ELLAZZ (.WORLD): ELIANE ELIAS

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EL PIANO Y EL FANTASMA

Nadie podría haber firmado ese guión. Mientras el extraordinario músico de jazz Bill Evans moría en Nueva York, a miles de kilómetros, en el otro extremo del continente americano, una niña atípica trataba de transcribir las piezas de este pianista al papel para poder interpretarlo. Ella se llamaba Eliane Elias y desde entonces no dejó de convivir con el fantasma de Bill. En el siglo XXI le comenzó a cantar.

De Evans le apasionó su forma de tocar, la manera de armonizar y de usar la melodía. Ella escribía cada nota en el papel pautado y después se sentaba frente al teclado y acompañaba al pianista del tocadiscos.

Los álbumes (hechos en Nueva York) pertenecían a su madre, quien tocaba el piano clásico pero amaba también el jazz. La niña se crió en tal ambiente. Sus raíces fueron ésas y las de su natal Sao Paulo, Brasil. La combinación le proporcionó la amplitud suficiente para sentirse a gusto en todas ellas.

Estuvo tan dotada física y musicalmente que a los 17 años era la muchacha en el espectáculo de Vinicius de Moraes, al que acompañó hasta su muerte. El espíritu del poeta la tomó bajo su manto.

En tres años estuvo más que posicionada en su país como acompañante de diversos artistas locales, pero en Brasil la música instrumental –su prioridad–  era minoritaria, pocas personas la apreciaban. Comenzó a sentir nostalgia de lo no vivido, del mítico Nueva York, de donde venían los discos que le gustaban.

Decidió cruzar las fronteras: las de Brasil, las de la música regional, las de la comodidad y la autocomplacencia. A los 21 años tomó el avión rumbo a la Urbe de Hierro en busca de sus propios fantasmas.

Así que en Manhattan aterrizó sola aquella joven brasileña, blanca, rubia, para hacerse de un lugar en el mundo del jazz, nocturno y de hombres en su mayoría negros. El valor se lo proporcionó la seguridad en sí misma, en su capacidad musical.

Primero fue el físico, pero su destreza pianística hizo correr la voz de su presencia en aquellos rumbos. Entró a formar parte del grupo Steps Ahead y las revistas musicales especializadas ya jamás dejaron de hablar de ella. Todo ocurrió rápidamente con el debido trabajo, sudor y dedicación.

Tras un cuarto de siglo en la escena, ya se ha labrado un nombre en mayúsculas dentro del jazz, como poseedora de un estilo, como solista y como titular de una larga discografía.

VIDEO SUGERIDO:  Eliane Elias – Waltz For Debby, YouTube (peterw99)

Hoy, con una madurez serena y propositiva, decide no respaldarse con aquel fantasma de Bill Evans sino dialogar con él, hablarle desde lo más íntimo, mostrarle el conocimiento que tiene de él, de la compenetración con su música, con su forma de tocar, con su pensamiento estético.

La experiencia dentro del género le ha clamado incluso por una nueva interpretación, no sólo con el piano, sino también y de manera extraordinaria con el canto.

Aunque Eliane Elias nunca tuvo la intención de dedicarse a cantar, en la actualidad ha desarrollado la voz con el objeto de hablar con Biil Evans en palabras, con el honor y la responsabilidad de grabar las últimas cosas que él escribió y que ya no pudo interpretar debido a su muerte prematura.

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El casamiento de Eliane con el postrer contrabajo del pianista, Marc Johnson, así como el descubrimiento de unos demos de Evans entregados una semana antes de morir y olvidados por ahí por Marc, fueron el detonante de un proyecto único.

En uno de los lados del cassette se oye a Bill ensayando y en el otro habla de las piezas que está escribiendo y las va tocando. Al escucharlas, a Eliane la recorrió un escalofrío de los pies a la cabeza. Se le despertó el recuerdo y las emociones de cuando niña.

Así que se puso a trabajar en seguida en la transcripción de la cinta. Al acabar la primera pieza empezó a tocarla con él y se le salieron las lágrimas. Después de 30 años en la música no pensó que volvería a sentir aquello.

En el disco homenaje hay clásicos como “But not for me” o “”My Foolish Heart”, así como composiciones como “Waltz for Debby”. Obras que van desde los inicios de Evans hasta lo último que compuso.

Y esto fue una pieza a la que Eliane tituló “Something for you” y para la cual escribió la letra. También da nombre al excepcional disco. Un día empezó a canturrearla mientras cocinaba, corrió al piano y comenzó a fluir la letra con una combinación de los títulos que él hizo famosos.

Eliane decidió entonces hacer un álbum de canciones, sin grandes improvisaciones, pasando de una canción a otra para poder contar una historia más completa.

Evans era una persona muy reservada, un hombre muy introvertido. Su música pese a instantes de alegría y de comunicar ese estado de ánimo, tenía muchos momentos de introspección. En el lado personal no era feliz, a causa de su dependencia descontrolada de las drogas, que finalmente lo mataron.

Bill Evans cambió la historia del piano, lo llevó al jazz con una función mucho más orquestal que la que tenía con los músicos de bebop. Amaba la armonía europea, la de Ravel y Debussy.

Le gustaban los impresionistas y los románticos como Chopin; aquel refinamiento armónico europeo mezclado con los ritmos del jazz. Él creó una escuela de armonía. Y no sólo eso, también le sacaba al instrumento un sonido hermoso.

Evans hizo al trío (piano, bajo, batería) la gran estrella del formato jazzístico. Una hermosa forma de expresión. Él fue quien la comenzó. Y Eliane ha seguido con su homenaje esa línea, se hace acompañar de Marc Johnson y de Joey Baron, respectivamente.

En el trío de Bill Evans existió siempre la comunicación entre los instrumentos, hizo de ello un arte virtuoso. Eliane Elias continúa la tradición con un disco mágico y evocador.

 

VIDEO SUGERIDO: Here’s Something for You – Eliane Elias – subtitled (HQ AUDIO / HD), YouTube (joesamplez)

ELIANE ELIAS (FOTO 3)

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JAZZ Y CONFINES POR VENIR – 1*

Por SERGIO MONSALVO C.

JAZZ Y CONFINES POR VENIR (PORTADA)

 

 Para Saskia

en el nuevo siglo,

su siglo

Para Alive

y sus retos

Para Ian Eduardo, Yamil y Miranda

con el anhelo del futuro

 

INTRODUCCIÓN

 Todo ingrediente cultural es el resultado de una dinámica social específica y responde a necesidades colectivas. La cultura entendida de esta manera es la respuesta de un grupo al reto que plantea la satisfacción de las necesidades básicas que tiene toda colectividad humana.

Necesidades de creación y recreación, de conocimiento de las herencias acumuladas por generaciones anteriores y de un conjunto de elementos dinámicos que pueden ser transferidos, reinterpretados y enriquecidos. Así, hoy en día se oye hablar con frecuencia de la difusión de una cultura global o universal, en la que la humanidad entera participa de manera creciente con su cúmulo de valores.

El mundo civilizado o —para plantear el asunto en términos menos ambiciosos— el de las “áreas culturales” es una realidad que no puede ser ignorada, y tampoco soslayada en cualquier proyecto en ese sentido. El jazz es parte destacada de todo ello. Y así lo han entendido sus intérpretes de avanzada.

