BÉATRICE ARDISSEN

POR SERGIO MONSALVO C.

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 PARÍS

(Imago noctívago)

Evitar las estridencias, indagar en lo invisible (la atmósfera) para representar lo visible (el momento nocturnal), es el proyecto en el que una ilusionista del sonido ha trabajado durante años. Debió primero pensar en qué podía hacer para aportar un estilo más a una ciudad que lleva siglos haciéndolo. Una tarea titánica para la imaginación, sin duda. Crearle una sonoridad a las altas horas como si fuera la marca de un maquillaje, y con toda su cosmética injerida para las representaciones que fueran necesarias.

Incluidas ellas como testimonio de la época.  Una idea estética que implica las famosas tres “c”: causa, conocimiento y compromiso, es decir la exposición (en su variedad de acepciones). La urbe: París, una que no necesita de presentaciones puesto que la historia y la imaginería lo han hecho por ella, sobremanera. Ciudad por la que la música ha transitado e identificado su andar desde hace por lo menos mil años. El reto: hacer entrar la actualidad por el oído y a través de un espacio en específico: su noche.

Tiempo  del ocio expansivo y sensual para el que la artista Béatrice  Ardissen tuvo que encontrar un nicho y luego forjarlo, para construir en él una marca con la que comunicar su idea. Así, suyo resultó el packaging completo de la colección La Musique de Paris Derniére. La música del París nocturno. Un arte-objeto que suma el concepto gráfico, el interiorismo, la invención de la propia marca y, sobre todo, la aprehensión y selección de la música idónea, su mezcla y remezcla, convencida de que hay un más allá en el misterio del ocaso.

Quizá la sencillez era el comienzo, pensó la hacedora, pero ésta tenía que ser elegante, fashioned y cool. Que enmarcara el ambiente en el que se desenvolviera; que vistiera el instante en que su omnipresencia fuera tan etérea como protagónica; tan unívoca como multidimensional, tan poliédrica como las posibilidades que ofrece el anochecer de sitio tan cosmopolita y epicentro cultural. Es decir, un coctel á-la-mode y reconocible. Una mixtura que recordara una bebida con gusto y sello de identidad.

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La Musique Dernière es una exposición bastante abierta, tanto en sus planteamientos como en sus vías de indagación sonora. Explora con interés las diferentes maneras en que la música se ha podido registrar, como elemento indispensable, que acompaña la  recreación, la conduce o incluso impulsa. Todas, son cuestiones relacionadas con el instante en que la oscuridad es la excusa perfecta para hacer que se exprese una ilusionista como lo es la Ardisson.

 Esta artista francesa parte muchas veces de un leit motiv a base de tópicos o del desarrollo de estereotipos señalados como temas que se reconocen en la diversión colectiva, sea ésta cual sea, para manifestar su propia definición de los mismos. Es decir, toma una pieza como “Get it On” de T.Rex, que ha sido ejemplo del glam por décadas, y con una estrategia de deconstrucción la plantea desde una nueva esfera musical, que habla del cambio de ángulo, de mirada, sobre el mismo. Sugiere modificaciones sin afectar su esencia.

Con la hechura de una colección integrada por ocho volúmenes, y una selección musical de más de un centenar de canciones, aborda la diseñadora un enorme horizonte y sus perspectivas. Con dicho material incorpora, como buena artista, una amplia gama de propuestas particulares sobre el novedoso modo de musicar y, al mismo tiempo, abre una exposición estética sobre las posibilidades del medio.

 Con estructuras diversas y cambiantes para sonidos archiconocidos justifica la construcción de un nuevo contexto para el ejercicio de la nocturnidad. Y el París de las medianoches legendarias juega a favor de su discurso musical y lecturas alternativas.

 Un coctel distinguido. Así es de cool esta colección discográfica. Al escucharla, in situ o en el rincón personal dedicado a ella, se debe tener en cuenta que la música ya no es únicamente el reflejo pasivo de la sensibilidad individual, sino que también sirve como foro común en el que diferentes modelos de creatividad –en la actualidad muchas veces emanada de un oficiante de la tornamesas o programador– manifiestan diversas maneras de hacer, rehacer y de emprender ruta hacia el oído.

 Escuchar esa pluralidad de voces, de los varios modos de utilizar la música, aglomerada en una serie con narrativas redondas, es un acto productor de placer lo mismo que un uso entendido como práctica de política cultural. Socializar la música ambiental, no para sentirse homologado como oyente sino como el objetivo mismo del acto artístico. Se trata de una manera de interactuar con la realidad a cargo de quienes crean las nuevas sonoridades y mediante ellas modifican al mundo conocido, los sitios comunes, los lugares de reunión.

