LOS EVANGELISTAS: NILS PETTER MOLVAER

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Y EL PULSO DUB

Hace más de veinte años el trompetista Nils Peter Molvaer llegó de manera discretísima e inspirada a trastornar por completo el mundo del jazz. El músico noruego, que actualmente cuenta con 63 años de edad (nació en Sula, Noruega, en 1960), combinó los impulsos trompetísticos al estilo de Miles Davis con nubes etéreas de ambient y breakbeats.

Creó el jazz electrónico (o Future jazz, como algunos también lo denominan) a través de sus dos primeros álbumes, Khmer (1998) y Solid Ether (2000).

Con ello desató una pequeña revolución musical, llegada desde Europa, que  se recibió con elogios y eufonías, mientras que en los Estados Unidos se topó con la crítica purista y la confusión, al calificarlo algunas publicaciones como new age (¡!).

Después de que a principios del siglo XXI Molvaer realizara una antología con la herramienta del Remix —y elevara éste a la categoría de subgénero —con las aportaciones de DJs y productores tan destacados como Herbert y Bill Laswell—, presenta ahora su tercera aportación a la música, y al jazz en específico, con el disco titulado Nordub, bajo el sello Okeh.

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El álbum se lanza a la diáspora geográfica y climática y convoca a otros monstruos artísticos, Sly Dunbar y Robbie Shakeaspeare (fallecido el diciembre del 2021), para fusionar el dub jamaicano a la electrónica nórdica. El resultado es aún más minimalista, si cabe, que sus anteriores obras.

Los tracks del álbum están estrechamente ligados como en NP3 o Switch, los cuales no fueron de ninguna manera una colección de canciones, sino sólidos álbumes conceptuales. Con Nordub el músico (acompañado también de otros aventureros nórdicos: Eivind Aarset y Vladislav Delay, explora en estos terrenos novedosos, afincados en la ciencia del dub, como continuación del trabajo que ya ha realizado desde los años ochenta con la  música de computadora.

En Nordub los beats se han vuelto más maduros, adjetivados con el dejo reggae; están trabajados de manera consciente con las diversas posibilidades sonoras y la certeza de que se está creando una mezcla inédita. Como ejemplo, Molvaer varía con más frecuencia el sonido del bassdrum, al que Dunbar dimensiona y arraiga en la tierra y lo integra audazmente a la línea del bajo de Shakespeare, que lo eleva a lo cósmico.

Además, el músico noruego descubre al escucha nuevos programas de computación con los que ha podido labrar muy bien la fusión. Uno se llama Reaktor y el otro Absynth, un sintetizador en software. Nordub, el nuevo proyecto del trompetista, junto a tales veteranos músicos, lo coloca por tanto como un auténtico freak de la electrónica.

Es el relato musical de un viaje onírico y atemporal. El título del álbum es la alusión a dicha amalgama, una que sirve de prueba contundente para declarar que no hay barreras ni fronteras en la música, que la definición radica en los oídos de quien escucha con la mente abierta.

VIDEO SUGERIDO: Sly & Robbie meet Nils Petter Molvaer feat. Ervind Aarset & Vladislav Delay Garana Jazz Festival 2018, YouTube (soricantica)

NILS PETTER MOLVAER (FOTO 3)

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CANON: DAVID BOWIE

Por SERGIO MONSALVO C.

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EL SER MODERNO

 

Hay personajes, decía un filósofo antiguo, que sin esfuerzo, mediante su voz y su palabra, con su prestancia, sus obras y sus gestos se imponen como ejemplares ante los demás.

Y los demás los contemplamos y admiramos sin envidiarlos porque su condición es incuestionablemente superior. Y, además, benéfica.

Todos hemos conocido a gente, hombres y mujeres, con esta categoría seductora, Y también a hombres y mujeres a los que de antemano se les reconoce como «personajes» históricos y nos felicitamos de haber coincidido en una época con ellos.

David Bowie fue un alguien semejante, uno cuya figura tardará mucho la historia en poder repetir y disfrutar. Quien no lo haya conocido a través de sus conciertos, discos, videos o alguna de sus formas plásticas, no sabe cuánto se ha perdido. En unos casos más que en otros, pero disfrutando siempre de un nivel superlativo. Porque Bowie era un artista, un esteta.

La condición de ejemplo, de singularidad y excelencia se encuentra casi por todas partes, aunque en dosis muy ínfimas. Sin embargo, se puede disfrutar de ese don en las personas creativas de la disciplina que sea. Son seres que irradian una luz tan insólita que de inmediato deseamos ser incluidos en su resplandor, con Bowie se puede hacer eso en cualquiera de sus instancias, para siempre, aunque él se haya ausentado.

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Lugar de destino: la experiencia “David Bowie is”, el encuentro con el legado de un personaje singular recién partido. Fecha: Next Day (al día siguiente de la muerte de otro de mis héroes): Johan Cruijff. La Parca está abusando. Salida. Central Station de Ámsterdam. Hace frío, pero no llueve.

Con boleto ya comprado vía electrónica. Con día y hora establecidos. Única forma de poder entrar a la muestra, debido en mucho a la cantidad de gente que ha acudido desde que se inauguró (el 11 de diciembre del 2015, pero por la cantidad de solicitudes primero, y luego por la circunstancia del fallecimiento del músico, después -10 de enero-, los focos de la atención mundial hicieron que se alargara del 13 de marzo, en que estaba pactada su clausura, hasta el 10 de abril del 2016, un mes más).

Es un viaje de dos horas en tren (lo mismo se hace en auto, pero siempre es más placentero viajar en tren, sin duda). Voy a Groningen, una ciudad que queda a 187 km al norte de Ámsterdam. Ahí se erige el Groninger Museum, uno de los museos más prominentes de Los Países Bajos. Está ubicado frente a la estación central de trenes de aquella ciudad (una hermosa construcción fin de siècle, por cierto), cuya población normal es de alrededor de 200 mil habitantes, y que se ha visto incrementada por más de un millón de visitantes en estos meses debido al fenómeno Bowie.

No sólo es asombroso el museo por el diseño del arquitecto italiano Alessandro Mendini (que lo llevó a cabo entre 1990-1994), sino también debido a la variedad de presentaciones de arte contemporáneo nacional e internacional que ahí se realizan regularmente.