El elemento primordial para la génesis del jazz fue el encuentro de diversas culturas, su crisol fundamental. Tal fenómeno no ha dejado de ser importante a lo largo de la historia del género, y el futuro no predice otra circunstancia. Al contrario, fortalece esa simiente con nuevas corrientes y manifestaciones musicales tanto globales como regionales.

El jazz ha estado en el corazón de nuestro tiempo. Fue la primera cosa que habló de civilización en el siglo XX a través de las artes, incluyendo al cine: fue el placer que penetró por el oído y arrastró todos los sentidos. La historia, el mito, la leyenda, en una realidad entonada con la trompeta, el sax, la voz, el piano o los tambores.

El sonido de lo cierto en la intimidad de un solo o en lo lúdico representado por las orquestas. Una música libre para todos y espontánea; estallido de intérpretes apasionados que buscan la expresión conmovedora en la improvisación. Melancólico e introspectivo, reflexivo y con preocupaciones sociales o alegre y bailarín, el jazz se ha inspirado no sólo en un ideal abstracto sino en el mismísimo sonido de la voz humana. Con su realidad doliente, relajada o festiva, con su ritmo y sensualidades propias.

Hace no mucho eran para maravillarse las diferencias musicales entre los seres humanos. Todo resultaba extraño y exótico. Actualmente, debido a las grabaciones, a los medios de comunicación y nuevas tecnologías, se ha desarrollado otra capacidad al respecto: la sorpresa ante las similitudes. La identificación de unos con otros. Artísticamente se ha dado un claro impulso hacia ello. Hoy en día ya no es raro que los intérpretes de distintos continentes se sienten juntos a evocar la unidad a través de su música.

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El término «World music» (música del mundo) empezó a aparecer en la industria disquera británica en 1987. Antes de cumplirse el año cruzó el Canal de La Mancha y adquirió vida propia, convirtiéndose en un importante mercado. Es un concepto ideal, aunque demasiado amplio para definir un género de tamañas proporciones.

Ha servido para clasificar manifestaciones musicales con muy poca o ninguna coincidencia entre sí. Los unos lo entienden como música popular local; los otros, como oscuras grabaciones etnomusicológicas hechas in situ. Otros más lo utilizan para hablar de música acústica regional.

A fin de cuentas, la World music no es un arte de formas fijas, de estilos definidos, sino de inflexiones que se producen fundamentalmente a base de modelos remotos en el ámbito de las metrópolis. Y sus músicos creadores tienen la ventaja de abrevar en fuentes de una larga tradición, dotadas de caracteres propicios que a ellos corresponde universalizar.

El reconocimiento de estilos musicales como el raï argelino, el zouk antillano, el flamenco español, son producto de esta tendencia. Al igual que el reggae, la música africana, la latinoamericana, la caribeña y las manifestaciones regionales de la India, entre otros ejemplos.

Este desarrollo ha inspirado a los músicos para trabajar estilos excéntricos (procedentes de regiones alejadas de los centros tradicionales de la industria musical) como la polka, el folk celta o la música yiddish.

De todo ello se ha derivado también la categoría “World beat”, que se aplica a las fusiones contemporáneas entre el rock, el jazz, la electrónica y las músicas tradicionales que resultan exóticas para los primermundistas. Esta última interpretación es básicamente la nueva música creada por los inmigrantes de las grandes urbes internacionales.

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El jazz es el género musical que más estilos ha absorbido a lo largo de su historia y ahora, en pleno siglo XXI, ha abrazado a la World music y a la música electrónica, corrientes que han tomado al mundo sonoro por asalto con su revolución benévola. La influencia de las ideas no occidentales en la música por igual le ha dado una saludable revolcada a la vida contemporánea, además de permitir algunos injertos variados: estilos, tradiciones, nuevos instrumentos, técnicas interpretativas, vanguardias y tecnología de punta.

En las filas del jazz esto no es nada nuevo sino una evolución de su esencia misma. Piénsese, por ejemplo, en la relación recíproca mantenida por Dizzy Gillespie con Cuba, las danzas ejecutadas por Ornette Coleman con músicos marroquís, la integración de la música india por parte de John McLaughlin, el diálogo constante entre el jazz estadounidense y la música brasileña o el hipnotizante deconstructivismo africano en la obra setentera de Miles Davis. Y, en fechas más recientes, la música del saxofonista Steve Coleman ha recurrido a la polirrítmica africana, a tonalidades orientales y otras formas de pensar extra occidentales.

El jazz, la World music y la electrónica comparten de cara al futuro el lenguaje común de la improvisación y la flexibilidad armónica y rítmica, al experimentar con las ideas de diversos lares. Su conjunción representa una de las propuestas creativas más emocionantes en el mundo del jazz actual, un mundo que aguarda mayores exploraciones y menos purismos anodinos.

Asimismo, hoy, en lo que posiblemente sea una indicación de lo que vendrá, hay en el jazz un sentimiento nuevo, una voluntad fresca. Más allá de las etnias, en el sentido de una música individual pero plena de valores humanos básicos —en la que blancos, negros, amarillos, cafés y demás colores pueden funcionar libres y de igual forma—, se han dado las free forms de los músicos jóvenes, como lo confirman los ejemplos de Rabih Abou-Khalil, Monday Michiru o Saskia Laroo. La razón de esta posibilidad es que ya todos abordan la situación en igualdad de circunstancias gracias a la expansión o disolución de las fronteras musicales.

De tal forma y como respuesta a la diversidad cultural que los distingue, los jazzistas no negros (europeos, latinos, asiáticos) también tocan de acuerdo a su propia verdad e inspiración. Algunos han sido absorbidos por grupos afroamericanos o bien pueden actuar bajo la batuta de un líder de cualquier nacionalidad, de Manu Dibango o Hugh Masekela a Hans Dulfer, más allá de apologías o inhibiciones de todo tipo. Desde ya todos apuntan en la misma dirección, buscan el mismo objetivo: el arte. Y su música presenta todas las condiciones para la permanencia en el porvenir.

Por otro lado, así como un día el jazz se fundió con el rock, hoy, algunos años más tarde, lo reencontramos como acid jazz, Nu jazz o e-jazz, en una mezcla con el hip hop (jungle, drum’n’bass, trip hop, hardcore, etcétera). Los grandes esponsales fueron presididos inicialmente por el rapero Guru y su proyecto musical denominado Jazzmatazz.

Las similitudes históricas relacionadas con la aparición de los dos géneros, cada uno en su momento, son más que notables. Su fusión ha alcanzado una madurez debida, entre otros motivos, al creciente número de composiciones que dan fe de la expansión de una de las expresiones artísticas más interesantes del fin del siglo XX y comienzos del actual.

Ambos géneros —jazz y hip hop— derivan de la necesidad de recordar propia de la cultura afroamericana. El jazz y el rap (la voz del hip hop) responden cada uno a su manera a la evidencia y las carencias, a la voluntad de expresar, en un momento dado, una verdad y un punto de vista sobre alguna realidad precisa en una sociedad determinada. Sobre las dificultades de haber nacido dentro de una estructura dada y de cómo traducir dichas dificultades, exteriorizarlas y compartirlas. Como muestra está la obra de Nils Petter Molvaer, Jazzkantine, Courtney Pine o Me’shell Ndegéocello, entre otros. La evolución continúa su marcha.