Es una proyección crítica y gozosa de la música popular contemporánea, a fin de cuentas, que se condensa ahí en sus ocho volúmenes.  La Musique de Paris Derniére es un artefacto sonoro con fines de recreación tanto voluptuosa como liviana. Una recreación refinada que por igual se puede encontrar en el diseño de una escultura sonora museística –al estilo de las de  Edwin van der Heide o Pe Lang, por ejemplo–, pero que en este caso se regodea en la búsqueda del relajamiento en el ocio cotidiano noctámbulo.

[VIDEO SUGERIDO: Axel Boys Quartet – Barbie Girl, YouTube (Imra Cora)]

Porque el de diseñador es un oficio reciente dentro de la música, como el de sutilizador o ilusionista sonoro (el de Dj unidimensional ha quedado rebasado). Ofrece alternativas a los sonidos ya dados, puesto que “no tiene a dónde ir, excepto a todos lados”, como sabe todo el que se aventura por nuevos caminos. En este sentido las capitales europeas como París, en este caso, han desempeñado un papel decisivo en los experimentos con la novel corriente, cuyas participaciones ya son solicitadas en diversos planos.

Para tomar como ejemplo a la misma autora de esta colección que dibuja la nocturnidad parisina, su labor se hace extensiva y manifiesta en sitios de lo más variopinto, que van de del “acompañamiento musical instantáneo” en los elevadores o habitaciones de lujosos hoteles en Abu Dabi o Qatar; en supermercados de Berlín, en restaurantes de Tokio,  en aeropuertos de Italia, en consultorios de cirujanos plásticos en Hollywood o en pasarelas de Milán, Nueva York o Londres. Un trabajo multifacético.

Sí, esta realizadora musicaliza por igual programas en la TV francesa, proyecta el selecto menú melódico de restaurantes de lujo, bosqueja soundtracks para desfiles de moda y ambienta fiestas exclusivas. Pero, lo más importante, es que ha creado varias colecciones discográficas, además de la ya mencionada. A ella se han agregado Patchwork La Musique de Christian Lacroix (mezcla y selección inspirada en las creaciones de tal modisto galo) y Fonquet’s (compilación dedicada al famoso restaurante).

Pero también están las magníficas recopilaciones tituladas Mania, que abarcan la musicalidad tradicional de otros países mezclada con lo contemporáneo (de la India, por citar alguna, hay una interpretación de “Billy Jean” de Michael Jackson a cargo de maestros locales, con instrumental autóctono, entre otras curiosidades de gran nivel); o de tributo a las ciudades mismas (como el hecho a Río de Janeiro por parte de voces de distintos lares), la música clásica u homenajes a diversos artistas como a David Bowie o Bob Dylan.

El suyo es un universo propio y definido. En él ha explorado y descubierto versiones de temas clásicos tan raras y excéntricas como exquisitas, con las que diseña sus colecciones (sin escatimar el sentido del humor e ilustradas por la afamada Florence Deygas) y ambienta los escenarios. Confección de autor cuya originalidad reside en el punto justo donde el músico cede su lugar al estilista como creador. Y las canciones se tornan en suculentos potajes de diferente preparación y mixtura con sabor cosmopolita.

Esta francesa es una artista del cover sofisticado. Entendido éste como una versión que exige más que un simple vaciado mecánico de un contenedor a otro. Sus traslaciones implican la reescritura imaginativa del tema, de su espacio discursivo, para darle una nueva forma, otro contexto y que tienda a relacionarse tangencial o escasamente con el original. Es la manifestación del aquí y ahora con otro cuerpo, con otro grano. Una labor que estimula tanto a sus musas como a sus referencias.

Para ello se requiere de gusto y talento. Los de una alquimista del down tempo/pop como ella, que tamice lo conocido para compartir sus diferentes encantos, por surrealistas que parezcan. El principio neto es el cover; y el producto final, una evolución del mismo. Su ideario afirma que una pieza nunca está terminada. Todo es siempre una versión. Por eso su trabajo conceptual es extenso y distribuido en elementos divergentes dentro de estructuras contrastantes.

Alabama cantando “Hotel California” de los Eagles, “Proud Mary” por Prozak For Lovers, “Beat It” por Kings of Cash, “Like a Virgin” por Big Daddy o “Sex Bomb” por el berlinés Max Rabee, por dar unos cuantos ejemplos. Son reencarnaciones sonoras que crean su particular mundo imaginario y simbólico (entre más personal mejor) y que al final permanecen cuando la apropiación ha sido consumada en el esplendor del crepúsculo parisino.

