ROCKPILE: LIVE AT MONTREUX

Por SERGIO MONSALVO C.

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LIVE AT MONTREUX

Los veranos en Montreux son impactantes por más de un motivo. La hermosura de su paisaje es uno de ellos. Es una ciudad que tiene frente a sí al Lac de Genève (en español se le denomina lago Lemán) al igual que la cercanía con los nevados Alpes, con todas las posibilidades de disfrute que ello ofrece. Actividades de montaña o acuáticas. La geografía ha sido muy generosa con esta ciudad de la riviera suiza.

En lo musical, su papel ha sido histórico. Primero con el género jazzístico al cual le ha dedicado uno de los festivales internacionales más cotizados del planeta. Su andadura en estas lides comenzó en 1967 cuando fue fundado por Claude Nobs con la considerable ayuda de Ahmet Ertgün, presidente de la compañía Atlantic Records.

En su origen se planteó exclusivamente para tal música y por ahí pasaron luminarias de la importancia de Miles Davis, Ella Fitzgerald, Charles Lloyd, Keith Jarrett o Bill Evans, por mencionar unos cuantos. Las presentaciones se llevaban a cabo en el afamado Casino de la ciudad, que desde décadas antes atraía al jet set mundial.

Por una década se mantuvo en esta constante, sin embargo, los nuevos tiempos exigían cambios y el encuentro abrió sus puertas a otros estilos de música. El festival se volvió incluyente con el rock, el blues y el pop, sin dejar al jazz como principal atractivo. Entre los primeros grupos invitados estuvieron: Deep Purple, Santana y el Led Zeppelin.

En diciembre 1971 entró en los anales de la historia del rock porque durante una actuación de Frank Zappa el Casino se incendió y tras muchas horas de fuego y humo el Casino quedó destruido casi en su totalidad (el hecho quedó inscrito en una canción de Deep Purple). Esto hizo que se cambiara de sede, primero al Pavillon Montreux, luego al gigantesco Centro de Convenciones para regresar finalmente al reconstruido Casino en 1982.

Actualmente, al festival asisten unas 200 mil personas, repartidas en varios auditorios por toda la ciudad. Y, además de la asiduidad jazzística, es un centro de peregrinaje para los fans de Queen y de Freddie Mercury en específico, ya que fue ahí donde el cantante pasó un tiempo antes de morir y según la leyenda sus cenizas fueron esparcidas en el lago. Hay una estatua que lo conmemora y que se llena de ofrendas de todo tipo. Los graffitti están penadísimos con fuertes multas, así que lo que predomina son los papelitos con poemas o las flores multicolores. Eso es hoy.

Antaño, dando tumbos por Europa, llegué a Montreux por primera vez en el verano de 1980 (lo hice a base de rides, cuando todavía se podía hacer eso). Pasé por Ginebra y Lausana. Llegué la noche del 11 de julio. El festival de jazz se celebraba del 4 al 20 de ese mes.

Las últimas personas que me dieron ride eran residentes en aquella belleza helvética y generosamente me permitieron quedarme en su garage y ducharme mientras permaneciera en la ciudad.

Viajé hasta ahí para ver a Van Morrison y a Marvin Gaye. Sobre todo al primero, ya que tenía noticias de que acababa de finalizar su disco Common One (en unos estudios ubicados en Niza, en la riviera francesa), una obra experimental (inspirada líricamente en la poesía de Wordsworth y Coleridge), que abandonaba el R&B para adentrarse en los terrenos del jazz, del free, con el sax de Pee Wee Ellis más la trompeta de Mark Isham. Yo quería oír eso (y lo hice, pero esa es otra historia).

La suerte que tuve de ligar varios rides contínuos hizo más rápida mi llegada de lo pensado. Había calculado un día más de viaje, así que me sobraban 24 horas para conocer la zona y entrar a algún otro concierto que me interesara. Deambulé por la ciudad desde muy temprano el día 12. Lo cual me permitió tener uno de esos momentos epifánicos, en el mero “esplendor de la hierba”, según la referencia cinematográfica.

Fue una sensación intensa y llena de sentido, que se complementó a la postre con mi oficio de escriba. Pasear estimula el pensamiento, pero hacerlo inmerso en naturaleza semejante, donde estás dentro de un cuadro bello, hace que una corriente alterna libere por ti todo el lastre de zozobras con el que andas deambulando y te oscurece los sentidos.

Momentos así iluminan de repente e inesperadamente con sus destellos un presente y, por qué no, un futuro distinto. Puede uno oírse vivir. Es como si aquel encuentro hubiera realizado una limpieza interna exhaustiva y dispusiera todo para ser un recipiente listo para recibir nuevos contenidos. En fin, una sensación muy estimulante que horas después encontraría su razón de ser.

VIDEO SUGERIDO: ROCKPILE – LIVE 1980 –“I Knew The Bride” (When She Used To Tock And Roll)” – Track 3 of 18, YouTube (Soundcheck24)

Estaba en esas andanzas cuando me encontré con un cartel donde se anunciaba la presentación de un grupo británico del que, hasta entonces, no había escuchado ni sabido cosa alguna. En él no había mayor información que la usual: fecha, lugar y hora.

Como el precio del boleto estaba dentro de mi presupuesto decidí ir a comprarlo a la taquilla del Centro de Convenciones, comer algo por ahí y luego sentarme en el auditorio para sentir la atmósfera que creaba la expectativa ante banda semejante, con un nombre prometedor: Rockpile.

Este era un grupo británico de formación no muy reciente. Ya tenían cuatro años de trabajar juntos. Anterior a ello, Nick Lowe (voz y bajo) y Dave Edmunds (voz y guitarra), sus líderes visibles, se habían conocido durante algunas sesiones para la compañía en la que ambos trabajaban como productores (Stiff Records). Y llamaron para colaborar con ellos a Billy Bremme (voz y guitarra) y a Terry Williams (batería), el primero antiguo compañero de Edmunds en su banda Rockpile de 1970. Decidieron mantener el nombre.

Nick y Dave tenían una larga trayectoria dentro de la escena (como músicos de diversas bandas, en varios géneros y con un bagaje netamente rocanrolero desde la infancia). Habían pasado por el punk. Lowe tenía asegurado su nombre en la historia del género tras haber producido el primer sencillo del mismo, y Edmunds había participado activamente en sus precedentes.

La dupla, sin embargo, prefirió inscribirse en la novel corriente de la New wave con el acento en su experiencia como forjadores del pub rock (el que surgió como respuesta enfrentada al rock progresivo y al glam, que preludió al punk y que practican los animadores musicales en bares y clubes de aquellas islas desde entonces). Ese espacio tan caro para el desarrollo del rock británico, como para el de sus egresados famosos o habitantes regulares.

No obstante, por cuestiones legales no podían grabar como grupo por mantener ambos contratos vigentes con distintas compañías y representantes. Pero mientras eso se solucionaba todo el grupo era el soporte fundamental en los discos como solistas que realizaron cada uno de ellos antes de finalizar las años setenta: Tracks on Wax 4, Repeat When Necessary y Labour of Lust, como muestras.

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Con la llegada de 1980 el panorama cambió y entraron como Rockpile al estudio para grabar Seconds of Pleasure (su debut y obra única), una pequeña gran joya de rock melódico, cargado de rockabilly y power pop, que se instaló fuera de las corrientes de moda y con ello se volvió atemporal y al mismo tiempo perene. En él incluyeron versiones (de Joe Tex, The Creation, Chuck Berry y los Everly Brothers, entre otros) y canciones originales.

