LIBROS: ELLAZZ (.WORLD) VOL. III

Por SERGIO MONSALVO C.

 

ELLAZZ (.WORLD) VOL. III (PORTADA)

 

LA MUJER EN EL JAZZ*

 

Durante muchos años, las cualidades necesarias para adentrarse en el mundo del jazz se consideraron prerrogativas netamente masculinas. Entre ellas estaba una agresiva confianza en sí mismo, con la disposición a lucir e imponer la capacidad y potencia de interpretación en el escenario. Otra era la concentración exclusiva en la profesión, incluyendo ausencias frecuentes de casa y el derivado abandono de la familia.

A lo ya mencionado se agregaba la capacidad de moverse en ambientes difíciles y peligrosos, como lo eran los clubes nocturnos, infestados de vicios y administrados muchas veces por gángsters. Con frecuencia a las circunstancias mencionadas se sumaba la posibilidad de beber vastas cantidades de alcohol, ingerir drogas duras o las dos cosas juntas, según el caso, sin dejar de tocar de manera coherente hasta el amanecer del siguiente día.

En el pasado, una mujer decidida a formar parte de la comunidad de músicos y a no dejarse intimidar por dicho ambiente duro e impregnado de humo, en el que los compañeros de trabajo solían ser puros hombres, con frecuencia tenía que pagar el precio de su osadía, con costos tendentes a ponerla en su lugar, tales como la pérdida de su respetabilidad, la cual encabezaba la lista, además de la desaprobación social y familiar, y a veces ser relegada al ostracismo.

 

 

 

*Fragmento de la introducción al libro Ellazz (.World) Vol. III, publicado por la Editorial Doble A, y de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos, bajo ese rubro.

 

 

Ellazz (.World) Vol. III

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Palabra de Jazz”

The Netherlands, 2021

Contenido

Cassandra Wilson

Doris Day

Lena Horne

Melody Gardot

Mindi Abair

Mosaic Project

Natalie Cole

Sabina Hank

Viktoria Mullova

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JAZZ: DOCE HITOS DEL SIGLO XX (BILL EVANS)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

Bill Evans

 

X

 

La influencia que tuvo Bill Evans en el jazz traspasó los límites de su instrumento. Aparte de fundar una escuela, creó un universo musical con parámetros estéticos nuevos que abarcaban elementos tanto rítmicos como armónicos por donde sus seguidores, lo mismo colegas como escuchas, podían moverse libremente.

Estableció dichos parámetros en su propia expresión pianística como solista y también a través de sus diferentes grupos, el mejor de los cuales estuvo integrado con Paul Motian en la batería y Scott LaFaro en el contrabajo.

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Con la muerte prematura de este último, los distintos cambios de su personal indican una actitud de tanteo a fin de establecer una telepatía equivalente, misma que se dio hasta la llegada de Eddie Gómez. Época que coincide con la primera grabación como solista de Evans, Alone.

Ésta y su ciclo de las Conversations le permitieron al pianista colaborar consigo mediante el sistema de múltiples tracks. La insistencia en el soliloquio se convierte para el Evans de tal periodo en sinónimo de exploración intensa y de enfatización de una de sus características personales: la introspección.

Las obras de Evans se manifestaron como un maravilloso compendio de su poética. Representan ocasión de seguirle el paso en el devenir de su dramática vital y musical. Cascadas de acordes, quedos acentos, cambios inéditos, paráfrasis imposibles, dorada madurez musical. Evans era puro estilo por donde se le viera, aunado a una mística personal, emotiva e ilimitada.

 

VIDEO SUGERIDO: Bill Evans Trio – Autumn Leaves, YouTube (JazzTuna)

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LIBROS: ELLAZZ (.WORLD) – VOL. II

Por SERGIO MONSALVO C.

 

ELLAZZ (.WORLD) VOL. II (PORTADA)

 

LA MUJER EN EL JAZZ*

 

Durante muchos años, las cualidades necesarias para adentrarse en el mundo del jazz se consideraron prerrogativas netamente masculinas. Entre ellas estaba una agresiva confianza en sí mismo, con la disposición a lucir e imponer la capacidad y potencia de interpretación en el escenario. Otra era la concentración exclusiva en la profesión, incluyendo ausencias frecuentes de casa y el derivado abandono de la familia.

A lo ya mencionado se agregaba la capacidad de moverse en ambientes difíciles y peligrosos, como lo eran los clubes nocturnos, infestados de vicios y administrados muchas veces por gángsters. Con frecuencia a las circunstancias mencionadas se sumaba la posibilidad de beber vastas cantidades de alcohol, ingerir drogas duras o las dos cosas juntas, según el caso, sin dejar de tocar de manera coherente hasta el amanecer del siguiente día.

En el pasado, una mujer decidida a formar parte de la comunidad de músicos y a no dejarse intimidar por dicho ambiente duro e impregnado de humo, en el que los compañeros de trabajo solían ser puros hombres, con frecuencia tenía que pagar el precio de su osadía, con costos tendentes a ponerla en su lugar, tales como la pérdida de su respetabilidad, la cual encabezaba la lista, además de la desaprobación social y familiar, y a veces ser relegada al ostracismo.

 

 

*Fragmento de la introducción al libro Ellazz (.World) Vol. II, publicado por la Editorial Doble A, y de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.

 

 

 

Ellazz (.World) Vol. II

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Palabra de Jazz”

The Netherlands, 2020

Contenido

 

Jesse (Relato)

Esperanza Spalding

Hülsman-Lavergnac

India

June Tabor

Karrin Alyson

Lisa Bassenge

Lynn Arriale

Madeleine Peyroux

 

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LIBROS: ELLAZZ (.WORLD) – VOL. I

Por SERGIO MONSALVO C.

