ROD STEWART: EL VOLUBLE MOD

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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EL VOLUBLE MOD

Roderick David Stewart nació el 10 de enero de 1945 en el barrio obrero londinense de Highgate, como hijo del matrimonio escocés formado por Bob y Elsie Stewart.  El futbol soccer fue muy importante en su vida adolescente.  Fungió como capitán de su equipo escolar y quiso profesionalizarse en 1961, a los 16 años, al firmar un contrato provisional con el club de Brentfort.  No obstante, su habilidad con el balón no le alcanzó para llegar a la primera división.  Después de eso, Stewart asistió por breve tiempo a una academia de arte en Londres, y luego trabajó como sepulturero; estampando telas de seda y finalmente se lanzó a recorrer Europa como cantante ambulante de folk.

De regreso en Londres en 1963, tocó la armónica con Jimmy Powell and the Five Dimensions; grabó el sencillo «Good Morning Little Schoolgirl» en 1964, para después unirse a los Hoochie Coochie Men de Long John Baldry en 1964 como segundo cantante.  Junto con Baldry sacó el sencillo «You’ll Be Mine».

Asimismo, trabajó como músico sesionista, tocando la armónica en «My Boy Lollipop» (Fontana, 1964) de la cantante Millie Small, tema producido por Chris Blackwell y primera pieza jamaiquina en lograr un verdadero éxito comercial en la Gran Bretaña.

En 1965 quiso integrarse al grupo Steampacket, formado por Brian Auger, Mick Waller y Julie Driscoll, pero el grupo se separó poco después debido a la decadencia del rhythm and blues en Londres. En 1966 grabó «Shake» de Sam Cooke (EMI/Columbia), respaldado por el grupo de Brian Auger.

En 1966 también formó el efímero grupo Shotgun Express con Peter Bardens (luego de Camel), así como los futuros miembros de Fleetwood Mac: Mick Fleetwood y Peter Green. Con ellos logró producir el sencillo «I Could Feel the Whole World Turn Round».

En 1967, Rod Stewart se convirtió en el cantante principal del Jeff Beck Group, integrado con Jeff Beck y Ron Wood. Con ello empezó su ascenso irrefrenable hasta convertirse en uno de los cantantes más expresivos de Inglaterra. Su estilo rocanrolero duro, con fuertes influencias del blues, caracterizó dos L.P.s excelentes del grupo (Truth, 1968; Beck-Ola, 1969), en los cuales la dura voz de Stewart reñía con la pirotecnia de Beck en la guitarra. Los conflictos constantes entre ellos condujeron, no obstante, a su salida del grupo.

Junto con su amigo Ron Wood se cambió a los Faces, integrado por antiguos miembros de The Small Faces. La división interna (Stewart tenía contrato con Vertigo/Mercury y los Faces, quienes acompañaron a Stewart en sus primeros discos como solista, estaban con Warner) al principio tuvo un efecto positivo.  En forma paralela a este compromiso empezó a realizar sus propios proyectos como solista en 1970.

Con los Faces perfeccionó un sonido rocanrolero bonachón, mientras que en su trabajo solitario reveló un estilo vocal más sensible e introspectivo perfectamente apropiado para los temas autobiográficos que escribió para An Old Raincoat Won’t Let You Down (1969) y Gasoline Alley (1970).

Además, el periodo de Stewart como cantante folk le había dado un repertorio de bases más amplias y una más extensa gama de experiencias que la de sus compañeros en el rhythm and blues inglés. Los primeros dos álbumes incluyeron la canción clásica «Man of Sorrow», «Dirty Old Town» de Ewan MacColl y «Only a Hobo» de Bob Dylan, así como las reflexiones del propio Stewart, «Lady Day» y «Joe Lament». Una característica destacada de estos discos fue la guitarra acústica de Martin Quittenton.

En 1970 Stewart agregó la voz principal a «In a Broken Dream», la cual, cuando por fin salió en 1972 como composición de Python Lee Jackson, resultó un éxito internacional. En poco tiempo las ventas de Stewart superaron a los álbumes de los Faces.

Every Picture Tells a Story (1971) alcanzó el mayor éxito comercial. Además de la autobiográfica pieza del título y «Maggie May», en cuya composición participó Quittenton, incluía una interpretación de «Reason to Believe» de Tim Hardin y una versión apasionada del éxito de los Temptations (1966) «I Know (I’m Losing You)», revivido menos placenteramente un año antes por Rare Earth.

Never a Dull Moment (1972), semejante en su estilo, tuvo casi el mismo éxito, con un par de hits, «Angel» y «You Wear It Well», «Twistin’ the Night Away» de Sam Cooke y el clásico del blues «I’d Rather Go Blind». Sin embargo, los siguientes años no fueron igualmente productivos. La tensión fue creciendo entre Stewart y los Faces y Warner y Mercury se pelearon por el contrato del cantante. Después de un mediocre álbum en vivo y Smiler (1974), Stewart y los Faces se separaron y el cantante se unió a la compañía Warner.

«La voz de lija», como también se le conocía, había reconocido y aprovechado su oportunidad en el mercado, ubicándose entre la balada sentimental y un dinámico rhythm and blues. Stewart poseía un auténtico impulso rocanrolero y un estilo sin complicaciones. En vivo explotaba como un huracán, no temía ningún esfuerzo y con sus demostraciones de fuerza representaba al prototipo del rockero.

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En 1972 participó en la ejecución sinfónica de la ópera rock Tommy y empezó a preparar su salida de los Faces, la cual se verificó finalmente en diciembre de 1976. El grupo se despidió con una extensa gira, mientras que al mismo tiempo el solista Rod Stewart ocupaba los primeros lugares en las listas de éxitos de ambos lados del Atlántico con la ultramelosa pieza «Sailing», producto de la pluma de los Sutherland Brothers.

Un éxito siguió a otro, tanto en forma de sencillo como de L.P. «This Heart of Mine», «Tonight’s the Night», «The Killing of Georgie» así como Atlantic Crossing y A Night on the Town continuaron la tradición del número uno. En Atlantic Crossing (1975), producido por Tom Dowd, Stewart fue respaldado por músicos sesionistas (incluyendo a la mayor parte de Booker T. and the MGs).

Con aire clínico, contenía dos hits, una nueva versión de «This Old Heart of Mine» de los Isley Brothers y «Sailing», de Gavin Sutherland, quien con su hermano Ian encabezó uno de los mejores grupos de pub-rock ingleses.  Mucho mejor resultó A Night on the Town (1976).  Además del éxito número uno en los Estados Unidos, «Tonight’s the Night», incluyó el sombrío «The Killing of Georgie», una crónica del asesinato de un joven homosexual, y «The First Cut Is the Deepest» de Cat Stevens.

Rod «The Mod» había ascendido a estrella de primera fila. Proporcionó titulares no sólo a la prensa musical sino también a la de chismes. Su relación de años con la actriz sueca Britt Ekland daba mucho material a las secciones de sociales de la prensa internacional, además de servir de material, sin asomo alguno de autoparodia, para hits como «Hot Legs» y «Do Ya Think I’m Sexy?» (1978).

En Atlantic Crossing trabajó con el veterano productor Rom Dowd (quien ya lo había hecho con Aretha Franklin y Eric Clapton, entre otros), mientras su «banda de garage» era integrada por formaciones cambiantes de músicos sesionistas.

