LONTANANZA: MADE IN JAPAN (I)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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(GARAGE ROCK)

El de garage es quizá el subgénero más asequible de la cultura rockera actual —una cultura más que homogénea, global y contemporánea de lo que por lo regular se admite—, pero lo asequible no produce necesariamente buenos frutos. Lo que sí lo hace es tener la actitud, la idea y las referencias históricas a las cuales acercarse.

Cabe señalar que, como actitud, el rock de garage comenzó en el mismo momento de su nacimiento y se ha mantenido como dogma.

(Ejemplo 1: Masaki Hirao encarnó en la mejor imagen allá en el Lejano Oriente. Con todo ello, el cantante japonés consiguió incendiar aquellos horizontes.)

Como idea, el rock de garage brotó de los fundamentos filosóficos del romanticismo en el que está contenido su espíritu.

Y las referencias, son las fuentes de las cuales el garage rock ha abrevado a lo largo de su existencia y desarrollo, que ya cumple más de seis décadas.

(Ejemplo 2: All Stars Wagon, fue una dotación de septeto, un soporte explosivo para hacer interpretaciones memorables para los anales de la historia del género por aquellas tierras.)

En el rock de garage, surgido de la geografía que sea, las culturas de élite y popular suscriben el mismo conjunto de conceptos: pasión, energía, actitud, espíritu, pruritos románticos por excelencia.

Tal subgénero rockero se distingue de cualquier otra música a causa de esta ideología compartida.

(Ejemplo 3: The Carnabeats fue un quinteto que inició como Robin Hood,

pero en 1967 cambiaron hacia un nombre más acorde con su estilo.)

La ideología garagera del rock atraviesa históricamente todas sus subdivisiones internas y evoluciones cronológicas —del rhythm and blues al Underground-garage de las primeras décadas del siglo XXI, pasando por el proto-punk, el revival y el garage punk, entre otros derivados—.

(Ejemplo 4: The Dynamites, un quinteto oriundo de Tokio, formado en 1965. Tuvieron varios éxitos en los discos de 45 r.p.m.)

Lo que existe ahora o vaya a existir en el futuro en esta música es inherente a lo ya sucedido. Como ya apunté, el subgénero en primera instancia y por toda la eternidad será una idea.

(Ejemplo 5: The Mops, una banda formada en 1966 en una preparatoria japonesa. Tenían como clara influencia a The Ventures y la guitarra líder.)

En Japón la cuestión fue así: en aquellos años de privaciones y de confusión, que fueron los de la posguerra, los japoneses todos estaban urgidos de dosis de romanticismo y la música se las dio. Las baladas y el folclor permearon el ambiente.

(Ejemplo 6: Zoo Nee Voo, fue un sexteto formado en 1966, con inclinación por la naciente psicodelia.)

En una década dicha sociedad produjo un increíble desarrollo económico y convirtió a Japón en una sociedad de masas, consumo y tecnología, aunque con ideas muy moderadas.

(Ejemplo 7: Fingers fue un quinteto integrado por estudiantes universitarios que sentían pasión por el rock franciscano.)

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E igualmente, los japoneses descubrieron, lo mismo que el resto del mundo, que existía la adolescencia y que ésta quería sus propias formas de vida, sus propios valores y por ende su propia música. Exigían su particular modernidad.

La difusión del rock estadounidense debida a la presencia de las tropas de ocupación, sus emisoras de radio, rockolas, sus discos y películas, les dio la sonoridad que buscaban.

(Ejemplo 8: The Beavers fue un sexteto formado con ex miembros de los Spiders y exitosos vendedores de discos sencillos.)

Los sonidos salidos de aquellos acetatos y bocinas les proporcionaron el conocimiento de Elvis Presley, de Bill Haley y de las florecientes escenas del rock y el rockabilly. El contagio fue inmediato y por doquier surgió la icónica figura del idoru, el simil autóctono del rebelde sin causa.

Arrancó la segunda mitad de los años cincuenta y tan solo era cuestión de tiempo que irrumpiera la primera guitarra eléctrica, así como los primeros cantantes y grupos que hacían versiones de sus ídolos, pero también los que adaptaban las letras de las canciones al idioma japonés.

(Ejemplo 9: Outcast, una banda de cinco miembros que practicaba diversos estilos, con énfasis en el uso de la guitarra).

Las publicaciones especializadas y la naciente televisión se hicieron eco de tal movimiento musical y Japón entró así en la modernidad del siglo XX.  “Los japoneses recopilamos influencias, las interpretamos y las reclasificamos. Nos creamos así a nosotros mismos”, dijeron sus intérpretes.

Con los pioneros del rockabilly de los años cincuenta en el país del Sol Naciente comenzó la historia del género del 4×4 por aquellos lares, la cual con el paso de los años se daría en llamar J-Rock (rock japonés).

(Ejemplo 10: The Bunnys, grupo liderado por Takeshi Terauchi, considerado por entonces el mejor guitarrista japonés.)

Con su presencia, los nuevos rockeros, dieron cuenta fiel de las influencias llegadas de la Unión Americana, del estilo de sus representantes, así como del surgimiento del mercado alrededor de esta música.

(Ejemplo 11: The Spiders, una banda semillero del rock japonés, con influencia marcada de la Invasión Británica.)

El grueso de los intérpretes del rock de garage japonés se formaron en la capital nipona.

Como en prácticamente todo el mundo, los grupos japoneses de garage surgieron a mediados de la década de los sesenta, pero en la actualidad forman un gran conglomerado de la cultura rockera de aquellos lares.

VIDEO: 02 – JAPAN OLD ROCK’N’ROLL 1958-78 RPM, YouTube (sevennightsrock)

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LOS EVANGELISTAS: NICK LOWE

Por SERGIO MONSALVO C.

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Se me han muerto muchos héroes últimamente. Así que de vez en cuando decido cerrar los ojos para ver si ese azote abre un paréntesis. Y cuando los abro, Nick Lowe sigue todavía ahí, por fortuna. Él es ahora un tipo en el ecuador de los setenta pero con el espíritu joven de los años cincuenta. Ya quedan pocos así. Además, cuenta con una hoja de servicios entrañable, dilatada y sin mácula.

Tiene en su haber grandes aciertos grabados con él en medio; tiene producciones históricas con él en las consolas; y tiene, sobre todo, un código musical y de trabajo sin torceduras hype o de moda, que lo han caracterizado y proporcionado su popularidad sin fama (lo primero, entre los músicos; lo segundo, con el público). Lo mejor es que sigue activo y ahí.

“(En 1968) yo era muy ingenuo –ha dicho Nick–. Era joven y estúpido. Y sabía que no me sería fácil encontrar un trabajo serio. Conseguí uno archivando papeles, preparando té, redactando carteleras de cine, la lista de farmacias de guardia… Tuve muchísima suerte de conseguirlo porque salí de la escuela sin buenas calificaciones. Eran tareas humildes, pero a partir de allí podría convertirme en periodista. Era un primer paso.

 

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“Yo deseaba ser corresponsal de guerra: quería estar en la trinchera con un casco de acero y tecleando con mi máquina de escribir. Quería ser una especie de héroe y estaba muy impaciente por conseguirlo. Pero muy pronto me di cuenta de que no tenía talento suficiente para eso.

“Yo quería ser famoso. Eso es lo que te pasa por la cabeza cuando eres joven. A esa edad no piensas en el arte ni en desarrollar una carrera. Y creí que quizás la música me ayudaría a conseguirlo. Pronto descubrí que las cosas no funcionan así, pero reconozco que ese fue mi impulso inicial. También debo decir que sentí la música desde muy joven. De algún modo, percibí que estaba capacitado para ello. Y por aquel entonces recibí una llamada de un amigo de la escuela: Brinsley Schwarz”.

Nicholas Drain «Nick» Lowe (nacido en Surrey, Inglaterra, el 24 marzo de 1949) comenzó su carrera en 1967 junto a Brinsley Schwarz en el grupo Kippington Lodge, y amigo que luego daría nombre a su siguiente banda.

