecio por las armonías vocales.

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El fundamento de los Four Seasons proviene, pues, de aquella aportación italoamericana y muchas de sus canciones fueron algunas de las primeras en retratar con romanticismo la vida urbana cotidiana formada, especialmente, por las esperanzas y los fracasos de los jóvenes de aquel sector mayoritario que vivía en Nueva Jersey y trabajaba en sus fábricas, talleres y tiendas o estudiaba en sus recintos.

Estas vivencias sonorizadas por los Four Seasons, que se movían al compás de las primeras grabaciones de los Beatles y la Motown, crearían escuela sonora y una lírica de tono épico que más tarde serían proyectadas por sus muchos y brillantes herederos.

Cuando el grupo se disolvió en los setenta (aunque luego ha tenido varios renacimientos), tras cambios en el personal, mánagers y demás interesados, Frankie Valli mantuvo una ambivalente carrera como solista. En su bagaje destaca, entre otras cosas, la aportación que hizo para la película Grease (Vaselina) con el tema principal de título homónimo. Este acercamiento a la pantalla culminó en los últimos años con sus apariciones en la serie de Los Soprano como uno de los capos de la mafia de Nueva York.

Los Four Seasons, con sus miembros originales (los del sexenio 1960-1966) fueron adscritos al Salón de la Fama del Rock & Roll en 1990 y una década después al del Vocal Group. Hasta la fecha la cantidad aproximada de discos vendidos por ellos se estima en los 100 millones, todo un récord.

Broadway recuperó su historia con el musical Jersey Boys, un éxito en la temporada de 2007 (Clint Eastwood la hizo para el cine). Lo cual sirvió para hacer  justicia a Nueva Jersey, como una tierra que ha destacado por su aportación a ese fantástico subgénero doo-wop, cargado de romanticismo.

Riding bikes on Boardwalk of Liberty Park, New Jersey

VIDEO SUGERIDO: 1965 – Let’s Hang On – FRANKIE VALLI & THE FOUR SEASONS – YouTube (campodegibraltar1959)

 

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WILLIE DIXON

Por SERGIO MONSALVO C.

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EL BLUES DEL SEPTIMO HIJO

Como compositor, productor y arreglista, Willie Dixon (músico nacido en Vicksburg, Mississippi, en 1915) se presentó siempre como una figura dominante del blues de Chicago desde mediados de los años cuarenta del siglo XX.

Antes de convertirse en el principal productor de la etiqueta de Leonard Chess en 1952, formó parte, como bajista y cantante, de grupos como los Five Breezes y el Big Three Trio (precursores indiscutibles del doo-wop).

En la compañía Chess supervisó, acompañó y muchas veces proporcionó material a las grabaciones de artistas como Howlin’ Wolf y Muddy Waters.  Otis Rush y Magic Sam figuraron entre los músicos con quienes Dixon trabajó como productor freelance a fines de aquella década.

Durante dichos años, escribió docenas de canciones exitosas para los mencionados músicos y otros artistas de Chicago.  Entre los títulos estuvieron «(I’m Your) Hoochie Coochie Man» (1953), «Just Make Love to Me» (1953) y «I’m Ready» (1954) para Muddy Waters; «My Babe» (1955) para Little Walter; «I Can’t Quit You Baby» (1956) para Otis Rush; y «Spoonful» (1960), «Wang Dang Doodle» (1960) y «Little Red Rooster» (1961) para Howlin’Wolf.

Muchas de sus piezas fueron adoptadas por grupos blancos de rhythm and blues, como «Little Red Rooster», que fue un número uno en Inglaterra con los Rolling Stones en 1964; «Spoonful» con Cream, «Seventh Son» con Johnny Rivers y la Climax Chicago Blues Band, «Hoochie Coochie Man» con Johnny Winter, «I Can’t Quit You Baby» con Led Zeppelin y «Back Door Man» con los Doors, por sólo mencionar a unos cuantos.

El genio de Dixon como compositor estuvo en entrelazar elementos tradicionales, desde el folk y la forma de hablar de los negros hasta el patrimonio del blues mismo, con formas posteriores de blues y de rhythm and blues.

Además de ser populares entre el auditorio negro de los años cincuenta, las canciones de Dixon resultaron adaptables a otros contextos, incluyendo los periodos posteriores de un renovado interés en el blues.

En los sesenta, Dixon siguió trabajando para Chess, además de sacar provecho del nuevo entusiasmo surgido hacia el blues, sobre todo en Europa. Se presentó en clubes y en giras extranjeras con Memphis Slim, además de unirse a varias giras europeas como parte del American Folk Blues Festival.

Desde 1968 organizó a una serie de grupos de estrellas de Chicago para trabajar en clubes y conciertos. Esto condujo a la fundación de su propia agencia de talentos y grabación, dirigida por él sin descuidar sus frecuentes presentaciones en toda Norteamérica y Europa.

VIDEO SUGERIDO: Willie Dixon (w Stephen Stills) – Back Door man – Muddy Waters Trib…, YouTube (Rusted Television)

En aquellos años setenta tuvo a bien visitar la Ciudad de México, invitado por los organizadores de los conciertos de blues patrocinados por el CREA (una institución burocrática creada para “atender a la juventud”). El primero se efectuó en la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM, allá en el novísimo y flamante Centro Cultural Universitario, que por cierto convocó a una afluencia impresionante de público, jóvenes en su gran mayoría.

Cuestión que espantó a las autoridades del gobierno priísta en turno y al año siguiente se trasladó la sede de los conciertos al antiguo Auditorio Nacional, aquel infame cascarón frío y sin acústica de la Avenida Reforma. Eran otros tiempos.

