ELLAZZ (.WORLD): HANNA SCHYGULLA

Por SERGIO MONSALVO C.

Top Hatted Hanna

CANTANTE

La relación entre Hanna Schygulla y Rainer Werner Fassbinder se inició en 1967 y culminó hasta la muerte de este último en 1982, en Munich. Fue una pareja legendaria dentro del arte actoral y cinematográfico. A lo largo de toda su vida como creador, Fassbinder solía poner en práctica sus ideas de inmediato. Sin tardanza las traducía en películas u obras de teatro. Y en la mitad de los filmes que realizó tuvo a Hanna como su protagonista central y como inspiración personal. Una relación que entraba y salía de la pantalla indiscriminada, total y apasionadamente.

«Hanna se convirtió en mi estrella desde la primera vez que la vi —comentó en alguna ocasión el genial y polémico director—. La noche que la conocí en el bar estudiantil al que solía frecuentar, me di cuenta con total claridad de ello. Fue de un momento a otro, como si me hubiera caído un rayo cuya luz me iluminó y cegó al mismo tiempo: la Schygulla sería la figura de mis películas. Una materia prima hermosa, etérea, con el carácter indispensable para mis proyectos.

“No dudé ni por un segundo tampoco de que yo fuera a hacer películas, y eso que apenas estaba empezando con el teatro; no dudé ni por un segundo que ella quizá se convertiría hasta en un pilar esencial, incluso en algo así como un motor. Su capacidad para fascinar a la gente funcionaba lo mismo en el plano personal que en el escenario. Desde entonces se volvió un reto para mí trabajar con mujeres. Las mujeres, y sobre todo ella, bien guiadas saben mostrar mejor sus emociones que los hombres». Efectivamente, como lo dijo el cineasta, durante toda su carrera Hanna Schygulla fue una inspiración para él.

Hanna Schygulla nació el 25 de diciembre de 1943 en un lugar llamado Katowice, ubicado en los límites entre Alemania y Polonia, el cual en el momento de nacer ella era un territorio ocupado por los nazis y estaba en el centro de la guerra. Sus primeros años los vivió entre la miseria, la incertidumbre, el pánico y el hambre. Al llegar a su fin el conflicto bélico, se trasladó con su familia, como refugiada, a la región bávara. Asistió a la escuela básica y luego, como adolescente, a la Universidad de Munich donde entró a estudiar Lenguas y Literatura.

Sin embargo, el carácter inquieto y sus afinidades, condujeron a Hanna a enrolarse en las filas de la actuación al cumplir los veinte años. Dentro del género comenzó a trabajar de tiempo completo en el muy experimental Munich Action Theater, donde se relacionó con el explosivo, prolífico y brillante escritor igualmente joven, Rainer Werner Fassbinder. Durante la cena para festejar el inicio de un nuevo proyecto los presentó otro de los actores, quien a la postre señaló que en cuanto se vieron la atmósfera cambió con presagios diversos.

Actriz desde la adolescencia pues, ella se erigió en una protagonista del teatro de vanguardia alemán dentro del Action Theater, y a la postre en la intérprete por excelencia del cine fassbinderiano desde 1968. Su historia con el autor siempre fue difícil: de amor y desamor, tormentosa hasta extremos indescriptibles dentro de un ambiente por demás bizarro y provocativo, escandaloso, pero igualmente con derroche de creatividad, talento y trabajo constante. Los resultados se evidencian en la pantalla a través de las 20 películas en las que colaboraron juntos desde entonces.

En cierta ocasión, Fassbinder comentó acerca de ella: “Hanna Schygulla fue mi estrella desde el primer ensayo”. Y luego se burló de los intentos que ella hacía por independizarse de él, tras alguna violenta pelea a causa de su tiranía y posesividad: “Sabe que con ningún otro director es tan buena actriz como conmigo y siempre terminará regresando a mí». Y así fue durante el resto de vida de él. Pero gracias también a él, Schygulla obtuvo innumerables premios cinematográficos y el reconocimiento mundial de su nombre como gran actriz y diva.

El 10 de junio de 1982 Fassbinder fue encontrado muerto debido a una sobredosis de cocaína y alcohol en su departamento de Munich.  El miedo a la muerte había sido para él perturbador. «Tengo miedo a dejar de existir repentinamente», afirmó en reiteradas ocasiones. Un tema de conversación recurrente con Hanna era la duda de si después de muerto él su obra recibiría el reconocimiento que merecía o si todo lo que había hecho sería declarado inútil.

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Hanna ha dicho sobre él lo siguiente: “Rainer fue un hombre contradictorio y por ello humano, un genio al que la vida, durante sus últimos años, ya no ofrecía ningún placer. Sus películas nos permiten conocer aquel ‘poco de vida’ que de algún lado sacó. Vivió en una época mala para los sentimientos, pero intuyó que una vida sin amor también era una vida sin sentido. No consideraba ‘normal’ a nadie; estaba seguro de que él mismo sufría alguna enfermedad mental. Su fijación con la muerte fue intensificándose con el tiempo y sus últimos amigos empezaron a alejarse de él. Al morir desapareció un talento sumamente productivo que vivía sólo para el cine”.

Tras el deceso de Fassbinder, Hanna continuó su carrera cinematográfica y teatral con méritos suficientes para ser en todo momento considerada una estrella. A su conocimiento y experiencia en los escenarios también debe agregársele un cúmulo de inquietudes estéticas, canalizadas a través de la pintura, la escultura y el canto, aunque de manera más discreta. No obstante, la fascinación de la que habló Fassbinder viene incluida en todas ellas.

La cualidad de la fascinación atrapó la atención del autor francés Jean-Claude Carrière, quien junto con el compositor Jean Marie Sénia produjeron un puñado de piezas de jazz-cabaret para que la actriz las interpretara en el disco Hanna Schygulla Chantesingt, acompañada por la orquesta de Bruno Fontaine. «Me interesó mucho su persona porque ella es alguien que busca, por sobre todas las cosas», comentó Carrière al respecto. “Su personalidad, sus emociones están siempre ahí, visibles, tangibles y con todo el glamour que siempre la ha caracterizado”.

El aura de la canción francesa del género cabaretil cobra cuerpo mediante la voz y estilo de Hanna Schygulla. Canta como nadie más. Canta como ella misma. Los temas de amores heterogéneos (que incluyen algunos escritos por Fassbinder mismo), acerca de vidas duras, de sentimientos encontrados, de situaciones al filo, adquieren dimensión y acentos en su voz. Y lo mejor de todo: en sus interpretaciones hay verosimilitud, hay vida y rasgaduras, hay verdades y confesiones. Hay amor, dolor y reflexiones.

