DAVE CLARK FIVE

POR SERGIO MONSALVO C.

DAVE CKARK FIVE (FOTO 1)

 GLAD ALL OVER

El futbol no es algo que sólo abarque los noventa minutos que dura un partido. No. Un buen entendedor(a) sabe que al nombrarlo estará implicando todo lo concerniente al ser humano. Desde una visión cosmogónica, pasando por las ciencias exactas y sociales hasta el arte en todas sus ramificaciones con emociones, dramas y tragedias incluidos. Es en suma el teatro de la vida.

Actualmente la mejor sala para su escenificación en pleno es Inglaterra, con su Premier League, en Manchester para ser más preciso. Los dualismos categoría y bajeza, gusto y rispidez, sofisticación y simplicidad, nobleza y rudeza, en última instancia la lucha del bien contra el mal, ya comenzó a emerger y la presenciaremos a lo largo de todas las competiciones en que estén involucrados los equipos de tal ciudad: el City y el United, dirigidos por Pep Guardiola y José Mourinho, de manera respectiva.

Obviamente el rock tenía que estar inmerso en ello, su naturaleza está interrelacionada y en mucho con las esencias de tal deporte. El género le aportó en este siglo XXI el himno comunitario que se escucha en todos los estadios del planeta cuando el equipo local anota: el riff de “Seven Nation Army” de White Stripes. Sin embargo ahora, en la escala local británica, es otro el tema que retumba en las gradas: “Glad All Over” (“Totalmente contento”).

Éste fue el estribillo que acompañó al público en Old Trafford, el estadio del City, tras su victoria sobre el United en la segunda jornada, y cundió por las calles y bares de la ciudad. La prensa deportiva tomó nota del asunto y sin mayor idea al respecto lo señalaron así: “El nuevo himno está inspirado en una canción del grupo The Dave Clark Five, un oscuro conjunto de relativo éxito en los años 60”.

Conviene puntualizar el asunto porque tal tema será el emblema de una batalla filosófico-deportiva del campeonato más rentable y más seguido a nivel mundial, y no muchos sabrán acerca de la historia de su procedencia por la falta de información de tales cronistas. Dicho grupo ni fue oscuro ni tuvo un éxito relativo, sino todo lo contrario.

En toda historia que se respete debe haber protagonistas y antagonistas, cuya presencia hace que resalten los contrastes. En la que nos ocupa, con el rock de por medio, la cuestión es semejante. Para reconocer lo buenos músicos que eran los Beatles en sus comienzos, había que escuchar a sus primeros competidores, los londinenses The Dave Clark Five (o DC5).

Menciono a los Beatles porque en esa etapa iniciada por ellos (la del Mersey beat, la de los muchachos adorables, bien vestidos y demás) se engancharon muchos grupos y crearon la parte inicial de la llamada «Ola Inglesa».

 Mersey beat fue el nombre original con el que el sonido de los grupos ingleses de aquellos años se dio a conocer, por primera vez, a nivel internacional. Al trascender las fronteras británicas pasó a ser la “Invación Británica” u “Ola Inglesa”. La denominación surgió debido al río Mersey, que surca aquellos lares, y que tiene como uno de sus puertos principales a la ciudad de Liverpool, cuna de tal corriente musical.

El Mersey beat integró todas las formas del rock conocido hasta entonces; todo lo que se escuchaba procedente de los Estados Unidos, así como los bailes novedosos y los fugaces hits musicales que se sucedían de manera imparable. Se nutría de rock and roll clásico endurecido por el golpeteo de la batería. Luego lo pasó por su propio molino y el sonido se hizo más pesado, la electricidad espesó a las guitarras que reprodujeron los éxitos de moda del sello Tamla-Motown y así, de manera imperceptible, el rock se volvió pop, bajo esta alquimia.

El Mercy beat fungió como crisol y explotó el triunfo de los Beatles, sus máximos exponentes, fue un acontecimiento crucial en la historia cultural del rock, produjo una música ambivalente cuya aportación ha perdurado e influido en diversos géneros por décadas. La razón por la que aquellos grupos sesenteros despiertan la curiosidad, es que en términos generales su encanto radicó en lo voluntarioso de su alocado entusiasmo.

VIDEO SUGERIDO: THE DAVE CLARK FIVE-1964-“Glad All Over”-(2014 Video Sync), YouTube (GoldenGreatsOldies24)

En 1964, del otro lado del Atlántico, en Los Estados Unidos, la población acababa de perder a un presidente (John F. Kennedy) al que veían como la encarnación cuasidivina de los ideales nacionales. Cundía la depresión y hacía falta una inyección, algo rápido, fuerte y superficial para llenar el hueco; era preciso organizar una fiesta después del velorio. Por ello no es ninguna casualidad que los Beatles hayan debutado con un éxito extraordinario en el programa de Ed Sullivan.

En la Unión Americana existían Phil Spector, los Beach Boys y los Four Seasons, pero hizo falta el influjo Beatle inglés así como el de quienes interpretaban bajo su estela (Gerry and The Peacemakers, The Herman’s Hermits, Peter & Gordon, The Bachelors, Billy J. Kramer and The Dakotas, etcétera) para realmente unir los espíritus.

El sonido que llevaron con ellos expresaba la promesa y el anhelo de que intérpretes como público pudieran soltarse, moverse y salir desbocados a correr por las calles, lo cual desde luego ocurriría más adelante (con las giras de los Beatles, los Rolling Stones, Animals y Dave Clark Five, entre otros).

Los Beatles erigieron el pilar decisivo de apoyo: el sencillo “I Wanna Hold Your Hand”, que tenía semanas en el número 1 en Inglaterra y se lanzó el 26 de diciembre de 1963 para el mercado estadounidense. Un par de años después el Mersey beat se difuminaría, su explosión sería eclipsada por el blues y por Londres, la nueva meca.

La corriente quedaría instalada en la historia con sus fanclubs, sus periódicos, sus películas (como A Hard Day’s Night, de los Beatles, Catch Us if You Can, de los Dave Clark Five o la inenarrable Ferry Cross the Mersey de Gerry and The Peacemakers). De todo ello sólo quedaría en firme el paso del Cuarteto de Liverpool, que muy pronto abandonaría dicha corriente, y el de los DC5 que extenderían su flujo hasta secarlo.

Sin embargo, mientras duró en él fue donde se movió el quinteto de Dave Clark. Mucho de su prestigio a mediados de los años sesenta se debió a su imagen vital, pura, instalada en la más «limpia» corriente musical que pregonaba la alegría y la diversión juveniles. Ello, aunado a un muy particular sonido conocido como «air hammer» (que semejaba al emitido contundente y sordamente por un martillo neumático), con una producción fuerte, trucada, expansiva y excitante, que ponía como sustento al frente los tambores del baterista y líder del grupo.

DAVE CLARK FIVE (FOTO 2)

 

 

Eso los llevó a la popularidad tanto en su natal Inglaterra como en los Estados Unidos, donde catorce (sí, 14) de sus canciones se instalaron de manera continuada dentro de las listas de popularidad de la Unión Americana. Más de la mitad de su vida como grupo la vivieron desde ahí.

El Dave Clark Quintet, formado en 1957 y con muchos cambios de personal en él, estaba integrado al comienzo de los sesenta –tras sustituir lo de Quintet por Five en 1962– por Dave Clark, cantante, compositor, baterista, productor y rígido manager; Lenny Davidson, guitarra; Rick Huxley, guitarra; Dennis Payton, sax, guitarra, clarinete y armónica y Mick Smith, voz y guitarra. De esta manera, The Dave Clark Five apareció en 1964 con los sencillos «Glad All Over» (del que posteriormente se hicieron versiones por doquier de lo más pintoresco) y «Bits and Pieces».

A partir de ahí los discos y las giras entre Inglaterra y los Estados Unidos se sucedieron ininterrumpidamente, aprovechando su éxito con los adolescentes. Con “Glad All Over” desbancaron a los Beatles y su “I Wanna Hold Your Hand” del primer lugar de las listas del Billboard en 1964. Entonces Ed Sullivan los llamó para que se presentaran en su Show (emisión en la que actuarían 18 veces a lo largo de la década).

Así, surgieron aquellos hits entre los que se encontraban «Because», «Can’t You See That She’s Mine», «Catch Us If You Can», «Do You Love Me», y una decena más, así como tres discos en un solo año (1964): Glad All Over, American Tour y Dave Clark Five Return, a los que siguieron Coast to Coast, Weekend in London y I Like It Like That (del 65), Try Too Hard, Satisfied with You (del 66), 5×5 y You Got What It Takes (del 67), Everybody Knows (68) e If Somebody Loves You (69).

 El encanto (que representaban con el hit como estandarte) terminó cuando la conciencia rocanrolera evolucionó con la llegada de la psicodelia (del LP y los álbumes conceptuales). Dave Clark Five no tuvo la capacidad para ello, aunque lo intentó, y se desbandó con un record de ventas millonario (más de 100) tras su último disco, Good Old Rock’n’Roll, al finalizar la década.

Época en la que quedó atrapado su estilo y concepto musical. El cuarteto no trascendió los sesenta, pero sus voces aún perduran en el tiempo. Tenían tacto para las buenas melodías con ejecuciones de gran expresividad emocional y con un sonido característico. Ello los erigió como uno de los grandes personajes de aquel periodo. Por eso fueron instalados en el Salón de la Fama del Rock & Roll en el 2008, hecho celebrado, además, con la aparición de su definitivo disco The Hits a nivel mundial. ¿”Grupo oscuro”?, ¿”De relativo éxito”? ¡JA!.