Tiempos de trasladarse desde el Metro Chapultepec a pie hasta el inmueble.  Llegar y encontrarse con el clima de violencia propiciado por la propia policía: patrullas y más patrullas por doquier, con las torretas encendidas y hasta alguna sirena nomás porque sí.

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Tiempos de camiones repletos de granaderos rodeando el área y equipados con sus cascos, bastones antimotines y perros; la policía montada agrediendo sin ton ni son y amenazando con disparar gases lacrimógenos a los que arribaban al lugar o a los que se encontraban formados para entrar al recinto.

Tiempos en que por una sola puertita –para evitar que algunos se colaran sin pagar– querían hacer pasar a todos los asistentes cuando faltaban únicamente minutos para el inicio del concierto, ante la desesperación de los asistentes.

Tiempos de combates para adquirir un boleto; de combates para poder entrar, de luchas para encontrar tu lugar; de luchas para salir sano y salvo del concierto.

         Tiempos también en que ponían a presentar el espectáculo a un locutor que se especializaba en jazz y que con terror se plantaba en el escenario para hablar de la labor del CREA, ante las mentadas y los chiflidos del respetable. Y que cuando aconteció el temido portazo –dadas las circunstancias– y vio correr por los pasillos a los colados y detrás de ellos a los granaderos sólo atinó a articular varios “¡No! ¡No! ¡No!” por el micrófono.

De no haber sido por Willie Dixon, que se presentaba en dicha ocasión, aquello se hubiera convertido en un auténtico campo de batalla. El veterano músico se precipitó al escenario con su grupo interpretando «The Seventh Son», para atraer los ánimos y que las cosas se calmaran.

Aquella noche Willie Dixon evitó una masacre con su voz, el contrabajo (de color blanco) y el blues.

Los álbumes como solista de Dixon aparecieron en varias compañías discográficas, incluyendo Columbia (I Am the Blues, 1970) y Ovation, y también grabó con Memphis Slim y con Pete Seeger para la Folkways y Verve, respectivamente.

No obstante, su principal contribución al blues se desarrolló entre bastidores, en el auspicio de las carreras de nuevos artistas o en la ayuda para mantener vigentes las de los veteranos.

En 1989 el legendario Willie Dixon publicó una autobiografía, I Am the Blues y murió tres años después en Burbank, California, en1992, a la edad de 76 años.

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VIDEO SUGERIDO: Willie Dixon (3) – From The Album “I Am The Blues” (Chicago Blues), YouTube (DK19662810)

 

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MICHAEL NYMAN

Por SERGIO MONSALVO C.

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 FORMAS DE SONORIZAR AL CINE

En el siglo XIX, la escocesa Ada (interpretada por Holly Hunter) muda desde la infancia, pone pie en Nueva Zelanda, junto con su hija, a fin de reunirse en dicha “tierra salvaje” con el hombre con el que se ha casado vía escrita y por poder. Su posesión más querida, después de su hija, es un piano.

La música le permite expresarse emocionalmente y comunicarse con las personas a su alrededor. Se siente muy mal cuando su marido (personificado por Sam Niell) no quiere llevar el piano a su nueva casa —las condiciones geográficas y climáticas son un auténtico viacrucis— y lo abandona en la playa donde ella ha desembarcado, expuesto a los elementos y a la corrosiva sal del mar.

Un vecino de apellido Baines (Harvey Keitel), quien vive en la selva con la población maori local, se compadece del piano. Le ofrece a Ada la posibilidad de “ganarse” el instrumento enseñándolo a tocar. Así se desarrolla de manera cinematográfica un triángulo existencial con el piano como eje de todo ello.

La cinta El Piano (1993) fue distinguida con la Palma de Oro en el Festival de Cannes. El creador del soundtrack de la misma, el compositor Michael Nyman la llamó «la película más hermosa en la que he colaborado. Un ejemplo increíble de lo que es el buen cine».

La directora del filme fue Jane Campion. Ella ya había llamado la atención con su tríptico An Angel at My Table, basada en la autobiografía de la escritora neozelandeza Janet Frame. Además de dirigir El Piano, Campion escribió el guión, con el que empezó en 1984, desde antes de filmar Sweetie, su primer largometraje.

En El Piano, Campion ubica su historia en la tradición romántica del paisaje. Cuenta sobre el poder y la entrega totales. Explora límites emocionales y sexuales y delata sus propias simpatías feministas en la forma en que la victoriana Ada utiliza a su esposo Stewart, en su desnuda vulnerabilidad, como objeto sexual.

La actriz Holly Hunter aprendió a tocar el piano cuando ya casi era adulta. Con el objeto de colaborar con Nyman para que éste compusiera la música para su personaje se reunió con él en Nueva York. Con anterioridad Hunter le había enviado grabaciones de su forma de tocar, así el autor supo que le salían mejor las piezas fuertes y emotivas que las cosas medidas y rítmicas.

De esta manera, Nyman tuvo que crear una música que atrajera emocionalmente tanto a la actriz como a la pianista. Y puesto que Ada era de Escocia, al compositor le pareció lógico basarse en las canciones y la música popular de la región. Fue como si hubiera escrito la música de otro compositor que alguna vez vivió en Escocia, pero que alrededor de 1850 llegó a Nueva Zelanda.

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La música de Ada, en combinación con los sonidos naturales de la selva y el océano donde se ubica el drama de El Piano, posee una gran irradiación poética pero al mismo tiempo es típica de Nyman. “Pese a todas las condiciones que la música debía cumplir, tenía que reconocerse como mía —comentó el músico al respecto—. No soy alguien que con facilidad abandone su propia identidad. El proyecto fue ideal porque implicó tanto el desarrollo como la simplificación de las posibilidades que normalmente se usan en el cine”.

