ROCK Y LITERATURA: EL EVANGELIO DEL DESPRECIO (II)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

(GUSTAVE FLAUBERT)

El sesgo de la corrección política (a la que previó Gustave Flaubert) actualmente se ha acentuado, si nos fijamos bien, en lo que se refiere a la cultura. Ahí se da vuelo el kitsch de tal conducta, claramente inspirada en su apabullante y huera algoritmia computarizada; en la estética de la última película o serie de género o racial y sus sagas promocionales y panfletarias (que utilizan los términos: inclusión-exclusión, cuotas genéricas, empoderamiento, apropiación y cancelación cultural, supresión o el perfil apropiado, por ejemplo, para que cuadren con los likes tribales necesarios).

 

El ala derechista y conservadora de todas las sociedades ataca directamente a la cultura censurando, cancelando y recortando (exposiciones, películas, libros, canciones, presupuestos, premios o a los artistas mismos). Estamos viviendo un momento peligroso. Y la izquierda no entiende que, al igual que la salud, la cultura no puede dejarse en manos privadas ni puede ser manoseada a discreción. La derecha lo ha visto muy claro y su control es lo primero que exige cuando entra en los gobiernos. Quiere sujetarla, acabarla. Si no se reacciona, habrá multiplicidad de expresiones y manifestaciones perdidas.

 

Esa malsana obsesión por no ofender a nadie, por no molestar a nadie, y la casi global proclividad (individual y colectiva) a sentirse ofendido por cualquier cosa, son ya moneda corriente Es la religión de la corrección política, y va en aumento, con protestas e indignaciones de intolerantes incapaces de contextualizar nada, las obras de arte mucho menos.

 

La tendencia a demonizar y “reparar” los “agravios” del pasado se está consolidando por doquier, como muestra está la censura a los libros infantiles. ¿Sus pecados? “Lenguaje ofensivo, insensibilidad con respecto al sexo y a la violencia”. A Roal Dahl, como muestra, porque en sus novelas “utiliza palabras que pueden ofender o inquietar a los niños”.

 

Otro botón: el director del museo de cultura popular de Seattle (MoPOP), a propósito de la exposición que tenían sobre Harry Potter, anunció que toda referencia a la escritora de la saga sería eliminada. ¿Qué, cómo? ¿Censuraban a la autora de los personajes sobre los que ellos mismos  realizaban una exposición? Así es, porque eso obedecía a una campaña que se inició hace unos años cuando la autora dio su opinión sobre lo que para ella es una mujer. Se creó entonces una campaña de los extremistas genéricos y demás líquidos, intentando que se dejaran de vender sus libros, que se quemaran los que estaban en bibliotecas y que a su imagen se le “enjuiciara” públicamente.

 

Existe, asimismo, tanto la sugerencia como el acto de reescribir a los clásicos para adaptarlos a los infinitos requerimientos de los nuevos torquemadas. A Agatha Christie porque tituló a una novela Diez negritos y suena racista; a Mark Twain o Harper Lee porque utilizan la palabra “negro” en sus novelas; a Nabokov porque Lolita podría parecer una apología de la pederastia, al Quijote porque utiliza infinidad de veces la palabra “puta”, y así sucesivamente.

 

Quizá ha llegado el momento, como se tuvo que hacer en Fahrenheit 451, de aprenderse de memoria los libros que están en riesgo, para poderlos transmitir a las generaciones futuras cuando pase la pandemia Inquisitorial.

 

El arte y la literatura han tenido siempre el objetivo de liberar al lenguaje de las rutinas alienantes y proponer a la sociedad opciones acerca de sí misma (como lo quería el autor francés); son la contraparte a tanta tontería que utiliza gustosamente toda perogrullada y también lo cursi y que convierten los formalismos en hábitos y en costumbres patéticas (de eso Flaubert estaba consciente de manera dolorosa).

 

Si no, compruébese leyendo, viendo u oyendo actualmente cualquier medio masivo de comunicación, cualquier red social, distribuidores indiscriminados y mayoritarios de corrección política y fanáticos de la cancelación, esos lugares comunes que se han colado en todos los sentidos de la vida humana.

 

 

¿En un parque temático debe censurarse una atracción que tiene a Blancanieves como personaje porque recibe un beso no consensuado del príncipe? ¿Puede un cocinero blanco preparar un guiso chino o es apropiación cultural? ¿Pueden los actores interpretar a personajes que no sean de su misma raza y condición sexual?

 

Alguien describió muy claramente tal actitud: “Cancelar es un conjunto de acciones ejercidas por parte de un colectivo sobre personas u organizaciones que opinan distinto e instan al público, mediante el descrédito, a que les hagan boicot, tratando, incluso, de ‘matar su imagen’ públicamente. A priori la cancelación la llevan a cabo un grupo de personas, principalmente a través de las redes sociales”.

 

La cancelación cultural es pues una campaña de la ultraderecha fanática o de la izquierda patidifusa para que las editoriales no publiquen ciertos libros, se les retire de las bibliotecas o que la gente no compre libros de quienes disienten de sus posturas, y así con todas las demás manifestaciones culturales a las que han tomado por asalto; la censura la ejercen los gobiernos al prohibir una publicación, una película o cuando arguyen problemas de presupuesto para no financiar una obra de teatro, a una biblioteca o en la contratación de artistas para algún espectáculo público.

 

La tradición artística, literaria y cinematográfica, la política, la historia, deben siempre ser analizadas en sus contextos pero ¿quién tiene hoy la voluntad para hacerlo? ¿quién puede establecer esos criterios, si hoy están manejados por ese poder sin nombre que son las mentadas redes sociales? Estamos atravesados por el discurso dominante que se desplaza por ellas. La vida de todos está siendo moldeada por el algoritmo que provocan. Por eso debemos preocuparnos por el hoy y su futuro, porque de prohibiciones y de acoso a quien se cuestiona es lo que se conoce como pensamiento woke, de eso trata la cultura de la cancelación.

 

Cuestionarse el derecho a opinar en pleno siglo XXI y asumir que una parte de la población se crea con el derecho de callar a la otra es pernicioso. El diálogo, incluso entre posiciones opuestas, es la base de cualquier convivencia democrática, algo que parece olvidarse en un entorno social y cultural en el que abundan las verdades absolutas.