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Dentro de esta última (en la que permaneció entre 1969 y 1975 e interpretaba country y blues-rock), compuso las primeras de sus canciones más recordadas: “(What’s So Funny ‘Bout) Peace, Love and Understanding” y “Cruel to Be Kind”, convirtiendo así a Brinsley Schwarz en la agrupación más emblemática del pub-rock británico.

Su salida de la banda coincidió en el tiempo con la llegada del punk. De éste lo que en realidad le interesó fue su actitud. Sintió que se avecinaban cambios y quiso estar ahí. No lideró el movimiento, pero produjo el primer sencillo del punk británico de todos los tiempos (“New Rose”, para el grupo The Damned, con el sello Stiff en el que comenzaron a grabar varios grupos del género).

En el anecdotario de la época se cuenta que los integrantes de The Damned lo llamaban “tío” o “abuelo”, porque le gustaba el country & western y oía viejos discos de soul. Y eso que sólo tenía 23 años.

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Con su atrevimiento Lowe se ganó el puesto de productor habitual de la compañía disquera, misma donde editó el primer single de su discografía como solista: “So It Goes”. Al que siguieron “Heart of the City” y “I Love the Sound of Breaking Glass”. Igualmente, conoció a Dave Edmunds y juntos fundaron Rockpile, pero por cuestiones contractuales tuvieron que dejar el proyecto pendiente.

Lowe dejó de lado el punk porque prefería canciones con melodía, así que, con sus antecedentes y predilecciones encontró mejor acomodo en la corriente New wave. Con Rockpile quería tocar temas “como los de Chuck Berry, pero al triple de velocidad”.

A la espera del momento, Lowe produjo a una parte de los nombres más recordados de entonces, como los primeros discos de Elvis Costello, Graham Parker, The Pretenders, Dr. Feelgood, John Hiatt, The Rumour, entre otros. Su trabajo le ganó el apodo de basher (algo así como “el que va al grano”) porque su lema era: “Grabémoslo rápidamente, lo embelleceremos después”.

VIDEO SUGERIDO: Rockpile Nick Lowe Dave Edmunds Heart Of The City, YouTube (John Blaney)

Con Rockpile, a la postre, solo llegó a editar un disco (Seconds of Pleasure, en1980), ya que los diferentes contratos de él y Edmunds con distintas compañías y mánagers les complicaron el trabajo (de hecho, su segundo disco no vio la luz hasta el 2011, una grabación en vivo durante su actuación en el Festival de Montreux de 1980), lo mismo que las tensiones provocadas entre ambos por el exceso de alcohol y drogas.

Todo ello llevó a la disolución del grupo en 1981. Pero quedaron para la posteridad esos perfectos tratados de pop-rock breves y con melodías relucientes que fueron sus canciones como “Heart”, “When I Wright The Book” o “Play That Fast Thing”.

Durante la década de los 80, a pesar del abuso de alcohol y estimulantes, continuó editando discos como solista, siempre dignos (como ejemplo está la lista de Labour of Lust a Pinker and Prouder than Previous), e incluso dio vida a nuevos proyectos (The Chaps, Noise To Go, The Country Ouftif) y a producciones para otros como la de Carlene Carter (Musical Shapes), con quien se casó en 1979. Sin embargo, su autoestima no estaba en el mejor momento. Se sentía extraño en el paraíso del sintetizador que era aquella década.

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No obstante, tuvo la suerte de que Johnny Cash –su suegro desde que se casara con su hijastra Carlene – se interesara en sus canciones, haciendo suyas varias de composiciones.

A golpes de vida se fue dando cuenta de que la fama no era lo importante, y de que la búsqueda de ésta lo que hacía era sabotear cualquier intento de redimensionar su carrera. Buscaba un sonido, pero aún no sabía muy bien cuál, con quién grabarlo o de dónde saldría. Mientras tanto, su mánager lo obligó a aceptar una invitación para entrar en el estudio con John Hiatt en Los Ángeles, que él había rechazado previamente por mil naderías.

Aquellas sesiones de grabación se convirtieron, a final de cuentas, en el debut del supergrupo Little Village en 1992 (en el que Lowe compartía cartel con Ry Cooder, John Hiatt y Jim Keltner), que sería de fugaz existencia (como todo supergrupo), pero que marcó la línea divisoria de una nueva etapa que estaba por llegar. «Ellos me ayudaron mucho para saber hacia dónde ir en mi encrucijada artística”, reconoce.

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Poco a poco imaginó y encontró un nuevo sonido, aquel en el que las canciones eran cada vez más sencillas y al mismo tiempo profundas: compuestas a la vieja usanza (con el corazón en la mano), y grabadas con sus músicos en el estudio, todos a la vez. “Soy afortunado, porque los miembros de mi banda [con los que lleva 20 años], además de saber un poco de todas las músicas y no ser instrumentistas relamidos, se atreven a soltar cosas como ‘eso no funciona’ o ‘es una idea terrible’. Nada de adulación. Eso es bueno para el trabajo”.

Eso lo empezó a mostrar en el disco The Impossible Bird en 1994 y lo ha seguido perfeccionando desde entonces en otros cuatro discos, incluyendo The Old Magic (2011). En estos cinco álbumes, más que recomendables, ha encontrado un sonido propio y un estilo intimista, elegante y depurado, con un humor suave y reflexivo, que fusiona sin complejos el country, el soul, el R&B y el pop, o sea, las raíces de la música popular estadounidense de las últimas décadas.

Hoy Nick Lowe no tiene reparos en mostrar y reflexionar sin temor en las cosas de la edad adulta con su toque de ligereza: “Mi estilo como compositor es el del pop clásico, el de los singles de 45 revoluciones. Como si me hubieran programado para escribir en la duración que marcaba ese formato: entre dos y tres minutos»: platillos suculentos para nuevos públicos. “Pop puro para gente de ahora”, como él mismo dice.

Su voz es mucho más rica, más cálida, más flexible. Se nota que es un hombre que disfruta el placer de cantar, de modular la voz, de jugar con su flexibilidad, de deslizarse por el paisaje de la melodía.

Nick Lowe se ha convertido finalmente, tras haber participado en mil correrías, en un clásico viviente. En uno de esos que mejoran con los años. Un héroe secreto que aún está ahí cuando se le necesita, por fortuna.

VIDEO SUGERIDO: Nick Lowe – “Sensitive Man”, YouTube (Yep Roc Records)

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ELLAZZ (.WORLD): RITA COOLIDGE

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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EL CANTO Y LA BELLEZA

Rita Coolidge nació en 1944 en Lafayette, Tennessee, como la cuarta hija de un matrimonio mixto para el cual la música siempre fue fundamental como lenguaje familiar. Su padre, además de ministro de la iglesia bautista era también maestro de piano y tocaba el órgano en el templo. Esto mantuvo a la infancia de Rita y sus hermanas inmersa en los tradicionales himnos del coro, que inspiraban también, pero de manera profana al soul y r&b.

Su gran talento vocal y como compositora florecieron desde el colegio, donde formó algunas bandas de folk y rock. Durante los estudios de arte que llevó a cabo en la Universidad de Florida State tenía la idea de dedicarse a la enseñanza del mismo al finalizar la carrera. Sin embargo, contra el destino nadie la talla, y un día en Memphis, ella y su hermana grabaron unos jingles para promocionar la iglesia de su padre.

Al escucharla los encargados del estudio la instaron a grabar un par de sencillos para el sello local Pepper. De esta forma fue escuchada en la radio por Delaney and Bonnie quienes la invitaron a unirse a su grupo, Friends, como corista. Así que se mudó a Los Ángeles a mediados de los años sesenta. Ahí comenzó su deslumbrante camino dentro de la escena musical. Con ese grupo conoció y grabó con Eric Clapton, luego con Leon Russell y así sucesivamente.

El blues, el soul, el rhythm and blues, el jazz, cantado por una mujer siempre adquiere otras dimensiones, vislumbra otros rincones, despierta otras sensaciones, nos hace ser otros de una u otra manera. A veces mejores; las más, peores. Las razones de ello son tan misteriosas como la naturaleza misma.

