KIND OF BLUE

Por SERGIO MONSALVO C.

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 OBRA MAESTRA

El trompetista Miles Davis (26 de mayo de 1926/ Alton, Illinois-28 de septiembre de 1991, Santa Mónica, California) es considerado hoy por hoy el padre del jazz moderno.

Sus exploraciones musicales que iniciaron a finales de los años cuarenta, prepararon la escena para las explosiones de vanguardia de las siguientes décadas del siglo XX. Y si bien no fundó todas las corrientes aparecidas en el género, sí las más importantes y representativas.

A lo largo de la construcción de su obra logró —además— atraer, instruir y engendrar a un número sin precedente de músicos de las más recientes generaciones del jazz contemporáneo.

En vida y también ahora, durante los más de veinte años que han transcurrido desde su muerte, Miles Davis se ha constituido en una figura central en los debates acerca del significado del jazz en la cultura contemporánea.

Su larga carrera profesional y la participación que tuvo en varios cambios importantes dentro del género —bebop, cool, modal, fusión, jazz-rock, world-jazz y hiphop— lo han convertido en un símbolo de la historia jazzística.

Historia misma que lo tiene anotado como hacedor de clásicos y obras maestras como el álbum que a continuación comentaré y que cumple 55 años de haber sido publicado. Y que representa la culminación de un decenio inquietante, pero encadenado a una evolución creativa fundamentada en la realidad social y adornada, además, con las coronas necesarias de la leyenda y el mito.

A los seis años de edad Miles Davis tuvo una epifanía en un camino polvoso de la región sur de los Estados Unidos. Una revelación sonora que lo inquietaría por años y cuya manifestación concretaría a la edad de 33, con un sexteto, en un disco publicado en 1959 y que década tras década sería considerado, desde entonces, como un prodigio. El número seis fue la clave para ello, por ser un dígito natural, matemáticamente perfecto, símbolo teológico de la armonía y de la belleza en la Cábala.

Numerologías aparte, lo esencial de la personalidad creadora de Miles Davis en esta obra fue servirse de músicos excepcionales (“Cannonball” Adderley y John Coltrane en los saxes, Bill Evans y Wynton Kelly en el piano –el segundo sólo en “Freddie Freeloader”–, Paul Chambers al bajo y Jimmy Cobb en la batería) y de su intuición como medios para mejorar la calidad de lo que pretendía expresar y comunicar:

VIDEO SUGERIDO: John Coltrane and Miles Davis: So What, YouTube (jazzart1)

Escribe Miles en su autobiografía: “Recuerdo cómo acostumbraba sonar la música allá en Arkansas, cuando iba a visitar a mi abuelo; especialmente durante los oficios religiosos del sábado por la noche. Aquella cosa te imponía. Caminábamos por aquellas sendas rurales en la oscuridad de la noche, y de repente nos llegaba la música de ninguna parte, de los árboles fantasmales donde todos murmuraban que vivían los espíritus.

“Recuerdo también que alguien tocaba la guitarra al estilo de B.B. King. Y también que un hombre o una mujer cantaban. Estoy seguro de que aquellos sonidos, aquel blues, su esencia y su ritmo, se me metieron en la sangre. Por eso cuando empecé a tomar lecciones de música debía ya tener, supongo, alguna idea de cómo quería que mi propia música sonara. No tuve tiempo para nada más”.

Con él, el arte del jazz cambió y progresó sin que ninguna de sus exploraciones invalidaran las anteriormente realizadas. En el caso de Kind of Blue hoy sabemos, de una forma documental incuestionable y exhaustiva, que Davis nunca dejó de usar de una u otra manera el blues. Nunca se privó de usarlo para dejar plasmada la encarnación de su sueño primigenio: replicar lo mejor posible el sonido que lo invadió desde la infancia.

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En Kind of Blue no sólo hizo una síntesis panorámica de su creciente implicación con el blues. Como artista de vanguardia en el medio jazzístico, ése fue uno de los usos más versátiles que se hubieran hecho hasta entonces de aquella música iniciática.

Además, catalogó como caso paradigmático el sobreentendido de que no había habido en el jazz auténtico ningún intérprete ajeno a la influencia del blues, incluso sin haberlo empleado materialmente en ninguna ocasión.El trompetista declaraba que si a un músico de jazz se le colocara en un lugar donde se viera obligado a hacer algo distinto a su rutina normal saldría avante, pero para ello tendría que modificar su forma de pensar para lograrlo.

Tendría que utilizar su imaginación, ser más creativo y más innovador; correr más riesgos. Debería rebasar lo conocido, por mucho, y eso probablemente lo conduciría a un lugar nuevo, y luego al siguiente y así sucesivamente. Sería más libre, con otras expectativas, se adelantaría a los hechos y se daría cuenta de los nuevos caminos que se abrirían ante él.

La concreción de Kind of Blue como obra de arte total en el jazz, con la grabación y reproducción de la música en movimiento (con el estilo modal, de improvisación sobre escalas y no sobre acordes) fue la síntesis operativa más completa del arte jazzístico hasta entonces.

Pero además de serlo, fue la más completa plataforma de la memoria artística contemporánea; esto es: la que mejor recogió, actualizó y revalidó todo lo hecho en el género por el hombre desde su prehistoria.

De esta manera, Kind of Blue es el gran memorial de tal arte, que, a su vez, existe, sobre todo, para recordar lo que el hombre había sido hasta entonces o, si se quiere, el presente de su pasado.

El espíritu del descubrimiento está ahí, capturado en cinco tracks; el ahora de su momento y todos los sonidos musicales escuchados con anterioridad:

“All Blues”, “Flamenco Sketches”, “Blue in Green”, “Freddie Freeloader” y “So What”.

Kind of Blue es la historia de una visión extraordinaria. A partir de entonces nada sería lo mismo para el jazz ni para Miles Davis. Fue un disco que lo transformó todo, no sólo para el género sino para esa forma de arte en general. Se convirtió en una nueva forma de hacer música, de interpretarla y de escucharla.

A Quartet In The Studio

VIDEO SUGERIDO: Miles Davis, All Blues, YouTube (kmpp16)

 

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68 rpm/60

Por SERGIO MONSALVO C.

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«Etta James era directa, sensual, descarnada, procaz y ubicada en un lugar en el que pocos artistas tienen las agallas para existir», dijo Bonnie Raitt, mujer del blues, al conocer la muerte de la cantante en enero del 2012. Sabía lo que decía. Ese lugar era el corazón de la madrugada. El espacio donde aquella intérprete luchaba y sucumbía ante sus demonios, una y otra vez.