 

Es fácil reírse de todas esas estupideces (que se tornan en masivas) o convertirlo en objeto de estudio y observación; sin embargo, no debe pasarse por alto en qué medida esa supuesta cultura popular está basada, de hecho, en esos lugares comunes, prejuicios e ideas preconcebidas confirmados por ese mismo consenso general en tales redes. De esta forma la risa se torna en mueca y esta argumentación devuelve la razón al horror de Flaubert ante los convencionalismos, el discurso dominante de lo políticamente correcto, de la charlatanería común, pues nos presenta desnuda a la necedad como tal, socialmente hablando, producto de dichas conductas.

 

La intelligentsia rockera que, por historia y desarrollo cultural, ya cuenta con un largo listado de nombres (Dylan, Patti Smith, Neil Young, Bruce Springsteen, Kim Gordon, Nick Lowe, Jarvis Cocker, Nick Cave, John Cale, Mark Oliver Everett, Tom Waits, Damon Albarn, etcétera, etcétera), lanza una contraofensiva en sus conciertos, en sus discos, en las entrevistas que conceden, hacen suyos los argumentos de los literatos como Flaubert (que nos legó sus Evangelio del desprecio), de poetas como Whitman, de filósofos y escritores como Byung-Chul Han o Pankaj Mishra, de científicos como Einstein y Hawkins (con un gran sentido del humor, ambos) y de todos aquellos que han legado sus conceptos sobre la libertad, la comunidad, el respeto a disentir, a experimentar, a pensar.

 

Haremos bien, quienes compartimos el placer de disfrutar de tal intelligentsia, en propagar sus obras y la de quienes los han influenciado, para poder disfrutar también de un futuro menos distópico, menos idiota.

 

VIDEO: Good Girls Don’t by THE KNACK, YouTube (KnackFan)

 

 

 

 

ROCK Y LITERATURA: HIGH FIDELITY (NICK HORNBY)

Por SERGIO MONSALVO C.

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¿POR QUÉ ME GUSTA?

1.- Hay escritores con los que te identificas de manera perdurable; que con su visión del mundo te vuelves cercano y empático con ellos, porque expresan de forma inmejorable emociones que has sentido. Con Nick Hornby me sucede eso, y desde que lo descubrí –tiempo ha—suelo seguir su pista literaria tanto como la adaptación cinematográfica de la misma. Este escriba británico me ha producido grandes y pequeños placeres con su obra. Y de entre ella, High Fidelity (1995) destaca sobremanera por las afinidades que siento.

2.- Es un retrato plagado de gracia y ternura hacia algo tan triste como la ruptura sentimental y lo que sigue: el desconcierto, la pérdida, el temor a la intemperie y la desolación que pueden sobrevenir tras el quiebre amoroso. De ella, además de lo mencionado, lo que me enganchó fue que tenía a la música como principal protagonista, al rock en específico, y al individuo que la porta como un quijote contemporáneo. Hornby es rockero en cuerpo y alma y aquí proporciona una de sus grandes muestras.

3.- La cultura del autor inglés en este libro tiene raíces claras con diversos mentores como Umberto Eco, el primero, quien anotó que mucha gente da por hecho que de proponérselo el mundo entero cabría en una sola lista por imposible que esto pudiera parecer (Borges sería uno de ellos, y por eso es otra de las raíces de Hornby). Desde los comienzos de la escritura, la obsesión humana por registrar las cosas, de la que surge toda clasificación u ordenamiento, ha sido algo perseverante en ella. Los primeros ejemplos de esto fueron las tablas de arcilla de los sumerios. High Fidelity es una lista vital. Hacer una lista obliga a reflexionar.

4.- Marcel Proust es otra conexión escritural y estética. Tal autor señaló que la única forma de saborear las impresiones vividas, en cualquier sentido (en este caso el amoroso), es la de intentar conocerlas más completamente. Ir ahí donde se encuentran, es decir, dentro de uno mismo, y volverlas claras hasta en sus profundidades. Con el fin de darnos cuenta de que las resurrecciones de esas impresiones en la memoria evocan las sensaciones de otro tiempo y, de forma semejante, provocan el surgimiento de una verdad nueva.

Las verdades nuevas, las ideas sobre nuestras emociones actuales, son pues sucedáneos de las penas pasadas. Porque recordar el dolor por el que hemos pasado nos obliga a entrar profundamente en nosotros mismos. Y esa es una imagen del pasado que se intenta descubrir con los mismos esfuerzos que los necesarios para recordar tales momentos, y así saber o descubrir que nuestros conceptos sobre lo que somos, porque sentimos, están contenidos en aires de música (que las ha envuelto y acompañado) que nos vienen a la mente y que nos esforzamos por escuchar para identificarnos una vez más.

5.- La filmografía de Woody Allen es una filia más —Play it Again, Sam. Annie Hall, Hanna y sus hermanas, Manhattan– que le ha hablado a Hornby, como a nosotros, de las relaciones de pareja, de sus complejidades y misterios, de sus búsquedas y cuestionamientos, de las respuestas jugando al escondite. La imaginación es una máquina que el sufrimiento pone en marcha, y con ello a las personas (en este caso mujeres) que posan para nosotros como representación de aquello que nos ha sucedido y nos conceden sesiones tan frecuentes (y algunas veces humorísticas) como si fueran un taller de compostura, que está en nuestro interior, y al que recurrimos en un nuevo periodo amoroso.

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6.- Me gusta el libro (y la película) porque también recurre a un gurú, como lo hace Allen en Play it Again, Sam. La figura de Humprey Bogart aparece como modelo para darle indicaciones al personaje, Alby, sobre cómo lidiar con las mujeres. Hornby utiliza tal recurso, pero desde una evocación musical: Bruce Springsteen. Porque The Boss representa la autenticidad rockera, la quintaesencia del ser y estar como tal. Porque sus canciones (literalmente) le han salvado la vida a infinidad de personas. Por eso tal aparición en la película es medular. Es la enunciación del espíritu rockero.

7.- Me gusta la película basada en el libro (dirigida por Stephen Frears en el 2000, con John Cuzak en el papel principal) porque Hornby no le puso traba alguna e incluso vertió buenos comentarios sobre ella. Cosa nada usual entre escritores y adaptadores. También le gustó porque mantiene el prurito de hablar de la música todo el tiempo, de manera significativa y puntual. Porque no es un musical, sino que la presencia del género es natural y no impostada. Por el bagaje que se percibe, que se siente en cada frase, en cada escena, en cada monólogo o diálogo.