 

ELLAZZ (.WORLD) VOL. I (PORTADA)

 

LA MUJER EN EL JAZZ*

 

Para escuchar a las mujeres en el jazz no bastan ni las expectativas ni los manierismos en el dibujo de lo esperado. Ellas generan con sus historias ese placer impagable del desarrollo histórico argumentado y cifrado en sus intersticios creativos, en los relatos biográficos, en las obras conseguidas. En líneas generales, las mujeres en el jazz no traicionan la poética del género como muchos pudieran pensar, es más, le insuflan un interés que trasciende las perspectivas habituales.

Uno escucha los discos de las jazzistas no tanto para saber cómo argumentan sino para disfrutar con su transcurso en la construcción del argumento. Esta es una manera de defender un género, desde su esencia Y buscar así el diverso ángulo creativo. Es decir, las mujeres tienen en el jazz el mismo problema que los hombres: la necesidad de un público.

El de las mujeres en este género es el arte de acomodar su música a unas leyes que a muchos oídos parecen infranqueables, tanto como una teoría cibernética. Y justamente es en esa maestría, en ese difícil arte de transitar por lo ignoto (original), tanto como por lo transitado (standard), con la sensación de la singularidad y la brillantez, donde estriba gran parte del atractivo mayor de sus propuestas.

Un tema como el de ellas en el jazz adquiere existencia gracias a la evolución constante de la que han sido capaces. Quienes se han sumergido en tal evolución las han contemplado a sus anchas y encarnado en la concreción de sus músicas, creando con tal circunstancia un armonioso y preciso encadenamiento de evocaciones, de recuerdos, que siempre sorprenden, y en lo que el tiempo pierde toda consistencia y no impone su rígido orden.

La serie Ellazz (.World) ha mostrado la complejidad y riqueza de sus vidas. Con sus ritmos propios y asociaciones entre imágenes, pensamientos, situaciones, sensaciones, amistades, ternuras, amores, nostalgias, y también miedos, ansiedades y a veces el logro del sosiego y la serenidad de lo ejecutado. Y no hay nada en sus discursos particulares que sea indiferente, todo cuanto compone la vida de una jazzista, aun cuando algo parezca nimiedad, adquiere una gran relevancia, cada instante de vida rememorado posee un enorme interés.

*Fragmento de la introducción al libro Ellazz (.World) Vol. I, publicado por la Editorial Doble A, y de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.

 

 

Ellazz (.World) Vol. I

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Palabra de Jazz”

The Netherlands, 2020

Contenido

 

Aki Takase

Andrea Parker

Anita O’Day

Aziza Mustafa Zadeh

Barbara Dennerlein

Bebel Gilberto

Dee Dee Bridgewater

Diana Krall

Dinah Washington

Eliane Elias

 

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LA AGENDA DE DIÓGENES: «BIRD» (CHARLIE PARKER)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

BIRD (FOTO 1)

 

 

I

«Ando solo entre una multitud de amores», escribió Dylan Thomas, el poeta favorito de Charlie “Bird” Parker, «gozoso del amor, de sus lluvias; del amor, del ruido, de sus propios suspiros y los placeres de sus propios padecimientos».

Charlie era un Buda nacido en 1920 en Kansas City, que desafiaba las leyes de los conservadurismos: «El sujeto parece tener alrededor de 65 años», escribió uno de sus tinterillos en la revista Squire. Pero la verdad era que el músico sólo tenía 34 cuando murió.

El convencionalismo decididamente no es capaz de comprender nada. Y menos toda una teoría acerca de los jazzistas inclinados sobre su instrumento sintiendo la gota de sudor en la nariz; con el brazo doblado al estilo de Lester Young, buscando El Sonido. No debían doblarlo más.

El cambio a esta posición fue el símbolo de un cambio en la interpretación del instrumento, en lo que ésta iba a articular, en lo articulado mismo. Cuando se llegó a este punto, a su atisbo, las cosas que hasta un segundo antes parecieron arbitrarias se llenaron de sentido profundo, se simplificaron para el atento, pero igual se ahondaron.

Lo mismo sucedió con las corbatas arrugadas de Bird. Todas en el mismo lugar. ¿No buscaban los músicos ser unos dandies? Sí, excepto él. Sus corbatas anudadas al cuello de la camisa con un descuido intolerable para muchos ¿Y qué?

Charlie era un personaje, un creador, un artista, una excepción. Vestía a su antojo y no padecía por las leyes de la moda, las impuso. Tanto si se ocupaba en no hacer nada como si improvisaba en el sax una obra maestra de tres minutos.

Siempre fue la expresión de un talento elevado que poseyó vida propia.

Charles Christopher Parker, el llamado “Bird”, abandonó su cuerpo el 12 de marzo de 1955 en Nueva York, riéndose a carcajadas mientras veía la televisión, para a continuación volar hacia la eternidad.

BIRD (FOTO 2)

II

¿Cuáles fueron las influencias de un músico genial como él? Este tipo de preguntas resultan ilustrativas cuando se refieren a un talento original. Alguien ha sugerido que Bird combinaba en su sax alto las dos tradiciones del sax tenor: el sofisticado y preciso sentido armónico de Coleman Hawkins y su seguidor, Don Byas, y la variedad, originalidad y libertad de fraseo de Lester Young.