Tras una larga abstinencia de giras, Stewart formó una banda fija en 1977 a fin de presentar en vivo el material de Foot Loose and Fancy Free (1977). El conjunto contaba con Carmine Appice en la batería (ex Vanilla Fudge, Phil Chen en el bajo, el ex guitarrista de Family Jim Cregan, Gary Grainger, también en la guitarra –el cual colaboró en la composición de varias canciones con Stewart‑‑, John Jarvis en los teclados y Bill Peek en la guitarra. La gira logró un éxito enorme, lo mismo que el sencillo «Hot Legs».

Stewart evidentemente se iba acercando cada vez más a un pop puro orientado hacia los hits. Con todo se conservó el aire siempre algo descuidado de sus respectivos acompañantes en el estudio y su propio estilo incomparable para cantar. Aunque los críticos especializados denostaron todos los L.P.s siguientes, declarando Blondes Have More Fun (1978) «el punto más bajo» de su carrera, se siguieron vendiendo como pan caliente.

En 1978 este volcán del rock se entregó con particular pasión a su afición futbolera. Se mantuvo al tanto de los juegos de la selección escocesa durante el Mundial de Argentina e impulsó a su equipo con el sencillo «Ole, Ola». El mismo año «Do Ya Think I’m Sexy?» se convirtió en el máximo éxito discotequero de la temporada.

En 1980, ya como dueño de una mansión de lujo en Hollywood, sacó el L.P. Foolish Behaviour, el cual puso de manifiesto los cálculos mercantiles que entran en las producciones musicales a cargo de las compañías, como también el de Tonight I’m Yours (1981).

Igualmente decepcionó el contenido del álbum doble Absolutely Live (1982), cuyo título era un engaño. Los cuatro lados de vinil dejaban traslucir muy poco de la increíble mezcla de flema y humor físico propia de sus hazañas en vivo.  Dicha combinación no volvió a darse hasta la gira mundial de siete meses realizada por Stewart en 1983. El músico presentó durante ella las canciones de Body Wishes (1983).

El álbum ofrecía una música comercial, fácil de consumir y de digerir, vendió millones de ejemplares y dio el obligatorio hit sencillo de «Baby Jane». El nuevo grupo de acompañamiento reunía a los Babys Tony Brock en la batería y John Cory en la guitarra y los teclados, así como Jay Davis en el bajo, Robin Mesurier en la guitarra, John Savigar en los teclados, Jim Zavala en el saxofón y la armónica y al viejo conocido Jim Cregan.

La mayoría de dichos músicos participó en 1984 en el álbum Camouflage, el cual con excepción del enérgico rock de «Infatuation» sólo ofrecía un pop mediocre. En los años ochenta, figuraron entre sus éxitos internacionales «Passion» (1980), «Young Turks» (1981), la ya mencionada «Baby Jane» (1983) y un éxito número uno en Inglaterra con «Some Guys Have All the Luck» de Robert Palmer (1984), pieza que ya había sido un éxito para los Persuaders (Atco, 1973).

En 1986 Stewart volvió al Top Twenty en los Estados Unidos con «Love Touch» de la película Legal Eagles, y editó el disco Every Beat of My Heart, que junto con los siguientes (Out of Order, 1988; Vagabond Heart, 1991) han hecho olvidar lamentablemente al rocanrolero para dar paso a un veterano baladista (de actuales 75 años de edad), sobre todo encumbrado por el éxito de la larga serie The Great American Songbook, que está para comprobarlo. Y dentro del pop (con tendencia al soul) hasta su reciente Blood Red Roses.

Por supuesto, al canon del rock entra el Rod Stewart de la primera época, con aquellos magníficos álbumes y propuestas.

VIDEO SUGERIDO: Rod Stewart – Hot Legs (Official Video), YouTube (Rod Stewart)

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CANON: SONIC YOUTH

 

Por SERGIO MONSALVO C.

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CONTEXTUALIZACIÓN Y OÍDO

No hay movimiento sin banda sonora. Es decir, ninguna corriente sociopolítica, ninguna acción cultural, ningún levantamiento de voz en el ámbito que sea tendrá significancia o trascendencia si no es acompañado, envuelto y avalado por una música característica.

Toda época histórica, todo ísmo artístico, se apoya en las notas que abstraen sus ideas y lo divulgan con cantos y composiciones que lo definen en el oído.

El contextualismo es una tendencia de vanguardia que surgió con los años ochenta del siglo XX y que buscó, desde el inicio, la integración de nuevos conceptos dentro de un ámbito tradicional ya prestablecido.

Es un movimiento cultural que abarca desde la arquitectura hasta la escultura urbanita, pasando por la plástica, el arte digital, video, cine y literatura. Es un movimiento que cuenta la novedad en función del lenguaje.

La música ha participado de todo ello con muchos ejemplos a través de las últimas décadas. Uno de sus estilos más representativos es el noise rock, que tuvo al grupo Sonic Youth como uno de sus máximos exponentes.

Dicha banda sostuvo su preponderancia con la participación estética de la ciencia del sonido, la cual desarrolló de manera notable con una mezcla de géneros, tecnología y tradición. La tradición del contexto que le dio origen: la ciudad de Nueva York.

El noise es un género derivado de la música experimental que utiliza sonoridades compuestas por elementos musicales heterodoxos, y carece de estructuras como la armonía y el ritmo.

A ello se incorporan todo tipo de elementos no musicales con un volumen fuerte y/o disonante, ruidoso. El noise rock, subdivisión de aquél, suma a su vez elementos del punk y el metal a las calidades abrasivas del noise puro.

El noise rock, emparentado con el no wave, el avant-garde y el progresivo, es descendiente directo del art rock, un género que comenzó sus andares y tradición en los subterráneos de la ciudad de Nueva York.

El primer paso con el grupo Velvet Underground (y el álbum White Light/White Heat) y reafirmó su identidad con Metal Machine Music, el disco como solista de unos de sus integrantes: Lou Reed, entre otros referentes.

John Cale, otro importante elemento del Velvet ha dicho lo siguiente del contexto en el que se materializó dicha música: “Fue una tradición extraña la que surgió en Nueva York. No estuvo basada en la adulación del pasado ni en la interacción con otros hacedores, sino más bien al contrario. El progreso se dio por medio del rechazo. La originalidad de esta propuesta aderezada con la autocrítica despiadada, que distingue la vida de esta ciudad, mantuvo vivo el fuego y lo continuará en el futuro”.

El futuro profetizado por Cale continuó su desarrollo con Sonic Youth en las mismas calles neoyorquinas, en las mismas aulas de sus universidades y escuelas de arte, en el mismo rechazo al mainstream.

VIDEO SUGERIDO:  Sonic Youth – Antenna (Live Jools Holland 2009) HQ, YouTube (BillieJeanls)

Sonic Youth nació como descendiente de aquel underground sesentero y como hijo putativo del punk, pero solo en la actitud, ya que en cuestión de sonido no admitió comparación con nada.

Su música como la de sus antecesores, sacudió los cimientos de la escena de manera irreversible.

El fundamento contextualista de esta agrupación neoyorquina se basó en la creación de ambientes aparentemente caóticos, pero controlados en lo absoluto por sus habilidades como instrumentistas.

En sus conciertos se dejaban llevar por la imaginación y usaban desarmadores, alicates, el rasgueo de las cuerdas con materiales diversos, utilizan hasta veinte guitarras con distintas afinaciones.

Todo era necesario en dicho concepto. De esta manera dieron cátedra durante tres décadas.

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Cuando la mayoría de los grupos se queda sin nada qué decir o se disuelven por las ansias megalómanas de sus integrantes, en Sonic Youth sucedió lo contrario. No perdieron la frescura porque su éxito artístico no se basó en una innovación puntual, sino en la experimentación constante y las tensiones internas entre sus miembros eran inexistentes: todos tenían uno o varios grupos paralelos y actividades dentro de otras disciplinas.