En este periodo, entre siglos, han cambiado radicalmente las condiciones económicas, sociales, tecnológicas, sanitarias y hasta ambientales del mundo. Las artísticas también, por supuesto. Ante la dispersión de los elementos y la mediatización de los gustos, se impone un cambio en la forma de entender al jazz, sin purismos, sin regionalismos y con la mente abierta a los nuevos sonidos.

SERGIO MONSALVO C.

 

 

 *Fragmento del libro Jazz y Confines Por Venir. Comencé su realización cuando iba a iniciarse el siglo XXI, con afán de augur, más que nada. El tiempo se ha encargado de inscribir o no, en los anales del género, a cada uno de los personajes señalados en él. Inicio la serie en el blog “Con los audífonos puestos”, bajo la categoría de “Jazz y Confines Por Venir”.

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Jazz

y

Confines Por Venir

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Textos”

The Netherlands, 2021

 

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© Ilustración: Sergio Monsalvo C.

 

 

POPCORN JAZZ (VIII)

Por SERGIO MONSALVO C.

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JAZZ EN EL RING CINEMATOGRÁFICO

El jazz versus la música clásica. Discusión bizantina. Desde su aparición, un tema preferido del cine sonoro fue la lucha por lograr para la música sincopada el respeto que disfrutaba la clásica.

Los observadores enviados a la calle por la industria cinematográfica aplicaron en sus análisis los estereotipos y lugares comunes que nutrían a la sociedad estadounidense de las tres décadas recientes.

A través de una visión surgida de la cultura redentora que permeaba los estratos blancos, crearon normas sociales y estéticas que sirvieron a la identidad nacional. Hasta el grado que muchos ultraconservadores vieron en ello un tipo de anticultura.

El jazz era criticado como si fuera la forma más básica del romanticismo musical. De esta forma, el cine proporcionó el modelo para una gran cantidad de antítesis sobre el género: el negro era sensual, el blanco espiritual; el jazz, una combinación de modales superficiales, la música clásica comunicaba un sentido orgánico de lógica sustantiva; el énfasis del jazz en la improvisación estaba inmoderado por la disciplina interna lograda con tanta dificultad por la música clásica, etcétera.

Pese a que se convirtió en un cliché bastante trillado, Hollywood aprovechó los exitosos conciertos de los jazzistas –como los de 1924 por Paul Whiteman en la Aeolian Hall y Vincent López en la Metropolitan Opera House, así como la producción de la Harlem Symphony de James P. Johnson en 1932, en Carnegie Hall y la Brooklyn Academy of Music– para resolver el conflicto entre ambos géneros en un enfrentamiento final llevado a cabo en una sala de conciertos.

En Is Everybody Happy? (1929, Warner Bros., dirigida por Archie L. Mayo), Ted Lewis retrata al hijo de un padre que odia el jazz, cuya esperanza de haber criado a un violinista clásico se desvanece al descubrir que el muchacho ha empeñado el violín y está tocando jazz con el clarinete en un restaurante húngaro. Tras de una serie de malentendidos y conflictos, Lewis se redime con su padre y promueve la causa del jazz al dirigir un grupo en Carnegie Hall.

Por su parte, en Jazz Preferred (1930, Vitaphone, dirigida por Boris Petroff), Red Nichols y sus Five Pennies enfrentan a un adversario degustador de la ópera y ganan. Asimismo, en una producción pródiga de Murder at the Vanities (1934, Paramount, dirigida por Mitchell Leisen), el indignado director de una orquesta clásica empuña una metralleta para eliminar a toda la Duke Ellington Orchestra (vestidos inicialmente con pelucas y trajes del siglo XVII), porque insistía en interpretar la Segunda Rapsodia Húngara de Liszt en una versión jazzeada intitulada Ebony Rhapsody.

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La historia del jazz constituyó, a su vez, la fuente principal de la trama de New Orleans (1947, United Artists, dirigida por Arthur Lubin), pero la cinta también incorpora un gran final en la sala de conciertos. Buena parte de la película se dedica a algunos músicos de jazz de primera línea, incluyendo a Louis Armstrong, Mutt Carey, Zutty Singleton, Barney Bigard, Budd Scott, Lucky Thompson, Meade «Lux» Lewis, Red Callender, Woody Herman y Billie Holiday, que interpreta el papel de la sirvienta de una cantante de ópera (Dorothy Patrick).

A esta última la fascina la nueva música rítmica llamada jazz. Con la ayuda de Holiday asiste a un club en Storyville para escucharla de primera mano, donde encuentra a su maestro de ópera escuchando a Armstrong. Al principio su reciente gusto musical hace enojar a sus padres escandalizados, que prácticamente la desheredan, pero hay un final feliz cuando canta «Do You Know What It Means to Miss New Orleans?» en una sala de conciertos de Nueva York, ganándose la aprobación de todos.

Al respecto de esta cinta, Billie Holiday escribió lo siguiente en su autobiografía Lady Sings the Blues: «Trabajaba en un club de California cuando Joe Glaser –mi representante– concertó el acuerdo de actuar en la película New Orleans. Pensé que me interpretaría a mí misma y eso sería todo. Me equivoqué. Cuando leí el guión, caí en la cuenta de que cantaría un poquito e interpretaría a una criada.

“Me enojé con Glaser por haberme metido en eso. Había peleado toda mi vida para no ser la criada de nadie. Después de ganar más de un millón de dólares y de situarme como cantante de buen gusto que se respetaba a sí misma, era un auténtico plomo ir a Hollywood para terminar como una criada de paga. Comencé a fastidiar a Glaser diciéndole que no haría ese papel ni por todo el oro del mundo, pero él me advirtió que si rompía el contrato estaría cavando mi propia tumba». Huelga decir que la filmación resultó todo un polvorín.

La aceptación pública del jazz también se logra al final de St. Louis Blues (1958, Paramount, dirigida por Allen Reisner), cuando Eartha Kitt presenta el famoso blues de Handy en una sala de conciertos.

El swing como tema. La palabra «swing», al igual que «jazz», fue explotada por Hollywood para atraer a la audiencia. Entre 1936 y 1949 se produjeron más de 50 películas con la palabra «swing» en el título. Entre ellas figuran Swing It (1936), Swing Banditry (1937), Swing School (1938), Swing Hotel (1939), Swing Fever (1943), Synco-smooth Swing (1945) y Symphony in Swing (1949). Hacia el final de los cuarenta ya estaba finalizando la era del swing, aunque el ritmo siguió inspirando al cine.

Sweet and Low-down (1944, 20th Century-Fox, dirigida por Archie Mayo) gira a grandes rasgos en torno a la suerte del grupo de Benny Goodman en gira e incluye uno de los solos más exquisitos y animados de Goodman cuando su cuarteto (Jess Stacy, Sid Weiss y Morey Feld) interpreta «The World Is Waiting for the Sunrise» en una jam session. Goodman también aparece en A Song Is Born (1948, Samuel Goldwyn, dirigida por Howard Hawks), junto con músicos como Tommy Dorsey, Louis Armstrong, Lionel Hampton y Charlie Barnet.

