Por SERGIO MONSALVO C.

I’LL BE YOUR MIRROR
(EL SIGLO XXI TRIBUTA AL VELVET UDERGROUND)
Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.
Por SERGIO MONSALVO C.

I’LL BE YOUR MIRROR
(EL SIGLO XXI TRIBUTA AL VELVET UDERGROUND)
Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

Por SERGIO MONSALVO C.

Debemos saber que la creación del jazz latino tuvo comienzo la noche del domingo 28 de mayo de 1943, durante una presentación de la orquesta de Machito en La Conga Club del centro de Manhattan. Acababa de terminar una pieza y Mario Bauzá, el director musical, anunció el número de la que seguiría.
Mientras los integrantes de la orquesta buscaban la música correspondiente, el pianista Luis Varona, que ya la había encontrado, se puso de súbito a tocar la introducción de piano para la melodía «El botellero». De manera espontánea, el bajista Julio Andino entró al acompañamiento. Bauzá escuchó, absorto y unos segundos después se puso a tocar riffs de jazz por encima de la melodía y le señaló al saxofonista alto que improvisara. Al cabo de dos horas, Bauzá había fundido la música cubana con el jazz y nació un nuevo subgénero.
Sabemos que la primera canción resultante del experimento fue «Tanga», título que se debió al comentario de uno de los primeros espectadores de que el sonido era tan emocionante como la tanga (voz africana por marihuana).
La de Machito fue una agrupación sólida que permitió el flujo de diversos géneros musicales y la implantación de la rítmica afrocubana como elemento primordial en las orquestaciones. Machito fue una influencia definitiva en la creación del jazz latino, así como un puntal en el despegue mundial del mambo (en el que puso énfasis en la sección de metales). Inspiró las excursiones latinas de respetados jazzistas como Dizzy Gillespie, Charlie Parker y Stan Kenton, entre otros. Siempre abierto a diferentes tendencias estilísticas, se hizo de un público heterogéneo
Sabemos que Bauzá se integró a la orquesta de Machito en 1941 como trompetista y director musical. Hasta el final de la existencia de este conjunto, la orquesta de Machito figuró entre las cinco más populares de música latina. Las composiciones, los arreglos y la experiencia de Mario Bauzá representaron un factor importante en ello.
La historia del jazz latino, pues, comenzó aquel domingo de 1943, en que la mente y los oídos alertas de Mario Bauzá escucharon un sonido y al día siguiente convirtieron ese sonido en una música que fundió para siempre la música cubana y el jazz estadounidense.
El término «jazz latino» cumplirá pronto los ochenta años, cuando surgió de la fusión del género sincopado de la Unión Americana con los elementos rítmicos de la música tradicional afrocaribeña. Con el tiempo no sólo el Caribe (con Cuba principalmente), sino también Brasil y Argentina han continuado con dicha aportación.
Los orígenes prehistóricos de esta mezcla musical se pueden rastrear hasta comienzos del siglo, cuando el puerto de Nueva Orleans realizaba un intenso intercambio comercial con el de La Habana, Puerto Príncipe, las Bahamas, Puerto España, etcétera. La cultura musical aparejada con dicho intercambio no se hizo esperar y los ritmos y danzas de esos países comenzaron a tener cabida en los propios de los Estados Unidos.
El ragtime y el blues asimilaron rápidamente sus formas y hasta sus instrumentos. La obra de Scott Joplin, W. C. Handy o Jelly Roll Morton proporciona algunas pruebas de ello.
Durante la década de los treinta la influencia latina se volvió aún más notoria debido a la gran explosión de la música popular estadounidense en manos de directores de orquesta como Don Azpiazú (quien puso la rumba en todos los oídos anglosajones), lo mismo que Xavier Cougat. El jazz lo hizo especialmente con Duke Ellington y dos composiciones de su arreglista y trompetista puertorriqueño Juan Tizol: «Caravan» y «Conga Brava». Ambas se convirtieron en parte de casi todos los repertorios de la gran cantidad de orquestas que inundaron aquel país del Norte.
Sin embargo, fue en los años cuarenta cuando las formas de construir los ritmos y las melodías, así como su técnica interpretativa, se convirtieron en fundamentales para el jazz y el término «jazz latino» caracterizó un género musical.
Los percusionistas de origen afrocubano fueron piezas importantes para el comienzo de la historia. El colorido, la audacia técnica, las expresiones, los cambios rítmicos y la improvisación a cargo de los músicos encargados de los bongós, tumbadoras, timbales, maracas y güiros, entre otros, resultaron inspiradores para las formaciones orquestales o grupales del jazz moderno.
Durante los cuarenta, un proceso recíproco vinculó firmemente al jazz con los instrumentos y músicos cubanos. Al principio de la década Frank Grillo «Machito» fundó a los Afro-Cubans en Nueva York, orquesta en que el concepto de la big band se combinó con las percusiones y estructuras musicales cubanas.
El éxito de esta combinación señera se debió también a la de Machito con Mario Bauzá, arreglista y trompetista cubano quien junto con el director inició el género como tal con la pieza «Tanga», estrenada en La Conga Club del centro de Manhattan. Desde 1948 hasta los sesenta Machito contrató como solistas a famosos músicos de jazz, como Charlie Parker, Flip Phillips, Howard McGhee, Cannonball Adderley, Cecil Payne y Johnny Griffin.
En 1947 Dizzy Gillespie, una vez respirados los nuevos aires, creó su orquesta de jazz afrocubano, que incluía al legendario percusionista Chano Pozo, influencia determinante en el bebop que quedó plasmada en el tema «Manteca».
Desde 1945 Gillespie también encabezó su propia big band, la cual realizó giras por los Estados Unidos con los arreglos de George Russell, Tadd Dameron y John Lewis, quien posteriormente formaría parte del Modern Jazz Quartet. Basado en el concepto de un grupo de swing, su conjunto supo incorporar solos de bop y hacer justicia a la fascinación que sobre su líder ejercía la música afrocubana, género al que fue introducido por el trompetista Mario Bauza.
En el mismo año, Stan Kenton integró a su orquesta de jazz progresivo al guitarrista brasileño Laurindo Almeida y al bongosero Jack Costanzo. La canción «El Manisero», de éxito millonario, fue la síntesis de sus experimentos con lo latino.
Durante los cincuenta, otra generación de bailes procedentes del Caribe se popularizó en los Estados Unidos: el mambo, el merengue y el cha cha cha pronto entraron a formar parte de los repertorios de las big bands que tocaban jazz para bailar –Pérez Prado, Tito Puente, Chico O’Farrill, entre otros, encumbraron la década–. En los pequeños grupos de bebop, las tonadas latinas solían acompañar el menú normal de los repertorios; como ejemplos sirven «My Little Suede Shoes» de Charlie Parker y «Un poco loco» de Bud Powell.
Los elementos latinos fueron incorporados a tal grado al estilo del bebop que para fines de la década su presencia era común, pero algunos músicos ponían un énfasis especial, tales como George Shearing, Cal Tjader, Sonny Rollins (compositor e improvisador de melodías de calypso), Horace Silver y Herbie Mann.