Camino unos doscientos pasos, atravesando el puente sobre un canal, y llego de inmediato al famoso inmueble. Pero como es temprano tengo aún una hora antes de la que marca mi boleto. Entro al restaurante (que lleva el nombre del arquitecto) por el que se tiene que atravesar a fuerza hacia al museo y corro con la suerte de que en ese momento unos comensales se levantan y puedo ocupar la mesa y sentarme a comer algo.

El menú del local anuncia con bombo y platillo una hamburguesa y un pastel especiales: la “Bowieburger” (con pepinillos, cebolla roja, queso Cheddar, ensalada verde como guarnición, lo mismo que papas fritas estilo Flandes, doce euros con cincuenta), que pido al igual que una cerveza local de barril (3,75), y el “Bowie Museumtaartje”, pastelillo que no se me antoja.

A la hora indicada me enfilo hacia el saturado vestíbulo del museo, donde deambulan y hacen fila decenas de personas de lo más heterogéneo (en edad, procedencia, vestimenta y expectativas). Dejo mis cosas en el guardarropa (me dan el boleto 317). Los guías avisan que está prohibido tomar fotos e indican hacia dónde hay que dirigirse. Subo la preciosa escalera de mármol azul lapizlásuli hasta llegar a la fila de entrada. Ahí, hay un corte cada cinco minutos y con cada grupo de 20 personas para evitar apelotonamientos en las primeras salas. Cosa que difícilmente se logra.

Una vez dentro de la primera comienza la narración (multimedial) de una era, de una época, que con sus variantes musicales y estilísticas va trazando tramos diversos de la historia de la cultura popular a nivel global y que de sí mismo hizo el icónico artista (“David Bowie is”) junto con los curadores del Victoria and Albert Museum (V&A) de Londres, de donde partió esta exposición (inaugurada en el 2013), para viajar desde entonces por el mundo (Toronto, São Paulo, Berlín, Chicago, París, Melbourne, Groningen…).

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Un encuentro pensado por Bowie como penúltimo acto artístico (el postrero sería su disco Blackstar y los videos que lo acompañan), antes de hacer mutis a principios del 2016 a los 69 años de edad y eternamente joven.

La retrospectiva despliega una narración (auto)biográfica de lo más contemporáneo por parte de su protagonista. En ello participaron de manera muy inteligente los curadores Victoria Broackes y Geoffrey Marsh (iluminando cada paso del artista), así como los de los sucesivos museos.

VIDEO: David Bowie – Heroes, YouTube (emimusic)

Sala por sala se va construyendo su personalidad, a partir de la transformación de un tal David Robert Jones en el extraordinario David Bowie, insigne referente cultural del siglo XX e inicios del XXI. Él fue un ente renacentista que utilizó todos los medios de la época como herramientas y como formas de trasmisión para sus ideas. De tal manera se suceden las etapas por las que pasó y dejó huella.

Dibujos, pinturas y bocetos para portadas de discos y sets, además de letras garabateadas de canciones, boletos de entrada, recuerdos personales, cuadernos de apuntes, fotos, recortes de revistas y periódicos, retratos (que hizo o le hicieron) lo mismo de Iggy Pop que el óleo del pintor expresionista Erich Hackel, que sirvió de inspiración para la portada del álbum Heroes.

Hay una sala completa dedicada a recordar la etapa berlinesa del cantante que fue, según Victoria Broackes, “una de las más felices de su vida y donde logro expulsar a sus demonios”, además de crear una trilogía musical considerada entre sus obras maestras, con los álbumes Low, Heroes y Lodger.

Cientos de objetos que recrean su desarrollo artístico, entre los que se incluyen algunos conciertos, sus videos fascinantes y memorables vestuarios, todos los trajes que utilizó en diferentes momentos de su vida, tales como el de su personaje Ziggy Stardust, las creaciones de Kansai Yamamoto para su gira Aladdin Sane en 1973 o el asombroso abrigo Union Jack, ideado por Bowie y Alexander McQueen en 1997.

El británico tuvo, además, una respetable carrera cinematográfica, de la que se exponen guiones, intercambios epistolares con los involucrados, avances, fragmentos, carteles, cortos y hasta cameos en los que participó; la gran pantalla literalmente amplificó su personalidad y su misterio. David fue una celebridad, auténtica y original, incluso se casó con una modelo, como manda el cliché. Y siempre se condujo como lo que era: una estrella del rock.

Este gran muestrario despliega todo eso, de manera semejante al desarrollo visual y al impacto de su música. Y no se olvida de citar a sus influencias al igual que él lo hizo, a su vez, en una amplia variedad de movimientos en dicha disciplina lo mismo que en el arte plástico, el diseño, el teatro y la cultura contemporánea en general. Para esto armó y colgó en la pared su propia tabla de elementos, como en la química, en la que indicó el peso de cada uno de ellos en su evolución y forma de ser como era.

Dicha exhibición la complementa el documental homónimo, que conduce a la audiencia por el viaje único que significa la carrera y vida de Bowie (una cosmogonía en expansión y la explicación de cómo encajó todo en su universo) con invitados especiales, incluyendo a los diseñadores de moda mencionados, el vocalista de Pulp, Jarvis Cocker, y muchos otros participantes, que hablan de las historias detrás de algunos objetos clave, eslabones de un continuo escurridizo.

Al ir pasando por las salas confirmo para mí, aquello de que los humanos somos criaturas que se cuentan historias a sí mismas para entender qué clase de entes somos. Relatos como el de este personaje se convierten en lo que conocemos, en lo que entendemos y en lo que somos y, como en su caso, también en lo que nos convertimos y en lo que tal vez podemos llegar a ser. Porque Bowie is nos enfrenta a un ser que siempre buscó ser moderno al estilo rimbaudiano, con toda la poesía que conllevó tal experiencia vital.

Rimbaud, aquel visionario maldito, escribió en Una temporada en el infierno: “He creado todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. He intentado inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas […] ¡Hermosa gloria de artista y narrador apasionado! […] Hay que ser absolutamente moderno”.

El rock es un lenguaje heredado de tal poeta. Su progresismo lo caracteriza la búsqueda por la diversidad formal y su constante preocupación existencial por continuar siendo “moderno”. Lo cual es un estado de la mente. ¿Puede haber entonces algo más rimbaudiano que el rock?