Una hora terrible para ella en diversas épocas, quizá desde que comenzó su éxito, cuando fue descubierta por Johnny Otis en los tempranos años cincuenta, o luego en el momento en que Leonard Chess le propuso grabar para su sello en los sesenta. De cuando el desamor y sus malas relaciones con varios hombres (incluyendo al propio Chess) produjeron perlas definitivas y poderosas del rhythm and blues, cargadas de tal emoción: “At Last”, «Trust in Me», «My Dearest Darling», “All I Could Do Was Cry». Canciones de lamento.

Etta James nació el 25 de enero de 1938 (con el nombre de Jamesetta Hawkins) en Los Ángeles, California. Sus conocidos la llamaban “Peaches” (por el grupo vocal con el que se había iniciado en la música profesionalmente), mientras que los productores con los que trabajó decían, a quien quisiera escucharlos, que ella era la voz de la Madre Tierra.

El caso es que Etta tenía igual fuerza y sinceridad como cantante de blues como de soul, aunque fue en el rhythm and blues en el que destacó sobremanera y con el cual se mantuvo en el mundo de la música por casi cinco décadas. Con la sombra eterna de sus combates interminables contra amores desafortunados, adicciones (que la alejaban de los escenarios por largos lapsos de tiempo), sobrepeso y estropicios existenciales a causa de todo ello.

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TELL MAMA

ETTA JAMES

(Cadet Records)

Etta fue la artista del sello Chess que más éxitos consiguió y quizá la que sostuvo a la compañía con sus beneficios. De 1960 a 1969 obtuvo 21 hits seguidos en las listas de popularidad. El grosor de sus audiencias aumentaba con cada uno de ellos y los mejores compositores del momento la buscaban para que interpretara sus canciones.

En sus horas de desvelo, en tales periodos, a Etta no le importaba tanto cómo hubiera sido su día sino que por fin había terminado. Y casi al instante se preguntaba cómo soportaría el siguiente. En el corazón de la madrugada esta cuestión, aunada a sus heridas emocionales abiertas y errores reiterados, se le imponía: ¿Por qué no zafarse de la angustia con un poco de polvo, una vez más?

Se pinchaba para no sentir ese dolor. El de enfrentar con desánimo un nuevo día. “La vida es un camino largo y viejo –cantaba su admirada Bessie Smith–, pero tiene que finalizar”. Era una canción amarga y reveladora para Etta. Sin embargo, algo todavía la impulsaba a encontrar lo perdido y a reparar la falta de amor.

Creía que todas las peregrinaciones sentimentales de los hombres y las mujeres llevan a eso. Le parecía que a un ser humano sólo lo podía salvar otro ser humano. Su voz, su canto, siempre lo sugirieron. Pero también estaba consciente de que eso no pasaba casi nunca.

Después de “At Last” (su balada), el disco Tell Mamma (el octavo de su discografía) quedará por siempre grabado en la memoria colectiva como la suntuosa joya que destaca en un mundo cruel y oscuro, como la nívea pluma que flota sobre el pantano de la adversidad, como la exposición más sincera de un deseo femenino.

A pesar de la aspereza que la caracterizaba, Etta habló de manera sensible de las piezas que componían el disco y su interpretación de las mismas, destacando sobremanera «I’d Rather Go Blind» e «It Hurts Me So Much», que llevaban su marca y éxito impresos. Sin embargo, también tuvo espacio para ponerse del otro lado, con “Tell Mamma” (que sería interpretada después por su admiradora Janis Joplin), “Security” (de Otis Redding) y “Watch Dog” (de Don Covay).

“A lo largo de mi carrera he creído que son las mujeres quienes compran mis discos, principalmente –dijo en su momento–. Ellas han sido mis máximas seguidoras y en realidad quería dirigirme a ellas. Cada vez que cantaba esas canciones traté de expresar algunas cosas que reflejaran el corazón de la mujer. Por otro lado, siento que la única razón por la que un hombre compraría uno de mis álbumes sería por descubrir qué le gusta a una mujer, por consideración a ella». Ninguna mejor razón, Etta, ninguna mejor razón, habría que contestarle.

El álbum Tell Mamma, bajo el sello de Chess Records, fue la mejor carta de presentación que pudo ofrecer Etta James. En poco menos de media hora demostró su versatilidad y mimetismo de género a género: del pop tradicional de los cincuenta a la seductora transición entre blues y r&b, de la delicadeza y elegancia de las baladas al electrizante soul.

Con este disco publicado en 1968, la cantante fijaría el camino con el listón puesto en lo más alto. La atinada selección de Chess al escoger a los estudios Fame de Muscle Shoals, con todos sus músicos sesionistas puestos a tono, resultó definitiva. Etta viajó a Alabama para hacerlo y el material resultó tan variado y diverso como lo sólido de sus interpretaciones.

En menos de 30 minutos el escucha tenía lo más parecido a una recopilación de éxitos. Con el tiempo estas grabaciones pasarían a formar parte del canon musical de todos los tiempos. Canción tras canción, el disco demostró ser la mejor prueba del talento vagabundo de la cantante, ahora inmortal.

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Personal: Etta James, voz; teclados, alientos, cuerdas y coros de Muscle Shoals. Portada: Ilustración hecha por el Departamento de Arte y Diseño de la compañía.

VIDEO SUGERIDO: Etta James “Tell Mama, 1968, YouTube (Afra Bass)

Graffiti: «La sociedad es una flor carnívora«

SON HOUSE

Por SERGIO MONSALVO C.

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 LA CRUDA PRÉDICA

Es fantástica la cantidad de crudeza que contiene el blues. Y es precisamente esa crudeza el único factor que ha permitido que lo mejor de la música negra haya rebotado productivamente en las cámaras de eco de la cultura media mundial.  La música negra es en esencia la expresión de una actitud o un cúmulo de actitudes acerca del mundo, y sólo de manera secundaria una actitud acerca del modo en que la música se produce.

Eddie House fue un auténtico hijo del río Mississipi y de la Highway 61. Nació en los albores del siglo XX en el poblado de Riverton, muy cercano al mítico Clarksdale, como miembro de una familia más que numerosa. Durante la infancia aprendió a tocar la guitarra y de adolescente quiso ser predicador, lo cual consiguió.

Sin embargo a los 20 años su afición por el whiskey y el blues (música denostada por la iglesia) lo lanzó a la carretera. Ahí conoció y acompañó en distintas ocasiones a Charlie Patton y a otros bluesmen que cubrían la zona del Delta (Robert Johnson y Leroy Williams, entre ellos). Fue Patton quien lo invitó a la sesión de grabación que tendría para la Paramount Records. Ahí se hizo amigo de Willie Brown y ambos convinieron en asentarse en Robinsville para trabajar juntos, y así lo hicieron durante una década.