Sin embargo, lo más cercano al maduro fraseo de Parker se encuentra en algunos de los solos más brillantes de Louis Armstrong, donde el blues brilla con toda su expresividad: «West End Blues», «Sweethearts on Parade», «Between the Devil and the Deep Blues Sea» o «Basin Street Blues».

En ellos se percibe claramente el estilo rítmico de Parker en embrión. Ningún músico de jazz, ni siquiera Roy Eldridge, se ocupó por desarrollar ese aspecto de la música de Armstrong hasta el gran Charlie.

Sin embargo, es adecuado decir que el primer solo grabado por Parker, en «Swingmatism» junto a Jay McShann (Decca, 1941), debe mucho a Lester Young. Cualquiera que haya sido su deuda con otros (y consigo mismo) por la génesis de su estilo, es evidente que el saxofonista asimiló a conciencia el lenguaje de Young.

También hay indicios de ello en su segundo solo grabado, brillante y estridente. En el «Hootie Blues» de McShann (1942), tocó lo que pudo haber sido el más bello y elaborado coro hasta el momento, pero además con una rítmica sorprendente, en el que introdujo casi todo lo que luego desarrollaría a lo largo de su vida.

Por otro lado, nadie que haya escuchado con oídos receptivos a Charlie Parker tocando el blues podría dudar de ese aspecto de su autenticidad como músico de jazz. tras escuchar su música también debería comprenderse que la base emocional de su trabajo es el idioma del blues urbano, en especial del suroeste de la Unión Americana (lugar donde nació), ése que también puede sentirse en toda la música interpretada por la orquesta de Count Basie a finales de los años treinta.

«Parker’s Mood» es un blues tan auténtico como cualquiera de los grabados por Bessie Smith, y bastante más que varios de James P. Johnson, por ejemplo. Pero también se percibe de inmediato que las innovaciones técnicas de Bird hicieron posible una ampliación del alcance emotivo del idioma bluesero.

Charlie Parker era un músico de blues, un gran músico de blues por naturaleza. Se ha dicho que todos los grandes músicos de jazz pueden tocar el blues, pero, es evidente que eso no es verdad, la historia del género lo demuestra. Por mencionar unos cuantos casos de la misma época de Bird, habría que mencionar que Earl Hines tocó solos maravillosos en forma de blues, pero con poco sentimiento bluesero.

Lo mismo le sucedía al ya mencionado James P. Johnson o a Fats Waller. Johnny Hodges podía tocar el blues, Benny Carter no. Pero sin necesidad de contar, podría adivinarse que tal vez un cuarenta por ciento de las grabaciones de Charlie Parker son blues.

Las mejores entre éstas son versiones y expansiones líricas de frases e ideas de blues tradicionales, ideas revalorizadas por la especial sensibilidad de Bird. El clásico ejemplo es «Parker’s Mood», pero hay muchos más. Y sus melodías de blues «escritas» (o más adecuadamente, memorizadas) también son una introducción válida a su trabajo.

En la primera fecha de grabación bajo su nombre (1945), Charlie tocó dos piezas de blues (con el sello Savoy). «Now’s the Time», la primera de ellas es, de manera evidente, un tema tradicional (tan tradicional que su riff llegó a ser un gran éxito en las listas de polularidad del rhythm and blues bajo la forma del tema «Hucklebuck» y, a la postre, como germen del rock and roll) en el que Parker introduce uno o dos giros originales, más detallados en los dos últimos compases de la pieza.

El otro blues es «Billie’s Bounce», con un estilo sorpresivamente original en su totalidad, una melodía continua de doce compases en los que aparecen riffs e ideas tradicionales, pero fraseadas y acentuadas de forma diferente y novedosa, creando algo nuevo, fresco e inigualado hasta hoy, a más de 100 años de su nacimiento.

VIDEO SUGERIDO: Charlie Parker – Now’s the time, YouTube (charlieparkerjazzart)

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SONORIDADES: CALLE 54 (LATIN JAZZ)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Debemos saber que la creación del jazz latino tuvo comienzo la noche del domingo 28 de mayo de 1943, durante una presentación de la orquesta de Machito en La Conga Club del centro de Manhattan. Acababa de terminar una pieza y Mario Bauzá, el director musical, anunció el número de la que seguiría.

Mientras los integrantes de la orquesta buscaban la música correspondiente, el pianista Luis Varona, que ya la había encontrado, se puso de súbito a tocar la introducción de piano para la melodía «El botellero». De manera espontánea, el bajista Julio Andino entró al acompañamiento. Bauzá escuchó, absorto y unos segundos después se puso a tocar riffs de jazz por encima de la melodía y le señaló al saxofonista alto que improvisara. Al cabo de dos horas, Bauzá había fundido la música cubana con el jazz y nació un nuevo subgénero.

Sabemos que la primera canción resultante del experimento fue «Tanga», título que se debió al comentario de uno de los primeros espectadores de que el sonido era tan emocionante como la tanga (voz africana por marihuana).

La de Machito fue una agrupación sólida que permitió el flujo de diversos géneros musicales y la implantación de la rítmica afrocubana como elemento primordial en las orquestaciones. Machito fue una influencia definitiva en la creación del jazz latino, así como un puntal en el despegue mundial del mambo (en el que puso énfasis en la sección de metales). Inspiró las excursiones latinas de respetados jazzistas como Dizzy Gillespie, Charlie Parker y Stan Kenton, entre otros. Siempre abierto a diferentes tendencias estilísticas, se hizo de un público heterogéneo

Sabemos que Bauzá se integró a la orquesta de Machito en 1941 como trompetista y director musical. Hasta el final de la existencia de este conjunto, la orquesta de Machito figuró entre las cinco más populares de música latina.  Las composiciones, los arreglos y la experiencia de Mario Bauzá representaron un factor importante en ello.