«Cuando era niña/ de largo cabello rubio/ Hubo carbón y mugre frente a  mi ventana/ Pero todo eso tenía sentido/ Hoy veo a mujeres y hombres desnudos/ Con los ojos tristes/ Ya no tengo confianza en nada ni en nadie/ Veo los aparadores / llenos de cosas que nadie necesita/  Nadie necesita a nadie/ Y yo me pregunto: ¿esto es la libertad?».

A ella muchas veces se le ha preguntado si sería actriz de nuevo si volviera a nacer. Y Hanna ha respondido así: «Al principio decía ‘¿Por qué no?’; luego ‘Quién sabe, ¿por qué recorrer el mismo camino dos veces?, me gustaría dedicarme más a la música’, hasta que finalmente me dije a mí misma: ‘No necesitas otra vida para eso, ¿por qué no ésta?'». Hoy la Schygulla también es cantante.

Hanna Schygulla es muchas cosas en la actualidad, pero sobre todo es un personaje. Pleno de cosas y manifestaciones. La imagen etérea que tanto fascinó a Fassbinder, a los públicos que la han visto en la pantalla o en el teatro, continúa ahí y aunque uno no la vea, como en el caso de un disco, puede sentísele, reproducir sus dimensiones. El canto es una más de ellas. El jazz de cabaret la atrajo y con él seduce mediante la música y la pizca decadente de la temática humana.

 

VIDEO: Hanna Schygulla & Sven Ratzke sing Lili Marlene, YouTube (The Sven Ratzke Channel)

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PRIMERA Y REVERSA: DEAD CITY RADIO (WILLIAM S. BURROUGHS)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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«Vivo con la amenaza constante de ser poseído y con la obstinada necesidad de escapar de ello, del control —confesó William Burroughs–.  La muerte de Joan [Joan Volmer, su esposa, a quien en una reunión etílica disparó y mató accidentalmente al probar su puntería, en la ciudad de México en septiembre de 1951] me puso en contacto con el invasor, con el espíritu maligno, y me condujo a una eterna lucha en la que no he tenido otra alternativa que la de escribir mi propio escape».

Así explicó el autor de Naked Lunch su inclinación hacia la escritura. Misma que ha servido de inspiración tanto a cineastas, actores y escritores como a diversos personajes y grupos de la escena del rock.

Como parte de ese escape, Burroughs aceptó, en esta última, la propuesta de editar discográficamente las lecturas de sus textos musicalizados por un fondo rockero, con estrellas de excepción, o leídos por éstas en sus propias versiones. De esta manera realizó discos antológicos como The Nova Convention, You’re a Hook, Cash Cow, Elvis of Letters, Nothing Here Now But the Recordings, September Songs o Triple Echo, entre otras muchas muestras.

Como la muy destacada de 1987 con el productor Hal Willner, por ejemplo, quien sugirió a éste la grabación de algunos de sus textos, leídos por él y con un acompañamiento musical apropiado. Para llevar a cabo el proyecto, que se erigiría en un valioso documento, fue necesario más de un año y el trabajo de otros tres productores: Nelson Lyon, James Grauerholz y Lee Michaels.

Las primeras sesiones de grabación tuvieron lugar en la casa de Burroughs en Lawrence, Kansas, donde radicaba desde hacía casi una década dedicado más que nada a la pintura. Comenzaron en diciembre de 1988 y dieron como resultado diez horas que contenían partes del Almuerzo desnudo, correspondencia olvidada y poesía diversa, extensión que cinco meses más tarde quedó reducida a tres horas muy seleccionadas.

Sin embargo, Nelson Lyon, dedicado a la búsqueda de material, descubrió unos textos publicados por el oriundo de Missouri que habían quedado sepultados en efímeras publicaciones y rescató de entre ellos «Apocalypse», «Tornado Alley» y «Thanksgiving Prayer». Con todo el equipo volvió a Lawrence a fin de obtener la lectura del autor y hacer una edición más rica.

La antología contenida en el álbum Dead City Radio, producto de esos años de investigación y lecturas, fue publicada por la compañía Island en 1991. Contiene una selección que da cuenta del conjunto de trabajos escritos por Burroughs, desde los más antiguos hasta los más recientes de aquella época anterior a su fallecimiento (1997), e incluye asimismo momentos únicos, como la versión de varios pasajes bíblicos hecha por el controvertido escritor.

Para cumplir con su ambición sonora para el proyecto el productor ejecutivo, Hal Willner, no vaciló en llamar a reconocidos músicos de rock y jazz como John Cale (viola, teclados, bajo, guitarra, compositor y cantante, además de ex miembro de Velvet Underground), Donald Fagen (tecladista y cantante y emérito compositor de Steely Dan), Lenny Pickett (sax tenor, integrante de Tower of Power), Chris Stein (guitarra, bajo y ex de Blondie), al grupo Sonic Youth (rockeros neoyorquinos del underground alternativo), Bill Frisell (guitarrista de jazz) y Garth Hudson (organista y ex The Band). El producto fue un trabajo hermoso y concentrado que plasma el auténtico lado oscuro estadounidense o Dark Americana, como también se le llama.

VIDEO: William S. Burroughs – Dead City Radio – 13 Love Your Enemies, YouTube (William S. Burroughs)

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FRANK ZAPPA: EL QUIJOTE AUSENTE (XI)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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XI

 

SOMERO ACERCAMIENTO DISCOGRÁFICO (4)

 

Joe’s Garage Acts I, II & III, Frank Zappa (Rykodisc, 1979).

Zappa cierra magníficamente el decenio de los setenta con una obra en tres actos que narra las desventuras de Joe, un guitarrista que tiene un grupo de rock que inicia su camino en el garage de su casa, pero en una época en la que, debido al excesivo gasto de energéticos, la música de rock (conciertos y todo eso) se encuentra prohibida. El Escudriñador Central, narrador de la historia, es quien se encarga de vigilar que esta disposición se lleve a cabo. No hay desperdicio en los tres discos, pero resalta la belleza del mejor solo de guitarra que se le ha oído a Zappa en años, lleno de enorme belleza formal y emotiva, llamado “Watermelon in Easter Hay”. Otros cortes importantes son el bluesero “Why Does It Hurt When I Pee”, el “Wet T‑Shirt Contest” y la respuesta a “Jewish Princess”, llamada “Catholic Girls”, como para que todas las partes se sintieran aludidas. Entre los músicos participantes se encuentran los entonces jóvenes Vinnie Collaiuta, a la batería, y el guitarrista Warren Cucurullo.