Las funciones estaban repartidas: Kim Gordon llevaba el peso del apartado intelectual, mientras Lee Renaldo, Thurston Moore y Steve Jay Shelley lo hacían con el complejo aparataje musical.

De esta manera a lo largo de su desarrollo y evolución Sonic Youth encantó y sorprendió, ensordeció y musicó, divertido y polemizado a una audiencia que vio cómo a lo largo de los años muchas agrupaciones se iban alimentado de sus inventivas, como el noise pop, por mencionar alguna.

El noise pop es un estilo musical ubicado dentro del rock alternativo o indie que se caracteriza por el uso que hacen los grupos inscritos en él de la guitarra eléctrica, incorporando ingredientes del experimentalismo, el post punk, el no wave y el noise.

Esto se evidencia en la materialización de sus distorsiones, en las afinaciones disonantes, en los acoples, en el feedback y otros efectos sonoros generados por las guitarras eléctricas.

Las bandas enlistadas en dicho estilo también se caracterizan por emplear una contundente base rítmica heredada del punk y del hard y por la utilización selectiva de melodías inspiradas  en el pop clásico y en el arcón de la new wave.

El grupo que dio origen a todo ello, el que puso las pautas, fue Sonic Youth con sus afinaciones originales y hasta entonces nunca empleadas en el rock. Su enfoque conceptual y bases arty, ejercieron y ejercen una influencia que continúa contextualizándose, a pesar de su disolución en el 2011. No por desacuerdos musicales o artísticos, sino paradójicamente por el cliché matrimonial más antiguo del mundo: el cambio por una pareja más joven.

VIDEO SUGERIDO: Sonic Youth – I Love Your Golden Blue (2005/06/03), YouTube (ICAndrei)

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ÁLBUMES SUPREMOS-3 (LOS 70’s)*

Por SERGIO MONSALVO C.

ÁLBUMES SUPREMOS (FOTO 1)

Hay discos que jamás dejan de llamar la atención. ¿Por qué? Porque son clásicos. Pero ¿qué es lo que los convierte en clásicos? En el mundo grecolatino, durante la época de Sófocles, el término “clásico” se utilizó para designar a las personalidades de primera clase, es decir, a los miembros más sobresalientes de la cultura.

En el campo que nos convoca, la música, el rock fundamentalmente, posee por supuesto su material clásico, y éste en primera instancia no es lo incomprensible, sino lo misterioso disfrutable. Es aquello con lo que se puede deleitar (individual o colectivamente) toda la vida; lo que continúa conmoviendo y sorprendiendo; es aquello que es imposible hacer mejor (en su momento y circunstancia).

En el arte, cualquier arte, lo clásico resulta fascinante porque contiene un secreto, tanto para sí mismo como para quien lo contempla o escucha, y se mantiene vivo porque dicha fascinación prodigiosa envuelve siempre, sin faltar, y esa poética se verá legitimada constantemente por sus principales avales: valor y tiempo.

AÑOS 70

70'S (FOTO 2)

 1.- Derek & The Dominos

(Layla and Other Asorted Love Songs, Polydor, 1970)

 

 

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 2.- Led Zeppelin

(Led Zeppelin IV, Atlantic, 1971)

 

 

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 3.- David Bowie

(The Rise and Fall of Ziggy Stardust, RCA Virgin, 1972)

 

 

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 4.- Pink Floyd

(The Dark Side of the Moon, Harvest Records, 1973)

 

 

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 5.- Iggy & The Stooges

(Raw Power, Columbia Records, 1973)

 

 

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 6.- Kraftwerk

(Autobahn, Kling Klang, 1974)

 

 

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 7.- Queen

(A Night at the Opera, EMI, 1975)

 

 

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 8.- Bruce Springsteen

(Born to Run, Columbia, 1976)

 

 

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 9.- Sex Pistols

(Never Mind the Bollocks, Virgin Records, 1977)

 

 

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 10.- The Clash

(London Calling, CBS, 1979)

 

 

 

 

*Lista definitivamente subjetiva, como todas las listas.

ÁLBUMES SUPREMOS (REMATE)

CANON: RY COODER

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EL GUITARRISTA JUSTICIERO

Ry Cooder (nacido en Los Ángeles en 1947) es una especie de Indiana Jones de la música popular contemporánea. Es un explorador que gusta de aventurarse por horizontes ignotos para el mainstream. Busca tesoros ocultos, estudia sus orígenes, se involucra en sus historias, descubre gente, pasados, héroes, leyendas, tradiciones, epopeyas y desventuras.

Y luego de hacerlo reúne, graba, promueve y proyecta sus descubrimientos a través de compañías selectas, independientes, a las que acuden luego hambrientas las gigantescas trasnacionales hastiadas de los mismos ritmos.

Esto lo ha hecho siempre, desde su temprana juventud allá por los años sesenta, cuando se adjudicó el compromiso artístico de la independencia, las causas perdidas y los caminos alternativos. Se forjó como un caminante solitario y justiciero (la cinematografía misma le ha pedido sonorizarla: Paris, Texas, como exégesis) al que le gusta poner las cosas en su sitio —acción que conlleva en sí la crítica del observador profundo y la obra fecunda—.

Así ha sucedido, como ejemplo, con el blues autóctono, de raíces country, al que casi nadie le prestaba atención en la Unión Americana. En 1964, junto con el intérprete de folk blues que se hacía llamar Taj Mahal (es decir, dos de los artistas más interesantes y eclécticos de la escena musical estadounidense de los últimos 50 años), formó un grupo al que llamó Rising Sons.

La ola inglesa y su versión del blues aún no habían despertado de su letargo a los ejecutivos de las compañías discográficas. Todo un álbum fue mezclado y preparado por ellos para editarse, cosa que finalmente no sucedió. Las cintas fueron a las bóvedas de la Columbia, donde permanecieron durante 25 años, hasta que la fama del músico la obligó a editarlas. El álbum contenía 18 cóvers de diferentes bluesmen (Robert Johnson, Willie Dixon, Jimmy Reed, entre otros) y cuatro temas originales.

Otro ejemplo de sus travesías se dio en la reunión con el guitarrista malinés Ali Farka Touré. Un encuentro que habló a favor de expandir las fronteras, conocer a los artistas excéntricos, hacer el esfuerzo de aprender de los de fuera de las esferas generadoras de la música occidental.

El proyecto rebasó los géneros y presentó una combinación antes inimaginable de dos músicos desconocidos entre sí, surgidos de antecedentes culturales por completo distintos. La sinergia entre ambos guitarristas (de lenguajes distintos) en el disco Talking Timbuktu fue realmente asombrosa.

De África brincó entonces al Caribe, para regodearse en el son cubano. El mundo conoció entonces a Ibrahim Ferrer, a Rubén González, a Puntillita…olvidados maestros del son en su propia tierra. Fue la riqueza revelada en la isla del Caribe. El boom no se hizo esperar para ser miembro del Buena Vista Social Club. Así otra sus aventuras caballerescas tocaba a su fin para que sus personajes viajaran por sí solos a partir de entonces.

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Luego de ello Cooder tuvo ganas de volver a casa y lo hizo para encontrar en el traspatio de la misma una historia enterrada. Chávez Ravine es la muestra de su quehacer descubridor. Una muestra como siempre honesta y auténtica de su compromiso artístico.