La historia del jazz latino, pues, comenzó aquel domingo de 1943, en que la mente y los oídos alertas de Mario Bauzá escucharon un sonido y al día siguiente convirtieron ese sonido en una música que fundió para siempre la música cubana y el jazz estadounidense.

El término «jazz latino» cumplirá pronto los ochenta años, cuando surgió de la fusión del género sincopado de la Unión Americana con los elementos rítmicos de la música tradicional afrocaribeña. Con el tiempo no sólo el Caribe (con Cuba principalmente), sino también Brasil y Argentina han continuado con dicha aportación.

Los orígenes prehistóricos de esta mezcla musical se pueden rastrear hasta comienzos del siglo, cuando el puerto de Nueva Orleans realizaba un intenso intercambio comercial con el de La Habana, Puerto Príncipe, las Bahamas, Puerto España, etcétera. La cultura musical aparejada con dicho intercambio no se hizo esperar y los ritmos y danzas de esos países comenzaron a tener cabida en los propios de los Estados Unidos.

El ragtime y el blues asimilaron rápidamente sus formas y hasta sus instrumentos. La obra de Scott Joplin, W. C. Handy o Jelly Roll Morton proporciona algunas pruebas de ello.

Durante la década de los treinta la influencia latina se volvió aún más notoria debido a la gran explosión de la música popular estadounidense en manos de directores de orquesta como Don Azpiazú (quien puso la rumba en todos los oídos anglosajones), lo mismo que Xavier Cougat. El jazz lo hizo especialmente con Duke Ellington y dos composiciones de su arreglista y trompetista puertorriqueño Juan Tizol: «Caravan» y «Conga Brava». Ambas se convirtieron en parte de casi todos los repertorios de la gran cantidad de orquestas que inundaron aquel país del Norte.

Sin embargo, fue en los años cuarenta cuando las formas de construir los ritmos y las melodías, así como su técnica interpretativa, se convirtieron en fundamentales para el jazz y el término «jazz latino» caracterizó un género musical.

Los percusionistas de origen afrocubano fueron piezas importantes para el comienzo de la historia. El colorido, la audacia técnica, las expresiones, los cambios rítmicos y la improvisación a cargo de los músicos encargados de los bongós, tumbadoras, timbales, maracas y güiros, entre otros, resultaron inspiradores para las formaciones orquestales o grupales del jazz moderno.

Durante los cuarenta, un proceso recíproco vinculó firmemente al jazz con los instrumentos y músicos cubanos. Al principio de la década Frank Grillo «Machito» fundó a los Afro-Cubans en Nueva York, orquesta en que el concepto de la big band se combinó con las percusiones y estructuras musicales cubanas.

El éxito de esta combinación señera se debió también a la de Machito con Mario Bauzá, arreglista y trompetista cubano quien junto con el director inició el género como tal con la pieza «Tanga», estrenada en La Conga Club del centro de Manhattan. Desde 1948 hasta los sesenta Machito contrató como solistas a famosos músicos de jazz, como Charlie Parker, Flip Phillips, Howard McGhee, Cannonball Adderley, Cecil Payne y Johnny Griffin.

En 1947 Dizzy Gillespie, una vez respirados los nuevos aires, creó su orquesta de jazz afrocubano, que incluía al legendario percusionista Chano Pozo, influencia determinante en el bebop que quedó plasmada en el tema «Manteca».

Desde 1945 Gillespie también encabezó su propia big band, la cual realizó giras por los Estados Unidos con los arreglos de George Russell, Tadd Dameron y John Lewis, quien posteriormente formaría parte del Modern Jazz Quartet.  Basado en el concepto de un grupo de swing, su conjunto supo incorporar solos de bop y hacer justicia a la fascinación que sobre su líder ejercía la música afrocubana, género al que fue introducido por el trompetista Mario Bauza.

En el mismo año, Stan Kenton integró a su orquesta de jazz progresivo al guitarrista brasileño Laurindo Almeida y al bongosero Jack Costanzo. La canción «El Manisero», de éxito millonario, fue la síntesis de sus experimentos con lo latino.

Durante los cincuenta, otra generación de bailes procedentes del Caribe se popularizó en los Estados Unidos: el mambo, el merengue y el cha cha cha pronto entraron a formar parte de los repertorios de las big bands que tocaban jazz para bailar –Pérez Prado, Tito Puente, Chico O’Farrill, entre otros, encumbraron la década–. En los pequeños grupos de bebop, las tonadas latinas solían acompañar el menú normal de los repertorios; como ejemplos sirven «My Little Suede Shoes» de Charlie Parker y «Un poco loco» de Bud Powell.

Los elementos latinos fueron incorporados a tal grado al estilo del bebop que para fines de la década su presencia era común, pero algunos músicos ponían un énfasis especial, tales como George Shearing, Cal Tjader, Sonny Rollins (compositor e improvisador de melodías de calypso), Horace Silver y Herbie Mann.

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Por muchos años, para mucha gente neoyorkina o no, la Calle 54 tan sólo era una paralela a la 52, lugar donde se forjó una época fundamental para el jazz: el bebop. Y quizá para esta misma gente no haya nada que la eleve al infinito conseguido por esta última.

No obstante, la historia musical guarda para la 54 un nicho muy especial: ahí se fincó en forma definitiva el surgimiento del jazz latino. El director cinematográfico Fernando Trueba escogió esta calle numerada como título para su película, y por lo menos algunas personas más en el mundo ya saben de lo que se trata.