El nuevo himno futbolero, tomado de ellos, indica que el dramatismo de las mencionadas dualidades será un gran protagonista al que se agregarán los valores de la clase, la elegancia y el arte del mejor futbol en la actualidad. Y eso claro, nos pondrá totalmente contentos, “Glad All Over”.*

*Aquí cabe mencionar que las predicciones se cumplieron y que en el 2018 el equipo del Manchester City resultó campeón de liga y de copa de la Premier League, dejando a cerca de 20 puntos de diferencia al Manchester United (el archienemigo), además de romper con varios récords en la historia del futbol británico. Al ser proclamados campeones, mientras jugaban en el mismísimo estadio de Wembley, los seguidores citizens cantaron a coro la mencionada canción a la que le adaptaron una letra al caso: “Cos we’ve got Guardiola / We’ve got Guardiola…”, “Un nuevo mito, nueva liturgia, nueva leyenda”, según los entendidos.

DAVE CLARK FIVE (FOTO 3)

VIDEO SUGERIDO: Glad All Over Dave Clark Five COLOR Widescreen HiQ Hibrid JARichards Film 720p, YouTube (jarichards99utube)

 

Exlibris 3 - kopie

BORIS VIAN

Por SERGIO MONSALVO C.

BORIS VIAN (FOTO 1)

 (CANCIONES)

La historia va más o menos así. Michel Legrand, compositor y director de orquesta francés, hizo un viaje a mediados de 1956 a la ciudad de Nueva York con el fin de presentarse por primera vez en la televisión estadounidense. Iba acompañado del productor y realizador Jacques Canetti, también francés. En esta ciudad se entusiasmaron con un ritmo musical que resultaba nuevo para ambos: el rock and roll.

Durante el vuelo de regreso a su país iban emocionados por una serie de imaginativos proyectos para el lanzamiento del mismo en Francia. En esos proyectos incluyeron a Boris Vian para escribir los textos adecuados (éste, a su vez, intuyó que aquello podía funcionar en Francia y acertó: la historia de amor de los franceses con el rock no tiene parangón desde entonces).

A Vian (nacido en 1920), que era toda una leyenda en el mundo bohemio parisino y del europeo en general, por su polivalente creatividad artística, se le conocía como trompetista, crítico de jazz, traductor, cantante, director artístico de dos compañías discográficas, inventor, autor de canciones y espectáculos musicales, pintor, periodista, poeta, animador, cuentista y autor de teatro.

Pero además, como exitoso novelista aún bajo pseudónimo (Vernon Sullivan), actor, guionista de cine, diplomado en ingeniería y (Equarrisseur) Descuartizador de Primera Clase del Colegio de Patafísica (movimiento artístico relacionado al surrealismo y creado por Sainmont, Saillet, Quenau y otros intelectuales como homenaje a Alfred Jarry y de la cual Vian llegaría posteriormente a ser Gran Sátrapa).

BORIS VIAN (FOTO 2)

 

 

De esta manera, el hiperactivo Vian, quien «sentía el jazz hasta en la punta de las uñas», se lanzó a la creación de un estilo «francés» del rock and roll. El resultado fue un disco: Boris Vian. Rock and Roll (y con él un terremoto, una corriente, un género y toda una secuela cultural), que representó el acta de nacimiento de esta música en Francia y el cual se realizó a finales de 1956 en París, bajo la producción del propio Canetti y la dirección musical de Legrand para la compañía Philips.

Los textos de Vian, impregnados del humor único que lo caracterizaba, dejaron estupefacta a mucha gente, mientras que a los iniciados en su literatura los divirtieron sus juegos de palabras y el manejo de la temática sexual (como lo había hecho en la literatura con La espuma de los días, El Otoño de Pekín y La hierba roja, o bajo seudónimo con la exitosa novela Escupiré sobre vuestras tumbas, que primero le acarreó una multa de 100.000 francos por obscenidad y, tras recurrir la sentencia, quince días de cárcel).

Para los primeros, Vian creó piezas que fueron interpretadas por Henri Salvador, «Rock-Hoquet» (El hipo-rock), «Dis moi que tu m’aimes» (Dime que me amas), «Va te faire cuire un oeuf, man» (Vete a freír un huevo, hombre) y «Rock and roll mops» (El perrito rocanrolero). Los temas de rock erótico los compuso para la cantante Magali Noël: «Fais moi mal Johnny» (Lastímame, Johnny), «Strip Rock», «Alhambra Rock», «Rock des petits cailloux» (El rock de las piedritas preciosas) y «Oh! (C’est Divin)» (¡Oh! [Qué divino]).

En la contraportada del disco, Vian vertió conceptos como los siguientes: «En el rock and roll el tema melódico por lo común se reduce a un riff (fórmula rítmica) de dos o cuatro compases repetidos y modulados según las armonías del blues. El aspecto obsesivo del riff es utilizado para meter a los escuchas en trance (…)  En cuanto a los textos en inglés, en principio todos tienen un doble significado sexual. Las palabras que conforman su nombre proporcionan una equivalencia muy precisa del verdadero sentido.

“Para traducir rock and roll de manera exacta, habría que hacerlo como ‘mece y oscila’, y eso sí tiene bastante sentido para mí. El blues erótico negro, a menudo muy divertido y casi siempre sano y gallardo, ha sido deformado por algunas agrupaciones de malos músicos (al estilo de Bill Haley) que lo conducen a una especie de ridículo canto tribal destinado al consumo.

“Esto funciona sobre todo con el público de los Estados Unidos, enredado con una serie de tabúes sexuales. El lado ‘exutorio’ del rock and roll no tiene razón de ser en Francia, donde el público no está á paralizado al mismo grado por el puritanismo. Por ello creo que el éxito del nuevo ritmo en Francia dependerá de su ironía…» Hasta aquí Vian.

VIDEO SUGERIDO: magali noel & boris vian – fais moi mal Johnny, YouTube (marco17220)

Hay un lugar común que dice que la música popular no debe ser hecha por gente inteligente, la cual tiene por costumbre concebir todo en diversos niveles. En este caso los textos se brincaron el cliché y al escuchar el disco se palpa todo lo que este ritmo maravilloso proyectó en la imaginería de un gran escritor como él.

He aquí un fragmento de la canción abridora: «Se levantó cuando me acerqué/Parado se veía más pequeño/Continué, sabiendo que lo tenía en un puño/Me llegaba al hombro/pero estaba dispuesto como todos al principio/Me siguió hasta mi habitación/Entonces le grité: ¡Venga, mi lobo!/¡Maltrátame, Johnny!/¡llévame al cielo, oh!/¡Maltrátame, Johnny!/Me encanta el amor que duele/Me miró sin entender nada el desgraciado…/Exasperada, tuve que gritarle de nuevo/¡Maltrátame, Johnny!/Me encanta el amor que duele…»

BORIS VIAN (FOTO 3)

 

 

La canción “Fais-moi mal Johnny” (Maltrátame Johnny), en su tiempo, resultó una historia inquietante: una masoquista que, a fuerza de insultos, logra sacar al sádico que el hombre que está con ella lleva dentro.

El escándalo vino solo con tal relato. La protagonista presume de estar sexualmente liberada: sale, elige un hombre (pequeñito, específica) y se lo lleva a la cama. La seducción se descarrila cuando ella le exige un juego violento. El tipo se reconoce incapaz de “hacerle daño a una mosca”.  Caen sobre él los peores insultos, hasta que reacciona indignado. Ella entonces queda con “un hombro dislocado” y con moretones en el trasero, aparentemente complacida.

La pieza, tal como se grabó originalmente, se beneficiaba de una vibrante interpretación de la actriz Magali Noël. Una personalidad plena de sensualidad y un ejemplo de la emancipación femenina de aquel entonces. En la toma Vian hizo el papel del hombrecillo que termina enojándose. Fueron tachados de pornógrafos.

Boris no pudo imaginar que, más de medio siglo después de su muerte (acaecida en 1959), esa canción siguiera siendo la más viva de las suyas entre los públicos, femenino y masculino, a los que tal asunto sigue fascinando como lo prueba la celebridad de la película de kitsch soft porno Fifty Shades of Grey (50 sombras de Grey).

Sería decir poco que Boris Vian tan sólo jugaba con las palabras. Entre anglofilia, patafísica y surrealismo, entre la introducción del jazz y del rock en su país, dicho autor sintetizó un siglo de cultura: existencialismo, bebop, sobresaltos dodecafónicos, rock and roll, ballets posmodernos, el cine francés de la nueva ola, la nouveau roman, el teatro del absurdo, la ciencia ficción de avanzada serie B y la poesía erótica (además de su colección de canciones posibles e imposibles: “Le Dèserteur”, “J’suis snob”…)

Los años cincuenta así resultaron muy creativos desde el punto de vista actual.  Fueron, de hecho, el momento privilegiado en el que el trabajo del siglo, después de una lenta gestación por fin encontró su lenguaje. Más que un renacimiento, los años cincuenta brillaron como los fuegos artificiales de una cultura nueva.

Si Vian aparece tan fecundo y elocuente es que en él convergieron todas las pistas de la centuria. Fue una personalidad profunda de su época, y esa época tuvo talento.  Él fue de los años cincuenta, de manera tan íntima como Marilyn Monroe, Juliette Greco, Ionesco, James Dean y Stockhausen.  De esos años cincuenta que parecen haber contenido la esencia de todo nuestro presente.

Sin Vian no hubiera habido en Francia un Serge Gainsbourg o Johnny Hallyday y mucho menos los actuales Indochine, Little Bob, Noir Désir, Phoenix, Stereo Total o Wolfunkind.  Fue un conductor diletante que fomentó tanto la crítica como la parodia.