Destacaron los sencillos  “Teacher Teacher”, “Heart” y “When I Write the Book” con los que Lowe mostró desde entonces su incombustible capacidad compositiva, su manejo de los diferentes estilos rockeros y, sobre todo su conocimiento de las inquietudes juveniles que son las mismas para todas las generaciones. Edmunds por su parte, puso en la palestra su experiencia rítmica, su timing y su determinada visión con respecto al rock and roll. La guitarra rítmica y los tambores siempre fueron un apoyo incandescente, sólido y puntual.

Así fue como los descubrí aquella noche de julio. Pusieron el broche de oro a una particular jornada memorable. Me enfrentaba a un concierto de la manera más inocente, sin ningún antecedente ni escucha previa. Y aquella inocencia fue recompensada. Rockpile interpretó un set de 16 canciones pleno de músculo y propuesta, en el cual Edmunds fue el favorecido al cantar la mayoría de los temas (10), mientras que Lowe y Bremmer lo hicieron en las menos.

El objetivo de interpretar a Chuck Berry y a Eddie Cochran al triple de velocidad se cumplió plenamente. El grupo se mostró en gran forma sin menguar en los cambios vocales (yo hubiera preferido escuchar más Lowe porque su voz me resultaba más cálida y cercana) y la actuación fue tremenda y entretendida: “Sweet Little Lisa”, “I Knew the Bride”, “Queen of Hearts”, “Let it Rock”, “Let’s Talk About Us”…

Los problemas que tuvieron al principio con los micrófonos no pudieron ser corregidos en la mezcla de la grabación del disco, quizá por eso tardó tantos años en aparecer publicado, pero ello no le quita ni un ápice al testimonio que significa esa muestra de rock and roll de la mejor clase, energético, auténtico, que ataca su lírica e instrumentos con el fervor de los evangelistas iluminados. Un set con temas que son perfectos tratados de power pop-rock, breves y con melodías relucientes, sustentados por el material del que a la larga sería su único disco.

Tocaron con pasión una música con la que es imposible no sonreír y sentirse mejor. Y, además, luego lo supe, como si no hubiera tensiones entre Lowe y Edmunds, provocadas por el exceso en el que habían caído de alcohol y drogas. Tras la gira la banda se distanció notablemente debido a las dificultades personales dadas las fricciones, a las que agregaría arreglar los encuentros entre los integrantes debido a sus proyectos paralelos. A pesar de ello, trabajaron juntos esporádicamente a lo largo de la década, para grabar el material de alguno o en magnos conciertos benéficos.

Sin embargo, con su exégesis musical de esa noche algo se movió para mí, transfiriendo unos minutos de actuación en un tiempo de eternidad personal conectada a su dinamo (que gracias a la edición del disco con dicha presentación, Rockpile Live at Montreux 1980, puedo revisitar cada vez que mis necesidades lo requieren.

Es un disco comparable a un sitio de retiro, al que de vez en cuando me acerco para recargar energías, recuperar recuerdos, aclarar las cosas, indicar una ruta a seguir o simplemente un refugio ante un desgarro existencial. Creo que todas las personas deberían tener discos así, elegidos por las causas precisas y por la cura que proporcionan.

Quizá el mundo para uno no progrese madurando según lo esperado, sino manteniéndose en un estado de permanente adolescencia, de exultante descubrimiento, donde enlazar vida y música, por ejemplo, sea siempre un vuelo arriesgado en el cual puedes arder y encontrarte o perderte si te equivocas al escoger el beat adecuado.

El resultado aparece cuando se comprende que la vida discurre a ras de suelo y que si nos mantenemos ligeros y alertas, sin ataduras inocuas, puede venir de pronto alguna brisa y llevarnos a los lugares donde la melodía escuchada nos haga preguntarnos muchas cosas y mantenernos siempre a la búsqueda de respuestas, en la construcción de nuestro propio camino. Esa es la aventura y la música su mejor bitácora y compañera de viaje.

 

 

VIDEO SUGERIDO: ROCKPILE – LIVE 1980 – “Girls Talk” – Track 7 of 18, YouTube (Sounscheck24)

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LOS EVANGELISTAS: CORNERSHOP

Por SERGIO MONSALVO C.

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LA INDIA, U. K.

El nombre de la banda inglesa Cornershop se originó de un estereotipo sobre los británicos asiáticos, el cual afirma que éstos siempre poseen tiendas en las esquinas (corner = esquina, shop = tienda). En tal cliché hay un obvio racismo, sustentado en la idiosincracia discriminatoria producto del pasado colonial británico. Misma con la que han tenido que vivir los inmigrantes indios y sus descendientes (al igual que otras etnias, como la paquistaní o la caribeña, por ejemplo).

En esa realidad dura y cotidiana, que los enfrenta con skinheads, neonazis, hooligans y políticos conservadores, crecen manifiestos sociales y artísticos agudos, danzarines y agridulces como el de este grupo cuya proclama es una fusión de música india, brit pop, rock alternativo y dance electrónico.

A principios de los años noventa, en Leicester, Inglaterra, el multiinstrumentista, cantante y compositor de origen indio Tjinder Singh, su hermano Avtar (bajo), Ben Ayers (guitarra) y el baterista David Chambers formaron la banda. Su álbum debut, Hold on It Hurts, data de 1994.

Al año, y con cambios en la formación, lanzaron Woman’s Gotta Have It, pero fue tiempo después cuando When I Was Born for the 7th Time les dio su mayor fama. El remix del sencillo “Brimful of Asha” (sobre la base riffmica de “Sweet Jane”), realizado por Norman Cook (alias Fatboy Slim), se convirtió en un enorme éxito.

A éste le siguió la producción de Handcream for a Generation, Judy Sucks a Lemon for Breakfast, Cornershop And the Double ‘O’ Groove Of, Urban Turban y Hold On It’s Easy, hasta la fecha.

Estos intérpretes de música indie han encontrado tres maneras de producir una forma artística contemporánea viable y en contacto con los escuchas en general. En primera instancia, por medio de su progresivo provecho de doble vía, es decir, la dilución de las influencias maternas en la música “extranjera” del país de adopción.

En segundo lugar, mediante el empleo creativo en forma divertida de la retroalimentación recibida de ambas culturas; y, finalmente, al continuar con la antigua tradición rockera de la política del baile, o sea, ejercer la crítica social mientras se disfruta.

El disco Judy Sucks a Lemon for Breakfast –su mayor éxito– fue la reafirmación de que el rock sigue siendo un grito potente dirigido sin restricciones a una gran audiencia; ése grito que ha contribuido más a rehacer la identidad británica que cualquier otra forma artística o secular.

VIDEO SUGERIDO: Cornershop – Brimful of Asha (Fatboy Slim Remix), YouTube (banacheq)

El rock británico siempre ha sido una mezcla en todos los sentidos. Es una expresión democrática y multicultural; es negra (blues, reggae, soul, funk, hip hop) y asiática (las ragas indias, sobre todo), de clase obrera, de clase media y hasta la aristocracia ha tenido qué ver en varias facetas de su historia.

Si Cornershop habla de ello en sus canciones es porque también dicha historia les pertenece como británicos asiáticos de tercera generación y eso es algo que todo el mundo debe saber. Su propuesta es inteligente e ingeniosa, una permanente descripción irónica de la vida británica contemporánea.

Y por ello citan en sus melodías tanto a los Beatles como a T.Rex, los Kinks o los Rolling Stones. Raíces comunes para todos los músicos y subgéneros nacidos en la Gran Bretaña. Es una forma de identificación que no se basa en el rechazo y la automarginación, sino en la aceptación y la creatividad.