La obsesión de Rimbaud por el cambio, por agenciarse la modernidad, es reproducida a la perfección en la constancia del género por ocupar nuevos territorios. «Il faut être absolument moderne«, proclamó el poeta francés. La acción y la reforma en este sentido constituyen la esencia del arte rimbaudiano, lo mismo que la del quehacer rockero, de la que Bowie is.

VIDEO: David Bowie – Blackstar, YouTube (DavidBowieVEVO)

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PRIMERA Y REVERSA: INNUENDO (QUEEN)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Con la intención de hacernos olvidar el pésimo trabajo de su disco anterior (Miracle, 1989), cuyo único y exclusivo interés radicaba en el hecho de existir, el grupo Queen sacó a la luz su producción Innuendo (Capitol/EMI, 1991).  ¿Cómo presentar entonces un álbum como éste que reunía todos los ingredientes de una alquimia musical desarrollada desde hacía casi 20 años?

Aventurando algo, se podría decir que casi se trató de una antología con «lo mejor de», pero compuesta exclusivamente por títulos originales. Hacía falta algo así para reparar los errores artísticos de sus últimos discos. El grupo había sabido tomarse su tiempo para mostrar un resultado que emocionaría a sus fans antiguos y contemporáneos.

Si a ti te fascinaron los ambientes barrocos de «Bohemian Rhapsody», los toques españoles de «Innuendo» te conmovieron igualmente, ¿o no? La música de esta pieza es una sinfonía completa, llena de dramatismo bombástico a lo largo de seis minutos. No obstante, el tono del disco completo no está determinado por esa pieza que apareció como sencillo, sino por canciones con una decente base pesada de batería, bajo y guitarra.

Si el grupo te pareció comprometido con la canción «39», el tema «All God’s People» te hará sentirte como un guerrillero de grandes causas. Si las aberraciones como «Radio Ga-Ga» o «It’s a Kind of Magic» te hicieron vibrar, la felicidad fue aún mayor con «Delilah» y «I’m Going Slightly Mad», seguro. Composiciones ligeras en donde el humor y la autoparodia compensaron por las debilidades de los textos.

En «The Show Must Go On», Queen todavía adolecía de sus exageraciones características, pero se repuso y con creces en «The Hit Man» y «Ride the Wild Wind», en las que mostró un enfoque sorprendentemente duro, tal vez evidenciando la mayor influencia de Roger Taylor.

Innuendo, pues, ofreció un rock sólido sobre el fondo de los requinteos y los coros precisos y quirúrgicos de siempre. Queen, se nota, repasó todos los conocimientos sobre sí mismo a fin de unirlos en un solo disco. Lo logró.  El disco fue lo mejor del grupo desde el ya muy lejano News of the World de 1977.

VIDEO SUGERIDO: Queen Ride the Wild Wind – YouTube (Clepabee)

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BLUES: DOCE HITOS DEL SIGLO XX (ELMORE JAMES)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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ESCOBAS Y ÁNGELES EXTRAÑOS

 

Son pocos los guitarristas de blues que con un riff aparentemente simple (como el de “Dust My Broom”) impusieran parámetros tan influyentes. Uno de ellos fue el bluesman Elmore James, quien además fue un estupendo cantante.

(Un riff es una frase musical distinguible y pegajosa que se repite a menudo a lo largo de la pieza, y es normalmente ejecutada por la sección de acompañamiento. En el rock representa la introducción del tema a partir de la guitarra. Una herencia directa del blues)

James produjo uno de los riffs más reconocibles en ambos géneros, con una técnica distintiva, hacía deslizarse por las cuerdas a la bottleneck y hacer gemir y aullar a la guitarra eléctrica como ningún otro hasta entonces. Fue su sello distintivo y su marca registrada.

Instrumentistas blancos que también han impuesto sus personalidades dentro de ambos géneros en las cuerdas, desde Duane Allman hasta Johnny Winter, pasando por Ry Cooder, Rory Gallagher, George Thorogood, Jeremy Spencer de Fleetwood Mac, Brian Jones de los Rolling Stones, Alan Wilson del Canned Heat, Stevie Ray Vaughan o John Mayall, entre otros, incluyeron el sonido del legendario bluesero dentro de sus repertorios. Una forma explícita de reconocimiento hacia el que fuera llamado “El Rey de la Guitarra Slide”.

En tiempos más recientes, en el 2018, un puñado de intérpretes le rindió otro tributo en el disco Strange Angels In Flight with Elmore James, realizando completamente con técnica monoaural como la que utilizó James en sus propias grabaciones. Entre ellos estuvieron Elayna Boynton, Betty LaVette, Rodney Crowell, Warren Haynes, Deborah Bonham, Keb Mo’ y Tom Jones, por mencionar a algunos de ellos.

En la lista de canciones aparecen títulos como “Person to Person”, “Shake Your Money Maker”, “It’s Hurt Me Too”, “My Bleeding Heart” y, por supuesto la más clásica de todas: “Dust My Broom”.

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En el origen de esta canción, un hombre pretendía volver a casa para confesar a su mujer que le había sido infiel; si ella no hubiera estado ahí, la buscaría donde hiciera falta. A partir de aquí se forjó el tópico que recorrería varias versiones. La de Robert Johnson cambiaría el signo: ella sería la infiel, él se debatiría entre irse de la casa, dejándola libre para que maltratara a  cualquier otro, o buscarla donde quiera que estuviera y continuar a sus pies.

Con este giro nació I believe I’ll dust my broom («Creo que voy pasar la escoba«). Johnson puso la silla en un rincón del cuarto del hotel que servía de estudio de grabación y tocó frente a la pared en búsqueda de un sonido más eléctrico.

De esta manera el tema entró a formar parte del menú bluesero como uno de los cóvers más recurrentes, eso debido a la adaptación que hizo de él tiempo después Elmore James, pero, sobre todo, debido a su riff inicial en la guitarra slide, uno de los más reconocibles de toda la historia del género.

El título primigenio se redujo a Dust my broom («Pasar la escoba«) y fue grabado por James el 5 de agosto de 1951 para el sello Trumpet, acompañado por Sonny Boy Williamson II en la armónica, Odie Johnson en el bajo y Frock O’Dell en la batería.