VIDEO SUGERIDO: Benny Goodman – 3 from Sweet & Lowdown, YouTube (Paul Hemmer)

POPCORN VIII (FOTO 3)

POPCORN (REMATE)

ELLAZZ (.WORLD): BARBARA DENNERLEIN

Por SERGIO MONSALVO C.

BARBARA DENNERLEIN (FOTO 1)LA CHICA DEL HAMMOND

 Barbara Dennerlein, con mucho la mayor representante del órgano europeo en el jazz contemporáneo, nació en Munich, Alemania, en septiembre de 1964. A los cuatro años se inició en el estudio del piano clásico, pero el descubrimiento que hizo en la discoteca de su padre de un álbum del organista Jimmy Smith, Peter & The Wolf, la enloqueció y se decidió por el mismo.

Comenzó a tocar dicho instrumento a los once de edad y cuatro años más tarde ya actuaba en los clubes locales y se labraba una reputación como intérprete original. A los veinte fundó su propio sello discográfico llamado Bebap y desde entonces produce álbumes exitosos que distribuyen los sellos Enja y Verve.

Barbara Dennerlein difiere de los demás ejecutantes actuales del Hammond B-3 (el modelo que toca) ya que su estilo ha llevado más allá el experimentado por Jimmy Smith, el padrino moderno del instrumento dentro del género jazzístico.

Ella utiliza un sintetizador MIDI, que opera a través de los pedales, para que su órgano logre una línea de bajo muy particular. Todos sus discos, desde 1984, tienen ese sonido que la ha hecho destacar y también ser acompañada por grandes figuras del jazz internacional.

El instrumento que ella ejecuta fue inventado por Laurens Hammond en 1933. Inició el desarrollo de un órgano basándose en un motor síncrono. Sus objetivos eran claros: conseguir un órgano eléctrico barato, pequeño y que imitara fielmente el sonido de los gigantescos órganos de tubos.

Wild Bill Davis, con sus grabaciones de 1949 en el sello Okeh, introdujo el órgano Hammond al jazz. Su estilo tenía todos los rasgos del incipiente rhythm and blues, haciendo largos crescendos de acordes y dando gran énfasis al pedal de volumen. Reflejó una fuerte influencia de la big band.

El surgimiento del Hammond en Europa se produjo sobre todo a raíz de las actuaciones y grabaciones de este músico y de Lou Bennett a partir de 1960, que causaron sensación entre los jazzmen locales. La culminación de ello se dio cuando apareció el álbum de Jimmy Smith llamado Peter & The Wolf.

Todo lo que se podía hacer con el instrumento se encontraba ahí. El organista Jimmy Smith, reconocido en el medio como «el rey del soul-jazz» se había erigido en el máximo representante del órgano Hammond como instrumento del jazz.

De la plétora de intérpretes surgidos desde entonces, el nombre de Barbara Dennerlein es uno de los que merece destacarse. Esta organista alemana fue la única que con sus frecuentes grabaciones logró atravesar el Atlántico y forjarse un sitio destacado en el gusto estadounidense. La compañía Verve la contrató de inmediato para su distribución en el resto del mundo, situación que a la larga la ha hecho muy popular incluso en el Lejano Oriente, donde se ha vuelto un músico de culto para los tecladistas.

Aunque la tradición del órgano en el jazz sigue firmemente anclada en Jimmy Smith, no faltan quienes se ubiquen en la estela de la experimentación musical, como el caso de la Dennerlein, quien ha seguido las vías del bebop y del postbop para su propia obra.

Lo que llama la atención es que todos los recientes intérpretes del instrumento son caucásicos, circunstancia que no deja de ser curiosa en una parcela dominada tradicionalmente por músicos negros a través de la historia. Otro efecto de la globalización cultural, que ha diversificado las cosas.

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A principios de los ochenta, Barbara Dennerlein era un secreto sólo conocido por los músicos de la escena del jazz de Munich. A los 15 años ella cultivaba a una entusiasta audiencia con su impresionante técnica con el Hammond B-3. Ya entonces era capaz de interpretar desde swing hasta bebop y postbop, desde blues hasta funk, y muchas celebridades locales se disputaban un sitio junto a este prodigio sobre el escenario. Una personalidad nada común en el mundo del jazz, un mundo asimismo plagado de personalidades sobresalientes.

A pesar de ello, pocos de sus allegados auguraban que se convirtiera en el mayor éxito del jazz alemán de los noventa, con proyección hacia el siglo XXI. Año tras año, desde entonces, ha estado entre las favoritas de las listas de popularidad entre los críticos de revistas especializadas, y ha acaparado galardones en todo el Viejo Continente.

Su primer disco para el sello estadounidense Verve, Take Off, supuso su reconocimiento internacional, y el segundo, Junkanoo, su consolidación como una de las organistas de jazz más completas y llenas de energía, capaz de aunar estilos y facetas con una técnica brillante.

El trabajo de Barbara Dennerlein en sus discos (una docena desde los ya mencionados) no es del tipo que pudiera atraer al público del pop. Para eso su sonido B3 en el Hammond está arraigado de manera demasiado firme en el jazz e incluso en el neoclasicismo.

El tema «Andre’s Mood» es un ejemplo de ello. Dennerlein hace caso omiso de todos los estereotipos del órgano, hasta del inevitable groove funky. En sus discos se trata sobre todo de jazz latino y bebop. Además, colaboran con ella en sus diferentes proyectos un grupo selecto de músicos, lo cual les hace tanto bien a sus composiciones que los álbumes se elevan muy por encima del nivel promedio de un disco contemporáneo del instrumento.

Entre sus invitados se cuentan Don Alias en las percusiones, Randy Brecker en la trompeta y el fluegelhorn, Thomas Chapin en la flauta, Howard Johnson al sax barítono y la tuba, David Murray en el sax tenor y el clarinete bajo, David Sánchez en los saxes tenor y soprano, Dennis Chambers en la batería, Frank Lacy en el trombón, Lonny Plaxico en el bajo eléctrico y Joe Locke en el vibráfono. Músicos de distintas áreas que enriquecen el trabajo de la organista alemana.

Las décadas anteriores han hecho patente un marcado movimiento retro de insospechada amplitud con el viejo órgano Hammond, convertido en todo un icono de la cultura popular a nivel mundial. El denominado “sonido Hammond” vuelve a gozar del favor de músicos y escuchas y ya es muy común en estos tiempos encontrarnos con su electrificante, sensual y bello sonido, de digna herencia religiosa, en todo tipo de música.

Una nueva generación de organistas, que llevan a Barbara Dennerlein como una de sus principales líderes, conserva este rejuvenecido instrumento, al que ya le aseguraron la buena salud entrado el siglo XXI.

VIDEO SUGERIDO: Barbara Dennerlein – Outhipped Live Performance, YouTube (hans1970)

BARBARA DENNERLEIN (FOTO 3)

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BABEL XXI – 518

Por SERGIO MONSALVO C.

BXXI-518 (FOTO)

 DIANA KRALL

AMAR MIENTRAS SE CANTA

 

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

https://www.babelxxi.com/518-diana-krall-amar-mientras-se-canta/

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LIBROS: ANA RUIZ

Por SERGIO MONSALVO C.