Tras una efeméride deportiva —el cambio de residencia del equipo de beisbol de los Dodgers, de Nueva York a California, así como la construcción de su estadio— se halla un hecho socioeconómico que afectó a miles de personas del barrio con tal nombre en el Este de Los Ángeles, el cual puso en evidencia la malevolencia de la política en contubernio con el capital, del gobierno estatal contra una minoría étnica: falsas promesas a cambio de sus propiedades.

Cooder a través de 15 viñetas musicales reconstruyó aquel viejo distrito de la primera mitad del siglo XX, que albergaba familias de ascendencia mexicana, de antigua residencia o recién llegadas a territorio estadounidense. Y lo hizo con sensibilidad y agudeza. En composiciones originales o versiones de piezas de ese tiempo en colaboración con los músicos representativos de aquellos momentos cruciales del lugar que llegaba a su fin.

Con Chávez Ravine, un álbum de instantáneas sonoras, Ry Cooder regresó a casa, sí, para propiciar de nueva cuenta el acicate de la conciencia en el propio hogar, con la mirada de otros cronistas que por igual hablan del ayer con el espejo del acontecer de hoy en la mano.

El guitarrista, con la experiencia que le ha dado su andar, su temple con las cuerdas, sabe que debajo de la realidad visible y de la historia de cualquier geografía existe una segunda realidad y otro tiempo, el de la intrahistoria, donde es posible reivindicar la actualidad de símbolos y mitos que integran la raíz de los hombres contemporáneos.

En el camino de la música sacada a flote por él, en la friolera de 300 discos publicados (entre álbumes solistas, compilaciones, soundtracks y como invitado), entrecuzan su paso la emoción y el pensamiento, la reflexión y los sentimientos, la razón y el corazón.

El guitarrista alcanza sus ideas creadoras por estas diversas vías y con ellas pone al lado su empatía, conocimientos y colaboración al servicio del pensamiento y espíritu “de los otros”, así como su afán por reclutar las voces musicales que representen en su momento tal espíritu.

Sus discos (My Name is Buddy, I Flathead, Pull Up Some Dust And Sit Down, Election Spcecial, The Prodigal Son), son una muestra palmaria de esta concepción expresiva, de ese enfrentamiento con la realidad del país que visita y del desarrollo de un concepto concreto. Cada material es valorado en su actualidad e intemporalidad.

El origen y esencia de su arte se encuentran en cada viaje preciso en el tiempo, y por eso tienen cabida en su obra la crónica y el diario, la reflexión aforística y la contemplación descriptiva, pero lo que define el entramado es su carácter de ensayo viajero. Eso es lo que hace Cooder regularmente en toda su discografía, que cumplió 50 años: desde el homónimo Ry Cooder de 1970 hasta The Prodigal Son, como solista; hasta las múltiples compilaciones, colaboraciones, bandas sonoras, y como invitado o productor en los álbumes de otros.

El sentido estético de este artista hipermoderno nace del hecho de que todo proyecto que emprende es un viaje trascendente, pues junto al desplazamiento exterior se impone el viaje interior, personal y único como hilo armónico que otrorga una sutil unidad de acción.

Más allá de lo sabido, leído y escuchado del lugar al que se dirige, busca en la música descubierta la denuncia de los sentimientos, el desarrollo humano dentro de la injusticia de las humillaciones cotidianas.

Los discos de Ry Cooder son los relatos de un viajero por tiempos relativos. Lo importante de cada álbum suyo son los matices, los elementos con los que crea la sustancia que enlaza temas y reflexiones nacidas de las raíces profundas, del quehacer de la cultura en el mundo que vivimos donde ya nada debe sernos ajeno, al contrario. Ese es el mensaje ulterior del guitarrista: el pasado como espejo que se ofrece al presente.

De ahí su acento tan personal como comunitario, tan apasionado, como sincero en la expresión de sus pensamientos y sensaciones. Es un testigo fiel y un tipo seguro de su objetivo: hacernos conscientes de no estar viviendo un choque de civilizaciones, del enfrentamiento entre culturas, sino la de estar forjando una cultura diferente, común a todos, la del conocimiento, a pesar de los intereses y aversiones por dicha idea de los políticos nacionalistas en turno.

VIDEO SUGERIDO: Ry Cooder- The Prodigal Son (Live in studio), YouTube (Ry Cooder)

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LITTLE RICHARD

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EL ARQUITECTO BIZARRO

Después de la Guerra Civil en los Estados Unidos algunos ideólogos blancos empezaron a ver la cultura negra bajo una luz turbia. Los negros fueron contemplados como seres satánicos, libertinos, paganos, lujuriosos, anárquicos, violentos, dotados de una «inteligencia astuta»,  desciendientes de «salvajes oradores hipnotizadores» que en cuanto obtuvieron su libertad se convirtieron en una turba ebria que apestaba a sudor africano».

Desde el punto de vista de estos blancos, los males de la vida negra eran evidentes en su música. Dicha rama del racismo (en la que se fundamenta el Ku Klux Klan) llegó a su punto culminante con la novela The Clansman, de Thomas Dixon, que trata acerca del Sur norteamericano durante el tiempo de su reconstrucción. Dicha narración fue publicada en 1905 y luego filmada atentamente por D. W. Griffith en 1915 con el título de El nacimiento de una nación.

Los blancos que promueven la igualdad racial, según el autor y sus seguidores, se han «hundido en el negro abismo de la vida animal» en el que el mestizaje y la anarquía van de la mano. La igualdad para tales racistas significa que la «barbarie estrangulará a la civilización por medio de la fuerza bruta».  Para Dixon, todo el mal primitivo de la vida negra se condensaba en su música, que en la novela literalmente impulsa a los inocentes blancos hacia la muerte.

Los historiadores explican dichos estereotipos extremadamente negativos remitiéndose a las hostilidades sociales y económicas provocadas por la fallida reconstrucción republicana de los estados confederados derrotados. El siglo pasado comenzó con este horror itifálico. Los negros se les habían convertido, en sus fantasías racistas, en unos salvajes aullantes que se sacudían al ritmo de un tambor que borraba todo vestigio de racionalismo.

A lo largo de 100 años, tal ideología se desplazó desde una meditación acerca de la existencia o no de alma en los negros hacia una elucubración sobre su “maldad fundamental”. Los acontecimientos históricos ocurridos en los derrotados estados del Sur sólo vinieron a intensificar la tendencia general a transformar al viejo Tío Tom en un azufrado Lucifer, en  un sátiro neolítico.

En medio de estas ideas y temores ontológicos vivía el sureño blanco estadounidense promedio a mitad del siglo XX. Los conservadores negros, por su parte, trataban de contrarrestar el asunto portándose más cristianos que cualquiera otros y fundamentaban su vida en los dogmas bíblicos. Y ahí la música pagana estaba más que condenada. El blues, por extensión.

Así que pensemos en las reacciones de ambos mundos cuando apareció en escena un ser inimaginable y al mismo tiempo omnipresente en las peores pesadillas culturales de los blancos estadounidenses: un esbelto negro, hijo de un ministro de la iglesia anglicana, un tanto cabezón, amanerado en extremo, bisexual, peinado con un gran copete crepé y fijado con spray, maquillado y pintados los ojos y los labios —que lucían un recortado bigotito—, vestido con traje de gran escote, pegado y con estoperoles, lentejuelas y alguna otra bisutería, calzando zapatillas de cristal como Cenicienta, tocando el piano como si quisiera extraerle una confesión incendiaria y acompañado por una banda de cómplices interpretando un jump blues salvaje, el más salvaje que se había escuchado jamás y expeliendo onomatopeyas como awopbopaloobopalopbamboom a todo pulmón, con una voz rasposa, potente, fuerte, demoledora y perorando que con ello comenzaba la construcción del Rock & Roll.