Paris - Cathédrale Notre-Dame de Paris vue du Port Henri IV

[VIDEO SUGERIDO: Black Hole Sun (Cover) – La Musique de Paris Derniere Vol. 4, YouTube (Isaac Gtz)]

 

Exlibris 3 - kopie

St. Valentine’s Day Tarjetas musicales

Por SERGIO MONSALVO C.

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La efeméride del día de San Valentín se presta para llevar a cabo una particular disertación sobre el amor. Éste es un concepto polisémico y nadie puede definirlo de una forma única. Llamamos “amor” a cosas tan diferentes como la dependencia, el deseo, el cariño, el sometimiento, la pasión, la fascinación, la idealización, etcétera, además de alguna (o muchas) de sus formas malévolas.

Entonces ¿a qué se le puede llamar amor? ¿Cómo se distingue de todo lo demás ese sentimiento que nos provoca otra persona? Quizá por medio de la poesía, “un idioma que invita a perseguir la emoción y la reflexión” y el cual también tiene múltiples formas, como la fotografía, por ejemplo.

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Van las muestras: Los músicos son personas absolutamente narcisistas. Siempre cuidan su imagen y lo que proyectan con ella. Así que cuando alguno de ellos elige para una de sus portadas salir fotografiado con la mujer que ama en ese momento es porque junto a ella se produce una sublimación de sí mismo.

Algunos de ellos se han hecho eco de tal convicción, invitando al escucha a ver y sentir ese instante en la cubierta de su disco más reciente, el cual se convierte paradójicamente en una peregrinación hacia la profundidad audible tanto de un  corazón ajeno como del propio.

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Y con esta manera de hacerlo se adentran con mirada penetrante en el anhelo por un amor eterno y palpable. Cada detalle de la composición en estas portadas tiene la precisión no sólo de lo que se sentía en aquella ocasión, sino también de lo que no puede compararse con nada más, ni repetirse.

Es el caso de obras que han pasado a formar parte de la historia, como las de Bob Dylan, de Miles Davis o Nick Waterhouse.

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THE FREEWHEELIN’

Se conocieron cuando ella tenía 17 años y el 20. Ella había nacido en Brooklin y sido criada en Queens, bajo la férula de unos padres afiliados al Partido Comunista de los Estados Unidos. Él venía huyendo prácticamente de su natal Minnesota, donde cualquier horizonte era inconcebible.

Se reunieron en una noche de 1961, cuando él iniciaba su carrera como cantautor de folk en el Geenwich Village neoyorquino, ese barrio de la Urbe de Hierro que se erigía como el bastión de una emergente cultura artística y bohemia.

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Ambos se influenciaron entre sí a base de libros, discos, cine, intercambio de ideas y voluntad de cambiar las cosas. Ambos asimilaban de todo aquello que sucedía en su entorno. Y en éste florecía la lucha por los derechos civiles y la actitud contestataria.

Ella lo plasmaba en ensayos y pintura. Él en sus canciones. Todo era emoción, todo era pulsión y las preguntas, más que las respuestas, estaban en el aire. Ellos estaban enamorados y subían y bajaban juntos por los acontecimientos.

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Paseaban largamente por esas calles con calor o con frío celebrando su viveza y sentimiento. Así los plasmó Don Hunstein (el fotógrafo destinado por la compañía de discos para seguirlo a él) en 1963, en la Jones Street, casi en la esquina con la Calle 4.

Se separaron un año después. Cosas de la vida. Ella apostó por la utopía totalitaria y en algún paréntesis crepuscular escribió su autobiografía en la que puso esa misma foto como portada. Él se inspiró en su relación para componer piezas como “Don’t Think Twice, It’s All Right”, entre otras.

El lugar es ahora centro de peregrinajes para los fans del músico. La fotografía apareció en la portada de su segundo disco, The Freewheelin’, a petición suya. Ambas cosas son actualmente iconos de la cultura rockera. Ella (Suze Rotolo) murió en el 2011. Él es el Premio Nobel del 2016.

[VIDEO SUGERIDO: Bob Dylan – Suze Rotolo, YouTube (21JumpStreetKid)]

“PFRANCING”

Lo cuenta el propio Miles Davis: “Lo más importante que me ocurrió en aquella primavera fue que Frances Taylor volviera a entrar en mi vida. Era una mujer maravillosa. Sólo con estar a su lado me sentía feliz. Solté a todas las demás con las que salía y durante aquel periodo me quedé sólo con ella.