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Asimismo, el misterioso sur de Asia, es decir el subcontinente indio, ha ejercido una influencia muy significativa sobre el rock desde la década de los sesenta. Según la mitología del género, este subcontinente es una tierra de sensibilidades expansivas. Es el yin de las fuerzas primarias frente al yang de la ciencia occidental contemporánea.

Esa injerencia ha sentado sus precedentes vía la Gran Bretaña, con hitos culturales como los Beatles, con “Norwegian Wood” (del disco Rubber Soul) y Help; como discípulos filosóficos de diversos Maharishis o musicales, como de Ravi Shankar, de quien incorporaron un poco de música raga y verdades védicas en diversas obras.

La influencia india hizo acto de presencia incluso en el rock que carecía de conexiones aparentes con gurús o el misticismo. El grupo Echo and The Bunnymen, convertido en algo tan poco exótico como la sombría penumbra romántica, utilizó el sonido raga en su mejor canción, «The Cutter». Y, por supuesto, los Rolling Stones incluyeron el toque indio con el uso de la cítara en el seminal tema “Paint it Black” y en grandes partes de Their Satanic Majesties Request.

Los rockeros ingleses, pues, han tenido especial apego a lo indio. Por su parte, los británicos originarios de las Indias Orientales conforman más del veinte por ciento de la población inglesa. De igual manera, conforme el número de inmigrantes procedentes de la India, Paquistán y Bangladesh crecía en las islas británicas, los músicos ingleses (del punk a la fecha) buscan su inspiración directamente en Brixton o Leicester y ya no tan sólo en el tradicional rodeo sentimental por Memphis.

Por otro lado, el proceso indio de transculturación, el «ciclo índico» (que va incansable y sin interrupción de la Gran Bretaña a la India y de vuelta, y que se ha enriquecido a través de la historia y de su demografía) también encierra una influencia catalítica al engendrar una fértil escena musical en cada región de ambos continentes. A fin de cuentas, el rock no es un arte de formas fijas, sino de inflexiones que se producen a base de modelos remotos y en el ámbito de las grandes urbes.

Tal es el caso de Cornershop, músicos creativos que han tenido la ventaja de abrevar en fuentes de una larga tradición (en ambos países), dotadas de caracteres propicios que a ellos les ha correspondido universalizar, con un sonido más que reconocible. Un estilo que desarrolla un género de música popular a partir de la asimilación cultural.

VIDEO SUGERIDO: Cornershop – Waterloo Sunset (Culture Show 2007-06-09), YouTube (EdgarHuntley)

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JAZZ Y CONFINES POR VENIR-24*

 

 Por SERGIO MONSALVO C.

 

JAZZ Y CONFINES POR VENIR (PORTADA)

 

STEVE COLEMAN

LA SONORIDAD DEL MITO

 

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El estadounidense Steve Coleman (Chicago, 1956) ha sido uno de los encargados de introducir el jazz al presente siglo y darle futuro. En definitiva, se le puede considerar capaz de ello, puesto que este saxofonista alto es dueño de una visión musical muy aguda y de las ambiciones necesarias.

Dichas circunstancias las ha puesto de manifiesto en sus discos. Desde el debut discográfico con los varios grupos que comanda —la Mystic Rhythm Society, Five Elements, The Metrics y The Council of Balance— llamó la atención que se tratara de una paleta sonora por demás amplia. Coleman ha operado bajo ella a partir de su surgimiento en la escena, en 1978, con la Thad Jones-Mel Lewis Orchestra. Sin embargo, también ha trabajado, y mucho a través de los años, con músicos de diversos rincones del mundo.

El lanzamiento simultáneo de los álbumes The Sign and the Seal, Myths, Modes and Means y The Way of the Cipher, en 1995, constituyó una potente señal del avance de Steve Coleman hacia otro nivel. Desde un comienzo promovió con pasión una sensibilidad panafricana según la cual, en esencia, todas las músicas son una sola.

No obstante, su colaboración con el grupo AfroCuba de Matanzas y la evolución de su trabajo con raperos (a los que prefiere llamar “poetas líricos”) parece haberlo llevado a una nueva dimensión. La voz común entre estas grabaciones, consideradas por el saxofonista como una trilogía indisoluble, no pertenece a los respectivos lenguajes utilizados por Coleman sino a él mismo como artista.

En The Sign and the Seal, los once miembros de la Mystic Rhythm Society colaboraron con las voces y los tambores batá de AfroCuba de Matanzas, un conjunto de diez integrantes dedicado a preservar la cultura yoruba en Cuba. La madurez de Coleman como compositor y líder de grupo en este audaz proyecto se manifestó en el equilibrio que la música establece entre los materiales cubanos y estadounidenses, sin sobrecargar los sentidos, ni siquiera durante los raps de Kokayi o el canto en portugués de Rosangela Silvestra.

UN TEJIDO VIBRANTE

El álbum tiene la cualidad expansiva de las canciones de alabanza de Gambia, a la vez que mantiene un impulso reservado pero permanente. Los grooves urbanos contrastantes creados por el bajista Anthony Tidd, el baterista Gene Lake y los percusionistas Marivaldo Dos Santos y Josh Jones se combinan con los cubanos y resultan en un tejido polirrítmico vibrante que sostiene los materiales temáticos de Coleman y sus solos, así como el trabajo del pianista Andy Milne, el saxofonista tenor Ravi Coltrane y el trompetista Ralph Alessi.

El instrumentista, desde entonces, no ha ocultado su interés por los aspectos esotéricos, místicos y metafísicos de la música. Desde hace años también se interesa por las tradiciones musicales y filosóficas de África y de Occidente; en particular, por las del pueblo yoruba, cuya religión antigua, el culto a los orisha, constituye la base de los sistemas religiosos sincréticos que se desarrollaron en el Nuevo Mundo —la santería en Cuba, el candomblé en Brasil o el vudú en Haití—, cuyos ritmos, danzas y cantos se han extendido bajo diversas formas por toda el área del Caribe.

Así que, siguiendo sus tendencias, se fue a una amplia casa de Miramar, barrio residencial periférico de La Habana, e hizo realidad un sueño: reunir a su Mystic Rhythm Society y al grupo AfroCuba (los cantantes ya mencionados, junto a Pedro Alballi y Reynaldo Gobes en las percusiones). Este último constituye, sin duda, uno de los más tradicionales grupos de rumba, depositario de una herencia muy compleja (la de las sociedades abakuá de Nigeria y Camerún, los cultos arara de Dahomey, las tradiciones congo y, evidentemente, la yoruba) y que dirige un impresionante sexagenario: Francisco Zamora Chirino, llamado Minini.

La rumba, nacida a fines del siglo XIX en los barrios más pobres de La Habana y de Matanzas, es una música de fiesta en la cual las percusiones, los cantos y las danzas portan de manera indeleble la marca de sus diversos orígenes africanos. Detrás de esta energía, de esta ciencia de ritmos y elegancia inaudita, se perfilan, ocultos a los ojos y los oídos de los profanos, los dioses africanos evocados en circunstancias rituales reservadas para los iniciados.

LA RUMBERÍSIMA TRINIDAD

La rumba se divide en tres formas principales: el guaguancó, el yambú y la columbia. Esta última, por ejemplo, muestra las huellas (palabras, danzas) de las tradiciones abakuá mantenidas en Cuba por sociedades secretas. Chano Pozo, el percusionista de la legendaria big band de Dizzy Gillespie, pertenecía a una de ellas.