Pero Elmore James no sólo creó tal riff, igualmente lo hizo con una última estrofa que introdujo para retratar al pobre engañado como un tipo obsesivo, atrapado por sus sentimientos, enganchado por ellos a una mujer infiel, que se debate entre marcharse ya («dust my broom«, metafóricamente se refiere a huir y abandonar a alguien), reconocer su derrota ante la mejor mujer que ha podido y podrá encontrar, dejar el camino libre para otros o buscarla por doquier; y tras gritar a plena voz que no es buena y pedir que no la dejen pisar la calle, opta por seguir como estaba para no romper su dulce hogar.

I’m gettin’ up soon in the mornin’ I believe I’ll dust my broom

I quit the best girl I’m lovin’, now, my friends, can get my room.

I’m gonna write a letter, telephone every town I know

If I don’t find her in Mississippi, she be in East Monroe, I know.

And I don’t want no woman, wants every downtown man she meets

Man, she’s not a good doney, they shouldn’t allow her on the street, yeah.

I believe, I believe my time ain’t long

I ain’t gonna leave my baby,

and break up my happy home.


James también quedó atenazado por esta canción, la cual grabó en diversas ocasiones (tal cual o con diversos títulos) y a la que buscó remedos burdos como Dust my blues (Trumpet, 1955). Quedó plasmada como marca de la casa e incluso nombró a su grupo como The Broomdusters.

A éste lo adoptó cuando el éxito con sus canciones le infundió el ánimo necesario para viajar a Chicago con su guitarra eléctrica (se sigue especulando sobre si fue él quien la introdujo en el Delta allá por 1945), y tocarla de manera ansiosa, furiosa, más que amplificada hasta su distorsión. Se convirtió en el pionero impulsor del poder que emanaría el instrumento en el blues de los años cincuenta.

Su estilo sin trabas (concreción de aquel muchacho que siendo campesino y animador en las juke joints locales, quedaría fascinado al escuchar a unos guitarristas hawaiianos) se convirtió en un flujo apasionado que se distinguía por el sonido característico del slide blues, que puede apreciarse en canciones como las ya mencionadas; así como por su energética y buena voz de falsete. De tal suerte, se autoproclamó El rey de la guitarra slide y padre de la bottleneck.

 

Elmore James había nacido en el Condado de Holmes, en Mississippi, el 27 de enero de 1928. Comenzó su carrera por aquellas localidades al lado del intérprete de la armónica Rice Miller (más conocido como Sonny Boy Williamson), con el que se mantuvo durante varios años hasta que consiguió su primer contrato de grabación en 1951. Fue cuando se trasladó a Chicago.

Durante la Segunda Guerra Mundial y años posteriores, aumentó la migración de la población negra de los estados del sur de la Unión Americana hacia las grandes ciudades septentrionales. El blues también viajó, adaptándose a su nuevo ambiente. Esta adaptación se manifestó sobre todo en la transición del blues acústico al eléctrico y, en forma análoga, en el ascenso de los grupos a expensas de los solistas.

Se trata de una música muy espontánea con guitarras sobreamplificadas, en muchos casos, mucho swing, sentidos solos en la armónica y mucha diversión (en este sentido se recuerda la versión de treinta minutos del propio James del tema “Shake Your Moneymaker donde según los testigos de aquella ejecución “no había pista de baile sino sólo baile”).

Elmore James, pues, se acomodó en su estilo y ahí permaneció y se mantuvo (también como un apasionado bebedor de whisky). Con solo poner el track y escuchar los primeros acordes de “Dust My Broom” se sabe que la guitarra slide había llegado para quedarse, al igual que el rock and roll. Ambos aparecieron en el mismo año.

Sin embargo, no fue así con Elmore. La naturaleza, que le había dado el genio, también lo dotó de un físico frágil, que finalmente lo llevó a la muerte de un infarto el 24 de mayo de 1963, en aquella “Ciudad del Viento”.

VIDEO SUGERIDO: Elmore James – Dust my broom, YouTube (Verons)

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DISCOS EN VIVO: STOP MAKING SENSE

Por SERGIO MONSALVO C.

 

STOP MAKING SENSE (FOTO 1)

 

Los efectos de la explosión punk en la segunda mitad de los años setenta se multiplicaron polarizándose y dando la bienvenida a nuevas voces, sonidos e ideas. Irrumpieron grupos que, en términos generales, tenían el propósito de rescatar al rock de la excesiva formalidad en que había caído y de enfrentar a la música Disco con la inteligencia y la pasión expresiva.

A este movimiento renovador se le conoció como «New wave”, cuyas distinciones se hicieron cada vez más borrosas con el paso del tiempo, aunque hubiera surgido por igual de los diversos ambientes underground de las principales metrópolis del mundo.

Nueva York, obviamente, contribuyó desde un principio con grupos como Ramones Television, Blondie y sobre todo con Talking Heads, quienes con el transcurrir de su desarrollo hicieron olvidar las definiciones genéricas (minimalismo, art rock, avant-garde, etno rock, etcétera) hasta convertirse en un grupo de características multinacionales, y con un líder que reveló un talento creativo que rebasó la música para interrelacionarse con otras artes como el teatro, el performance, la danza y el cine.

Por todo ello, Talking Heads se erigieron como un grupo innovador y cosmopolita que siempre se encontró en transformación y reinventándose a sí mismo. Negándose a ser convertidos en una fórmula, por más de una década trabajaron con un contenido temático poco ortodoxo y una progresión estilística continuamente adelantada a su época.

Como muchas de las más importantes formaciones de los sesenta (Beatles, Rolling Stones, Who, etcétera), los Talking Heads emergieron de una escuela de arte, lo cual les proporcionó una perspectiva abierta que los convirtió en músicos nada convencionales. Fue un grupo que se movió con una mística común para explorar al mundo impulsado por un artista excepcional: David Byrne.

Dentro de la mitología rocanrolera de todos los tiempos, David Byrne ocupa un importante lugar debido al ilusionismo desplegado en la escena musical con su multifacética personalidad. Gracias a ella ha dado expresión, desde entonces, a voces urbanas que no habían sido tomadas en cuenta; a caras de la humanidad que no por ocultas eran menos inquietantes.