Ana Ruiz (Portada 2)

 SUEÑOS EN TRANSICIÓN*

(ENTREVISTA)

El jazz (en su forma más free) es aquello que permanece de un sueño en la vigilia. Es una reverberación mental completamente afectiva que se anida en la memoria. Si no, ¿cómo explicar que podamos captar, de manera precisa, el eco de una música de la cual no se escribe ni una sola nota, ni se pinte su color?

Es un desdoblamiento poético que se fija en el espíritu como un goce fugaz de recuerdo imperecedero. Algunos mortales son capaces de recrearse en ello. Uno de éstos lleva por nombre Ana Ruiz. Es una pianista, pionera del género en un país reacio, que nació en la Ciudad de México el 2 de agosto de 1952.

Ella sabe que sólo equivale a la intimidad de un pianista la voluntad de comunicación. Una paradoja. Una sublime paradoja. Más aún cuando los aplausos estallan a causa del silencio tras su música. Los polvos mágicos que se disuelven en el fondo de un licor divino.

Ella sabe que su sueño jazzístico es forma pura y virgen, al que va levantándole sus arquitecturas sobre tinieblas frescas y significativas de las que surgirá flora y a veces lienzos alegóricos. Como el personaje de la Cantante Calva de Ionesco, que siempre se apresura a recomenzar.

Ana alguna vez fue calva. Por lo tanto comprende que el más hermoso de los ejercicios físicos y espirituales es la peregrinación por esas formas territoriales de circulación personal, secreta, de virginidad en los signos.

El viaje con todos los sentidos despiertos, con el cuerpo aligerado por la marcha: estado en el que todos los dispositivos de la intuición funcionan. La tarea es dejarlos despertar, flotar, emerger de sí misma, como un desprendimiento astral.

Ella sabe que tales formas se convierten en manos sobre las teclas, con intenciones conmovedoras, ardientes, frágiles o fuertes. En libertad plena. Y lo sabe por sus ojos obsesivos, brillantes órganos de la adivinación.

La posibilidad de vidas múltiples y simultáneas, en notas diversas, como mundos en metamorfosis. Modalidades rítmicas, armónicas, melódicas. Cada una como objeto único que busca cabalgar en la imaginación. Pasa de uno a otro paisaje. El éxtasis está en la forma que los reúne: el free.

Todo cede ante su facultad de verse, de ver esas manos, de pasar de una vida a otra, de no consumirse en una sola. Ella lo sabe.

S.M.: Ana, ¿cómo se dio en tu caso el aprendizaje de la música?

A.R.: “En mi familia hay muchos músicos. Mi abuela era pianista, ella estudió el instrumento con [Alba Herrera] Ogazón y le encantaba tocar. Yo de muy chiquita le daba vuelta a las hojas mientras ella tocaba, iba leyendo la partitura y la disfrutaba con ella. Tocaba cosas maravillosas y las gozábamos. Un tío por parte de mi abuela era Carlos Chávez. Yo estudié música con Otilia, su esposa, y ésta nos dio clase a todos mis primos y hermanos. Yo aprendí a tocar con un teclado mudo. En él recibí toda la técnica. Una vez con estos elementos nos pasaba al piano, al piano acústico, nos daba solfeo y enseñaba a mover los dedos. Después me metí al Conservatorio Nacional junto con mi hermana Citlali, ella estudiaba viola. Mis otros hermanos estudiaron guitarra y oboe respectivamente. En la familia siempre oímos música clásica. La popular estaba vetada, aunque yo la escuchaba a escondidas”.

S.M.: ¿Cómo fuiste de niña, cómo fue la relación con tus padres?

A.R.: “Muy buena, muy amable. Siempre fui rebelde, siempre quise hacer cosas y todas mis emociones y demás iban a parar al piano, las volcaba en él. Mis padres gozaron mucho esta situación, siempre les gustó que tocara”.

S.M.: ¿Tu padre a qué se dedicaba, a qué se dedica?

A.R.: “Mi papá ya murió. Era campesino y fue compositor de boleros, de guarachas, etcétera. Le encantaba hablar sobre su pueblo, sobre el campo, las mujeres, el amor por Jalisco”.

S.M.: ¿Cuáles fueron tus discos favoritos primero como niña y luego como adolescente?

A.R.: “Beethoven me gustaba muchísimo, Dave Brubeck, lo mismo que los Rolling Stones. Los Beatles nunca fueron de mi agrado, no eran algo que me emocionara, como los Doors, por ejemplo. En la casa teníamos que oír otro tipo de cosas, pero en una recámara nos escondíamos todos los hermanos y poníamos el radio para oír a los Doors y cosas así, que eran raras o muy nuevas”.

S.M.: ¿Tienes algún disco entrañable para ti que haya causado cambios en tu vida?

A.R.: “Sí, claro. Los de Ornette Coleman y de Cecil Taylor. A este último lo entendí desde muy joven. La gente me decía: ‘Es un loco que nada más aporrea el piano’. Pero yo realmente siempre lo entendí. Tenía una estructura y un desarrollo. Había un juego y se reía del mundo, gozaba al hacerlo. A mí Cecil Taylor me cambió muchísimo. Sus primeros discos me hicieron decir: ‘¡Guau!, ¿qué es esto?’. Desde entonces he oído mucha música, pero ya no hay un disco que me llame la atención, en el que me haya clavado, ya no”.

S.M.: ¿Cuál es tu definición particular de la palabra jazz?

A.R.: “Es la forma que tienes para platicar sobre ti. Desde cómo te despertaste ese día hasta cuál es tu dolor más grande en el mundo. Es la manera de expresarlo y de decir ‘aquí estoy’”.

 *Fragmento de la entrevista, publicada originalmente en el blog Con los audífonos puestos, bajo el rubro Ana Ruiz de la Serie Ellazz (.mex), que realicé el día 20 de febrero del 2001. Tras la publicación del libro Tiempo de solos (que edité junto al fotógrafo Fernando Aceves) quería continuar el proyecto de hacer más perfiles de los jazzistas mexicanos, Ana era parte de esa continuación. Sin embargo, los planes cambiaron. Vine a vivir al extranjero y aquello quedó trunco. Desde entonces no había tenido noticias de ella hasta que me encontré con una muy breve referencia on line en la revista número 17 del Instituto de Estudios Críticos y de la cual hago referencia a continuación:

“Pianista y compositora mexicana dedicada a la improvisación y el free jazz desde 1973. Ha formado parte de los grupos Jácara, Baile y Mojiganga, Atrás del Cosmos, La cocina, Radnectary La Sociedad Acústica de Capital Variable. Ha compuesto música para películas, coreografías, y documentales. Desde febrero de 2015 comienza, con el auspicio de la Fonoteca Nacional, la recuperación de la música del grupo Atrás del Cosmos para editar varios discos compactos con el interés de dejar una constancia histórica y dar a conocer este grupo al mundo”.

 

Ana Ruiz

Una entrevista de

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Palabra de Jazz”/18

The Netherlands, 2020

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ASTOR PIAZZOLLA

por SERGIO MONSALVO C.