Por muchos años, para mucha gente neoyorkina o no, la Calle 54 tan sólo era una paralela a la 52, lugar donde se forjó una época fundamental para el jazz: el bebop. Y quizá para esta misma gente no haya nada que la eleve al infinito conseguido por esta última.
No obstante, la historia musical guarda para la 54 un nicho muy especial: ahí se fincó en forma definitiva el surgimiento del jazz latino. El director cinematográfico Fernando Trueba escogió esta calle numerada como título para su película, y por lo menos algunas personas más en el mundo ya saben de lo que se trata.
Tomando como referencia dicha calle el cineasta filmó en el mes de marzo del año 2000 las secuencias musicales de su cinta dedicada al latin jazz, mismas que además de aparecer en la cinta han sido recopiladas en un soundtrack muy importante debido a su trascendencia testimonial (actualmente, en tal geografía neoyorkina ahora se encuentran los estudios de la compañía Sony Music).
La película de Trueba evoca en mucho tal hecho histórico y brinda el placer de ver y escuchar a algunos sobrevivientes de aquellos tiempos y la influencia en otros más contemporáneos. La cinta ofrece el beneficio del timbre de la voz, del gusto rítmico y de la musicalidad del idioma.
(Una lista parcial de participantes: Paquito D’Rivera, Eliane Elias, Chano Domínguez, Jerry González, Michel Camilo, Gato Barbieri, Tito Puente, Chucho y Bebo Valdés, Chico O’Farrill, Cachao López, Orlando “Puntillista” Ríos, Carlos “Patato” Valdés et al.)
Brinda un especial placer escuchar la delicadeza de Eliane Elias, al interpretar “Samba Triste” de Baden Powell (en la corriente brasileña). Aparece Chucho Valdés, solo o en afectuosa complicidad con viejos conocidos, particularmente en el tema “La Cumparsa” de Ernesto Lecuona, o Bebo Valdés, su padre, a dúo con Cachao López, quien aporta un etéreo contrabajo en la pieza “Lágrimas Negras” de Miguel Matamoros.
Por ahí también estuvo Tito Puente, fallecido poco antes, el cual charla en su restaurante y colabora con “New Arrival”, donde presenta “un fresco de rumberos mayores” al que complementa con los timbales y el vibráfono. Igualmente, hay la algarabía de una presentación ofrecida por la big band de Chico O’Farrill que rubrica el andamiaje de la “Afro-Cuban Jazz Suite”. Un gran testimonio fílmico.
VIDEO: Chico O’Farrill – Afro-Cuban Jazz Suite, YouTube (Don Quixote)


Por SERGIO MONSALVO C.

