BUDDY HOLLY

Por SERGIO MONSALVO C.

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 DIVINIDAD MELÓDICA

Existen ilustres difuntos prematuros como Mozart, Apollinaire o Rimbaud: ninguno de ellos llegó a los cuarenta de años de edad, y sin embargo la fuerza de sus obras, la fecundidad de su influencia y la perdurabilidad de su herencia son indiscutibles. Tal muerte prematura es el estigma de la trascendencia. Es la condena por ser “el ladrón del fuego de los dioses” -así definía Rimbaud al poeta-, la de consumirse con su llama o cegarse con su luz tras haber probado el néctar de la belleza.

Al vivir en una sociedad que tiende a reducir la calidad de todas las cosas a términos de cantidad y extensión, se nos ha olvidado lo equívoco que resulta juzgar la excelencia de una vida por el número de años de su duración y no por cómo se ha vivido esa vida. Que tal sería la pregunta pertinente. 

Buddy Holly, en el caso que hoy nos ocupa, no estuvo mucho en el mundo, pero aún resuena en nuestros oídos la magia que extrajo de solo tres acordes de guitarra en sus poco más de veinte años (22, para ser más preciso).

Gracias al romanticismo (del que el rock es heredero) sabemos que la vida se mide por la intensidad, no por la duración, porque aunque fuera infinita, la duración sería vana si no mediara más que una sucesión de presentes vacíos. “Solo quiero llegar a donde se debe llegar cuando entregas tu vida entera y todo lo que eres a una única cosa”, dijo James Dean, “sueña como si fueras a vivir para siempre. Vive como si fueras a morir hoy”, agregó antes de consumirse en una llamarada a 200 kilómetros por hora. Para Buddy Holly ese sería el día, para siempre.

En lo que concierne rigurosamente a su obra, su madurez es por sí misma una evidencia que emana de ella (y no de su acta de nacimiento) con una intensidad fulgurante. Si no se puede competir con los dioses en la extensión de nuestro tiempo, porque somos mortales, los jóvenes artistas difuntos como Holly son la prueba de que a veces sí se puede hacerlo en la viveza y en el acento de una labor que, aunque para un ser inmortal tendría la fugacidad de un relámpago, lo es todo para nosotros, humanos, miserables flores de un solo día.

Charles Hardin Holley, originario de Lubbock, Texas, nació en 1936 y al morir James Dean (1955) él ya experimentaba con las posibilidades del equipo en el estudio. El resultado de su obra es aún evidente y señero.

Su grupo, The Crickets, musicalmente emitía un sonido limpio y sólido muy de acuerdo a sus características vocales; su guitarra rítmica hacía gala de síncopas agradables que hablaban mucho del contacto con la música fronteriza mexicana.

De esta manera el sonido del grupo se erigió en ejemplo de economía y dinamismo y como prototipo de una fórmula instrumental que sería utilizada en todo el mundo rockero a partir de entonces: el cuarteto.

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“That’ll Be the Day”, “It’s So Easy”, “Peggy Sue”, “Oh Boy”, “Rave On”, “Maybe Baby” o “Not Fade Away”, fueron grabaciones que introdujeron a Holly firmemente en la historia rocanrolera. Su estilo se asemejaba más al de Bo Diddley, que influyó en sus composiciones, que al rockabilly, del cual partió dejando excelentes muestras, y derivaba más al swing del Oeste que al country de Nashville.

En sus piezas los acordes resonantes de una guitarra eléctrica con amplificador se encimaban unos a otros como las vibraciones de un platillo. El fluido ritmo tenía un impulso latino, más que un ritmo duro. Un sonido tex-mex matizado con las vibraciones metálicas de fuertes resonancias. En ello Buddy fue pionero en la fusión del rock con este ritmo.

Holly cantaba con una voz nasal y alta a la manera de Hank Williams, llena de hipo, sílabas alargadas y una sensación de nerviosa excitación que parecía casi ajena a la balada. Lo importante era la agitación, la tensión, la energía de sus interpretaciones.

En este punto se manifestó la línea divisoria entre las eras de la gran balada (big ballad) y el gran beat (big beat). Desde entonces para el cantante de rock and roll, la canción ya no fue un medio sino un trampolín. No interpretaba, sino creaba un estilo, una nueva estética para los jóvenes músicos y escuchas.

Resumiendo: sin renunciar a su patrimonio cultural (el country) ni generacional (rock and roll), Buddy Holly marcó un estilo en el que destacaban los arreglos y la melodía sobre el ritmo; el esquema clásico de su dotación musical, el cuarteto (dos guitarras, bajo y batería), fue replicado por millones de bandas de rock de todo el mundo desde entonces.

Por otro lado, el texano, fue precursor en la introducción en el rock de sonidos poco habituales, como la celesta (en “Everyday”). Fue un guitarrista influyente tanto como solista como en la guitarra rítmica. Con todo ello enriqueció notablemente el lenguaje de la música popular de su tiempo. Sin embargo, su excelente situación de joven divinidad no duró. La noche del 2 de febrero de 1959 los dioses le pasaron la factura: Holly murió al estrellarse el avión en el que viajaba. Pero sus enseñanzas ahí estaban. Para nosotros ese sería el día, para siempre.

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JOHN CAGE

Por SERGIO MONSALVO C.

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  EL ARCÁNGEL ANARQUISTA

Con cencerros y ollas de cocina anunció la nueva era de la música. Al lado de este arcángel anárquico los demás colegas del gremio musical siempre palidecieron. Mucho antes de que existiera el concepto de los happenings este vástago de un inventor técnico originario de California ya componía piezas para el tocadiscos y la ametralladora; preparaba pianos de cola con ligas y monedas de cobre y mandaba pasar el arco sobre las cuerdas de los violines en forma longitudinal. Nada era lo bastante oposicional para este trasgresor.

Anotó la parte solista de un concierto para piano en 63 hojas sueltas que podían tocarse a discreción en cualquier orden. Para su obra musical doble Európeras 1 & 2, este crítico mordaz de tal género dividió los pasajes conocidos de 64 óperas y 101 grabaciones operísticas y las tocó en forma sincrónica, creando una compota cacofónica llena de humor inteligente.