Tomando como referencia dicha calle el cineasta filmó en el mes de marzo del año 2000 las secuencias musicales de su cinta dedicada al latin jazz, mismas que además de aparecer en la cinta han sido recopiladas en un soundtrack muy importante debido a su trascendencia testimonial (actualmente, en tal geografía neoyorkina ahora se encuentran los estudios de la compañía Sony Music).

La película de Trueba evoca en mucho tal hecho histórico y brinda el placer de ver y escuchar a algunos sobrevivientes de aquellos tiempos y la influencia en otros más contemporáneos. La cinta ofrece el beneficio del timbre de la voz, del gusto rítmico y de la musicalidad del idioma.

(Una lista parcial de participantes: Paquito D’Rivera, Eliane Elias, Chano Domínguez, Jerry González, Michel Camilo, Gato Barbieri, Tito Puente, Chucho y Bebo Valdés, Chico O’Farrill, Cachao López, Orlando “Puntillista” Ríos, Carlos “Patato” Valdés et al.)

Brinda un especial placer escuchar la delicadeza de Eliane Elias, al interpretar “Samba Triste” de Baden Powell (en la corriente brasileña). Aparece Chucho Valdés, solo o en afectuosa complicidad con viejos conocidos, particularmente en el tema “La Cumparsa” de Ernesto Lecuona, o Bebo Valdés, su padre, a dúo con Cachao López, quien aporta un etéreo contrabajo en la pieza “Lágrimas Negras” de Miguel Matamoros.

Por ahí también estuvo Tito Puente, fallecido poco antes, el cual charla en su restaurante y colabora con “New Arrival”, donde presenta “un fresco de rumberos mayores” al que complementa con los timbales y el vibráfono.  Igualmente, hay la algarabía de una presentación ofrecida por la big band de Chico O’Farrill que rubrica el andamiaje de la “Afro-Cuban Jazz Suite”. Un gran testimonio fílmico.

VIDEO: Chico O’Farrill – Afro-Cuban Jazz Suite, YouTube (Don Quixote)

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ACID JAZZ A LA CARTE (IV): GURU FRIT EN PATE

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Guru, el rapero estadounidense surgido de la dupla Gang Starr, fue pionero de la ola del jazz mezclado con el hip hop al frente de su proyecto Jazzmatazz. Su conjunto, del que en un inicio formaron parte el destacado guitarrista inglés Ronny Jordan, el tecladista Rubin Wilson y Roy Ayers, el encargado de las vibes, procedió de manera muy disciplinada. Con ejecución precisa, competente y desprovista de pretensiones, los tres músicos crearon una estructura sonora sobre la que el rapero MC Solaar y las dos cantantes de acompañamiento, las vocalistas de soul Baby y DC Lee, se pudieron mover con toda seguridad.

Guru se mantuvo al fondo, con suavidad y soulero, lejos de los ladridos furiosos de la fracción más dura del rap, e incluso Ronny Jordan, esperado con ansias, se mostró muy discreto, de manera que la presentación de Jazzmatazz no irritó ni desconcertó, y sí arrebató a muchos.

Jazzmatazz Vol. 1, An Experimental Fusion of Hip hop and Jazz fue un álbum que de verdad mereció este nombre altisonante. Hasta su aparición el jazz-hip hop se basaba sólo en sampleos, pero Jazzmatazz convenció por los músicos mismos. Guru —alias Keith E (por Elam)— lo llamó “una fusión experimental de hip hop y jazz”.

Una fusión que se anunciaba desde hace mucho tiempo y que en 1993 fue apoyada por algunos de los grandes del jazz. El rapero Guru reunió a estrellas de talla mundial como Branford Marsalis (sax), Courtney Pine (sax alto, soprano y flauta), Donald Byrd (trompeta y piano), Lonnie Liston Smith (piano acústico y eléctrico), Ronny Jordan (guitarra) y Zachary Breaux (guitarra), además del grupo base ya mencionado. Como rapero invitado fungió el representante más conocido del hip hop-jazz francés, MC Solaar.

Jazzmatazz fue lo que no llegó a ser el disco Heavy Rhyme Experience de los Brand New Heavies. Mientras que estos últimos cuando mucho dominaban la técnica del sampleo, Guru ofrecía, gracias a la habilidad de Donald Byrd, por ejemplo, o a la maestría de alguien como Roy Ayers, una muestra de la cultura viva del hip hop. Cada canción era un fruto maduro y perfecto. Guru se limitó a sugerir el ritmo y los músicos disfrutaron de todas las libertades de la improvisación. Hasta después se agregaron los raps.

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En el boogie “No Time to Play” o en la balada apoyada por el piano “Down the Backstreet”, se pusieron de manifiesto por completo la seguridad de los experimentados músicos, así como la perduración de las melodías. La introducción a “Loungin’”, de Donald Byrd, resultó ejemplar: se escucha un live jazz animado y se revela con toda claridad la base común con el hip hop.

En el proyecto domina la improvisación y ambos géneros respiran la misma realidad de las calles y los clubes. La única diferencia es que la improvisación en el jazz es llamada “freestyle” en el rap. Se estableció así una armonía inmejorable entre los músicos y los ritmos callejeros, raps y scratches; todas las piezas constituyeron casi una amalgama perfecta de estilos afroamericanos. Por decirlo así, el hip hop se manifestó por fin como hijo del bebop, y este Vol. I pasó el bachillerato con un diez.