VÉRTIGO Y EXISTENCIA
Escuchar a The Raveonettes es, sobre todo, un placer. Su propuesta intrínseca es como la proyección musicalizada de una escena contemporánea de Hamlet, con un monólogo intenso de este inestable personaje cuestionándose la existencia, con sus luces y sombras, sus alegrías y penumbras. Una escena en donde el joven trastornado evoca e invoca –inmerso en una dicotomía– todo lo que sucede en su interior sintiendo al mismo tiempo tanto la necesidad de vivir como el miedo a hacerlo, y una melancolía extendida por la eterna inarmonía del mundo exterior.
Además de la referencia anterior, hay tres nombres clave para hablar de la esencia de The Raveonettes: Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire y Alfred Hitchcock. Una imponente línea conceptual para forjar la razón de ser de un grupo de indie pop (fundamentalmente) con profundas raíces en el rock neoyorkino. Una batería internacional de creadores para legitimar el quehacer artístico.
Para Poe, el primero, la razón era una reserva de seguridad, importante para la vida, el antídoto contra los miedos terribles que provoca. El dualismo romántico del escritor estadounidense se tensaba entre las dos facetas de la personalidad, entre la emoción y el intelecto, entre la sensibilidad y la mente.
Mucho de lo escrito por él partió de un yo sensible, de una conciencia romántica impulsada en profundidad a realizar un ajuste entre ella y la realidad circundante.
La emoción, para él, era intensa, desconcertante, terrífica; y el pensamiento racional, comprensivo y fascinante en su proceso. La grandeza de Poe estuvo en la proyección de ese miedo en términos totalmente nuevos. Abrió el camino que conduciría a una gama más amplia y profunda de la extensión simbólica de las sensaciones.
Poe, como buen romántico, fue siempre un exponente del «yo», del escritor que se propone como elemento de su trabajo el «yo» como sujeto. Es un artista que mira «hacia adentro» de sí y escribe. Esto era para él como tener «otra existencia», por decirlo así. De este principio nació la investigación artística.
Tomando en consideración que mucho de la vida del arte es inconsciente y la mayor parte de su actividad un misterio, lo que él hizo fue un intento por descubrir en el obrar y hablar de la persona indicios sobre sus motivos ocultos.
Este método de ocultamiento y revelación llegó a ser algo central en el arte de Poe. A medida que perfeccionó esta habilidad y maduró su estilo, le fue posible encontrar y hacer uso de mascaradas aún más complejas con el fin de acercarse a su tema poético (el fin último del yo) y de proporcionarle mayor relieve.
Tal situación hace posible entender el trabajo de desplazamiento que dio paso a su vida ambivalente. Esta característica del dualismo fue un asunto de suma importancia para todo el desarrollo del arte, en tanto el asunto estuviera entre la mente y la naturaleza, entre el «yo» y la realidad exterior.
Esta herencia pura del Romanticismo la han tomado para sí los Raveonettes dentro de su lírica. La sensación de misterio escondido en el acto de vivir, henchido de significaciones complejas y sugestiones que llevan a estados de exaltación eufórica o a recónditos momentos emocionales que cambian lo común y corriente en valor del espíritu.
Es aquí donde entra en juego la imaginación, como una modalidad de la vida, mezclada y modificada por lo que llamamos sensibilidad. De esta manera, la expresión artística de los Raveonettes, al ahondar con sus canciones en ese razonamiento acerca del universo, como algo que se presiente más allá de la realidad misma y que, cargado de emoción y transformado por la imaginación, se convierte en el elemento enigmático del idealismo poético que los emparenta con él.

A su vez, el spleen baudelaireano (otra de las fuentes literarias del grupo) en donde la melancólica y la imagen que se han formado de ella, se ha convertido en ese arte platónico que se exacerba en sus letras hasta volverse denso y ruidoso ante la eterna inarmonía del mundo. “De niño tuve en mi corazón dos sentimientos contradictorios, el horror de la vida y el éxtasis por la vida”, escribió el poeta francés. Esa misma idea la externa el grupo una y otra vez a través de sus canciones.
“En lo moral, como en lo físico –dijo Baudelaire–, siempre he tenido la sensación de un abismo, no solo el abismo del sueño, sino el abismo de la acción, de la ensoñación, del recuerdo, del deseo, del arrepentimiento, del remordimiento, de la belleza… He cultivado tal sensación con placer y con terror. Siempre tengo vértigo y por él he sufrido singulares advertencias, he sentido pasar sobre mí el viento del ala de la locura”, sentenció. ¿Acaso no dicen eso mismo una y otra vez los temas de los Raveonettes?
Para quien está rodeado y atormentado por la desolación y la melancolía es difícil encontrar algo mejor que una página de Baudelaire. Prosa, poesía, cartas, etcétera: todo sirve. Lo mismo que los discos de este grupo, donde caben el rock de garage, el surf, el noise pop, el shoegaze, el indie y hasta la dark wave. En su estilo hipermoderno –en el cual las capas del tiempo y sus sonidos se superponen y alternan— cabe todo eso para dar forma a su propuesta.
VIDEO SUGERIDO: The Raveonettes – Heart of Stone, YouTube (TheRaveonettes VEVO)
En ellos hay síntomas del spleen contemporáneo. Sus álbumes son construcciones, que van de lo sencillo a lo complejo, hechas con piezas simbólicas. Una tras otra. Habitaciones iluminadas, galerías brumosas, escaleras sin fin, desembocaduras cubiertas de niebla, salones alegres, faroles de luz fría, gárgolas sombrías o estatuas danzarinas que auguran cosas, efusividad o fisuras y grietas que provienen de lugares inubicables. ¿Cómo advertir a las personas sobre el arrebato de vivir, su aturdimiento? “Nosotros alertamos, al oído, a la inteligencia”, parecen sentenciar los músicos.
Y para ello también recomiendan, cada vez que se les presenta la ocasión, la película Vértigo de Hitchcock –una de las mejores de la historia cinematográfica, basada en la novela Sudores fríos (de entre los muertos) de los franceses Pierre Boileau y Thomas Narcejac–.»Lo que me interesaba del texto y quería imprimir en la pantalla –resumía Hitchcock–eran los esfuerzos que hacía el protagonista para recrear a una mujer, a partir de la imagen de una muerta. Se trata de la voluntad que anima a este hombre para recrear lo imposible”.
Junto a dicha trama hay un reflejo de los miedos a vivir la realidad, esa que da verosimilitud a toda la atmósfera de apariciones y desapariciones que se producen en la misma. Vertigo –hoy una película clásica–, tiene algo mágico, una atmosfera propia, irreal e hipnótica.
Con estos antecedentes literario-poéticos y fílmicos se cuenta con las herramientas necesarias para adentrarse –como una de las varias maneras para hacerlo– en el concepto de The Raveonettes, un grupo elástico y cambiante, que tiene su origen y núcleo en un dúo danés que se creó en Copenhague a comienzos del nuevo milenio.
Una formación clásica del naciente siglo XXI: pareja de hombre-mujer. Ella, la bajista Sharin Foo; él, Sune Rose Wagner, en la guitarra y voz. A quienes se agregarían con el paso del tiempo cantidad de músicos, intercambiables tanto para las grabaciones como para las actuaciones en vivo o las giras.
En lo musical, en la más de una década que ha pasado desde su formación han transitado, como ya se apuntó, por diversos ciclos musicales sin perder su filiación indie.
Las raíces musicales del grupo vienen de lejos en el tiempo. Desde las melodías del rockabilly y las armonías de las girly groups de los años cincuenta (combinación de la que extractaron su nombre: del “Rave On!” de Buddy Holly y admiración por las Ronettes), pasando por la rítmica del garage, el twang de las guitarras del surf, las atmósferas de guitarras saturadas y experimentación con los sonidos del Velvet Underground, la reafirmación rockera del punk de los Ramones, el shoegaze de My Bloody Valentine, el noise de Sonic Youth, y la libertad de ensamblaje que le brinda el indie (dentro de los lineamientos del pop).
Todo ello con mucho estilo, madurez, calidad y personalidad, en donde el juego de las dualidades siempre está presente: “Me gustan los contrastes en la vida y van bien con mi carácter, que es alegre y triste al 50%. La música es algo maravilloso y con ella realmente puedes mezclarte en las emociones de la gente y acercarte a las cuestiones ocultas y diabólicas de cada uno”, ha dicho el cantante, guitarrista y compositor del grupo.
La obra de The Raveonettes exige del escucha paciencia y entrega para saborear las piezas precisas y preciosas, tal como pasa con las mejores experiencias. Más allá de las formas melodiosas hay siempre un estilo noisy implacable y envolvente que no busca complacer a quien los oye, sino hacerlo sentir y pensar con las vísceras y la razón.
No se trata, pues, de un grupo de consumo fácil, sino de una propuesta inteligente y delicada que hay que saborear desde el primero hasta el más reciente de los álbumes que forman parte de su cuidado catálogo. Sí, definitivamente, escuchar a The Raveonettes es un auténtico placer estético.
Discografía: Whip It On, Chain Gang Of Love, Pretty In Black, Lust, Lust, Lust, In And Out Of Control, Raven in the Grave, Rarities & B-Sides, Observator, Pe’ahi, 2016 Atomized.
VIDEO SUGERIDO: The Raveonettes – Forget That You’re Young, YouTube (MISSIoepia)