Las intérpretes cantaban sobre sí mismas, sobre lo que les pasaba: sus desamores, sus deseos, soledades y la incomprensión que las rodeaba. Esas han sido las formas de vivir el mundo, y en ello ha habido dramas y melodramas; tragedias y tragicomedias. Historias humanas, a fin de cuentas, cargadas de sus otredades esenciales.

Déjame contarte una de esas leyendas: una protagonizada por un cantante y una cantante que ejemplifican lo dicho. Curiosamente ninguno de los dos personajes es negro. Ella es Rita Coolidge, la “Delta Lady”, como se le conocería en el medio. Él es Joe Cocker, un intérprete famoso y reverenciado por varias generaciones, así que no me detendré en su persona, sino en la de ella.

Aunque pocos la conozcan fuera de los Estados Unidos, Rita es una estrella de la galaxia musical que va del blues jazzy al rhythm and blues. Ha sido ganadora varias veces del premio Grammy y su talento duradero, eterno según algunos, ha sido bendecido también por una belleza única. Una belleza exótica, resultado del amor entre una madre cherokee y un padre anglosajón. Ella, vocera de su comunidad; él, ministro de culto.

Rita ha trabajado duro en la afinación de su talento natural y conseguido un estilo atemporal muy difícil de obtener: suave, fino, dimensional, en el que privan los elementos musicales que van del jazz al rock, lo cual ha situado su voz dentro de la élite de la música popular desde hace casi cuatro décadas. Se ha sabido rodear de excelentes productores para la realización de sus discos, quienes la han situado en el mejor camino para exponer su voz, “esa que hace al mundo estremecerse”, según dijera uno de los periódicos más serios y flemáticos de Inglaterra: el London Times.

Por otra parte, una estrella como Rita siempre ha estado rodeada por otras de mayor intensidad. Las ha atraído su magnetismo. Su exitosa colaboración con Eric Clapton, George Harrison, Bob Dylan y Jimi Hendrix, al igual que los romances o canciones que ha inspirado resultan motivo para el anecdotario, empezando por Stephen Stills, el cual durante su relación le compuso tres temas intensos: “Cherokee”, “The Raven” y “Sugar Babe”; luego con Kris Kristofferson, con el que estuvo casada entre 1972 y 1979 y que le cantó innumerables piezas.

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Sin embargo, el caso más sonado tuvo que ver con el pianista y compositor Leon Russell y con Joe Cocker. A finales de los años sesenta, Rita participaba en las giras de los exponentes del folk-rock Delaney and Bonnie. En una de sus presentaciones la conoció Leon Russell, quien de inmediato se prendó de ella. Le compuso la canción “Superstar” para que ella misma la interpretara y luego consiguió que Joe Cocker la invitara a unirse a la gira que empezaría con The Mad Dogs & The Englishmen por todo el mundo. Russell se encargaría de la organización y arreglos musicales para tal gira, para la que compuso asimismo “Delta Lady”, inspirado en ella y con la finalidad de estrenarla en las presentaciones.

Todo iba viento en popa. Cocker estaba en el pináculo de su carrera como rockero; la banda formada por nada menos que 40 miembros era impresionante en escena, levantaba los mejores comentarios donde se presentaba. Había dinámica, energía, compenetración y música increíble. Pero el destino fatal intervino: Joe se enamoró perdidamente de Rita. Esto inició los problemas con Leon Russell, su director de gira. Joe quería interpretar el tema “When A Man Loves a Woman” para finalizar los conciertos y dedicársela públicamente a ella. Estaba enamorado hasta la médula y creía que era recíproco.

En los sound checks de las presentaciones, Joe se reunía con algunos miembros de la banda como Chris Stantion, Jim Gordon y Bobby Keys, para hacerle los arreglos necesarios a la pieza que quería incluir. La relación con Russell era cada día más gélida y distanciada. Le hicieron una buena versión y todo estaba que ni pintado, cuando cierto día en una ciudad del Sur de Estados Unidos ella le dijo a Joe que dejaba la banda, que se quedaría en ese lugar. El motivo: que había conocido a alguien y quería permanecer con él ahí. Se trataba de Kris Kristofferson. Y así nada más le dijo adiós a Joe. Tomó sus maletas, su paga y se fue.

Las cosas a partir de ese momento se pusieron negras para Joe y le costó años, décadas, recuperarse de aquello. La gira terminó en un desastre económico; Russell lo embarcó con innumerables cuentas cuyo cobro el fisco estadounidense exigía con la amenaza de meterlo a la cárcel; se enganchó con la heroína y comenzó a beber como un poseído. Nunca pudo cantar aquella pieza que preparó durante tanto tiempo y, paradójicamente, sí tuvo que hacerlo con la que Russell había compuesto para ella: “Delta Lady”.

Pasado el tiempo, había una pieza entre el repertorio de Rita que paralizaba los pulsos: “Am I Blue”. Un tema que elevaba la esencia del canto al suyo particular y la expandía como un aroma por todos los rincones del lugar, encima de los acordes. Se sentía en la nuca el aliento de su boca: “Am I Blue”, susurraba.

Cantaba esta pieza de manera lenta y voluptuosa, con los ojos cerrados, arrastrando la voz y la cadencia misma con la que su garganta recorría el contorno de sus abismos. Su ser se ubicaba intenso, en el difícil punto entre la melancolía y la incontinencia.

Los beneficios de su talento musical Rita Coolidge también los ha puesto a disposición de diversas causas sociales, las cuales han tomado cada vez mayor importancia en su vida, hasta el grado del semirretiro profesional por varios años.

Regularmente ofrece conciertos cuyas ganancias y regalías se destinan a las fundaciones para la prevención del suicidio entre los adolescentes, contra el Sida y a favor de los Homless, las personas sin hogar.

Asimismo, es una comprometida vocera de la comunidad nativo-americana, lo cual la ha llevado a colaborar con otros activistas en este sentido, como con el exintegrante de The Band, Robbie Robertson, con quien realizó el celebrado documental de seis partes para la televisión estadounidense: Music For The Native Americans.

VIDEO: Rita Coolidge – Superstar, YouTube (Lana Oldingtone 2)

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CANON: SYD BARRETT

Por SERGIO MONSALVO C.

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LA VISIÓN Y LA LOCURA

 

El hecho de que se crea que Roger Waters haya sido la fuerza que impulsara el aparato experimental llamado Pink Floyd hasta comienzos de los años noventa, para que luego tomara el mando David Gilmore, quizá sea verdad. Sin embargo, el carácter musical del conjunto, así como su imagen ante el público fueron forjados por otro: el olvidado Roger Keith «Syd» Barrett.

En el Londres de 1966 el beat y el rhythm and blues británicos ya habían visto pasar su mejor ciclo y dado paso al movimiento del flower power y a la música «psicodélica». Lo underground era el nuevo concepto y lema. La escena estaba dominada por grupos noveles que se aventuraban en terrenos estilísticos vírgenes: The Nice, Family y, sobre todo, Pink Floyd.

En los legendarios clubes UFO y Roundhouse de Inglaterra éstos últimos eran la atracción y sus creaciones de luz y sonido trastornaban todo lo escuchado hasta ese momento.

El exestudiante de arte Syd Barrett (nacido el 6 de enero de 1946) era el autor de dichas composiciones: «Arnold Layne», «See Emily Play», «Apples and Oranges», además de ocho canciones en el álbum debut de Pink Floyd, The Piper at the Gates of Dawn (Columbia, 1967), serían en el futuro clásicos inmortales.

El título del álbum fue tomado de un texto del poeta visionario William Blake y la mayoría de las canciones retrataban las imágenes muchas veces amenazadoras que Barrett creaba sobre la infancia. No obstante, el track más largo, la pieza instrumental «Interstellar Overdrive», indicaba el rumbo que el grupo tomaría después.