Vian fue un héroe moderno, como los que vaticinaba Oscar Wilde. Dejó una imagen, un concepto. El talento en sus obras y el genio en su vida. Como Baudelaire, Vian se quiso ver como un dandy, pero era un dandy que trabajaba.  Este «dandismo» fue la coartada cínica para afanarse en su obra.

Pero de esta actitud se dedujo la lección, quedó el recuerdo; Vian fue un moderno, un símbolo antes que nada, la encarnación de la rebelión elegante y artística de un momento absolutamente francés.

BORIS VIAN (FOTO 4)

VIDEO SUGERIDO: Alhambra Rock, Magali Noel (paroles de Boris Vian), YouTube (blogauxpolis)

 

Exlibris 3 - kopie

TIME OUT

Por SERGIO MONSALVO C.

TIMEOUT FOTO 1

 ÉXITO DE COMPÁS Y TONO

 ¿Qué es un disco clásico? Una definición: Lo que se puede disfrutar a través de toda la vida y sigue sorprendiendo y conmoviendo. Time Out, por ejemplo. A ese álbum está dedicado este espacio.

La amplia sonrisa en los finos labios era debida más a su bondad natural, que a los supuestos excesos etílicos que en vida se le atribuyeron a Paul Desmond. Una bondad que en ocasiones rayaba en la filantropía practicada con colegas desafortunados.

Se dice de él que era un gran conversador, de ésos que sabían hacer uso de un fino sentido del humor y esgrimían argumentos cargados de una elegante ironía.

El saxofonista nació en San Francisco, California, como Paul Britenfeld Desmond en 1924. Su padre, pianista y organista de cine mudo, fue su primer maestro de música. Aunque estudió el clarinete en su ciudad natal, en 1950 se decidió por el sax alto y debutó profesionalmente con la orquesta de Albino Ray. Un año después ligaría su vida al incipiente cuarteto de Dave Brubeck, con el que permanecería hasta 1967, y en donde su colaboración se volvería histórica.

A partir de esa fecha, 1967, Desmond vivió semiretirado por lo que a actuaciones en público se refiere, no apareció más que ocasionalmente al frente de algún cuarteto montado para la ocasión. Durante los últimos años de su vida comenzó a tener síntomas de cáncer de pulmón, enfermedad que le acabaría produciendo la muerte en su ciudad natal el 30 de mayo de 1977.

Los caminos de Paul Desmond y Dave Brubeck se cruzaron por vez primera en el ejército. «Yo estaba en una orquesta militar y Dave tocó con nosotros durante un set. Era un tipo muy excéntricoo y vestía como tal: saco de ante con un forro rojo. Tocaba en el piano unos extraños acordes y lo hacía de una manera casi salvaje«, contaba Paul.

Cuando acabó la guerra, se volvieron a encontrar y a veces tocaban juntos en San Francisco. Brubeck lo seguía haciendo de manera extraña. Mientras los demás músicos interpretaban sus solos tranquilamente, él introducía cosas en él, a la manera de Bartok.

Muchos se ha escrito, desde entonces, sobre el cuarteto de Dave Brubeck, hasta el punto de convertirse a menudo en centro de polémica, tanto entre aficionados como entre críticos. A 50 años de su disolución, ya que a partir de 1967, lo que se entiende por el cuarteto de Dave Brubeck ya no existía, es posible hacer un breve y desapasionado análisis. Quizá su mayor virtud fue el mutuo respeto y el clima de libertad en que se movieron sus componentes: Dave Brubeck (piano), Paul Desmond (sax alto), Joe Morello (batería) y Eugene Wright (contrabajo).

Aunque nominalmente era «el cuarteto de Dave Brubeck» y así era presentado al público, realmente no había un líder y el cuarteto funcionó siempre como tal, un colectivo.

VIDEO SUGERIDO: Dave Brubeck Quartet – “Blue Rondo à la Turk”, live, YouTube (gamma68)

La grandeza de éste fue el equilibrio que se estableció entre sus miembros. Una vez encaminado el grupo hacia finales de la década de los cincuenta, aquello se volvió admirable. «En este grupo, cada uno hace un poco lo que quiere. A los demás a veces les gustaría desaprobar algo de lo que haces, pero callan para no molestarte. Cuando hablamos entre nosotros, nos pedimos mutuamente hacer o no determinadas cosas. Pero nos conocemos tan bien, que un gesto de la cara es suficiente «. Expresó Desmond en su momento.

La tendencia a los acordes extraños de los que hablaba Desmond continuó siendo, tan controversial como parte importante de la vida del pianista y del cuarteto.

El caso es que el clima creado por Desmond-Wright-Morello (una extraordinaria sección rítmica) era pasado por el tamiz de las manos del eximio Brubeck, excelente compositor y, por otra parte, primer músico de jazz que «mereció» una portada en la revista Time.

Las muestras de dicha situación son tantas que es sumamente fácil dar referencias. Si sólo se tiene un disco del cuarteto, ése debe de ser, sin duda, Time Out. Escúchense, por ejemplo las piezas, «Take Five» o «Blue Rondo a la Turk»; en ellas Brubeck ilustra suficientemente lo mencionado.

La participación  específica de Desmond en el cuarteto, contrapeso ligero que con la inestimable ayuda de Morello equilibraba la extrañeza de Brubeck, fue, como puede suponerse, muy importante. Tanto como que muchos admiradores del cuarteto lo eran en realidad del saxofonista.

Lo atinado de su aportación, seguramente el elemento que identifica a uno con lo otro, fue sin duda su composición «Take Five», un éxito sin precedentes que aparte de satisfacerlo económicamente en una esfera artística que no se caracteriza por ello, y lo puso en la bitácora del género a perpetuidad.

TIMEOUT FOTO 2

 

 

Esta pieza fue lanzada en el disco Time Out de 1959 y destacó por tres motivos esenciales: el primero, porque es una pieza compuesta en un compás atípico para la época: 5/4, de ahí proviene el nombre del tema; segundo, por el solo de sax de Desmond, con un sonido y un tono que lo volverían distintivo; y, tercero, por el solo de batería de Morello, creador de un estilo con ello.

Asimismo, alrededor del disco —y pieza— cabe destacar también que fue el primer álbum de jazz en tener una amplia aceptación comercial (más de un millón de copias vendidas), mientras que “Take Five” se convertiría en un tema standard del repertorio jazzístico y otros géneros, con cientos de versiones tanto instrumentales como cantadas, en todos los idiomas y dotaciones orquestales.

Como dato curioso, Desmond, el autor del tema, ordenó que al morir todas las regalías procedentes de él fueran entragadas a la Cruz Roja estadounidense. Desde entonces esta institución ha recibido alrededor de 100 mil dólares anuales por ello.

La idea para esta pieza le vino a Desmond mientras jugaba con una máquina tragamonedas en un casino de Reno, en Nevada. El ritmo de la máquina le sugirió dicha composición.

Sobre la génesis y elaboración de su sonido es interesante transcribir las palabras del saxofonista al respecto: «Cuando Dave tocaba en trío en un baresucho en las afueras de San Francisco, a veces Dick Collins y yo íbamos a acompañarlos un rato. En ocasiones grabábamos la música. Un día, escuchando aquellas cintas, descubrí enmedio un sonido que me gustaba y que por otra parte era poco habitual en mí en aquella época. Pero en aquello que escuché había un sonido que flotaba un poco. Trabajé en aquel sentido. En primer lugar para obtener la sonoridad que tanto me había gustado, y después para conservarla«.

Lo que de cualquier manera parece claro fue la enorme “personalidad” del sonido Desmond. Basta una nota para evidenciar su presencia. Aquél deviene, más que en cualquier otra cosa, en el fundamento de su expresión. Así, la simple exposición de un tema es en sí mismo, sin más, manifestación suficiente del su arte.

La gran presencia de la música desmondiana, su enorme simplicidad, su carencia de aristas, hizo que fuera difícil encontrarle discípulos, aunque probablemente haya cientos de saxofonistas altos que en algún momento de su carrera hayan tomado a Desmond como ejemplo a seguir.

Pero, repitámoslo: un sonido así y una concepción melódica tan directa y simple, próxima a un esquema minimalista, hicieron de él un maestro inalcanzable. Y de Time Out, el disco clásico, una promesa de gozo reiterado.

ibrubec001p1

VIDEO SUGERIDO: Dave Brubeck – Take Five (Original Video), YouTube (Re gor)

 

Exlibris 3 - kopie

LOS PUENTES DE MADISON

Por SERGIO MONSALVO C.

PUENTES FOTO 1

 CINE Y JAZZ

¿Qué es lo que interesa de los actores?  Que tengan algo valioso por sí mismos, un aura, algo extraordinario que les sirva para encarnar una idea y al espectador para captarla. Se necesita verlos trabajar para quererlos y admirarlos en su proceso de ser y gozar o sufrir con ellos. Porque donde el espectador sufre, el actor disfruta, y donde éste disfruta como en el caso de Clint Eastwood, el director (que lo es) y el músico (que también lo es) se inspira. Eso quedó patente en una de sus mejores obras cinematográficas: Los Puentes de Madison.

Un buen cinéfilo siempre estará agradecido por los poderosos momentos estéticos, narrativos y anímicos que ha proporcionado gran parte de su cine. ¿Pero cuál es el secreto para que tanta gente lo admire? La explicación es sencilla. Es un gran creador de historias y lo ha hecho usando al cine como vehículo.

Ahí surge la leyenda y la ficción que ordena su mundo. Su cine, su personaje (ambos contienen las mismas esencias), especialmente en sus westerns, ha reflejado un desarrollo y un proceso reflexivo impactantes. Ahí, el suyo ha sido el modelo del “hombre fuerte y silencioso” que  rescata el toque espectral de personaje etéreo, y con él ha logrado forjar personajes cada vez más complejos, dentro de historias férreas y sencillas.