Por SERGIO MONSALVO C.

LA CONSTRUCCIÓN DE UN POETA
La poesía, en el caso del centenario Paul Celan, se trata acerca de la palabra hablando de su propia finitud. Es decir, el postrer vocablo del que fue el último en mirar. Celan, ese poeta (nacido 1920 en Czernowitz, entonces ciudad rumana, y muerto, por suicidio en París el 20 de abril de 1970), era políglota y supo que, fehacientemente, no hay lengua materna poética, que escribir es forjarse un nombre, crear un idioma, construir un ser hecho a base de palabras, aunque esté invadido por lo mortal. Esa es la única forma de vislumbrar, desde el arte, lo que está en el límite de lo decible, en su fuga. Celan lo hizo con su poesía.
Chanson Einer Dame in Schatten
(Canción a una dama en la sombra)
Cuando la Taciturna llegue y decapite los tulipanes,
¿Quién saldrá ganando?
¿Quién saldrá perdiendo?
¿Quién se asomará a la ventana?
¿Quién pronunciará primero su nombre?
Alguien que es portador de mis cabellos.
Los lleva como se lleva a los muertos en las manos.
Los lleva como llevó el cielo mis cabellos aquel año en que amé.
Los lleva así por vanidad.
Ese saldrá ganando.
No saldrá perdiendo.
No se asomará a la ventana.
No pronunciará su nombre.
Es alguien que está en posesión de mis ojos.
Los tiene desde que se cierran los portones.
Los lleva en los dedos, como anillos.
Los lleva como añicos de fruición y zafiro:
era ya mi hermano en otoño;
y ya cuenta los días y las noches.
Ese saldrá ganando.
No saldrá perdiendo.
No se asomará a la ventana.
Pronunciará su nombre el último.
Es alguien que tiene lo que dije.
Lo lleva bajo el brazo, como un bulto.
Lo lleva como el reloj su peor hora.
Lo lleva de umbral en umbral, mas no lo arroja.
Ese no saldrá ganando.
Saldrá perdiendo.
Se asomará a la ventana.
Pronunciará su nombre el primero.
Será decapitado con los tulipanes.
Es war Erde in ihnen
(Había tierra en ellos)
Había tierra en ellos y
cavaban.
Cavaban y cavaban y pasaba así
el día y pasaba la noche. No alababan a Dios
que, según les dijeron, quería todo esto,
que, según les dijeron, sabía todo esto.
Cavaban y nada más oían;
y no se hicieron sabios ni inventaron un canto
ni imaginaron un lenguaje nuevo.
Cavaban.
Vino una calma y vino una tormenta
y todos los océanos vinieron.
Yo cavo y tú cavas e igual cava el gusano
y aquel remoto canto dice: cavan.
Oh uno, oh nadie, oh ninguno, oh tú:
¿Adónde iba si hacia nada iba?
Oh, tú cavas y yo cavo, yo me cavo hacia ti,
y en el dedo se nos despierta el anillo.
Corona
En mi mano el otoño come su hoja: somos amigos.
Extraemos el tiempo de las nueces y le enseñamos a caminar:
regresa el tiempo a la nuez.
En el espejo es domingo,
en el sueño se duerme,
la boca dice la verdad.
Mi ojo asciende al sexo de la amada:
nos miramos,
nos decimos palabras oscuras,
nos amamos como se aman amapola y memoria,
nos dormimos como el vino en los cuencos,
como el mar en el rayo sangriento de la luna.
Nos mantenemos abrazados en la ventana, nos ven desde la calle:
tiempo es de que se sepa,
tiempo es de que la piedra pueda florecer,
de que en la inquietud palpite un corazón.
Tiempo es de que sea tiempo.