8.- Eso nos conduce directamente al soundtrack escogido. Es un muestrario ecléctico en cuanto a épocas, subgéneros e intérpretes. Escuchar a los 13th Floor Elevators, con “You Gonna Miss Me” abre la brecha entre todo ello, y de esta manera transitan por ahí los Kinks y John Wesley Harding, Velvet Underground y Love, Bob Dylan y The Beta Band, Elvis Costello & The Attractions y Stereolab, al igual que Sheila Nichols, Smog o Royal Trux. Lo mismo que la versión que hace Jack Black (Barry en la cinta) del clásico del soul “Let’s Get it On” de Marvin Gaye.

9.- Por lo mismo, estoy igualmente de acuerdo cuando este último personaje, Barry (tumultuoso dependiente de la tienda de discos de Rob –Cuzak),  encarnando al rockero nato, al ejemplo de actitud, al que no va a tomar prisioneros ni pactar, que manda al diablo, sin chistar, al cliente que entra en el establecimiento para pedir el disco que contiene la canción “I Just Call to Say I Love You”, pieza suprema de lo edulcorado, de lo melifluo, en que se puede convertir un tema, un cliché de la cursilería, como si fuera tarjeta de Hallmark.

10.- Me gusta el libro (y la película), pues, porque los personajes (Rob, Barry y Dick –Todd Louiso) hacen antologías personales de música (en esa época en cassettes, hoy mixtapes) para mostrarse, para definirse, para expresarse, como obsequio máximo para personas seleccionadas por cada uno de ellos (por amistad, por seducción, por amor). Lo cual es, quizá, uno de los mejores regalos que se le pueden hacer a alguien, debido a que en ello va implícita la sinceridad, la emoción, el sentimiento y el mensaje, que se quiere dejar claro. Es, valga el símil, una carta afectuosa escrita a mano. La música habla por uno.

11.- High Fidelity es una cinta (y libro) con el que me he identificado desde que apareció. Por afinidades electivas. Porque soy rockero de corazón, porque tal música ha estado presente en mi vida desde que la escuché por primera vez, porque es parte importante de mi oficio, porque hago listas constantemente con ella, porque es parte fundamental de mi memoria profesional, porque la he recibido y obsequiado como algo especial, porque me ha acompañado y con ella puedo definir a las personas, porque no hay momento alguno de mi existencia que no evoque alguna pieza.

12.- Me gusta High Fidelity porque soy coleccionista de discos, en varios formatos, y sé lo que significa adquirirlos, transportarlos, abrirlos y escucharlos (con toda su ceremonia), apreciarlos y mantenerlos en buen estado. Pero también porque sé lo que significa lidiar con ellos, con su carga histórica, emocional y física, acomodarlos en taxonomías particulares, secretas e íntimas, en nichos personales y cuidada selección. Por todo ello me identifico en varios aspectos con el filme y sus diversos niveles de lectura, porque los tiene. Es un gran libro y una gran película.

VIDEO SUGERIDO: “High Fidelity (2000” Theatrical Trailer, YouTube (Forever Cinematic Trailers)

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BABEL XXI-694

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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OuLiPo

Y

LOS SONIDOS POTENCIALES

(LIBRO CANÓNICOS 45)

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

 

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LIBROS CANÓNICOS: DE FUSILAMIENTOS (JULIO TORRI)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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«Toda la historia de la vida de un hombre está en su actitud”

Julio Torri

Un viejo y sabio poeta (ensayista, novelista y muchas cosas más), escribió que ante la falta de seriedad de la mayor parte de la humanidad, los hombres serios han adoptado diferentes posturas. La primera, una especie de tolerancia intelectual, que se traduce en una forma superior de la sonrisa, tan cauta, que los hombres poco serios, por exceso de seriedad, ni se percatan siquiera, y presumen de que se les toma en serio. Es lo que se llama ironía.

La segunda, es una especie de simpatía sentimental y cordial hacia la falta de seriedad de los demás hombres, y como un deseo arrebatado por estrechar la hermandad humana, tomando en serio su falta de seriedad, y dejando de tomarse en serio a sí mismo. Es lo que se llama humorismo.

Y la tercera, una especie de vehemencia intelectual al emplear la propia inteligencia en aquello en que los demás no la usan, o sea, en corregir la falsa y vana seriedad, reduciendo la infatuación personal a su justa medida y señalando las ficciones como tales. Es lo que se llama sátira.

Las tres posturas fueron siempre los ingredientes de la breve pero excelente obra de Julio Torri (1889-1970), uno de los escritores mexicanos más finos y delicados, cuya obra es corta pero llena de fulgores y de señas, hija de la curiosidad y la ironía, delgado y oblicuo reflejo del espectáculo de la vida.

“Todos somos un hombre que vive y un hombre que mira…—escribió—.  Nos interesamos en el vivir como por el desarrollo de una novela; novela singular en la que el protagonista y el lector son una misma persona; novela que leemos a veces de mala gana, y cuya narración se anima muy de tarde en tarde…  El actor es siempre esclavo del espectador y en los hombres extravagantes esta esclavitud se vuelve tiránica. Representa el actor en nosotros la pequeña sabiduría y lo mueven exclusivamente bajos intereses…El espectador, al revés, piensa ante toda pérdida en variar…  Para él perder es como abrir una ventana a las sorpresas”.

Acerca de este escritor han aparecido infinidad de artículos y ensayos. Sin embargo, su maravillosa producción los ha merecido en todos los tiempos, y el futuro no le será menos generoso, procurándosele siempre un examen minucioso y detallado.

En sus textos sonríen las ideas, los sucesos y las cosas, ofreciendo de esta manera un perfil inesperado y fugitivo; la paradoja y la poesía cruzan sus destellos y un discreto júbilo por la existencia y la belleza tiembla suavemente en los párrafos. Torri es el humorista adverso a toda hueca solemnidad: “La paradoja —asentó—, a cuyo ruido de cascabeles empiezan a acostumbrarse nuestros oídos, es la traza más segura para descubrir contradictores”.

No obstante, también es un antiverbalista, opuesto a la retórica torrencial y huracanada, flor de trópico americano y tan grata a muchos, sobre todo en sus años juveniles; Torri huye de este vicio hispanoamericano con su anticursilería. En su obra se advierte, junto a la ironía y la expresión ceñida, la esperanza en la cultura, presente siempre en el espíritu de aquella generación de intelectuales a la que perteneció.

En los estudios sobre la literatura mexicana se ha acentuado que el positivismo tuvo en México una larga permanencia gracias a sus nexos con el poder político. Sin embargo, por el año de 1908 se inició una reacción contra esta doctrina oficial, emprendida por la labor crítica del Ateneo de la Juventud.