En 1941 y 1942 participaron en grabaciones organizadas por un equipo de investigadores de la Universidad de Fisk y de la Biblioteca del Congreso (con Alan Lomax). En dichas cintas quedaron patentes sus habilidades y calidad interpretativa del más crudo blues del Delta.

Son House fue uno de los fundadores del estilo slide en la guitarra y poseía la sonora voz de un cantante de góspel y también el de una chain gang (grupos de prisioneros). Su estilo musical se caracterizaba por el uso de una rítmica poderosa, muy marcada y repetitiva. Willie Brown no le iba a la zaga como intérprete de la armónica. El equipo funcionaba muy bien de esta manera, sin embargo, la muerte sorprendió a Brown, y los buenos tiempos terminaron para House.

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En esas fechas la economía de guerra entró en funciones debido a la incorporación de la Unión Americana a la Segunda Guerra Mundial, y el guitarrista decidió entonces retirarse de la música. Aceptó un trabajo en el ferrocarril de Rochester, Nueva York. Ahí se quedó alejado del blues durante muchos años.

Llegaron los años sesenta y con ellos el descubrimiento del country blues por parte de jóvenes escuchas, coleccionistas, aficionados e investigadores de la música, entre quienes la importancia de Son House había crecido tras la escucha de la reedición de aquellas antiguas grabaciones. A tal grado que los conocedores se integraron durante esos años una asociación que se lanzó en su búsqueda por las llanuras del Mississippi.

Luego de meses de indagaciones, en las que se encontraban Nick Pearls, Dick Waterman, Phil Shapiro y Alan Wilson (quien a la postre sería uno de los integrantes del Canned Heat), finalmente lo redescubrieron trabajando para  la New York Central Railroad, lugar en que lo hacía desde 1943, ajeno al entusiasmo que ahora provocaba su música entre el público de ambas orillas del Atlántico.

Le propusieron ir a grabar un disco para luego iniciar una gira por Europa. House, se mostró reacio al principio, pero terminó aceptando. Tenía casi 70 años en ese momento. Grabó entonces para la CBS y en seguida dio comienzo a giras musicales por la Unión Americana y el continente europeo, entre 1964 y 1970.

Actuó en los famosos festivales New York Folk y Newport Folk, así como en el laureado Festival de Jazz de Montreux. Y además dio a conocer la leyenda de cómo Robert Johnson le vendió su alma al Diablo, en un cruce de caminos de Clarksdale, para adquirir la destreza única en la guitarra.

El regreso de este maestro de la bottleneck le dio la oportunidad a Wilson de grabar con él, aunque en la versión original (de la CBS) no se le dio el crédito correspondiente por tocar la guitarra de acompañamiento y la armónica. No obstante, en una presentación remasterizada por la Capitol Records del año 2000 (Delta Blues and Spirituals) aparecen todos los créditos necesarios, así como los temas acústicos interpretados en vivo por aquel legendario bluesero.

Durante algunos años sorprendió al público del país y del extranjero con la fuerza de su auténtico blues del Delta. Sin embargo, su delicada salud lo obligó a poner fin a su carrera en 1974 y, ya retirado, murió en 1988 en un asilo de Detroit.

Los biógrafos e investigadores afirman que fue “uno de los bluesmen más grandes del blues del Delta y ejerció una gran influencia en los músicos de la zona, entre los que se encuentran Robert Johnson y Muddy Waters. Fue un hombre que llevó el blues del Delta a nuevos públicos y nuevas generaciones”.

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VIDEO SUGERIDO: Son House “Death Letter Blues”, YouTube (GtrWorkshp)

 

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RITCHIE VALENS

Por SERGIO MONSALVO C.

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 MIXTURA BICULTURAL

 Ritchie Valens fue inscrito en el Salón de la Fama del Rock en el año 2001. Llevaba muerto más de 40 años. Lo hizo junto a un grupo de ilustres genéricos también adscritos: Aerosmith, Solomon Burke, The Flamingos, Queen, Paul Simon, Steely Dan y los Talking Heads. Sólo palabras mayores. Valens quedó adscrito en las categorías de Rock and Roll y Latin rock.

 Con ello recibió oficialmente el reconocimiento que ya había obtenido desde el final de los años cincuenta como pionero del naciente ritmo. A los 17 años, cuando falleció, ya había puesto también sólidas bases para el surgimiento del rock chicano, cuya influencia quedó marcada de manera inmediata en diversos ámbitos de la música posterior, del Brill Building al soul, de la música pop al rock de garage, del frat-rock al punk.

 Y lo hizo a través de la mejor forma de evocar a sus raíces (mexicanas), modernizándolas y quitándoles el polvo folklórico. Para su experimento vanguardista utilizó la sencilla (que no simple) herramienta de “La Bamba”, un son jarocho en sus orígenes, un estilo de música popular oriundo del estado de Veracruz, en México. Una zona rica en influencias tanto africanas como afrocaribeñas.

 “La Bamba” es el summum de la innovación que Valens llevó a cabo para el inicio de lo que actualmente se conoce como rock chicano. Tal innovación fue el resultado de un combinado híbrido en la que se citaban los ritmos del doo-wop y el rock & roll con los del huapango. Dicha mixtura de una pieza netamente tradicional representó (y lo sigue haciendo) la amalgama de esas dos culturas en las que ese artista había crecido: la mexicana (por vía paterna) y la estadounidense (por nacimiento y desarrollo).

 Como dato curioso queda el hecho de que al igual que muchos jóvenes chicanos (o mexicano-estadounidenses) de aquel momento, Valens no hablaba español y había aprendido la letra de la canción fonéticamente. Pero lo hizo pronunciando bien la “r” y la doble “rr”, que tantas dificultades les provoca a los angloparlantes. Asimismo, arropó su versión con una instrumentación variada, con énfasis rockero y electrificándola con su guitarra durante los puentes.

Como parte de la tour rocanrolera “The Winter Dance Party” de 1959, organizada por la agencia GAC, se encontraban Buddy Holly, Ritchie Valens y Big Bopper, además de Dion and The Belmonts y Frankie Sardo. Valens (cuyo verdadero nombre era Ricardo Steven Valenzuela Reyes) era un chicano que había nacido el 13 de mayo de 1941, en una zona del Este de Los Ángeles, en el barrio de Pocoima, de padres mexicanos. Contaba a la sazón con 17 años. Anteriormente con el nombre de Arvee Allen, había grabado “Fast Freight”, una pieza de éxito regular, pero que ya preludiaba lo que sería una nueva corriente dentro del rock.

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En 1958 grabó también otros temas como “Come On Let’s Go”  y la balada “Donna”. Valens y Holly habían surgido de un estilo similar, pero el primero acentuó más los matices mexicanos de su música. Estaba contribuyendo a sentar las bases del subgénero.