El primer álbum de Pink Floyd (con los integrantes originales: Barrett, composición, voz y guitarras; Roger Waters, bajo y voz; Richard Wright, órganos, piano y voz, y Nick Mason en la batería y percusiones) se grabó en el mismo edificio de Abbey Road y prácticamente al mismo tiempo que el del Sargento Pimienta de los Beatles.

Con su aparición cautivó a los escuchas por su innovadora mezcla de fantasía lírica, ingenio melódico, improvisaciones alucinadas y efectos sonoros surrealistas.

Como compositor y catalizador artístico del grupo, además de ser el único miembro dotado del carisma puro de una estrella del medio rocanrolero, el guitarrista Syd Barrett le había dado a Pink Floyd una voz, una identidad e incluso su misterioso nombre (combinación de los nombres de unos blueseros originarios de Georgia: Pink Anderson [1900-1974] y Floyd «Dipper Boy» Council [1911-1976]).

Sus entusiasmos e influencias se volvieron típicas: oráculos chinos y cuentos de hadas infantiles; ciencia ficción de serie B y los textos de J.R.R. Tolkien; las baladas folk inglesas, el blues de Chicago, la música electrónica de vanguardia, Donovan, los Beatles y los Rolling Stones. Todo cuajaba en el molde del subconsciente de Syd para reemerger con una voz, un sonido y un estilo únicos.

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En el escenario, cuando los músicos no se perdían por completo tras las proyecciones visuales y el destello de las luces, Barrett dominaba la imagen del grupo con la intensidad de su presencia; de manera ominosa agitaba los brazos envueltos en una larga capa, entre ráfagas de feedback interestelar.

En las grabaciones, las letras y la música creadas por él evocaban un mundo mágico poblado por viajeros futuristas en el espacio, agresivos travestis y los gnomos y unicornios de los cuentos de hadas: el mundo distintivo de Barrett.

Pink Floyd sin él era impensable. No obstante, debido a sus problemas la perspectiva de continuar con él para los demás miembros del grupo parecía igualmente nula. En ocasiones, Barrett estaba tan distante que casi se tornaba invisible; en otras, simplemente era imposible de tan errática.

VIDEO SUGERIDO: Rare PF Interstellar overdrive, YouTube (Paulo A)

Los amigos y colaboradores atribuían la metamorfosis de Barrett ya sea a algún trastorno mental latente durante mucho tiempo; a las presiones de la celebridad mundana sobre un muy sensible artista visionario de 21 años; o a una dieta constante de LSD y otras sustancias que le freían el cerebro.

Cualquiera que haya sido la causa, todo mundo estaba de acuerdo en que la situación iba de mal en peor. Su irresponsabilidad se tornó cosa de todos los días, con cada vez más frecuencia fallaba en el escenario, se negaba a aparecer o se desplomaba intoxicado.  Entonces, el 6 de abril de 1968 se confirmó que Barrett ya no formaba parte del grupo.

Durante un par de años el silencio descendió sobre él, y sólo las columnas de chismes de las revistas musicales informaban con regularidad sobre supuestos excesos alcohólicos y de drogas. Syd Barrett de repente pasó a encarnar al músico-existencialista genial pero incomprendido, que gozaba de la reputación de contarse entre los tres o cuatro escritores de letras realmente grandes, al lado de Bob Dylan.

Así, a comienzos de 1970 apareció su álbum debut como solista, Madcap Laughs (Harvest), creado con un poco de ayuda de Gilmour y Roger Waters.  Tras él Syd volvió a desaparecer en el exilio, para reaparecer luego de un año con el disco Barrett (Harvest).  Este álbum fue grabado con Gilmour, Rich Wright (teclados) y el baterista Jerry Shirley (de Spooky Tooth).

Desde entonces las noticias acerca del músico, sin duda talentoso, solían hablar de misteriosas enfermedades y adicciones, además de vaticinar reiterada e infructuosamente su comeback (vaticinios fundados en el interés de Bowie por ayudarlo). Los rumores abarcaron desde el «manicomio» hasta «operaciones del cerebro» y una supuesta muerte.

Lo cierto es que en 1988 apareció con la compañía Harvest el álbum Opel, una compilación de sus obras (lo cual seguiría sucediendo a lo largo de los años con todo su material disponible). Tiempo después se descubrió que vivía en Cambridge, metido en un callejoncito en la pequeña casa paterna de los suburbios londinenses.

El hombre que había dado el nombre y la ruta a Pink Floyd llevaba una existencia tranquila y solitaria, propia de un enfermo mental. Entre sus pasatiempos, sólo las pinturas acumuladas por ahí y los lienzos sin terminar ─pintados en un estilo abstracto─ indicaban que se trataba de un individuo dotado de una gran sensibilidad.

El resto del tiempo de Barrett lo pasaba entre los cuidados de su madre, su colección de monedas, la televisión y la lectura. No volvió a tocar una guitarra y la única música que escuchaba era jazz y clásica. No recordaba absolutamente nada de sus compañeros de grupo, ni las andanzas con el mismo.

No obstante, los derechos de los discos hechos por él con Pink Floyd siguieron produciendo suficiente dinero para subsidiar sus modestas necesidades, hasta que le llegó la muerte el 7 de julio del 2006 a los 60 años de edad.

Pink Floyd continuó su marcha triunfal, pero aquella pérdida y sus causas (la desintegración mental de la persona) dejaron una profunda huella en las composiciones de quienes se erigirían en sus guías: Roger Waters, primero, y David Gilmore (quien sustituiría a Barrett), después. Hoy Syd Barrett, a pesar de sus muchas aportaciones estéticas, es un antiguo dios descatalogado.

VIDEO SUGERIDO: Pink Floyd Live With Syd Barrett – 1967 (Prt 1/3), YouTube (Canale di TheSpaceFloyd)

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BLUES: DOCE HITOS DEL SIGLO XX (BESSIE SMITH)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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(LA EMPERATRIZ)

 

Salvo muy contadas excepciones, el blues de principios del siglo XX había sido un terreno mayoritariamente masculino. En la región del Delta del Mississippi, las mujeres que practicaban este género musical lo hacían en privado o cantando en las iglesias composiciones que posteriormente pasarían a formar parte del repertorio gospel.

Sin embargo, a las mujeres negras les atraía el blues sin remedio, ya que sus intérpretes eran hombres con un fuerte atractivo «diabólico» fomentado por las leyendas populares, los sermones dominicales, por el sonido de sus guitarras y armónicas y por el hecho de que siempre llevaban en los bolsillos algún dinero con el que podían invitarles un antojo o hacerles un regalo. En resumen, era un grupo de hombres que destacaba sobre lo que ellas acostumbraban ver en las plantaciones, su único entorno.

En comparación con los blueseros las desventajas para la mujer que cantaba en público eran abundantes. Ellos no sufrían las agresiones sexuales por parte de sus admiradores, podían cantar en las esquinas de las calles o al fondo de las barras en una cantina, y por supuesto podían tener una disipada vida sexual sin problemas, ya que sus continuos desplazamientos les permitían pasar desapercibidos.

En otro aspecto, pocas mujeres del Delta cantaban y componían el blues, ya que obviamente no tenían la facultad de vivir las experiencias de los hombres, y por lo tanto de «vivir» el blues.

Además, el hecho de que una mujer tocara el violín o la guitarra —instrumentos que inspiraban semejanza con el cuerpo de una mujer, complementado con un mástil como símbolo fálico— no era en absoluto bien visto… hasta que llegó la década de los veinte con Mamie Smith, Ma Rainey y desde luego con Bessie Smith, el arquetipo del bluesero encarnado en una mujer.

La existencia de Bessie Smith fue un conjunto de desastres. Ganó mucho dinero, pero lo gastó todo en los hombres a los que amó, en darlo a la gente que lo necesitaba o la engañaba con ese argumento, y en la bebida, que fue la encargada de proporcionarle innumerables problemas, los cuales reflejó en sus canciones.