Este grupo se rebeló contra las limitaciones que se imponían al desarrollo de la personalidad humana y en especial contra la defectuosa educación impartida en las escuelas. Aunque el trabajo colectivo del Ateneo de la Juventud fue de pocos años (1904-1914), realizó en el terreno cultural una revolución semejante a la política y a la social.

El espíritu que distinguió al grupo fue filosófico; y la intención común, la moralización. Su labor de mayor trascendencia se orientó hacia la revisión y crítica de los valores intelectuales. Julio Torri fue uno de los integrantes que determinaron la fisonomía del grupo.

Autor de breves libros como Ensayos y poemas (1917), De fusilamientos (1940), La Literatura Española (1952), así como de algunos otros estudios dispersos, «manifestó en su obra de creación, su aguda experiencia intelectual, y en sus trabajos de crítica, una amplia y madura erudición, producto de sus años dedicados a la enseñanza universitaria», en concepto de María del Carmen Millán.

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Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, compañeros y maestros ateneístas, fueron quienes dejaron la huella más profunda en la formación intelectual de Torri. Su alto concepto sobre el arte lo hizo poco tolerante. Serge Zaïtzeff subrayó que fue un escritor exigente y selecto que sólo aspiraba a crear obras originales y perfectas.

«Después de los 25 años, debe sólo publicarse libros perfectos», escribió Torri a Pedro Henríquez Ureña en 1914. Y así lo hizo. Gracias a su fina, intencionada y maliciosa inteligencia fue un descubridor e innovador literario tanto de la corriente fantástica dentro de la narrativa como de la prosa poética.

A pesar de ello, Torri comenzó a sentir la melancolía de tener que alejarse penosamente de todo lo que le importaba en realidad, debido a la necesidad de ganarse la vida «en empleos vulgares». Sin embargo, él tomó a sorna su sentimiento diciendo que «La melancolía es el color complementario de la ironía».

Singular actitud que lo convierte en un escritor sui generis no sólo de México sino de Hispanoamérica en general. Para apoyar lo dicho las palabras de Emmanuel Carballo al respecto: «…su obra, de acuerdo con el carácter del autor, aspira a la síntesis y a la captura de las esencias. Que trabaje el estilo y practique la ironía son rasgos que deberíamos aclimatar no sólo en la literatura mexicana sino en las letras hispanoamericanas.  Nuestros autores son por lo general más tristes que una tumba y su humor, cuando deciden utilizarlo, por plantágrado no pasa de ser lamentable.”

El humor de Julio Torri se aclimató tan perfectamente que perduró en las letras mexicanas gracias a su rara calidad y auténtica sensibilidad para la flaqueza humana, sin agotarse en sí mismo. La suya no es solamente una manera especial de ser concebida la ironía o lo risible. Más bien emana de un temperamento, de una actitud personalísima organizada para desarticular el sistema de asociaciones  habituales que unen los actos y las emociones a sus estímulos.

«Evadirnos de la fealdad cotidiana por la puerta de lo absurdo: he aquí el mejor empleo de nuestra facultad creadora», escribió. El absurdo que con humor se burla de la rigidez de la lógica, acompañado en forma constante por la poesía.

Este juego excéntrico, por inteligente, en el que aparece la sorpresa verbal cuando se espera lo consabido, o un artilugio poético, en lugar del gesto impaciente en el que nada humano desaparece, sino que sólo se exalta con arreglo a un determinado ritmo de imprevisión, constituye la fuente sustancial del humorismo torriano.

En la prosa de Torri predomina una auténtica y persistente lucidez proveniente de los ensayistas y escritores como Walter Pater, Charles Lamb, Jules Renard, Oscar Wilde, Heinrich Heine, Jules de Gaultier y Marcel Schwob, cuya lectura constante provocó quizá que su melancolía adquiriera el tinte del fino humor, propio del hombre que lo contempla todo con irónico escepticismo.

Esta es la constante en los textos del escritor, ya que a través de todos estos recursos transmite su propia visión del mundo: «El tiempo se burla finalmente de todo y parece –como lo notó Balzac— que «la ironía es el fondo del carácter de la Providencia.”

Mediante una gran variedad de matices -escribió Zaïtzeff presenta su peculiar manera de juzgar a la sociedad, a las mujeres, al escritor, a la muerte y a la vida, y en particular se puede observar que sus textos se estructuran a menudo alrededor de una perspectiva algo distorsionada o insólita.

Este procedimiento sirve obviamente para desconcertar y perturbar al lector en quien se produce un efecto que podríamos llamar disonante. De hecho, se introducen con innegable maestría notas grotescas, absurdas, hiperbólicas, paradójicas y contradictorias para conseguir el resultado deseado.

«Con fina agudeza Torri contempla el mundo –continúa el autor– burlándose de sus imperfecciones y a veces aún de sí mismo. En fin, las técnicas del humorismo y de la ironía se prestan admirablemente a las intenciones ‘subversivas’ de este hombre anticonvencional que se ha definido a sí mismo como ‘el mosquito perturbador’.”

La plena conciencia de la realidad, y la maestría intelectual con que Torri expone las falsedades convencionales, producen un positivo goce de la desilusión y, en consecuencia, un profundo amor a la ironía. Ese goce de la desilusión consiste en que, al ser creado, irradia un sentimiento de libertad y triunfo, sea porque como lectores hemos sorprendido la caída grotesca de los valores que oprimen o porque hemos descubierto que, en un mundo absurdo, tales valores componen una figura pomposa y solemne.

Uno de los rasgos del humorismo torriano lo representó su aparente espontaneidad; otro, fue que nació de un compadecido reconocimiento de las debilidades humanas. Sensiblemente descubrió ese punto débil donde lo humano pierde su donaire. Se espera algo, y cuando esa espera resulta vana la expectación se vuelve lúcida y nos hace sonreír. Es la frustración, reflejada en el yo o el nosotros, que al no ser tomada en serio produce cierto placer.

Esta disposición se da dentro de las reglas del juego del autor. Torri se sintió siempre bien dispuesto hacia la vida: la afirmó, la admiró. Si ésta se le presentaba menos afirmable, menos admirable, corregía ese accidente castigando el defecto con una sonrisa o una burla que, en el fondo, salvaban del accidente la esencia vital.

Con sus textos provoca en el lector emociones varias, mediante un cúmulo de recursos: el impecable y atinado lenguaje, la despierta imaginación, la ironía, el ingenio, la paradoja, la burla, los desengaños, la conciencia de la poca sabiduría humana y del defecto, el anticonvencionalismo producto de una naturaleza emancipada de los valores de su tiempo, la flexibilidad al examinar las cosas por el lado inverosímil, la percepción de las incongruencias y más que nada por el uso que hizo de todo ello en su innovadora prosa poética.

