LIBROS CANÓNICOS: DE FUSILAMIENTOS (JULIO TORRI)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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«Toda la historia de la vida de un hombre está en su actitud”

Julio Torri

Un viejo y sabio poeta (ensayista, novelista y muchas cosas más), escribió que ante la falta de seriedad de la mayor parte de la humanidad, los hombres serios han adoptado diferentes posturas. La primera, una especie de tolerancia intelectual, que se traduce en una forma superior de la sonrisa, tan cauta, que los hombres poco serios, por exceso de seriedad, ni se percatan siquiera, y presumen de que se les toma en serio. Es lo que se llama ironía.

La segunda, es una especie de simpatía sentimental y cordial hacia la falta de seriedad de los demás hombres, y como un deseo arrebatado por estrechar la hermandad humana, tomando en serio su falta de seriedad, y dejando de tomarse en serio a sí mismo. Es lo que se llama humorismo.

Y la tercera, una especie de vehemencia intelectual al emplear la propia inteligencia en aquello en que los demás no la usan, o sea, en corregir la falsa y vana seriedad, reduciendo la infatuación personal a su justa medida y señalando las ficciones como tales. Es lo que se llama sátira.

Las tres posturas fueron siempre los ingredientes de la breve pero excelente obra de Julio Torri (1889-1970), uno de los escritores mexicanos más finos y delicados, cuya obra es corta pero llena de fulgores y de señas, hija de la curiosidad y la ironía, delgado y oblicuo reflejo del espectáculo de la vida.

“Todos somos un hombre que vive y un hombre que mira…—escribió—.  Nos interesamos en el vivir como por el desarrollo de una novela; novela singular en la que el protagonista y el lector son una misma persona; novela que leemos a veces de mala gana, y cuya narración se anima muy de tarde en tarde…  El actor es siempre esclavo del espectador y en los hombres extravagantes esta esclavitud se vuelve tiránica. Representa el actor en nosotros la pequeña sabiduría y lo mueven exclusivamente bajos intereses…El espectador, al revés, piensa ante toda pérdida en variar…  Para él perder es como abrir una ventana a las sorpresas”.

Acerca de este escritor han aparecido infinidad de artículos y ensayos. Sin embargo, su maravillosa producción los ha merecido en todos los tiempos, y el futuro no le será menos generoso, procurándosele siempre un examen minucioso y detallado.

En sus textos sonríen las ideas, los sucesos y las cosas, ofreciendo de esta manera un perfil inesperado y fugitivo; la paradoja y la poesía cruzan sus destellos y un discreto júbilo por la existencia y la belleza tiembla suavemente en los párrafos. Torri es el humorista adverso a toda hueca solemnidad: “La paradoja —asentó—, a cuyo ruido de cascabeles empiezan a acostumbrarse nuestros oídos, es la traza más segura para descubrir contradictores”.

No obstante, también es un antiverbalista, opuesto a la retórica torrencial y huracanada, flor de trópico americano y tan grata a muchos, sobre todo en sus años juveniles; Torri huye de este vicio hispanoamericano con su anticursilería. En su obra se advierte, junto a la ironía y la expresión ceñida, la esperanza en la cultura, presente siempre en el espíritu de aquella generación de intelectuales a la que perteneció.

En los estudios sobre la literatura mexicana se ha acentuado que el positivismo tuvo en México una larga permanencia gracias a sus nexos con el poder político. Sin embargo, por el año de 1908 se inició una reacción contra esta doctrina oficial, emprendida por la labor crítica del Ateneo de la Juventud.

Este grupo se rebeló contra las limitaciones que se imponían al desarrollo de la personalidad humana y en especial contra la defectuosa educación impartida en las escuelas. Aunque el trabajo colectivo del Ateneo de la Juventud fue de pocos años (1904-1914), realizó en el terreno cultural una revolución semejante a la política y a la social.

El espíritu que distinguió al grupo fue filosófico; y la intención común, la moralización. Su labor de mayor trascendencia se orientó hacia la revisión y crítica de los valores intelectuales. Julio Torri fue uno de los integrantes que determinaron la fisonomía del grupo.