Bessie nació en 1894, en un pueblo de Chattanooga, Tennessee. Nadie se hizo cargo de ella ni de sus hermanos tras quedar huérfanos, así que todo lo tuvo que aprender sola y muy rápidamente. En el poquísimo tiempo que le quedaba libre luego de trabajar en los campos, junto con sus hermanos se ponía a cantar para entretenerse. Clarence, el mayor de ellos, gracias a esta práctica se pudo enganchar en un show itinerante y nunca más lo volvieron a ver.

Sin la aportación económica de Clarence la familia zozobró, así que Bessie a la edad de ocho años, junto con Andrew, otro de sus hermanos, se lanzó a las calles con el objeto de ganar algún dinero para comer. Él tocaba la guitarra mientras ella bailaba y cantaba. El sentimiento que imprimía a sus interpretaciones era inusual para su edad, y tras dos años de andar en estos menesteres fue contratada por Ma Rainey, quien la escuchó y adoptó para su espectáculo. Rainey descubrió el soplo artístico que con el andar del tiempo cobraría fuerza y plenitud.

Fue Ma Rainey quien introdujo al blues a Bessie, a sus técnicas, le perfeccionó el estilo y la llevó con ella en largas giras por todo el sur de los Estados Unidos. Así que cuando cumplió los doce años ya era una cantante experimentada que buscó un lugar para sí misma fuera de la protección de Rainey.

Al abandonar la compañía de Ma Rainey, Bessie se incorporó a diversos conjuntos de variedades y cantó durante mucho tiempo en circos y espectáculos ambulantes por pueblos y ciudades también del sur de la Unión Americana. Corría el año de 1923 cuando fue «descubierta» por Frank Walker, director de grabaciones de la compañía Columbia Records, en un insignificante cabaret de Sela, en el estado de Alabama, y la hizo firmar un contrato de grabación.

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El 17 de febrero de dicho año registró su primer disco, que incluyó dos temas que se han convertido en clásicos de clásicos (“Yellow Dog Blues”, “Down Hearted Blues”), los cuales se volvieron un éxito sensacional apoyado por las ventas de 800 mil discos. A partir de ahí Bessie llegaría a realizar 160 grabaciones y a conseguir de esta forma salvar de la bancarrota a la Columbia con las ventas de sus discos (durante su estancia con dicha compañía vendió más de 10 millones de copias). Por esa razón recibió el merecido título de «Emperatriz del Blues».

Apoyada por su éxito profesional y financiada por su creciente economía, Bessie se casó el 7 de junio de 1923 con Jack Gee, un patrullero de Philadelphia, donde había fijado su residencia. Poco después se trasladó a Nueva York para hacer su presentación en el Park Place y en el Kit Kat Club, dos lugares de prosapia en la vida nocturna de la Urbe de Hierro.

Transcurridos un par de años, tomó parte en la comedia musical titulada Pansy, representada en el teatro Belmont. En 1929 intervino en varios shows de Broadway, inclusive en el que subió a escena al amparo de su propia compañía denominada Midnight Steppers.

Durante esta década, el cinematógrafo reflejó su recia estampa en el cortometraje St. Louis Blues de 1927, dirigida por Duddley Murphy, y cuyo registro sonoro se trasladó luego al disco fonográfico. En 1928 grabó «Empty Bed Blues», acompañada del trombonista Charlie Green, canción que fue vetada en la ciudad de Boston por considerarla obscena.

Bessie Smith tenía una voz algo ronca que enfatizaba con una profunda tristeza incluso en las canciones más frívolas y humorísticas, y disfrutaba de una increíble facilidad para los compases vocales cortos. Cantaba como una figura representante de lo que su pueblo había vivido a través de siglos de esclavitud —de hecho mantenía una fuerte tradición afroamericana— y de las situaciones de marginalidad que experimentaron incluso después de la Guerra de Seseción. Es ahí donde su voz se hacía más desagarrada, con un toque de sentimentalismo en los momentos de mayor expresión.

A pesar de su disipada vida era una mujer con profundas creencias religiosas, creencias que solía trasmitir a su audiencia. En una época en la cual la gente no discernía claramente entre el spiritual y un blues, Bessie finalizaba cada una de sus interpretaciones con la palabra «Amén».

Porque algunos maderos se asomaron en alguna parte

bajo ajadas litografías burdeleras

con rostros de muñecas en el paraíso

Y porque hubo aquellos miedosos

que temían al escuadrón de la policía.

Porque hubo en alguna parte un hombre con camisa de seda,

grácil y peligroso como un jaguar,

y porque una mujer gemía para él bajo una penumbra de 60 watts

Y después lloraba

por su Amor Infiel Amor Traicionero Amor Indiferente e Irritante,

Porque ella salía al escenario con sus collares de perlas,

surgida como un gustoso panorama

Y su sonrisa dorada era un destello

Y cantaba

Porque ella salía al escenario con sus plumas de avestruz

y raso bordado de cuentas,

Y dirigía sobre nosotros el brillo de su sonrisa

Y cantaba

El ocaso de esta artista se inició al comienzo de los años treinta, lo cual coincidió con la ruptura de su matrimonio y su nueva vida al lado de Richard Morgan, un conocido gángster y contrabandista de alcohol.

En 1933 dejó de grabar debido a la escasa repercusión que habían tenido sus últimos discos. Luego se fue a cantar a algunos de los grandes teatros del norte del país. En 1936, junto con el pianista Fats Waller y la cantante Edith Wilson, figuró en el reparto de la comedia musical Connie’s Hot Chocolate. Entre sus últimas actuaciones dignas de mención se contó con su trabajo en los minstrels que realizó en Carolina del Norte durante 1937. Siempre volvió con sus giras a donde había comenzado, al profundo sur rural de los Estados Unidos.

Durante una de aquellas giras surcaba su automóvil la oscura noche de Mississippi cuando fue embestido por otro vehículo. Uno de sus brazos quedó casi desprendido del tronco. Durante largo tiempo, su cuerpo desangrante yació sobre la fría tierra del camino, hasta que por fin alguien la llevó a un hospital cercano. Pero era un hospital para blancos así que no la quisieron atender. Hubo que llevarla hasta Memphis en busca de un nosocomio donde se cumpliera con la obligación de salvar la vida de un ser humano que agonizaba. Era un hospital para negros, pero ya era tarde. En el camino, una de las mayores artistas populares que haya nacido en los Estados Unidos fallecía. Fue el 26 de septiembre de 1937, a los 42 años de edad.

Bessie Smith fue un símbolo. Una mujer negra que no sólo se hizo millonaria con su propio trabajo, sin que nadie le regalara nada en una sociedad dominada por hombres blancos. Fue una mujer que se dio el lujo, además, de ser explosiva, independiente, arrogante, bebedora, violenta, sexualmente promiscua, y sobre todo que se dio a sí misma la posibilidad de convertirse en cantante de blues: la más importante de la era clásica.

 

 

 

VIDEO SUGERIDO: Bessie Smith – St. Louis Blues (1929), YouTube (vintage video clips)

BESSIE SMITH (FOTO 3)

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ROCK Y LITERATURA: LA CASA DEL POETA (RAMÓN LÓPEZ VELARDE)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Según percibo, los estilos gótico y dark, son el soundtrack ideal para la enajenación, la frustración, el anhelo y deben escucharse de noche, cuando las distracciones del mundo sean mínimas; cuando sea posible lograr un estado más puro de la emoción. Decir que este concepto es como una mezcla de opresividad ontológica es sólo el principio.

Con el dark y sus derivados ambientales ha llegado el tiempo de preparar el espíritu y el corazón para escuchar el sonido en una de sus manifestaciones más puras: la bruma gótica.

En estos subgéneros musicales los teclados tortuosos son inundados por las guitarras, que abrazan a una profunda y susurrada voz, quizá demasiado sensual para expresarse con palabras. La pulsación sensual sombría no es una pulsación intensa y apaciguadora. Es una sensación desesperada y trágica.

Su placer no es éxtasis, es frenesí. Y la satisfacción de los deseos no proporciona plenitud, sino ansiedad. Una ansiedad que el escucha comparte con los músicos. Es el escenario de placeres malditos envueltos en una magnífica aura musical.