Con su poesía Celan ha influido a rockeros de diversos estilos: The Flying Lizards, Sting, Damon Albarn, Belladona, Pet Shop Boys, Nightwish o el insconmensurable John Zorn, o en compositores contemporáneos como Michael Nyman.
El compositor británico Michael Nyman (compositor, pianista, musicólogo) se dio a la tarea de evocar a Celan en un disco, y lo hizo sobre el texto de 6 poemas del rumano. The Michael Nyman Songbook está construido sobre su ritmo elegíaco, sus repeticiones, secuencias y alternancias tonales. Y todo esto para construirse, a su vez, en torno a un tipo de composición musical en la que se mezclan varias voces y acaban por fundirse en una sola y múltiple.
Para ello utilizó la voz y la maleabilidad de la cantante alemana Ute Lemper como instrumento principal. Y es que estructuralmente los poemas juegan con esa alternancia de voces. Este concepto tiene que ver con la propia idea de esa polifonía de voces que acaba en síntesis de sí misma, para dialogar directamente en los poemas. Un tributo inmejorable para el poeta mayor.
Nächtlich geschürzt
(Nocturnamente plisados)
Nocturnamente plisados
los labios de las flores,
cruzadasy enlazadas
las astas de los abetos,
encanecido el musgo, la piedra estremecida,
despiertos para el vuelo sin fin los grajos sobre el glaciar:
ésta es la región, donde
descansan los que nosotros alcanzamos:
no nombrarán la hora,
ni contarán los copos,
ni seguirán las aguas al dique.
Se alzan separados del mundo,
cada uno en su noche,
cada uno en su muerte,
bruscos, descubiertos, escarchados
por lo cercano y lo lejano.
Saldan la culpa que animó su origen,
la saldan ante una palabra
que existe sin razón, como el verano.
Una palabra –tú sabes:
un cadáver.
Lavémoslos,
peinémoslos, volvamos su ojo
hacia el cielo.
Blume
(Flor)
La piedra.
La piedra en el aire, yo la seguí.
Tu ojo, tan ciego como la piedra.
Éramos
manos,
apuramos la oscuridad hasta vaciarla, hallamos
la palabra que brotó al verano:
flor.
Flor — una palabra de ciegos.
Tu ojo y mi ojo:
procuran
el agua.
Crecimiento.
Va hojeando
pared a pared del corazón.
Una palabra más como ésta, y los martillos
oscilan al descubierto.
VIDEO: Michael Nyman, Ute Lemper – Chanson Einer Dame Im Schatten, YouTube (Michele Zilli)


Por SERGIO MONSALVO C.
(FOTOGRAFÍAS)

Crystals 29 (Two of Us)

Por SERGIO MONSALVO C.

ENTONCES LLEGÓ 1922…
(A SACUDIR EL LENGUAJE)
Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

Por SERGIO MONSALVO C.

LAS VOCES DE JERSEY
Actualmente, el estado de New Jersey es uno de los más bogantes y desarrollados de la Unión Americana. Un progreso que se dio poco a poco a partir de la Posguerra, con la instauración en el lugar de la industria manufacturera, del transporte y de los productos químicos. Es un territorio pequeño, uno de los más pequeños de aquel país, pero su ubicación le ha permitido a lo largo de los años incrementar el nivel de vida, tanto de la clase media como de la trabajadora, que es la mayoría de la población.
Se encuentra entre los estados de Nueva York y Pensilvania y tiene frente a si al océano Atlántico, con puertos estratégicos para el movimiento de productos, así como a los ríos Hudson y Delawere para lo mismo. Sus playas son atracción turística, interna e internacional, desde entonces y un gran generador de ingresos para la zona.
Debido a ello, sus jóvenes músicos han tenido el espacio necesario para exponer sus ideas y adquirir experiencia escénica, dando como resultado la creación de un sonido particular conocido como “Jersey Shore Sound”. Pero no sólo la economía ha tenido que ver con ello. La demografía, por su parte, ha aportado el elemento cohesionador para tal resultado.

Su población de nueve millones de habitantes se ha forjado con la inmigración paulatina de diversas culturas: hispanohablante, china, haitiana y fundamentalmente italiana. Esta variedad étnica ha propiciado la mezcla y asimilación de sonoridades variopintas, entre otras de las piezas que la conforman.
El Jersey Shore Sound se ha erigido a lo largo de más de medio siglo en un auténtico género musical por derecho propio. Diferentes épocas y representantes lo han colocado dentro de la historia del pop, el rock y otras vertientes. Y su presencia ha sido notoria a través de las décadas, al igual que su influencia.
Las raíces de su arranque y evolución se hallan en los años que van de 1960 a 1966. Es decir, desde la era pre-beatle y la explosión Motown, teniendo al rhythm and blues como manantial primigenio y sustentador. Y su síntesis llegó al clímax en la década de los ochenta (con Bruce Springsteen), dando lugar desde entonces a desarrollos más avanzados y al conocimiento mundial de sus formas y nombres.