En ellos aparece como un hombre esculpido en piedra, pero en Los Puentes de Madison alteró tal naturaleza granítica y la dureza se tornó en sensibilidad a través de un hombre de perfil distinto.

Ganó en delicadeza sin perder un ápice de fuerza. El aura no se alteró sólo se cambió de camisa. En el éxito de tal aventura lo acompañó la multilaureada Meryl Streep, una de las más grandes actrices que ha dado el cine (y actualmente una activista social contra la brutalidad y la ignorancia en el poder) con una personalidad que posee la característica de lo mutable, sin alteración de su calidad interpretativa y talento esencial.

Lo que Clint Eastwood ha hecho en sus películas, fuera del thriller y el western, ha sido explorar el mundo familiar, con todo el recoveco de afectos que lo sostienen y todos los conflictos que se postergan, hasta que afloran de una u otra manera.

En una novela como The Bridges of Madison County (traducida al español como Los Puentes de Madison) encontró la veta emocional y el ángulo romántico para mostrarlo y mostrarse en una faceta distinta como actor y director.

Aquí cabe recordar, al respecto, el chiste de los siempre famélicos chivos, capaces de ingerirlo todo. Estaban dos de ellos en un tiradero. Uno le preguntó al otro, que acababa de terminar de tragarse un volumen de papel, “¿Y qué, te gustó ese libro?” A lo que el otro respondió. “No, prefiero la película”.

Eso es lo que sucede con esta obra. La novela, original del escritor estadounidense Robert James Waller (quien murió recientemente), fue publicada en 1992 y se convirtió en un best seller, esa categoría de las letras que gusta de aspirar al dinero y carece de literatura.

En tal novela, un ama de casa casada y madre de dos hijos, de origen italiano (Francesca Johnson), habitante de un apartado condado de Iowa, y un fotógrafo de la revista National Geographic (Robert Kincaid), que llega al lugar para fotografiar los hasta entonces anónimos puentes del lugar, protagonizan un intenso romance de cuatro días en los que ella sopesa su vida y su futuro.

VIDEO SUGERIDO: Johnny Hartman- For All We Know, YouTube (ForAllWeKnow100)

La crítica literaria fue inclemente con ella “por sus personajes endebles y estilo ralo”, sin embargo, tras el lanzamiento del filme, el público la encumbró, para beneficio de la cuenta bancaria del autor y algunas editoriales.

La película (realizada en 1995), en cambio, obtuvo el reconocimiento de los especialistas cinematográficos y de los cinéfilos por sus hechuras y lenguajes fílmicos; por haber convertido una novela rosa para gente madura (“Love Story for Middle Age”) en “algo tan perfecto como una lágrima” al elevar el romance a un nivel estético (gracias, sobre todo, al gran trabajo de los protagonistas); al condado de Madison (Iowa), sus puentes cubiertos y a la música que matizó el amor y su entorno geográfico (con su soundtrack), en un lugar de peregrinaje y un rescate perdurable.

El jazz en el cine siempre ha tenido especial predilección por los tributos y  los reconocimientos. Desde los inicios mismos de su historia conjunta, los álbumes resultantes han rendido homenaje a la obra de destacados individuos.

Festivales y ciclos cinematográficos han homenajeado a innumerables músicos de jazz en todo el orbe. Y su inclusión en las bandas sonoras de las películas, es un intento más por honrar la aportación de algunos nombres de dicho mundo.

PUENTES FOTO 2

 

 

No obstante, el soundtrack surgido de Los Puentes de Madison  se aparta del protocolo típico del tributo jazzístico en forma muy significativa: el hombre al que se rinde homenaje es un cantante: Johnny Hartman. Clint Eastwood actuó, dirigió y concibió su música de acompañamiento, aplicando su experiencia como melómano y como músico.

La apasionada inclinación que este director siente por el jazz ha sido del conocimiento general desde hace décadas (dirigió la cinta biográfica Bird y fue el productor ejecutivo del documental Straight No Chaser, dedicado a Thelonious Monk, entre otros muchos ejemplos) No obstante, cada vez que lo pone de manifiesto en alguna película se percibe una ola de asombro público, y no es para menos.

La pasión que el jazz inspira en Eastwood ha moldeado su vida y obra. No influye sólo en la musicalización de sus películas, sino también en su estilo de dirección. “Todo mundo tiene alguna influencia. Para mí ha sido el jazz”, ha declarado el cineasta.

El soundtrack de su producción The Bridges of Madison County incluyó algunas de las excelentes baladas clásicas de Johnny Hartman (acompañado por John Coltrane, nada menos) y el álbum resultante (con otros temas de Irene Kral y Dinah Washington), además, constituyó el primer lanzamiento de su sello discográfico Malpaso.

Nacido en Chicago en 1923, Johnny Hartman se embarcó hacia fines de los años cuarenta en una carrera solista que lo convirtió en uno de los estilistas más finos de las décadas siguientes. En ese terreno fue donde su genio interpretativo daría vida a una joya como el disco John Coltrane & Johnny Hartman (de 1963).

El inmenso saxofonista que fue Coltrane encontró en Hartman a un compañero ideal para hurgar en su vena romántica en piezas como «They Say It’s Wonderful», «Dedicated to You», «You Are Too Beautiful» y «Lush Life», un monumento a la interpretación baladística.

A pesar de que había sido llamado un «cantante para conocedores», por muchos años, tras su fallecimiento en 1983, permaneció prácticamente en el olvido. Su cálida y aterciopelada voz de barítono, sin embargo, fue redescubierta en forma póstuma cuando algunas de sus grabaciones fueron rescatadas para dicho soundtrack.

En una película en la que Eastwood mostró su maleabilidad como actor, su buen ojo tras la cámara para realizar escenas ya clásicas y memorables y un oído ejemplar para complementar el amor retratado en las imágenes con la excelente selección musical, ese lenguaje al que acuden los cineastas mayores  y menores por igual.

Los menores la usan con la brocha gorda de la obviedad comercial, los mayores con el pincel de la sutileza para expresar, exaltar o aclarar lo que ocurre con los sentimientos. Eastwood es de estos últimos para el placer de todos.

PUENTES FOTO 3

VIDEO SUGERIDO: John Coltrane & Johnny Hartman – My One and Only Love 1963, YouTube (JazzBreakTV)

 

Exlibris 3 - kopie

68 rpm/52

Por SERGIO MONSALVO C.

68 RPM 52 (FOTO 1)

El cineasta francés Jean-Luc Godard no era un aficionado al rock ni mucho menos, pero durante el movimiento a nivel mundial de 1968 se dio cuenta del eco que tenían las acciones y declaraciones de sus artistas más representativos. Muchos de ellos mantenían posturas extra musicales.

Siguió con detenimiento el hecho de que Mick Jagger se involucrara ese año en una enorme manifestación en el flemático Londres para protestar ante la embajada estadounidense por lo sucedido en Vietnam. Dicho evento   terminó en violencia callejera y con una dura represión policiaca.

Los Rolling Stones se encontraban en el centro del huracán polémico por el lanzamiento del sencillo “Street Fighting Man”, que recogía de alguna manera las experiencias que Jagger había sacado durante aquella revuelta.

El tema se había convertido en un himno a nivel global y cada movimiento, independientemente de su particular reclamo, lo usaba como estandarte sonoro: “¿Qué puede hacer un muchacho pobre/ excepto cantar en una banda de rock and roll?/ Porque en el aletargado Londres/ no hay lugar para un manifestante callejero”.

Participaban así, de manera directa, en el espíritu del momento. Tras ello los Stones daban los últimos toques a su nueva producción (Beggars Banquet) y debían entrar al estudio a grabar el remate: “Sympathy for the Devil”.

Godard vio entonces la posibilidad de apoyar su mensaje. Hizo las llamadas justas para poder filmar al grupo durante la hechura de la canción y tejer con aquellas imágenes su intrincado discurso político maoista. Como resultado: el filme One plus One.

El grupo, a su vez, quería enmendar la plana luego del decepcionante disco Their Satanic Majesties Request, que a nadie había dejado satisfecho; estaban en pleitos legales con su hasta entonces representante Andrew Loog Oldham, quien quería esquilmarles los derechos de todos sus discos anteriores; habían contratado a un nuevo productor para el álbum (Jimmy Miller) y en el seno de la agrupación había problemas con su guitarrista.

68 RPM 52 (FOTO 2)

 THE ROLLING STONES ROCK & ROLL CIRCUS

THE ROLLING STONES

(ABKCO)

Brian Jones ya estaba acabado, lo cual tenía sus motivos: el consumo bárbaro de alcohol y drogas y su forma de ser paranoica, complicada e hipersensible. Conforme perdía el control y la confianza en sí mismo se drogaba cada vez más.

Él había sido el primer Stone que se vistió de terciopelo y seda y que con su camisa de holanes, sombrero y alhajas de fantasía desarrolló una imagen tan glamurosa y andrógina como años después lo harían Marc Bolan o David Bowie. Había compuesto el soundtrack para un filme del vanguardista cine alemán (Mord und Totschlag de Schlöndorff).

Se codeaba con la aristocracia británica y bajo su estela todo el grupo fue partícipe del Swingin’ London (el centro de la música y la moda). Era cosmopolita y un músico dotado (multiinstrumentista).

Junto con su novia Anita Pallenberg y Keith Richards se fue de vacaciones a Marruecos en 1967 (para grabar a unos músicos locales), y ahí se produjo el choque final: Pallenberg lo dejó para quedarse con Richards. Jones, de por sí vulnerable, se desplomó. Inició un tratamiento psiquiátrico; a la postre se le detuvo por posesión y enfrentó un juicio formal.