La identidad musical del compositor influyó mucho en la realización del filme, la estupenda producción de Jane Campion que sedujo a los cinéfilos de todas partes del mundo. El Piano muestra un ángulo más romántico del compositor, que en el pasado se había dado a conocer principalmente por sus orquestaciones repetitivas y densas, propias del minimalismo del que formó parte importante.

Abordó a éstas con mayor ligereza en el presente caso, con un tratamiento centelleante y un fluir uniforme en los cuadros de música, en los que de vez en cuando se trasluce un toque de melancolía agridulce.

Como se ve Michael Nyman, un hiperactivo compositor de la vanguardia contemporánea más decantada, tiene una obra extensa y compleja dentro y fuera del cine, ya sea comercial, documental o experimental. Medio en el que ha dejado su huella artística y una forma de componer que ha cambiado en muchos aspectos el concepto de dicho quehacer en la historia reciente del séptimo arte.

El Piano, seguramente su trabajo más popular y exitoso, es sólo una de las tantas aristas que muestran su multifacética labor y una buena forma de comenzar a escuchar su ya amplio catálogo.

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VIDEO SUGERIDO: The Piano (1993) Soundtrack by Michael Nyman, YouTube (Shanina)

 

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BO DIDDLEY

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EL JUNGLE BEAT

Duke Ellington en el jazz desarrolló una extraordinaria relación simbiótica con su orquesta —ésta constituía su verdadero «instrumento», aún más que el piano—, la cual le permitió experimentar con los timbres, los tonos y los arreglos insólitos que se convirtieron en el sello distintivo de su estilo, surgido de los ecos de la jungla africana y llevado a los clubes y salones de baile: el «efecto Ellington».

Éste era el sonido jungle, patentado por el director y compositor, y era  prácticamente imposible de imitar, porque dependía en gran parte del timbre y el estilo particulares de cada músico. Llama la atención que, si bien no había dos miembros de su orquesta que compartieran el mismo sonido, cuando así se requería eran capaces de producir esa mezcla selvática y combinaciones de su sonoridad, una de las más fascinantes del jazz de entonces.

Cosas semejantes se pueden decir de otro enorme músico llamado Bo Diddley y de su propio “efecto”, el jungle beat. Bo fue uno de los cuatro pilares sobre los que se asienta esa gran construcción, ese rascacielos llamado Rock & Roll y sobre el que se ha edificado todo lo demás (los otros son Chuck Berry, Little Richard y Fats Domino).

Diddley fue un artista del rock & roll primigenio que grabó su decálogo con la empresa Chess Records, consagrada en los años 40-50 del siglo XX a la música de extracto negro (blues, rhythm & blues, góspel, rock & roll). Una auténtica cueva del tesoro y en sus arcas reposa una cantidad inconmensurable del legado afroamericano a la cultura musical de la Unión Americana.

Hablemos del “efecto Diddley”. Según la película filmada en 1978 acerca de la vida de Buddy Holly, oriundo  de Lubbock, Texas, éste dio el paso más importante de su carrera al presentarse en el Apollo Theater de la calle 125 de Nueva York, ante un público compuesto enteramente por negros. El tipo había asimilado con tal éxito el sonido de Diddley que su auditorio se admiró al descubrir que el músico y cantante, al que sólo conocían por discos o radio, era un muchacho blanco.

De igual manera, los considerados precursores del heavy metal a principios de los años sesenta, los Yardbirds, se erigieron en tal precedente mediante la apropiación que realizaron del blues eléctrico de Chicago, que escuchaban infatigablemente en discos llegados del otro lado del Atlántico, con piezas como «I’m a Man» de Ellas McDaniel, a quienes ellos conocían como Bo Diddley.

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Durante su etapa formativa, el Velvet Underground, grupo que al igual que todos los grandes conjuntos de rock empezó con versiones propias de los rockeros clásicos negros, sumó a sus huestes a la baterista Maureen Tucker debido a la devoción de ésta hacia el sonido rhythm and blues de los cincuenta. Lou Reed lo explicó: «Ella trabajaba todo el día como perforadora de tarjetas de computadora en la IBM. Al regresar a su casa ponía los discos de Bo Diddley y se sentaba a tocar la batería hasta las doce de la noche. Por eso nos imaginamos que sería la baterista perfecta para el Velvet, y lo fue”.

Los grupos continuadores del rock, con el paso de los años, le siguieron rindiendo homenajes a ese mito surgido en los orígenes del rock. Los integrantes de The New York Dolls, por ejemplo, un conjunto proto punk de la tierra del Tío Sam, usaban en sus presentaciones (sobre todo en su infamous tour británica, en donde dejaron sembrada su semilla en los futuros Sex Pistols y Clash) el tema «Pills» del mismo McDaniel, nacido el 30 de diciembre de 1928 en una granja algodonera entre los pueblos de McComb y Magnolia, en el estado de Mississippi.

Lo mismo hicieron los Dexy’s Midnight Runners, que se presentaban como «los hermanos soul celtas» luego de adaptar la música folk, de su Irlanda nativa, al pulso del rock de Diddley.  Éste, registrado primeramente como Otha Ellas Bates, al quedar huérfano se había ido a vivir con su madre adoptiva, Gussie McDaniel, por lo que pasaría a llamarse Ellas McDaniel.

David Byrne y Brian Eno, a su vez, se anotaron un tanto por encima de sus predecesores cuando en My Life in the Bush of Ghosts recurrieron no sólo a la música del Delta del Mississippi sino a la de África misma como inspiración, por medio del jungle beat de McDaniel. El cual al adoptar un nombre artístico se puso Bo Diddley, apelativo ligado al diddley bow, un instrumento de cuerda heredado de la cultura yoruba y usado en los campos del sur de su infancia.