El r&b en su manifestación de doo-wop fue el crisol donde se forjó dicho sonido a finales de los años cincuenta, producto de una cultura netamente urbana, con la influencia manifiesta de grupos negros de esta especialidad procedentes de las dos Carolinas y de Filadelfia, lugares donde se creó tal estilo. Aquí no fue el Mississippi sino el Hudson, el río tutelar para la difusión de tal expresión artística.
Una vez que el doo-wop desembarcó en New Jersey fueron los italoamericanos, en específico, quienes lo tomaron para sí y lo unieron a sus propias tradiciones vocales. Pulularon entonces los cuartetos por doquier. No había bar, club o auditorio, donde no se presentaran constantemente formaciones de dicha naturaleza ambientando a los públicos tanto nativos como vacacionales.
Sin embargo, fue el de Frankie Valli & The Four Seasons el que destacó sobre todos los demás. Y el que impuso las pautas a seguir de lo que sería una marca del estado con registro de autenticidad en el origen.
VIDEO SUGERIDO: Four Seasons Sherry Original Stereo, YouTube (HoraceWinkk)
El cantante Frankie Valli (cuyo nombre real es Francis Stephen Castelluccio) fue el centro de atención de los Four Seasons, un cuarteto que durante los años sesenta, y luego de manera discontinua en los setenta, colocó infinidad de éxitos en los más altos lugares de las listas de popularidad, con su característico sonido (aportación al doo-wop blanco), apuntalado por el reconocido falsete de Valli.
El grupo se fundó en 1960 cuando Valli conoció a Bob Gaudio (tecladista y voz tenor procedente de los Royal Teens) tras una fallida audición y crearon la Four Season Partnership (aunque uno de sus primeros nombres también fue el de Four Lovers). A ellos se unieron Tommy DeVito (guitarrista y barítono) y Nick Massi (en la guitarra y voz baja).
Después de varios intentos por conseguir un éxito a lo grande, el grupo lo obtuvo nacional e internacionalmente, a principios de los sesenta con el disco sencillo “Sherry” (de 1962), que llegó a número uno de los Estados Unidos. Al que seguiría una larga lista de temas que cubrirían aquella década con su presencia.

La biografía musical de sus miembros se había cultivado al otro lado del río Hudson, en el aún desconocido estado verde que se estira a la sombra de Nueva York: Nueva Jersey, donde se cultivó aquel sonido que algunos dieron en llamar italoamericano.
Éste, como ya he dicho, provenía de la influencia del doo-wop negro llegado de la parte baja de la Costa Este, con sus tres vertientes principales: el gospel, el blues y la balada sentimental. Fue esta última afluente la que retomaron los jóvenes blancos de Jersey y la cultivaron con esmero y mucho estilo.
Con padre y madre reconocidos, este sonido, que tiene el nombre de Jersey Shore, bebió del R&B caracterizado por el uso de los teclados, una cuidada instrumentación (que incluye metales) y con el aprecio por las armonías vocales.

El fundamento de los Four Seasons proviene, pues, de aquella aportación italoamericana y muchas de sus canciones fueron algunas de las primeras en retratar con romanticismo la vida urbana cotidiana formada, especialmente, por las esperanzas y los fracasos de los jóvenes de aquel sector mayoritario que vivía en Nueva Jersey y trabajaba en sus fábricas, talleres y tiendas o estudiaba en sus recintos.
Estas vivencias sonorizadas por los Four Seasons, que se movían al compás de las primeras grabaciones de los Beatles y la Motown, crearían escuela sonora y una lírica de tono épico que más tarde serían proyectadas por sus muchos y brillantes herederos.
Cuando el grupo se disolvió en los setenta (aunque luego ha tenido varios renacimientos), tras cambios en el personal, mánagers y demás interesados, Frankie Valli mantuvo una ambivalente carrera como solista. En su bagaje destaca, entre otras cosas, la aportación que hizo para la película Grease (Vaselina) con el tema principal de título homónimo. Este acercamiento a la pantalla culminó en los últimos años con sus apariciones en la serie de Los Soprano como uno de los capos de la mafia de Nueva York.

Los Four Seasons, con sus miembros originales (los del sexenio 1960-1966) fueron adscritos al Salón de la Fama del Rock & Roll en 1990 y una década después al del Vocal Group. Hasta la fecha la cantidad aproximada de discos vendidos por ellos se estima en los 100 millones, todo un récord.
Broadway recuperó su historia con el musical Jersey Boys, un éxito en la temporada de 2007. Lo cual sirvió para hacer justicia a Nueva Jersey, como una tierra que ha destacado por su aportación a ese fantástico subgénero doo-wop, cargado de romanticismo.
VIDEO: 1965 – Let’s Hang On – FRANKIE VALLI & THE FOUR SEASONS – YouTube (campodegibraltar1959)

Por SERGIO MONSALVO C.