Entre los estadounidenses y los cubanos reunidos por Coleman, los trabajos de acercamiento duraron varios días. No le fue fácil a cada bando acostumbrarse a encontrar el lugar que le correspondía en relación con el otro. No obstante, poco a poco, por medio de la atención, de escucharse recíprocamente, entrevieron la luz. Varios días más tarde, en sesiones de entre diez y doce horas de trabajo encarnizado en los estudios Egrem, la aventura se llevó a cabo en medio de la concentración y la fiebre.

En el fondo hubo un encuentro verdadero y profundo. El resultado indiscutible fue el disco The Sign and the Seal (cuyo título hace alusión al libro de un periodista inglés sobre el destino del Arca de la Alianza), disco magistral cuyo subtítulo debe tomarse al pie de la letra: Transmissions of the Metaphysics of a Culture. Steve Coleman se lanzó a la búsqueda de un Grial musical y filosófico para tratar de acercar entre sí, con base en la música, las formas de pensamiento legadas a la humanidad por África, la “madre del mundo”. Cuba fue una etapa; mañana, Steve Coleman continuará su camino por el lado de Ghana o del sur de la India, a saber.

Por otro lado, en Myths, Modes and Means hubo importantes cambios de personal —salió Coltrane, Dos Santos, Silvestra y Tidd; se agregaron el koto de Miya Masaoka, la percusión india de Ramesh Shotham, el bajo de Reggie Washington, los teclados de Vijay Iyer y la voz de Yassir Chadly—que bastaron para otorgar a las mezclas geoestéticas de la Mystic Rhythm Society una marcada inclinación oriental.

En comparación con el papel desempeñado por AfroCuba de Matanzas en The Sign and the Seal, dichos elementos indígenas ocuparon un lugar un tanto menor al lado del manejo que Coleman hizo del groove, el espacio y la estructura orgánica. Fácilmente hubiera podido resultar en una grabación abigarrada y demasiado pretenciosa, de no haber sido por la madurez de Coleman como compositor y líder de conjunto.

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EL SANTO BINOMIO

Lo mismo podría decirse del trabajo de Steve con los raperos. En el disco que cerró el tríptico musical, The Way of the Cipher, Coleman acertó al emplear sólo un sexteto, sin adornos superfluos (Alessi, Milne, Washington, Lake, Jones y él mismo), para acompañar a los raperos Kokayi, Sub-Zero y Black Indian.

Las letras no se vieron oscurecidas por impenetrables capas de pesados ruidos de tornamesa o sampleo. Asimismo, se encontró muy poco de la belicosidad gratuita que aleja del rap a muchas personas. Coleman se atuvo a la propuesta básica de que las letras y la música funcionaran juntas, y lo logró.

El concepto de la Mystic Rhythm Society, así como el de los Metrics, basado en una mezcla de bebop, hip hop y free jazz controlado, pretende explorar las estructuras del universo y expresar esas formas por medio de la música. El tríptico sonoro constituyó la obra más satisfactoria del saxofonista hasta ese momento. Satisfactoria, no mejor, porque la evolución musical de Coleman no se presta a comparaciones tan injustas como “bien”, “mejor”, “lo máximo”. En este caso, tampoco lo hace el contenido de sus álbumes.

Al espaciar la introducción de sus ideas rítmicas y melódicas en forma de ciclos sucesivos que se resuelven a distintas velocidades, Coleman vuelve borrosa la distinción entre el principio y el fin, lo antiguo y lo moderno, muy de acuerdo con su inclinación esotérico-pitagórica en cuanto a visión del mundo.

El resultado de tamaña obra es una música que revela algo nuevo cada vez que se le escucha y que muestra cómo funcionan los procesos de pensamiento, no lineales, del saxofonista. De hecho, la síntesis producida por Coleman de un jazz agudo y funkero resulta demasiado orgánica como para que se pueda describir con facilidad.

Desde finales de los noventa, Steve Coleman ha gozado, al parecer, de una posición envidiable con su compañía discográfica, y es obvio que la merece. Pese a que sus álbumes en definitiva no son unos bestsellers, el saxofonista tiene la posibilidad de realizar una producción extensa tras otra. Después de que sacó la ya mencionada trilogía de la Mystic Rhythm Society, presentó Genesis & The Opening of the Way, una obra conceptual en álbum doble.

Coleman, desde su arribo a la escena musical, ha buscado sintetizar mitología callejera, simbolismos y un interés por la gnosis de otras civilizaciones en un todo que lo ubica como un explorador, un vanguardista del jazz, con un leitmotiv alrededor del cual girar.

En el primer volumen del álbum, este intérprete del sax alto aparece con su big band The Council of Balance, intérprete de composiciones cautivadoras, arreglos densos, ritmos intrincados y solistas de primer nivel como Greg Osby (sax alto), Ravi Coltrane (sax tenor y soprano), Ralph Alessi (trompeta), Josh Roseman (trombón), David Gilmore (guitarra), Greg Tardy (sax tenor), Andy Milne (piano), Gene Lake y Sean Rickman (batería), entre otros, quienes constituyen los sólidos pilares del proyecto.

LA SECCIÓN RÍTMICA

El segundo volumen, realizado con su formación más pequeña denominada Five Elements, reveló, por el contrario, el dilema artístico en el que Steve Coleman estaba metido en ese momento. Pese a toda su calidad, los solos característicos del músico se volvieron hasta cierto punto previsibles; sin embargo, los sonidos de su sección rítmica continuaron impactando.

Mayor fue la fascinación que esta grabación de Five Elements ejerció sobre el oído del escucha, la cual fue arrebatadora. Lo que los bajistas David Dyson y Reggie Washington crearon junto con el baterista Sean Rickman y el percusionista Miguel “Anga” Díaz tuvo un groove de los mil demonios, con todo y sus artificiosos ángulos y aristas.

 

Genesis… fue una obra muy ambiciosa en su temática. Fue un álbum poderoso y ello involucró tanto el peso de la representación que el concepto requería, como la utilización de una banda de sonido imponente. La traslación del método de este saxofonista en ambos discos fue una prueba contundente de que Coleman conducía ya cada una de sus creaciones hacia un contexto superior, en el cual sus seguidores y nuevos escuchas debieron estar a la par de atentos para disfrutar sus heterodoxos descubrimientos.

“La función del artista es la mitologización del entorno y el mundo. Creo que la música es un lenguaje que debe ser usado para expresar la naturaleza del universo”. Es la declaración que ha hecho este saxofonista como guía para la realización del disco The Sonic Language of Myth, grabado con Five Elements, con el cual ha experimentado en la metafísica de la sonoridad.

Como subtítulo del disco aparecen las palabras: “Believing, Learning, Knowing”, una guía estética del hermetismo por la que ha optado transcurrir Coleman, a diferencia de sus escapes folclóricos, fantasías callejeras, el mundo de los ordenadores y de la ciencia ficción, con los que ha trabajado con otros grupos.

Las vibraciones astrales, la iluminación mística, el aire ritual en los que está envuelto el álbum recuerdan los tiempos sesenteros de Pharoah Sanders y de Alice Coltrane, por ejemplo. El jazz ilumina con códigos y creencias la expedición de los viajes interiores: “Precession”, “The Twelve Powers”, “The Gate” y “Heru”, entre otros temas, documentan la interesante propuesta.