LITTLE RICHARD fOTO

La visión presentada por Dixon, aquel espantado escritor decimonónico, del primitivismo negro fue pues el argumento con el cual se arremetió contra el naciente ritmo. Ganas no les faltaron de sacar las armas contra “el animal negro que quiere arrasar con los Estados Unidos blancos”. La música del malvado negro (según los aprensibles nacionalistas) empujaba a la víctima blanca —en este caso los fascinados adolescentes— al abismo del infierno.

El conservadurismo agregó los tambores a ese averno negro porque los ritmos salvajes ponían de relieve la libido primordial contra la que el hombre blanco había tratado de erigir la barrera de su cultura frágil y amenazada. El rock and roll nació con esta mitología sexual.

Y Little Richard fue el arquitecto y profeta más bizarro en su diseño. Sus cuatro argumentos fundamentales fueron: “Tutti Frutti”, “Long Tall Sally”, “Lucille” y “Good Golly Miss Molly”. Leyes sicalípticas talladas en piedra para la eternidad. Quedaron además inscritas en el mejor álbum del año 1957, que entraría en el canon del rock: Here’s Little Richard.

Lo que le sucedió después es materia para la Teoría de la Conspiración. Tras él fueron enviados los perros de reserva de los bandos afectados (avionazo y reconversión religiosa). El hecho patente es que Little Richard, el Arquitecto del Rock and Roll, nació como Richard Wayne Penniman, en Macon, Georgia (en el profundo Sur estadounidense), el 5 de diciembre de 1932. A los 87 años, con su muerte el 9 de mayo del 2020, su leyenda se ha solidificado con materia pura de bizarría.

Discografía clásica y selecta: Here’s Little Richard (Specialty, 1957), The Fabulous Little Richard (Ace, 1959), 18 Greatest Hits (Rhino, 1985), The Formative Years 1951-1953 (Bear Family, 1989) The Georgia Peach (Specialty, 1991).

(VIDEO SUGERIDO: Little Richard – Lucille LIVE 1973, YouTube (gimmeaslice)

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LED ZEPPELIN

Por SERGIO MONSALVO C.

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 AL BLUES POR ELECTROSHOCK

El blues le ha brindado al intérprete del rock, a través de la historia la ruta musical hacia lo primitivo, ese hito que consistentemente ha permeado su romanticismo esencial. De ahí se desprende de manera atingente la mitología que atribuye al blues el origen del rock.

No obstante, el blues no concuerda a la perfección con dicha noción romántica de lo primitivo; por lo tanto, el rock ha hecho al blues de acuerdo con su propia imagen. Uno de tales momentos se dio a finales de los sesenta cuando surgió una nueva propuesta en este sentido: el heavy blues a cargo de Led Zeppelin.

Led Zeppelin se fundó en 1968 con Jimmy Page, afamado guitarrista de estudio y miembro de los Yardbirds hasta la disolución del mismo, el vocalista Robert Plant, el baterista John Bonham y el bajista John Paul Jones.

El nombre del grupo surgió cuando le comentaron a Keith Moon, de The Who, su integración y éste en son de broma dijo que fracasarían y caerían como un “Zeppelin de plomo”. El presagio no se cumplió y se convirtieron en una de las bandas más influyentes de la historia del rock.

Bajo un contrato excepcional con Atlantic Records, que no permitía a la compañía ninguna injerencia en su material musical, ni sobre las portadas, promoción o conciertos, el Zeppelin sacó su primer disco en enero de 1969. En él mostraban su amplio espectro musical y formas y composiciones muy estructuradas, con blues, rock and roll clásico, soul, música celta, india, árabe, folk y country. Y aunque la prensa lo calificó como heavy metal, el propio grupo lo denominó como “heavy blues”.

El blues y el rock trabajan en parte con los mismos materiales, pero su enfoque es diferente. El deseo sexual, el alcohol, la pasión y el dolor son elementos compartidos por ambos. El blues los trata con ironía y desapego; el rock, con urgencia y exageración.

El Led Zeppelin adaptó el blues a su propia noción de lo musical. Al control que necesariamente implica la idea del primero, ellos le abrieron las compuertas para que no fuera incompatible con su propuesta de energía eléctrica pura.

LED ZEPPELIN (FOTO 2)

El segundo álbum del grupo se realizó en plena gira y se lanzó el 22 de octubre del mismo 1969. Cada canción se grabó en un estudio distinto, pero siempre bajo la cuidadosa producción de Jimmy Page y la asistencia de Eddie Kramer, productor de Jimi Hendrix.

El Zeppelin retomó las ideas del primer disco, pero más desarrolladas y reveladoras. Mezclaron el blues con el hard rock (que tenía de antecedente a los Yardbirds) y la psicodelia. Con él sentaron las bases del heavy metal de los años setenta.

En la música de los británicos la combinación de lujuria, patetismo y humor presentada por el blues original se volvió tornado. Su composición «Whole Lotta Love», por ejemplo, se apartó del tradicional refinamiento bluesero y fue reemplazado por la intensidad: «Muy adentro te daré mi amor,/ te daré cada pulgada de mi amor..

De esta forma, el blues urbano se transformó por la vía del electroshock en un caballo salvaje, gracias a la fuerza de la propia naturalización zeppelinesca.

Led Zeppelin fue una agrupación seminal que allanó el camino al heavy metal de los setenta y lo continuó haciendo con el hard rock que sería la fuente del grunge noventero. Su influencia es tal que en el rock de garage abarca desde Wolfmother a Stone Temple Pilots o Rage Against the Machine.

Tienen canciones clásicas consideradas entre las mejores de todos los tiempos. Marcaron una huella perenne y fueron catalizadores para la transformación del rock en su momento.

En los noventa se editaron dos álbumes dobles del grupo señero, los cuales vienen a conformar un panorama bastante completo de la injerencia de la formación dentro de las páginas de oro del género: Led Zeppelin Remasters (1992, Warner) y Led Zeppelin BBC Sessions (1997, Atlantic).

En el primero, con las grabaciones realizadas en estudio, queda patente cómo este grupo inglés marcó su huella perenne al utilizar al blues de la misma manera como Picasso y Jackson Pollock usaron las máscaras tribales en su arte: como catalizador para completar la transformación de las ideas románticas sobre lo primitivo en un nuevo arte universal.

El catalizador, como se sabe, es siempre necesario para inducir la reacción, aunque no constituya un auténtico elemento del resultado. Los británicos del dirigible utilizaron el catalizador bluesero para proyectar su nuevo sonido al mundo.

De esta forma, el Willie Dixon de «You Shook Me» y «I Can’t Quit You, Baby» se transformó por la vía del electroshock en un caballo salvaje, gracias a la fuerza de la propia naturalización ledzeppelinesca.

Todo ello queda explicado de manera clara y directa en ese álbum que contiene 26 temas, de «Communication Breakdown» a «In the Evening», producido atingentemente por uno de sus principales protagonistas, Jimmy Page. Mismo que se encarga de trabajo semejante en el segundo álbum, Led Zeppelin BBC Sessions.

El alcohol destruye más de lo que uno quisiera. Los integrantes de Led Zeppelin se enteraron de eso cuando el baterista John Bonham sucumbió a la bebida en 1980. 17 años más tarde apareció una edición especial en la cual el grupo de nueva cuenta parecía subrayar la importancia de éste para la posteridad, BBC Sessions (Atlantic, 1997). El guitarrista Jimmy Page evaluó con oídos muy críticos las grabaciones realizadas por el conjunto entre 1969 y 1971 para diversos programas de la BBC inglesa.