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 DESAFÍOS AL TANGO

 En los albores, el tango comenzó como una orgiástica diablura; hoy es una manera de caminar en la música. Astor Piazzolla (1921-1992) tuvo definitivamente que ver con ello. A través de los diversos medios utilizados por este artista —instrumentos, estructuras, técnicas— se vio un nuevo acontecer en dicha música que otorgó su impronta a la expresión, y condicionó la intuición creadora de muchos instrumentistas subsiguientes.

Piazzolla aportó al tango influencias tan diversas como el jazz, el clasicismo contemporáneo y la ópera italiana, elementos que destiló para crear el «nuevo tango». Mientras el género seguía durmiendo bajo las condiciones de los conservadores, la música de este compositor entonaba una canción más urgente y radical. Sus temas no siempre resultaron complacientes, desafiaban, despertaban pasiones, comunicaban el «duende» lorquiano. Ese espíritu de la inspiración sobre el cual habló tan persuasivamente Federico García Lorca, y al igual que el «duende» comunicaban peligro, que en el caso de Piazzolla no era sólo de carácter figurado.

LUCHA CONTRA LA ORTODOXIA

Su vida se vio amenazada y su música, denostada por personas cuya ortodoxia fue turbada por esta innovación rampante y la falta de respeto intencional hacia las convenciones. No obstante, con el tiempo Piazzolla fue reconocido como inspirador del tango, una influencia tan fuerte en la música como la de su compatriota Jorge Luis Borges en la literatura. Ésa es la medida de la grandeza de Astor Piazzolla. El bandoneón tocado por él, según comentara, nació en una iglesia de Alemania, de donde pasó a los prostíbulos en Buenos Aires. Éstas fueron las cunas del tango, que de ahí se difundió a las salas de concierto del mundo. La ironía es tan incisiva como una navaja.

“El tango no es una música alegre, es sentimental y triste, nostálgica. Creo que no existe en el mundo una tan triste, melancólica, dramática y pasional como el tango”, definió el bandoneonista y compositor. Piazzolla siempre supo y trabajó bajo el conocimiento de que el tango no tenía raíces negras, de que en Argentina no hay raíces africanas, lo cual inclinó tal música hacia la introversión debido a la falta de dicha rítmica y sus percusiones. Su ritmo final se lo dio la urbe, su latido existencial.

NUEVOS RUMBOS PARA EL TANGO

Quizá uno de los discos que explica mejor los conceptos estéticos de este artista sea La Camorra (Nonesuch), con The New Tango Quintet (Fernando Suárez Paz, violín; Pablo Ziegler, piano; Horacio Malvicino, guitarra eléctrica; Héctor Console, bajo), una obra clásica en la que sobre la base de una línea melódica en sus diferentes temas, “Soledad”, “La Camorra I, II y III”, “Fugata” y “Sur”, en sus dos partes, los músicos improvisaron las armonías con plena libertad personal, como en el jazz, expresaron las líneas como las sintieron.

Piazzolla marchó en el sendero de la búsqueda de nuevos rumbos para el tango. Se benefició, por una parte, del legado ofrecido, así como de un rico filón folklórico, pero a éste le adicionó su capacidad creadora para inventar estructuras y combinar timbres y recursos.

Lo que ha surgido de esa búsqueda demuestra que se puede actuar a favor de las manifestaciones de una música de raíces populares expresada con voces nuevas y convincentes. Pertenece —como dijera Borges— a esa especie venturosa que tiene, aunque humilde, su lugar en el universo.

I

UN ACTO DE EQUILIBRIO

Aparte de su sensualidad omnipresente en obras como: The Vienna Concert, Zero Hour, Five Tango Sensations, Concierto de Nácar, etcétera, la música de Piazzolla otorga una respuesta inequívoca a la pregunta de por qué se creó y de qué fuentes derivó. Su música refleja pasión. El vínculo excitante entre los polos extremos de la emoción, ese acto de equilibrio entre la dicha y el dolor, encuentra tanta expresión en su obra como en la de Franz Schubert. Hay pocos compositores contemporáneos cuya música puede experimentarse y sentirse con el mismo grado de pasión.

Enamorarse de su música es algo muy especial. Permite olvidar la rutina, las decepciones. El amor por su música da la oportunidad de explorar un aspecto de la música contemporánea que realmente toca al público, en lugar de convertirse en una conferencia sobre la apreciación musical.

EXPRESIÓN DEL PENSAMIENTO

Creo que la obra del argentino constituye un ejemplo perfecto de la profundidad que puede adquirir la música contemporánea. Pertenece al linaje de grandes compositores quienes expresan pensamientos sumamente personales con su música. Cuando hablamos de belleza, de la belleza de la arquitectura, el arte, la gente y el amor, debemos invocar también la música de Astor Piazzolla.

Para muchas personas, su nombre significa el tango por antonomasia. El de un compositor sofisticado capaz de alcanzar a un público muy grande en un nivel emocional, no sólo intelectual. Piazzolla fue atrevido, sincero y sin complicaciones, todo al mismo tiempo. Fue un músico de altísimas expectativas, un compositor excelente y único, quien logró vincular las ideas del pasado con el presente.

PASIÓN Y RELECTURAS

“La pasión se mueve entre Dios y el diablo”, dijo en alguna ocasión Astor, el gran revolucionario del tango y uno de los artistas que anticiparon la fusión de las culturas antes de que esto se volviera moda. El músico lo decía por experiencia. Si por un lado fue crucificado por los puristas que ven el tango como una pieza de museo, por la otra fue reconocido por mentes progresistas al darle nuevo sentido al género, como resultado de entrecruzar sus raíces porteñas con el jazz y la música clásica y contemporánea.

Por fortuna los improperios de sus detractores son cada vez menos escuchados, no así su música, que recluta nuevos adeptos cada vez que sus obras son reeditadas o aparece alguna grabación inédita. La pasión crece también a través de las relecturas que de sus obras han hecho otros artistas, como ha sido el caso de Kronos Quartet, Gerry Mulligan y Gary Burton, Gidon Kremer y el guitarrista Al DiMeola, entre decenas más.

En dichas interpretaciones de uno de los compositores más inusitados de nuestro tiempo, no hay reverencia a la figura inalcanzable, sino el saludo de un músico que se ha alimentado de la obra de otro creador y quiere agradecérselo con música.

LA CONDICIÓN HUMANA

El arte de Piazzolla irrumpió en la conciencia del mundo con una mezcla de brutalidad, magia, sensualidad y honestidad humana, dotado de la vitalidad de un mundo expresivo con enormes alcances emocionales, una visión clara de la condición humana y sentido del humor frente a arrolladores pesos económicos y políticos. Es rara la mente musical capaz de elevar una forma como el tango en un vehículo expresivo de tal profundidad y alcances.

Pablo Ziegler, pianista, compositor y arreglista integrante del famoso Quinteto Piazzolla durante diez años y actualmente uno de los máximos exponentes del tango nuevo, ha comentado: “Vengo del jazz, el tango y la música clásica. Soy bicho de ciudad y mezcla musical. Lo mejor que pude heredar de Astor Piazzolla son las ganas de buscar; en arte no sigan al maestro, sigan su música. El tango es la música que nos representa y es también humor, juego, baile, picardía. Es nuestro cónyuge, equivalente a swing más slang […] Yo tocaba el jazz; tango, sólo en la intimidad, para un jazzista el tango era non sancto. Conocí a Astor y encontré melodías y sentimientos tangueros metidos en un contexto más clásico, más chamber, y con un feeling y swing jazzístico, transformado, adaptado a nuestras exigencias de feeling y ritmo porteño”.