Al entrar al nuevo siglo, el saxofonista exploró varias capas de sonido con el disco The Ascension to Light. Como siempre, con una métrica muy intrincada, Coleman desarrolló en él una complejidad sin igual. De nueva cuenta logró un producto arrebatador que presentó variaciones hábiles de elementos ya conocidos con enorme creatividad y energía.

Las improvisaciones de los Five Elements y los emotivos arcos sonoros remodelaron el cuadro que contiene ritmos sincopados por montón, estructuras polimétricas y alusiones afroamericanas que van desde Gil Scott-Heron hasta el funk setentero y del A.A.C.M. (siglas en inglés de la Asociación para el Desarrollo de Músicos Creativos, que fue fundada en 1965 en Chicago con el avant-garde negro como base fundamental). Fue el último disco de Coleman con la BMG.

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NUEVO SELLO, MISMOS HORIZONTES

En el 2002 cambió de disquera. Llegó a Label Blue tras el conflicto sufrido entre el idioma universal de la música y el vocabulario mercantil que produjo interferencias insoportables para el músico, a pesar de todo lo experimentado anteriormente. “Quería tomar decisiones con mayor libertad e independencia para la producción de discos que vendería sólo en los conciertos. La compañía puso el grito en el cielo y como no logramos acuerdos al respecto opté por salirme de ella”.

Con su nuevo sello sacó a la luz el álbum Resistance Is Futile, con el cual Coleman gozó de toda la libertad y simplemente dejó fluir la música. En este álbum en vivo, grabado en Nueva York, el saxofonista no sólo demostró sus extraordinarias habilidades como ejecutante sino también la precisión que logra en la sincronización musical y humana del conjunto creativo.

Las grabaciones de conciertos siempre tienen un sonido más abierto que las de estudio, por la eventualidad del hecho. En este caso, al tocar todas las noches durante un tiempo en el mismo lugar la banda logró hacerse uno con el recinto y pudieron moldear la música de manera un tanto diferente de lo usual al tocar en vivo. El simbolismo de los últimos trabajos de cualquier modo se conservó al igual que en la discografía consecuente.

“Me pongo feliz si mi música surte efecto, el que sea, en las personas. Para mí se trata de un proceso de comunicación en el que una vez expuesto el concepto éste sólo existe a través de la gente que lo escucha, dejo de tener control sobre él. Por eso a cada obra trato de darle tanto una forma arquitectónica como espiritual desde todo punto de vista posible. Cada quien la escuchará, cambiará o usará de diferente manera. La idea principal es compartirla”, ha subrayado este brillante intérprete y adalid del jazz por venir.

Discografía mínima:

The Sign and the Seal, Myths, Modes and Means, The Way of the Cypher (1995), Genesis & The Opening of the Way (1998), The Sonic Language of Myth (2000), The Ascension to Light (2001), hasta aquí todos con RCA/BMG, Resistance Is Futile (Label Blue, 2002), Lucidarium (Label Bleu, 2003), Weaving Symbolics (Doble CD con DVD, 2006), Harvesting Semblances and Affinities (Pi, 2010), Functional Arrhythmias (Pi, 2013), Synovial Joints (Pi, 2015), Morphogenesis (Pi, 2017).

 

 

 

 

*Capítulo del libro Jazz y Confines Por Venir. Comencé su realización cuando iba a iniciarse el siglo XXI, con afán de augur, más que nada. El tiempo se ha encargado de inscribir o no, a cada uno de los personajes señalados en él. La serie basada en tal texto está publicada en el blog “Con los audífonos puestos”, bajo la categoría de “Jazz y Confines Por Venir”.

 

VIDEO SUGERIDO: Steve Coleman en Session live TSF Jazz!, YouTube (TSF JAZZ)

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Jazz

y

Confines Por Venir

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Textos”

The Netherlands, 2021

 

 

 

© Ilustración: Sergio Monsalvo C.

 

 

 

 

Jazz y Confines Por Venir (remate)

POPCORN JAZZ (XVI)

Por SERGIO MONSALVO C.

POPCORN XVI (FOTO 1) 

 

 

EUROPA, FUENTE DE DOCUMENTALES

El corto Mingus (1968, dirigido por Thomas Reichman) es una visión extremadamente cándida de Charles Mingus cuando estaba siendo expulsado de su departamento en Nueva York; en ella se presentan algunas tomas fascinantes de Mingus al componer en el piano, reflexionar, recitar poesía y tocar con grupos que incluían a Dannie Richmond y a Charles McPherson.

Journey Within (1968, dirigido por Eric Sherman) es un sensible documental sobre la vida de Charles Lloyd, con conciertos de Jack DeJohnette y Keith Jarrett. ‘Til the Butcher Cuts him Down (1971, dirigido por Philip Spalding) muestra los últimos días de Punch Miller, mientras que Salute to Louis Armstrong (1972) es un tributo al trompetista con ocasión de los 70 años de su nacimiento, dentro del marco del festival de jazz de Newport de 1970. Y Jazz Hoofer: Baby Laurence (1973, dirigido por Bill Hancock) es un tesoro invaluable e incluye cuadros poco comunes de Laurence en acción.

Un documental clásico que capta el espíritu de la música que prosperó en Kansas City durante los años veinte y treinta es The Last of the Blue Devils (1974-1979, dirigido por Bruce Ricker), Presenta a varios veteranos junto con algunos músicos locales más jóvenes, rememorando, bromeando y en concierto, y celebra las aportaciones al jazz de Kansas City hechas por Count Basie, Jay McShann, Joe Turner, Jo Jones, Lester Young, Charlie Parker, Bennie Moten y otros.

Jazz in Exile (1978, dirigido por Chuck France) combina actuaciones y entrevistas para explorar las vidas y experiencias de los músicos de jazz expatriados en Europa, notablemente Richard Davis, Phil Woods, Dexter Gordon, Carla Bley y Steve Lacy.

La vida y la música de los bateristas modernos de jazz constituye el tema de Different Drummer: Elvin Jones (1979, dirigido por Edward Gray) y Max Roach: Drummer’s Drummer (1980, producido por Axis Video).

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Jackie McLean admite una ojeada a las presiones de su carrera como maestro e intérprete en Jackie McLean on Mars (1980, dirigido por Ken Levis) y Joe Albany: a Jazz Life (1980, dirigido por Carole Langer) muestra al pianista en concierto y entrevistas. A Night in Tunisia (1980, dirigido por Bryan Elson) registra un ensayo y presentación de la pieza del título por Dizzy Gillespie, además de entrevistas con Leonard Feather y Jon Faddis.

Europa también representó una fuente importante de documentales y filmaciones de conciertos de jazz. Una de las primeras fue Momma Don’t Allow (1955, Reino Unido, dirigida por Tony Richardson y Karel Reisz), que mostraba al grupo de Chris Barber tocando en un club inglés de jazz. Tailgate Man from New Orleans (1956, Francia, dirigido por Thomas L. Rowe) era sobre Kid Ory, y Django Reinhardt (1958, Francia, dirigido por Paul Paviot) fue un documental sobre la vida del guitarrista narrado por Yves Montand.

Ben Webster sirvió de tema a la película Big Ben (1967, Países Bajos, dirigida por Johann van der Keuken). Max Roach (1967, Francia, dirigida por Francis Leduc) presentaba, además, a Abbey Lincoln, Johnny Griffin, Maurice Vander y Gilbert Rovère. International Jazz Festival (1962, Bélgica, dirigida por Patrick Ledoux) trataba de un festival de jazz en las Ardenas, con el grupo de Cannonball Adderley como atracción principal.