Autor de breves libros como Ensayos y poemas (1917), De fusilamientos (1940), La Literatura Española (1952), así como de algunos otros estudios dispersos, «manifestó en su obra de creación, su aguda experiencia intelectual, y en sus trabajos de crítica, una amplia y madura erudición, producto de sus años dedicados a la enseñanza universitaria», en concepto de María del Carmen Millán.

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Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, compañeros y maestros ateneístas, fueron quienes dejaron la huella más profunda en la formación intelectual de Torri. Su alto concepto sobre el arte lo hizo poco tolerante. Serge Zaïtzeff subrayó que fue un escritor exigente y selecto que sólo aspiraba a crear obras originales y perfectas.

«Después de los 25 años, debe sólo publicarse libros perfectos», escribió Torri a Pedro Henríquez Ureña en 1914. Y así lo hizo. Gracias a su fina, intencionada y maliciosa inteligencia fue un descubridor e innovador literario tanto de la corriente fantástica dentro de la narrativa como de la prosa poética.

A pesar de ello, Torri comenzó a sentir la melancolía de tener que alejarse penosamente de todo lo que le importaba en realidad, debido a la necesidad de ganarse la vida «en empleos vulgares». Sin embargo, él tomó a sorna su sentimiento diciendo que «La melancolía es el color complementario de la ironía».

Singular actitud que lo convierte en un escritor sui generis no sólo de México sino de Hispanoamérica en general. Para apoyar lo dicho las palabras de Emmanuel Carballo al respecto: «…su obra, de acuerdo con el carácter del autor, aspira a la síntesis y a la captura de las esencias. Que trabaje el estilo y practique la ironía son rasgos que deberíamos aclimatar no sólo en la literatura mexicana sino en las letras hispanoamericanas.  Nuestros autores son por lo general más tristes que una tumba y su humor, cuando deciden utilizarlo, por plantágrado no pasa de ser lamentable.”

El humor de Julio Torri se aclimató tan perfectamente que perduró en las letras mexicanas gracias a su rara calidad y auténtica sensibilidad para la flaqueza humana, sin agotarse en sí mismo. La suya no es solamente una manera especial de ser concebida la ironía o lo risible. Más bien emana de un temperamento, de una actitud personalísima organizada para desarticular el sistema de asociaciones  habituales que unen los actos y las emociones a sus estímulos.

«Evadirnos de la fealdad cotidiana por la puerta de lo absurdo: he aquí el mejor empleo de nuestra facultad creadora», escribió. El absurdo que con humor se burla de la rigidez de la lógica, acompañado en forma constante por la poesía.

Este juego excéntrico, por inteligente, en el que aparece la sorpresa verbal cuando se espera lo consabido, o un artilugio poético, en lugar del gesto impaciente en el que nada humano desaparece, sino que sólo se exalta con arreglo a un determinado ritmo de imprevisión, constituye la fuente sustancial del humorismo torriano.

En la prosa de Torri predomina una auténtica y persistente lucidez proveniente de los ensayistas y escritores como Walter Pater, Charles Lamb, Jules Renard, Oscar Wilde, Heinrich Heine, Jules de Gaultier y Marcel Schwob, cuya lectura constante provocó quizá que su melancolía adquiriera el tinte del fino humor, propio del hombre que lo contempla todo con irónico escepticismo.

Esta es la constante en los textos del escritor, ya que a través de todos estos recursos transmite su propia visión del mundo: «El tiempo se burla finalmente de todo y parece –como lo notó Balzac— que «la ironía es el fondo del carácter de la Providencia.”

Mediante una gran variedad de matices -escribió Zaïtzeff presenta su peculiar manera de juzgar a la sociedad, a las mujeres, al escritor, a la muerte y a la vida, y en particular se puede observar que sus textos se estructuran a menudo alrededor de una perspectiva algo distorsionada o insólita.

Este procedimiento sirve obviamente para desconcertar y perturbar al lector en quien se produce un efecto que podríamos llamar disonante. De hecho, se introducen con innegable maestría notas grotescas, absurdas, hiperbólicas, paradójicas y contradictorias para conseguir el resultado deseado.

«Con fina agudeza Torri contempla el mundo –continúa el autor– burlándose de sus imperfecciones y a veces aún de sí mismo. En fin, las técnicas del humorismo y de la ironía se prestan admirablemente a las intenciones ‘subversivas’ de este hombre anticonvencional que se ha definido a sí mismo como ‘el mosquito perturbador’.”