 

Baby Snakes (CBS, 1979).

Versiones en vivo de canciones de Live in New York y Sheik erbouti, el soundtrack del video. Material excelente, grabado con energía máxima.

Joe’s Garage Acts 1, 2 & 3 (CBS, 1979).

Dos horas de canciones en suave transición, con la “narración” hecha por Zappa hablando por un megáfono de plástico (como “The Central Scrutinizer”).  La producción del bajo y la batería es de ambiente, al estilo de los discos de soul de fines de los setenta, y los solos de la guitarra en su mayoría son xenócronos, lo cual les otorga una ausencia vivaz de propulsión. “A Token of My Extreme”, una canción de Flo & Eddie Mothers de 1971, es intrigante; otras están menos inspiradas. Del lado uno, el sexo con un robot llamado Cy Borg posee una brutalidad magnífica e incluye un solo de Peter Wolf en los sintetizadores que imita en forma experta las sensaciones del sexo oral. “A Little Green Rosetta” es, según el respectivo punto de vista, (a) un chiste divertido, (b) una imponente degradación de los productos de consumo, (c) una pérdida de tiempo.

Tinseltown Rebellion (CBS, 1981).

Las giras demasiado prolongadas dedicadas a documentar las debilidades de sus músicos terminan por dar a las letras de Zappa un inexorable carácter sexista que llega a cansar. Abundan las versiones de canciones antiguas.  Los músicos –que ahora incluyen a la futura estrella del metal Steve Vai, a los tecladistas Tommy Mars y Peter Wolf y al percusionista Ed Mann– sin duda son deslumbrantemente capaces, pero al revelarse sus personalidades en las canciones (como el cover de “Brown Shoes Don’t Make It”) suenan idiotas y les falta el encanto pachuco de los Mothers originales. El “ataque” dirigido por Zappa contra el punk de Los Ángeles en el track del título suena un tanto desinformado. Pero “The Blue Light” es sumamente peculiar y el único track de guitarra es una maravilla.

You Are What You Is (CBS, 1981).

Otra vez el énfasis en la voz.  La única “música música” (en palabras del propio Zappa) es “Theme from the 3rd Movement of Sinister Footwear”.  “Jumbo Go Away” tal vez se salve por su insensibilidad, pero la naturaleza trillada del tema (los integrantes de un conjunto aburridos con las groupies) parece invadir la pieza. Los laboriosos ejercicios corales parecen eternos. Los comentarios políticos son válidos pero pesados, careciendo la urgencia paranoica de antaño. Incluso los incondicionales desearon que sacara ya un álbum instrumental.

Ship Arriving Too Late to Save a Drowning Witch (CBS, 1982).

Este casi lo fue. Una nueva riqueza de múltiples facetas confirió un carácter directo incluso a la interpretación vocal. El hit fue “Valley Girl”, en el que Moon, la hija de Zappa, se mofaba de los giros acostumbrados por la juventud adinerada de Hollywood. Como de costumbre, el instinto de Zappa por lo barato y divertido costeó la musicalidad abstrusa: “Drowning Witch”, que arranca con galimatías habladas, es un compendio de la composición de vanguardia. “Teenage Prostitute” documentó la otra cara de la vida en Los Ángeles. Material clásico.

The Man from Utopia (CBS, 1983).

Aquí evolucionó la voz hablada de Zappa, con frecuencia “acompañada” por instrumentos grabados encima (overdubbed) que siguen las transcripciones hechas por Steve Vai de la monserga libre de Zappa. En “The Dangerous Kitchen” y “The Radio Is Broken”, los resultados forman una colisión increíble de disciplina y azar.  Hay tres piezas instrumentales cruciales, una canción contra los sindicatos (“Stick Together”), que refleja las aspiraciones pequeñoburguesas de Zappa como compositor, y un popurrí de rhythm and blues. Disparejo, pero un excitante indicio de que Drowning Witch no fue ningún fogonazo. Zappa estaba preparando algo nuevo en su esquema compositor.

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London Symphony Orchestra Vols 1, 2 & 3 (Barking Pumpkin, 1983).

Un artículo en Society Pages de Oslo (el fanzine de Zappa reubicado desde entonces en Nueva York) comparó las orquestaciones de Zappa con el cerebro de un dinosaurio. Si bien sirven perfectamente para pequeños conjuntos, según ahí se argumentaba, no son capaces de animar a una orquesta sinfónica completa. “Bogus Pomp” (en el vol. 2 en vinil y en el CD) pretendía parodiar los clichés cinematográficos con “fanfarrias vulgares, pasajes sentimentales babeantes y previsible `música para dar miedo’”, según Zappa. Si uno no anda buscando el futurismo de Giacinto Scelsi o Michael Finnissy, por decir algo, las instrumentaciones son excelentes, una inundación exuberante de la esencia de Zappa. El vol. 2 en vinil contiene dos tracks –“Bob in Dacron” y “Strictly Genteel”– no incluidos en el CD. La calidad de la grabación es ejemplar. La inscripción de la funda incluye una crítica característicamente sabrosa de la sección de trompetas de la sinfónica por el compositor.

 

Francesco Zappa (Barking Pumpkin, 1984).

Sonatas barrocas para trío de Francesco Zappa que (según Grove) tuvo su mejor época entre 1763 y 1788, ejecutadas en el Consorte de Gratificación Digital de la Calabaza Ladradora (es decir, el Synclavier de Zappa) con la colaboración del clarinetista David Ocker, quien además proporciona unos excelentes apuntes que ayudan a revelar la función de la música barroca (“serrando las cuerdas mientras los aristócratas cenaban”). Suena como una tarjeta navideña musical. La máquina de ritmos agrega un inquietante enfoque mecánico.

Them or Us (EMI, 1984).

Los álbumes de “rock” de Frank –las colecciones desprovistas de una intención temática o musical específica– a estas alturas se habían convertido en unas mezclas despreocupadas en las que el maestro saltaba de melodía en melodía como en los remotos principios, pero sin yuxtaposiciones demasiado discordantes. Este disco contiene pasajes instrumentales llenos de maestría deslumbrante. Steve Vai supera incluso al líder del grupo en su escaparate “Stevie’s Spanking” y se presenta la primera prueba del nuevo interés de FZ en los covers, con una interpretación de “Whipping Post” de los Allman Broters que le gana a cualquier boogie que el Sur hubiera podido servir. El título se refiere a la indignación moral de Zappa ante los nuevos esfuerzos por censurar la música. Y todos estamos de acuerdo.