En 1982 lanzaron un álbum doble en vivo denominado The Name of This Band Is Talking Heads. Era su historia musical y un escaparate de sus actuaciones en vivo: un recuento. A fines de ese mismo año se reunieron para la producción de Speaking in Tongues. En él incluyeron al guitarrista Alex Weir, con vistas a una distinta dirección musical.

El producto fue una clara muestra del talento rítmico de todos y de la fascinación que Byrne siente por la palabra expresada por los predicadores en trance. El disco apareció en 1983 y se lanzó como sencillo la canción «Burning Down the House».

Para la gira Byrne decidió poner a prueba nuevas ideas en el escenario. Pensó en el asunto como una puesta teatral, haciendo de todo ello una experiencia visual más emotiva. Incorporó elementos escenográficos, coreográficos y de vestuario (adaptando a su estilo el enorme traje blanco inspirado en el teatro Noh japonés). La transformación de Byrne fue completa y el espectáculo se convirtió en uno de los mejores de la escena rockera.

Entusiasmados por el resultado de la gira, buscaron hacer una película con tal presentación. Contrataron al director Jonathan Demme para su realización. La película captó las sensaciones que el grupo, y Byrne en particular, quería transmitir y se convirtió en más que una filmación de un concierto de rock. La película resultante, Stop Making Sense, se estrenó en abril de 1984 y al mismo tiempo se editó el disco con el soundtrack.

VIDEO SUGERIDO: Talking Heads – Once In A Lifetime (Stop Making Sense, 1984) (HQ), YouTube (Regenbogenkotze)

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Por otra parte, el director de la cinta, Jonathan Demme, con esta película (Stop Making Sense, un filme musical extraordinario), así como la siguiente Something Wilde (Novia peligrosa, comedia) mostraron al mundo a un cineasta que siempre se había distinguido del criterio promedio en sus respectivos géneros.

Demme dio comienzo a su carrera en 1974 con una cinta en el que desempeñan un importante papel los barrotes: Caged Heat. Por encargo de Roger Corman, el rey de las películas de serie B, Demme rodó una clásica producción de «mujeres tras las rejas». En ese entonces ya colaboraba con el camarógrafo Tak Fujimoto. Y la ambición de los dos debutantes se concentraron en hacerlo todo un poco diferente.  La música de John Cale acompañó unos cortes de edición.

Después de otros trabajos por encargo, como Asesinato à la carte, Persígnate y vete al infierno; una minicarrera como actor (Saludos del planeta Saturno) y un éxito apreciable con Melvin y Howard, llegó la gran sorpresa: en 1984 Stop Making Sense se convirtió en el primer ejemplo de un concierto puesto en escena en su totalidad para la cámara.

También fue valiente la interpretación presentada por Demme del género documental: Swimming to Cambodia muestra durante 87 minutos a un hombre sentado a una mesa y hablando, no aburre nunca.

Stop Making Sense y Swimming to Cambodia fueron altamente reconocidas por los críticos y la gente del medio.  Lo que le faltaba a Jonathan Demme era el público.

«Es maravilloso haber escapado del monstruo de la comedia ─declaró Demme en su momento─.  Ya no tengo que preocuparme por el timing o la expresión visual de los gags. Puedo concentrarme en lo que sucede entre los personajes”.

Y así lo hizo con el thriller The Silence of the Lambs (El silencio de los inocentes, 1991) el que llevó este hecho por primera vez a la conciencia del público en general.

Jodie Foster, en el camino a su primera misión verdadera como agente del FBI,  paso por paso recorre el largo corredor de un reclusorio.  La cámara muestra lo que ven sus ojos: barrotes a mano derecha e izquierda, detrás de ellos las celdas con los criminales. Los comentarios obscenos son lo más inofensivo que se le brinda en la oscuridad tras las rejas. Al final del pasillo se encuentra una sección especial de seguridad para un solo ocupante: Dr. Hannibal Lecter.

Un ex psiquiatra que se ha convertido en un caso clínico y que ha pasado a la historia criminal (y la prensa amarillista) como «Hannibal, the Cannibal». Asesinó a toda una serie de personas, mutiló a sus víctimas y comió algunas partes de sus cuerpos.

Jodie Foster entra a la sección del Dr. Lecter y encara al monstruo de frente. La celda está perfectamente iluminada y no hay barrotes que se interpongan a la vista.  La diseñadora de la producción, Kristl Zea, dio la solución: vidrio. La cámara elabora sin obstáculos el eje principal de la película: la relación entre la agente y el inteligente loco (una actuación excelente de Anthony Hopkins).

Ella busca informaciones de su tiempo como psiquiatra. A cambio, él le pide detalles íntimos de su vida. El silencio de los inocentes ocupó durante varias semanas el primer lugar en las listas cinematográficas en todo el mundo.

La lista de películas importantes dirigidas por Demme no ha dejado de crecer desde entonces: Philadelphia, Beloved, The Manchurian Candidate… y un par más donde el rock vuelve a jugar un papel importante: Neil Young: Heart of Gold y Ricki and the Flash, entre ellas.

VIDEO SUGERIDO: Talking Heads – Girlfriend Is Better (from Stop Making Sense), YouTube (Lucaas)

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JAZZ Y POESÍA: BRINGING JAZZ!

Por SERGIO MONSALVO C.

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El racismo, la división entre lo blanco y lo negro, era –como hoy– la situación ambivalente de la cultura estadounidense y el contexto donde se desarrollaba el jazz en las primeras décadas del siglo XX, cuando Ben Hecht, antes de convertirse en exitoso guionista, director de cine, dramaturgo y novelista, volvió de Nueva York a su querida ciudad de Chicago en 1920 para iniciar un semanario cultural, el Chicago Literary Times.

Para consolidar el proyecto convenció a su amigo y colega Maxwell Bodenheim (Hermanville, Mississippi, 1882), otro exitoso poeta y escritor en aquel momento en la Urbe de Hierro, de salir de ahí con la promesa de un salario fijo, algo de lo que nunca había gozado anteriormente.

Una vez en Chicago, Bodenheim continuó cultivando con ansia una propia y entusiasta afición en las páginas de aquella publicación: el jazz. Y la puso por escrito en prosa y en poesía, pero se volvió receloso cuando la escena literaria de Nueva York empezó a cantar también sus alabanzas hacia este género.