Compositor, maestro, teórico.  John Cage nació en Los Ángeles, California, el 5 de septiembre de 1912. Fue uno de los personajes más vanguardistas, controvertidos y arriesgados en la música del siglo XX.  Sus comienzos fueron convencionales, al estudiar el piano con Richard Buhlig y Fannie Dillon en Los Ángeles. Durante un periodo en París, tomó clases con Lazare Lévy. Ahí Cage entró en contacto con experimentadores como Henry Cowell, Adolph Weiss y Arnold Schoenberg. De Cowell, Cage adoptó la idea de modificar el mecanismo interior del piano a fin de lograr ciertos sonidos curiosos.

Antes de embarcarse en la carrera de intérprete-compositor, Cage fue profesor en la Cornish School de Seattle, Washington, Mills College de Oakland, California, la School of Design de Chicago, Illinois, y la New School for Social Research, en la ciudad de Nueva York. En esta metrópoli, Cage se asoció con Merce Cunningham, para quien compuso varias obras de ballet.

Hacia fines de los años treinta, Cage se había establecido como líder del avant-garde; sus recitales de piano preparado fueron aclamados y condenados por igual. Los tornillos, trozos de metal, ligas y tiras de papel colocados por Cage dentro del piano normal producían sonidos exóticos. La fascinación ejercida sobre él por los ritmos y los instrumentos de percusión también influyó de manera enorme en su obra original.

Otro ascendiente importante para él fue la música del Oriente, sobre todo de la India. Lo que otros pudieran describir como ruido, al igual que el silencio, forman ingredientes de la música de Cage. Debido a su determinación para romper completamente con el pasado de la música, la obra de este autor desafió todo intento de definición.

Rara vez recurrió a formas musicales convencionales, como a un cuarteto o a  un concerto, y cuando lo hizo, su uso de la forma fue muy poco ortodoxa. Sus primeras composiciones se basaron en el método dodecafónico de su maestro Schoenberg; luego descubrió el piano preparado.

En su caso fue excepcional dicho método, pues condujo sus preferencias hacia la exploración de nuevas regiones del sonido valiéndose de instrumentos eléctricos y de este piano preparado, al que aplicó diversas sordinas de variados materiales, las que colocó entre las cuerdas, obteniendo así un amplio, sugestivo y colorido teclado de orquesta de percusión; y organizó sus trabajos en torno a un fascinante germen formal, apto para ser utilizado en cualquier estilo o en cualquier oportunidad.

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A través de su fecunda vida como compositor, se puede descubrir que otra característica dentro de sus frecuentes desplazamientos a comarcas desconocidas o escasamente cultivadas es el empleo de conjuntos de percusión, ya sea solos, como en Imaginary Landscape, en sus Constructions (seriadas) o en la March, o agregados a varios instrumentos eléctricos.  Amores, The Perilous Night, A Book of Music, Three Dances, She Is Asleep, The Wonderful Window of 18 Spring, son sólo algunas de las numerosas piezas de su producción tanto estrictamente musical como para teatro y danza.

A todas ellas le siguió la composición aleatoria, o hecha al azar. Hubo gigantescas obras multimediales para instrumentos convencionales, sonidos grabados, películas, transparencias y luces. Cada paso en una composición de Cage podía depender de una imperfección en el papel pautado, en un dado o un volado.

Entre otras obras de Cage figura la famosa 4’33» para piano en tres movimientos (1954, donde el pianista se sienta al teclado por el tiempo indicado, pero no toca una sola nota, convirtiendo así el silencio en música).

La «obra maestra» de Cage sin duda es un trabajo de 1962, 0’00», una pieza silenciosa en la que el intérprete puede hacer cualquier cosa, a voluntad (la llegó a presentar en una sala de conciertos licuando verduras y amplificando su absorción). Cage escribió también varios libros, entre ellos Silence (1961), A Year from Monday (1967) y Notations (1969).

De ellos se destaca la teoría de que es inherente al que trabaja un arte creativo, conocer y comprender los materiales que necesita, y crearlos si es que no existen. En la música, lo supo Cage, esta característica debe ir más allá de la simple competencia del análisis de la partitura. Es más difícil para el compositor crear los colores de su interés que a un pintor obtener los colores de la luz que se busca plasmar, pero no es menos importante que el compositor pueda hacerlo igualmente.

Las tradiciones musicales van contra su esfuerzo en nuestra época, sólo se reconoce al que se sienta confortablemente en la seguridad académica. Pero el acto de rebelión creativa es igualmente tradición, y si el arte de la música quiere ser algo más que una sombra del pasado, debe ponerse constantemente en tela de juicio dicha tradición de hábitos adquiridos, poniéndolos en una encrucijada concreta, sea cual sea.

Y eso hizo John Cage y en ello también se mantienen hasta la fecha sus muchos seguidores dentro de la música (desde la sinfónica hasta el rock industrial de mayor experimentación) e igualmente los escuchas que siempre vieron en él a un visionario creativo. Un genio con pasado y con futuro.

«Tengo horror a la idea de que me consideren un idiota», afirmaba este extremista, no sin ironía. Paul Hindemith en algún momento lo rechazó como «criminal del arte» y el propio Arnold Schönberg lo acusó de «falta de sensibilidad para la armonía».  Sin embargo, el genio de Cage, enamorado del papel de compositor, quería ser comprendido como «persona seria».

Era inteligente y agudo.  Sin importar sus disquisiciones sobre James Joyce; que interpretara como budista zen el libro de oráculos chinos del I Ching o elogiara la alfalfa y las algas, como seguidor de la alimentación macrobiótica. Siempre habló como el caudillo liberador del sonido que era y al cual lanzó al infinito.

Su propia muerte también le era motivo de bromas: «Supongamos que muera. Aun así seguiré viviendo como espacio vital para animales más pequeños.  Existiré siempre», sentenció. John Cage murió el miércoles 12 de agosto de 1992 en Nueva York a consecuencia de una embolia, a escasas tres semanas de su cumpleaños número 80 y los homenajes preparados para festejarlo.