Condenado a nueve meses de cárcel, el veredicto se cambió por tres años de libertad condicional. Había pasado el año en un estado de apatía total y así enfrentó la hechura y el lanzamiento del nuevo disco, la perspectiva de una gira y la participación en un proyecto de Jagger para promocionar el álbum: The Rolling Stones Rock and Roll Circus.

Éste fue un ambicioso proyecto circense-músico-televisivo ideado por Mick con el director Michael Lindsay-Hogg. La grabación se realizó en la madrugada entre el 11 y 12 de diciembre de 1968, para emitirse como programa especial en la televisión británica (la BBC).

Fue en vivo, con temática cirquera (con todo y sus artistas) y músicos invitados. Acudieron a la cita los Who, que hicieron una actuación explosiva con «A Quick One While He’s Away». Jethro Tull apareció con la coreografía en una sola pierna de Ian Anderson para tocar la flauta (en «Song For Jeffrey») y con el emergente Tommy Iommy en la guitarra (buscaban un sustituto para Mick Abrahams y Anderson lo llamó para cumplir con este compromiso). Taj Mahal, el único estadounidense del elenco, se recreó en el blues («Ain’t That a Lot of Love») y Marianne Faithfull –novia de Jagger en aquel entonces– paseó su voz («Something Better») y belleza por el escenario.

Asimismo se formó un impresionante supergrupo para la ocasión con John Lennon en la voz, Eric Clapton en la guitarra, Keith Richards en el bajo y Mitch Mitchell en la batería, bajo el nombre The Dirty Mac. Interpretaron un par de temas, uno de los cuales fue el “Yer Blues” del reciente Álbum Blanco de los Beatles.

Los Stones, a su vez, tocaron el exitoso sencillo “Jumpin’ Jack Flash”, aparecido a mediados de año, y cuatro temas del nuevo álbum (Beggars Banquet), lanzado una semana antes: “Parachute Woman”, “No Expectations”, “You Can’t Always Get What You Want” y “Sympathy for the Devil”. Fue la última vez que se vio a Brian Jones tocando con ellos.

El resultado no gustó al grupo, que se sintió cansado y sin chispa, y el programa finalmente no llegó a emitirse en su día sino casi 30 años después, en formato de DVD y CD.

El legado de este evento dejó grabada para la posteridad el testimonio de un momento irrepetible, fascinante, cuyos elementos dan una idea de cómo privaba la imaginación, la camaradería y el amor por la música entre esos gigantes que estaban haciendo crecer al rock.

68 RPM 52 (FOTO 3)

Personal: The Rolling Stones, The Who, Jethro Tull, Taj Mahal, Marianne Faithfull, The Dirty Mac (John Lennon, Eric Clapton, Mitch Mitchell, Keith Richards y Mick Jagger). Portada: Foto del cartel de presentación.

VIDEO SUGERIDO: Jumpin’ Jack Flash (The Rolling Stones – Introduced by John Lennon in sign language!), YouTube (Sandy Kristal)

Graffiti: «Todo es dadá«

BESSIE SMITH

Por SERGIO MONSALVO C.

BESSIE SMITH (FOTO 1)

 LA EMPERATRIZ DEL BLUES

Salvo muy contadas excepciones, el blues de principios del siglo XX había sido un terreno mayoritariamente masculino. En la región del Delta del Mississippi, las mujeres que practicaban este género musical lo hacían en privado o cantando en las iglesias composiciones que posteriormente pasarían a formar parte del repertorio gospel.

Sin embargo, a las mujeres negras les atraía el blues sin remedio, ya que sus intérpretes eran hombres con un fuerte atractivo «diabólico» fomentado por las leyendas populares, los sermones dominicales, por el sonido de sus guitarras y armónicas y por el hecho de que siempre llevaban en los bolsillos algún dinero con el que podían invitarles un antojo o hacerles un regalo. En resumen, era un grupo de hombres que destacaba sobre lo que ellas acostumbraban ver en las plantaciones, su único entorno.

En comparación con los blueseros las desventajas para la mujer que cantaba en público eran abundantes. Ellos no sufrían las agresiones sexuales por parte de sus admiradores, podían cantar en las esquinas de las calles o al fondo de las barras en una cantina, y por supuesto podían tener una disipada vida sexual sin problemas, ya que sus continuos desplazamientos les permitían pasar desapercibidos.

En otro aspecto, pocas mujeres del Delta cantaban y componían el blues, ya que obviamente no tenían la facultad de vivir las experiencias de los hombres, y por lo tanto de «vivir» el blues.

Además, el hecho de que una mujer tocara el violín o la guitarra —instrumentos que inspiraban semejanza con el cuerpo de una mujer, complementado con un mástil como símbolo fálico— no era en absoluto bien visto… hasta que llegó la década de los veinte con Mamie Smith, Ma Rainey y desde luego con Bessie Smith, el arquetipo del bluesero encarnado en una mujer.

La existencia de Bessie Smith fue un conjunto de desastres. Ganó mucho dinero pero lo gastó todo en los hombres a los que amó, en darlo a la gente que lo necesitaba o la engañaba con ese argumento, y en la bebida, que fue la encargada de proporcionarle innumerables problemas, los cuales reflejó en sus canciones.

Bessie nació en 1894, en un pueblo de Chattanooga, Tennessee. Nadie se hizo cargo de ella ni de sus hermanos tras quedar huérfanos, así que todo lo tuvo que aprender sola y muy rápidamente. En el poquísimo tiempo que le quedaba libre luego de trabajar en los campos, junto con sus hermanos se ponía a cantar para entretenerse. Clarence, el mayor de ellos, gracias a esta práctica se pudo enganchar en un show itinerante y nunca más lo volvieron a ver.

Sin la aportación económica de Clarence la familia zozobró, así que Bessie a la edad de ocho años, junto con Andrew, otro de sus hermanos, se lanzó a las calles con el objeto de ganar algún dinero para comer. Él tocaba la guitarra mientras ella bailaba y cantaba. El sentimiento que imprimía a sus interpretaciones era inusual para su edad, y tras dos años de andar en estos menesteres fue contratada por Ma Rainey, quien la escuchó y adoptó para su espectáculo. Rainey descubrió el soplo artístico que con el andar del tiempo cobraría fuerza y plenitud.

Fue Ma Rainey quien introdujo al blues a Bessie, a sus técnicas, le perfeccionó el estilo y la llevó con ella en largas giras por todo el sur de los Estados Unidos. Así que cuando cumplió los doce años ya era una cantante experimentada que buscó un lugar para sí misma fuera de la protección de Rainey.

Al abandonar la compañía de Ma Rainey, Bessie se incorporó a diversos conjuntos de variedades y cantó durante mucho tiempo en circos y espectáculos ambulantes por pueblos y ciudades también del sur de la Unión Americana. Corría el año de 1923 cuando fue «descubierta» por Frank Walker, director de grabaciones de la compañía Columbia Records, en un insignificante cabaret de Sela, en el estado de Alabama, y la hizo firmar un contrato de grabación.

BESSIE SMITH (FOTO 2)

El 17 de febrero de dicho año registró su primer disco, que incluyó dos temas que se han convertido en clásicos de clásicos (“Yellow Dog Blues”, “Down Hearted Blues”), los cuales se volvieron un éxito sensacional apoyado por las ventas de 800 mil discos. A partir de ahí Bessie llegaría a realizar 160 grabaciones y a conseguir de esta forma salvar de la bancarrota a la Columbia con las ventas de sus discos (durante su estancia con dicha compañía vendió más de 10 millones de copias). Por esa razón recibió el merecido título de «Emperatriz del Blues».

Apoyada por su éxito profesional y financiada por su creciente economía, Bessie se casó el 7 de junio de 1923 con Jack Gee, un patrullero de Philadelphia, donde había fijado su residencia. Poco después se trasladó a Nueva York para hacer su presentación en el Park Place y en el Kit Kat Club, dos lugares de prosapia en la vida nocturna de la Urbe de Hierro.

Transcurridos un par de años, tomó parte en la comedia musical titulada Pansy, representada en el teatro Belmont. En 1929 intervino en varios shows de Broadway, inclusive en el que subió a escena al amparo de su propia compañía denominada Midnight Steppers.

Durante esta década, el cinematógrafo reflejó su recia estampa en el cortometraje St. Louis Blues de 1927, dirigida por Duddley Murphy, y cuyo registro sonoro se trasladó luego al disco fonográfico. En 1928 grabó «Empty Bed Blues», acompañada del trombonista Charlie Green, canción que fue vetada en la ciudad de Boston por considerarla obscena.

Bessie Smith tenía una voz algo ronca que enfatizaba con una profunda tristeza incluso en las canciones más frívolas y humorísticas, y disfrutaba de una increíble facilidad para los compases vocales cortos. Cantaba como una figura representante de lo que su pueblo había vivido a través de siglos de esclavitud —de hecho mantenía una fuerte tradición afroamericana— y de las situaciones de marginalidad que experimentaron incluso después de la Guerra de Seseción. Es ahí donde su voz se hacía más desagarrada, con un toque de sentimentalismo en los momentos de mayor expresión.

A pesar de su disipada vida era una mujer con profundas creencias religiosas, creencias que solía trasmitir a su audiencia. En una época en la cual la gente no discernía claramente entre el spiritual y un blues, Bessie finalizaba cada una de sus interpretaciones con la palabra «Amén».

Porque algunos maderos se asomaron en alguna parte

bajo ajadas litografías burdeleras

con rostros de muñecas en el paraíso

Y porque hubo aquellos miedosos

que temían al escuadrón de la policía.