Guru, el rapero estadounidense surgido de la dupla Gang Starr, fue pionero de la ola del jazz mezclado con el hip hop al frente de su proyecto Jazzmatazz. Su conjunto, del que en un inicio formaron parte el destacado guitarrista inglés Ronny Jordan, el tecladista Rubin Wilson y Roy Ayers, el encargado de las vibes, procedió de manera muy disciplinada. Con ejecución precisa, competente y desprovista de pretensiones, los tres músicos crearon una estructura sonora sobre la que el rapero MC Solaar y las dos cantantes de acompañamiento, las vocalistas de soul Baby y DC Lee, se pudieron mover con toda seguridad.
Guru se mantuvo al fondo, con suavidad y soulero, lejos de los ladridos furiosos de la fracción más dura del rap, e incluso Ronny Jordan, esperado con ansias, se mostró muy discreto, de manera que la presentación de Jazzmatazz no irritó ni desconcertó, y sí arrebató a muchos.
Jazzmatazz Vol. 1, An Experimental Fusion of Hip hop and Jazz fue un álbum que de verdad mereció este nombre altisonante. Hasta su aparición el jazz-hip hop se basaba sólo en sampleos, pero Jazzmatazz convenció por los músicos mismos. Guru —alias Keith E (por Elam)— lo llamó “una fusión experimental de hip hop y jazz”.
Una fusión que se anunciaba desde hace mucho tiempo y que en 1993 fue apoyada por algunos de los grandes del jazz. El rapero Guru reunió a estrellas de talla mundial como Branford Marsalis (sax), Courtney Pine (sax alto, soprano y flauta), Donald Byrd (trompeta y piano), Lonnie Liston Smith (piano acústico y eléctrico), Ronny Jordan (guitarra) y Zachary Breaux (guitarra), además del grupo base ya mencionado. Como rapero invitado fungió el representante más conocido del hip hop-jazz francés, MC Solaar.
Jazzmatazz fue lo que no llegó a ser el disco Heavy Rhyme Experience de los Brand New Heavies. Mientras que estos últimos cuando mucho dominaban la técnica del sampleo, Guru ofrecía, gracias a la habilidad de Donald Byrd, por ejemplo, o a la maestría de alguien como Roy Ayers, una muestra de la cultura viva del hip hop. Cada canción era un fruto maduro y perfecto. Guru se limitó a sugerir el ritmo y los músicos disfrutaron de todas las libertades de la improvisación. Hasta después se agregaron los raps.

En el boogie “No Time to Play” o en la balada apoyada por el piano “Down the Backstreet”, se pusieron de manifiesto por completo la seguridad de los experimentados músicos, así como la perduración de las melodías. La introducción a “Loungin’”, de Donald Byrd, resultó ejemplar: se escucha un live jazz animado y se revela con toda claridad la base común con el hip hop.
En el proyecto domina la improvisación y ambos géneros respiran la misma realidad de las calles y los clubes. La única diferencia es que la improvisación en el jazz es llamada “freestyle” en el rap. Se estableció así una armonía inmejorable entre los músicos y los ritmos callejeros, raps y scratches; todas las piezas constituyeron casi una amalgama perfecta de estilos afroamericanos. Por decirlo así, el hip hop se manifestó por fin como hijo del bebop, y este Vol. I pasó el bachillerato con un diez.
La primera parte de ese proyecto del rapero neoyorquino, que figura entre los personajes más destacados del hip hop internacional, reunió varios géneros y cosechó elogios y admiración en todos lados. La segunda parte, el Jazzmatazz II / The New Reality (1995), mostró al filo de su tiempo al activo músico y a sus invitados escogidos, entre ellos su compañero de Gang Starr DJ Premier; Jamiroquai; Shara Nelson; la reina del ragga, la vocalista Patra; y a los jazzistas Branford Marsalis y Donald Byrd, de nueva cuenta. El heterogéneo grupo buscó fundir el jazz y el hip hop en un nivel más alto y el éxito fue contundente.
Una vez más, Guru recurrió a las ricas experiencias de la historia musical negra estadounidense y sin temor recicló viejos clásicos, como la pieza “Slipping into Darkness” de War, del álbum The World Is a Ghetto (1972). Su interpretación, intitulada «Looking through Darkness», gustó por los jugosos coros de soul espirituales y el texto adaptado a temas de actualidad.
Entre los demás momentos culminantes del elegante recorrido musical de 20 canciones figuran, además de “Lifesaver”, un tema seductor condimentado con suaves tonos de jazz y beats secos, el himno “For You”, en el que Guru y sus compañeros le rinden homenaje al rapero francés Soon E MC, así como también la comprometida obra “Choice of Weapons”. El movido rapero de la Gran Manzana volvió a poner el ejemplo musical con este CD, a un nivel en el que la mayoría de los proyectos de jazz y hip hop sólo podían soñar.
En el tercer álbum de Jazzmatazz, Streetsoul (2000), el desfile de invitados parecía una lista de nominados para el Grammy: Angie Stone, Macy Gray, Kelis, Erykah Badu, Bilal, The Roots, Craig David. Todos ellos aportaron su sello especial a sendas canciones. A la lista se le sumaron Isaac Hayes, el resucitado héroe del soul, y Herbie Hancock, como garantía de competitividad musical general.
El sonido se volvió más complejo que en los álbumes anteriores. Hay más rhythm and blues, detalles sonoros sublimes y un espectro muy amplio de ambientes musicales, elementos que resultan señeros en esta tercera muestra de Jazzmatazz. Debido al encanto de lo incompleto y antidogmático que lo caracteriza, esta producción de hecho avanzó un poco más en la tarea de unir los mundos sonoros de Brooklyn y Manhattan, la vanguardia del jazz-hip hop estadounidense.
Sin embargo, la industria que todo lo engulle y transforma en sólo mercancía de uso hizo lo propio con el hip hop. Al ver el arrastre que tenía el género, los productores tanto negros como blancos, se apresuraron a sacar tajada del pastel y fabricaron un estilo completamente mainstream que inundó la escena, las radios y las tiendas de discos. Hueco e insustancial se ofreció como caramelos a los escuchas poco avisados.
Guru se molestó tanto por la situación, por la degradación de un medio de comunicación y de una cultura, a final de cuentas, que abandonó el proyecto y optó por el silencio durante un par de años, hasta que los miembros de Gang Starr lo convencieron de participar con ellos en su nueva producción: The Ownerz (del 2003).
Tras ello Guru realizó un par de discos más bajo su nombre, hasta que volvió a recuperar la esperanza en las posibilidades del género y en el cambio social (con la aparición de Obama en el horizonte político). El álbum Jazzmatazz Vol. IV:The Hip Hop Jazz Messenger: Jazz to the Future apareció en el 2007, con nuevos bríos, ideas y reflexiones sobre el acontecer cotidiano de la comunidad afroamericana (mismas que se extendieron al material de Guru 8.0: Lost and Found).
No obstante, la salud comenzó a fallarle y finalmente Guru falleció en el año 2010 víctima del cáncer. Su legado con estas obras ha sido fundamental en el desarrollo del hip hop como evolución del jazz que ha permeado hasta la fecha el siglo XXI.
Discografía mínima:
Jazzmatazz Vol. 1 / An Experimental Fusion of Hip-hop and Jazz (Chrysalis, 1993); Jazzmatazz Vol. 2 / The New Reality (Chrysalis, 1995); Jazzmatazz / Streetsoul (Virgin, 2000), Baldhead Slick & Da Click (2001), Version 7.0: The Street Scriptures (2005), Jazzmatazz, Vol IV The Hip Hop Jazz Messenger: Jazz to the Future (7 Grand Records, 2007), Guru 8.0: Lost and Found (7 Grand Records, 2009).
VIDEO SUGERIDO: Guru – Jazzmatazz – Transit Ride, YouTube (The SideB STAGE)