El atractivo de esta tenebrosidad sensual es espectral y exige al escucha cierto grado de imaginación, y capacidad para desasirse de la vida común. Con su extraño haz de fantasía inunda los rincones oscuros de la cabeza más saturada. Por eso siempre he pensado que para los góticos y darkies, la lectura de la poesía de Ramón López Velarde es obligada. Deben perdonar sus arrebatos patrios e ir directamente a la espesura de Zozobra, donde encontrarán palabras afines a su naturaleza e incorporarán ese nombre a su oscuro canon.

Ese poeta llenó su casa con un fantasma arrastrado de fuera. Tanto lo deseaba, que terminó por cederle el lugar completo. Se conformó con un pequeño habitáculo de la parte superior. Una cama sencilla donde en solitario amasiato derramaba la parte del hombre que aún contenía. Un espejo que ya no devolvía imágenes; un ropero modesto cuyo contenido jamás supo del color. La luz de velas resignadas acompañaba su deambular por los pasillos, escaleras y recovecos donde susurraba el nombre aquél como rosario sin fin.

La nostálgica búsqueda se convirtió en rito pleno de ocios y profundidades. Subir y bajar de fiebres y remembranzas: «Nuestra casa habría tenido…el cerco azul de las montañas y los caminantes fatigados, así como los Artagnanes a caza de aventuras…» Le comentaba al fantasma indiferente, sin indulgencias para con sus intenciones hogareñas y románticas. En silencio el poeta incubaba una querencia con sonido de crinolinas ajerezadas, de una risa de bucólicas fragancias. Sólo el eco de una luz desvanecida testificaba el andar sin horizonte.

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Dentro de aquella casa el hombre se consumía de amor inconfesado. Era una tumba de construcciones modernas, acorde con los tiempos. Una bella edificación en un nuevo escenario urbano hacia el alba del siglo XX. El movimiento revolucionario aún no decidía a sus mártires postreros, pero comenzaba a juntar los pedazos de una posibilidad. Generales, aristócratas, licenciados, cortesanas prominentes, los comercios de la actualidad, pululaban alrededor de esa casa y esa nueva colonia Roma. La vida estaba fuera y el poeta abandonó al hombre para tomar su ración de lo cotidiano.

Trenes, luces eléctricas, cables, anuncios, ideas corrían por aquella calle de amplio camellón. Los paseos no desbordaban sus límites en un ir y venir vespertino. Un helado, quizá, en La Bella Italia, mientras leía las sorpresas del devenir histórico en los periódicos. Salía después a las aceras para respirar el aire de los cambios, el destello de las emociones mundanas. Luego se dirigía puntualmente a la cita en el café con los correligionarios, que le decían Ramón. Tomaba los modernísimos expresso y capuchino que salían de aquellas máquinas fantásticas y sabía al beberlas que los sabores descubiertos necesitaban otro lenguaje para manifestarse.

La tertulia del café, probablemente también con tres anises, ha dejado al poeta henchido de alabanzas al hoy, y con esas reflexiones se encamina a la casa para habitar al hombre abandonado. La odisea culmina en escritos sorprendentes, semejantes a la revuelta de puertas afuera. Asomado al balcón, recoge la noche como una cosecha fértil, para a la postre asumirse en el ser huérfano que prende, una vez más, las velas en sus candeleros y se lanza a la aventura de enamorar a las sombras, a los recuerdos.

El hombre murió sin conocer aquella avenida que daba fe del paso del tiempo. Dejó al poeta encargado del idilio. La casa albergó lo etéreo, pero quedó deshabitada y poco a poco fue deteriorándose y dando cabida a otros personajes, a otros ámbitos. Durante muchos años se instalaron en aquel cascarón los desechos humanos de una sociedad «en vías de desarrollo». Invasores. Seres que sin oficio de fantasmas ubicaron su residencia y talleres en patios y traspatios del derruido inmueble.

Ahí, de manera constante fue creciendo una pústula de casuchas de lámina, ladrillos y materiales diversos que cobijó a docenas de parias pertenecientes a un clan de nebulosas interrelaciones, a quienes visitaban en sus mejores días los tripulantes de una patrulla que religiosamente pasaban por su cuota o los dueños de dudosas refaccionarias automotrices.

El clan hizo de aquel rumbo, con arbotantes, fuentes, esculturas, adoquín, edificios de oficinas y un sinnúmero de restaurantes, su coto de caza. Del espíritu poético, romántico, sólo impregnaron sus diarias raterías. Por algún indescifrable misterio, no invadieron la casa, respetaron las habitaciones y mantuvieron intocadas sus ruinas. Sólo ella se atrevió a entrar. Por el futuro museo se paseó sin hermetismos de revelación.

La casa era un secreto a voces. Y ella lo escuchó y arrastró sus pies chuecos por los pasajes y escalinatas. Su cerebro confundido por herencias promiscuas supo del eco y la súplica a la amada de otros días: «…ven al castillo del silencio, para que vaguemos bajo sus bóvedas seculares; para que descansemos a la sombra de sus corredores, nunca profanados con el menor bullicio, y para que en la alta noche nos asomemos a los balcones abiertos del infinito y podamos percibir la sorda palpitación de la eternidad.»

Quizá no lo supo, pero lo percibió, y por eso vagó por los pasillos de esa casa con los puños apretados, la risa babosa e insufrible y los ojos perdidos. Pero también lo hizo por esa avenida donde el poeta caminó, prófugo de penas amorosas y admirado por su mundo. Ella sólo sabía del grito «¡Lárgate!» y del golpe en consecuencia. Eso aprendió del exterior de la casa: el dolor.

De cualquier forma le gustaba emprender la vagancia cotidiana alrededor de la manzana. Le gustaban los muchachos, le gustaba tocarlos. A ellos no. Los desconcertaba, asustaba o ponía de malas si ya la conocían. Con gruñidos, más que risas, corría luego de darse el gusto. A veces jugaba a cosas sin sentido con los niños de su familia. Sin embargo, prefería errar sola por esa calle llena de movimiento y personas y retornar al anochecer a la casa, cuando ya no había transeúntes, cuando intuía las palabras del poeta que buscaba el descanso en la sombra de sus corredores, en la amada de otros días.

Todo terminó con un temblor. Ella quedó desecha bajo los escombros de lámina y tabiques, el hogar paterno. La casa permaneció. Remozada como museo recibe múltiples visitas. El poeta duerme en sus habitaciones, procurando sonidos extraños.

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ARTE-FACTO: BEIRUT

Por SERGIO MONSALVO C.

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VIENTOS DE MELANCOLÍA

 

Zach Condon era, en ese momento, un veinteañero multiinstrumentista (nacido en Nuevo México en 1986) que había terminado sus estudios de bachillerato en un instituto de su estado natal y, ante la perspectiva de unas largas vacaciones por delante antes de entrar a la universidad, decidió lanzarse con rumbo a Europa para ampliarse el horizonte, tanto culturalmente como para reflexionar sobre sus expectativas a futuro.

Condon estaba involucrado hasta las cachas con la rítmica de su época. Como quinceañero había realizado ya grabaciones caseras de música electrónica lo-fi con el nombre de Real People (las que en el futuro se conocerían como The Joys of Losing Weights). Sin embargo, dichas cintas no habían visto aún la luz, lo mismo que otras con aires de doo-wop que retomaban su admiración por el malogrado cantante Frankie Lymon y su grupo The Teenagers.

En semejante situación estaba también el EP Small Time American Bats con el misterioso apelativo de “1971”, que permanecería oculto a la espera de su momento.

Zach era un adolescente inquieto y con gustos intelectuales, así que eligió París para permanecer el mayor tiempo de aquellas vacaciones.

En sus andanzas callejeras descubrió a las bandas musicales de inmigrantes balcánicos que tocan durante el verano en las plazas de aquella capital (y del resto del continente). Los sonidos de los oboes, las mandolinas, los acordeones y los instrumentos de viento (trompas, tubas, trombones, etc.) lo impactaron.