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TRAVELING WILBURYS

Por SERGIO MONSALVO C.

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 SORPRESAS Y TESTAMENTOS

Una reunión muy especial. Varios forjadores de importantes capítulos de la historia del rock se integraron a fines de los años ochenta en una «banda de hermanos». El rumor de un gran disco realizado por tales hermanos llamados Otis, Nelson, Charlie T. Jr., Lefty y Lucky. Todos de apellido Wilbury, se extendió rápidamente y, cómo no, también la investigación acerca de ellos, de sus orígenes.

Sin embargo, de la información recabada se supo que era una manera de esconder los nombres verdaderos. El truco de mantener en secreto su verdadera identidad no les salió, pues resultó imposible no saber de quiénes se trataba: a un trío estadounidense compuesto por Bob Dylan, Roy Orbison y Tom Petty (cabeza de los Heartbreakers), se agregó una pareja de ingleses formada por George Harrison (ex Beatles) y Jeff Lynne (ex Electric Light Orchestra). Un nuevo supergrupo que se hacía llamar The Traveling Wilburys

La palabra «Wilbury» fue un término recurrente usado por Harrison y Lynne, durante la grabación del álbum Cloud Nine del primero, para mencionar a los pedazos de piezas grabadas que deberían que ser borrados durante la posproducción.

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En el idioma inglés, la frase “We’ll bury them in the mix”, que puede traducirse como «los enterraremos en la mezcla», contiene el sintagma «We’ll bury» que suena exactamente como Wilbury. Dicho asunto fue el que les sugirió a ambos el nombre del grupo: The Traveling Wilburys (“Los Wilbury viajeros”).

¿Qué era lo que se podía esperar de tal conjunción de estrellas, con tal cantidad de talento, experiencia e historia rocanrolera?  A veces pequeños milagros musicales, como el Volume I publicado por WEA en octubre de 1988.

El primer acercamiento entre los miembros fue del todo casual. Harrison grababa el mencionado disco en los estudios californianos de Dylan. Habían sido convocados para colaborar en el tema “»Handle with Care», que sería la cara B del sencillo «This Is Love», extraído del álbum.

[VIDEO SUGERIDO: Traveling Wilburys – Handle With Care, YouTube (TravelingWilburys)]

No obstante, al escuchar la canción al final de la grabación, los ejecutivos de la compañía le señalaron a George que era demasiado buena como hacerla de lado B. ¿Qué opciones proponía al respecto? Harrison volteó a ver a sus compañeros en busca de la respuesta. La solución fue sencilla al estar entre amigos.

Como todos se habían sentido cómodos durante aquel tiempo en el estudio decidieron prolongar la diversión y grabar un álbum completo. El reto sería hacerlo en un plazo de diez días, antes de que comenzara la inminente gira que Bob Dylan ya tenía planeada. Cada integrante sumó entonces al repertorio diversas canciones.

Ese primer volumen de lo que se proyectaba como una larga serie de discos, contiene canciones de nivel superior, sencillas y clásicas. Hay música acústica de cámara y eléctrica, como la pieza «Handle With Care»; animados shuffles con el apoyo de metales, como en el caso de «Dirty World»; baladas melancólicas como «Not Alone Anymore» o animadas y nostálgicas piezas bailables como «Rattled».

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En el Volume I no hubo excesos de producción. Aquí no se pensó en un público determinado. No hubo cálculos comerciales, ni experimentos ni trucos de estudio. Visto y escuchado así, el incógnito tenía sus buenas razones. La fama de las estrellas se convierte a menudo una cadena de oro.

Por eso los Traveling Wilburys deveras hicieron lo que quizá se le tomaría a mal al individuo por separado: canciones de amor entre el deseo y la frustración, citas de sí mismos presentadas con cierta sonrisa y todo tipo de juegos con la guitarra.

Muchos son los puntos destacados de este disco rico en material (¡rock & roll de raíces!). Lo seguro es que el proyecto en su origen había considerado una continuación; sin embargo, luego tuvo que ser  como cuarteto sin otro guitarrista invitado de la misma categoría y, finalmente, desapareció cuando se redujo a trío, ya que Roy Orbison falleció a fines de ese mismo año dejando este disco como un testamento musical. La muerte de George Harrison en el 2001, a su vez, acabó con la posibilidad de supervivencia del grupo, tras el Volume 3.

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El misterio del segundo volumen tampoco lo fue tanto, ya que los discos individuales en la carrera de cada uno de ellos tras el Volume 1 contaron con la colaboración encriptada de los demás miembros, tanto en la producción, como en la composición y acompañamiento.

La participación de Roy Orbison (guitarrista, cantante y compositor un tanto olvidado por las nuevas generaciones, que sólo lo remiten a la década de los cincuenta o ni eso, a pesar de la cantidad de canciones clásicas que compuso), con The Traveling Wilburys (bajo el apodo de Lefty) y a invitación expresa de sus admiradores: Harrison, Dylan, Petty (éste falleció recientemente, en el 2017) y Lynne, lo mostró como en sus mejores días.

El Ayer u hoy, es lo mismo actualmente. Porque, según lo que sabemos hasta ahora, históricamente el arte puede ocupar el papel de la trascendencia; y que ambas manifestaciones y anhelos del espíritu humano cumplen así su verdadero destino contra el poder de la desmemoria, proporcionándonos el disfrute eterno y a discreción de un soplo transitorio como el de un supergrupo como éste.

VIDEO SUGERIDO: Traveling Wilburys – Wilbury Twist (2007 Version), YouTube (TravelingWilburys)

 

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EXILE ON MAIN STREET

Por SERGIO MONSALVO C.