Bo Diddley siempre fue algo aparte y por ello se mandó fabricar una guitarra rectangular, que la imaginería rockera terminó convirtiendo en un símbolo. Y como alguien aparte, también, siempre ofreció algo distinto, que con el tiempo se tornó singular y perenne, el mencionado jungle beat. Lo hizo acompañado de sus colaboradores eternos: «La Duquesa», su hermanastra en la segunda guitarra; Billy Boy Arnold en la armónica, Franz Kirkland o Clifton James en la batería, Otis Spann en el piano y Jerome Green en las muy características maracas y coros.

Ese “jungle beat” o “Diddley sound” (como también se le conoció) era un elemento sobrenatural brotado del ambiente selvático y transformado culturalmente en un latido eléctrico, con el que este músico canalizaba la fuerza, la energía, de una nueva música que incluía un ritmo poderoso y repetitivo, acompañado de letras tan ligeras como provocativas.

Un pequeño listado de tales canciones dará cuenta de la magnitud de sus alcances: “Who do you love?”, “Before You Accuse Me”, “Pretty Thing”, “Road Runner”, “Crackin’ Up”, “I’m Sorry”, “Love is Strange”, “Hey Good Lookin’”, “Mona”, “You Can’t Judge a Book by the Cover”, “Diddy Wah Diddy”, entre otras y además de las anteriormente mencionadas “I’m a Man” y “Pills”.

Así como la de sus intérpretes: Muddy Waters, Buddy Holly, The Everly Brothers, The Zombies, Los Lobos, John Hammond, Eric Clapton, Captain Beefheart, The Animals, Pretty Things, George Thorogood, Ronnie Hawkins, Tom Petty o los Rolling Stones, entre muchos otros.

La reverencia mostrada por los músicos posteriores hacia las raíces del rock de Diddley, constituye la prueba tornasolada sobre su mitología  en el rock, y ésta se aplica desde que tal músico apareció en el horizonte. Desde entonces, ninguna historia rockera, por humilde que sea, estaría completa sin una confesión de su deuda con tal música.

El rock significa, en primera y última instancia y para siempre, la revisita a lo primitivo. Cuando los herederos del rock (desde hace siete décadas) han buscado hacer su música, se dirigen instintivamente hacia el rhythm and blues y hacia el rock and roll engendrado por aquél, y algunos de sus más talentosos representantes abrazan el jungle beat de Diddley como varita de virtud. Y lo hacen de modo tan voluntarioso como selectivo para señalar un sonido distintivo.

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VIDEO SUGERIDO: Bo Diddley – Road Runner, YouTube (VidZone)

 

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CHARLES DICKENS

Por SERGIO MONSALVO C.

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 SU LARGA SOMBRA

El escritor Charles Dickens figura dentro del canon de la literatura inglesa  con cinco títulos entre los cien libros más importantes escritos en dicha lengua. En el orden que le han asignado está en el lugar número 17 el texto titulado Great Expectations (Grandes esperanzas, en español), al que le siguen David Copperfield (#34),  A Christmas Carol (Cuento de Navidad, #47), A Tale of Two Cities (Historia de dos ciudades, #63) y Bleak House (Casa desolada, #79).

No obstante, otras muchas novelas gozan de enorme prestigio popular tanto dentro como fuera de la Gran Bretaña. Entre ellas están, por mencionar algunas, Barnaby Rudge, Oliver Twist, Hard Times (Tiempos difíciles), The Pickwick Papers (Papeles póstumos del Club Pickwick) o la hechura misma de su inconcluso relato The Mystery of Edwin Drood (El misterio de Edwin Drood).

De este último llevaba escritos antes de morir unos dos tercios y había hecho desaparecer a su protagonista dejando solo un esbozo de cómo debía continuar el relato (en el 2011 la BBC británica hizo público el trabajo encargado al guionista de cine y televisión Gwyneth Huges para completarlo).

En todos esos relatos quedan de manifiesto la creación de un estilo y las técnicas literarias que lo convirtieron desde un inicio en un autor clave no solamente británico sino también de la literatura universal.

Este hombre nacido en Portsmouth, Inglaterra, el 7 de febrero de 1812, destacó por igual con su trabajo periodístico y su filantropía. Sin embargo, fue dentro de la literatura donde se movió como un maestro del género narrativo (con los ingredientes del humor, la ironía y el uso a discreción del sentimentalismo, recurso este último que ha sido saqueado a granel por diversas materias desde entonces).

Asimismo, dio vida a personajes inolvidables del género como Barnaby Rudge, Oliver Twist, David Copperfield, Sam Weller o Ebenezer Scrooge (el protagonista de Cuento de Navidad y hoy arquetipo del gran tacaño, cuyo rostro actual podría ser el de cualquier banquero).

Uno de los recursos que lo convirtieron en referente de la era victoriana, a la que perteneció, fue su atingencia y oportunidad en el formato de la novela por entregas, muy usual en su época.

Pero sobre todo por la utilización del comentario social dentro de la obra. Motivo que llevó a Karl Marx, otro victoriano, a afirmar que Dickens había ofrecido al mundo más verdades de orden político y social que las pronunciadas por todos los políticos profesionales, publicistas y moralistas de su tiempo.

VIDEO SUGERIDO: Jim Carreys A Christmas Carol Official Trailer, YouTube (DisneyMovieTrailers)

En la cultura popular la obra de Dickens ha tenido influencia en el cine (con casi doscientas adaptaciones fílmicas: la más reciente A Christmas Carol del director Robert Zemeckis en 3D), la radionovela, la telenovela, el teatro y la música.

En esta última disciplina han sido notables las puestas en escena de varios de sus textos en obras musicales, sobresaliendo por su cantidad las de Oliver Twist (cuya adaptación en el 2011 por la Ópera de Damasco en Siria fue todo un acontecimiento cultural).