La plena conciencia de la realidad, y la maestría intelectual con que Torri expone las falsedades convencionales, producen un positivo goce de la desilusión y, en consecuencia, un profundo amor a la ironía. Ese goce de la desilusión consiste en que, al ser creado, irradia un sentimiento de libertad y triunfo, sea porque como lectores hemos sorprendido la caída grotesca de los valores que oprimen o porque hemos descubierto que, en un mundo absurdo, tales valores componen una figura pomposa y solemne.

Uno de los rasgos del humorismo torriano lo representó su aparente espontaneidad; otro, fue que nació de un compadecido reconocimiento de las debilidades humanas. Sensiblemente descubrió ese punto débil donde lo humano pierde su donaire. Se espera algo, y cuando esa espera resulta vana la expectación se vuelve lúcida y nos hace sonreír. Es la frustración, reflejada en el yo o el nosotros, que al no ser tomada en serio produce cierto placer.

Esta disposición se da dentro de las reglas del juego del autor. Torri se sintió siempre bien dispuesto hacia la vida: la afirmó, la admiró. Si ésta se le presentaba menos afirmable, menos admirable, corregía ese accidente castigando el defecto con una sonrisa o una burla que, en el fondo, salvaban del accidente la esencia vital.

Con sus textos provoca en el lector emociones varias, mediante un cúmulo de recursos: el impecable y atinado lenguaje, la despierta imaginación, la ironía, el ingenio, la paradoja, la burla, los desengaños, la conciencia de la poca sabiduría humana y del defecto, el anticonvencionalismo producto de una naturaleza emancipada de los valores de su tiempo, la flexibilidad al examinar las cosas por el lado inverosímil, la percepción de las incongruencias y más que nada por el uso que hizo de todo ello en su innovadora prosa poética.

La poesía en este autor realiza propósitos insondables, iluminativos, vastos, ilimitados; y transmuta en transmisibles estados íntimos, recónditos. Los sentimientos, los más abstractos pensamientos, que parecía imposible expresar por medio de la palabra, se convierten en equivalencias sonoras y plásticas.

La suma de estas connotaciones en sus breves textos no se plasma en equívocos de sonido y sentido, sino en reciprocidades atributivas que intensifican el efecto de la realidad contemplada y la proyectan por encima y más allá á de lo natural, imperecedera en una nueva naturaleza modificada por la fantasía y la imaginación.

Con su humor lo azaroso trastrueca el sentido cabal en alusiones, señalando lo insólito, lo inusitado, como constantes de la realidad, en agudezas a veces contrapuestas al todo emocional, en inversiones de términos a la búsqueda de contrastes que desproporcionan la realidad en variaciones dispares hasta lo inaudito, tanto intelectivas como sensibles.

A Julio Torri sin duda los términos de este texto le parecerían «¡cosa increíble y absurda! con alabanzas para el difunto»; sin embargo, un difunto como él las merece todas puesto que sigue gozando de cabal salud.

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LIBROS: JULIO TORRI (RODAR Y RODAR)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

JULIO TORRI (PORTADA)

 

RODAR Y RODAR*

 

De la bicicleta se sabe que más de medio millón de ejemplares de tal instrumento mecánico, más o menos, se desplazan por Ámsterdam, tan sólo. Prácticamente cada habitante tiene una. Es el transporte ideal para la ciudad. No hace ruido, no se embotella, no contamina, ocupa un espacio reducido y crea un mercado muy particular.

Con ella se va a trabajar, a la escuela, de compras, al café, al club, al bar, de paseo o para hacer ejercicio, etcétera. El tráfico está organizado a su favor con carriles especiales en las avenidas, calles y parques, con semáforos, señales, estacionamientos y rutas establecidas. Pasear en ella es toda una experiencia. Es fácil, divertido, barato, va al ritmo de cada uno y de manera segura (con las debidas precauciones, claro).