En los artículos que aparecían en las revistas como Vanity Fair, The Metropolitan o Collier’s, escritos por autores reconocidos y muy bien pagados (como Scott Fitzgerald), quedaba claro que en la mente de ellos y de sus lectores la palabra “jazz” evocaba cosas al margen de la música, como las seductoras bellezas de esos “años locos”, las fiestas elitistas, la moda en el vestir, los peinados y maquillaje de las jóvenes modernas, los nuevos cocteles, el sexo libérrimo, etcétera, todo ello rodeado del auge y la abundancia que se respiraba en la ciudad de los rascacielos.

«En los ensayos escritos sobre el género en aquellas publicaciones no descubro mucho conocimiento, entusiasmo, ni idea por el tema mismo del que se trata: la música negra y sus contribuciones culturales –señalaba Bodenheim–. Gran parte del alboroto de los autores trata más acerca de la capacidad de tal sonido –hecho por orquestas y músicos blancos– para divertirse con él que de otra cosa. No ven sus aportaciones a la cultura del país, esas cosas les parecen completamente fuera de lugar, lo cual no es de sorprender en vista de toda su presunción y arrogancia».

Bodenheim opinaba que incluso los talentos sólidos podían quedar obsoletos por su falta de identificación con el arte del novel género. Él seguía, por ejemplo, todo el desarrollo del Renacimiento de Harlem, los escritos de Langston Huges, el concepto del “New Negro”; a músicos como Johnny Dodds o a las bandas de Louie Armstrong, Fletcher Henderson y Duke Ellington.

Maxwell Bodenheim ya escribía poemas jazzísticos desde varios años antes de que el boom por el género explotara en 1922. Habían aparecido intercalados en sus textos anteriores, tanto de prosa como de poesía: Minna and Myself, Advice, Introducing Irony, Against This Age, Blackward, The Sardonic o Crazy man, entre otros. hasta que finalmente en 1930 los recopiló y publicó en la antología Bringing Jazz!, un libro que se anticipó a su tiempo por varias décadas.

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Debido a ello, la importancia real de Bodenheim como escritor radica en su trabajo pionero con el poema jazzístico.  Es posible afirmar que este autor fue el primero en incorporar los ritmos del lenguaje negro y del jazz a la poesía, desde fines de la década anterior, antes de que Jean Cocteau, T. S. Eliot o los estridentistas lo hicieran.

Bodenheim, por su parte, había tenido ventaja con respecto a ellos, ya que había vivido y vivía en las fuentes contemporáneas mismas del género jazzístico: Nueva York y Chicago. Lo vio nacer y florecer en aquellas urbes (tras su periplo desde Nueva Orleans) y aprovechó sus ritmos y atmósferas de forma profusa.

Escuchaba vorazmente las primeras grabaciones del género publicadas por las compañías discográficas Victor, Okeh, Emerson, Vocalion o Paramount, entre ellas. Con bandas como las de Wilbur Seatman, la de W. C. Handy, de Louis Armstrong o a Kid Ory y King Oliver.

Asistía a las novedosas funciones de cine con tal tema (con profusión de títulos en tal medio), y acudía a los clubes —The Green Mill o el Cotton Club— o teatros donde se presentara alguna de las bandas representativas para escucharlas. Es decir, estaba empapado de aquella nueva cultura musical.

Como poeta pionero en la amalgama con el jazz, la síncopa usada por Bodenheim que impulsa las imágenes del poema «Bringing Jazz», como muestra, posee un feeling absolutamente moderno.

“BRINGING JAZZ!”

(¡HE AQUI EL JAZZ!)

(fragmento)

(versión de Angelika Scherp)

Anoche tuve un sueño oboe —

La locura en los silbatos de un furgón que trasportaba el jazz.

Sus rostros bramaban con un brillo vagabundo,

Que cegaba todas las ruedas triturantes y cantaban el jazz.

El furgón se regocijaba en su mugre —

Un aleluya sólo hecho de lodo cantor.

Un viejo vagabundo se abrió la camisa,

Para mostrar las heridas de música en su ampulosa sangre.

Los vagabundos cantaron con notas ardientes

Quemando el dolor con una tormenta de jazz…

Pese a que la mayor parte de la poesía de Bodenheim utilizaba el verso libre, la métrica y las rimas de sus poemas jazzísticos probablemente debían verse como una invitación a los instrumentistas para ponerles música, como lo indicó él mismo en la primera página de la mencionada antología.

El aprecio –cuyas razones no han sido esclarecidas del todo— del que actualmente goza Maxwell Bodenheim en los rincones más apartados de los elitistas círculos académicos de la Unión Americana se debe, en el fondo, a un error de clasificación.

Bodenheim suele ser identificado, regularmente, con los imagistas (imagists) o con los simbolistas, considerándolo, según ellos, como menos trascendente que la estadounidense H.D., en el primer caso, o que Baudelaire en el segundo. Aunque adjudicarle una influencia del simbolismo francés significa caer en un error particularmente craso, porque Bodenheim no sabía hablar ni leer francés.

Además, no se cuenta con indicios de que hubiera estudiado la poesía clásica o remitido sus lecturas más allá de Whitman y Poe.

El poeta Maxwell Bodenheim ansiaba un tiempo en que «los escritores estadounidenses por fin fueran decadentes hasta la médula…que sin vergüenza alguna jugaran con las palabras; que al escribir se dejaran impulsar por una ola apasionada en donde la imaginación se tornara en sacerdote ebrio…», como escribió en su momento.

Sin embargo, esta visión lo llevó con mucha frecuencia a callejones «poéticos» sin salida. Callejones que al final, conscientes de ello, se tornaron realidad, en una exageradamente ebria y fatal con su muerte el 6 de febrero de 1954. Pero ello no le quitó el mérito de haber sido el precursor que improvisó el lenguaje con la síncopa, aunque la historia (de ambas cosas) lo haya olvidado injustamente.

VIDEO: 1920’s: The Jazz Age, YouTube (Simon Gorski)

 

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LA AGENDA DE DIÓGENES: HISTORIA DE BEPPO EL INMÓVIL

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Historia de Beppo el Inmóvil de Hernán Lavín Cerda (Editorial Joaquín Mortiz, 1990) es una colección de textos breves que hablan de lo mejor de un narrador llevado al éxtasis: la literatura en la acepción más amplia de lo divertido.