Porque hubo en alguna parte un hombre con camisa de seda,

grácil y peligroso como un jaguar,

y porque una mujer gemía para él bajo una penumbra de 60 watts

Y después lloraba

por su Amor Infiel Amor Traicionero Amor Indiferente e Irritante,

Porque ella salía al escenario con sus collares de perlas,

surgida como un gustoso panorama

Y su sonrisa dorada era un destello

Y cantaba

Porque ella salía al escenario con sus plumas de avestruz

y raso bordado de cuentas,

Y dirigía sobre nosotros el brillo de su sonrisa

Y cantaba

El ocaso de esta artista se inició al comienzo de los años treinta, lo cual coincidió con la ruptura de su matrimonio y su nueva vida al lado de Richard Morgan, un conocido gángster y contrabandista de alcohol.

En 1933 dejó de grabar debido a la escasa repercusión que habían tenido sus últimos discos. Luego se fue a cantar a algunos del los grandes teatros del norte del país. En 1936, junto con el pianista Fats Waller y la cantante Edith Wilson, figuró en el reparto de la comedia musical Connie’s Hot Chocolate. Entre sus últimas actuaciones dignas de mención se contó con su trabajo en los minstrels que realizó en Carolina del Norte durante 1937. Siempre volvió con sus giras a donde había comenzado, al profundo sur rural de los Estados Unidos.

Durante una de aquellas giras surcaba su automóvil la oscura noche de Mississippi cuando fue embestido por otro vehículo. Uno de sus brazos quedó casi desprendido del tronco. Durante largo tiempo, su cuerpo desangrante yació sobre la fría tierra del camino, hasta que por fin alguien la llevó a un hospital cercano. Pero era un hospital para blancos así que no la quisieron atender. Hubo que llevarla hasta Memphis en busca de un nosocomio donde se cumpliera con la obligación de salvar la vida de un ser humano que agonizaba. Era un hospital para negros, pero ya era tarde. En el camino, una de las mayores artistas populares que haya nacido en los Estados Unidos fallecía. Fue el 26 de septiembre de 1937, a los 42 años de edad.

Bessie Smith fue un símbolo. Una mujer negra que no sólo se hizo millonaria con su propio trabajo, sin que nadie le regalara nada en una sociedad dominada por hombres blancos. Fue una mujer que se dio el lujo, además, de ser explosiva, independiente, arrogante, bebedora, violenta, sexualmente promiscua, y sobre todo que se dio a sí misma la posibilidad de convertirse en cantante de blues: la más importante de la era clásica.

BESSIE SMITH (FOTO 3)

 

Exlibris 3 - kopie

BUDDY HOLLY

Por SERGIO MONSALVO C.

BUDDY HOLLY (FOTO 1)

 DIVINIDAD MELÓDICA

Existen ilustres difuntos prematuros como Mozart, Apollinaire o Rimbaud: ninguno de ellos llegó a los cuarenta de años de edad, y sin embargo la fuerza de sus obras, la fecundidad de su influencia y la perdurabilidad de su herencia son indiscutibles. Tal muerte prematura es el estigma de la trascendencia. Es la condena por ser “el ladrón del fuego de los dioses” -así definía Rimbaud al poeta-, la de consumirse con su llama o cegarse con su luz tras haber probado el néctar de la belleza.

Al vivir en una sociedad que tiende a reducir la calidad de todas las cosas a términos de cantidad y extensión, se nos ha olvidado lo equívoco que resulta juzgar la excelencia de una vida por el número de años de su duración y no por cómo se ha vivido esa vida. Que tal sería la pregunta pertinente. 

Buddy Holly, en el caso que hoy nos ocupa, no estuvo mucho en el mundo, pero aún resuena en nuestros oídos la magia que extrajo de solo tres acordes de guitarra en sus poco más de veinte años (22, para ser más preciso).

Gracias al romanticismo (del que el rock es heredero) sabemos que la vida se mide por la intensidad, no por la duración, porque aunque fuera infinita, la duración sería vana si no mediara más que una sucesión de presentes vacíos. “Solo quiero llegar a donde se debe llegar cuando entregas tu vida entera y todo lo que eres a una única cosa”, dijo James Dean, “sueña como si fueras a vivir para siempre. Vive como si fueras a morir hoy”, agregó antes de consumirse en una llamarada a 200 kilómetros por hora. Para Buddy Holly ese sería el día, para siempre.

En lo que concierne rigurosamente a su obra, su madurez es por sí misma una evidencia que emana de ella (y no de su acta de nacimiento) con una intensidad fulgurante. Si no se puede competir con los dioses en la extensión de nuestro tiempo, porque somos mortales, los jóvenes artistas difuntos como Holly son la prueba de que a veces sí se puede hacerlo en la viveza y en el acento de una labor que, aunque para un ser inmortal tendría la fugacidad de un relámpago, lo es todo para nosotros, humanos, miserables flores de un solo día.

Charles Hardin Holley, originario de Lubbock, Texas, nació en 1936 y al morir James Dean (1955) él ya experimentaba con las posibilidades del equipo en el estudio. El resultado de su obra es aún evidente y señero.

Su grupo, The Crickets, musicalmente emitía un sonido limpio y sólido muy de acuerdo a sus características vocales; su guitarra rítmica hacía gala de síncopas agradables que hablaban mucho del contacto con la música fronteriza mexicana.

De esta manera el sonido del grupo se erigió en ejemplo de economía y dinamismo y como prototipo de una fórmula instrumental que sería utilizada en todo el mundo rockero a partir de entonces: el cuarteto.

BUDDY HOLLY (FOTO 2)

“That’ll Be the Day”, “It’s So Easy”, “Peggy Sue”, “Oh Boy”, “Rave On”, “Maybe Baby” o “Not Fade Away”, fueron grabaciones que introdujeron a Holly firmemente en la historia rocanrolera. Su estilo se asemejaba más al de Bo Diddley, que influyó en sus composiciones, que al rockabilly, del cual partió dejando excelentes muestras, y derivaba más al swing del Oeste que al country de Nashville.

En sus piezas los acordes resonantes de una guitarra eléctrica con amplificador se encimaban unos a otros como las vibraciones de un platillo. El fluido ritmo tenía un impulso latino, más que un ritmo duro. Un sonido tex-mex matizado con las vibraciones metálicas de fuertes resonancias. En ello Buddy fue pionero en la fusión del rock con este ritmo.

Holly cantaba con una voz nasal y alta a la manera de Hank Williams, llena de hipo, sílabas alargadas y una sensación de nerviosa excitación que parecía casi ajena a la balada. Lo importante era la agitación, la tensión, la energía de sus interpretaciones.

En este punto se manifestó la línea divisoria entre las eras de la gran balada (big ballad) y el gran beat (big beat). Desde entonces para el cantante de rock and roll, la canción ya no fue un medio sino un trampolín. No interpretaba, sino creaba un estilo, una nueva estética para los jóvenes músicos y escuchas.

Resumiendo: sin renunciar a su patrimonio cultural (el country) ni generacional (rock and roll), Buddy Holly marcó un estilo en el que destacaban los arreglos y la melodía sobre el ritmo; el esquema clásico de su dotación musical, el cuarteto (dos guitarras, bajo y batería), fue replicado por millones de bandas de rock de todo el mundo desde entonces.

Por otro lado, el texano, fue precursor en la introducción en el rock de sonidos poco habituales, como la celesta (en “Everyday”). Fue un guitarrista influyente tanto como solista como en la guitarra rítmica. Con todo ello enriqueció notablemente el lenguaje de la música popular de su tiempo. Sin embargo, su excelente situación de joven divinidad no duró. La noche del 2 de febrero de 1959 los dioses le pasaron la factura: Holly murió al estrellarse el avión en el que viajaba. Pero sus enseñanzas ahí estaban. Para nosotros ese sería el día, para siempre.

BUDDY HOLLY (FOTO 3)

 

Exlibris 3 - kopie

ROCKABILLY

Por SERGIO MONSALVO C.

ROCKABILLY (FOTO 1)

LA TERCERA OLA

Surgió con el nuevo siglo una diversidad hipermoderna –llamémosle “natural”– como destino para los hacedores del arte: el vintage. La música aportó con esta vertiente la posibilidad de pasar de una escena a la otra en el tiempo y en el espacio, a discreción. Dejándole al escucha atento la oportunidad de reconocer el tejido original sobre el que se construía lo nuevo.

En esta era post Contemporánea –bisagra del calendario que va de la exégesis del consumo al despeñadero de la crisis económica–, se le puede definir como la exposición a la multiplicidad de cosas en concordancia con la manipulación del tiempo, sobre el espacio, en plena época digital.

Es por lo que optaron en los años cero del siglo XXI algunos grupos o solistas que han querido distinguirse de la masa (del mainstream), siguiendo un camino que permite reconocer cada uno de los elementos que integran lo recién creado. Dentro de esta corriente se encuentra la considerada “Tercera Ola del Rockabilly”.

Al utilizar tales grupos el hipermodernismo como herramienta estética nunca se sabe qué sorpresas deparará el pasado inmediato, como el siglo XX que fue extraordinario al ofrecer su variedad de imágenes y cantidad de experiencias. La de este subgénero musical, de medio siglo, es una que surge y resurge porque ahí está la raíz de mucha música actual. Es como el barro crudo con el que toda tribu empezó a dar a conocer su propia cultura y civilización.

Se trata de un fenómeno global en la música. Y en él está ensamblado el vintage cincuentero como una postal sonora de parte de la fragmentación con la que está construida nuestra realidad actual: llena de chamarras de cuero, colas de caballo, vaselina, el look de las pin ups, la ropa interior femenina que destaca la silueta y el 4×4 primigenio que evoca y provoca; que reflexiona sobre lo cotidiano mientras entretiene y recuerda.