Por añadidura, ser ciclista en esta ciudad brinda, además de ventajas, muchos placeres. Uno de ellos es el de conocer sus recovecos. Y si es detrás del pedaleo de una suculenta lugareña tatuada, pues más. Son raras aquellas jóvenes amsterdamesas que no porten sobre sí un tatuaje (entre los 16 y los 30 años: el 75%, según las estadísticas).

La moda en el vestir ofrece además la posibilidad de mirar esta galería corporal ambulante en toda su extensión. Las camisetas cortas, entalladas, y los pantalones bajos en la cintura amplían el campo del observador para admirar a plenitud la estética del tatoo. Los vientres planos o ligeramente curvos son fantásticos expositores en este sentido, así como los escotes, hombros, antebrazos, nucas, muslos y tobillos (entre lo visible).

Sin embargo, también la espalda baja y el principio del coxis revelan auténticas maravillas para el estudioso. El escritor mexicano Julio Torri (1889-1970), gustador de los andares bicicleteros, se hubiera vuelto loco de la emoción ante este panorama general.

Este doctor en Letras, maestro universitario,  reconocido talento por su labor literaria, escribió poco debido a su exacerbado perfeccionismo y quienes lo conocieron agregan, además, que “era tan afecto a los placeres que se distraía con facilidad”.

Este narrador fino y delicado de principios del siglo XX elaboró una obra, corta pero llena de fulgores, que fue resultado de la curiosidad por el espectáculo de la vida: “Todos somos un hombre que vive y un hombre que mira”—escribió—.

Él, al que tanto le gustaba deambular sobre la entonces novedad modernista de las dos ruedas, con la intención de observar a las secretarias y demás mujeres que veía por las calles de su época, sería el acompañante perfecto para dialogar con respecto a lo que ante nuestra vista se presenta en los citadinos rumbos de la antigua Mokum.

 

 

*Fragmento extraído del libro Julio Torri (Rodar y Rodar), de la Editorial Doble A, y publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.

JULIO TORRI (FOTO 2)

 

Julio Torri

(Rodar y Rodar)

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Textos”

The Netherlands, 2019

 

 

 

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BIBLIOGRAFÍA: JULIO TORRI

Por SERGIO MONSALVO C.

JULIO TORRI (PORTADA)

RODAR Y RODAR*

De la bicicleta se sabe que más de medio millón de ejemplares de tal instrumento mecánico, más o menos, se desplazan por Ámsterdam, tan sólo. Prácticamente cada habitante tiene una. Es el transporte ideal para la ciudad. No hace ruido, no se embotella, no contamina, ocupa un espacio reducido y crea un mercado muy particular.

Con ella se va a trabajar, a la escuela, de compras, al café, al club, al bar, de paseo o para hacer ejercicio, etcétera. El tráfico está organizado a su favor con carriles especiales en las avenidas, calles y parques, con semáforos, señales, estacionamientos y rutas establecidas. Pasear en ella es toda una experiencia. Es fácil, divertido, barato, va al ritmo de cada uno y de manera segura (con las debidas precauciones, claro).

Por añadidura, ser ciclista en esta ciudad brinda, además de ventajas, muchos placeres. Uno de ellos es el de conocer sus recovecos. Y si es detrás del pedaleo de una suculenta lugareña tatuada, pues más. Son raras aquellas jóvenes amsterdamesas que no porten sobre sí un tatuaje (entre los 16 y los 30 años: el 75%, según las estadísticas).

La moda en el vestir ofrece además la posibilidad de mirar esta galería corporal ambulante en toda su extensión. Las camisetas cortas, entalladas, y los pantalones bajos en la cintura amplían el campo del observador para admirar a plenitud la estética del tatoo. Los vientres planos o ligeramente curvos son fantásticos expositores en este sentido, así como los escotes, hombros, antebrazos, nucas, muslos y tobillos (entre lo visible).

Sin embargo, también la espalda baja y el principio del coxis revelan auténticas maravillas para el estudioso. El escritor mexicano Julio Torri (1889-1970), gustador de los andares bicileteros, se hubiera vuelto loco de la emoción ante este panorama general.

Este doctor en Letras, maestro universitario,  reconocido talento por su labor literaria, escribió poco debido a a su exacerbado perfeccionismo y quienes lo conocieron agregan, además, que “era tan afecto a los placeres que se distraía con facilidad”.

