CANON: RY COODER

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EL GUITARRISTA JUSTICIERO

Ry Cooder (nacido en Los Ángeles en 1947) es una especie de Indiana Jones de la música popular contemporánea. Es un explorador que gusta de aventurarse por horizontes ignotos para el mainstream. Busca tesoros ocultos, estudia sus orígenes, se involucra en sus historias, descubre gente, pasados, héroes, leyendas, tradiciones, epopeyas y desventuras.

Y luego de hacerlo reúne, graba, promueve y proyecta sus descubrimientos a través de compañías selectas, independientes, a las que acuden luego hambrientas las gigantescas trasnacionales hastiadas de los mismos ritmos.

Esto lo ha hecho siempre, desde su temprana juventud allá por los años sesenta, cuando se adjudicó el compromiso artístico de la independencia, las causas perdidas y los caminos alternativos. Se forjó como un caminante solitario y justiciero (la cinematografía misma le ha pedido sonorizarla: Paris, Texas, como exégesis) al que le gusta poner las cosas en su sitio —acción que conlleva en sí la crítica del observador profundo y la obra fecunda—.

Así ha sucedido, como ejemplo, con el blues autóctono, de raíces country, al que casi nadie le prestaba atención en la Unión Americana. En 1964, junto con el intérprete de folk blues que se hacía llamar Taj Mahal (es decir, dos de los artistas más interesantes y eclécticos de la escena musical estadounidense de los últimos 50 años), formó un grupo al que llamó Rising Sons.

La ola inglesa y su versión del blues aún no habían despertado de su letargo a los ejecutivos de las compañías discográficas. Todo un álbum fue mezclado y preparado por ellos para editarse, cosa que finalmente no sucedió. Las cintas fueron a las bóvedas de la Columbia, donde permanecieron durante 25 años, hasta que la fama del músico la obligó a editarlas. El álbum contenía 18 cóvers de diferentes bluesmen (Robert Johnson, Willie Dixon, Jimmy Reed, entre otros) y cuatro temas originales.

Otro ejemplo de sus travesías se dio en la reunión con el guitarrista malinés Ali Farka Touré. Un encuentro que habló a favor de expandir las fronteras, conocer a los artistas excéntricos, hacer el esfuerzo de aprender de los de fuera de las esferas generadoras de la música occidental.

El proyecto rebasó los géneros y presentó una combinación antes inimaginable de dos músicos desconocidos entre sí, surgidos de antecedentes culturales por completo distintos. La sinergia entre ambos guitarristas (de lenguajes distintos) en el disco Talking Timbuktu fue realmente asombrosa.

De África brincó entonces al Caribe, para regodearse en el son cubano. El mundo conoció entonces a Ibrahim Ferrer, a Rubén González, a Puntillita…olvidados maestros del son en su propia tierra. Fue la riqueza revelada en la isla del Caribe. El boom no se hizo esperar para ser miembro del Buena Vista Social Club. Así otra sus aventuras caballerescas tocaba a su fin para que sus personajes viajaran por sí solos a partir de entonces.

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Luego de ello Cooder tuvo ganas de volver a casa y lo hizo para encontrar en el traspatio de la misma una historia enterrada. Chávez Ravine es la muestra de su quehacer descubridor. Una muestra como siempre honesta y auténtica de su compromiso artístico.

Tras una efeméride deportiva —el cambio de residencia del equipo de beisbol de los Dodgers, de Nueva York a California, así como la construcción de su estadio— se halla un hecho socioeconómico que afectó a miles de personas del barrio con tal nombre en el Este de Los Ángeles, el cual puso en evidencia la malevolencia de la política en contubernio con el capital, del gobierno estatal contra una minoría étnica: falsas promesas a cambio de sus propiedades.

Cooder a través de 15 viñetas musicales reconstruyó aquel viejo distrito de la primera mitad del siglo XX, que albergaba familias de ascendencia mexicana, de antigua residencia o recién llegadas a territorio estadounidense. Y lo hizo con sensibilidad y agudeza. En composiciones originales o versiones de piezas de ese tiempo en colaboración con los músicos representativos de aquellos momentos cruciales del lugar que llegaba a su fin.

Con Chávez Ravine, un álbum de instantáneas sonoras, Ry Cooder regresó a casa, sí, para propiciar de nueva cuenta el acicate de la conciencia en el propio hogar, con la mirada de otros cronistas que por igual hablan del ayer con el espejo del acontecer de hoy en la mano.

El guitarrista, con la experiencia que le ha dado su andar, su temple con las cuerdas, sabe que debajo de la realidad visible y de la historia de cualquier geografía existe una segunda realidad y otro tiempo, el de la intrahistoria, donde es posible reivindicar la actualidad de símbolos y mitos que integran la raíz de los hombres contemporáneos.

En el camino de la música sacada a flote por él, en la friolera de 300 discos publicados (entre álbumes solistas, compilaciones, soundtracks y como invitado), entrecuzan su paso la emoción y el pensamiento, la reflexión y los sentimientos, la razón y el corazón.

El guitarrista alcanza sus ideas creadoras por estas diversas vías y con ellas pone al lado su empatía, conocimientos y colaboración al servicio del pensamiento y espíritu “de los otros”, así como su afán por reclutar las voces musicales que representen en su momento tal espíritu.

Sus discos (My Name is Buddy, I Flathead, Pull Up Some Dust And Sit Down, Election Spcecial, The Prodigal Son), son una muestra palmaria de esta concepción expresiva, de ese enfrentamiento con la realidad del país que visita y del desarrollo de un concepto concreto. Cada material es valorado en su actualidad e intemporalidad.

El origen y esencia de su arte se encuentran en cada viaje preciso en el tiempo, y por eso tienen cabida en su obra la crónica y el diario, la reflexión aforística y la contemplación descriptiva, pero lo que define el entramado es su carácter de ensayo viajero. Eso es lo que hace Cooder regularmente en toda su discografía, que cumplió 50 años: desde el homónimo Ry Cooder de 1970 hasta The Prodigal Son, como solista; hasta las múltiples compilaciones, colaboraciones, bandas sonoras, y como invitado o productor en los álbumes de otros.

El sentido estético de este artista hipermoderno nace del hecho de que todo proyecto que emprende es un viaje trascendente, pues junto al desplazamiento exterior se impone el viaje interior, personal y único como hilo armónico que otrorga una sutil unidad de acción.

Más allá de lo sabido, leído y escuchado del lugar al que se dirige, busca en la música descubierta la denuncia de los sentimientos, el desarrollo humano dentro de la injusticia de las humillaciones cotidianas.

Los discos de Ry Cooder son los relatos de un viajero por tiempos relativos. Lo importante de cada álbum suyo son los matices, los elementos con los que crea la sustancia que enlaza temas y reflexiones nacidas de las raíces profundas, del quehacer de la cultura en el mundo que vivimos donde ya nada debe sernos ajeno, al contrario. Ese es el mensaje ulterior del guitarrista: el pasado como espejo que se ofrece al presente.

De ahí su acento tan personal como comunitario, tan apasionado, como sincero en la expresión de sus pensamientos y sensaciones. Es un testigo fiel y un tipo seguro de su objetivo: hacernos conscientes de no estar viviendo un choque de civilizaciones, del enfrentamiento entre culturas, sino la de estar forjando una cultura diferente, común a todos, la del conocimiento, a pesar de los intereses y aversiones por dicha idea de los políticos nacionalistas en turno.

VIDEO SUGERIDO: Ry Cooder- The Prodigal Son (Live in studio), YouTube (Ry Cooder)

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