Un lenguaje que hablando de meditaciones humanas nos conduce a la divinidad del sentido del humor, para adorarla y agradecerle libros como éste, rebosante de las máximas demostraciones de un escritor (nacido en Santiago de Chile en 1939) cuya flexibilidad estilística parece no tener fin, lo mismo que su aguda visión sobre la vida cotidiana.

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RIZOMA: EL DRAGÓN EXPERIMENTA

Por SERGIO MONSALVO C.

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Frente a la importante apertura que ha desarrollado la República Popular de China en los últimos años en ámbitos como el económico, científico y tecnológico, las expresiones artísticas no podían quedar atrás y la música experimental y techno, ha sido una de las que mayor cabida ha encontrado en esta sociedad, ávida de relacionarse con el resto del mundo y de dar a conocer cómo se vive y piensa ahí tras su encuentro con Internet.

Son muchos los músicos que desde hace dos décadas tan sólo han incursionado en este tipo de formato (un campo joven aún con mucha escuela y mayor potencial) que permite posibilidades de expansión muy diversas.

El prestigiado sello discográfico Subrosa, de Bélgica, frente a la relevancia que poseen en la actualidad las exploraciones sonoras en constante movimiento alrededor del mundo, ha seleccionado a un grupo de artistas chinos, desconocidos dentro del ámbito internacional, que se constituyen en los representantes más arriesgados, underground, de la escena techno, noise, ambient y experimental de la última década China. Tendencias forjadas en las principales ciudades de aquel país y en Hong Kong, Taiwán, Singapur y Malasia.

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Para quien ha comisariado la Anthology of Chinese Experimental Music — Li Chin Sung (alias Dickson Dee), acompañado en el proyecto por los ensayos de Andreas Engström, Zbigniew Karkowski y Yan Jun, reunidos en: The Sound of the Underground. An Overview of Experimental and Non-Academic Miusic in China–, ha sido posible organizar tan epopéyica exposición pensando específicamente en las particularidades de la época que abarca el periodo entre los años 1992-2008.

Esto, aunado a las diferencias que ofrecen las propuestas artísticas de todos los creadores seleccionados, le ha ayudado a estructurar una muestra de varios apartados (en cuatro CD’s, con 48 piezas) que pretenden facilitar el acercamiento a tal música de un país aún misterioso para el resto del planeta.

Li Chin Sung (nacido en Hong Kong en 1969), es poseedor de una amplia gama de estilos que van del noise industrial al avant-garde, así como de conocimientos acerca de la música contemporánea china.

VIDEO: Experimental China Music 1 of 4, YouTube (seechannel)

Li ha desarrollado una carrera tanto comisarial como de DJ, productor, compositor y artista del sonido, que lo mantiene entre los máximos conocedores actuales de la cultura oriental en el Occidente (durante una década se encargó de presentar shows en vivo en aquel territorio para luego irse a trabajar a Europa (en clubes, estudios, auditorios y sellos discográficos experimentales de Berlín, Polonia y Viena), y la prueba clara de ello se encuentra en la antología ya mencionada.

Dadas las características propias de cada uno de los trabajos que presenta, como escucha curioso me he propuesto (en gran medida guiado por los títulos de las piezas), ubicar la obra de estos creadores en apartados muy claros para contextualizar sus objetivos estéticos. Están, por ejemplo, los músicos interesados la relación del hombre y su entorno; otorgando especial atención al concepto urbano: el mismo Li Chin Sung, Zan Lu y Ang Song Ming, entre ellos.

En un segundo espacio he enlistado a los que se lanzan a la sonoridad Sci-Fi, donde dan rienda suelta a su imaginería utópica y distópica o a la  “narración” fantástica, muy relacionada con el noise progresivo occidental. Es lamentable que aún no existan los videos que plasmen en imágenes sus propuestas, ya que varias de ellas plantean con gran originalidad experimentos netamente cinemáticos: Me:Mo, Nara y Dennis Mong, son sus representantes.

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En un tercer apartado, los músicos experimentales chinos ofrecen temas que exploran diversas miradas en torno a sus circunstancias de plena actualidad. Son auténticos testigos de una realidad que apenas se asoma con sus visicitudes y contradicciones, pero conscientes de que el futuro y el liderazgo del mundo (con sus pros y sus contras, luces y oscuridades) los aguarda a la vuelta de la esquina: Sun Dawei, Ying Fan, Tats-Lau, sonorizan tal testimonio.

An Anthology of Chinese Experimental Music presenta un valioso acercamiento a la producción artístico-musical joven de este país, ofreciendo la gran oportunidad de conocer a sus creadores en Occidente.

En su obra hay el eco de la esperanza en mayores desarrollos estéticos, con visiones novedosas, que marquen las diferencias con lo que se escucha fuera de ahí. La persistencia de los experimentadores chinos, tanto como su sobrevivencia en un ámbito hostil, es una prueba de que, más allá de países y comités, de gobiernos y sistemas políticos, al mundo lo mueve el interés por el otro, aunque les pese a los nacionalismos ortodoxos.

China será centro indiscutible del universo en la primera mitad del siglo XXI. El futuro cabalgará portando en la mano, como lanza, la aguja de la acupuntura, y los quijotes musicales realizarán con ella sus hazañas en cabalgaduras sonoras inéditas, en un lugar de la Manchuria de cuyo nombre querremos acordarnos.

VIDEO SUGERIDO: Experimental China Music 2 of 4, YouTube (seechannel)

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HISTORIA DE UNA CANCIÓN: «NOW’S THE TIME»

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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¿Cuál es la fecha exacta del surgimiento del rock & roll? Una cuestión tan intrincada como su respuesta. ¿Cuándo comienza el ser humano: en el momento de la concepción; con las primeras células cerebrales? ¿Con el pálpito del corazón, en el momento de salir del vientre materno, cuándo? Una circunstancia que aún no se dirime y menos aún se generaliza su confirmación. Los filósofos tienen una respuesta, los científicos otra y los teólogos una más.

Lo mismo sucede con el rock & roll. Los investigadores tienen una contestación, la industria (que es la que busca imponer) otra y los aficionados quizá alguna más. De manera subjetiva las más de las veces se le otorga una fecha: por emotividad, por afecto a un artista determinado, a un año preferido, a un sello, a intereses comerciales, por la anécdota favorita, en fin, es largo el etcétera.