Este narrador fino y delicado de principios del siglo XX elaboró una obra, corta pero llena de fulgores, que fue resultado de la curiosidad por el espectáculo de la vida: “Todos somos un hombre que vive y un hombre que mira”—escribió—.

Él, al que tanto le gustaba deambular sobre la entonces novedad modernista de las dos ruedas, con la intención de observar a las secretarias y demás mujeres que veía por las calles de su época, sería el acompañante perfecto para dialogar con respecto a lo que ante nuestra vista se presenta en los citadinos rumbos de la antigua Mokum.

*Fragmento del libro Julio Torri (2 textos: Muerto que goza de cabal salud / Rodar y Rodar), publicado por la Editorial Doble A.

JULIO TORRI (FOTO 2)

Julio Torri

(Rodar y Rodar)

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Textos”

The Netherlands, 2019

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BABEL XXI-476

Por SERGIO MONSALVO C.

BXXI-476 (FOTO 1)

 DE FUSILAMIENTOS

(LIBROS CANÓNICOS 22)

Programa radiofónico de Sergio Monsalvo C.

http://www.babelxxi.com/?p=7441

 

 

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RODAR, VIVIR Y MIRAR

Por SERGIO MONSALVO C.

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 (¿O NO, JULIO TORRI?)*

La bicicleta es uno de los transportes más antiguos en el mundo. Hay testimonios de su uso que se remontan hasta la antigüedad egipcia, china e india. Su desarrollo ha sido ininterrumpido y cada día hay modernidades que se le agregan a su diseño. Sin embargo, fue el italiano Leonardo da Vinci quien preludió en sus bocetos el aparato de la actualidad

El modelo contemporáneo, del artilugio con rayos y todo lo demás, tiene más de cien años y se sabe que hoy existen más de mil millones de bicicletas en el planeta, aproximadamente. Los chinos y los holandeses son quienes más las usan.

De los segundos (los holandeses), se sabe que más de un millón de ejemplares de tal instrumento mecánico, más o menos, se desplazan por Ámsterdam, tan sólo. Prácticamente cada habitante tiene una y los turistas enseguida de llegar alquilan una.

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La bicicleta es el transporte ideal para la ciudad. No hace ruido, no se embotella, no contamina, ocupa un espacio reducido y crea un mercado muy particular (por sus diseños originales o colectivos; por sus variopintos enseres, y por la industria que crea su mantenimiento y su expansión como ocio dinámico).

Con ella se va a trabajar, a la escuela, de compras, al café, a la disco, al bar, de paseo, para hacer ejercicio o como trasporte de objetos diversos, etcétera. El tráfico está organizado a su favor con reglamentación y carriles especiales en las avenidas, calles y parques, con semáforos, señales, estacionamientos y rutas establecidas.

Pasear en ella es toda una experiencia. Es fácil, divertido, barato, va al ritmo de cada uno y de manera segura (con las debidas precauciones, claro).

RODAR FOTO 3

Por añadidura, ser ciclista en esta ciudad brinda, además de ventajas, muchos placeres. Uno de ellos es el de conocer sus recovecos. Y si es detrás del pedaleo de una suculenta lugareña tatuada, pues más.

Son raras aquellas jóvenes amsterdamesas que no porten sobre sí un tatuaje (entre los 16 y los 30 años: el 75%, según las estadísticas). La moda en el vestir ofrece además la posibilidad de mirar esta galería corporal ambulante en toda su extensión.

Las camisetas cortas, entalladas, y los pantalones bajos en la cadera amplían el campo del observador para admirar a plenitud la estética del tatoo. Los vientres planos o ligeramente curvos son fantásticos expositores en este sentido, así como los escotes, hombros, antebrazos, nucas, muslos y tobillos (entre lo visible). Sin embargo, también la espalda baja y el principio del coxis revelan auténticas maravillas para el estudioso.

El escritor mexicano Julio Torri (nacido en Saltillo, Coahuila, en 1889 y fallecido en la Ciudad de México en 1970), gustador de los andares bicicleteros (tenía fama de ligarse, encima de tal artefacto, tanto a las ayudantes domésticas como a las secretarias taquimecanógrafas de los más diversos barrios de la capital en su época, a pesar de su proverbial timidez), se hubiera vuelto loco de la emoción ante este panorama general.