La primera parte de ese proyecto del rapero neoyorquino, que figura entre los personajes más destacados del hip hop internacional, reunió varios géneros y cosechó elogios y admiración en todos lados. La segunda parte, el Jazzmatazz II / The New Reality (1995), mostró al filo de su tiempo al activo músico y a sus invitados escogidos, entre ellos su compañero de Gang Starr DJ Premier; Jamiroquai; Shara Nelson; la reina del ragga, la vocalista Patra; y a los jazzistas Branford Marsalis y Donald Byrd, de nueva cuenta. El heterogéneo grupo buscó fundir el jazz y el hip hop en un nivel más alto y el éxito fue contundente.

Una vez más, Guru recurrió a las ricas experiencias de la historia musical negra estadounidense y sin temor recicló viejos clásicos, como la pieza “Slipping into Darkness” de War, del álbum The World Is a Ghetto (1972). Su interpretación, intitulada «Looking through Darkness», gustó por los jugosos coros de soul espirituales y el texto adaptado a temas de actualidad.

Entre los demás momentos culminantes del elegante recorrido musical de 20 canciones figuran, además de “Lifesaver”, un tema seductor condimentado con suaves tonos de jazz y beats secos, el himno “For You”, en el que Guru y sus compañeros le rinden homenaje al rapero francés Soon E MC, así como también la comprometida obra “Choice of Weapons”. El movido rapero de la Gran Manzana volvió a poner el ejemplo musical con este CD, a un nivel en el que la mayoría de los proyectos de jazz y hip hop sólo podían soñar.

En el tercer álbum de Jazzmatazz, Streetsoul (2000), el desfile de invitados parecía una lista de nominados para el Grammy: Angie Stone, Macy Gray, Kelis, Erykah Badu, Bilal, The Roots, Craig David. Todos ellos aportaron su sello especial a sendas canciones. A la lista se le sumaron Isaac Hayes, el resucitado héroe del soul, y Herbie Hancock, como garantía de competitividad musical general.

El sonido se volvió más complejo que en los álbumes anteriores. Hay más rhythm and blues, detalles sonoros sublimes y un espectro muy amplio de ambientes musicales, elementos que resultan señeros en esta tercera muestra de Jazzmatazz. Debido al encanto de lo incompleto y antidogmático que lo caracteriza, esta producción de hecho avanzó un poco más en la tarea de unir los mundos sonoros de Brooklyn y Manhattan, la vanguardia del jazz-hip hop estadounidense.

Sin embargo, la industria que todo lo engulle y transforma en sólo mercancía de uso hizo lo propio con el hip hop. Al ver el arrastre que tenía el género, los productores tanto negros como blancos, se apresuraron a sacar tajada del pastel y fabricaron un estilo completamente mainstream que inundó la escena, las radios y las tiendas de discos. Hueco e insustancial se ofreció como caramelos a los escuchas poco avisados.

Guru se molestó tanto por la situación, por la degradación de un medio de comunicación y de una cultura, a final de cuentas, que abandonó el proyecto y optó por el silencio durante un par de años, hasta que los miembros de Gang Starr lo convencieron de participar con ellos en su nueva producción: The Ownerz (del 2003).

Tras ello Guru realizó un par de discos más bajo su nombre, hasta que volvió a recuperar la esperanza en las posibilidades del género y en el cambio social (con la aparición de Obama en el horizonte político). El álbum Jazzmatazz Vol. IV:The Hip Hop Jazz Messenger: Jazz to the Future apareció en el 2007, con nuevos bríos, ideas y reflexiones sobre el acontecer cotidiano de la comunidad afroamericana (mismas que se extendieron al material de Guru 8.0: Lost and Found).

No obstante, la salud comenzó a fallarle y finalmente Guru falleció en el año 2010 víctima del cáncer. Su legado con estas obras ha sido fundamental en el desarrollo del hip hop como evolución del jazz que ha permeado hasta la fecha el siglo XXI.

Discografía mínima:

Jazzmatazz Vol. 1 / An Experimental Fusion of Hip-hop and Jazz (Chrysalis, 1993); Jazzmatazz Vol. 2 / The New Reality (Chrysalis, 1995); Jazzmatazz / Streetsoul (Virgin, 2000), Baldhead Slick & Da Click (2001), Version 7.0: The Street Scriptures (2005), Jazzmatazz, Vol IV The Hip Hop Jazz Messenger: Jazz to the Future (7 Grand Records, 2007), Guru 8.0: Lost and Found (7 Grand Records, 2009).

 

VIDEO SUGERIDO: Guru – Jazzmatazz – Transit Ride, YouTube (The SideB STAGE)

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ELLAZZ (.WORLD): TERI THORNTON

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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TEMPERAMENTO Y CONTRASTE

 

Es difícil de creer, pero en las mejores enciclopedias del jazz el nombre de Teri Thornton no aparece, como debería, al lado de gente como Sarah Vaughan, Carmen McRae o Dinah Washington. Mucho tiempo tuvo que esperar esta especial cantante para tal reconocimiento. Lo lamentable es que resultó tardío. De cualquier manera, ella continuó en el trabajo pese a todo hasta unos días antes de su muerte, y mostrando sus cualidades en el canto: talento y estamina interpretativa. En ella siempre hubo swing, temperamento, una voz poderosa y plena de contrastes hasta el final.

Habla Teri:

“Nací con un mal sino. No sé por qué, pero así fue. Quizá como el eslabón de un pasado al que mi espíritu tuvo que encadenarse para cumplir su misión en esta Tierra. Quizá por eso nací con sed, con una como la del marinero que regresa y no hay bar, taberna o tugurio que le alcance para apagarla. Soy, como dije, el último eslabón de una fuerte cadena que comenzó con el jazz mismo. Una cadena que ha servido de ejemplo a las nuevas generaciones; una que forjó la época dorada y los años locos; una de cuando el jazz hervía tanto en la sangre que no había elemento que la controlara.