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OBRA MAESTRA

A comienzos de los años setenta los Rolling Stones huyeron de Inglaterra. Hacienda les mordía los talones. Y también un mánager que, tras quedarse con todas sus canciones de los años sesenta, quería zamparse por igual los derechos de temas todavía inéditos. Se refugiaron en la Costa Azul gala, donde realizaron lo esencial de Exile on Main Street. Un disco hecho a pesar de la policía francesa, los mafiosos marselleses y, sobre todo, sus propios desenfrenos.

El tono general se definió en Nellcôte, la mansión que Keith Richards alquiló para dicho propósito en Villefranche, Francia. Dado que el resto del grupo vivía desperdigado, aquello se convirtió en un inmenso piso franco para todos, con un sótano que serviría de estudio de grabación.

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Éste era infernal: solo Charlie Watts, detrás de su batería, tenía derecho a ventilador. El palacio no estaba preparado: se robaban la energía eléctrica de los cercanos ferrocarriles franceses. Y a pesar de eso, el presupuesto de la casa se acercaba a los 7.000 dólares semanales, con cantidades industriales de drogas y alimentos para docenas de personas.

Keith les abrió las puertas a amigos y desconocidos. Temeroso de los delincuentes marselleses locales, decidió contratarlos (como había hecho antaño con los Hell’s Angels californianos en 1969, lo cual terminó en una tragedia por cierto).

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El lugar supuso un irresistible imán para traficantes y ladrones. El grupo sufrió varios robos, incluyendo la dolorosa desaparición de una docena de guitarras. Y aún así, en medio de todo ello brotó la música. Canciones sucias, espesas, intensas: “Happy”, “Rocks off”, “Rip this joint”, “Casino boogie”, “Ventilator blues” Hasta que la llegada de los uniformados provocó la desbandada. La mayoría puso pies en polvorosa: la responsabilidad de los escándalos recayó en Richards (y su pareja, Anita Pallenberg), que terminó procesado en Francia.

Jagger retomó el timón y trasladó el circo a California para planear la siguiente gira. Desde entonces lleva Exile on Main Street clavado en la memoria. Tiene motivos. Él quería singles y un par de hits. No los hubo. Fue cuando mandaban los biorritmos de un Keith Richards, amo y esclavo de su perturbadora leyenda adictiva como amante del blues y demás sustancias.

The Rolling Stones/ Keith Richards JD bottle, b&w

Porque a finales de 1971, el corazón indiscutible de los Rolling Stones se llamaba Keith Richards, y latía con un ritmo muy particular. Cuando el músico esbozaba una sonrisa en el estudio, se sabía que la canción estaba lista. De otro modo, no. Llegaba a las sesiones de grabación y se la pasaba repitendo como un mantra el mismo riff durante horas, hasta que de manera evocadora y lenta empezaba a perfilarse una melodía o una estructura. No le interesaba lo que los demás hicieran mientras tanto. Richards sólo se regía por sí mismo.

Exile On Main Street —que apareció en 1972— es el momento culminante en el catálogo de los Stones. La enorme fuerza del álbum que fue editado como LP doble radica en su postura, en su actitud hedonista y decadente, en la música extraordinaria que explora de manera competente y con entrega total todos los matices y rincones de un rock orientado hacia el blues, el r&b y el country.

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Otro de sus rasgos característicos es su desnuda producción. El cuadro sonoro del álbum se dejó al natural; casi no hay instrumentos exóticos ni efectos de sonido llamativos. El piano, la guitarra y los metales suenan como tales. Nada de adornos. Richards y Mick Taylor entretejen sus guitarras creando una filigrana bluesera virtuosa y elocuente.

Charlie Watts a estas alturas ya fungía como apoyo multifacético con un sonido muy propio. Y, además de su madurez vocal, Mick Jagger volvió a poner de manifiesto su eficacia en la armónica. El sólido sonido del grupo fue adornado por Bobby Keys y Jim Price, quienes aportan su experiencia y calidad en los metales. Material puro y crudo que les costó trabajo digerir a muchos fans de los Stones.

[VIDEO SUGERIDO: The Rolling Stones, All Down The Line (Live) – OFFICIAL, YouTube (The Rolling Stones)]

Además, a partir de 1970 se había dado una transformación profunda en el trabajo de Jagger y Richards para componer, y tal hecho se mostró con claridad por primera vez en este disco. En 1971 ambos se habían creado un entorno personal y desarrollado intereses específicos. Por lo tanto, eran cada vez más las canciones que producían cada uno por su lado. Rara vez se sentaban en realidad juntos a crear algo. En las canciones con la firma Jagger/Richards se notaría cada vez con más fuerza el sello de su respectivo autor.

Por cierto, para los Stones en cuanto grupo Exile On Main Street marcó un paso decisivo: La muy citada tour de 1972 por la Unión Americana se convirtió en la madre de todas las leyendas sobre el sexo, las drogas y el rock and roll, además de marcar un cambio para el rock mismo. A partir de ahí las giras se convirtieron en algo monstruoso: en logística, duración, desplazamientos globales y gigantescos escenarios. El rock ya tenía otros parámetros.

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De cualquier manera el descubrimiento o redescubrimiento de este disco (según la edad del escucha) es un acontecimiento vital espectacular. Representa el contacto más visceral con la filosofía y actitud más canalla de los Rolling Stones.

Su portada (una de las más controversiales de la estética respectiva) entra como un torbellino por los ojos y sus canciones atraen grandes días o noches de gloria. Tanto que cuando alguien me pide recomendarle un solo disco de los Stones siempre me termino decantando por éste.

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No cabe duda que Richards sacó en este álbum los fantasmas y demonios de su particular mundo tan corsario como desbocado. La grabación de Exile on Main Street fue un proyecto suyo en todos los sentidos.

Las sesiones de grabación se hicieron, pues, en aquella villa que se convirtió en una especie de comuna del rock’n’roll rodeada de palmeras y cipreses. En un sótano constituido en sala de grabación, con un desfile de personajes tan esperpéntico como impresionante. Por ahí, se vio, entre otros muchos, a William Burroughs y Terry Southern, a Crosby Stills and Nash, a Joni Mitchel, a Gram Parsons…dispuestos a todo.