“Éramos totalmente compatibles. Era una persona súper. Alta, de un color moreno con un toque de miel, hermosa, la piel lisa y suave, sensible, artista, gentil, elegante. La describo como si fuera perfecta, ¿no? Bueno, casi lo era.

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“Frances y yo empezamos a vivir juntos Cambié mi Mercedes Benz por un Ferrari blanco convertible que me costó algunos miles de dólares. Así que imagínanos circulando por la ciudad en aquel coche espectacular.

“Cuando ella se bajaba de aquel auto parecía ser toda piernas, porque tenía aquellas piernas largas, espléndidas, y se movía con aquel porte típico de bailarina. Algo excepcional. Cuando vino a vivir conmigo era una estrella, probablemente la principal bailarina negra del mundo.

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“Tendrías que haber visto a toda la gente pararse en seco y mirarla con la boca abierta. ¡Guau, cómo me encantaba aquello! Y yo, me mostraba siempre en público pulcro y elegante como un príncipe. Frances me hizo mucho bien porque me indujo a sentar cabeza y consiguió que me concentrara más aún en mi música.

“La relación con Frances tuvo sobre mí otra influencia importante, aparte de la música. Despertó en mí el interés, primero por el baile y después por el teatro. A principios de 1961 entré al estudio a grabar Someday My Prince Will Come.

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“Fue para este disco cuando exigí a la Columbia Records que utilizara mujeres negras en las fotos que ilustraban las fundas de mis álbumes. Eso me permitió poner a Frances en la portada de aquel disco. O sea, era mi disco y yo era el príncipe de Frances, y ‘Francing’, una de las piezas del mismo, fue escrita para ella”.

[VIDEO SUGERIDO: 5 MILES DAVIS – PRANCING, YouTube (EPO JAZZFAN)]

“HOLLY”

Especulemos: ¿Qué puede ser de ti si naces en los años ochenta, en el seno de una familia amante del rock clásico, del soul de la Motown, de Stax o de Fame Records? ¿Si creces en California con pinta de Buddy Holly, incluyendo gafas, y tu mundo es totalmente vintage?

Supongo que irías a San Francisco a estudiar música. Que solidificarías tu gusto por el soul y el rhythm and blues de la época dorada, que te pondrías a escribir canciones pensando en los discos de 45 rpm. Y que buscarías formar un grupo con gente afín a ti.

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Pues así lo hizo Nick Waterhouse. Y como buen científico de la música pasó por el experimento y el fracaso hasta encontrar su estilo. Armó un demo y acertó. Entró a grabar un disco con la compañía independiente Innovatie Leisure y acertó. Se lanzó a una gira por Europa. Un rotundo fracaso económico. Pagó el noviciado.

Y lo hizo con todo su dinero, sus ahorros, su coche, etcétera. En la ruina lo acompañó el alcohol, la depresión y el sillón de la sala de unos amigos donde podía dormir, cuando lo hacía. En ese mismo sillón, durante una cena con ellos le presentaron a Holly y se enamoró de inmediato. Acertó.

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Ella le recetó mucha lectura (T.S. Eliot, Hart Crane) y la escucha de George Gershwin. Dejó de lamentarse por las deudas. Vendió una canción para un anuncio de autos. Y volvió a entrar al estudio. Se lo dedicó a ella y la puso en la portada e interiores con fotos de Naj Jamai.

Así, un joven blanco, con voz de blanco, pero alma de sureño negro se afincó en la corriente retro. Esa que anota entre su contingente nombres como JD McPherson, Nathaniel Rateliff & The Night Sweats, James Hunter, St. Paul & The Broken Bones, Charles Bradley, y Eli “Paperboy” Reed, entre otros.

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Entonces Nick, con tres discos en su haber se lanzó de nuevo a la carretera,  con Holly y a Europa. Se llevó consigo todo su compendio de sucio y refrescado Rhythm & blues, soul y jazz de los años cincuenta. Y Acertó.

Lo dicho: el amor proporciona el combustible de ilusión a los enamorados, que aunque sean músicos y tremendos narcisistas, son incapaces de soñar mayor felicidad que la de un recuerdo compartido. Una foto expuesta en una portada es una evocación mayor para ellos. Con fibras de eternidad.