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En el rock, por su parte, la presencia de Dickens ha quedado patente en los nombres de grupos y solistas de tal escena. El de Uriah Heep, por ejemplo, ese personaje antagónico sinónimo de obsequiosidad, falsa humildad e hipocrecía que apareció en la novela David Copperfield, que sería utilizado por el homónimo grupo británico de hard rock y heavy metal con tintes progresivos fundado en 1969.

(Por cierto, Uriah Heep fue la primera banda de Occidente en tocar en la Rusia soviética, durante el gobierno de Gorbachov. En la actualidad todavía actúa, graba y realiza giras por el mundo, con 30 millones de discos vendidos de sus casi 50 títulos publicados hasta la fecha, entre los de estudio, en vivo y recopilaciones.)

A su vez está un cantante y compositor bizarro que tomó su nombre también de uno de los personajes de Dickens (de A Chistmas Carol, en específico): Tiny Tim.

Tiny Tim fue un neoyorquino (cuyo verdadero apelativo era Herbert Khaury) que poseía un voz vibrante de falsetto, con la cual desarrolló una dilatada carrera musical dentro del mundo pop (desde 1968), acompañado por el ukulele como único instrumento, con el que grabó interesantes, extraños, singulares o inauditos álbumes.

Aunque los fanáticos del grupo Kiss de algún lugar del mundo han hecho correr (en caracteres dentro de Internet y en las redes sociales) el rumor de que la canción “Great Expectations” de su disco Destroyer era un homenaje del grupo al escritor británico, no existe referencia alguna que justifique esa falacia. Nada tiene que ver la letra de tal pieza con la obra del escritor. Great Expectations es una obra maestra de la literatura, el tema de Kiss sólo una vulgaridad.

Charles Dickens, pues, ha extendido su sombra a lo largo de varios siglos y el 7 de febrero del 2012 el planeta celebró, de una u otra manera, el bicentenario del nacimiento de este clásico perenne.

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VIDEO SUGERIDO: Tiny Tim – People Are Strange, YouTube (LuchadorGnome)

 

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BIGGER THAN BOTH OF US

Por SERGIO MONSALVO C.

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 HALL & OATES

Estos pioneros del soul blanco, Daryl Hall y John Oates, crecieron en Filadelfia y se conocieron en 1967 en un coro de estudio. Oates había sido integrante de Masters y Hall, ex de Kenny Gamble and the Romeros y Temptones, luego formó el grupo de soft rock Gulliver, con el cual sacó un álbum para Elektra.

En 1969 empezó a escribir en colaboración con Oates. La editora musical Chapell los contrató como equipo de composición. Tiempo después Oates viajó a Europa y Hall trabajó como músico de estudio con los Intruders, Stylistics y Delfonics.  En 1972 ambos cantantes y guitarristas le dieron forma concreta a su asociación y fueron contratados por Atlantic. Con Arif Mardin como productor presentaron una cruda mezcla de folk rock denominada Whole Oates.

Pequeñas dosis amalgamadas de soul, gospel, rhythm and blues, folk y pop compusieron el material de su segundo L.P., Abandoned Luncheonette (1973).  Al año siguiente apareció el álbum conceptual War Babies, bajo la producción de Todd Rundgren.  Tras este trabajo cambiaron de disquera (a la RCA) y bajo el nuevo sello grabaron Bigger Than Both of Us (1976), pletórico de exitosos sencillos y ventas millonarias.

Los cinco discos aparecidos entre 1977 y 1979 conservaron su alto nivel técnico, instrumental y vocal, pero sin avance artístico alguno.  Así desfilaron: No Goodbyes, Beauty on a Back Street, Livetime, Along the Red Ledge (que contó con la participación de George Harrison); X-static agregó el toque discotequero, pero sin dar mayor impulso a la carrera de Hall and Oates.

El cambio se dio en 1980 con Voices, obra producida por ellos mismos y en la cual colaboraron Sara y Janna Allen como compositoras. Este acetato se mantuvo en las listas del Billboard por 100 semanas consecutivas e incluyó dos de los sencillos más destacados de 1981: «Kiss on My List» y «You Make My Dreams».

De esta manera tuvo comienzo la fase más fructífera del grupo, con los discos siguientes: Private Eyes, H2O, Rock and Soul Part 1 (Hall produjo Sacred Songs, su primer disco como solista, en compañía de Robert Fripp en 1976, pero la RCA lo editó hasta 1980).  Después de Big Bam Boom sacaron el L.P. en vivo Live at the Apollo (1985) con ocasión de un concierto de beneficencia llevado a cabo en Harlem a favor del United Negro College Fund.

En 1986 Hall realizó su segundo álbum solista llamado Three Hearts in the Happy Ending Machine (con Bob Geldof y Joni Mitchell); mientras tanto Oates produjo al grupo Parachute Club y compuso material para los australianos de Icehouse.  Hall and Oates entró de nueva cuenta al estudio para grabar Ooh Yeah! (Arista, 1988), el cual, junto con Change of Season (BMG, 1990), habla de la intención perfeccionista del dúo en la técnica auditiva y el refinamiento en la composición. Sin embargo, este material de probada y pulida producción condujo al dúo, desde entonces, directamente al fatal reino de la autoparodia, en el que se instalaron para las siguientes décadas.

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VIDEO SUGERIDO: Do What You Want, Be What You Are – Hall & Oates, YouTube (konekoxox)

 

Tornamesa

GARAGE/8

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EL BEAT DEL ZOO

The Yardbirds era un grupo británico de amantes del blues primigenio al que Eric Clapton vino a darle volumen, amplificación, el protagonismo de la guitarra, un repertorio más amplio con sabor al Delta del Mississippi, y sentó, con sus cuerdas, las bases de un estilo para ellos. Era 1964.