The Perfect Stranger (EMI, 1984).

Afirman los rumores que Zappa se peleó con Pierre Boulez durante este proyecto, lo cual explica las cuatro incursiones (excelentes) con el Synclavier en un álbum aparentemente ejecutado por el Ensemble Intercontemporain de Boulez. La lista de “influencias” publicada por Freak Out incluía a Pierre Boulez y, abstracción hecha de los rumores (se debería tomar en cuenta la terriblemente graciosa “Down in France” de Zappa incluida en Them or Us; recuerden que muestra mucho respeto hacia Boulez en el Real Frank Zappa Book), la música es magnífica. Conforme madura todo mundo, estas fusiones han sido aceptadas cada vez más. El chiste es que esta colaboración produjo música moderna importante. Si bien Zappa (¿a la defensiva?) la describe como “absurdamente antimoderna”, se trata de material para la Isla Desierta.

Shut Up ‘n Play Yer Guitar (CBS, 1984).

Zappa siempre grabó sus conciertos. En esta ocasión decidió sacar una serie de solos de guitarra, acompañados por recursos acústicos de estudio. Muchos de los tracks derivaron de “Inca Roads”, una pieza jazzeada particularmente adecuada para la ejecución melódica y claustrofóbica de la guitarra por Zappa. Alguien de hecho usó la máquina del rock para improvisar una música dotada de originalidad pasmosa. Hasta el arribo de Guitar, Shut Up pareció ser el Interstellar Space de Zappa. Ningún otro guitarrista había prestado una atención tan precisa a la separación rítmica. Una maravilla.

Guitar (Zappa, 1984).

Probablemente la mejor música disponible en disco.  132 minutos de la guitarra de Zappa en vivo con un grupo que realmente se adapta a sus extensiones. La fabulosa calidad escultural del sonido hace que Shut Up suene enmalecido. Chad Wackerman (batería) y Scott Thunes (bajo) son algo especial. Como John Swenson señaló en Guitar World, Zappa tenía cajas y cajas de música así. Espléndido.

 

VIDEO: Frank Zappa “-Watermelon in Easter Hay-“ 1988 (HD), YouTube (Live Music HD)

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RAMAJE DEL ROCK: BLUES-ROCK (II)

Por SERGIO MONSALVO C.

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EL PADRINO

Me conozco, porque conozco la música que me gusta. Eso es todo lo que sé”. Aunque lo parezca, quien dijo esto no es un personaje de ficción, sino alguien tan concreto y transparente como John Mayall: el padrino del British Blues, con todos los derechos. Este hombre de la música creó su autorretrato y su razón de ser a partir del sonido que lo formó: el blues.

Una afirmación como la anterior no es nada desdeñable en un mundo desencantado, al contrario, es el producto de la búsqueda, del encuentro y del desarrollo de una filosofía íntima que se volvió pública e histórica, cuyos frutos se encuentran hoy documentados por doquier cuando aún con 90 años de edad seguía activo.

Tener plena conciencia de la identidad a corta edad brinda todas las posibilidades en el propio campo de acción. Y más cuando tu primera manifestación en él se convierte en un clásico imperecedero y te lo confirma.

De esta manera la naturaleza le proporcionó a Mayall la inteligencia y la brillantez expresiva para ser un Maestro, un guía genérico y también el buen ojo (u oído) para escoger a sus pupilos en sus diversas etapas de desarrollo como tal y hacer de ellos, a la larga, también estrellas y grandes ejemplos. Bajo circunstancias así varias oleadas de escuchas se identificaron con sus hechuras y no dejan de evocarlo cuando la ocasión se presenta.

Mayall hizo grandes álbumes durante un par de décadas y escribió con ello historias inmortales sobre ese lenguaje hermoso y conmovedor que es el blues. Para que su forma de describir los sentimientos y las emociones, así como la disposición del espacio para que los acompañantes y sus virtuosismos fueran inmediatamente reconocibles.

Este guitarrista, armoniquista, tecladista, compositor, cantante y, sobre todo, líder de banda representa el estilo, la profundidad y la lucidez de una generación allende el Atlántico, que supo comprender y fundir en su experiencia vital tal música afroamericana, que en su propia tierra no tenía aprecio alguno a mediados de los años sesenta.

Un primer disco se volvió clásico en la historia del blues y del rock con su mítico grupo The Bluesbreakers y, con él, la de Eric Clapton, como el primero de un impresionante listado de nombres que harían historia con esta banda y con las que irían a integrar después del paso por la Universidad Mayall.

John fue un hombre fogueado en las visicitudes de la vida. Nació en 1933, en Macclesfield, un pequeño pueblo inglés cercano al centro industrial de Manchester. Es el mayor de tres hermanos de una familia de clase obrera, que a pesar de las muchas limitaciones creció escuchando la colección de jazz de su padre, reunida con muchos esfuerzos, para a final de cuentas ser seducido por el blues.

Con los ecos de músicos como Leadbelly, Albert Ammons, Pinetop Smith y Eddie Land, a los 13 años se convirtió en autodidacta gracias al piano de un vecino, a guitarras prestadas y a armónicas usadas.

El tiempo que siguió dedicó sus esfuerzos a estudiar en una escuela de arte, luego pasó tres años enrolado con la Armada inglesa en Corea y, a la postre, desarrolló una carrera como diseñador gráfico. El blues se mantuvo en segundo plano hasta que se decidió por él como forma de vida. De 1956 a 1962, lideró dos formaciones semiprofesionales: The Powerhouse Four y The Blues Syndicate.

Estaba con este último grupo cuando la banda de Alexis Korner, Blues Incorporated —pionera de lo que se habría de llamarse el «boom del blues británico» junto a otras agrupaciones encabezadas por Chris Barber, Cyril Davis, Acker Bilk, Graham Bond y Lonnie Donegan—, pasó de gira por su ciudad. Tras conocerlo, Alexis lo animó a viajar a Londres donde, dada su calidad y argumentos artísticos, pronto se aseguró trabajo en los clubes, donde el impulso del blues (con tintes rockeros) por parte de los nacientes Rolling Stones comenzaba a atraer a mucho público.