La mitología de la que se nutre el rock le otorga el mayor mérito a toda desmesura y a las explosiones del genio individual, sobre todo a aquello que refleje el barullo mental y emocional que se transpira siendo de naturaleza airada.

Y su constante desde siempre ha sido la necesidad de expresarse, del descubrimiento de cómo hacerlo, de lo dinámico y de lo bárbaro que dicha necesidad conlleva: la misión de hacer visible la intuición absoluta, la emoción de vivir el aquí y ahora para siempre, y su revelación no acepta más que la libertad expresiva también. Así se ha nutrido tal mitología y la de los subgéneros en igual medida.

El nuevo siglo, hacia el fin de su primera década, ha aportado una prometedora tercera ola del rockabilly que se alimenta de todo aquello a su manera y, como decía al principio, con su propia estética; retro, vintage o revival. Y es de nueva cuenta Europa la que envía un mensaje de novedad (así como lo hizo con la segunda ola: Stray Cats, The Jets, Matchbox, The Meteors, The Go-Katz, et al) con festivales anuales en distintos puntos cardinales de su geografía y decenas de grupos tocando en ellos o en bares o clubes del continente.

El que se pretende un tsunami musical comienza en Portugal con representantes como The Tennessee Boys o The Mean Devils; España con The Beerbellys, Megatones o Insaciables; Francia con Earl & The Overtones, Jack Face & The Volcanoes; Los Países Bajos con Mischief; la Gran Bretaña con The Cordwood Draggers, Omar & The String Poppers o Kitty, Daisy & Lewis e Imelda May y Alemania con The Round Up Boys, Jesse Al’Tuscan y, sobre todo, los ejemplares The Baseballs.

Estos últimos obtienen el reconocimiento como alquimistas hipermodernos al saber convertir la basura en oro. Como lo demuestran en un disco como Strike, en donde con pasmosa facilidad llevan recientes éxitos del pop al terreno del swing, el rockabilly o el doo woop, y hacen que se olviden las canciones originales para beneficio del medio ambiente.

The Baseballs son tres genuinos rockers alemanes con un muy divertido álbum de hits. Con versiones entre las que podemos encontrar «Umbrella» de Rihanna, «Hot N Cold» de Katy Perry o «I Don?t Feel Like Dancing» de Scissors Sisters, entre muchas otras. Y así, bajo la sombra más reconocible de Buddy Holly, Elvis Prestley, Jerry Lee Lewis o The Impressions, se puede disfrutar de una música que surgió en la más definitiva “incorrección”.

The Baseballs mezclan el ayer con el hoy en una divertida combinación bajo el prurito psicológico. que abarca a muchos ejemplares de las recientes generaciones, de la nostalgia por lo no vivido. En este caso un momento de la historia musical de antaño con el cual están totalmente identificados, pero adaptando su gusto por lo de hogaño. Un tinglado refrescante.

ROCKABILLY (FOTO 2)

Otro grupo representativo de esta nueva etapa es el trío británico de Kitty, Daisy & Lewis. Muy bien dimensionado este trío de hermanos, cuyas edades fluctúan entre los 17 y los 22 años, que para empezar se sitúan con los lineamientos que caracterizaron a la edad de oro del subgénero.

Ellos son hijos de Greame Durham (ingeniero de producción y guitarrista de sesión especializado en el country) y de Ingrid Weiss (ex baterista del grupo postpunk The Raincoats). Los tres son multiinstrumentistas (ukulele, banjo, percusión, acordeón, armónica, las guitarras: steel y acústica, trombón, piano y xilófono) y se intercambian en la primera voz, según el estilo que vayan a interpretar.

Sacaron al mercado tres exitosos sencillos (“Honolulu Rock-a Roll-a”, “Mean Son Of A Gun” y la clásica “Going Up The Country”) y finalmente el disco debut que lleva sus nombres por título: Kitty, Daisy & Lewis.

Además de lo mencionado, los hermanos Durham poseen la característica de exponer y grabar su música de manera análoga, monoaural y de plasmarla en vinil de 45 y 78 rpm, tal como se hacía más de medio siglo. Todo esto los ubica, al igual que a The Baseballs y un sinúmero de grupos de esta tercera ola, en la estética vintage de lo musical y de la imagen.

En lo musical sus influencias se remontan a los primeros instantess del rockabilly, el cual fundamenta sus raíces en las tempranas grabaciones de la segunda década del siglo XX, de cuando el country bebía de la fuente del ríspido blues y luego en los siguientes años con la amalgama del western swing (la voz campirana unida al dobro –con influencia hawaiana– y al sonido de las grandes bandas), el boogie y el iniciático rock & roll.

De cuando Elvis Presley cambió el rumbo de la mísica en los estudios Sun Records al mezclar el country (hillbilly) con el temprano r&r de Bill Haley, y de ahí el nombre del subgénero. Con un estilo de guitarras veloces, con un ritmo nervioso, con acento en el beat (mediante el hit hat de la percusión), remarcado con una distintiva línea de bajo hecha con la mano abierta en las cuerdas del contrabajo (el famoso slap); de cuando técnicamente, la voz se matizaba con el hipeo (o hic up del vocalista).

De Dublín, Irlanda, ha brincado a la pasarela la cantante Imelda May, que lleva casi 20 años recorriendo los clubes de las islas británicas y media Europa. Empezó con 16 años y ha sido un largo camino. En el 2005 publicó su primer álbum  No Turning Back, en 2008 el segundo, Love tattoo y en el 2010 Mayhem, el tercero.

Su mezcla de rockabilly, swing y jazz, su estética cincuentera y el sincero amor que destila por la época de los pioneros llamaron la atención de Jools Holland. El músico y presentador de televisión británico la llevó a su programa y, después, de telonera en una gira que terminó con un concierto en el Royal Albert Hall londinense.

Imelda siente una gran fascinación por la cultura popular estadounidense de los años cincuenta. «Mi música es una mezcla de todo lo que amo. Está influenciada por lo que escuchaba de niña. Uno de mis hermanos oía mucho rockabilly, Buddy Holly, Gene Vincent, es la banda sonora de mi infancia”. Ese estilo parece haberle proporcionado una perspectiva nueva. Parece haber dado con la piedra filosofal para sonar exactamente igual que sus modelos, pero al mismo tiempo no ser retro.

May se curtió en los clubes de burlesque, esa especie de cabaret erótico de los cincuenta que la actriz Dita Von Teese, ha sacado del pasado y convertido en moda. Cantaba mientras las chicas hacían su espectáculo. Todo muy divertido. Le encantan los abrigos de imitación de piel de leopardo y los peinados ad hoc.

Asimismo, son las generaciones de músicos franceses que crecieron en los ochenta y noventa las más curiosas con ese tipo de música. La única razón para ello es la más sencilla: porque la música es buena. La lista de los inscritos en ella es larga y entre los más destacados están: Easy Lazy and His Silver Slippers, The Hot Rocks, Liquor and Poker, Rockspell, Carl and the Rhythm All Stars o Long Black Jackets, entre otros.

Estos rockeros galos han detectado que los gustos del público son como un columpio, van hacia delante y hacia atrás. Y hasta cierto punto, el paso atrás es fundamental, porque hay que conocer la historia para valorar el presente: y eso vale para los que fabrican muebles o los diseñadores de cosas. La música tal y como la conocemos hoy no existiría si no fuera por el rockabilly.

Los retrovanguardistas franceses son devotos globales de aquella música, que hoy se reproducen sin prisa, pero sin pausa. Mezclan música con el surf en busca de lo vintage que le han escuchado a Tarantino en sus bandas sonoras. Es una nueva época internacional de búsqueda de raíces en la música y todo lo que la envuelve.

La llegada de esta ola fanáticos de la estética vintage cincuentera es palpable en los festivales de rockabilly que se dan en Europa, por no hablar de todo lo semejante que sucede en el Lejano Oriente, entre otros lugares. Es gente heterogénea que fluctúa de entre los 25 y 50 años de edad, aunque los hay por debajo y por encima de ella. Gente cuya apariencia está estudiada con precisión y que podría formar parte de una escena de filmes como Grease o West Side Story.

Hoy escuchamos de nueva cuenta todo eso, en una afanosa búsqueda de aquello, de una identidad a gusto en las variantes revival de la vestimenta y las actitudes: de los teddy boys a James Dean; de los moños en el pelo a las faldas entalladas; de la mezclilla de tubo a la encarnación del rebelde brandoniano. Un retrofuturismo que efectivamente indica la llegada de una tercera ola del rockabilly.

ROCKABILLY (FOTO 3)

 

Exlibris 3 - kopie

CAROLINA CHOCOLATE DROPS

Por SERGIO MONSALVO C.

CAROLINA (FOTO 1)

BOMBÓN PARIA

Aunque el instrumento y su nombre descendía del África Occidental (fabricado generalmente con madera de Senegal) y había viajado en los barcos negreros en su forma primitiva, arraigándose en el sur de la Unión Americana —de donde proceden sus más remotas referencias escritas en el siglo XVII, y donde se industrializó hacia 1880–, el banjo era identificado con los opresores blancos en los años entre siglos.

Esta situación se debía a que al ser introducido en los montes Apalaches se convirtió en el emblema de la música hillbilly y el bluegrass, con el que en aquellos tiempos se cantaban baladas insultantes contra los niggers entre los campesinos y los montañeses blancos.

El instrumento perdió con esto gradualmente su popularidad entre los negros afroamericanos, y a pesar de que llegó a participar en las primeras agrupaciones de dixieland y en las jug bands no partió a la postre con los músicos en su periplo de la alborada del siglo pasado.