La poesía en este autor realiza propósitos insondables, iluminativos, vastos, ilimitados; y transmuta en transmisibles estados íntimos, recónditos. Los sentimientos, los más abstractos pensamientos, que parecía imposible expresar por medio de la palabra, se convierten en equivalencias sonoras y plásticas.

La suma de estas connotaciones en sus breves textos no se plasma en equívocos de sonido y sentido, sino en reciprocidades atributivas que intensifican el efecto de la realidad contemplada y la proyectan por encima y más allá á de lo natural, imperecedera en una nueva naturaleza modificada por la fantasía y la imaginación.

Con su humor lo azaroso trastrueca el sentido cabal en alusiones, señalando lo insólito, lo inusitado, como constantes de la realidad, en agudezas a veces contrapuestas al todo emocional, en inversiones de términos a la búsqueda de contrastes que desproporcionan la realidad en variaciones dispares hasta lo inaudito, tanto intelectivas como sensibles.

A Julio Torri sin duda los términos de este texto le parecerían «¡cosa increíble y absurda! con alabanzas para el difunto»; sin embargo, un difunto como él las merece todas puesto que sigue gozando de cabal salud.

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BABEL XXI-615

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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BLUES PEOPLE

(LEROI JONES)

(LIBROS CANÓNICOS 38)

 

 

 

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

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LIBROS CANÓNICOS: LA TIERRA BALDÍA (T. S. ELIOT)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Existen instantes en la formación de la cultura personal que significan una especie de conversión, cuando la materia que se está estudiando, leyendo, escuchando, investigando, deja de ser una cuestión ajena y se convierte por un tris cósmico en una revelación, en una nueva forma de estar en el mundo.

En tales momentos, y a pesar de no ser totalmente consciente de ello, el que lee, el que oye, el que admira, será transformado para siempre. Y si a dicha circunstancia se le agregan experiencias comunes semejantes, habrá descubrimientos generacionales, la cultura de éstas crecerá y el pasado será no sólo presente, sino futuro.

Eso pasa cuando se escuchan algunos discos o canciones que son parte de tu soundtrack (el joven y formativo que te construyó), y descubres que a través de ellos (de la intelligentsia rockera) has leído de alguna manera la obra de un escritor como T.S. Eliot, por ejemplo, que a esos músicos ha influenciado.

Que las ideas de aquél –sobre el espíritu de los tiempos, el uso de la palabra y la civilización– han sido pasadas por otro molino, el contemporáneo, pero cuya fibra y savia, se mantienen incólumes para alimentar a otra generación, que a su vez provocará con su relectura (de conocimiento o evocativa) que otra haga lo mismo en instantes como los mencionados, y así sucesivamente.

¿Y cuál es la importancia de Eliot, en este caso, para todo ello? De manera muy sintética, en extremo, la respuesta estaría en tres palabras: The Waste Land (La tierra baldía). Para llegar a esta topografía, el autor tuvo que recorrer un largo camino de siembra (del entorno) y deforestación (de sí mismo) y concluir en tal paraje frente a la penuria humana.

¿Y quién fue tal personaje? A orillas del río Mississippi creció Thomas Stearns Eliot. El 26 de septiembre de 1888 nació éste, el séptimo hijo de una familia de profundas raíces tradicionales. Su infancia se caracterizó por lo enfermizo de su constitución y por una educación estricta, individual y social.

Estudió filosofía en la Universidad de Harvard en 1906, y en la siguiente década con estudios semejantes en la Sorbona de París. Los cursos de posgrado los realizó en la universidad alemana de Marburgo, pero con el inicio de la Primera Guerra Mundial se trasladó a la de Oxford en Inglaterra.

En el mes de septiembre de 1914, en Londres, conoció y se hizo amigo de Ezra Pound. Como primera muestra de tal relación, Pound recomendó a Harriet Monroe, editora de la afamada revista Poetry de Chicago, la publicación de  «El poema de amor de J. Alfred Prufrock», con el siguiente comentario: «El mejor poema de autor norteamericano que hasta la fecha haya leído».

Al año siguiente, Vivien Haigh-Wood, «una inglesa de temperamento inestable», según los biógrafos, atrapó a Eliot –el término es justo, ya que éste era más bien tímido, reservado– y se casó con él. El hecho provocó una crisis familiar y el enojo del padre, industrial y radicalmente conservador, quien esperaba su retorno a los Estados Unidos y a Harvard. Jamás le fue perdonado el acto independiente y el testamento paterno lo demostró excluyéndolo.

Ahí comenzó otro periplo de Eliot. Maestro de escuela, la enfermedad nerviosa de su esposa. Trabajo como empleado en el banco Lloyd’s. Subdirector de la revista The Egoist. Publicación de su primer libro de poemas, Prufrock and Other Observations. Impactado por los sucesos de la guerra, el intento de ingresar a la marina de los Estados Unidos, para ser rechazado por cuestiones de salud.

El exceso de trabajo y de problemas maritales le produjeron un colapso nervioso. La cura la llevó a efecto en Suiza. Producto del reposo resultó The Waste Land (La tierra baldía), poema corregido, organizado y formado por Pound y el cual fue publicado en 1922. Renunció a su trabajo en el banco para convertirse en editor de la compañía Faber and Faber. En 1927, se naturalizó inglés y se convirtió a la Iglesia anglicana.

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Su importancia y guía dentro de las letras inglesas creció, lo mismo que su bibliografía en diversos géneros, como la poesía, el ensayo y el teatro. Tras larga enfermedad mental murió su esposa, en 1947. Al año siguiente recibió el Premio Nobel de Literatura. El 4 de enero de 1965, T. S. Eliot falleció, pero su prestigio seguiría creciendo. La Abadía de Westminster acogió sus restos.

Eliot siempre sostuvo que un poeta debía tener conciencia de la palabra, de la defensa incuestionable del lenguaje. A éste él lo cultivó con sus múltiples formas, para extraerle todos los beneficios de los que era capaz. La Tierra Baldía, centrada en la búsqueda poética, también tuvo impacto en la cultura popular. Esta obra (junto con los Cuatro Cuartetos) marcó a generaciones de poetas y músicos en todo el mundo.

Con ella Eliot creó escuela y tendió puentes hacia la modernidad. Hoy, conserva esa fuerza, ese magnetismo propio de la gran poesía. Señaló que no había que buscar la novedad per se, ni la imitación, porque si había algo distinto que decir, forzosamente saldría al paso. “La imitación es servidumbre, pero la influencia puede significar liberación”, aseguraba.