Ya como músico profesional, Mayall reunió en torno a sí a Roger Dean (en la guitarra), John McVie (al bajo) y Hughie Flint (en la batería), los primeros nombres de un gran catálogo de futuras estrellas bajo el nombre de Bluesbreakers (el cual terminó su andar en el 2008 con su disolución definitiva).

VIDEO SUGERIDO: All Your Love – John Mayall’s Blues Breakers, YouTube (WASPQueen)

Con esta formación se presentó en el circuito de clubes de la capital británica que acogían a grupos cada vez mejores, más compenetrados con la música afroamericana, y a los seguidores de tal culto que pronto rebasaría la élite y alcanzaría a un público mayoritario tanto en la Gran Bretaña como en la Unión Americana, paradójicamente.

Con los primeros Bluesbreakers, Mayall grabó en 1965 otra rareza en el medio, un disco en vivo en el club Klooks Kleek que fue editado por la compañía Decca. Los detalles a destacar: la combinación de versiones (lo regular) y temas propios de  John, quien desde entonces se caracterizó por ello —la pieza descollante del LP era de su autoría: “Crawling Up a Hill”—. Asimismo, mostró sus amplios conocimientos bluesísticos; sus dotes como director tanto como motivador para sacar lo mejor de sus integrantes.

Sin embargo, John —consciente de las influencias que tenía del guitarrista T-Bone Walker— buscó otra directriz. Había seguido de cerca las actuaciones de Eric Clapton con los Yardbirds y al saberlo liberado de compromisos despidió a Dean e invitó a aquél a formar parte de su grupo, uno que tocaba blues puro, clásico: el único pan que pedía el ex Yarbird en esa época.

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Clapton aceptó la invitación y de inmediato pusieron manos a la obra. Eric se aprendió el repertorio y con él una mayor paleta sonora, que a su vez le amplió el horizonte a sus cualidades intrínsecas. Tanto que seguidores extasiados por sus siguientes actuaciones en los clubes Ricky Tik y Flamingo señalaron su advenimiento en las paredes de la ciudad: «Clapton es Dios».

Sabido es que los muros citadinos son las hojas donde escribe la conciencia urbana. Ahí se encuentran las sentencias sobre el acontecer social, político y amoroso o acerca de la identificación de los habitantes. No obstante, jamás se habían utilizado para citar por su nombre a las deidades profanas. Surgía de la pintura grafitera el grito por un nuevo héroe, uno que enarbolaba la guitarra como su artilugio mágico y poderoso. Un mito moderno iniciaba su carrera hacia el Olimpo, los dioses antiguos aún dormían y no escucharon el clamor.

Pero John Mayall sí. Y prestando atención a sus oídos y a su ojo clínico, decidió que luego de tres meses de andanzas y ensayos era el momento idóneo para entrar en los estudios de grabación. Eric estaba poseído por el espíritu de la música y no era cosa dejarlo pasar. Corría el mes de mayo de 1966. El productor sería Mike Vernon, exdirector de una revista de r&b, quien se estaba creando una carrera como tal y ansiaba solidificar su estancia en Decca Records.

Eric había recibido cátedras enteras sobre el blues a cargo de Mayall. La experiencia, sabiduría en la materia, información, discografía y actitud ante la música le habían ganado el respeto del joven hambriento de conocimiento. Clapton hizo de John su mentor; y de los más recientes expositores de la escuela de Chicago (Freddie King, Otis Rush, Buddy Guy, entre otros), sus nuevos paradigmas.

Así que para la aventura con Mayall y los Bluesbreakers en el Studio 2 de la compañía, se compró una guitarra Gibson Les Paul Sunburst de segunda mano, modelo con el que había visto fotografiado a Freddie King en una revista. El uso del instrumento lo quiso combinar con un amplificador Marshall que le proporcionara el sonido deseado para las sesiones: un tanto distorsionado, cremoso y con cuerpo, perfecto para su estilo en la slide.

Vernon se comportó como un verdadero productor, dejó que los artistas hicieran lo suyo —incluso cuando vio la colocación que Eric le daba al micrófono frente a su amplificador— mientras él registraba con toda fidelidad lo creado a niveles y límites de volumen sin precedente. Había aprendido la lección viendo cómo Jimmy Page produjo el sencillo del grupo, “I’m Your Witchdoctor”, del que extrajo todo el crudo poder de la banda, ya con Clapton en la guitarra.

La selección del repertorio no les llevó tiempo, sería el mismo de sus últimos sets en los clubes: apropiadas versiones de Otis Rush, Freddie King, Ray Charles y Moose Allison, entre ellas. Un muestrario en el empleo de diversas sonoridades, combinadas con temas originales de John. Sólo un tema llevó la firma de Clapton, al alimón con Mayall: “Double Crossing Time”.

Mayall hizo gala de orquestación e inspirado liderazgo: hubo piano, órgano y armónica (bajo su brillante peculio), solos de batería (a cargo de Flint), bajos presentes y ampulosos (con John McVie), un uso discreto, justo y preciso de los metales; puso en relieve la guitarra de Eric y lo instó a cantar por primera vez en “Ramblin’ On My Mind”, pieza con la que nació el largo idilio musical entre éste y Robert Johnson (su influencia definitiva).

El resultado fue Blues Breakers with Eric Clapton, una obra maestra, única en el tiempo, ejemplar en el posterior desarrollo del blues blanco, quizá el mejor disco de blues británico de todos los tiempos. Piedra de toque del blues-rock cargada de espontaneidad, sentimiento y dureza, tanto como de parámetros para la ingeniería de sonido y el uso del amplificador como otro instrumento.

Su influencia resultó tan expansiva como para llegar a los Estados Unidos y al mismísimo Jimi Hendrix, quien al arribar a las tierras de Albión lo primero que quiso fue obtener para sí un amplificador Marshall y comenzar su propia leyenda.

John Mayall fue el maestro ideal para Eric. Le mostró sus capacidades y le amplió el campo de visión dónde desarrollarlas. Lo ilustró con nombres y escuchas. Le enseñó la templanza y a confiar en sí y en sus raíces cada vez que perdiera el rumbo. Eric, a su vez, fue un discípulo estudioso y disciplinado que supo aquilatar la instrucción y el talento que poseía.

Ambos se compenetraron a la perfección, quizá sabedores que lo único con lo que no contaban era con tiempo. John tenía sus metas y su grupo; Eric las primeras también (exponer lo aprendido con su propio material, con sus particulares ideas y espacios, producto de músicas ignotas), pero buscaba lo segundo. La separación fue cordial y plena de buenos deseos para ambos.