Al regresar a la Unión Americana quiso plasmar musicalmente –disciplina artística por la que optó– lo que ya le daba vueltas en la cabeza y pugnaba por salir: todas aquellas influencias de la Boban Markovic Orchestra o de Goran Bregovic, entre otras.

Quería fundir el folklore del sudeste europeo (de los valses a las marchas balcánicas festivas o funerarias), matizado con sonidos agitanados y la pianola, y combinarlo con la canción contemporánea y melancólicas baladas del occidente norteamericano.

Era otro beat de la globalización el que buscaba plasmar. Argumentar con sonidos distintos y palabras familiares las emociones, melodías y ritmos que rebosaban sentimiento en su particular sensibilidad.

El resultado de su trabajo con tal combinación se llamó Gulag Orkestar, un disco del 2006 que marcó el debut de Zach Condon con el nombre de  Beirut.

BEIRUT (FOTO 2)

 

La infame leyenda de los “gulags” soviéticos y sus “campos correctivos de trabajo” le sirvió de leitmotiv, al igual que las fotografías de Sergey Chilikov. Esta obra lo dio a conocer a nivel mundial por su originalidad conceptual y sencillez compositiva.

Para la realización del álbum Condon tocó diversos instrumentos en un estudio de Albuquerque, acompañado de músicos de distintas agrupaciones como Neutral Milk Hotel o A Hawk and a Hacksaw (representantes del indie rock y psych folk), a los que convocó para apoyarlo en su proyecto.

A la postre se embarcó en una larguísima gira con otros músicos (los que participaron en el disco ya tenían compromisos con sus respectivas bandas), durante la cual tuvo que ser hospitalizado por fatiga extrema debida a su hiperactividad.

VIDEO SUGERIDO: Beirut – Gulag Orkestar (Live), YouTube (orchardmusic)

En el ínterin la compañía discográfica 4AD reeditó el álbum agregándole las piezas de un anterior EP de Condon titulado Lon Gisland (que ya había publicado en Europa) y que coincidían con el techno pop del tema “Scenic World” del álbum.

En el 2007, Condon regresó curado de sus males. ¿Y de qué manera lo hizo?: con trabajo, ¿qué más? Publicó The Flying Club Cup, su segunda obra, con arreglos de cuerdas a cargo del canadiense Owen Pallett (el compositor, violinista, tecladista, vocalista y miembro único de Final Fantasy, un proyecto individual de pop barroco y música experimental).

En él, Zach trató de evocar el ambiente de diferentes ciudades francesas en una especie de colección de tarjetas postales musicalizadas. A su new folk le agregó el toque de Jacques Brel y de la chanson francesa.

Entraron también en escena los violines, los saxofones y las percusiones, “para lograr la sensación de esperanzadora grandiosidad que su música evoca”, según la crítica. Asimismo, los videos publicados en su página Web reafirmaron la calidez, la sutileza y el cuidado que este conglomerado musical circulante emana.

En esta etapa fue cuando el cineasta estadounidense Cary Fukunaga lo contactó para que le hiciera el soundtrack de la película titulada Sin Nombre, con la cual haría su debut.

El director cinematográfico quería una musicalización semejante a la de Gulag Orkester para su drama migratorio (de personas de Centroamérica rumbo a la Unión Americana vía México), pero Condon ya andaba en otra sintonía y rechazó el trabajo.

A cambio se metió en el proyecto de un nuevo álbum con Beirut, el cual sería grabado bajo su propio sello Pompeii Records, y que finalmente representaría la amalgama de dos EP’s. Uno, la exposición de su aventura sonora por el Istmo mexicano; y, el otro, la de la propuesta del lejano adolescente que busca su identidad musical. Una arriesgada amalgama de la ubicuidad.

Esta última se llamó Holland y fue grabada bajo el nombre de Realpeople, un trabajo del joven precoz producido totalmente en casa. A los 15 años y como fan del pop de sintetizadores, Condon construyó dicha grabación con más de una veintena de tracks (aglutinados en un secretísimo disco llamado The Joys of Losing Weights, el inédito como tal), de los cuales tomó cinco para integrarlos al nuevo lanzamiento.

Con este EP el músico reveló un aspecto más de su personalidad musical (el del doo-wop había sido otro): la huella de los años ochenta en el apogeo de una house party con beats de computadora a la usanza de la vieja escuela. Material al que no tenía acostumbrado a su público.

Como sí lo estaba con el del otro EP titulado March of the Zapotec. Para ello había viajado a México, a Oaxaca para ser preciso, y nutrido su concepto con los instrumentos de viento empleados por la Banda Jiménez de Teotitlán del Valle, de aquel estado mexicano.

Los metales macizos de este grupo folclórico, integrado por artesanos tejedores del lugar, se embarcaron en una excursión con el joven estadounidense y sus colaboradores (entre los que se incluye a Chris Taylor de la afamada agrupación indie Grizzly Bear) hacia un territorio musical más conocido (el beat de los instrumentos de viento). Sin embargo, la novedad estuvo en los detalles.

El disco comienza con una marcha fúnebre y la banda mexicana le agregó el significativo toque de Pathos a la orquesta Beirut, para luego dejar participar en su celebración al ukulele, las trompetas, el acordeón, las cuerdas, las percusiones y la elegante melodía vocal.

Una propuesta sonora amerindia, plena de vientos centenarios, para acompañar el reconocido sentimiento melancólico de Zach Condon, alias Beirut, quien ha seguido publicando álbumes como The Rip Tide (2011), No No No (2015) y Gallipoli (2019).

VIDEO SUGERIDO: Beirut – Nantes (live in the streets of Paris), YouTube (luderpinguin)

BEIRUT (FOTO 3)

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JAZZ: STANLEY CLARK

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Stanley Clarke (30/6/51, Filadelfia, Pensilvania) inició su carrera como destacado contrabajista de jazz. Se erigió en un pionero del jazz-rock al colaborar con Chick Corea en el grupo Return to Forever (1972-1976). Ya en el bajo eléctrico, fueron notables su capacidad melódica y original sonido caracterizado por «estallidos» o «chasquidos» secos.

Posteriormente, Clarke colaboró, como intérprete y productor, con artistas diversos, como George Duke, Roy Cuhanan y Paul McCartney, entre otros.

Clarke estudió el violín, el cello y el contrabajo en Filadelfia antes de llegar a Nueva York en 1970. Ahí tocó con Art Blakey, Stan Getz y Gil Evans para después grabar Return to Forever (ECM, 1972) con el tecladista Corea y los músicos brasileños Airto Moreira y Flora Purim.

El éxito de su fusión musical condujo a la fundación de un grupo permanente con el nombre de dicho álbum.  Return to Forever grabó Where Have I Known You Before (Polydor, 1974) con el guitarrista Al DiMeola, y Romantic Warrior (Columbia, 1976), en el cual los alargados solos de las producciones anteriores fueron reemplazados por estructuras más formales.

Stanley Clarke, Return to Forever 1973Fot. discogs.com

Como solista, Clarke firmó con Atlantic y grabó Stanley Clarke (1974), con influencias del flamenco español, Journey to Love (1975), que incluyó el éxito de rhythm and blues «Silly Putty», y School Days (1976).  I Wanna Play for You (Epic, 1979) incluyó colaboraciones de Getz, Moreira, Jeff Beck y Dee Dee Bridgewater en la voz.

El único éxito de las listas de pop logrado por Clarke fue «Sweet Baby» (Epic, 1981), extraído de The Clarke Duke Project, la primera de una serie de colaboraciones con el tecladista Duke. Sus álbumes posteriores como solista incluyeron Time Exposure (1984), Find Out (1985) y Hideaway (1987).

Como productor, Clarke supervisó Loading Zone (1977) de Buchanan, Just Family (1978) de Bridgewater y Marathon (1984) de Rodney Franklin.  Posteriormente fundó el trío Animal Logic con el exbaterista de Police, Stewart Copeland, y la cantante/compositora Deborah Holland, originaria de Los Ángeles, y fueron contratados por la compañía Virgin.