En esta antología escuchamos a un grupo al que le valen los millones de escuchas pegados a sus radios en aquel momento e improvisa de manera rica, pesada e intensa con el blues, además de presentar varias canciones aún inéditas en ese entonces. Entre ellas, una que entretanto se ha convertido en un clásico de todos los tiempos: «Stairway to Heaven».

Fue la época en que Robert Plant aún alcanzaba sin problema alguno los tonos más altos, con una aspereza sin par. Ambas colecciones estupendas e imprescindibles para el legado de este grupo canónico (a las que han seguido: How The West Was Won, Mothership, Celebration Day, además de los dos recopilatorios de Latter Days).

Tal legado se mantiene vivo y rentable, sin importar lo que los integrantes hayan hecho luego. Plant ha logrado realizar con éxito una carrera como solista bajo sus mismas consignas aventureras. Page, por su parte y como detentador de todos los derechos, no ha logrado nada como creador y, desde que comenzó el siglo XXI, se ha entretenido cuidando los materiales de Led Zeppelin, con reediciones muy cuidadas (como las mencionadas) así como  hurgando en sus archivos inéditos para armar nuevos testimonios sonoros.

VIDEO SUGERIDO: Led Zeppelin – Whole Lotta Love (1997 Promo), YouTube (ledzeppelin)

LED ZEPPELIN (FOTO 4)

 

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JOHNNY CASH

Por SERGIO MONSALVO C.

CASH (FOTO 1)

 LA ROCKOLA DE CARONTE

Éste fue un pequeño homenaje con motivo del que hubiera sido el 80º aniversario del nacimiento del hombre que cruzó las líneas de los géneros y con ello rompió esquemas y purismos. Mostró que el origen es destino al caminar del lado oscuro de la vida y con la soledad del outsider. Su nombre Johnny Cash…

——-

Mientras escucho, puedo ver cómo Rick Rubin camina hacia Johnny, que se encuentra sentado y silencioso en aquel sillón. Lo toma del brazo y lo lleva delante de sus responsabilidades, frente a su guitarra, al micrófono, la consola de grabación, frente a su vida y su muerte. Frente a un espejo enmarcado por luces apagadas.

Nada invita a la ensoñación y es como si la dignidad que rodea al cantante consistiera en un edificio recién bombardeado, con cascajo amontonado y hierros retorcidos. El paisaje para después de la batalla. En esta ocasión —la última— el músico no cantará sólo sus piezas, algunas serán ajenas en autoría, no así en identificación.

La guitarra suena y Johnny canta franca y sinceramente en sus discursos vitales lo que alberga su corazón al final del día. La puesta en escena del productor Rubin es la necesaria: dentro de la iglesia episcopal St. James se lleva a cabo este oratorio.

Quienes lo rodean se miran a los ojos y la tensión está a tope. Ya saben lo que va a suceder. Las cartas están echadas y conocen el desenlace. Johnny, al igual que su antiguo camarada Elvis, también abandonará el edificio tras la función de este postrer escenario.

Todos quieren saber más cosas sobre él, no únicamente las leyendas y tópicos cinematográficos. Cosas que no se saben y que ahora pondrá en la mesa. Su serenidad y aplomo impresionan y alborotan la inquietud colectiva.

Hablará en cada tema de sus obsesiones, adicciones y de cómo caminó siempre por la fina línea abismal que ahora se borra al estar cara a cara con esa presencia oscura, intangible y determinante.

Escuchamos cada track como un réquiem de cuerpo presente. Asistimos al anticipado funeral de Johnny cantado por Cash. La cuarta y final entrega de su testamento musical se llama The Man Comes Around.

Johnny tiene ganas de enfatizar, de manifestar sus sentimientos de manera fuerte y contundente. En fila, una tras otra, surgen entonces 15 canciones enmarcadas de una forma tan seca, espartana y orgánica como sólo lo puede hacer Rick Rubin (un ecléctico productor discográfico de amplia paleta que sabe sacar el oro de las canteras más duras, enraizadas y escurridizas).

VIDEO SUGERIDO: Johnny Cash – Personal Jesus, YouTube (isodradek)

Se trata de un conjunto tan bello como turbador. La belleza de la herida no deja de sorprender. El mismo Johnny, tan curtido en las idas y vueltas al infierno, aún es capaz de admiración por ese sonido que le asignó Rubin.

De esta manera el propio Cash ha plasmado su necrología, quizá para aliviar el dolor. Todas esas imágenes reunidas vienen del camino ¿de dónde si no? Y todas tienen características en común. Todas están impresas en blanco y negro, mejor dicho en diferentes tonos de gris, como ya poco se estila, y por lo tanto todas están desprovistas de color.

Son documentos hermanos para testimoniar los vuelcos y revuelcos de un cantante country que siempre supo transformarse para continuar. Y lo hace hasta con su propio fin.

CASH (FOTO 2)

 Se percibe en las canciones la espesura que envuelve las dos orillas del río: la de la vida, agridulce, densa y plagada de dudas, y las de la desoladora nada: “Conozco la muerte —dice un personaje de La montaña mágica de Thomas Mann—, salimos de las tinieblas y entramos en las tinieblas”. Cita confirmada por el cantante.

¿Pero, qué es lo maravilloso de todo este cuadro? El hecho de que Cash, bajo las circunstancias en que se encuentra (con la parca rodeándolo por doquier, con 70 maltratados años a cuestas, entre drogas, alcohol y otros excesos; el reciente fallecimiento de su llorada esposa June y enfermo de neumonía con varias recaídas durante las sesiones de grabación), haya percibido claramente los signos de otros músicos que saben quién es quién, pero que —en el imaginario colectivo— tienen poca relación entre sí, para armar su repertorio de canciones de despedida.

Porque eso es lo que quería, un disco de despedida y no uno póstumo. Uno para el que se preparó durante la última década con la serie American.

Cuatro discos que convocaron géneros diferentes al igual que sus características, pero que esencialmente se erigen en la defensa de un conjunto de valores que se saben extintos y marcados en definitiva por la personalidad de su intérprete.

En la cuarta entrega aparecen temas de Paul Simon (“Bridge over Troubled Water”), Sting (“I Hung My Head”), Ewan McColl (First Time Ever I Saw Your Face”), The Beatles (“In My Life”), The Eagles (“Desperado), Hank Williams (I’m So Lonesome I Could Cry”) y sobre todo el sarcasmo de Martin Gore (“Personal Jesus”) tornado en creencia inquebrantable, así como “Hurt” de Trent Reznor y sus razones sobre la autodestrucción.

Metáforas, declaraciones, reafirmaciones, confesiones, luchas con fantasmas y manifiestos hechos por un intérprete transgenérico, como reclaman los nuevos tiempos y los nuevos públicos, ante la resignación del último aliento.

Los enigmas del arte, en la frontera de la vida, asomaron las orejas e hicieron a Johnny más sabio por diablo que por viejo.

A los demás nos queda escuchar de qué manera alguien como él, que permeó su género por medio siglo a base de baladas mórbidas y marginales, hace mutis del foro volviéndose a transformar.

Y esa transformación se escucha de forma tan impactante (vía la producción tecnológica) y conmovedora (vía la lírica rockera), con las palabras de otros hechas suyas, acercadas a su terreno, y con una voz en primer plano llena de la autoridad y verosimilitudes, que permite oír y saberla muy real y humana. Así cantó para despedise el Hombre de Negro.