Su constitución era fuerte y su sonrisa abierta, tenía carisma y muchas ganas de promover el rock con ese nuevo estilo con el que estaba trabajando, así que cuando le propusieron unirse a la gira de la GAC, no dudó en apuntarse.

El espectáculo de dicha compañía recorría la carretera llevando una buena carga de rock and roll, pero cuyos intérpretes sentían ya los estragos del clima y el cansancio tras muchas presentaciones. El Medioeste norteamericano, era una zona donde se daba buena acogida a los rocanroleros, sin embargo, entre cada una de las presentaciones había que desplazarse a largas distancias dentro de camiones no siempre en las mejores condiciones mecánicas. Tras la avería de uno de estos vehículos, uno de los músicos de la troupe tuvo que ser hospitalizado por congelamiento.

El cansancio, el frío, la incomodidad, la suciedad, preocupaban a varios integrantes de la misma: Buddy Holly, Big Bopper y Ritchie Valens. Así, la noche del 2 de febrero de 1959, después de presentarse en el Surf Ballroom de Clear Lake, los tres rocanroleros se trasladaron a Mason City, donde querían conseguir una avioneta para trasladarse más rápido a su siguiente destino, descansar, lavar su ropa o recuperarse de un resfriado.

Al despertarse a la mañana siguiente, el tiempo era malo, nevaba. Sin embargo, alquilaron una Beechcraft Bonanza y la abordaron festivamente y ansiosos de llegar a Fargo. El vehículo, de cuatro plazas y un solo motor, llevaba apenas unos minutos volando, y se encontraba sólo a unos ocho kilómetros del aeropuerto cuando cayó.

Todos los ocupantes —incluyendo al piloto Roger Peterson — se mataron. Buddy Holly tenía 22 años, Ritchie Valens 17 y Big Bopper 24. Es materia abierta a la especulación el cómo les hubiera ido en los años sesenta; no obstante, su muerte los convirtió en una leyenda y en precursores de corrientes musicales que otros se encargarían de continuar y fortalecer.

Tras su muerte trágica, Ritchie Valens obtuvo dos hits de manera póstuma. Tres semanas después de su accidente “Donna” llegó a las listas de popularidad, lo mismo que “La Bamba”. El éxito del malogrado músico representó un fuerte impulso para los chicanos que aspiraban a ser rocanroleros.

La fama adquirida por Valens sirvió para convencer a algunos productores independientes de que posiblemente valiera la pena ayudarlos. A comienzos de los años sesenta, tras la llegada de la Ola Inglesa, los grupos se formaban por todas partes, en los garages familiares, dando con ello inicio a una edad de oro al este de Los Ángeles y otras zonas del Sur estadounidense donde aquella versión de  “La Bamba” era elemento primordial del repertorio.

Cabe mencionar a los músicos sesionistas que acompañaron a Valens en aquella histórica grabación cuya producción estuvo a cargo de Bobby Keane: Buddy Clark en el bajo, Ernie Freeman al piano, Calor Kaye en la guitarra rítmica acústica, ReneHall en la guitarra barítono de seis cuerdas, Earl Palmer en la batería y las claves y Ritchie en la voz y la guitarra principal, una Fender Stratocaster.

En1987  se estrenó la película con el mismo título dirigida por Luis Valdés, en la que se narraba su vida. El actor Lou Diamond Phillips fue el encargado de interpretar a Valens, mientras que el grupo Los Lobos –oriundos del Este de los Ángeles–se encargó de la banda sonora, la cual ganó múltiples premios.

VIDEO SUGERIDO: Ritchie Valens – La Bamba / the real Valen’s voice / (1958), YouTube (MrBLadislav)

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THE LAST POETS

Por SERGIO MONSALVO C.

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 El RAP SIN IMPOSTORES

Harlem, Nueva York, 1968. Del taller de escritores negros East Wind surge un colectivo compuesto de 11 integrantes, The Last Poets. El grupo toma su nombre de un discurso del poeta sudafricano Little Willie Copaseely, quien afirma que este tiempo produciría a los últimos poetas (“The only poem you will hear will be the spearpoint pivoted in the punctured marrow of the villain…therefore we are the last poets of the world”).

De aquí en adelante, la poesía será utilizada como rifle. Sus principales fuentes de inspiración serán las ideas políticas del líder negro Malcolm X y la religión musulmana. En los discos, los textos hablados, rimados y revolucionarios serán acompañados por funk, jazz y ritmos africanos de percusiones.

Su música directa y decidida les ganó desde entonces mucho respeto y llegaron a colaborar, entre otros, con Art Blakey y Jimi Hendrix (Doriella du Fontaine, 1970). La formación del grupo, a través del tiempo, fue cambiando con frecuencia, así como las disputas ideológicas entre sus componentes (incluyendo una por la posesión del nombre).

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Mientras tanto, Jalaludin Mansur Nuriddin (Jalal) era el único poeta y cantante que quedaba de los integrantes originales. A mediados de los ochenta decidió establecerse en Londres, donde comenzó a formar parte de la floreciente escena del jazz-dance (otros miembros prominentes y posteriores como Omar Ben Hassan y Abiodun Oyewole continúan actuando bajo el mismo nombre).

Hoy, suele considerarse a The Last Poets como los abuelos del arte verbal del rap. Y aunque Jalal estuvo consciente de que habían ejercido influencia («Pusimos el hip en el hop»), no quiso que se les tomara como una subdivisión de dicha cultura. El rap ejecutado en la actualidad constituía, a sus ojos, un alejamiento del arte original, tal como fue desarrollado por The Last Poets.

Para él, el rap no era más que una conversación cualquiera que se originó en el jail toasting, en la jerga de las cárceles. Ellos separaron esta forma de comunicación de su contexto social y desarrollaron un arte propio. Así, el concepto adquirió un nuevo significado literario y político. Jalal y su grupo llamaron a este nuevo estilo Spoetry (speaking poetry rapidly).

VIDEO SUGERIDO: The Last Poets – When The Revolution Comes, YouTube (Zarndi)

Veinte años después del surgimiento del grupo, Jalal continuaba desmarcándose de la corriente rapera, sobre todo del gangsta, al afirmar que todo el hip hop (protagonizado entonces por Run DMC y L. L. Cool J) era sólo un viaje egocéntrico.

En la actualidad, sin embargo, las nuevas evoluciones del género, como el radical rap y el Afrocentricity lo obligaron a cambiar de opinión.  «Ahora estoy semisatisfecho.  El potencial existe, pero debe adoptar una política más clara. La diferencia entre mi poesía y los raps del hiphop es igual a la diferencia entre el drama y una caricatura. Sus diálogos sólo sirven para divertir. Lo que yo hago se refiere a la realidad y expresa los traumas resultantes de la represión, la aversión y la depresión», dijo.