Hoy, 11 de marzo del 2021, celebramos los 100 años de su nacimiento.

VIDEO SUGERIDO: Astor Piazzolla – Libertango (1977), YouTube (Les Archives de la RTS)

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LIONEL HAMPTON

Por SERGIO MONSALVO C.

LIONEL HAMPTON (FOTO 1)

MÚSICO DE EXCEPCIÓN

Cierto día de 1930, un baterista de 22 años llamado Lionel Hampton estaba haciendo una grabación con su ídolo, Louis Armstrong, en los estudios de la NBC en Los Ángeles, cuando éste le pidió al joven que tocara algo con un instrumento que había en un rincón del estudio. Era un vibráfono y Hampton no lo había tocado nunca, pero logró sacarle un solo aprendido en una grabación de Armstrong. «Oye, eso suena increíble –exclamó éste–.  Hay que grabarlo.»  Y eso hicieron. «Memories of You» fue la primera vez que alguien usó el vibráfono para tocar jazz. Así, Hampton hizo historia musical y encontró su instrumento.

Al final del siglo XX, a los 83 años, Lionel Hampton –era uno de los pocos grandes directores de big band que aún quedan– daba más de 200 conciertos al año dentro y fuera de los Estados Unidos. Pese a ser una leyenda del jazz, no le daba mucha importancia a su celebridad y era muy modesto con respecto a sus logros.

«Nací con la afición a la música –afirmó en su momento–.  Solía levantarme por la mañana a golpear las ollas y los sartenes. De baquetas usaba los travesaños de las sillas. Siempre sentí el ritmo por dentro. Y eso no ha cambiado hasta la fecha».

Lionel Hampton nació en Louisville, Kentucky, en 1908. Su padre era ferrocarrilero antes de ser reclutado para la Segunda Guerra Mundial. Cuando no volvió de tal conflagración, Hampton y su madre regresaron al lugar de origen de ésta en Alabama. Ella contrajo matrimonio de nuevo y Lionel se fue a vivir con su abuela, Louvenia Morgan, evangelista muy devota que llevaba a su nieto a la iglesia todos los días de la semana y cuatro veces los domingos.  En uno de estas ocasiones, Lionel celebró un audaz debut. Acababa de cumplir los nueve años de edad.

«La iglesia tenía un grupo extraordinario –recordaba Hampton en las entrevistas–.  Trombones, saxofones, guitarras. Y una mujer que tocaba el bombo.  De verdad lo hacía muy bien. Una vez dejó caer la baqueta, casi en un trance. Yo la tomé y empecé a darle al bombo sin perder un solo compás».  Fue entonces que decidió ser baterista.

Después de mudarse a Chicago con su abuela y un tío dedicado a la producción ilegal de ginebra y whiskey en colaboración con Al Capone, Hampton ingresó a una escuela católica. Una de las monjas le enseñó a tocar la batería, castigando los errores con golpes en los nudillos. Su educación musical continuó según las indicaciones del mayor Nathan Clark Smith, un antiguo director de banda militar muy estricto para la disciplina.

Con él, Hampton conoció diversos instrumentos; tuvo la oportunidad de relacionarse con otros músicos en cierne y de tocar por primera vez con un grupo. Se familiarizó con el jazz escuchando a Louis Armstrong afuera de los salones de baile y copiando los solos plasmados por éste. Otro ídolo suyo era el baterista Jimmy Bertrand.

Hampton contó siempre con el apoyo familiar en sus aspiraciones musicales.  Su tío, por ejemplo, le compró su primera batería, además de llevar a las fiestas de la casa a personajes como Bix Beiderbecke y Bessie Smith.

A los 19 años, Hampton le pidió permiso a su abuela para reunirse con un amigo que quería fundar un grupo en California. Ahí conoció, en muy poco tiempo, a las tres personas que darían impulso y forma a su carrera: Gladys Riddle, su futura esposa y administradora financiera, Louis Armstrong y Benny Goodman.

Juntos, Hampton y Gladys se fueron de gira con un grupo dirigido por él mismo, haciendo frente a toda clase de problemas monetarios y de discriminación racial. Una noche de 1936, Benny Goodman llegó a escucharlos. Había oído que Lionel estaba haciendo cosas extraordinarias con un nuevo instrumento para el jazz. Durante una pausa en el programa, Goodman sacó su clarinete y se unió al grupo.

LIONEL HAMPTON (FOTO 2)

La noche siguiente Goodman volvió a presentarse, acompañado esta vez por el baterista Gene Krupa y el pianista Teddy Wilson. En una sesión histórica de improvisaciones nació el Goodman Quartet. Al otro día, grabaron «Moonglow» y «Dinah».

Unos meses después Hampton andaba ya de gira con el Goodman Quartet, grupo que aparte de sus cualidades musicales destacó por ser el primero en integrar a músicos de diferentes razas, Ahí fue donde reveló un fino oído para la improvisación y un estilo exuberante como solista. Con Goodman permaneció cuatro años (1936-1940).

La gira gozó de gran éxito y de súbito Hampton se dio cuenta de que era un hombre famoso. Cuando posteriormente llevó a su propio grupo al Sur de los Estados Unidos, siguió el ejemplo de Goodman e incluyó en él a músicos blancos para demostrar que las dos razas podían tocar juntas.

Luego de su aparición con Benny Goodman, Hampton se erigió en una de las figuras más célebres del periodo del swing, y su enorme éxito le permitió fundar una big band propia a principios de los cuarenta. Este formato probablemente resultó el más adecuado para el despliegue de su personalidad extravagante y dotes teatrales. Tal agrupación, que llegó a incluir a músicos de gran talla, fue uno de los conjuntos grandes más duraderos y populares a través del tiempo en el jazz.

Ahí el efecto Hampton en el vibráfono fue brillante, con solos de primera e ideas ricas y complejas, producto de un músico disciplinado, relajado y talentoso. Sin embargo, también fue un excelente líder de grupo. Su entusiasmo personal sirvió como agente catalítico e inspiró a quienes tocaron con él.

Hampton descubrió con él a muchos músicos que hicieron leyenda, entre ellos a una joven cantante de rhythm and blues, Ruth Jones, cuyo nombre cambió a la postre por el de Dinah Washington; Joe Williams, Betty Carter, Sammy Davis Jr., Nat «King» Cole y Clifford Brown; recomendó a Dexter Gordon que cambiara el clarinete por el saxofón; y tocaron en su banda Quincy Jones, Illinois Jacquet, Charlie Parker, Wes Montgomery y Charlie Mingus.

Todo iba muy bien hasta que su esposa murió, en abril de 1971. Hampton entonces se apartó totalmente de la música durante un año. Al cabo del cual volvió: «La música me hace feliz y quiero seguir tocando para Gladys –indicó Hampton–.  No tengo la intención de retirarme nunca».

Con todas sus cualidades intactas llegó hasta los 94 años, cuando un paro cardiaco lo retiró de las baquetas. Lionel Hampton murió el 31 de agosto del 2002 en Nueva York.