“Nací en Detroit, Michigan, el primero de septiembre de 1934. Justo en la fecha cuando en los Estados Unidos tuvimos la posibilidad de volver a beber sin ser castigados por la ley. Cuando alguna cosa me afecta, de la naturaleza que sea, siento la curiosidad de conocer todo al respecto de ella. El alcohol y las drogas fueron unos malos acompañantes en mi vida, así que me puse a investigar en estos últimos días al respecto de ellos y su injerencia en el jazz —mi música— y averigüé muchos detalles. No para justificarme, sino para saber qué nos impulsa hacia ese infierno, finalmente voluntario.

“En el principio fue la cerveza casera y el whisky destilado en algún paraje cercano a los campos de algodón. Era whisky hecho de maíz, sobre todo. Los bluesmen lo consumían en las tabernas del camino. Lo llevaban consigo y lo hicieron su compañero de viaje junto a la guitarra. Por supuesto cantaron sobre él, en alabanzas y desencuentros. De diversas partes del sur estadounidense todos ellos se encaminaron desde fines del siglo XIX hacia el sitio que sería la meca y cuna del jazz, la música más importante del siglo XX: Nueva Orleans.

“Sin embargo, las fuerzas vivas de la Unión Americana pusieron el grito en el cielo y arremetieron contra el jazz y el alcohol, por ser parte de su ritual. Llegó la época de la Prohibición y de la Primera Guerra Mundial. No obstante, el jazz floreció de manera subterránea en los speakeasies, rociado por cerveza, whisky, ginebra, ron de contrabando introducido por Canadá; por champaña hecha en tinas y alambiques clandestinos. Aparecieron los gángsters para administrarlo todo. La literatura dio cuenta de los locos años veinte: la era del jazz. Contra la Ley Seca renació Harlem y los clubes de variedades. Chicago, Nueva York y Kansas City fueron las nuevas metrópolis de la música.

“Para mediados de los años treinta —cuando vine al mundo— la Prohibición fue abrogada y el jazz salió de los bajos fondos. La crisis económica se suavizó y el público demandó un jazz bailable. Fue complacido con la interpretación de las big bands: Benny Goodman, Count Basie, Duke Ellington, Jimmie Lunceford, Fletcher Henderson, los hermanos Dorsey, Woody Herman. El swing en pleno. Coleman Hawkins, Lester Young, Bix Beiderbecke resultaron héroes fatales de tanta música, de tanto alcohol, de tanto sentimiento. Yo soy, o fui, el último eslabón del siglo XX en esa línea.

“Mis padres fueron Robert Avery, un jefe de Pullman, el encargado de esa parte especial de los trenes, y de Burniece Crews Avery, directora de un coro de iglesia y cantante de planta en un programa de la radio local. Con estos antecedentes me vi forzada a estudiar música clásica durante mi niñez. Por cierto, mi nombre verdadero era Shirley Enid Avery. Una forma de rebelarme ante tanta sujeción a tales estudios y hacia mis padres mismos fue introducirme en los terrenos del jazz, donde aprendí a tocar el piano y a cantar. La libertad a la que ella me enfrentó no supe manejarla, ni aquilatarla y me casé pronto, contra la voluntad de mis padres.

“Contraje matrimonio a los 17 años con un mal tipo, que me abandonó pronto y dejó como recuerdo dos hijos y el gusto por el alcohol y las drogas.  Me divorcié a los 19 y así tuve que iniciar mi carrera profesional como cantante. Clubes como el Ebony, de Cleveland, y poco después algunos de Chicago, me vieron hacer mis pininos en la escena. En Chicago, sobre todo, aprendí mucho, al lado de saxofonistas como Johnny Griffin y Cannonball Adderley, que se convirtieron en mis amigos de toda la vida. En ocasiones llegué a tener tanta necesidad económica que incluso acompañé a un pianista en shows de strippers en un club nocturno llamado Red Garter. Fueron épocas muy difíciles, a las que enfrenté con un vaso en la mano, pastillas y jeringas, que mi juventud absorbió sin mucho trámite y sin estragos evidentes.

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“Por ese tiempo, 1961, se me presentó la posibilidad de hacer un álbum que se tituló Devil May Care, el cual realicé acompañada del pianista Wynton Kelly, el baterista Clark Terry y de Freddie Green, quienes formaban parte de la banda de Count Basie. Eso me levantó muchísimo en el medio. Los articulistas escribieron sobre mi vibrato, sobre mi vibrante presencia escénica y mi cáustico sentido del humor. Gracias a mis estudios musicales pude hacer complicadas florituras armónicas e inyectarles la emoción necesaria al mismo tiempo.

“Todo comenzó a ir sobre ruedas. La canción “Somewhere in the Night” se convirtió unos meses después en el tema de la serie de televisión Naked City, y hasta fui invitada a programas de variedades como el de Ed Sullivan. Firmé entonces con la Columbia Records. Aparecí en el festejo para celebrar el 40 aniversario de Duke Ellington como músico y Ella Fitzgerald declaró a la revista Down Beat que yo era su cantante favorita. ¿Qué más podía pedir? No obstante, luego de grabar otro par de discos, las cosas volvieron a cambiar. Mis adicciones se incrementaron y mi mánager me abandonó.