O.K., pero entonces, ¿cuándo nació exactamente y quién es el padre?  Los señalamientos pueden ir de lo antropológico (sus orígenes africanos) al lugar común, como en el caso del año 1955, por ejemplo. Sin embargo, un cliché por más que se repita no debe convertirse en una verdad. Para eso están los datos duros de la historia y los registros de grabación y archivo.

En la música, como en las ciencias (naturales y sociales), nada surge por generación espontánea. Todo tiene un antecedente —o diversos— en la composición de un nuevo género. Los hechos precisos, a pesar de todos los intereses implicados, siguen ahí en una línea clara de identificación. Los festejos, a discreción.

En el germen mismo de su concepción se puede ubicar el primer nombre en la lista de la leyenda de sus paternidades. Uno al que no se le ha brindado el debido reconocimiento en ese sentido, aunque un riguroso examen de su ADN musical lo comprobaría a todas luces. Se trata de Charlie Parker, genial saxofonista y forjador de conceptos.

Por ese lado se puede establecer que Bird —su sobrenombre— puso los genes del rock, le proporcionó el riff primigenio (frase musical breve y característica, ejecutada como acompañamiento que se repite a lo largo del tema). Y lo hizo en una fecha y lugar exactos: el 26 de noviembre de 1945, en los estudios de la compañía Savoy Records, en Nueva York, en la que estéticamente se considera una de las más grandes sesiones de grabación del jazz moderno.

En esos momentos Parker podía conseguir de la fuente bluesera, en la que abrevaba, más melodías e ideas originales que ningún otro músico. De esta manera creó improvisadamente para dicha sesión el tema “Now’s the Time”, un título premonitorio.

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En ella lo acompañaron Max Roach en la batería, Dizzy Gillespie en el piano (de incógnito, por cuestiones contractuales), Curly Russell en el contrabajo y el joven Miles Davis, de 19 años de edad, en la trompeta. Era el formato musical del futuro, el combo que sería prototípico en el jazz de ahí en adelante.

La sección rítmica respaldaba al sax y a la trompeta y el golpe básico, el beat, de cuatro por cuatro surgía del contrabajo. Era recogido luego por el baterista en el platillo superior y se convertiría así en el pulso de una nueva música, en el eje sobre el que giraría todo lo demás.

Parker utilizó para la composición del tema el concepto del riff de Kansas City (ciudad donde se asentó la vanguardia del jazz en la década anterior), para establecer una muestra de fuerza rítmica y melódica.

Esa sesión dio fin a una época e inició otra. En la superficie flotaban las inflexiones del blues, como una capa grasosa sobre el agua, y contenía esa calidad extradimensional que distingue las obras definitivas, aunque sólo dure tres minutos. Estaba perfectamente equilibrada y era fresca.

Por otro lado, cuenta la anécdota que Charlie Parker vendió en ese estudio los derechos a perpetuidad de la pieza por 50 dólares a un distribuidor de droga. “Now’s the Time” se convirtió al instante en una melodía clave de la década por varios motivos: en primer lugar, era el mayor logro musical del bebop, su mejor muestra; y, en segundo término, porque preludió otro género, el rhythm and blues, que a la vuelta del tiempo se convertiría en el rock and roll sobre sus mismas bases.

A unos meses de su aparición, y gracias a la avidez con que los músicos esperaban las grabaciones de Charlie para aprenderse las melodías, la pieza fue pirateada por Slim Moore, un saxofonista que la haría aparecer bajo el nombre de “The Hucklebuck”, un tema seminal de la corriente del jump blues, y de la cual se vendieron cientos de miles de copias por toda la Unión Americana. A Charlie Parker no le reportó más que aquellos 50 dólares.

Dicho riff primigenio hizo un viaje a la inversa del blues a través del Mississippi. Desde Nueva York hasta Nueva Orleáns. Los músicos de los distintos estados de la Unión Americana por donde pasó lo retomaron e hicieron su versión del mismo, y lo llevaron por todo el país al auditorio negro. La corriente se tornó en un movimiento y éste culminó en un género, varios años después, gracias a las aportaciones de gente como Joe Liggins, Johnny Otis, Joe Turner, Louis Prima, T-Bone Walker, Charles Brown, Amos Milburn, Fats Domino y Ike Turner, entre otros muchos.

El número de compradores de discos de todos esos personajes crecía constantemente, tanto que la gran industria discográfica decidió que era hora de participar en el fructífero negocio de la race music, término con el que se denominaba por entonces a la música hecha por negros y para público negro.

En 1949, la revista Billboard, la oficiosa biblia de la industria musical, a través de uno de sus editores —Jerry Wexler— eligió el nombre de “Rhythm and Blues” para denominar a la categoría, diferenciarla del antiguo término de significado más folklórico (y racista) e incluirla en sus listas de los discos más vendidos, al fin y al cabo el dinero que fluía no era negro ni blanco sino de un precioso verde, en el que hasta Dios confiaba.

Por otra parte, al terminar la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos se encontraron, por primera vez en la historia, con el concepto «adolescencia». Una enorme masa juvenil que nunca había sido tomada en cuenta, y que ahora estaba desocupada debido a que los puestos de trabajo eran cubiertos por los soldados desmovilizados tras la contienda; además, tenía gran poder adquisitivo por chambitas esporádicas o gracias a las aportaciones familiares.

Esa juventud empezó a crearse un universo propio. Tenía otros códigos de comportamiento, otros gustos, otras modas, otras formas de relacionarse. Y a la vez se negaba a aceptar los valores establecidos por la generación de sus padres. La música blanca era cantada por Frank Sinatra, Patti Page y las Andrews Sisters. Emanaba de una industria de consideración promovida de manera eficiente por una red internacional de medios centralizada en la ciudad de Nueva York. La música negra era cantada por Howlin’ Wolf, Wynonie Harris y Louis Jordan. Se trataba de un producto orgánico compuesto de acción, sexo e historias cotidianas.

Al comienzo de la década de los cincuenta, las baladas y los cantantes melódicos dominaban la escena estadounidense. Sin embargo, los adolescentes blancos estaban dispuestos a oír una música que expresara cómo se sentían. El rhythm and blues les sirvió de estimulante sonoro. Charlie Parker fue el instigador.

VIDEO: Charlie Parker – Now’s The Time, YouTube (joeio95)

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