Presionados por la disquera para que entraran al gran mercado estadounidense, la mayoría de los miembros del grupo aceptó grabar un tema de acercamiento al pop que marcaría la pauta para el grupo en los años siguientes. Pero que provocó la ruptura con Clapton.

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La última aportación de Clapton a los Yardbirds fue el recomendado para  sustituirlo: Jeff Beck. Y con él el uso de la abstracción conceptual, la mezcla de blues, rock y pop de manera experimental, la psicodelia, el feed back, la distorsión y la improvisación virtuosa para brindar mayor fuerza.

La de los Yardbirds no es una historia lineal en su desarrollo sino de momentos evolutivos, prodigiosos y seminales. Con cambios de personal y rumbo, de Clapton a Beck, de éste a Jimmy Page, y resueltos con pinceladas de genialidad. En su trilogía de guitarreros se fundamentó el desarrollo del instrumento como guía para el rock.

A los jóvenes ingleses les gustaba la música y cantar. Y Eric Burdon lo hacía a la salida del trabajo en Newcastle. Hacía grandes coros en las tabernas acompañando la voz de Little Richard, John lee Hooker, Chuck Berry, Sam Cooke, Ray Charles, a los negros de la Unión Americana.

Así se aficionó por esos sonidos, por esa vitalidad y energía. Y como una cosa lleva a la otra, decidió unirse al grupo de Alan Price, Rhythm and Blues Combo, en 1962. Al entrar Eric cambiaron su nombre al de Animals y fundamentaron la música en sus ídolos. (“Babe Let Me Take You Home”, The Animals.  t5 d1 Complete Animals 2’23”)

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Los jóvenes que blueseaban en aquella Inglaterra de posguerra, como The Animals, se hicieron conscientes de las realidades del mundo. Ya no se pudo decir que los blancos eran incapaces de tocar o cantar el blues. Ya no era una cuestión de raza o de color, sino de actitudes ante la vida.

The Animals tuvieron su primer ciclo entre 1962 y 1966. La voz de Burdon y los teclados de Alan Price resultaron un referente para infinidad de grupos de garage estadounidenses, mientras el bajo de Brian “Chas” Chandler se hizo omnipresente.

Yardbirds y Animals fueron grupos señeros para la primera generación de garageros en los Estados Unidos. Su estela aún permanece.

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VIDEO SUGERIDO: The Yardbirds: Heart Full Of Soul: Live 1965: Shindig!, YouTube (Zacky Dog)

 

GARAGE 7 (REMATE)

PAOLO CONTE

Por SERGIO MONSALVO C.

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 AUTORRETRATO CON MÚSICA

Me es imposible imaginar a Paolo Conte como el Licenciado en Derecho que es o trabajando como un activo notario, aplicando cláusulas, extendiendo certificados o recitando como abogado alguna oscura ley en un tribunal. Imposible. Creo que él mismo tampoco se pudo imaginar así de por vida y prefirió evitarse esa existencia convencional de la que era egresado.

En cierto momento optó por vivir las cosas de otra manera, sin reglamentos de por medio. Y lo hizo de la mejor manera: dedicándose a la música, de la que desde niño había sido un gozoso estudiante. Primero lo hizo como compositor (en los sesenta), surtiendo a intérpretes populares. Pero no tardó en estar frente al público cara a cara, exponiendo sus experiencias y exponiéndose como artista de lo cotidiano (a partir de los años setenta).

Su educación de cualquier modo le sirvió como herramienta para el buen manejo de las palabras, del humor y de la observación. Conte sabe condensar en pocas estrofas la complejidad de ello  y  sube al escenario –a cualquiera– para enfrentarse a eso. Y no hay que decir “al público” en general sino a «su» público, porque su espectáculo provoca un raro fenómeno interrelacionado con la identificación. Aunque en los conciertos no se dirija a él, ni siquiera con un «gracias» o un «buenas noches». A pesar de ello “su público” lo sumamos a todo aquello que nos gusta.

Paolo Conte  es un músico y compositor del norte italiano (nacido en Asti, Piamonte, en1937) de reconocido prestigio internacional. Es cantautor de música de variedades y cuya obra está influenciada por el jazz y el blues que escuchó de niño.

Su obra, desde el comienzo fue acogida con superlativos por la crítica especializada, que lo ha llegado a situar junto a Jacques Brel, Leonard Cohen y Tom Waits. Tal vez porque es ya un clásico intemporal, fuera de cualquier moda o tendencia que no sea la suya.

El mundo reflejado en las canciones de Conte tiene muchas influencias de las estéticas surgidas de la cinematografía, del jazz (aprendido de los profesores y doctores afroamericanos, especialistas de las variedades), del mundo circense o del cabaretil.

Sus letras, irónicas y sensuales, están inspiradas en un imaginario onírico de corte surrealista. No acepta que lo vivido no implique lo pensado, recordado, imaginado o soñado. O sea: lo real indeclinablemente uncido a lo surreal.

«Como artista nunca me he dejado influir por la realidad; he mantenido la comodidad del sueño, de la fábula; el placer de contar algo sin dejarme atrapar por los problemas. Y sigo así», asegura.

 VIDEO SUGERIDO: Paolo Conte: “Via con Me”, YouTube (alfredomusicayvino)

El texto de sus canciones se sustenta en una ornamentación instrumental brillante que va del blues clásico al hot jazz, del tango apátrida a la música de cabaret, del experimentalismo más audaz a la música de banda de los pueblos mediterráneos, los apuntes vanguardistas, las músicas africanas o latinoamericanas.