Su arte creció y luego, tras todo lo pasado recientemente en el mundo, Jalal sustituyó su papel como musulmán militante por el de gurú. “El Islam—afirmaba— es únicamente otra forma de vivir, ni más ni menos».

En su opinión, las organizaciones negras radicales como Nation of Islam y la Five Percent Nation, surgida de aquélla, y que constituyen una gran fuente de inspiración para los artistas noveles del hip hop, eran demasiado miopes y prefería ocuparse con cosas más importantes como el yin y el yang, Buda, la sabiduría, el conocimiento, la moral y la conciencia.

Nunca se apartó del precepto estético original de que el ser humano debe luchar desde la cuna hasta la tumba.

Sin embargo, la conciencia negra no es lo que más le preocupaba a este decidor. En el comienzo del siglo XXI enfocó los problemas desde una perspectiva mundial. Hizo hincapié en que el contenido de la poesía de The Last Poets tenía qué ver, en primer lugar, con la presentación de un mensaje político, derivando, en cuanto a su forma, de la tradición del arte narrativo oral africano. Por lo tanto, en primer plano está la comunicación directa, el encuentro franco entre el autor y el receptor.

En los sesenta The Last Poets sacaron su mensaje a las calles de Harlem, a fin de despertar la conciencia de la población acerca de su miseria. El marco musical era proporcionado sólo por instrumentos de percusión como hasta la fecha. Nunca quiso nada de electrónica, aunque sí realizó algunos proyectos con tal acompañamiento, por ejemplo Mean Machine, con el DJ del hiphop D.S.T. y unas cuantas cosas con Bill Laswell. Sin embargo, sólo fueron momentos.

Su lema era: “Si no lo puedo cargar, no lo necesito. ¿Qué haría si alguien jalara el enchufe? —preguntaba sardónicamente—. No quiero tener que depender de nada más que de mí. Yo mismo soy el arte».

Opinaba que sus herederos musicales no eran la generación actual de raperos, sino Galliano: un mezclador y músico londinense blanco salido del barrio negro de Brixton que ha mostrado el mismo aprecio por Coltrane que por Public Enemy.

Su principal crítica contra los raperos actuales era su limitación para presentar las ideas. «Les va bien porque los medios comerciales les dan espacio. Pero no presentan nada nuevo, sólo hablan de cuestiones locales. ¡No investigan nada!  Deberían pensar sobre el origen y las consecuencias de la violencia política en el mundo entero. El rap centra únicamente su atención en los jóvenes; nuestro mensaje, en cambio, se dirige incluso a las abuelas”.

Jalal también llevó una vida paralela como solista bajo el nombre de Lightnin’ Rod, en el que cambiaba el arrebato político por  la de relator del realismo sucio. Habló de la miseria y la cotidianeidad de los barrios bajos negros, de sus personajes y trajines, como en el emblemático Hustlers Convention, que influyó notablemente en los gangstas.

Vivió de acuerdo a sus principios antimaterialistas y pasó penurias económicas, que paliaba con sus giras por Europa, para terminar acogiéndose a la buena voluntad de su familia en Atlanta, Georgia, lugar donde murió el pasado 4 de junio a la edad de 73 años.

Discografía selecta: Last Poets (Douglas/Celluloid, 1970) This Is Madness (Douglas, 1971, 2002) Chastisement (Blue Thumb, 1972) Delights of the Garden (Douglas, 1977); Jalal: On the One (EFA, 1996), Science Friction (Submix, 2004), Hip-Hop samit sharma Docktrine – The Official Boondocks (2006), Rhythms of the Diaspora Vol. 2 (2008), The CornerCommon, «Be» (2005), Project Roach & You Can’t Stop Us Now – Nas, «Untitled» (2008), Made In Amerikkka – Reuniting The Last Poets (2008).

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VIDEO SUGERIDO: Lighting’ Rod – Hustlers Convention LP 1973, YouTube (MultiplicityMe MusicalMoments)

 

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JOHNNY HALLYDAY

Por SERGIO MONSALVO C.

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 ICONO GALO

A lo largo de la historia del género, ¿cuántos países (o sus hombres de letras) se han enorgullecido de sus rockeros, hablándolos, descibiéndolos o premiándolos? En realidad muy pocos. De los que recuerde algo al respecto están los Estados Unidos, la Gran Bretaña, Camboya, la ex Checoslovaquia, Alemania y Francia.

Por lo general los gobiernos de la mayoría de los Estados, sean del signo político que sean, han rechazado a esta música, a sus conceptos y a sus representantes, practicando desde la indiferencia, pasando por la intolerancia, la vil censura, represión y hasta llegar al crimen, para poner fin a rajatabla de su popularidad o seguimiento.

De los que sí han asumido al rock como una contribución a su cultura, y a la del mundo por extensión están, como ya señalé, los Estados Unidos, lugar donde nació el 4×4. Obvio es decir que tal hecho depende de quien esté en la silla presidencial. Eisenhower, Johnson, Nixon, Reagan o Bush, por ejemplo, odiaban al rock hasta límites inimaginables.

Varios de ellos planificaron incluso  Expendientes Secretos X, con algunos de sus ministros, para erradicarlo (actualmente el caso de Trump es más extremo, esperpéntico y caricaturesco y apenas comienza). En ello han colaborado incondicionalmente los medios de comunicación  tradicionales con todo el apoyo del poder.

Por otro lado, en épocas diferentes a las anteriores (Kennedy, Carter, Clinton, Obama) el apoyo al rock ha florecido en sus distintas manifestaciones: con la creación del Museo de la Fama, con las invitaciones a colaborar en las campañas presidenciales, en las Convenciones partidarias y a eventos de la Casa Blanca.

En la parte medular, el periodismo contracultural e independiente, los literatos, los creadores teatrales, cinematográficos o de las artes plásticas han tributado, cronicado, exaltado y testificado la importancia del género dentro del quehacer cultural y social. Lo han hecho con obras y ensayos que legitiman la inteligencia, la observación y la poética de su andanza.

En la Gran Bretaña, la monarquía los reconoce concediéndoles el título de Sir por sus contribuciones al país en distintos rubros. Y, por su parte, los escritores destacados (Salman Rushdie, Hanif Kureishi, Nicola Barker,  George Steiner, Julian Barnes, entre otros muchos) han escrito profundos análisis sobre estilos o tendencias, desde algún punto de vista filológico.