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Una estampa de la historia de esta música que era como la de la Costa Azul de Suave es la noche de Scott Fitzgerald pero con el rock a todo volumen. En el tocadiscos del salón, de hecho, no dejaba de sonar Chuck Berry, Buddy Holly y cosas de country.

Lo cierto es que el disco Exile on the Main Street (que surgió doble ante la gran producción musical de todos) es antológico e imprescindible (entre los diez mejores de la historia del género). Y, además, muestra la rivalidad latente que existía (existe) entre Jagger y Richards.

En el 2012, 40 años después de publicado Exile on Main Street y ante un pasmo razonable, los Rolling Stones volvieron a ser el número uno en ventas con el mismo álbum tras su remasterización.

Eso, además de lo económico, tuvo un enorme valor simbólico puesto que también se convirtió en un acontecimiento cultural con la proyección del documental Stones in exile, dirigido por Stephen Kijak, que se exhibió en el Festival de Cannes. No cabe duda, habitamos una espiral en el tiempo, donde conviven -y compiten- tanto grabaciones del presente como del pasado.

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VIDEO SUGERIDO: The Rolling Stones – Tumbling Dice (From “Ladies & Gentlemen” DVD & Blu Ray), YouTube (Eagle Rock)

 

EX LIBRIS

68 rpm/16

Por SERGIO MONSALVO C.

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En 1968 el mundo comenzó a girar más rápido. Las ciencias exactas y la meteorología dieron cuenta del acontecimiento. Sin embargo, no se pudo dar una explicación razonable del hecho. Hubo llamadas urgentes, intercambios de información, nerviosismo y dudas. Por tal motivo, y para evitar histerias públicas, no se difundió la noticia.

De cualquier modo los estudiosos siguieron investigando el caso. Unos lo atribuyeron al accidente de un bombardero B-52 que cayó en Groenlandia. Los apocalípticos lo adjudicaron a los asesinatos de Martin Luther King y Robert F. Kennedy; los conscientes, a la masacre de My Lay en Vietnam o la invasión de Checoslovaquia por los rusos. Los optimistas, a La Primavera de Praga y la revolución universitaria en París. Los humoristas, a que el Papa Paulo VI condenara el uso de anticonceptivos.

No obstante, los detallistas hurgaron en las hemerotecas. Entre los nacimientos de Damon Albarn y Lucy Liu y que Stanley Kubrick sacara su 2001, Odisea del Espacio, encontraron el lanzamiento de las siguientes bombas: Shades y Book of Taliesyn, de Deep Purple. Este grupo abrió brecha, así, a uno de los grandes caminos para la música: el hard rock. Se comprobó, efectivamente, que el mundo había comenzado a girar más rápido.

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SHADES OF DEEP PURPLE

DEEP PURPLE

(Parlophone)

Arribaron entonces al planeta ritmos más potentes y agresivos, producto del uso de las guitarras distorsionadas, las baterías de doble pedal y bajos más pronunciados. Surgieron en la Gran Bretaña con estos tótems del rock, quienes delimitaron las bases del nuevo género.

Deep Purple puso énfasis en la creación de una obra fundamentada en las escalas y los arreglos del blues (debida a la influencia del blues rock británico), en el rock psicodélico (vía Hendrix en su amplificación y puente entre la diáspora afroamericana y los rockeros del Viejo Continente, que buscaban la dureza del sonido) y en la música clásica (de la que eran egresados). Iniciaron así una historia sin fin, como banda de Moebius.

Con algunos de sus miembros surgidos de la academia, dirigieron la búsqueda de la dureza con el uso de patrones musicales más sofisticados, que permitieron revestir las fugas del instinto y el espíritu de los tiempos con tonalidades mayores y usos maestros de las menores. La batería pugnó por alcanzar el rango de 100-150 golpes por minuto, con una media habitual de 120.

Introdujeron el órgano Hammond como instrumento de este subgénero (vinculado a lo clásico, al unísono de Nice). Y resaltaron el protagonismo de la guitarra en las canciones, con solos tan importantes como el riff y el manejo de la voz. Toda una escuela, patente en temas como “Hush”, “One More Rainy Day” o “Mandrake Root”, y en versiones como “I’m So Glad” y “Hey Joe”.

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 Personal: Ritchie Blackmore, guitarra principal; Jon Lord, órgano y teclados; Rod Evans, voz; Ian Paice, batería; Nick Simper, bajo. Portada: sin referencias.

[VIDEO SUGERIDO: Deep Purple Hush (Original Film Clip 1968), YouTube (deeppurpleos)]

Graffiti: «La imaginación no es un don, sino el objeto de conquista por excelencia«

MUSCLE SHOALS

Por SERGIO MONSALVO C.

UN LUGAR SAGRADO

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¿Qué es un lugar sagrado? Es lo que uno como mortal común se cuestiona en primera instancia. Y los mortales comunes, como tales, “sabemos” lo que es un lugar sagrado siempre y cuando no nos lo pregunten, por lo cual conviene rebuscar en el ático de nuestra cabeza “eso que sabemos”, pero que al parecer estaba escondiéndose,  para volverlo a entender.

Ajá. Y helo aquí: Un lugar sagrado es aquel sitio al que se puede ubicar geográficamente y que es importante por lo que representa, por su valor emotivo, tanto para una congregación religiosa como para una comunidad espiritual. En el primer caso, puede ser un santuario, un templo, un altar, un cementerio o un lugar en la naturaleza, entre otras cosas.

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Para los seguidores del rock and roll, que es una comunidad espiritual, lugares sagrados son aquellas construcciones en las que un artista trascendente del género, de su cultura, ha vivido, se ha puesto a componer o se ha presentado a actuar. Un lugar sagrado para esta comunidad es la casa de nacimiento, el club, el bar, el auditorio o el estadio, donde se presentó en alguna ocasión remarcada.

Pero también lo son los estudios de grabación, donde se trabajaron y fijaron obras representativas; donde otros músicos, conocidos o no, colaboraron en la confección de tales obras (a veces una sola canción); donde un productor talentoso o iluminado hizo brotar al genio de la lámpara, o donde tanto la tecnología como la atmósfera crearon el momento propicio para que emergiera el arte.