Con la evolución del jazz y del blues, el banjo quedó arrinconado en la zona de la historia donde aún se festejaban las piezas de Stephen Foster (“Oh Susanna”) y sus versos discriminatorios o en los minstrel shows donde los actores blancos se tiznaban caras y manos con corcho quemado para parodiar las conductas y cultura negras con su tañido.

Los músicos negros que se fueron del Sur, a principios del siglo XX, llevaron al blues y al jazz rumbo a las ignotas tierras norteñas sin tal instrumento, sin su imaginería ni uso oprobioso y canalla. Lo abandonaron a pesar de ser sólo un instrumento “inocente”, víctima de las circunstancias. Pero abandonaron por igual toda la cauda infinita de sus sonoridades.

Su bagaje contenía nombres de virtuosos y universos varios cuya estela quedó reducida territorialmente. La orfandad lo obligó a desprenderse del lastre racista que lo había confinado y reducido a una vida de paria, lo mismo que a aprender de todas las influencias estilísticas locales, a estudiarlas e incorporarlas a su repertorio.

La experiencia lo enriqueció con el paso de los años y hoy, cien años después, su uso se ha extendido a diversos géneros y mantenido abiertas las puertas a nuevas incorporaciones. La música tradicional estadounidense, con The Carolina Chocolate Drops, lo ha encumbrado artísticamente y hasta dotado de premios y reconocimientos.

El ejemplo más reciente donde el banjo lleva el papel protagónico, acompañado de vecinos instrumentales típicamente norteamericanos (como el fiddle o el kazoo),  es el de este grupo, que con un ingenioso juego de palabras en su nombre (el lugar, el color de la piel y su goteo) expresan y ubican su quehacer contemporáneo.

The Carolina Chocolate Drops es un conglomerado de intérpretes jóvenes afroamericanos que han puesto a géneros como el bluegrass, old country, jug, dixie, country blues, “jass”, jug music y folk tradicional (de origen europeo), en la proyección hipermoderna del siglo XXI, una época en la que conviven y se retroalimentan sin cortapisas distintas eras.

La banda se formó con tres elementos originalmente: Rhiannon Giddens (banjo de cinco cuerdas, fiddle –violín básicamente– y kazoo –un membranófono–), una joven originaria de la región montañosa conocida como Piedmont, con estudios de ópera en el Conservatorio de Oberlin y que ha tocado y cantado también con bandas de música celta. Justin Robinson, el segundo integrante, también nació en Piedmont y toca los mismos instrumentos que Giddens, además de componer y cantar.

CAROLINA (FOTO 2)

El tercer miembro es Dom Flemons (banjo de cuatro cuerdas, guitarra, jug –diversos instrumentos caseros–, armónica, kazoo y percusiones variadas –tarola, y otros cacharros étnicos–) es un nativo de Arizona, pero apasionado por la música de los Apalaches de la cual es un gran coleccionista, conocedor e intérprete de los estilos de country, blues y de las tradiciones musicales de las bandas de cuerda regionales.

Estos tres personajes se conocieron en el 2005 siendo estudiantes de la Universidad Estatal de los Apalaches de Carolina del Norte y como participantes en el encuentro musical llamado The Black Banjo Gathering, que se celebra anualmente por aquellos lares. Se identificaron entre sí con sus intereses musicales y comenzaron a tocar juntos bajo el tutelaje de Joe Thompson, un violinista y banjoista, también afroamericano, conservador de la tradición musical de dicho estado.

Thompson (originario de Mebane, en la misma región) era miembro del que parecía ser el último grupo que preservaba las raíces de toda aquella música bluegrass surgida por la mezcla centenaria de comunidades negras y blancas, practicada entre zonas separadas entre sí por ríos y costumbres.

El trío de jóvenes comenzó a sonar impresionantemente rico con tal herencia y orgulloso de preservar repertorios de las primeras décadas del siglo XX, así como de recuperar para el dominio público los nombres de compositores e intérpretes como Odell and Nate Thompson, Dink Roberts, John Snipes, Libba Cotten, Etta Baker, Charlie Jackson, Dallas Austin, Kansas Jor McCoy o Emp White, entre otros, cuyo legado estaba a punto de desaparecer y ser olvidado.

De tal manera, el trío acústico expuso su combinación de estilos y su facilidad para interpretarlos con diversos instrumentos primigenios, a la vez que variaban la voz cantante en la que todos participaban.

Las piezas standard, los temas originales y propios, así como alguna versión rockera muy escogida, conformaron un repertorio que les fue ganando público en el campus universitario y en las calles de aquella ciudad donde se encontraba su centro de enseñanza.

De esta forma ellos se ganaban algunos dólares extras, al mismo tiempo que ensayaban sus posibilidades y se fogueaban como músicos (invitaban a participar a otros músicos, entre los cuales el más permanente se volvió Adam Matta, con su sugerente beatboxing –percusiones vocales–).

En el 2006 hicieron su debut discográfico con Dona Got a Ramblin Mind, que fue realizado con el sello independiente Music Maker. Los siguientes dos discos fueron hechos en forma similar: Heritage (2008) y el del año posterior, junto a su mentor, Joe Thompson and The Carolina Chocolate Drop. En el inter entre ambos participaron en la hechura del soundtrack para la película The Great Debaters (2007).

Sin embargo, fue en las calles de la ciudad cercana a su universidad que Joe Henry, el importante productor de músicas alternativas, los descubrió y llevó a otra compañía independiente, la no menos célebre Nonesuch, para elaborar con ellos Genuine Negro Jig (2010). Álbum que les ganó premios y menciones y que además sería su despegue a nivel internacional.

En él no sólo pusieron en el tapete sus conocimientos y muestrario estilístico, sino también su fino oído al incluir la versión de un rhythm & blues ejemplar (“Hit ‘em Up Style”, de Blu Cantrell) y atreverse con una de Tom Waits (“Trampled Rose”) y que ésta no desmereciera frente al  tema original (luego de la publicación del álbum Robinson anunció su salida del conjunto y fue sustituido por Hubby Jenkins en el banjo y la guitarra).

Y para seguir hablando del hipermodernismo de su espíritu contemporáneo, en el 2011 el grupo grabó un EP de cuatro canciones con el mismo sello al lado de la banda Luminescent Orchestrii, una formación neoyorquina de origen rumano que interpreta gypsy punk.

Entre las influencias de Carolina Chocolate Drops se encuentran las raíces musicales negras de los géneros mencionados, las cuales desde el siglo XVIII y hasta principios del XX permeaban los bosques y praderas montañosas de los estados carolinos.

Ellos se acercaron a las fuentes (archivos sonoros, testimonios orales, partituras añejas) y a los últimos representantes vivos para recuperarlas y mezclarlas con todo el rigor requerido y con actitud trepidante. Es ahí donde reside su verdadera pasión y su verdadero sello, en la tradición. Pero no con la actitud regresiva y turística de los puristas étnicos, sino de con la de aquellos músicos comprometidos a quienes les corresponde universalizarla.

Su pasión transporta a la más pura tradición folk norteamericana que posee el componente afroamericano que se estaba perdiendo (tras el éxodo mencionado), cuando en realidad, habían sido ellos, los afroamericanos quienes fundaron las bases de dicha música.

La de Carolina Chocolate Drops es una nueva manera de sentir y de pensar tal música. En el caso de la región de los Apalaches en negro y en blanco, en mulato y en lengua indígena, por tratarse de un territorio fragmentado en numerosos valles, aislados unos de otros, cada uno de ellos desarrolló su propio estilo musical, que fueron surgiendo en el período de las plantaciones coloniales.

Su origen está en una amalgama de canciones folk anglosajonas, escocesas, irlandesas, de origen africano y autóctonas (de los indios iroqueses, cherokees y choktaws), con las que tuvo que mezclarse el blues prehistórico para entrar en estos territorios. Su zona de origen coincidió pues, en muchos aspectos y no sólo geográficos, con la del hillbilly.

Orígenes que capitalmente contribuyeron a la formación del bluegrass, old country, etcétera. Esta música, a través del renacimiento que lleva a cabo Carolina Chocolate Drops, ha ido invadiendo al mundo (gracias a la globalización mediática) con sus ritmos, sus instrumentos típicos, sus ricos arsenales de percusión, sus modos de cantar o tañer los instrumentos y su lirismo montañez.

La de este grupo es música que ya se escucha en todas partes y con los contextos de ejecución actualizada que son, en realidad, lo verdaderamente importante. Por fortuna sus integrantes son músicos inscritos en esta órbita ya no se conforman con regionalismos trasnochados, cursis o victimistas, sino que enfrentan tareas de búsqueda, de investigación, experimentación, y son los que en todo momento hacen avanzar el arte de sus propios sonidos abriendo nuevas veredas.

Pero en dicha tarea el profundo conocimiento de su propio ámbito les ha sido de suma utilidad. Lo definitivo es que el bluegrass y estilos afínes interpretados por ellos han puesto a los Apalaches en el mapa de la música global y aportan, con sus respectivas características, un ángulo más al compendio musical que representa el continente americano y otro reconocimiento cultural al origen mismo: África.

Lo importante para los integrantes de esta agrupación es dejar en claro que aunque los banjos y los músicos de cuerda negros llegaran a Estados Unidos en barcos de esclavos, su música ya es la de todos, por lo que es el momento de mezclarla e ir a donde el espíritu musical de la actualidad los lleve, sin desechar la produccón hi-tech, la amplitud del beatboxing del hip hop, la interacción con bandas de otros géneros o la creación de versiones de temas contemporáneos.

Gracias a un ejemplo como el de Carolina Chocolate Drops podemos definir que una tradición verdadera no es el testimonio de un pasado transcurrido, sino una fuerza viviente que con nuevos parámetros culturales anima e informa su presente.

CAROLINA (FOTO 3)

 

Exlibris 3 - kopie