VIDEO SUGERIDO: Johnny Cash – In My Life, YouTube (mawrazen)

CASH (FOTO 3)

 

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LOU REED

Por SERGIO MONSALVO C.

LOU REED (FOTO 1)

 LOS SERES CREPUSCULARES

En los Países Bajos, durante el periodo invernal, existen los llamados “donkere dagen”. Son esos días donde la luz matutina aparece muy tarde (nueve o diez de la mañana) y se oculta temprano (tres o cuatro de la tarde). En un fin de semana de tales días se me ocurrió ir a comprar el New York Times a una hora inusual: 10:00 A.M. (regularmente lo hago después del mediodía para disfrutar de la lectura de sus maravillosos suplementos durante el lunch).

Fui caminando (dejé la bicicleta estacionada, hacía bastante frío). La librería dónde venden los periódicos foráneos no queda lejos de mi casa. Recorrí el trayecto al margen del Schinkel, uno de los canales más transitados de la ciudad pero que a esa hora estaba casi desierto. Allá en el horizonte se vislumbraba apenas una levísima raya rosada de luz.

Sólo pasó un largo navío de nombre “Zonsopgang” (Salida del sol) bogando muy lentamente. Y, como sucede con la mente, una cosa me llevó a la otra y recordé que para los griegos todo el protagonismo era para el amanecer y sus múltiples metáforas: la aurora, el alba, el despertar. El crepúsculo no existió para ellos como tema poético.

LOU REED (FOTO 2)

Eso pasó hasta mucho después en Roma, en plena decadencia del Imperio. El poeta Virgilio, sus discípulos y seguidores comenzaron a celebrar el ocaso, el crepúsculo, el fin del día, sus criaturas. Entonces el mundo conoció otra de sus divisiones: escritores del amanecer y escritores del crepúsculo. Estos últimos iniciaron la construcción de los sentimientos ligados a la puesta del sol y a sus oscuridades siguientes.

Así han emergido las visiones de dichos instantes a través de sus plumas, a lo largo de los siglos. ¿Y ellos, los crepusculares, los anochecidos, cómo han definido un día perfecto, por ejemplo? Yo conozco a uno que en la época contemporánea lo hizo, con una obra también perfecta: Lou Reed.

Primeramente lo consiguió mediante su participación con el grupo Velvet Underground (con los tres discos seminales en los que lideró). Una banda adelantada a su tiempo, a la que muy pocos escucharon en su momento, pero que con el paso de los años iría cobrando su real importancia y desencadenando toda su fuerza e influencia hasta la fecha. Es un clásico.

Sin embargo, Lou al abandonar al Velvet estaba decepcionado ante la falta de reconocimiento, ante el rechazo, ante la inviabilidad económica. Incluso llegó al extremo de trabajar en una oficina como mecanógrafo. ¡Vaya depresión! Pero un día, cierto ángel caído o un demonio lo puso de nuevo a caminar en la ruta indicada, en el lado salvaje de la vida.

David Bowie y Reed se conocieron en 1971. Ese año, Bowie había grabado el disco Hunky Dory -que contenía un tema fabuloso, “Queen Bitch”, con todo el sonido del Velvet- y se encontraba trabajando en el de Ziggy Stardust. Bowie admiraba, pues, el trabajo de Lou y al saber que éste andaba sin ruta ni destino convenció a su manager para que le consiguiera un contrato.

Así, Reed firmó para el sello RCA británico, y en diciembre de ese año fue a la capital inglesa para realizar su primer disco como solista -titulado con su nombre. El resultado no satisfizo a nadie: los recursos humanos y materiales no fueron los idóneos.

VIDEO SUGERIDO: “WALK ON THE WILD SIDE” Live, Lou Reed, subtitulado en español., YouTube (Daniel Lopez)

Lou, sin embargo, no abandonó su proyecto solista y se puso a escribir canciones. Cuando tuvo un buen número de ellas le insistió a Bowie que fuera él quien las produjera. Éste aceptó pero no se comprometió del todo (sólo supervisaría). Ziggy Stardust le exigía tiempo completo así que la mayor carga se la pasó a su guitarrista Mick Ronson, quien era un verdadero genio del sonido y la orquestación, pero poco aprovechado en el medio. Ronson conocedor del historial de Reed asumió el reto.

Lou era un letrista de narraciones concisas, que contenían en su seno metáforas tan herméticas como sublimes. Se había erigido en el autor más decadente y mítico de los años sesenta. Quizá en el más grande de los poetas nihilistas del rock a corazón abierto. Era, además, un cronista de la marginalidad y de la neurosis urbana, temas hasta entonces inéditos en el género.

Del trabajo conjunto, más las salpicadas aportaciones de Bowie, surgió uno de los discos más impactantes de la historia del rock: Transformer. El cual apareció en 1972 y sería fundamental para el desarrollo de diversos estilos musicales, entre ellos el glam, que tendría al propio Bowie como uno de sus estandartes.

Con esta obra Lou Reed volvió a darle otra vuelta de tuerca al concepto de la canción en el rock, con la recreación de su mundo de travestis, prostitutos, adictos y seres extraños y marginales de la ciudad. Una obra maestra que se extiende como un fresco, como un paseo visto a través de los lentes del expresionismo alemán, por el reverso del sueño americano.

Como pilares de tal trabajo están las piezas Vicious, A Perfect Day y Walk On the Wild Side (probablemente su canción más conocida). Con este disco, Lou se afincó como el evangelista por antonomasia del oscuro crepúsculo metropolitano.

Con la pieza “Vicious” inicia el disco. Es una canción cínica dedicada a una mujer que disfruta con el sadomasoquismo. Le gusta que la golpeen y a la que Reed sugiere lúdicamente: «¿Por qué no te tragas unas hojas para afeitar?». Contaba Lou que Andy Warhol siempre le decía que era un vago, que tenía que componer más canciones a la semana. Incluso le sugirió que hiciera una canción con la idea de «alguien pegándole a otro con una flor».

Así nació está pieza, que sirve también para presentar al personal que acompañará a Reed (voz, guitarra rítmica y teclados) a lo largo del LP: Mick Ronson (Guitarra líder, piano, coros y arreglos de cuerda), John Halsey (batería), Herbie Flowers (bajo eléctrico, contrabajo y tuba), David Bowie (coros). El juego textual se complementa con el de la rítmica. Humor negro arropado con la agudeza (como de púas) en las guitarras.

“Walk On the Wild Side”, a su vez, era un tema que Reed había trabajado desde hacía tiempo, iba a formar parte de un musical que nunca se realizó. Trata acerca de la gente que conoció en el estudio The Factory de Andy Warhol. Los tres personajes favoritos del pintor (el modelo y actor Joe Dallesandro y los travestis Holly Woodlawn, Ondine, Candy Darling y Jackie Curtis) están plasmados en sus quehaceres con verbo puntilloso y sugerente.

Los arreglos del bajo acústico y eléctrico fueron aportación de Herbie Flowers, el músico sesionista del álbum. El ritmo es de “swing” neoyorkino y el sax cremoso corre a cargo de Ronnie Ross. Lou le pone el tono inmortal con su estilo talking-singing. En los coros que se harían famosos, Bowie, tuvo el acierto genial de incluir al trío The Thunder Thigs. Todo un himno del submundo.

Y la cereza del pastel: “Perfect Day”. Ronson fue el arquitecto sonoro que compuso los acordes e hizo los arreglos de piano y cuerdas del tema. Toda aquella epifanía la conformó la cabeza de ese genio musical que era el guitarrista de los Spiders From Mars, y que fue grabada por el ingeniero Ken Scott, en los Estudios Trident.