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Son ubicaciones variadas a lo largo y ancho del mundo que se convierten en tabernáculos emocionales para los seguidores, o en centros de peregrinaje para los músicos que quieren recobrar ahí alguna rememoranza o encontrar alguna respuesta o canalización a sus inquietudes estéticas de ese instante artístico.

Uno de esos lugares es Muscle Shoals, en Alabama, que posee todos los elementos de un santuario, incluyendo el fluir del agua bendita (el río Tennessee) y un templo (los estudios FAME) donde se han producido milagros musicales a través de diversas épocas. El primero de ellos fue la llegada de su fundador (Rick Hall) y el posterior encuentro con su apóstol inicial (Arthur Alexander).

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Con éste comenzó la producción de una larga cadena de pequeñas maravillas que fueron haciendo crecer la leyenda dentro de otra leyenda. Digamos que todo comenzó con los cherokees, mucho antes de llegada de los colonos y sus infamias. Dicha tribu contaba una historia que se dio en un tiempo más allá del tiempo en aquella tierra.

Había nacido ahí una princesa producto de la unión de la Luna con el río (Tennessee) y era tan feliz viviendo en aquellos lares, rodeada de fabulosos árboles de cedro y ciénegas, que el lugar florecía y era bello como ningún otro. Un día paseaba entre tal fulgor  y se encontró de repente a un guerrero cherokee tendido sobre la tierra. Estaba herido e inconsciente.

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Sintiendo pena por él se dedicó a cuidarlo día y noche cantándole canciones que le ayudaban a curar sus heridas y a sentirse mejor. El guerrero sanó, la princesa y él se enamoraron y vivieron felices para siempre en esos parajes. Y no sólo. Se instalaron en la leyenda y ella cantaba por las noches a través del agua del río para acompañar a la tribu y confortarla cuando era necesario.

Hasta ahí llegó Rick Hall para instalarse también y para materializar su sueño de producir bella música. La emanada del aquel río que alimentaba la zona lo atrajo, luego de un andar pesaroso por la vida (infancia pobre y traumática, padres disolutos, marginación, alcohol y desorientación), para edificar un mínimo estudio de grabación, con los ahorrros logrados por sus composiciones, y crear un sonido especial.

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Lo hizo. Comenzó al principio de los años sesenta, como ya dije con Arthur Alexander y su canción “You Better Move On”, al que siguieron infinidad de grupos y solistas que volvieron famosos a aquellos estudios FAME y a sus músicos sesionistas y los elevaron a todos a la categoría de leyenda, por lo conseguido en sonoridad, en atmósfera y en el éxito resultante y trascendental en el tiempo y en el espacio.

En dicho lugar se creó el southern soul, en un clima de colaboración entre músicos negros y blancos en medio de una tierra salvaje y racista hasta lo indecible, como era y es Alabama (“Segregación ahora, segregación mañana, segregación para siempre”, dijo uno de sus peores gobernadores). Rick Hall lo logró y cada pieza realizada ahí cuenta con una historia apasionante en muchos sentidos.

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Una breve lista de quienes pasaron por el lugar y algunos de sus tracks, puede brindar una idea de lo que ahí se cocinó: La mencionada “You Better Move On” y Arthur Alexander, “Fortune Teller” de Del Rays, “Tell Mama” de Etta James, “I Rather Go Blind” de Spencer Wiggins.

Asimismo estuvo la confección del disco de Aretha Franklin que contenía la canción “Respect”, y los temas “Sweet Soul Music” de Arthur Conley, “Mustang Sally” de Wilson Pickett, “You Let the Water Running” de Otis Redding o la inconmensurable “When a Man Loves a Woman” de Percy Sledge, entre muchas otras.

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Rick Hall transformó aquel sitio en un lugar de peregrinaje, en un tabernáculo, donde los hombres se transformaban (de botones de hotel, camioneros o meseros) en artistas. En los estudios Fame, que dirigió, se definió uno de los profundos cánones del soul, un género, que bajo el brío de una sección de metales asombrosa (Muscle Shoals Horns) y el de una sección rítmica sublime (The Swampers), todo fue corazón y elegancia.

Hall murió el 2 de enero del 2018, pero su contribución a la música es histórica, testimonial y legendaria. Esto dijeron los obituarios sobre él: “La historia de la música norteamericana no sería la misma sin los estudios FAME, todavía abiertos, registrando grabaciones de The Black Keys, Bettye LaVette, Drive By Truckers, St. Paul & The Broken Bones, The Soul Sisters o el último disco del también fallecido Gregg Allman, Southern Blood”.

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[VIDEO SUGERIDO: Muscle Shoals, YouTube (jimmygaynor)

St. Valentine’s Day Tarjetas musicales

Por SERGIO MONSALVO C.

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La efeméride del día de San Valentín se presta para llevar a cabo una particular disertación sobre el amor. Éste es un concepto polisémico y nadie puede definirlo de una forma única. Llamamos “amor” a cosas tan diferentes como la dependencia, el deseo, el cariño, el sometimiento, la pasión, la fascinación, la idealización, etcétera, además de alguna (o muchas) de sus formas malévolas.

Entonces ¿a qué se le puede llamar amor? ¿Cómo se distingue de todo lo demás ese sentimiento que nos provoca otra persona? Quizá por medio de la poesía, “un idioma que invita a perseguir la emoción y la reflexión” y el cual también tiene múltiples formas, como la fotografía, por ejemplo.

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Van las muestras: Los músicos son personas absolutamente narcisistas. Siempre cuidan su imagen y lo que proyectan con ella. Así que cuando alguno de ellos elige para una de sus portadas salir fotografiado con la mujer que ama en ese momento es porque junto a ella se produce una sublimación de sí mismo.

Algunos de ellos se han hecho eco de tal convicción, invitando al escucha a ver y sentir ese instante en la cubierta de su disco más reciente, el cual se convierte paradójicamente en una peregrinación hacia la profundidad audible tanto de un  corazón ajeno como del propio.