Mientras, los directores cinematográficos han iniciado nuevos lenguajes a partir de ellos. La unión entre rock y cine ha dado lugar a decenas de películas que han contribuido a crear un género propio, con características únicas y cuyo desarrollo ha alcanzado dimensiones insospechadas a lo largo los años. Parámetro indiscutible de ello ha sido la película A Hard Day’s Night, con los Beatles, cuya importancia ofrece muchas lecturas  a partir de la elección de Richard Lester como director de la misma.

El filme no sólo sacudió todos los cimientos del cine de la época, sino que fue el origen de la estética del video-clip, inventando una fórmula revolucionaria de lograr una conjunción entre la música y las imágenes que todavía sigue vigente después de cinco décadas (con un electrizante sentido del ritmo).

En lontananza indochina, a su vez, el rock se convirtió en un asunto de Estado al llegar la Guerra de Vietnam y el terrorismo de los jemeres rojos en Camboya. La asimilación de esta música y la proyección que tomó en dicha tierra la convirtieron en una positiva muestra de intercambio cultural y, también por ello, en enemigo mortal de quienes querían sellar el país a todo avance, incluyendo el aprendizaje de otros idiomas o cualquier sonido extranjero. Fue vehículo de cosmopolitismo, primero y, luego, víctima de fundamentalistas del maoísmo.

Asimismo, en la ex Checoslovaquia (hoy Repúblicas Checa y Eslovaquia) el rock fue perseguido por las autoridades pro-soviéticas (que lo veían como una forma de Imperialismo Capitalista) y tomado como estandarte por parte de quienes querían independizar al país de tal injerencia. Los líderes políticos de la oposición checa (con Vaclav Havel al frente) apoyaron a los rockeros, tanto locales como a los foráneos,  en los que se inspiraban, y crearon una fuerte contracultura a partir de él, que sirvió de soporte para conseguir los logros sociopolíticos posteriores.

En Alemania, asimismo, los escritores, gente de teatro y cineastas, optaron por esta música por ofrecerles otros horizontes, formas de pensar y de vivir, tras una contienda mundial que enfrentó ideologías internas, al igual que divisiones generacionales. La música ayudó a pasar página, a crear nuevas expectativas e igualmente a construir una nueva identidad. El rock alemán a partir de los años sesenta ha estado presente en todo acontecimiento de cambio social y político.

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En Francia, ha tenido semejantes lineamientos. El rock llegó de la mano de escritores (Boris Vian), en el principio, pasó al léxico de lo popular gracias a músicos como Serge Gainsbourg, inflamó el movimiento Ye-Yé, del que las jóvenes francesas se sirvieron para dar a conocer sus deseos, inquietudes, emociones y nuevas formas de ser, mientras los escritores y cineastas lo explicaban, analizaban y transformaban en filosofía.

A su vez, en la parte masculina del movimiento musical surgía el cantante que se pondría sobre ello y que se convertiría en icono para la cultura gala: Johnny Hallyday.  Este personaje irrumpió en los escenarios franceses en los años sesenta y ya nunca se bajó de ellos, hasta su muerte.

A semejanza del adiós multitudinario al escritor Victor Hugo a mediados del año 1885 en la capital francesa, el ataúd de Johnny Hallyday desciende, este sábado 9 de diciembre del 2017, por los Campos Elíseos desde el Arco del Triunfo ante casi un millón de personas congregadas para despedirlo.

La comparación con el homenaje fúnebre de Victor Hugo, uno de los ilustres mayúsculos de la literatura francesa y universal, no es vana. Tanto por el recorrido —los majestuosos Champs-Élysées, acompañado, en el caso de Johnny, por medio millar de motociclistas en sus Harley Davidson— y por la capacidad del difunto para convocar tanto a los franceses comunes como a los gobernantes del país.

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El desfile por la grandiosa avenida es distintivo: no sólo para Víctor Hugo, también para las tropas francesas que desfilan por ahí en los 14 de julio o para el nuevo presidente electo el día de su toma de posesión. Igualmente lo son los fastos como el de la iglesia de la Madeleine, que se llevarán a cabo  frente a los máximos representantes del Estado, que se han mezclado con la familia del fallecido, actores, músicos y otras celebridades.

Esos representantes están a la espera de la llegada de la comitiva funeraria, ahí en ese templo exclusivo, mientras la ex banda de Johnny interpreta su repertorio instrumentalmente. Tres presidentes vivos —el actual, Emmanuel Macron, y sus antecesores, Nicolas Sarkozy y François Hollande— pasan lista de presentes en la ceremonia, una misa laica (si cabe el oxímoron) de cuerpo presente.

Johnny murió el 5 de diciembre a las 10:10 de la noche, lo vocearon compungidos y plañideros los periodistas galos, pero ¿quién era Johnny Hallyday?, se preguntó entonces el mundo en general. Para los medios especializados del resto del globo era  “la mayor estrella de rock de la que usted nunca había oído hablar”.

Hallyday no fue un gran escritor como Víctor Hugo, no tuvo un papel político destacado  como esos tres representantes estatales y ni siquiera fue un creador, nunca compuso nada, era sólo un intérprete del rock.

Jean-Philippe Smet fue el nombre verdadero de ese joven de origen belga que quedó fascinado por Elvis Presley tras verlo en la película King Creole. Quiso hacer lo que él hacía, a su manera, y lo consiguió. Johnny Hallyday se llamó entonces y se convirtió no únicamente en rockero sino en rocker (nombramiento para el que guarda la actitud del género como esencia sagrada). Johnny, como le llamaban sus compatriotas, les llegó a la médula y desde el principio estableció una conexión única con ellos. Tenía 74 años al morir luego de haber cumplido durante su vida con la dieta clásica de los excesos.

En su alocución ceremonial el presidente Macron resumió la vida de Johnny Hallyday como “un destino francés”, el de un hombre que “diez veces se reinventó”, una “fuerza que va, como decía Victor Hugo, es decir, que empuja, enérgica e imparable hasta el final”. Hechos, como la muerte de este rocker con el que los ciudadanos de diversas generaciones se identificaron (fue un icono particular francófono), crean identidad en tiempos revueltos y eso lo saben los estadistas, cohesiona lo disperso.

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68 rpm/59

Por SERGIO MONSALVO C.

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Viajar por todo el mundo con músicos de todas latitudes ha sido la ocupación principal de Taj Mahal, porque los choques con las compañías disqueras (muy duros a veces) han marcado su sino desde el principio de su carrera. Taj Mahal hacía world beat cuando el término aún no se inventaba.

El cantante, compositor y multiinstrumentista (toca el banjo, el bajo, el cello, el dulcimer, la guitarra, la armónica, la mandolina, el piano y los vibes actuales) nació como Henry Fredericks-Williams el 17 de mayo de 1942 en Harlem, Nueva York. Es al mismo tiempo un músico arraigado en la tradición y un innovador, contradicción que ha confundido a muchas personas a lo largo del tiempo.