El director británico John Jeremy fue el autor de dos documentales de calidad excepcional. Jazz Is Our Religion (1972) combinaba fotografías de Valerie Wilmer y filmaciones de presentaciones en vivo con poesía basada en el jazz y un soundtrack de jazz.

Born to Swing (1973) fue una visión amorosa de algunos de los mayores jazzistas de la era del swing, por medio de entrevistas fílmicas de archivo y tomas de presentaciones modernas; entre ellos figuraban Jo Jones, Earle Warren, Dicky Wells, Eddie Durham, Andy Kirk y Buddy Tate.

Swingmen in Europe (1977, Francia, dirigido por Jean Mazeas) muestra sesiones de grabación de Jo Jones, J. C. Heard, Doc Cheatham, Teddy Buckner, Sammy Price e Illinois Jacquet, entre otros.

 

VIDEO SUGERIDO: Jo Jones excerp from 1973 TV documentary, “Born To Swing”, Drummer Talk

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POPCORN (REMATE)

LIBROS: MITOLOGÍA DEL ROCK-I (LAS CUATRO COLUMNAS DE ÉBANO)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

MITOLOGÍA DEL ROCK (I) PORTADA

 

(LAS CUATRO COLUMNAS DE ÉBANO)*

 

La historia del rock son sus mitos, y los de Fats Domino, Bo Diddley, Chuck Berry y Little Richard, son Las Cuatro Columnas de Ébano, los mitos fundamentales. Los que hablan de la ontología del género y de su negritud. De la conexión a las raíces negras de la música, al origen primitivo que permitía la expresión más honesta de los propios sentimientos (en himnos seculares primarios y paganos).

Hablar de estos cuatro personajes es realizar el viaje a las semillas del género, de donde éste brotó gloriosamente. Dichos cuatro jinetes se convirtieron en adalides de una nueva avanzada que descubrió que, así como la vida misma, el rock & roll representaba la intuición, el riesgo, la voluntad y la actitud.

Su punto de partida a la hora de escribir las letras y hacer la música respondió a las preguntas humanas de siempre: el amor, la soledad, la fragilidad, los desencuentros, la necesidad de ser amado, de la diversión, y lo hicieron con humor. Por eso su música es la memoria de la especie y recordarlos es mantener encendida la solidaridad histórica con ella.

Ellos son la muestra de lo que debe existir en el rock, un género diferente desde su nacimiento, que no buscaba responder a los parámetros convencionales de la época, sino que brotó de la necesidad de reconocerse en el origen, en el beat (latido) de la actitud auténtica; la del Homo sapiens rocanrolero que buscó anticipar el futuro en nombre de la supervivencia y sustentó en el ADN del blues el fulgor de su identidad, un romance sabedor de que origen es destino.

 

 

 

 

*Introducción al texto Mitología del Rock I (Las Cuatro Columnas de Ébano), de la Editorial Doble A, publicado de manera seriada a través del blog Con los audífonos puestos.

 

 

 

 

VIDEO SUGERIDO: Bruce Springsteen & Chuck Berry – Johnny B. Goode (Live 1995), YouTube (Maria Ramalho)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MITOLOGÍA DEL ROCK (I)

(Las Cuatro Columnas de Ébano)

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Textos”

The Netherlands, 2020

 

CONTENIDO

CHUCK BERRY

Un Rockero de 90 Años

 

FATS DOMINO

La Ínsula Primordial

 

BO DIDDLEY

El Jungle Beat

LITTLE RICHARD

El Arquitecto Bizarro

 

 

 

 

 

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ROBERT WYATT (ÍCARO EN PICADA)

Por SERGIO MONSALVO C.

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ÍCARO EN PICADA

El ardiente sol le ablandó las alas y ya no pudo llegar al paraíso”. Al igual que a Ícaro a Robert Wyatt el destino le transformó la vida.

Si su semejante mítico tuvo que morir para convertirse en una metáfora, en Wyatt tuvo lugar un renacimiento para transformar la música (finalmente su vida) en melancolía.

Si el primero quiso volar para llegar al más allá, el segundo lo quiso hacer por sentirse inmortal. Cosas de la juventud.

Ambos son personajes mitológicos y de leyenda en sus respectivos mundos.

Robert Wyatt comenzó su vuelo al inicio de los años sesenta cuando a su casa llegó David Allen con las plumas doradas del jazz, la enseñanza de la batería y otro estilo de vida. Los adolescentes se unieron entonces para formar un trío y a la postre el grupo Wild Flowers. El embrión de un movimiento posterior al que se  nombraría como “Escena de Canterbury”.

La Escena de Canterbury (emanada de esa ciudad ubicada al sur de Inglaterra, cerca de Londres) es una parte muy importante de la historia del rock. Con ella se denomina a los músicos y grupos que al final de los sesenta y principios de los setenta tuvieron como denominador común una sonoridad, una manera de entender la música: una inteligente mezcla de rock, jazz y psicodelia.

Entre las bandas más destacadas de dicha escena se encuentran Caravan, Gong, Henry Cow y la brillante Soft Machine.

Soft Machine derivó directamente de las filas de Wild Flowers y también originó a otras agrupaciones, como Nucleus, Soft Works, Isotope, Adiemus, Soft Machine Legacy, Soft Heap, Soft Head, Soft Bonds y Soft Ware.

Robert Wyatt fue un elemento primordial de todo aquel conglomerado. Participó en los tres primeros discos del grupo Soft Machine, que había tomado su nombre de la novela homónima de William Burroughs, y dio la pauta para el desarrollo del rock progresivo y del jazz-rock británicos.

La era de los descubrimientos, el hervidero de ideas, el juego de las fusiones embriagaron a Wyatt, pero también el exceso de alcohol y drogas al que se aficionó junto a su colega, el Sombrerero Loco llamado Keith Moon. Fue despedido del grupo por lo mismo y creó entonces Matching Molle.

VIDEO SUGERIDO: Robert Wyatt – Old Europe, YouTube (fabrizioromano)

En una de aquellas fiestas pantagruélicas en que los aventureros de la nueva música se reunían para celebrarse, Wyatt se sintió con las plumas doradas suficientes para llegar al sol y se lanzó. Cayó de un cuarto piso y quedó parapléjico de por vida.

Una larga convalecencia y la pobreza en la que quedó lo llevaron, junto a su esposa Alfreda Benge, a buscar refugio en rincones apartados de España y la Gran Bretaña. Ya no podía tocar la batería.

Un año después publicaría el disco Rock Bottom como solista. Lo acompañaron en él músicos de la talla de Mike Oldfield, Fred Frith y Nick Mason.

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No obstante, su actividad en este sentido se redujo tras la publicación de Ruth Is Stranger Than Richard, para dar cabida al desarrollo de una fuerte actividad política en favor del comunismo en la Gran Bretaña.

Luego de la caída del Muro de Berlín abandonó al partido –tras diez años de militar en él–, ya no le vio sentido a la permanencia. Había superado esa etapa. Sin embargo, se mantuvo como un artista comprometido con la denuncia social.

Su siguiente disco apareció hasta el 2003 con el título de Cuckooland. En el manifestó el desconcierto generalizado ante el nuevo desorden mundial.

Cuatro años después publicó Comicopera, que siguió al álbum recopilatorio de cóvers Nothing Can Stop. Comicopera fue el noveno disco de su carrera como solista y un brillantísimos tratado de jazz pop confesional que sería elegido álbum del año por más de una revista especializada. Las letras originales pertenecen a su esposa, quien también se encargó de la obra gráfica de la obra, como siempre.