La aterciopelada voz de Lou, que acompaña su propio texto sobrecogedor, le proporciona el toque de sofisticación y decadencia que (al parecer) narra una tópica historia de amor que concluye con un ácido comentario: «Cosecharás lo que has sembrado». El tema admite varias lecturas, entre las cuales unas sostienen que, en este tema, el autor se refiere en todo momento a su relación con la heroína. Que cada escucha escoja su versión.

Yo prefiero quedarme con la de un anhelo profundo de autoconocimiento, más que con la de los clichés románticos. Con las sugerencias que  aluden a la felicidad o infelicidad subyacente y dolida de la melancolía, a menudo sentida cuando todavía un acontecimiento está siendo vivido. Con la impronta de contar ahí mismo un “día perfecto” en tal sentido. En el de las emociones a flor de piel, con todos los matices puestos en ellas.

Compré el periódico y en lugar de regresar a mi casa caminé en busca de un lugar dónde tomarme un café y, antes de ponerme a hojear las páginas, extendí la mirada hacia aquel horizonte que preludiaba el día, pensando que Lou Reed había muerto y que siempre extrañaría su poesía crepuscular que poblaba con otros personajes la humanidad este mundo dividido.

VIDEO SUGERIDO: Lou Reed – Perfect Day – Later…with Jools Holland (2003) – BBC Two, YouTube (BBC)

LOU REED (FOTO 3)

 

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JOHNNY CASH

Por SERGIO MONSALVO C.

CASH (FOTO 1)

 LA ROCKOLA DE CARONTE

Este fue un pequeño homenaje con motivo del que hubiera sido el 80º aniversario del nacimiento del hombre que cruzó las líneas de los géneros y con ello rompió esquemas y purismos. Mostró que el origen es destino al caminar del lado oscuro de la vida y con la soledad del outsider. Su nombre Johnny Cash…

Mientras escucho, puedo ver cómo Rick Rubin camina hacia Johnny, que se encuentra sentado y silencioso en aquel sillón. Lo toma del brazo y lo lleva delante de sus responsabilidades, frente a su guitarra, al micrófono, la consola de grabación, frente a su vida y su muerte. Frente a un espejo enmarcado por luces apagadas.

Nada invita a la ensoñación y es como si la dignidad que rodea al cantante consistiera en un edificio recién bombardeado, con cascajo amontonado y hierros retorcidos. El paisaje para después de la batalla. En esta ocasión —la última— el músico no cantará sólo sus piezas, algunas serán ajenas en autoría, no así en identificación.

La guitarra suena y Johnny canta franca y sinceramente en sus discursos vitales lo que alberga su corazón al final del día. La puesta en escena del productor Rubin es la necesaria: dentro de la iglesia episcopal St. James se lleva a cabo este oratorio.

Quienes lo rodean se miran a los ojos y la tensión está a tope. Ya saben lo que va a suceder. Las cartas están echadas y conocen el desenlace. Johnny, al igual que su antiguo camarada Elvis, también abandonará el edificio tras la función de este postrer escenario.

Todos quieren saber más cosas sobre él, no únicamente las leyendas y tópicos cinematográficos. Cosas que no se saben y que ahora pondrá en la mesa. Su serenidad y aplomo impresionan y alborotan la inquietud colectiva.

Hablará en cada tema de sus obsesiones, adicciones y de cómo caminó siempre por la fina línea abismal que ahora se borra al estar cara a cara con esa presencia oscura, intangible y determinante.

Escuchamos cada track como un réquiem de cuerpo presente. Asistimos al anticipado funeral de Johnny cantado por Cash. La cuarta y final entrega de su testamento musical se llama The Man Comes Around.

Johnny tiene ganas de enfatizar, de manifestar sus sentimientos de manera fuerte y contundente. En fila, una tras otra, surgen entonces 15 canciones enmarcadas de una forma tan seca, espartana y orgánica como sólo lo puede hacer Rick Rubin (un ecléctico productor discográfico de amplia paleta que sabe sacar el oro de las canteras más duras, enraizadas y escurridizas).

VIDEO SUGERIDO: Johnny Cash – Personal Jesus, YouTube (isodradek)

Se trata de un conjunto tan bello como turbador. La belleza de la herida no deja de sorprender. El mismo Johnny, tan curtido en las idas y vueltas al infierno, aún es capaz de admiración por ese sonido que le asignó Rubin.

De esta manera el propio Cash ha plasmado su necrología, quizá para aliviar el dolor. Todas esas imágenes reunidas vienen del camino ¿de dónde si no? Y todas tienen características en común. Todas están impresas en blanco y negro, mejor dicho en diferentes tonos de gris, como ya poco se estila, y por lo tanto todas están desprovistas de color.

Son documentos hermanos para testimoniar los vuelcos y revuelcos de un cantante country que siempre supo transformarse para continuar. Y lo hace hasta con su propio fin.

CASH (FOTO 2)

 

 

Se percibe en las canciones la espesura que envuelve las dos orillas del río: la de la vida, agridulce, densa y plagada de dudas, y las de la desoladora nada: “Conozco la muerte —dice un personaje de La montaña mágica de Thomas Mann—, salimos de las tinieblas y entramos en las tinieblas”. Cita confirmada por el cantante.

¿Pero, qué es lo maravilloso de todo este cuadro? El hecho de que Cash, bajo las circunstancias en que se encuentra (con la parca rodeándolo por doquier, con 70 maltratados años a cuestas, entre drogas, alcohol y otros excesos; el reciente fallecimiento de su llorada esposa June y enfermo de neumonía con varias recaídas durante las sesiones de grabación), haya percibido claramente los signos de otros músicos que saben quién es quién, pero que —en el imaginario colectivo— tienen poca relación entre sí, para armar su repertorio de canciones de despedida.

Porque eso es lo que quería, un disco de despedida y no uno póstumo. Uno para el que se preparó durante la última década con la serie American.

Cuatro discos que convocaron géneros diferentes al igual que sus características, pero que esencialmente se erigen en la defensa de un conjunto de valores que se saben extintos y marcados en definitiva por la personalidad de su intérprete.

En la cuarta entrega aparecen temas de Paul Simon (“Bridge over Troubled Water”), Sting (“I Hung My Head”), Ewan McColl (First Time Ever I Saw Your Face”), The Beatles (“In My Life”), The Eagles (“Desperado), Hank Williams (I’m So Lonesome I Could Cry”) y sobre todo el sarcasmo de Martin Gore (“Personal Jesus”) tornado en creencia inquebrantable, así como “Hurt” de Trent Reznor y sus razones sobre la autodestrucción.

Metáforas, declaraciones, reafirmaciones, confesiones, luchas con fantasmas y manifiestos hechos por un intérprete transgenérico, como reclaman los nuevos tiempos y los nuevos públicos, ante la resignación del último aliento.

Los enigmas del arte, en la frontera de la vida, asomaron las orejas e hicieron a Johnny más sabio por diablo que por viejo.

A los demás nos queda escuchar de qué manera alguien como él, que permeó su género por medio siglo a base de baladas mórbidas y marginales, hace mutis del foro volviéndose a transformar.

Y esa transformación se escucha de forma tan impactante (vía la producción tecnológica) y conmovedora (vía la lírica rockera), con las palabras de otros hechas suyas, acercadas a su terreno, y con una voz en primer plano llena de la autoridad y verosimilitudes, que permite oír y saberla muy real y humana. Así cantó para despedise el Hombre de Negro.

VIDEO SUGERIDO: Johnny Cash – In My Life, YouTube (mawrazen)

CASH (FOTO 3)

 

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