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Y con esta manera de hacerlo se adentran con mirada penetrante en el anhelo por un amor eterno y palpable. Cada detalle de la composición en estas portadas tiene la precisión no sólo de lo que se sentía en aquella ocasión, sino también de lo que no puede compararse con nada más, ni repetirse.

Es el caso de obras que han pasado a formar parte de la historia, como las de Bob Dylan, de Miles Davis o Nick Waterhouse.

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THE FREEWHEELIN’

Se conocieron cuando ella tenía 17 años y el 20. Ella había nacido en Brooklin y sido criada en Queens, bajo la férula de unos padres afiliados al Partido Comunista de los Estados Unidos. Él venía huyendo prácticamente de su natal Minnesota, donde cualquier horizonte era inconcebible.

Se reunieron en una noche de 1961, cuando él iniciaba su carrera como cantautor de folk en el Geenwich Village neoyorquino, ese barrio de la Urbe de Hierro que se erigía como el bastión de una emergente cultura artística y bohemia.

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Ambos se influenciaron entre sí a base de libros, discos, cine, intercambio de ideas y voluntad de cambiar las cosas. Ambos asimilaban de todo aquello que sucedía en su entorno. Y en éste florecía la lucha por los derechos civiles y la actitud contestataria.

Ella lo plasmaba en ensayos y pintura. Él en sus canciones. Todo era emoción, todo era pulsión y las preguntas, más que las respuestas, estaban en el aire. Ellos estaban enamorados y subían y bajaban juntos por los acontecimientos.

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Paseaban largamente por esas calles con calor o con frío celebrando su viveza y sentimiento. Así los plasmó Don Hunstein (el fotógrafo destinado por la compañía de discos para seguirlo a él) en 1963, en la Jones Street, casi en la esquina con la Calle 4.

Se separaron un año después. Cosas de la vida. Ella apostó por la utopía totalitaria y en algún paréntesis crepuscular escribió su autobiografía en la que puso esa misma foto como portada. Él se inspiró en su relación para componer piezas como “Don’t Think Twice, It’s All Right”, entre otras.

El lugar es ahora centro de peregrinajes para los fans del músico. La fotografía apareció en la portada de su segundo disco, The Freewheelin’, a petición suya. Ambas cosas son actualmente iconos de la cultura rockera. Ella (Suze Rotolo) murió en el 2011. Él es el Premio Nobel del 2016.

[VIDEO SUGERIDO: Bob Dylan – Suze Rotolo, YouTube (21JumpStreetKid)]

“PFRANCING”

Lo cuenta el propio Miles Davis: “Lo más importante que me ocurrió en aquella primavera fue que Frances Taylor volviera a entrar en mi vida. Era una mujer maravillosa. Sólo con estar a su lado me sentía feliz. Solté a todas las demás con las que salía y durante aquel periodo me quedé sólo con ella.

“Éramos totalmente compatibles. Era una persona súper. Alta, de un color moreno con un toque de miel, hermosa, la piel lisa y suave, sensible, artista, gentil, elegante. La describo como si fuera perfecta, ¿no? Bueno, casi lo era.

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“Frances y yo empezamos a vivir juntos Cambié mi Mercedes Benz por un Ferrari blanco convertible que me costó algunos miles de dólares. Así que imagínanos circulando por la ciudad en aquel coche espectacular.

“Cuando ella se bajaba de aquel auto parecía ser toda piernas, porque tenía aquellas piernas largas, espléndidas, y se movía con aquel porte típico de bailarina. Algo excepcional. Cuando vino a vivir conmigo era una estrella, probablemente la principal bailarina negra del mundo.

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“Tendrías que haber visto a toda la gente pararse en seco y mirarla con la boca abierta. ¡Guau, cómo me encantaba aquello! Y yo, me mostraba siempre en público pulcro y elegante como un príncipe. Frances me hizo mucho bien porque me indujo a sentar cabeza y consiguió que me concentrara más aún en mi música.

“La relación con Frances tuvo sobre mí otra influencia importante, aparte de la música. Despertó en mí el interés, primero por el baile y después por el teatro. A principios de 1961 entré al estudio a grabar Someday My Prince Will Come.

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“Fue para este disco cuando exigí a la Columbia Records que utilizara mujeres negras en las fotos que ilustraban las fundas de mis álbumes. Eso me permitió poner a Frances en la portada de aquel disco. O sea, era mi disco y yo era el príncipe de Frances, y ‘Francing’, una de las piezas del mismo, fue escrita para ella”.

[VIDEO SUGERIDO: 5 MILES DAVIS – PRANCING, YouTube (EPO JAZZFAN)]

“HOLLY”

Especulemos: ¿Qué puede ser de ti si naces en los años ochenta, en el seno de una familia amante del rock clásico, del soul de la Motown, de Stax o de Fame Records? ¿Si creces en California con pinta de Buddy Holly, incluyendo gafas, y tu mundo es totalmente vintage?

Supongo que irías a San Francisco a estudiar música. Que solidificarías tu gusto por el soul y el rhythm and blues de la época dorada, que te pondrías a escribir canciones pensando en los discos de 45 rpm. Y que buscarías formar un grupo con gente afín a ti.

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Pues así lo hizo Nick Waterhouse. Y como buen científico de la música pasó por el experimento y el fracaso hasta encontrar su estilo. Armó un demo y acertó. Entró a grabar un disco con la compañía independiente Innovatie Leisure y acertó. Se lanzó a una gira por Europa. Un rotundo fracaso económico. Pagó el noviciado.

Y lo hizo con todo su dinero, sus ahorros, su coche, etcétera. En la ruina lo acompañó el alcohol, la depresión y el sillón de la sala de unos amigos donde podía dormir, cuando lo hacía. En ese mismo sillón, durante una cena con ellos le presentaron a Holly y se enamoró de inmediato. Acertó.