La suya fue una travesía permanente en busca de la autenticidad. Sostuvo que lo importante no era el poeta, sino el poema, su quimera, como la de todo rockero que se plantea cuestiones sobre la existencia.

 

La tierra baldía es un poema de emoción inmediata, con su atmósfera de gran fresco de una época acelerada. Por eso toda la poesía urbana del siglo XX tiene una raíz inevitable en él. Ese poema retrata una cultura decadente, gastada, cuyo sedimento ha sido envenenado por los aromas de la conflagración humana.

Pocos poetas han tenido tanta influencia. La tierra baldía lo puede entender cualquier lector actual porque habla de un ser que ha perdido su relación con la divinidad. Tal concepto modernista enganchó con la estética del rock.

Aquí habría que recordar lo dicho por el propio autor: “Varios críticos me han hecho el honor de interpretar el poema en términos de una crítica al mundo contemporáneo; de hecho, lo han considerado como una muestra de crítica social. Para mí supuso solo el alivio de una personal e insignificante queja contra la vida; no es más que un trozo de rítmico lamento”.

Sin embargo, su estética habla de más cosas. Como la confirmación de que

cada artista (o congregación de ellos) construye su propia tradición sin obedecer más límites que los de sus capacidades personales o combinadas, sus afinidades o sus azares de identidad y, además, de que se puede ser discípulo de autores que han actuado en diversos estilos, pero que, hay secretos de la expresión que tal vez solo puede aprender en el suyo, el propio.

  1. S. Eliot conjeturó que “un autor influye a sus antecesores, porque nos fuerza a mirarlos a través del ejemplo que él ha establecido”. Al laureado escritor sin duda le hubiera halagado saber que la cultura del rock reconoce sus teorías en el arte sonoro de la actualidad.

De Eliot el rock aprendió que no se puede ser contemporáneo sin una tradición. Cada exponente auténtico, a través de las épocas, va eligiendo la suya, en toda corriente. Y ésta se inserta en el diálogo entre las generaciones y es muy importante que no se interrumpa, ni se lleve a la dispersión o a la directa abducción de zonas enteras del pasado.

Para corroborarlo están las piezas de grupos y solistas que lo han traído a colación: Bob Dylan (“Desolation Row”), The Smiths (“The Queen is Dead”), Crash Test Dummies (“Afternoons and Coffeespoons”), Tori Amos (“Pretty Good Year”), Devo (“Social Fools”), Lloyd Cole (en Standards), I Am Kloot (“Some Better Day”), Nick Waterhouse, Get Well Soon, Divine Comedy, etcétera, en una larguísima lista de autores.

Una tradición no son sólo nombres de grupos o creadores que flotan en el aire y que ejercen su influencia igual que se dispersa el polen de una planta: lo son igualmente los títulos de discos claves, volúmenes tan públicos como raros y canciones tangibles, que se transforman en fonotecas en las que se custodian sus aportaciones, son anaqueles que despiertan la atención y la codicia de los músicos investigadores y estudiosos. Un follaje tupido y diverso con aquella tierra baldía como fondo omnipresente.

VIDEO: Crash Test Dummies – Afternoon & Coffeespoons (Official Video), YouTube (CrashTestDummiesVEVO)

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BABEL XXI-607

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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EN NOMBRE DE LA ROSA

(LIBROS CANÓNICOS 37)

 

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

https://www.babelxxi.com/607-el-nombre-de-la-rosa-libros-canonicos-37/

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LIBROS CANÓNICOS: I, ROBOT (ISAAC ASIMOV)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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El futuro tecnológico comenzó como un cortesano divertimento medieval. En el siglo XX tuvo su fijación reglamentaria, y en el XXI la urgencia de un reemplazamiento ético. Hablo de los robots. Lo primero fue un invento de Leonardo da Vinci como entretenimiento palaciego; lo segundo, una meditación científico-literaria del escritor Isaac Asimov y, lo tercero, una urgente necesidad social expuesta, de nuevo, por la ciencia ficción (tanto cinematográfica como televisiva).

En el 2020 se celebraron los 100 años del natalicio del autor ruso-estadounidense Isaac Asimov. De éste sabemos que nació en 1920 en Petróvich, hoy parte de la Federación Rusa y antaño de la Unión Soviética, y que se mudó con su familia a los tres años de edad a Brooklyn, en los Estados Unidos.

En los establecimientos comerciales que fundó su padre aprendió la ciencia ficción, de la que se hizo maestro, leyendo publicaciones pulp. Se hizo bioquímico en la Universidad de Columbia, donde también se doctoró para luego pasar a la prestigiosa Universidad de Boston, donde fue profesor asociado y luego titular. Fue un científico humanista que puso por escrito todos sus intereses en cerca de 500 títulos, entre literatura de ciencia ficción, ensayos científicos y divulgación cultural de diversa índole.

Fundamentalmente, se le recuerda por sus aportaciones y nombre a disciplinas que estudian lo positrónico, la psicohistoria y la robótica. De esta última materia han pasado a la historia sus sagas literarias, en las que quedaron inscritas sus famosas tres leyes (como en el libro I, Robot –Yo, Robot, de 1950), que han dado mucho juego tanto a la investigación tecnológica como a la ciencia ficción.

Dichas tres leyes son:

Primera: Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, tampoco permitirá que un ser humano lo sufra.

Segunda: Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley.

Tercera: Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con las primeras dos leyes.

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Isaac Asimov

Estas leyes son un conjunto de normas elaboradas por Assimov que se aplican a la mayoría de los robots de sus escritos. En ese contexto, son “formulaciones matemáticas impresas en los senderos posistrónicos del cerebro de los robots” (programas con códigos que regulan su cumplimiento y que están instalados en su memoria principal).

Tales leyes surgieron como medida de protección para los seres humanos. Según el propio Asimov, con ellas quería contrarrestar un supuesto “complejo de Frankenstein” (un temor que el ser humano desarrollaría frente a unas máquinas que hipotéticamente pudieran rebelarse y alzarse contra sus creadores). De intentar siquiera desobedecer una de las leyes, el cerebro positrónico del robot resultaría dañado irreversiblemente y el robot «moriría».

A un primer nivel no presenta ningún problema dotar a los robots con tales leyes, a fin de cuentas, son máquinas creadas por el hombre para su ayuda en diversas tareas. La complejidad reside en que el robot pueda distinguir cuáles son todas las situaciones que abarcan las tres leyes, o sea poder deducirlas en el momento. Por ejemplo, saber en determinada situación si una persona está corriendo peligro o no, y deducir cuál es la fuente del daño o la solución.