Con cada disco (de estudio, en colaboración o recopilación), Wyatt confirma ser un género en sí mismo y su voz (en tres idiomas: inglés, italiano y español), un fenómeno al que el japonés Ryuichi Sakamoto definió como “el sonido más triste del mundo”.

El canto de Wyatt continúa siendo ese lamento ahogado y quebradizo que habla de reflexiones sobre el amor y la pérdida, de la vida y la identidad, de la intimidad del artista. Un raro acontecimiento en el andar cotidiano.

Comicopera es el álbum más relevante de los últimos tiempos por sus letras, por el intrincado tejido musical y por su listado de colaboradores: Brian Eno, Paul Weller, Phil Manzanera y Mónica Vasconcelos, entre otros muchos.

Con esta última artista, realizó un dueto ejemplar de pop perfecto: “Just As You Are”, una pieza que analiza la problemática de la pareja cuyo drama se disuelve en la confesión de las verdades.

Robert Wyatt logró en Comicopera un fresco ejemplar, dividido en tríptico, de la existencia contemporánea plagada de desencuentros, fanatismos religiosos, estupidez política, y lo trata con la misma descarnada sinceridad de siempre, incluyendo el uso de la iconografía de un pasado idealista convertido hoy en parafernalia mercantil, casi un chiste.

La comicópera cotidiana del mundo tratada con arte: el lírico, el instrumental y el que da la experiencia quebrantada. Robert Wyatt es, hoy por hoy, Ícaro describiendo la melancolía en picada.

VIDEO SUGERIDO: Robert Wyatt Strange Fruit, YouTube (PeterMermoz)

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BABEL XXI-553

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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1971 / I

(OBRAS QUE CUMPLEN 50)

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

https://www.babelxxi.com/553-1971-i-obras-que-cumplen-50-anos/

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LIBROS CANÓNICOS: A CLOCKWORK ORANGE (LA NARANJA MECÁNICA)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

Alex: "yarbles, bolshy great yarblockos to thee and thine"

 

 (ANTHONY BURGESS)

 

Anthony Burgess nació en Manchester, Inglaterra, en 1917. Entró a la universidad a estudiar Lengua y Literatura Inglesas. Ahí conoció a Llewela Isherwood con quien se casó en 1942. Tras graduarse se alistó en el ejército. Se encontraba asignado en Gibraltar cuando su esposa fue asaltada violentamente en Londres y sufrió un aborto. El hecho lo marcó para siempre. Luego de licenciarse trabajó entre la música y la enseñanza en distintas instituciones.

 

Su situación como profesor era tan mala que realizó empleos diversos para sobrevivir. Una noche, ebrio, mandó una solicitud para un puesto en Malasia, una colonia inglesa. Lo aceptaron. Encontró el lugar fascinante por su mezcla lingüística y cultural. Eso lo llevó a escribir una novela con la que, enriquecida con palabras y expresiones de varios idiomas locales, tejió un extraño léxico. Malasia se independizó y Burgess se fue a Borneo, otro sitio que desató su imaginación.

 

Por causas de salud volvió a Inglaterra en 1958, donde se le diagnosticó un tumor cerebral y la muerte en un año. Como no tenía nada que dejarle a su mujer se puso a escribir novelas para asegurarle unos derechos de autor póstumos. Ese “último año” publicó cinco obras magníficas en varios géneros. Su salud mejoró y realizó otros trabajos: crítica musical, guiones para TV, así como viajes diversos. Uno de ellos fue a Rusia. Ahí se le ocurrió la idea para A Clockwork Orange (La Naranja Mecánica, en su traducción al español).

 

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(A esa etapa borrascosa correspondió el inicio de sus memorias, que a la postre fueron publicadas en 1986 y 1990. En la segunda parte de ellas —You’ve had your time [Ya viviste lo tuyo, 1990]— escribió lo siguiente al respecto de tal novela: “Llevado por la desesperación tecleé un nuevo título, A Clockwork Orange, y me puse a darle vueltas a ver si encontraba un argumento que le encajara bien.

 

“Siempre me había gustado esa locución cockney, y pensaba que tenía que haber en ella un significado más profundo que el de servir de expresión metafórica, aunque no necesariamente sexual, del afeminamiento. Un relato empezaba a agitarse en mi interior. […] Al principio pensé en escribir una novela histórica, centrándola en un levantamiento juvenil concreto que se produjo en el último decenio del siglo XVI, cuando jóvenes facinerosos se dedicaron a apalear a las mujeres que vendían huevos y mantequilla a precios considerados excesivos, con lo cual tal vez dieran lugar a que William Shakespeare resbalara en la mezcla de sangre y yema de huevo y se partiera la cadera al caer. Pero al final decidí ser profético, postulando un futuro próximo —pongamos 1970— en que la violencia juvenil llegaría a un punto tan espantoso, que el gobierno trataría de reducirla mediante técnicas pavlovianas de refuerzo negativo”.)

 

En 1962 se publicó la que iba a convertirse en la novela más leída de este  autor. Alex, el protagonista, es un depredador urbano. Él y su banda roban, golpean y violan. Es tan feliz al hacer eso como escuchando la música de su amado Ludwig Van Beethoven. Un día Alex es apresado, justo después de matar a una anciana, y va a parar a la cárcel. Años después le ofrecen la inmediata libertad si se somete a un novísimo tratamiento de rehabilitación: la Técnica Ludovico.

 

El tratamiento consiste en una inyección y en una sesión diaria de películas. Éstas contienen escenas de extrema violencia. Alex es atado a una silla y con los párpados sujetos de modo tal que no puede parpadear ni dejar de ver. Al principio todo eso no le importa porque le encanta la violencia, pero desde la primera sesión comienza a sentirse mal.

 

En las siguientes gritará y llorará de dolor y pedirá que paren la proyección, pero así sigue unos días más. El resultado del tratamiento es que Alex ya no puede ni pensar en matar una mosca sin sentir malestar físico. Su cuerpo está condicionado de tal manera que no puede hacer el mal. Está rehabilitado para las autoridades. Se ha convertido en “una naranja mecánica”, en un hombre programado.

 

VIDEO SUGERIDO: A Clockwork Orange (1975) Official Trailer – Stanley Kubrick Movie, YouTube (Movie Classic Trailers)

 

En la obra de Burguess la Técnica Ludovico es una pesadilla de anticipación con implicaciones distópicas. Una de sus lecturas es el rechazo a las ideas del psicólogo Skinner y del behavorismo de John Watson: Procesar las relaciones estímulo-respuesta  para la rehabilitación de presidiarios a fin de su reinserción en la sociedad.

 

Sin embargo, más allá del extraordinario estilo literario, más allá de la interesante utilización de un lenguaje inventado como el Nadsat, y de la sucesión de escenas de feroz violencia, el eje de la novela  se sustenta en que una sociedad que se desentiende del dilema ético y, por puras razones utilitarias, condiciona a las personas para que sigan determinada conducta.

 

La preocupación del autor ronda en un plano hondamente filosófico. Burgess nos habla de un mundo donde los “malos” son científicamente privados de hacer el mal. El bien se impone desde el gobierno. Hay un Estado que toma esta medida, para lograr la “seguridad pública” y “el orden”. Es una parábola sobre la represión y sus inciertos resultados.

 

Dentro de la cultura popular la novela ha tenido una gran repercusión y su moraleja ha sido representada o parodiada desde distintos puntos de vista: el cine la llevó a la pantalla bajo la batuta de Stanley Kubrick, que hizo de ella un clásico; en la televisión con las series animadas como los Simpson o Drawn Together. Asimismo, ha sido un filón para los videojuegos.