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Ella le recetó mucha lectura (T.S. Eliot, Hart Crane) y la escucha de George Gershwin. Dejó de lamentarse por las deudas. Vendió una canción para un anuncio de autos. Y volvió a entrar al estudio. Se lo dedicó a ella y la puso en la portada e interiores con fotos de Naj Jamai.

Así, un joven blanco, con voz de blanco, pero alma de sureño negro se afincó en la corriente retro. Esa que anota entre su contingente nombres como JD McPherson, Nathaniel Rateliff & The Night Sweats, James Hunter, St. Paul & The Broken Bones, Charles Bradley, y Eli “Paperboy” Reed, entre otros.

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Entonces Nick, con tres discos en su haber se lanzó de nuevo a la carretera,  con Holly y a Europa. Se llevó consigo todo su compendio de sucio y refrescado Rhythm & blues, soul y jazz de los años cincuenta. Y Acertó.

Lo dicho: el amor proporciona el combustible de ilusión a los enamorados, que aunque sean músicos y tremendos narcisistas, son incapaces de soñar mayor felicidad que la de un recuerdo compartido. Una foto expuesta en una portada es una evocación mayor para ellos. Con fibras de eternidad.

[VIDEO SUGERIDO: Nick Waterhouse performing “Holly” Live on KCRW, YouTube (KCRW)]

68 rpm/8

Por SERGIO MONSALVO C.

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 John Mayall llegó a Los Ángeles en ese mismo 1968 y fue arropado inmediatamente por la amistad y el afecto de músicos de la localidad de Laurel, principalmente por los miembros del Canned Heat, baluartes del blues-boogie.

El cambio de aires, las sensaciones derivadas del contacto con la naturaleza en la que quiso integrarse, el tiempo para reflexionar, la revisitación de los standards primigenios del blues acompañado por músicos residentes, además de la cercanía de amigos, seguidores y groupies en aquella zona californiana, constituyeron la inspiración que dio por resultado este disco.

Blues from Laurel Canyon, un muy destacado producto artístico de su nuevo status como solista. Hay temas dedicados a todos aquellos que lo acompañaron en esos momentos, en especial a Frank Zappa (“2401”), a Catherine James (“Miss James”) y a Bob Hite (“Bear”).

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 BLUES FROM LAUREL CANYON

JOHN MAYALL

(Decca)

Con renovada energía Mayall volvió a entrar al estudio, a su regreso a Londres y a sus diversos tratamientos musicales les agregó un puñado de técnicas experimentales de grabación, como los ruidos ambientales, la disolvencia de un tema en el siguiente o el corte abrupto.

No hubo división entre los surcos en el LP original e incluso, en el último tema “Fly Tomorrow” (adornado con la tabla), el órgano quedó trenzado en un largo solo de guitarra que venía de lejos.

Otro enorme álbum con el sello del maestro bluesero, que volvió a llamar a Taylor a la guitarra. Luego Mayall regresó a aquel terruño angelino un año después para quedarse en él durante una década.

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 Personal: John Mayall, guitarra, armónica, teclados y voz; Mick Taylor, guitarra principal y steel; Colin Allen, batería, tabla; Steve Thompson, bajo. Portada: Propia foto a cargo de John Mayall. Diseño, Jan Persson.

[VIDEO SUGERIDO: John Mayall – Medicine Man – Blues from Laurel Canyon -1968, YouTube (MaryJaneLouiseBowers)]

 Graffiti: “Bajo los adoquines, la playa

68 rpm/7

Por SERGIO MONSALVO C.

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El espíritu revolucionario de aquel lapso de tiempo aspiraba a la permuta en todos los órdenes de la vida, y en cada aspecto resultaba fundamental encontrar idearios, conceptos que respaldaran en teoría las realizaciones concretas de cada campo. Lo que estaba claro era que la actitud tenía que ser de conceptos totales. La música lo hizo desde sus raíces. La de John Mayall fue un semillero conceptual.

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BARE WIRES

JOHN MAYALL’S BLUESBREAKERS

(Decca)

El de este músico es uno de los enormes árboles que componen el tupido bosque del rock. Tras seis discos grabados y más de una década ejerciendo de maestro, el guitarrista se había convertido en uno de los pilares del British Blues, corriente que impactó la escena por sus aportaciones novedosas para enriquecer al género.

Muchas agrupaciones se servían de diversas maneras de la existencia de su banda, incluso como agencia para encontrar al elemento adecuado y cuadrar la formación en ciernes. Eric Clapton y Jack Bruce (Cream); Peter Green, John McVie y Mick Fleetwood (Fleetwood Mac), así como Andy Fraser (Free), son sólo algunos ejemplos del talento que emergió tras el liderazgo de Mayall.

Sin embargo, los Bluesbreakers habían llegado al fin como tales y John quiso cerrar el cofre de tal tesoro con el último álbum: Bare Wires. Lo hizo con sorpresas. Entre otras, con una larga suite de más de veinte minutos que abre y le da nombre al disco, en la cual John junto a sus músicos recrea algunos momentos biográficos sofisticando de rock su aventura con el viejo blues.

Ahora con elementos psicodélicos, instrumentales y con la presentación de un nuevo guitarrista: Mick Taylor, a quien Mayall le brinda todo el espacio necesario para desplegar sus finas habilidades, incluso en la composición (la pieza instrumental “Hartley Quits” es su examen de maestría, mientras que el doctorado lo obtendría a la postre con los Rolling Stones). Mayall, pues, le echó candado al proyecto y se fue de vacaciones a California en busca de otros horizontes y retos.

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 Personal: John Mayall, voz, armónica, piano, hapsicordio, órgano, armonio y guitarra; Mick Taylor, guitarra principal y hawaiana; Chris Mercer, saxofón tenor y barítono, Dick Hekstall-Smith, sax tenor y soprano; John Hiseman, batería y percusión; Henry Lowther, corneta y violín, y Tony Reeves, bajo y contrabajo. Portada: foto y diseño de Peter Smith.

[VIDEO SUGERIDO: John Mayall w. Mick Taylor 1968, YouTube (JR Ellison)]

Graffiti: “No le pongas parches, la estructura está podrida