Los Bluesbreakers serían a partir de entonces un semillero inacabable de buenos discos de blues, de músicos de todas las especialidades, con Mayall como guía visionario. Eric se convirtió en el primer héroe de la guitarra, con el tan ansiado carisma mediático, además.

El espíritu revolucionario de aquel lapso de tiempo aspiraba a la permuta en todos los órdenes de la vida, y en cada aspecto resultaba fundamental encontrar idearios, conceptos, que respaldaran en teoría las realizaciones concretas de cada campo. Lo que estaba claro era que la actitud tenía que ser de conceptos totales. La que buscaba una nueva visión del mundo, en cada una de sus áreas. La que fundamentaba el cambio. La música lo hizo desde sus raíces. La de John Mayall fue un semillero conceptual.

John Mayall no solo tuvo el mérito de ser una de las ramas principales del árbol genealógico del rock. También fue uno de los responsables de la expansión del blues más allá de los límites del purismo (fue el primer experimentador de un género al que ha construido y deconstruido a voluntad estética, incluida la grabación de un disco con el sólo).

En su larga trayectoria pasó por distintas épocas, como buen artista: del blues-rock británico (con el fuerte ascendente del Chicago Sound), al blues acústico, a la fusión con el jazz, al unplugged (sin baterista), al blues de metales (swing y jump), al uso del violín (de tonos country), de coristas y de vuelta al blues de raíces, como solista y así sucesivamente.

Fue por eso una de las figuras blancas más importantes, si no la más, del blues moderno (fue su primer bluesman), de gran auge a partir de los años sesenta del siglo XX. Siempre tocó tal música, pero revistiéndola cada vez de una envoltura distinta, al punto de en ocasiones volverla irreconocible, logrando así además mantenerse en la escena durante décadas con una discografía de alrededor de cincuenta grabaciones. Por todo ello a John Mayall le sobran los epítetos y aumenta su repercusión tras morir en el 2024, a los 90 años de edad, y en pleno ejercicio del blues.

Un registro más amplio de los integrantes que pasaron por el grupo en alguno u otro momento es el siguiente: Eric Clapton, Peter Green, Jack Bruce, John McVie, Mick Fleetwood, Mick Taylor, Don “Sugarcane” Harris, Harvey Mandel, Larry Taylor, Aynsley Dunbar, Hughie Flint, Jon Hiserman, Dick Hekstall-Smith, Andy Fraser, Dave Navarro, Johnny Almond, Walter Trout, Coco Montoya y Buddy Whttington, entre otros.

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VIDEO SUGERIDO: John Mayall Bluesbreakers with Eric Clapton – Hideaway, YouTube (Ricky Hio)

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REZA EL GLOSARIO: PIERCING

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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EL GOLF CÁRNICO

 

Hay quienes recurren al body piercing para enfrentar la realidad. Los últimos estertores del posmodernismo descubrieron este “nuevo” simbolismo placentero. Se trata de elegantes anillitos y astillas de oro que prácticamente sin dolor se colocan en las partes más diversas e íntimas del cuerpo. Las orejas, las cejas, la nariz, la lengua, el ombligo, el pezón, la vulva, el glande, el clítoris, el escroto, el ano. Donde sea.

Mucha gente conoció el piercing a través de los tatuajes, ya que antes solía realizarse al margen de esta última práctica. Sin embargo, tardó en popularizarse. Literalmente significa «perforación del cuerpo» y se puso de moda con la nueva ola del black power en el mundo del rap. Los raperos más influyentes se pusieron a buscar sus raíces africanas. Los aros en la nariz pronto se convirtieron en algo normal. Así se rompió el hielo y el asunto se propagó rápidamente como un shock cultural.

Sin embargo, la práctica del piercing es tan vieja como Matusalén. En la antigua Roma, los hombres se ponían aros en las tetillas como señal de valor. A sus mujeres les pareció tan excitante que también se los pusieron. Asimismo está la historia del príncipe Alberto, la cual tuvo lugar en la pudibunda Inglaterra de la reina Victoria.

A la reina le molestaba sobremanera el “bulto” visible en el pantalón del príncipe Alberto. Por eso diseñó la «construcción del príncipe Alberto», una intervención que ha conservado el nombre en el body piercing actual: introducir un arito por la uretra al interior del glande, saliendo por detrás. El pobre Alberto tenía que pasar un cordón por el aro para amarrarse el pene al cuerpo, tranquilizando así a la reina.

En todo caso está claro que el piercing es una necesidad o un impulso profundamente arraigado en el ser humano. El deseo eterno de dar forma al cuerpo de acuerdo con la propia voluntad. Se trata precisamente de una expresión de anarquismo corporal, en este sentido, además de que perforar alguna de sus partes puede brindar mucho placer al dueño.

La astilla horizontal a través del glande, por ejemplo, parece garantizar que se anima o incluso se salva la vida sexual del portador y de su pareja. Nada más hay que imaginarse lo que eso puede aportar en cuanto a fricción. También para las mujeres con los pezones hundidos el piercing muchas veces resulta ser la solución.

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Por otro lado, sería ingenuo negar que el piercing tiene lugar entre agujas, sangre y genitales.  Una operación irresponsable puede tener consecuencias serias.  Sólo hay que pensar en las infecciones e incluso la propagación del por todos temido virus del VIH.

Y como en todo es posible encontrar a profesionales de mucha experiencia y a otros que sólo se aprovechan de la moda para hacer negocio. En Europa ya existe la European Professional Piercers Association, que otorga certificados profesionales y así protege a los consumidores. También exige, por ejemplo, que utilicen autoclaves para esterilizar sus instrumentos, en lugar de sólo alcohol.  El verdadero peligro son los negocios clandestinos, que no pueden ser revisados.

Como se puede ver, el simbolismo visual es dinámico. Las ideas permanecen o se eclipsan, son ellas o su eco, pero están ahí para servir de recio armazón a quien rescata de esta forma la poesía de lo cotidiano, ya sea de manera íntima, bizarra o estridente. Las voluptuosidades de la investidura corporal.

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LONTANANZA: THE BEATOPHONICS

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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LICOR EVOCATIVO

 

La “Ola Inglesa”, en su vertiente del Mersey beat fue un acontecimiento crucial en la historia del pop y el rock, produjo una música ambivalente cuya aportación ha perdurado e influido en diversos géneros por casi seis décadas. Y no sólo la de los Beatles (que la comenzaron y elevaron de nivel), sino también la de valía sustantiva como la de los Dave Clark Five, Searchers, Swingin’ Blue Jeans, los Herman’s Hermits o Gerry and the Pacemakers.