Por SERGIO MONSALVO C.

“MEMORIA DE LA ESPECIE”*
“El camión escolar que lo trajo de vuelta a la ciudad luego de casi tres horas de camino se detuvo en la avenida Observatorio, a corta distancia de la entrada del Metro. El transporte se vació y los pasajeros plenos de una vibración común se separaron para continuar la vida cada uno por su lado.
“La mayoría se lanzó en pos de los convoyes del Metro; otros echaron a caminar en busca de rutas más convenientes. Él, con unos cuantos más, abordó un camión –de esos chatos con sus grandes vitrinas– que por ser domingo en la tarde venía casi vacío. Las cabezas de los que ya estaban instalados voltearon al unísono para ver el pequeño desfile de quienes retornaban. Cuchicheos, murmullo generalizado y miradas cuestionadoras.
“Él se instaló en la parte posterior para estar cerca de la puerta. Venía cansado, desvelado y con un hambre feroz. Los pensamientos aún estaban allá, pletóricos de imágenes, de sonidos y de momentos inolvidables. El trayecto se le hizo corto.
“Una vez en el cruce de las avenidas Insurgentes y Baja California, a la altura del cine Las Américas, decidió irse caminando. La tarde estaba templada y discretamente soleada. Se echó el costal de marino al hombro e inició la marcha. Estaba contento y conservaba intacta la sensación de aquella buena vibra en la que vivió por varios días. Tenía mil cosas qué contar y mil más qué saborear por mucho tiempo.
“Cruzó la calle de Campeche y a media cuadra –frente a una tienda de vestidos de novia– se encontró con una familia resplandeciente y nívea que andaba de paseo. El papá, al verlo venir, tomó a uno de los niños de la mano e indicó a su esposa hacer lo mismo con la niña. Todos se pegaron a la pared y la sonrisa desapareció de los rostros de ambos padres. Los niños querían seguir con su juego, pero el papá y la mamá no les hicieron caso y los sujetaron bien mientras él pasaba.
“Al llegar a los escaparates de la tienda Woolworth se pudo ver de cuerpo entero: una gorra con muchos adornos le cubría la cabeza; el pelo lo traía un poco largo y sin peinar, unos lentes de espejo le tapaban los ojos; del cuello colgaba un yasqui que descansaba sobre una camiseta pintada con anilina. Encima llevaba una camisola de mezclilla con diversos adornos, un símbolo de amor y paz entre ellos. Los vaqueros –tiempo después la palabra sería cambiada por jeans— sucios de lodo hasta las rodillas; las botas mineras en estado semejante. En fin, lo que se podía esperar luego de varios días de lluvias torrenciales y sin mudas de ropa. El hecho le pareció chistoso, nada más.
“Al llegar a la avenida Álvaro Obregón, un coche se detuvo y los tripulantes le dieron aventón unas cuantas cuadras. Lo bombardearon a preguntas y lamentos por no haber podido ir. Se bajó en la avenida Orizaba y caminó todavía un par de cuadras ante las insistentes miradas de los transeúntes.
“Llegó al edificio, subió las escaleras y se plantó frente a la puerta de su casa. Tocó. Le abrió su mamá, quien con un grito corrió a quitar las alfombras, lo empujó hasta el baño y dijo que no saliera hasta quedar limpio.
“Al salir ya tenía a su papá frente a él observándolo detenidamente. Lo llevó a la sala y le mostró una pila de periódicos. ‘Ahí está lo que pasó en Avándaro, quiero que lo leas’, dijo.
“Él se acercó y quedó atónito ante los desplegados de la prensa. No era posible tanta mentira. Mientras, su mamá iba echando al bóiler camisola, camiseta, vaqueros, calcetines, etcétera. Los zapatos, la cobija y el costal fueron a dar al basurero. Así culminó la aventura del Festival de Rock y Ruedas del 11 y 12 de septiembre de 1971.
*Fragmento de la crónica “Avándaro: Memoria de la Especie”, publicada en el libro CulturaContraCultura.

*“Avándaro: Memoria de la especie”
Sergio Monsalvo C.
Págs. 111-117
Cultura contracultura:
Diez años de contracultura en México
Antología de textos publicados en Generación
Carlos Martínez Rentería, Compilador
Plaza & Janés Editores,
México, 2000