Durante un periodo de los años sesenta en que el blues solía ser interpretado principalmente por músicos blancos, con solos que duraban horas, Mahal se entregó, con energía chispeante, a diversas formas de blues y ragtime emanados de los años veinte y treinta del siglo XX. Sus primeras grabaciones le dieron la reputación de ser el último gran innovador del blues rural. Una comparación de rigor era con Ry Cooder, con el que a mediados de los años sesenta fundó el grupo The Rising Sons.

Esto sucedió en Cambridge, Massachusetts, en 1964. El joven intérprete de folk blues que se hacía llamar Taj Mahal fue escuchado por el guitarrista Jesse Lee Kincaid, quien quedó admirado por su técnica. Kincaid lo convenció de ir con él a California, con la idea de presentarlo a un amigo llamado Ryland Cooder, otro fenómeno de la guitarra.

La intención de ambos era tocar el blues rural combinado con las piezas originales de Kincaid (al trío se agregó Gary Marker, bajista, y el baterista Ed Cassidy). Tras varias presentaciones en pequeños clubes y hacer circular los demos, Allen Stanton de la Columbia Records contrató al grupo en junio de 1965.

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TAJ MAHAL

TAJ MAHAL

(Columbia Legacy)

Las primeras sesiones de grabación con esta compañía se extendieron hasta 1966. Una y otra vez la Columbia pareció a punto de invertir una cantidad fuerte en el grupo, pero la intención nunca se materializó. Todo un álbum fue mezclado y preparado para editarse, cosa que finalmente no sucedió: las cintas ingresaron a la bóveda del sello, donde permanecerían durante 25 años.

Hasta 1992, cuando se editó Rising Sons featuring Taj Mahal and Ry Cooder, el cual contiene 18 cóvers de diferentes blueseros (Robert Johnson, Willie Dixon y Jimmy Reed, entre otros) y cuatro temas originales de Kincaid.

El intento fallido produjo la desbandada del grupo, cuyos miembros fueron a engrosar otros proyectos musicales (como Cassidy, quien se fue a Spirit). Por su parte, el productor Bob Irwin tras largas reuniones convenció a Mahal de grabar un disco como solista.

Lo cual se dio a lo largo de 1967 y durante los primeros meses del año siguiente. Finalmente, el producto de todo su trabajo apareció en 1968 con el nombre del músico como título del álbum: Taj Mahal.

Las grabaciones hechas correspondieron al nivel del virtuoso que era y a sus esfuerzos por reafirmarse en sus ideas y principios estéticos. Los tracks que contiene el disco muestran que se trataba ya de un artista maduro y, además, de uno de los más interesantes, excéntricos y eclécticos surgidos de la escena estadounidense, que de por sí era un hervidero de creadores.

Tal debut contiene una excitante mezcla en la que se combinan los viejos blues rurales con sonidos nuevos y urbanos, haciéndose eco de la amplia instrucción musical que había recibido Mahal desde la infancia, donde había pasado lo mismo por un coro de góspel que por la academia y un gran circuito de bares en donde expuso sus cualidades dentro del jazz y, a la postre, su amor y pasión por el blues.

El multiinstrumentismo expuesto por él, que va desde el uso más clásico de la bottleneck y la armónica electrificada (evocando al Chicago de Muddy Waters) hasta los diversos matices de la voz dentro del género, hicieron del álbum una extraña amalgama de estilos y técnicas en nada común entre las grabaciones semejantes de aquellos días.

A todo eso contribuyó el ya mencionado virtuosismo de Taj Mahal, conocedor de los vericuetos por donde había transitado el blues desde hacía varias décadas y su apertura hacia las nuevas expresiones sonoras. Para la realización del LP y las posibilidades que brindaba, el productor echó mano de la tecnología en stereo más avanzada para lograr una elaborada separación de sonidos.

El producto de ello quedó de manifiesto en temas como “Diving Duck Blues”, una canción de Sleepy John Estes, en donde las texturas alcanzan una ampulosidad singular que luego sería copiada por otros músicos (Cream, como mayor ejemplo).

Asimismo, la participación de Ry Cooder y su propia capacidad instrumental son muy bien matizadas, lo cual enriqueció cada pieza (en “The Celebrated Walkin’ Blues», Taj Mahal brilla con la mandolina, por ejemplo).

La intrincada sofisticación de estas grabaciones llega al extremo de rememorar el sonido de los estudios Chess de los años cuarenta o a evocar a Blind Willie McTell o Robert Johnson («Statesboro Blues» y «Dust My Broom», respectivamente), para firmar una obra que representa una de las más serenas, desafiantes e iconoclastas muestras del blues de la época.

Taj Mahal podía y quería tocar en todos esos estilos, intercambiar ideas en el tiempo y en el espacio: porque todos ellos, lo sabía desde entonces, tienen algo qué ofrecer. Por ello había comenzado a efectuar un estudio profundo del blues y a sumergirse en su historia, asunto que lo llevaría a explorar la amplia gama de la sonoridad afroamericana en su afán por extender sus conocimientos. Y por ello la música de este artista no es un eco del pasado. Para él tenía (y tiene) que funcionar en el momento.

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Personal: Taj Mahal, guitarra, voz, armónica, guitrra slide, arreglos musicales; Ry Cooder, guitarras rítmicas y cuerdas; James Thomas, bajo; Sanford Konikoff, batería; Jesse Ed Davis, guitarra. Portada: Foto y diseño de los artistas del Departamento de Arte de la compañía.

VIDEO SUGERIDO: Statesboro Blues – Taj Mahal – Statesboro Blues HQ, YouTube (Emre Demirkaya Loves High Quality Music)

Graffiti: «Lo sagrado: ahí está el enemigo«

BOYS & GIRLS

Por SERGIO MONSALVO C.

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 ALABAMA SHAKES

La circunstancia del segundo disco regularmente conlleva muchas especulaciones. Por lo general, se suele apuntar a que el real avance de un grupo o solista no está de ninguna forma definido hasta que aparece su tercer trabajo.

Sin embargo, el segundo –si no muestra novedad alguna– puede erigirse en una tumba donde quede sepultada cualquier oportunidad de desarrollo a futuro. Y esa cuerda se tensa aún más cuando el álbum debut ha resultado todo un éxito.

Por ello han sido muchas las voces alegres que se sumaron para recibir el segundo trabajo de una banda con profundas raíces en el rock y con el alma más negra que se haya podido distinguir en tiempos recientes. Alabama Shakes sacó a la luz su segunda obra, Sound & Color.