Antes de tal suceso, el Museo Smithsonian de Historia de la capital de la Unión Americana recibió el vibráfono que Hampton ha tocado las últimas dos décadas. El instrumento sería parte de su colección permanente y se incluiría entre otros 300 mil objetos relacionados con el jazz (entre ellos la trompeta de Dizzy Gillespie y el clarinete de Benny Goodman).

Post mortem, y como pieza extraordinaria de su discografía, la compañía MCA sacó a la luz un álbum de dos discos titulado Hamp, donde se reeditaron una serie de temas con ayuda de la más avanzada tecnología de la época, para preservar y restaurar una parte significativa del patrimonio musical del eminente vibrafonista, baterista, pianista y líder de grupo, entre los años 1940-1960.

VIDEO SUGERIDO: The Benny Goodman Quartet 1959 – I Got Rhythm, YouTube (1964Mbrooks)

LIONEL HAMPTON (FOTO 3)

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POPCORN JAZZ (VII)

Por SERGIO MONSALVO C.

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JAZZ EN LAS TRINCHERAS

Debido a la creciente conciencia política de los afroamericanos y a la comprensión de que existía un mercado ansioso en las comunidades negras de toda la Unión Americana, entre 1910 y 1950 se fundaron unas 150 compañías cinematográficas independientes, muchas de ellas administradas por blancos, para producir cintas cuyo reparto se componía exclusivamente por actores negros.

No obstante, la falta de un financiamiento adecuado y de técnicos con experiencia causó considerables variaciones en su calidad, y muchas hicieron uso de interludios musicales como recurso para apoyar débiles guiones y producciones deficientes.

Harlem Is Heaven (1932, Lincoln, dirigida por Irwin C. Frankly) fue estelarizada por Bill Robinson y el conjunto de Eubie Blake; en Bargain with Bullets (1937, Million Dollar) aparece el grupo de Les Hite y un trío dirigido por Eddie Barefield. Mamie Smith figura en Paradise in Harlem (1940, Jubilee, dirigida por Joseph Seiden), en la que canta «Harlem Blues» acompañada por la agrupación de Lucky Millinder, así como en Sunday Sinners (1940, International Roadshow Release, dirigida por Arthur Dreifuss).

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La popularidad de Louis Jordan y sus Tympany Five era tal que el conjunto desempeñó un papel estelar en varias cintas, entre ellas Caldonia (1945, Astor, dirigida por William Forest Crouch), Beware (1946, Astor, dirigida por Bud Pollard) y Reet, Petite and Gone (1947, Astor, dirigida por Crouch). El reparto de Killer Diller (1947, All-American, dirigida por Josh Binney) incluía al grupo de Andy Kirk y el trío de Nat «King» Cole.

Louis Jordan y sus Tympany Five grabaron una serie exitosísima de temas de rhythm and blues. Las grabaciones irradiaban una enorme energía y un profundo sentido del humor. A mediados de los cuarenta, este saxofonista empezó a cantar y se convirtió en estrella de la noche a la mañana.

El sax pasó, así, de instrumento de acompañamiento a solista, lo cual agregó al rhythm and blues una sorprendente carga emocional y un sonido más áspero y vocalizado. Este ritmo tuvo una gran acogida y fue uno de los ingredientes básicos de la nueva música de los años cincuenta: el rock and roll.

Las actuaciones de Jordan se caracterizaban por la pirotecnia instrumental que hacía participar al público en verdaderos rituales exorcistas. Se tiraba al suelo emitiendo demoledores solos, o se paseaba entre el público y salía hasta la calle tocando a todo pulmón, mientras su guitarrista hacía volar su instrumento para luego cacharlo y azotarlo en el suelo. El resto de los músicos realizaba diversos movimientos sincronizados acordes con el ritmo pulsante y vertiginoso.

En Jivin’ in Bebop (1946, Alexander, dirigida por Leonard Anderson) aparece la big band de Dizzy Gillespie con arreglos de tonadas cercanamente asociadas con el bebop, como «Things to Come», «Ornithology», «A Night in Tunisia» y «Salt Peanuts»; Helen Humes interpreta «My Man Blues». Esta producción constituye un raro testimonio visual de la contribución hecha por Gillespie a la revolución del bop.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los cineastas procuraron crear tramas escapistas a las que se agregaba una fuerte dosis de sentimiento patriótico; muchas implicaban que era divertido ir a la guerra e incluían bailes animados por big bands.

Por poca sofisticación que tuvieran, estos relatos permitían la presentación de las big bands ya conocidas por el público y animaban a los miembros del ejército, al reafirmarles que en casa todo –la forma de vida que luchaban por conservar–  seguía siendo tal como lo recordaban.

El tema de la guerra fue mejor expresado por versiones swing de piezas como «When Johnny Comes Marching Home», «I’ll Be Seeing You» y «Don’t Sit under the Apple Tree (with Anyone Else but Me)”. Esta última fue interpretada por las Andrews Sisters en Private Buckaroo (1942, Universal, dirigida por Edward F. Cline), en la que también aparecen Harry James y sus Music Makers.

Ship Ahoy! (1942, MGM, dirigda por Edward Buzzell) incorporó al conjunto de Tommy Dorsey (incluyendo a Buddy Rich), y Seven Days Leave (1942, RKO, dirigida por Tim Whelan) colocó bajo la luz de los reflectores a Les Brown y su Band of Renown.

En Follow the Boys (1944, Universal, dirigida por A. Edward Sutherland), Louis Jordan y su Tympany Five recorren el circuito militar y tocan «Shoo Shoo Baby» en forma improvisada en el área de carga de un camión del ejército. Stage Door Canteen (1943, United Artists, dirigida por Frank Borzage) reunió a dos importantes grupos de swing: Benny Goodman, con Peggy Lee, interpretó «Bugle Call Rag» y «Why Don’t You Do Right?» y Count Basie, con Ether Waters, presentó «Quicksand».

Otra contribución musical al esfuerzo de guerra fue Thousands Cheer (1943, MGM, dirigida por George Sidney), en la que Lena Horne canta «Honeysuckle Rose», además de aparecer las agrupaciones de Kay Kyser, Bob Crosby y Benny Carter.

Uno de los momentos destacados de Top Man (1943, Universal, dirigida por Charles Lamont) fue la ejecución por el grupo de Basie de «Basie Boogie». La trama de Reveille with Beverly (1943, Columbia, dirigida por Charles Barton) gira en torno a una disc jockey (representada por la bailarina Ann Miller) que en su programa matutino cambia la música clásica por el swing, dedicándolo a los hombres del ejército dentro de la zona de transmisión de la estación.

El conjunto de Basie toca «One O’Clock Jump»; el de Bob Crosby interpreta «Big Noise from Winnetka»; Betty Roche, acompañada por la orquesta de Ellington, canta «Take the A Train»; y Ella Mae Morse, «Cow Cow Boogie», con el grupo de Freddie Slack. Asimismo aparece Frank Sinatra con «Night and Day» y la pieza patriótica final, «Thumbs up and V for Victory», le permite a Ann Miller lucir su talento como bailarina de tap.

VIDEO SUGERIDO: Duke Ellington – Take The “A” Train (1943) (From “Reveille With Beverly”), YouTube (Jazz Time with Jarvis X)

POPCORN VII (FOTO 3)

POPCORN (REMATE)