Al momento de componer me gusta trabajar con los métodos tradicionales. Hago siempre primero la música, porque es la que hace a la pieza. Si tienes tres minutos que ya están listos tienes lo ideal para una canción. Después escribo el texto, mucho tiempo después, porque tengo que encontrar algo en las palabras que case con la música que ya he escrito y no es fácil«.

Normalmente hoy se hace al revés. Yo utilizo el viejo sistema americano y creo que es también el modelo tradicional, aunque es cierto que ahora están los grandes cantautores que se creen grandes genios literarios y que ponen primero las palabras y luego buscan la música«.

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Mi sistema explica la presencia de un popurrí de lenguas en mis canciones –It’s wonderful, it’s wonderful, por citar una–, porque aunque no utilizo distintos idiomas me gusta hacerlo por el sonido que  tales palabras no italianas aportan a la música”.

«Cuando escribo en otros idiomas que no son el italiano lo hago porque siento que la atmósfera de ciertas canciones es deudora de una lengua, sea inglés, el francés o el español. La propia música pide una atmósfera”.

Naturalmente yo me siento más cómodo con el italiano; es mi lengua y conozco los significados, pero musicalmente, como cantante, considero que el inglés es la mejor lengua para este oficio, porque reúne una serie de elementos musicales: es una lengua elástica y tiene el acento al final de las palabras, mientras que el italiano tiene palabras largas con el acento en la penúltima sílaba, y para el swing hacen falta menos palabras largas«.

Por todo ello se aprecia la elegancia de Conte. Su italianidad sin imposturas, su normalidad estética, su amor por los ritmos pegadizos, por las orquestas de cabaret, por la era del jazz de cuando éste aún no tenía ni dramatismo ni urgencia, ni carga literaria.

Pese a que el jazz estaba prohibido por Mussolini, mi padre compraba partituras de jazz y blues en los años del fascismo y las tocaba en el piano de la casa y luego nos las enseñaba. Por eso, desde pequeño, me fabriqué un espíritu a medida de esa música revolucionaria. Han pasado muchos años y sigo con la misma música y el mismo espíritu”.

Conte sigue fiel al jazz, en sus esencias, y es un obsesivo coleccionista de viejos discos de 78 revoluciones. Y aunque no rechaza lo que se hace hoy, sus querencias siguen en los orígenes.

«De joven yo escuchaba a Fats Waller, Charlie Kunz y Benny Goodman, el be-bop. Del jazz actual, no estoy muy informado, pero volviendo a las últimas formas me interesan aquellas más exasperadas, límites, tipo Ornette Coleman«.

«Puede ser que cuando pase el tiempo mi música sea más difícil de entender si no se saben las claves, pero también puede ser todo lo contrario». Alguien como él no deja de incluir en el periplo de su cancionero múltiples imágenes y monumentos al amor, la soledad o algún otro sentimiento profundo a su poética textual. Sin embargo, no desdeña lo aparentemente más próximo o fútil.

 “Basta que algo me conmueva –puede ser lo más humilde, una cuchara de plata, una cajita con imágenes de otro tiempo, un jardín entrevisto entre los arbustos, un pasador de mujer, un helado de limón, incluso—para que mi mente se escinda y encuentre la luz en alguna música que lo fije en mi mente”.

Conte dice que el máximo placer de sus conciertos lo obtiene cuando canta sus canciones más simples. Por suerte tiene un montón de canciones simples, con letras que son como burbujas de jabón sin poesía aparente. Asegura que cuando entona “Happy Feet” y nota a la gente menear los pies, se considera el hombre más afortunado del mundo.

Me gusta permitir a cada espectador ser el dueño de su sensibilidad y que incorpore a lo que ve y escucha su experiencia de vida, los colores, sabores y perfumes que aprecia«. Ése es el sueño de cualquier artista, proponer una nimiedad que irradie algo esencial. Paolo Conte lo ha conseguido por años, con una influencia expansiva.

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VIDEO SUGERIDO: PAOLO CONTE – HAPPY FEET, YouTube (VideoBoxCover)

 

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WIR SIND HELDEN

Por SERGIO MONSALVO C.

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 LOS HÉROES COTIDIANOS

David Bowie ha sido una enorme influencia para infinidad de grupo en diversas épocas. Sus temas son iconos culturales de los que han partido corrientes, reflexiones, géneros, carreras y vidas. Una de estas piezas es, sin lugar a dudas, “Heroes” cuya poética y contenido han sido diseccionados una y mil veces en todos los idiomas en busca tanto de la identificación como del conocimiento personal, íntimo. Es la piedra de toque que invoca el prurito romántico de la confirmación del yo en el mundo frente al universo.

En el idioma alemán apareció una versión de la misma en el 2007 a cargo del grupo Apocalyptica con la voz del cantante invitado Till Lindermann (de Remmstein). El hecho conllevó al nacimiento (como debe serlo todo encuentro cultural), con aquella semilla, de nuevos frutos en esas geografías.  La profundidad de dicha versión en clave de canto dramático en lengua germana hizo surgir a una banda que retomaría tal reafirmación existencial como razón de ser de su estética musical: Wir Sind Helden.

La aparición de aquella versión me hizo recordar la cita de Napoleón Bonaparte con respecto a tal lengua: “Cada frase de ese idioma es como un latigazo”. Para él no podía ser de otro modo, la importancia que cobraba el romanticismo en su época tenía como abanderados a los poetas y pensadores alemanes a los que él detestaba tanto como temía por sus ideas y conceptos sobre el hombre en general, cuando él encarnaba y pugnaba por ensalzar sólo al epopéyico.