Las tres leyes representan el código moral del robot. Un robot actuará siempre bajo esos imperativos. Es decir, un robot se comportará como un ser moralmente correcto. Sin embargo, es lícito plantearse lo siguiente:

En la actualidad y ya que la imaginación de Asimov ha cobrado realidad y a los robots los conocemos no sólo por los textos, sino a través de las nuevas tecnologías (como gadgets, juguetes o herramientas domésticas, médicas, laborales, etcétera), se produce la absoluta necesidad de crear un código moral, no solamente para ellos, sino también para quienes los diseñan, fabrican, producen, comercializan y usan.

(El público conoció la palabra robot a través de la obra R.U.R. (Robots Universales Rossum) del dramaturgo checo Karel Čapek, que se estrenó en 1920. El vocablo se escribía como robotnik. No obstante, en una breve carta escrita a la editorial del Diccionario Oxford, el autor le atribuyó a su hermano Josef la invención del término. ​ Éste le sugirió «roboti». La palabra robota significa literalmente trabajo o labor y figuradamente «trabajo duro» en checo y otras lenguas eslavas. Tradicionalmente, por aquellos lares, robota era el periodo de trabajo que un siervo debía otorgar a su señor, generalmente 6 meses del año.)

Un robot, pues, carece de voluntad, intención, conciencia; por tanto, no puede ser agente moral. Al menos, no con el desarrollo actual de la inteligencia artificial. Pero ¿podrán adquirir esas cualidades próximamente? Y mientras tanto, ¿quién será el responsable de sus actos?)

¿Si su evolución resulta en una toma de conciencia? ¿Serán sujetos morales? ¿De qué tipo? ¿Tendrán derechos como los humanos o laborales? ¿Cuáles?

Tal necesidad social de códigos mutuos es una cuestión que las legislaciones globales y de los países en particular, a causa la rápida evolución tecnológica, deben considerar imprescindible y urgente. Los gobiernos deben plantearse hablar de ello. No con un debate teórico ni abstracto, sino como un diálogo sobre algo ya muy muy cercano (la literatura, el cine y las series de televisión ya lo han hecho y lo hacen constantemente) ¿La política, cuándo?

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Algunas de las ideas de la historia assimoviana han servido de inspiración a diversos grupos musicales. En la electrónica al alemán Kraftwerk, por ejemplo, en toda su obra. En el rock progresivo al inglés The Alan Parsons Project para la grabación del álbum conceptual I Robot de 1977.

 

I Robot fue el segundo álbum de estudio del extinto grupo británico (que finalizó sus andanzas en 1990) ​y destaca por la utilización extensiva de las nuevas capacidades del sintetizador Moog, de reciente desarrollo tecnológico de los estudios EMI, sello pionero en el uso de tales equipamientos que ya habían sido utilizados para el disco debut de la misma agrupación, Tales of Mytery and Imagination, de 1976.

El álbum se inspiró en las historias de Asimov sobre los robots. El productor ejecutivo, compositor y vocalista Eric Woolfson habló realmente con el escritor, quien se mostró entusiasmado con la idea. Como anteriormente ya se habían concedido los derechos a una empresa de televisión y cine, el título del álbum tuvo que ser alterado ligeramente eliminando la coma, y el tema y las letras fueron hechas para tratar más genéricamente sobre robots y la relación con el ser humano en vez de las específicas con el universo asimoviano.

En el interior de la portada se podía leer: “I Robot… The story of the rise of the machine and the decline of man, which paradoxically coincided with his discovery of the wheel… and a warning that his brief dominance of this planet will probably end, because man tried to create robot in his own image. (Yo Robot… La historia del ascenso de la máquina y el declive del hombre, que paradójicamente coincidió con el descubrimiento de la rueda… y una advertencia de que su breve dominio de este planeta probablemente terminará, porque el hombre trató de crear el robot a su propia imagen).

Alan Parsons (proyectrón, programación de secuenciador SynthiA, guitarra acústica, vocoder, loops de cinta, efectos de sonido, ingeniero de grabación y productor) y el mencionado Woolfson (clave, teclados, piano Wurlitzer, órgano, piano y productor ejecutivo) fueron los encargados de generar piezas tan eclécticas como originales.

La pieza de apertura del álbum, “I Robot”, ofreció un cuidadoso arreglo de sonidos sintetizados, instrumentos tradicionales y efectos de amplitud espacial manejando el retardo entre los canales estéreo, donde se puede apreciar la maestría de Alan Parsons como ingeniero de sonido.

Otras canciones como “The Voice” hicieron uso del dispositivo vocoder, innovador por aquellos tiempos, y también sonaron como un grupo de rock más convencional en “Breakdown”, esta última terminada con un segmento coral, arreglado por Andrew Powell, que colaboró en los arreglos, la dirección de sesión de cuerdas, en los coros, en el órgano Hammond y la composición del tema “Total Eclipse”.

Este álbum (en el que participó más de una veintena de músicos, además de los señalados) marcó un estilo que se podría rastrear hacia atrás, partiendo desde el hito The Dark Side of The Moon de Pink Floyd de 1973, donde Parsons trabajó como ingeniero de sonido. En cierto modo, la continuidad entre las canciones (gapless) y el uso de tomas múltiples de sonido fue también utilizado en Tales of Mystery…, indicando con todo ello una conjunción de técnicas avanzadas de edición con instrumentos electrónicamente sintetizados.

El sonido de estos trabajos identifica el estilo inglés de esa época acompañado por una sólida formación musical de algunos integrantes como Powell, no dudando en incluir elementos de música clásica como corales y de instrumentos como arpas, y órganos de tubos (en Tales of Mystery… y en Pyramid). Particularmente el sonido del grupo, pulido hasta el extremo del perfeccionismo de Alan Parsons, hizo que I Robot tuviera un impecable registro acústico, seguido de una calidad musical sorprendente.

La influencia del libro de Issac Asimov se nota en canciones como “Breakdown” y “I Wouldn’t Want to Be Like You”, donde se puede entrever la desesperación de la máquina ante la situación de querer ser hombre, vivir y sentir como un ser humano y, al mismo tiempo, rechazar la naturaleza humana, sus debilidades.

Más de 40 años después, el sonido inigualable de la apertura del álbum nos dice que ciertas obras musicales son inmunes al paso del tiempo y se vuelven clásicas: I Robot podría bien pasar por un álbum grabado en el siglo XXI. Isaac Asimov murió en New York el 6 de abril de 1992, donde fue incinerado.