Este Doctor en Letras, maestro universitario, reconocido talento por su labor literaria (algunos títulos de sus obras son: Ensayos y Poemas, Romances viejos, De fusilamientos, Sentimientos y lugares comunes, La literatura española, Antología y Prosas dispersas), escribió poco debido a su exacerbado perfeccionismo y quienes lo conocieron agregan, además, que “era tan afecto a los placeres que se distraía con facilidad” (aunque también han debido reconocer las obsesiones a las que siempre les fue fiel: a las mujeres –como una veleidad de naturalista curioso– y la relación entre vida y arte; a sí mismo y a su estética).

Este narrador fino y delicado de principios del siglo XX elaboró una obra corta pero llena de fulgores que “apuró con sabiduría su porción del tiempo”, según Alfonso Reyes. Dicha obra fue resultado de la curiosidad por el espectáculo de la vida: “Todos somos un hombre que vive y un hombre que mira”—escribió Torri—. Él, al que tanto le gustaba deambular sobre la entonces novedad modernista de las dos ruedas, con la intención de observar a las mujeres que veía por las calles de su época (como haría también el uruguayo Horacio Quiroga quien ex profeso viajó a París para hacerlo), sería el acompañante perfecto para dialogar con respecto a lo que ante nuestra vista se presenta en los citadinos rumbos de la antigua Mokum (el cariñoso y añejo apelativo de la capital neerlandesa).

 

 *Fragmento del libro Julio Torri (Rodar y Rodar), publicado por la Editorial Doble A.

 

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 Julio Torri

(Rodar y Rodar)

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Textos”

The Netherlands, 2019

 

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JULIO TORRI (RODAR Y RODAR)

Por SERGIO MONSALVO C.

JULIO TORRI (PORTADA)

 DIFUNTO QUE GOZA DE CABAL SALUD*

 «Toda la historia de la vida de un hombre está en su actitud”

Julio Torri

Un viejo y sabio poeta (ensayista, novelista y muchas cosas más), escribió que ante la falta de seriedad de la mayor parte de la humanidad, los hombres serios han adoptado diferentes posturas. La primera, una especie de tolerancia intelectual, que se traduce en una forma superior de la sonrisa, tan cauta, que los hombres poco serios, por exceso de seriedad, ni se percatan siquiera, y presumen de que se les toma en serio. Es lo que se llama ironía.

La segunda, es una especie de simpatía sentimental y cordial hacia la falta de seriedad de los demás hombres, y como un deseo arrebatado por estrechar la hermandad humana, tomando en serio su falta de seriedad, y dejando de tomarse en serio a sí mismo. Es lo que se llama humorismo.

Y la tercera, una especie de vehemencia intelectual al emplear la propia inteligencia en aquello en que los demás no la usan, o sea, en corregir la falsa y vana seriedad, reduciendo la infatuación personal a su justa medida y señalando las ficciones como tales. Es lo que se llama sátira.

Las tres posturas fueron siempre los ingredientes de la breve pero excelente obra de Julio Torri (1889-1970), uno de los escritores mexicanos más finos y delicados, cuya obra es corta pero llena de fulgores y de señas, hija de la curiosidad y la ironía, delgado y oblicuo reflejo del espectáculo de la vida.

“Todos somos un hombre que vive y un hombre que mira…—escribió—.  Nos interesamos en el vivir como por el desarrollo de una novela; novela singular en la que el protagonista y el lector son una misma persona; novela que leemos a veces de mala gana, y cuya narración se anima muy de tarde en tarde…  El actor es siempre esclavo del espectador y en los hombres extravagantes esta esclavitud se vuelve tiránica. Representa el actor en nosotros la pequeña sabiduría y lo mueven exclusivamente bajos intereses…El espectador, al revés, piensa ante toda pérdida en variar…  Para él perder es como abrir una ventana a las sorpresas”.

 *Fragmento del libro Julio Torri (2 textos: Muerto que goza de cabal salud / Rodar y Rodar), publicado por la Editorial Doble A.

 

JULIO TORRI (FOTO 2)

Julio Torri

 

Julio Torri

(Rodar y Rodar)

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Textos”

The Netherlands, 2019

 

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