El Napoleón conquistador buscaba en sus escritores afines que contaran las hazañas de los personajes como él; que contaran acerca de sus victorias, pero no sobre las derrotas. Los románticos alemanes (Goethe, Schiller, los hermanos Schlegel, Hoffman, Heine, Hölderling, Novalis, etcétera) se interesaban por lo que sucedía con los otros y sus heroicas proezas interiores de sobrevivencia. Por eso escuchar aquel idioma era para él una afrenta, un latigazo directo a la carne de su racionalismo megalómano.

La postura de dichos escritores es lo que encarna el grupo Wir Sind Helden (Somos héroes) en la actualidad matizada a través de la visión de Bowie. El rock es producto directo del romanticismo y tanto el británico como estos teutones lo confirman con su obra. La del primero es una harto conocida; la de los últimos –que tomaron uno de sus versos como nombre– es una que abarca ya varios álbumes: Die Reklamation (del 2003), Von hier an blind (2005), Soundso (2007) y Bring mich nach Hause (2010) entre ellos.

Este cuarteto está integrado por Judith Holofernes (voz y guitarra), Jean-Michel Tourette (guitarra y teclados), Pola Roy (batería) y Mark Tavassol (bajo). La formación es originaria de Berlín, pero a comienzos del siglo XXI decidieron cambiar su residencia a Hamburgo. Su estilo fluctúa entre el pop rock, el rock alternativo y el post-rock, con el uso del idioma alemán y las herramientas de la metáfora poética para hablar de la realidad del mundo actual: materialismo, consumismo, la simulación, la vigilancia de Estado.

VIDEO SUGERIDO: Wir Sind Helden – Guten Tag, YouTube (emimusic)

Pero tanto el amor como la falsedad artística ocupan también un papel preponderante en su lírica. E igual que su estilo musical, oscilan entre el sentido del humor y la gravedad distópica. Por eso mismo, en este época de siglas, se les ha incluido en la escena de la Neue Neue Deutsche Welle (una importante corriente musical derivada de los años ochenta que los ha  puesto en la cresta de dicha ola contemporánea en lengua germánica, a la que también se pueden añadir bandas como Silbermond y Juli).

Las canciones reunidas y trabajadas por Wir Sind Helden tienen un marco referencial. Son imágenes sin nombre de gente sin nombre que guardan, sin embargo, la memoria del retratado y de cuanto vieron sus ojos. Por eso sus letras esquivan el informe sociológico y apuntan a un tiempo irremisiblemente fugaz, el del individuo como tal. De ahí que hagan pensar. Más que abrir entornos sugieren los de quien actuó y padeció siendo uno: vemos su figura, ignoramos su hacer y su decir, pero no su sentir.

La evolución de los preceptos del grupo nunca ha agotado el potencial de su primigenia voz narrativa, es como si el cuarteto dominara su capacidad de fabulación lírica en favor de lo testimonial. La magia de estos alemanes consiste en dibujar un territorio de la mente y hacer vivir en él para siempre a un héroe sin edad, astuto y vacilante que siempre tiene algo de nosotros.

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Quizá sea este el punto de las piezas. No está en las historias mismas, sino en su elección. Y junto a los sentimientos y emociones expresadas en ellas revive la complicidad entre el escucha y ellos (los autores). Nada sabemos de los personajes que retratan, pero como músicos sugieren ese espacio, ideal e irrepetible, trazado por la inteligencia en las canciones. Sus álbumes  son así un compendio, no de hechos y objetos, sino de imágenes y gestos anónimos que en sus manos logran el heroísmo de la vida cotidiana.

Esos discos son una especie de viaje a la realidad y, al mismo tiempo, a la antigua dualidad que oponía aquella a la ficción o la vida al arte. Wir Sind Helden ha compuesto para tales álbumes canciones que fluyen misceláneas y errabundas al igual que la vida, en un dejarse llevar liberador para quien está acostumbrado  al trabajo de urdir con soltura y dando prioridad a la acción diaria, sin epopeya. El resultado de la liberación son unos fragmentos de vida en donde se pasa sin cortapisas de la reflexión a los hechos.

En las andanzas por sus tracks es posible cavilar sobre un episodio cotidiano o ir a una lectura de la suerte para luego ofrecer una sentencia arquetípica: “Moriré y nada sabré, pero me habré preguntado qué haré conmigo hasta que eso suceda”. Son simples divagaciones por las que en algún momento hasta se disculpan: “Perdóname escucha si estoy mezclando los temas, pero mi mente no deja de trabajar”. Su mezcla resulta grata y rica, quizá por la cohesión que le procuran con los elementos extraídos de sus influencias.

En estos retratos del día a día, en la vida de una de ficción musical hecha con retazos de la realidad contemporánea de fondo, nos van mostrando poco a poco imágenes de lo que alguien, cualquiera, ha querido ser y de lo que es.  “Sueño con una vida que me convierta en heroína” canta ella. Mientras el grupo entero arropa su imaginación y con la música sacian su sed de aventuras al mostrarle el entorno, su accionar, su permanencia y su lucha entre lo útil y lo poético en el trajín del ahora.

Perspicaces son sus ideas sobre cómo fueron y cómo serán los héroes. En esencia, la música de este grupo trata sobre qué actos hacen civilización y los que pueden destruirla.

Wir Sind Helden representa el romanticismo de quien tiene fe en el lenguaje como salvaguarda humana. Un reconocimiento de que a los hombres no nos es dado saberlo todo, lo que hace del misterio vital algo ineludible. Y ello da frutos paradójicos y oraculares. “No estamos preparados para la vida, y somos seres imperfectos”. Pero entre tantas dudas asoma la certeza de que la música –hecha con esas emociones– es un bien necesario para examinar nuestra humanidad, la de todos los días, la heroica.

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VIDEO SUGERIDO: Wir Sind Helden – Nur Ein Wort (Video), YouTube (WirSindHeldenVEVO)

 

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