[VIDEO SUGERIDO: Nick Waterhouse performing “Holly” Live on KCRW, YouTube (KCRW)]

Emiliana Torrini: seducción por el misterio

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Nacer en Islandia seguro que marca. Ahí se está muy consciente de la fragilidad humana frente a la presencia inconmensurable de la naturaleza, que lo abarca todo: desde la primera erupción volcánica que iluminó la noche neolítica hasta la parálisis de medio mundo contemporáneo por el efecto de la más reciente. Y en medio de ello: la civilización y su pleno desarrollo. Psique por aquellos lares debe preservar su logos y hacerlo convivir con los espacios inmensos y el transcurso del tiempo que siempre será otro.

La intimidad de esa psique es materia prima para los artistas que surgen de tal entorno. Ideal para un arte que tiene su sustento más simbólico en el agua, que ha obligado al aislamiento hasta muy recientemente en que la tecnología y sus herramientas han modificado su comunicación con el resto del planeta. Esa tierra prehistórica y esa agua (en sus tres estados) han dado vida a expresiones singulares que comienzan a conocerse fuera de aquel ámbito y a despertar la admiración por su quehacer.

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Para ilustrar lo anterior se debe escuchar la obra de Emiliana Torrini, como ejemplo del arte sonoro creado en los últimos años por dichos lares (independientemente de otras manifestaciones reconocidas de sus representantes más conspicuos: Björk, Sigur Rós, Gus Gus, et al). Un arte que es como los mares que rodean a aquella gran isla, ajenos a la indecisión o la duda.

El ambiente lleva a Torrini a evocar –con la reflexión nietscheana mediante — una poética musical que fija sus parámetros en la desilusión, en la conciencia de fenecer, en la pérdida de la inocencia vital, a final de cuentas. Dispone de todas estas certezas, construyendo sus piezas en grácil equilibrio con dichos hitos, aprovechando la tensión que se crea entre ellos  y el ritmo y canto que ella produce.

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Es una música de resonancia ideal, orgánica (aunque no lo sea), hecha de fibra carnal y aire nórdico, lo cual confiere a su trabajo una cualidad metafísica, tejida con el hilo del dolor existencial y el de una poesía cínica con la exactitud de la marea.

¿Singular? Claro que lo es. Así que conviene ubicarla. Emiliana Torrini es una artista del siglo XXI, ese que durante la primera década conformó un acontecer distinto. Entró en él pasados los veinte años y dándose a conocer a nivel mundial como parte de uno de sus iconos: la película El Señor de los Anillos, de Peter Jackson, donde cantó el tema final “Gollum’s Song”. Con ello participó en el inicio de una era a la que puede definírsele como la de la exposición a la multiplicidad de las cosas y a su fragmentación.

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En el aspecto musical, ella es parte del hipermodernismo, considerado como el paso siguiente de la world music (ese lanzamiento al exterior del contemporáneo indie folk de esencias locales como producto de proyección exótica y excéntrica; un estilo al que se califica como portador del “sentido de la diferencia”); pero igualmente es intérprete del world beat (es decir, la inducción del mismo producto con capas aleatorias de diversas corrientes electrónicas, del ambient al techno avant-garde, por ejemplo, en donde las mencionadas “diferencias” indie se mezclan y disuelven en una sonoridad con destino global).

Este rubro neologista en el que está inscrita Torrini significa que los elementos que conforman el producto cultural que busca dar a conocer por doquier son dúctiles (empezando por el idioma, ya que canta en inglés –la lengua franca de la actualidad planetaria– y no en su regional islandés) es decir, se adapta a las peculiaridades del ambiente en el que quiere confluir, moldeando sus propias cualidades y características en función de la demanda final: ser escuchada y entendida en cualquier parte del orbe.

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Emiliana Torrini nació en Kópavogur, en el sudoeste de Islandia, en mayo de 1977. En dicha ciudad, de reciente cuño, y segunda en tamaño de aquel país, esta hija de italiano e islandesa desarrolló sus aptitudes vocales como soprano, como parte de un coro infantil, con el que ganó algunos concursos. Sus dotes como cantante la llevaron a entrar luego a una escuela de ópera a los 15 años, para lo cual se trasladó a vivir a la capital, Reykjavyk. En un encuentro interuniversitario de canto popular obtuvo el primer lugar y eso la volvió conocida en toda la isla.

Su carrera como cantante profesional arrancó al lanzar su primer álbum como integrante de la banda Spoon, con el título del nombre del grupo en 1994. En los siguiente años publicó otro para de álbumes que sólo circularon a nivel local: Crouçie d’où là y Merman. El éxito internacional le llegó hacia el final de la década y del milenio con Love in the Time of Science y poco después con el tema ya mencionado que remataba la entrega de El Señor de los Anillos: Las dos torres.