Desde entonces Clarke ha lanzado más de una docena de álbumes, entre grabaciones en estudio y discos en vivo, más alguna recopilación. Se mantiene más activo que nunca.

VIDEO SUGERIDO: Stanley Clarke – Silly Putty, YouTube (aquiarianrealm)

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LOS OLVIDADOS: MC5

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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La ciudad de Detroit, en el estado de Michigan, está ubicada al norte de los Estados Unidos y colinda con la frontera con Canadá y la zona de los grandes lagos (Erie y Saint Clair). A dicha metrópoli se le conoce en lo coloquial como Motor City, por tener como actividad económica principal la construcción de automóviles.

En materia musical se ha distinguido por tres rubros: el sonido Motown, el proto punk de MC5 y el beat del techno dance, influido por el sonido alemán. Sin embargo, fueron los años sesenta el punto climático de su historia, ya que a la música se le ligó de manera estrecha con el contexto sociopolítico de la época. En ello tuvo mucho que ver la presencia de MC5.

En su origen este grupo se hizo llamar Motor City Five y fue fundado en 1964 por Rob Tyner en la voz, Wayne Kramer en el requinto, Fred “Sonic” Smith en la guitarra, Pat Burrows en el bajo y Bob Gasper en la batería. Todos ellos adolescentes nacidos en la ciudad; todos estudiantes de preparatoria que se dedicaban a tocar cóvers de pop para sus fiestas estudiantiles.

La situación cambió en 1965 cuando accedieron a la universidad del estado, localizada en Ann Arbor a 40 minutos al oeste de Detroit; cuando sustituyeron a Burrows y Gaspar por Michael Davis y Dennis Thompson en los instrumentos respectivos, y porque se encontraron en el campus con John Sinclair, poeta y activista político, quien a la postre se convertiría en su mánager y promotor.

En 1966 el grupo había dado a conocer su fusión de rock y rhythm and blues de alto octanaje con los nuevos integrantes, en un disco sencillo de 45 rpm producido por ellos mismos, que circuló de mano en mano y que contenía una versión del tema “I Can Only You Everything” de Van Morrison, que se erigiría en una pieza emblemática para los grupos de garage.

En su calidad de DJ de radio, Sinclair los escuchó y se dio cuenta del potencial que tenían. Los invitó a unirse a su recién fundado Partido de las Panteras Blancas, que buscaba la revolución a través de la expresión libertaria más extrema. Bajo el influjo del LSD, el jazz experimental de Pharoah Sanders y Sun Ra y las consignas políticas de Sinclair, el grupo ahora con el nombre de MC5 se transformaría en un tiempo muy corto en la antítesis de la inmovilista escena hippie.

En 1967, ya formaban parte de la comuna Trans Love Energies Organization de Sinclair, quien redactó un manifiesto para darlos a conocer: “MC5 apoya la revolución plenamente. No se han armado aún porque poseen recursos más fuertes: el acceso directo a millones de jóvenes a través del rock and roll, es uno; la fe en lo que estamos haciendo, el otro. Pero de hacer falta utilizarán los rifles. Harán lo que sea necesario ante la ausencia de ilusiones”.

De tal forma se concibió la controvertida imagen revolucionaria para el grupo, expresada con una hiperrealista vestimenta que portaba la bandera de la Unión Americana y vociferando slogans como: “Rock and roll, dope and fucking in the streets!” (¡Rock and roll, drogas y fornicar en las calles!”).

Estaban convencidos de que el rock unía a la gente y que podía ser usado para unirla aún más, ganando con ello poder político. “Casi todos los miembros de la contracultura estadounidense están relacionados con el rock and roll –sentenciaban–. Esto lo hace importante para nosotros. La música del rock trata sobre la rebelión”.

Tras la marcha masiva contra la guerra de Vietnam que se dio con motivo de la Convención Nacional Demócrata — convocada por la Youth International Party (The Yuppies) de Abbie Hoffman, en la que participaron muy activamente en conciertos y festivales y que terminó con la feroz represión gubernamental, con muertos, heridos y detenidos–, era muy improbable que alguna compañía disquera se interesara por ellos. No obstante, Elektra los contrató ese mismo 1968.

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El resultado de dicha reunión fue el álbum Kick Out the Jams (1969), un compendio de música durísima, energética, sin transigencias y por demás nihilista, inserto en un clima dominado por el “flower power”. Esto creó por supuesto la polémica, incrementada por la versión que hicieron del tema de Nat King Cole “Ramblin’Rose” con la letra cambiada y por la composición de “Kick Out the Jams” en la que gritan el verso: “Right now it’s time to…Kick Out the Jams, Motherfuckers!”, con lo cual provocaron a los censores.

La pieza finalizó con explosiones de ruidos primarios y la deconstrucción apocalíptica al estilo de “Starship” de Sun Ra. Esto aunado a los encendidos apuntes de la funda, a cargo de Sinclair, y a los anuncios insultantes que publicaron en los periódicos musicales contra una tienda de discos que se negó a vender el álbum, hicieron que Elektra se deshiciera rápido de ellos.

Un mes después de esto, John Sinclair fue sentenciado a diez años de prisión por posesión de drogas. Los cargos lo ocultaban, pero en realidad era un preso político. En el auditorio El Grande, de Detroit, los MC5 organizaron dos conciertos, junto a los Stooges, con el objeto de reunir fondos para la fianza de Sinclair.

Al ser rechazado este derecho por parte de la Corte y ante el poco apoyo de los otros partidos radicales, el grupo, desilusionado del fervor político, pero aún comprometido con la fuerza revolucionaria del rock, aceptó firmar con Atlantic y grabó Back in the USA (1970), producido por Jon Landau. El sonido áspero y lleno de energía del disco le ganó mucha fama a MC5, pero vendió poco, al igual que el siguiente High Time (1971), luego de lo cual optaron por desintegrarse.

Cada uno de los miembros se dedicó a diversas cosas. Dennis Thompson fue hospitalizado a causa de una sobredosis y desapareció del mapa (hasta que volvió a integrarse a la escena con The New Order y otros grupos a la postre, y en una reunión con exmiembros de MC5 entre el 2003 y el 2012); Michael Davis, fue a prisión por tráfico de drogas, al salir colaboró con Ron Ashton, ex Stooges, y con el grupo Destroy All Monsters, sin mayor trascendencia (trabajó en un proyecto educativo hasta su muerte en el 2012, a los 68 años); Rob Tyner trabajó como compositor, letrista y fotógrafo hasta su muerte por ataque cardiaco en 1991; Fred “Sonic” Smith fundó la Sonic Rendes-Vous Band, se casó en 1980 con la poeta y cantante punk Patti Smith, con la que realizó varios proyectos como letrista y acompañante hasta que falleció también a causa del corazón en 1994.

Wayne Kramer hizo el intento de seguir en la música como protagonista pero no lo consiguió ni con Johnny Thunders, Ted Nugent o Was (Not Was). Se volvió heroinómano y para financiar su propia adicción vendía coca hasta que lo arrestaron y pasó algunos años en prisión. Al salir grabó un álbum como solista, The Hard Stuff, y luego se unió a Sinclair, quien ya en libertad se dedicó a impartir clases como historiador del blues y del jazz; a relizar performances y lecturas de poesía; a tocar en el Contemporary Jazz Quintet, a organizar conciertos y festivales de música y grabar esporádicamente.

En los años ochenta se reeditaron los álbumes de MC5, incluyendo las grabaciones de archivo que conformaron el Babes in Arms (1983). Se acentuó así su importancia como representante de una corriente política de música underground que preludió a los punks de la década siguiente, quienes los convirtieron en sus héroes; dieron nueva vida a la tradición de las bandas de garage e inspiraron a los grupos de hard rock (los sobrevivientes anunciaron la publicación de un nuevo álbum en el 2022). Es decir, que con el tiempo se han convertido en objeto de culto. En la actualidad en muchas paredes se puede leer el graffiti: E = MC5.

VIDEO SUGERIDO: MC5 – Kick Out The Jams live 1970 Detroit, YouTube (Charlene Marie Tago)

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