“El argumento de los jazzistas sedientos como yo, para beber y drogarse, ha sido el de afirmar la capacidad para entregar y recibir música, en el entendido de que ésta es una experiencia compartida. El consumo de alcoholes y otras sustancias forma parte de los rituales sociales de la asignatura jazzística. El whisky escocés, el bourbon, el hecho de maple (incluso) son prendas del ajuar del músico desde los comienzos.

“Con la idea de cambiar mi suerte me mudé a Los Ángeles. Para entonces ya tenía tres hijos y otros tantos matrimonios disueltos. Como no conseguía trabajo como cantante me dediqué a infinidad de cosas, incluyendo el manejo de un taxi. A la música la dejé atrás. La década siguiente fue de caída libre constante. La sed aumentó. No había vida que la satisficiera. Supongo que mis hijos se la pasaron muy mal. No tengo idea de cómo hayan crecido. Fue una época muy oscura para mí.

“En 1979 tuve mi primer comeback. Hice grandes esfuerzos por salir de las adicciones. Conseguí cantar en algunos bares. Me cambié a vivir a Nueva York. Me convertí en cantante regular de clubes como el Zinno’s y el Cleopatra Needle por una década, misma en la que entraba y salía de recaídas y tratamientos desintoxicantes. A la larga mi existencia comenzó a normalizarse, poco a poco. Controlé la sed. Tanto que para celebrarlo busqué realizar alguna gira. Me sentía muy bien y dinámica. Sin embargo, el destino me alcanzó de nuevo. Mientras estaba en Suiza, en el Festival de Jazz de Berna, en 1997, me dio un primer colapso y tuve que ser llevada a emergencias. De regreso en los Estados Unidos me diagnosticaron cáncer en la vejiga.

“Fui sometida a radiaciones y tratamientos de quimioterapia. El coraje que le tenía a la vida por hacerme eso, aunque en el fondo sabía que yo misma me lo había buscado, me sobrepuso al dolor y a la conmiseración. Decidí entonces participar en la Competencia Vocal —a nivel internacional— Thelonious Monk, que se llevaría a cabo en Washington. Me enfrenté a un gran jurado, a un público conocedor y a cantantes treinta y cuarenta años más jóvenes que yo. Finalmente, eso no me importaba tanto. La verdadera competencia era conmigo misma: lo que era y sentía en ese momento, contra lo que había sido y me llevó a la situación en la que estaba.

“La experiencia de vida me ayudó en mucho a ganar el primer premio y veinte mil dólares, que me cayeron muy bien pues tenía además apuros económicos debidos a mi enfermedad. La compañía Verve firmó un contrato conmigo para producir un disco, el primero luego de 35 años de no hacerlo. Lo preparamos con calma, seleccionando los temas y a los músicos que me acompañarían. Por otro lado, mi estado de salud no me permitía esfuerzos ni extralimitaciones. Mi cuerpo me pasaba la cuenta por fin.

“El disco se tituló I’ll Be Easy to Find. Le encantó a la crítica especializada y entró a la lista de los diez grandes con muchas aclamaciones. Sin embargo, el cáncer no me permitió disfrutar de otro comeback. Desahuciada entré al Actor’s Fund Home en Eaglewood. Me fueron a visitar Wynton Marsalis y Clint Eastwood, pero ni este último consiguió derrotar a la muerte, que me llevó consigo el 2 de mayo del año 2000. Para mi obituario escogieron las palabras que Cannonball Adderley había dicho sobre mí hacía muchos años: “La voz más extraordinaria desde Ella Fitzgerald”.

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En el año 2000 Teri Thornton regresó para sacar cantando 37 años de silencio, para salir de la oscuridad y para enfrentarse a la muerte, con standards y composiciones originales suyas como «Salty Mama». Este último tema fue grabado en vivo durante su actuación en el concurso Thelonious Monk International Jazz Vocal, y con él ganó dicha competencia.

VIDEO: Teri Thornton – Somewhere In The Night, YouTube (jazzvinyl)

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JAZZ: DOCE HITOS DEL SIGLO XX (CHARLES MINGUS)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Mingus ordena. Por eso fue un líder nato de diversas agrupaciones. Por eso siempre se ofreció a sí mismo con tanta vehemencia como a su música. Y no exigía menos de sus acompañantes, de su medio, de su vida, de sus pensamientos. Carácter semejante lo colocó siempre en el centro de las turbulencias con las volubilidades propias de un artista.

Estuvo consciente en todo momento del papel que debía jugar un creador: ser parte del jazz, sí, pero también de la existencia cotidiana, de su problemática, de sus luchas constantes por la reafirmación. Por eso fue compositor e intérprete.

Como compositor fue importante en la evolución del jazz por su ineludible compromiso experimental. Poseyó la ambición para crear obras extensas, para construir y desarrollar líneas melódicas, motivos y pasajes luminosos de llamada y respuesta entre las diferentes secciones de la banda, riffs y variantes que huían del cliché, de los límites conocidos.

charles-mingusCharles Mingus

Mingus ordenaba. Lo mismo inexorables texturas que los gritos, pero también fue un virtuoso de su instrumento: el contrabajo. En él se dieron cita la polifonía y la voluntad de trascendencia con grandes cuadros de improvisación.

Complejidades que mostraban su personalidad como parte de la música. Un ser contradictorio y genial, talentoso y creativo, que ordenaba los pensamientos con bajos de fondo al compás de cuerdas iluminadas.

VIDEO SUGERIDO: Charles Mingus – Devil’s Blues – Live At Montreux (1975) (1-2), YouTube (Julio Cortázar)

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