Todos ellos parecen hoy las reliquias de una fiebre de la que los consumidores no se han recuperado desde entonces –el britpop, el neo-garage y el revival lo-fi son sus manifestaciones más recientes–. La razón por la que aquellos grupos sesenteros despiertan la curiosidad es que, en términos generales, su música se trata de la expresión perfecta de la estética pop. Su encanto radicó de manera precisa en lo voluntarioso de su alocado entusiasmo. Un dulce para los oídos hecho de semillas de alegría.

Los ingleses lo lograron en parte al desenterrar música pasada por alto, olvidada o desechada por el público estadounidense, la cual reciclaron otorgándole una forma más resplandeciente y despreocupada. El hecho de que parte de esta música haya sido escrita e interpretada originalmente en la Unión Americana aseguró más la cosa. Paradójicamente, esos rescatistas musicales se convirtieron en un éxito de proporciones fenomenales al “invadir” las costas estadounidenses.

Incluso la versión de dicho Mersey beat más mustia y debilucha expresaba al menos la promesa o el anhelo de que tanto los intérpretes como el público pudiera soltarse, moverse y salir desbocado a correr por las calles, lo cual desde luego ocurriría más adelante con grupos mejor dotados (Rolling Stones, Kinks, Animals, Yardbirds. Zombies, etcétera).

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En la actualidad, representando tal sonido están The Beatophonics (quienes arman el soundtrack de esta emisión), grupo danés fundado en el 2010, pulido, cremoso, muy placentero al oído y absolutamente embriagador con su licor evocativo. Hay alternancia en las voces principales, como mandan los cánones del género. Hay armonías vocales infinitas, celestiales, irreprochables. Hay estribillos candentes como para dejarlos marcados en la piel, para siempre.

The Beatophonics son: Flemming Koch (voz y batería), Rasmus Schrøder (voz y bajo) y Søren Koch (voz y guitarra). El trío era miembro de una banda-tributo a los Beatles: Beat the Meetles. El grupo nació en un concierto especial que recreaba la única actuación (el 4 de junio de 1964) del Cuarteto de Liverpool en Dinamarca.

Sin embargo, como su set era muy limitado aquella noche, optaron por ampliar el repertorio tocando las canciones de otros grupos beat, y a partir de ahí surgieron como The Beatophonics. A la par de los Beatles, The Zombies (banda a la que se ha sumado Søren Koch tocando la guitarra), Hollies, Kinks, The Easybeats, Small Faces, Roulettes, Action, The Smoke, y otros grupos de fugaz pasado, todos fueron recuperados por el trío y por su afición al coleccionismo espiritual. Dicho conglomerado fue la inspiración que hizo del beat el eje de su labor.

“Escribir y tocar lo que realmente disfrutamos más, grabarlo de la manera que pensamos que debería sonar en nuestro propio estudio -¡en monoaural!- y lanzarlo en nuestro propio sello es divertido, una alegría enorme, y a la gente, además incluso parece gustarle lo que estamos haciendo”, según sus palabras, y desde entonces ya llevan tres muy solicitados discos en su haber.

VIDEO: Th Beatophonics – I Thank You (Official Video), YouTube (Target Denmark)

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JAZZ: JOHN COLTRANE (XI)

Por SERGIO MONSALVO C.

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JOHN COLTRANE

COLTRANE PLAYS THE BLUES

ATLANTIC

Dentro de la historia del multimencionado músico, este álbum siempre suele ser pasado por alto. Sin embargo, eso no hace más que remarcar la sordera de muchos críticos cuando en realidad es una obra de gran importancia.

Grabado durante la misma semana que su versión original de «My Favorite Things», este álbum de John Coltrane contiene seis piezas originales de orientación bluesera (cinco de Trane: «Blues to Bechet», «Blues to You», «Mr. Day», «Mr. Syms» y «Mr. Knight», así como una de Elvin Jones, «Blues to Elvin», y en este caso un bonus track agregado: «Untitled Original» del propio saxofonista). La música es más melódica que de costumbre. Coltrane interviene en dos tracks con el sax soprano, mientras que «Blues to You» constituye el mejor escaparate para su intenso tenor.

Personal: John Coltrane (sax soprano y tenor), McCoy Tyner (piano), Steve Davis (bajo) y Elvin Jones (batería). Grabado originalmente el 24 de octubre de 1960 en Nueva York.

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JOHN COLTRANE

LIVE AT BIRDLAND

IMPULSE!

Mucho se ha discutido sobre si éste es el mejor álbum multifacético de John Coltrane, y parece que la polémica dará para bastante tiempo más. Discusión bizantina, cuando la figura del músico y sus aportaciones son por demás manifiestas.

El LP, reeditado ahora en CD, contiene versiones brillantes de «AfroBlue» y «I Want to Talk about You». En la segunda mitad de esta última se escucha a Coltrane en el sax tenor, sin acompañamiento, acometiendo la pieza con energía, sin perder de vista por un momento que se trata de una hermosa balada. El resto del álbum («Alabama», «The Promise» y «Your Lady») casi mantiene el mismo alto nivel.

Personal: John Coltrane (sax tenor), McCoy Tyner (piano), Jimmy Garrison (bajo) y Elvin Jones (batería). Grabado originalmente en Birdland el 8 de octubre de 1963 (tracks 1-3) y en un estudio de Englewood Cliffs, New Jersey, el 5 de marzo (track 6) y el 18 de noviembre de 1963 (tracks 4 y 5).

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JOHN COLTRANE

OLÉ COLTRANE

ATLANTIC

Una de las sesiones más interesantes realizadas de John Coltrane para Atlantic también fue la última antes de contratarse con Impulse! de manera exclusiva.

Este CD, que contiene las tres selecciones originalmente incluidas en el LP («Olé», «Dahomey Dance» y «Aisha»), además de una pieza registrada en la misma fecha que no se editó hasta varias décadas más tarde («To Her Ladyship»), muestra al gran saxofonista al frente de un grupo de estrellas con una variedad de material muy original. «Olé» resulta memorable y «Dahomey Dance» se convirtió en standard de muchos músicos. Los solos son más concisos de lo acostumbrado para una sesión de Coltrane y esta obra resulta bastante accesible incluso para los escuchas que prefieren sus «sábanas de sonido» anteriores.