VIDEO: The Alan Parsons Project – I Wouldn’t Want to be Like You, YouTube (The Alan Parsons Project)

 

 

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LIBROS CANÓNICOS: PAUL CELAN (SONGBOOK)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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LA CONSTRUCCIÓN DE UN POETA

 

 

La poesía, en el caso del centenario Paul Celan, se trata acerca de la palabra hablando de su propia finitud. Es decir, el postrer vocablo del que fue el último en mirar. Celan, ese poeta (nacido 1920 en Czernowitz, entonces ciudad rumana, y muerto, por suicidio en París el 20 de abril de 1970), era políglota y supo que, fehacientemente, no hay lengua materna poética, que escribir es forjarse un nombre, crear un idioma, construir un ser hecho a base de palabras, aunque esté invadido por lo mortal. Esa es la única forma de vislumbrar, desde el arte, lo que está en el límite de lo decible, en su fuga. Celan lo hizo con su poesía.

Chanson Einer Dame in Schatten

(Canción a una dama en la sombra)

Cuando la Taciturna llegue y decapite los tulipanes,

¿Quién saldrá ganando?

¿Quién saldrá perdiendo?

¿Quién se asomará a la ventana?

¿Quién pronunciará primero su nombre?

Alguien que es portador de mis cabellos.

Los lleva como se lleva a los muertos en las manos.

Los lleva como llevó el cielo mis cabellos aquel año en que amé.

Los lleva así por vanidad.

Ese saldrá ganando.

No saldrá perdiendo.

No se asomará a la ventana.

No pronunciará su nombre.

Es alguien que está en posesión de mis ojos.

Los tiene desde que se cierran los portones.

Los lleva en los dedos, como anillos.

Los lleva como añicos de fruición y zafiro:

era ya mi hermano en otoño;

y ya cuenta los días y las noches.

Ese saldrá ganando.

No saldrá perdiendo.

No se asomará a la ventana.

Pronunciará su nombre el último.

Es alguien que tiene lo que dije.

Lo lleva bajo el brazo, como un bulto.

Lo lleva como el reloj su peor hora.

Lo lleva de umbral en umbral, mas no lo arroja.

Ese no saldrá ganando.

Saldrá perdiendo.

Se asomará a la ventana.

Pronunciará su nombre el primero.

Será decapitado con los tulipanes.

Es war Erde in ihnen

(Había tierra en ellos)

Había tierra en ellos y

cavaban.

Cavaban y cavaban y pasaba así

el día y pasaba la noche. No alababan a Dios

que, según les dijeron, quería todo esto,

que, según les dijeron, sabía todo esto.

Cavaban y nada más oían;

y no se hicieron sabios ni inventaron un canto

ni imaginaron un lenguaje nuevo.

Cavaban.

Vino una calma y vino una tormenta

y todos los océanos vinieron.

Yo cavo y tú cavas e igual cava el gusano

y aquel remoto canto dice: cavan.

Oh uno, oh nadie, oh ninguno, oh tú:

¿Adónde iba si hacia nada iba?

Oh, tú cavas y yo cavo, yo me cavo hacia ti,

y en el dedo se nos despierta el anillo.

Corona

En mi mano el otoño come su hoja: somos amigos.

Extraemos el tiempo de las nueces y le enseñamos a caminar:

regresa el tiempo a la nuez.

En el espejo es domingo,

en el sueño se duerme,

la boca dice la verdad.

Mi ojo asciende al sexo de la amada:

nos miramos,

nos decimos palabras oscuras,

nos amamos como se aman amapola y memoria,

nos dormimos como el vino en los cuencos,

como el mar en el rayo sangriento de la luna.

Nos mantenemos abrazados en la ventana, nos ven desde la calle:

tiempo es de que se sepa,

tiempo es de que la piedra pueda florecer,

de que en la inquietud palpite un corazón.

Tiempo es de que sea tiempo.

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Con su poesía Celan ha influido a rockeros de diversos estilos: The Flying Lizards, Sting, Damon Albarn, Belladona, Pet Shop Boys, Nightwish o el insconmensurable John Zorn, o en compositores contemporáneos como Michael Nyman.

El compositor británico Michael Nyman (compositor, pianista, musicólogo) se dio a la tarea de evocar a Celan en un disco, y lo hizo sobre el texto de 6 poemas del rumano. The Michael Nyman Songbook está construido sobre su ritmo elegíaco, sus repeticiones, secuencias y alternancias tonales. Y todo esto para construirse, a su vez, en torno a un tipo de composición musical en la que se mezclan varias voces y acaban por fundirse en una sola y múltiple.

Para ello utilizó la voz y la maleabilidad de la cantante alemana Ute Lemper como instrumento principal. Y es que estructuralmente los poemas juegan con esa alternancia de voces. Este concepto tiene que ver con la propia idea de esa polifonía de voces que acaba en síntesis de sí misma, para dialogar directamente en los poemas. Un tributo inmejorable para el poeta mayor.

Nächtlich geschürzt

(Nocturnamente plisados)

Nocturnamente plisados

los labios de las flores,

cruzadasy enlazadas

las astas de los abetos,

encanecido el musgo, la piedra estremecida,

despiertos para el vuelo sin fin los grajos sobre el glaciar:

ésta es la región, donde

descansan los que nosotros alcanzamos:

no nombrarán la hora,

ni contarán los copos,

ni seguirán las aguas al dique.

Se alzan separados del mundo,

cada uno en su noche,

cada uno en su muerte,

bruscos, descubiertos, escarchados

por lo cercano y lo lejano.

Saldan la culpa que animó su origen,

la saldan ante una palabra

que existe sin razón, como el verano.

Una palabra –tú sabes:

un cadáver.

Lavémoslos,

peinémoslos, volvamos su ojo

hacia el cielo.

Blume

(Flor)

La piedra.

La piedra en el aire, yo la seguí.

Tu ojo, tan ciego como la piedra.

Éramos

manos,

apuramos la oscuridad hasta vaciarla, hallamos

la palabra que brotó al verano:

flor.

Flor — una palabra de ciegos.

Tu ojo y mi ojo:

procuran

el agua.

Crecimiento.

Va hojeando

pared a pared del corazón.

Una palabra más como ésta, y los martillos

oscilan al descubierto.

VIDEO: Michael Nyman, Ute Lemper – Chanson Einer Dame Im Schatten, YouTube (Michele Zilli)

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