 

En la música, su influencia comenzó cuando Andrew Loog Oldham, mánager de los Rolling Stones, quiso comprar los derechos de la novela y hacer una película con los miembros del grupo como protagonistas. El proyecto se le ocurrió en 1965, cuando el libro apenas comenzaba a difundirse. No obstante, Burgess desestimó la oferta.

 

El método Ludovico, el uso de un lenguaje inventado, la ultraviolencia y la represión estatal, fueron los ganchos que conectaron al rock con la novela. Durante el florecimiento del punk varios grupos dieron sus versiones sobre ello: The Adicts, Lower Class Brats o Die Toten Hosen. En los ochenta y noventa lo hicieron Sigue Sigue Sputnik, Guns’n’Roses, Duran Duran y Blur, entre otros.

 

En el comienzo del siglo XXI, The Libertines, Stereo Total y Sepultura volvieron a retomar la cuestión de las preguntas fundamentales que plantea La Naranja Mecánica: ¿Es el hombre un ser violento por naturaleza?, ¿Es la sociedad violenta con sus miembros? o ¿La libertad del individuo se contrapone a la del bien colectivo o viceversa?

 

Anthony Burgess murió de cáncer de pulmón en noviembre de 1993, en Londres, más de 30 años después de que los doctores le diagnosticaran aquel tumor cerebral y un año de vida. La Naranja Mecánica sigue tan fresca y presente como el día en que se le ocurrió.

 

VIDEO: A Clockwork Orange – Singing in the Rain – Gene Kelly, Youtube (HD Film Tributes)

 

 

 

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ROCK AND ROLL LXX-AÑOS 00’s (II)

Por SERGIO MONSALVO C.

ROCK AND ROLL LXX (PORTADA)

 

70 AÑOS DEL ROCK (00’s/II)

 SEGUNDA PARTE

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Ese proyecto (multi)cultural llamado Gorillaz, con sus muchos puentes estéticos, surgió de una iniciativa original de Damon Albarn (cantante del grupo de britpop Blur), quien reunió en torno a sí a una serie de artistas de diversos ámbitos, lo mismo del musical que de la industria del dibujo animado.

Albarn, junto al ilustrador Jamie Hewlett (creador del cómic Tank Girl) diseñó a los cuatro integrantes de Gorillaz: Murdoc, Russel, Noodle y 2D, los cuales se convirtieron en la primera banda virtual del naciente siglo. Y tras la idea hubo una teoría de la comunicación y de la música como aparato social (del Método Suzuki al hipermodernismo).

La combinación entre música e imagen nunca ha dejado de existir. La música como experiencia primaria ha estado representada visualmente de una u otra manera.

En los años cero, debido al asunto Gorillaz hubo que agregar las postales digitalizadas, el realismo virtual, los discos compactos con videos incluidos, la grafía oriental, la filmación animada tridimensional, el graffiti, y para cumplir con su fundamento multimedial extendió su presencia en la web con un imaginativo sitio y diversos links interactivos.

Todos fueron elementos de las nuevas formas y lenguajes de la cultura contemporánea, porque en la década pasada ¿cómo se podría hablar de música sin tener en cuenta la influencia del cine, la televisión, el videoclip, el cómic avant-garde o el videojuego?

Por su parte, el apartado musical de los Gorillaz llevó consigo el espíritu de la época con una mezcla que fluctuó entre la rítmica cubana y el hip hop, pasando por el punk y otros campos sonoros diversos: eclecticismo puro.

VIDEO SUGERIDO: Gorillaz – Clint Eastwood, YouTube (emimusic)

Y si en el rock avant-garde estuvieron Radiohead y Gorillaz con sus propuestas, también la actualidad del rock en el comienzo del nuevo siglo se mantuvo fiel a sus raíces: el garage.  Su imagen es la altamira primigenia del género. Cinco décadas con sus particulares generaciones lo habían reafirmado y proclamado cada una en su momento. En la primera decena del siglo XXI con el neo garage.

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Las primeras bandas intérpretes de tal corriente del presente siglo fueron los White Stripes, Strokes, Kaizer Chiefs, The Hives, Black Lips, Dirty Pretty Things, Raveonettes y Kings of Leon, por mencionar algunas.

La barbarie mitológica garagera mantuvo incólume, con ellos y otros muchos, sus constantes originales como subgénero: ruidoso, desaliñado y urbano; en lo espiritual: energético, crudo y primitivo, y en sus vibraciones temporales: del rock clásico, rhythm and blues, surf, Ola Inglesa, pop, frat rock, punk, new wave, grunge, indie…a lo que se fuera sumando. El garage es una ciencia musical y tales constantes lo volvieron a legitimar.

Y si en los comienzos el estilo fue estadounidense, blanco y suburbano, con el paso del tiempo se volvió cosmopolita y sin filiación étnica específica. La diáspora de esta expresión rockera emprendió rutas diversas e impensables por los cuatro puntos cardinales del planeta. En los albores del siglo XXI el garage (con su prefijo neo) resultó tan familiar como un déjà vu.

Los representantes de esta música en los años cero, no nacieron por generación espontánea. Todos tenían bien identificado su ADN, sus influencias y sus fuentes, sus piedras de toque. El noise y las músicas alternativas les proporcionaron el sustento a los más recientes. En el rock de garage toda creación celebra su eterna vía misteriosa, monológica, y toda gestación inaugura la vida. Ambas, festejan el constante avance del retorno.

Detroit, en el estado de Michigan, es la cuarta capital de la música en los Estados Unidos. De ahí brotaron los mejores ejemplos del soul, del proto-punk y en el siglo XXI del neogarage, con sus riffs y lo-fi.

El mejor ejemplo estuvo encarnado por los White Stripes, quienes fueron la sublime síntesis donde confluyen todos los cables del estilo (sesentero, proto-punk, punk, psycho, psicodelia, underground…) junto al blues, el country y el folk. Ni más ni menos.

Jack White, el cerebro del dueto, entró en la categoría de los que hacen art-rock, por su formación cultural y todos los intereses que mostró junto a la música: pintura, arquitectura, cine y músicas diversas (la variedad de grupos alternos que ha creado a la postre así lo demuestran). Todo el bagaje de Jack se canalizó hacia un minimalismo donde el axioma “menos es más» consiguió la legitimación de lo auténtico: el beat elemental.

El estilo de los White Stripes (creadores del último gran riff) se encontró en lo musical y también en todo el arte que rodeó al dúo: los videos (dirigidos siempre por reconocidos cineastas), escenografías, vestuarios y portadas de discos.

Por ello Jack White fue considerado, desde entonces, como uno de los mejores compositores de rock de todos los tiempos y también uno de sus máximos guitarristas. Los White Stripes representaron la hipermodernidad del garage en la primera década del siglo, con la múltiple selección de cosas por sobre el imperio del tiempo.

Los años cero tuvieron una coyuntura socioeconómica crítica que atentó contra su propia realidad. El rock continuó su proceso evolutivo con las propuestas mencionadas.

En el pop, por su parte, el contexto del antaño fue clave para entender cualquier manifestación de tal década. Y cupieron las preguntas de si era mejor que  robara la estética de antaño a que no la tuviera; que comprara todos los lugares comunes de la nostalgia, pero sin poseer una que le fuera propia.

VIDEO SUGERIDO: The White Stripes – ‘Seven Nations Army’, YouTube (XL Recordings)

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ROCK AND ROLL LXX (ILUSTRACIÓN)