Personal: John Coltrane (sax soprano y tenor), Eric Dolphy (flauta y sax alto), Freddie Hubbard (trompeta), McCoy Tyner (piano), Art Davis y Reggie Workman (bajo) y Elvin Jones (batería). Grabado originalmente el 25 de mayo de 1961.

VIDEO: John Coltrane. “Blues to You”, álbum Coltrane plays the blues, YouTube (Marco Renzini)

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ON THE ROAD: FLICS AND STONES

Por SERGIO MONSALVO C.

 

Ronnie Wood,Charlie Watts,Mick Jagger,Keith Richards,Ron Wood

 

Es de noche y llueve en París. Acabamos de salir del concierto que dieron los Rolling Stones en el Parque de los Príncipes. Delante de nosotros van Diego y Rossy abrazados bajo un paraguas. Vamos a ir a cenar al restaurante árabe donde nos gusta el cous cous que preparan. Es medianoche y tenemos que apurarnos si queremos todavía tomar el Metro, con sus diversos transbordos.

Logramos subir al último convoy de cada línea. Abundan los clochards y los junkies en cada una de las estaciones. Ahí pasan la noche. Algunos pelean por las botellas de vino; otros tiemblan en los rincones o se rascan desesperados. La muchedumbre que nos acompañaba desde la salida del estadio se ha diluido con la lluvia y ahora somos los únicos que emergemos a la superficie en la estación Abbesses.

A Diego se le ocurre ir a echarse un trago antes de cenar, así que nos dirijimos al bar Chateau Rouge que está en la Rue Picard. La realidad es que el hash se le terminó y quiere comprar una buena dotación con el conecte que conoce ahí. La calle por donde llegaríamos está acordonada. Pusieron una bomba en el bistro de media calle y al parecer hay heridos y muertos.

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La ultraderecha, la ultraizquierda o tal vez algunos inmigrantes descontentos pusieron el artefacto. Sirenas, luces rojas, bomberos y patrullas invaden el lugar. Todavía hay fuego y mucho humo. Como no podemos pasar tenemos que dar un rodeo. Cruzamos una plaza donde putas, proxenetas, pushers, travestis y otras especies se dan cita por las noches. Gritan. Ríen estruendosamente. Negocian. La lluvia ha cesado y los charcos reflejan las luces de los arbotantes y de los cerillos que se prenden. Hay jeringas y restos de papeles por doquier.

Por fin llegamos al Chateau Rouge. La calle está desierta y subimos por ella. El letrero en neón del bar ilumina leve el horizonte. La música, el olor a cigarro y el ruido de las voces aparecen de repente al entrar. Hay casa llena, pero podemos conseguir un apartado casi en la entrada. Nos quitamos las chamarras. Diego y yo vamos a la barra a pedir los tragos. Él se queda hablando con el barman mientras yo recojo los vasos y las copas.

Al regresar a la mesa descubro que hay dos tipos sentados haciéndoles la plática a Rossy y a Mara, que han tenido que correrse hacia la pared. Rossy me ve y me saluda ostensiblemente con la mano. Los tipos voltean, me ven, se paran del asiento y se van. Deposito los tragos y me acomodo junto a Mara. Rossy me dice en voz baja que son policías, judiciales, flics, y quieren que se vayan con ellos a otro lado, “a mostrarles París”.

Ambos tipos están sentados en el extremo opuesto de la barra donde Diego continúa hablando con el barman. Echan alguna cínica mirada hacia nosotros. En ese momento veo que Diego recibe un paquete de “chocolate”. Se lo guarda en la bolsa del pantalón y camina hacia el apartado.

Los policías no dejan de vernos. Diego se aposenta y toma con una mano la de Rossy y con la otra su cerveza. Cuando uno de los tres le va a decir lo que está sucediendo, de una puerta tras del bar sale un fulano y mete unas monedas a la rockola que enseguida suena una pieza de los Stones por encima del ruidoso murmullo: “Time Is on My Side”.

Al parecer también estuvo en el concierto, porque al escucharla hace los mismos movimientos que hizo Jagger con una sombrilla china al interpretarla. El tipo está ebrio o muy drogado. Sus gesticulaciones son lentas. Al ir hacia el baño pasa frente a nosotros. Sonríe y canta al unísono del disco. Diego le devuelve el canto pastoso y brinda con él.

El tipo se sostiene de la orilla de la mesa. Tiene puesta una camiseta negra, sucia. Bajo la manga izquierda le escurre un hilillo de sangre. Se acaba de inyectar. Repite el coro de la canción y se va. Nadie le presta atención en medio del cargado ambiente, pláticas fuertes y música. Me inclino hacia Diego para decirle que tenemos que irnos rápido, pero con el rabillo del ojo alcanzo a ver que los policías luego de un intercambio de palabras vienen hacia nosotros.

Las mujeres voltean a verse entre sí y luego a mí. Agarro firmemente mi vaso y espero. Los judiciales se recargan en las cabeceras del apartado y les hablan en francés a ellas como si Diego y yo no estuviéramos. “Dejen a estos idiotas y vengan con nosotros”. Parece más una orden que una invitación. Ahí sentado puedo ver cómo debajo de su chamarra y del brazo pende una pistola en su cartuchera.

En mi cerebro escucho la canción que ahora se repite de manera tan clara como las imágenes de los músicos en el escenario, rodeadas de la algarabía de aquel estadio. Alcanzo a ver a Charlie Watts, su serenidad y semisonrisa. Tres horas de una magnífica presentación.

Mientras Rossy y Mara repiten que no por tercera o cuarta vez, Diego las mira a ellas, a mí y a los policías todo desconcertado. Yo no me puedo mover. Tengo a uno de los tipos casi encima, con una mano sobre mi cabeza y a la vista la cacha de su arma. Cuando me armo del vaso y toda la decisión para levantarme con fuerza, la puerta del bar se abre. Un hombre se asoma y al ver a los judiciales les hace una seña de que vayan con él. Salen.

Tras un silencio que parece eternizarse me tomo el whisky de un solo trago y digo: “Vámonos”. La frescura de la calle se mezcla con el olor del humo de la explosión que aún no se mitiga. Diego y Rossy caminan otra vez delante de nosotros. Ella lo abraza de la cintura mientras él sostiene el paraguas. Llueve otra vez en París. “¿Te gustó el concierto?”, le pregunto a Mara.

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