Emiliana Torrini – Gollum’s Song, YouTube (PetroleumHead)

A partir de entonces no ha dejado de grabar y hacer tours por todo el mundo. Su discografía ha crecido con otros cuatro álbumes, editados entre el año 2000 y mediados de la segunda década del siglo (Rarities, Fisherman’s Woman, Me and Armini y Tookah, los dos últimos con el sello Rough Trade Records), con ellos ha crecido su fama, apoyada en un estilo muy particular y siempre sorpresivo por los giros que da entre una y otra entregas.

En el nivel musical ha supuesto asistir, tras la publicación de cada título, a una progresiva y voluntaria supresión de las barreras entre el pop e indie alternativos para mundializar un concepto bien meditado que se adentra en una dark wave de sofisticada producción y desarrollo. Eso ha implicado la experimentación, la mezcla, la adaptación y la interrelación con otros colaboradores (internacionales) en la concreción de un modelo que ha dado expresión a un nuevo manifiesto artístico procedente de aquella región nórdica.

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Sabemos de la necesidad en las personas de una traducción continua, de un lenguaje que habite a todos y haga que se experimente el éxtasis o las visiones de lo que vendrá. Esta propensión a tales incógnitas es atractiva para la comprensión de la inquietud hacia eros y thanatos. Se sabe que existen ciertas nomenclaturas que se transforman en sustancias musicales que intentan explicarlos. Sus nombres varían y la dark wave es una de ellas. Sus intérpretes saben acerca de tales enigmas y siempre se espera su voz, su poesía.

Las de Torrini poseen sutileza y fina complexión que le dan acceso a ambas cuestiones en el pensamiento del hoy. Tienen gran poder de seducción y, al ser perceptibles a la imaginación y a los demás sentidos, se ponen de manifiesto los efectos de tales cosas en las acciones cotidianas.

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De esta forma sabemos que cada canción es una parábola trazada con el tizón tan invisible como tangible de su estilo: aliento lo mismo de lo etéreo que de lo demoniaco que está obligado a contar en cada pieza. Reunidos los oyentes dice sus visiones sobre el abismo de los sentidos, donde por un lado se desaprueba al mundo y por el otro se le acepta con su fuego poderoso y corrosivo.

¿Cómo saber que algo es verdad cuando se vive con esa fiebre?”, se pregunta Torrini  en “When Fever Breaks” (del álbum Tookah) meciéndose con una levedad inesperada dentro del oleaje furioso de un tam-tam primitivo que conlleva las porciones de una eternidad tan grande y espaciosa como para ser apreciada por sólo cinco sentidos. Relatar tal espesura con  bellas canciones es su finalidad estética. Mostrar la fascinación por el multiforme espectáculo existencial que fluye siempre hacia la finitud.

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El amor es un probable hilo conductor en tal odisea, pero un amor construido a base de sentimientos encontrados, emociones torcidas, caídas, ilusiones sin esperanza, desapegos y dudas, muchas dudas. La dark wave, utilizada por Torrini en su indie pop minimalista, interpretado con evidente virtuosismo, es la disciplina musical que ha creado un lapso de contemplación con el objeto de explicar ese intrincado acontecer vital.

Emiliana Torrini – Fingertips, YouTube (Bartek Srocznski)

Al escuchar Fisherman’s Woman o Tookah, por ejemplo, se descubre que la noche no desciende del cielo, sino que es marea profunda y tenebrosa que sube de la tierra. Los acontecimientos más insignificantes, las cosas más sencillas, las impresiones más primigenias, el pensamiento más fútil, los sentimientos más elementales; los ruidos del mundo exterior, del silencio; su resonancia en la mente y, sobre todo, la fuerza invisible y la palpitante del entorno son los incentivos que la hacen emerger.

Pero también por el azar provocado por la interferencia de las individualidades; por la decisión imperiosa de la materia que vence el fallo más racionalista. Todo ello se envuelve en apariencia misteriosa, en infundio de la convivencia a través de las piezas que presenta Emiliana Torrini, cuyas imágenes al parecer inocentes o románticas no lo son, sino inquietantes y sugestivas escenas de tonos oscuros a las que asomarse para trastocar la superficie de esas interrelaciones que conforman la naturaleza humana.

Emiliana Torrini – Speed of Dark (Andrew Waetherall Remix)