Un trabajo muy esperado y que, además de alcanzar de igual manera las cuotas de sorpresa y alabanza cosechadas en su debut (Boys & Girls), deja abierta la senda para el crecimiento de una agrupación que desde un principio ha caminado paso a paso y  basado su cimiento en la difusión oral, la más categórica y legítima de la escena.

Los sólidos conocimientos del funk que arropan el disco en esta ocasión –su soporte musical– se entrelazan sensualmente con el sabor negro que rezuman las palabras emanadas del soul y góspel en la voz de su cantante, la tremenda Brittany Howard, que continúa brillando por encima de todo, al igual que lo hizo en el primer disco, el inolvidable Boys & Girls del 2012.

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Tornamesa

“LOVE IN VAIN”

Por SERGIO MONSALVO C.

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 SENTIR PARA NADA

Amor en vano. Tal situación es el resultado de una mala alineación de los planetas, por supuesto; un castigo de dioses envidiosos, seguramente, o una falla en el arte de la seducción, quizá. Para el caso es lo mismo: la perplejidad, la pérdida, el abandono. El cuestionamiento sobre el propio valor, el corazón herido, la agobiante ausencia final. El hecho de no ser el primero ni tampoco el último en padecerlo no aminora un ápice el dolor. Y aquí entra en escena un pensamiento sabio y muchas veces olvidado: el dolor está ahí y permanecerá, el sufrimiento será opcional.

La circunstancia de gustar de alguien, atraerlo y hacer que se enamore de uno es un arte cuyos elementos componentes son por demás inestables. Por lo mismo un misterio, por lo mismo el ansia de poseerlo algo inherente al ser humano. En el resto de la naturaleza todos los demás habitantes de la Tierra tienen sus procesos de atracción bien establecidos, el instinto y la genética proveen los pasos y los tiempos. Todo bien estructurado, para no romper la secuencia de la vida. Sin embargo, con el ser humano eso no funciona más que en parte, el amor es la otra. La del enigma.

Buscar que alguien se rinda a nosotros flechado por los dardos del pequeño Eros, sentirnos atractivos  y poderosos por eso, captar y retener la mirada y el corazón ajenos son sueños vaporosos que han quedado reflejados en la literatura, en la poesía y en la música. En igual medida los que han tenido una buena conclusión que los estropeados por la ignorancia, el azar, la torpeza, la arrogancia, la imposibilidad o por la intervención de una deus ex machina desconocida, inesperada y caprichosa. La historia humana registra todos los días el deseo, la frustración y la tristeza causada por ello.

Desde la obra literaria más antigua que se conoce, El Poema de Gilgamesh o su Epopeya, donde la diosa Inanna (Ishtar o Astarté) manifiesta su enamoramiento por dicho héroe sumerio pero es rechazada por él, a pesar de todos los actos de amor que ella realiza. O como en la cinematografía con el ejemplo del profesor Unrat en la cinta Der blaue Engel  (El Ángel Azul), del cineasta Josef von Sternberg, donde la cabaretera Lola Lola (Marlene Dietrich) convierte al sabio profesor en un pelele apasionado por sus encantos, sin mostrarle la más mínima indulgencia o compasión.

Eso es materia prima para el blues. El género musical que mejor ha interpretado dichas emociones. Ya lo definió John Lee Hooker en su momento: el blues es un hombre, una mujer y un corazón roto. Y allá, entre sus primeros apóstoles, los que difundieron sus actos y sus palabras está el tótem por antonomasia: Robert Johnson, el cual en su arcano escribió e inscribió la pieza que sintetizó en unas cuantas imágenes la impotencia por hacerse querer; de ofrendar los sentimientos sin ambages, sin condiciones, para que a la postre ni siquiera se sopesen y sea la espalda la única respuesta.

Ese tema canónico lleva por título “Love in Vain” (Amor en vano). No podía ser otro. En él, el narrador cuenta cómo está en la estación esperando la partida del tren que ha de llevarse a la mujer que ama, cantando lo difícil que es hablar de ello al mismo tiempo que ve la maleta en su mano y mira a los ojos de ella, suplicante. No vale de nada. En los últimos versos musita que al partir el transporte ve las dos luces de la parte posterior del vagón, y con tal descripción remata la pieza: “…the blue light was my blues; and the red light was my mind” (la luz azul era mi tristeza, la roja mi pensamiento).

VIDEO SUGERIDO: Chez Arthur Rimbaud à Charleville Mézières (1869-1875) (Arthur Rimbaud’s home in Charleville), YouTube (Chicotsland)

“Love in Vain” es un blues que sabe dolerse cada vez que se ratifica. Como lo fue en mi caso. Verla y enamorarme fue simultáneo. Nada qué hacer al respecto. No estaba prevenido contra algo así. Llegué al lugar donde el seminario se iba a impartir y para el que me había inscrito con mucha antelación. El tema me interesaba y serviría para mi trabajo actual y futuro. Palabra e imagen. Estaba deseoso de empezar y de aclarar varias ideas que me rondaban al respecto. Se desarrollaría en módulos que trabajaríamos tanto en forma individual como en grupos.

En el mío había una madura videoasta brasileña, un ejecutivo de publicidad y alguien más que no había llegado aún. Quedaban algunos minutos antes de la hora señalada para el comienzo, así que me presenté con los otros y les noté el mismo entusiasmo para el curso. Faltando unos segundos ella entró por la puerta y todo lo iluminó. Era francesa, con ese estilo y modos que tienen las francesas, con ese encanto que tienen las francesas y pidió disculpas por llegar en el último momento. Se sentó junto a mí. Era toda belleza. Maldición, pensé, y aún me faltan seis meses.

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De esta manera todos los asistentes y mi grupo, en especial, iniciamos el conocimiento mutuo (el ejecutivo era inglés) y el intercambio de saberes y habilidades. Tres horas, dos veces por semana. Así me enteré que ella tenía 19 años (“y nada qué oponer al respecto”, como diría Muddy Waters). Se había pagado el curso trabajando en el país como Au pair (vino de París a convivir con una familia que quería que sus hijos aprendieran el francés). Quería entrar a la Sorbona a estudiar sociología. Le gustaba la música electrónica e ir a bailar los fines de semana a los clubes con DJ’s de la ciudad.

Pero también sabía de historia y de coctelería, de cine y literatura. La llevé mucho a la Biblioteca Central, a los ciclos cinematográficos. Le proporcioné libros, películas y discos. La conduje por las calles que más me gustaban de la ciudad, a pie y en bicicleta. Ella me arrastró a los bares temáticos, a las discotecas à la mode, al idioma galo y sus perfumes. Intercambiamos bibliografías y trazamos nuestros proyectos colectivos y particulares para el curso en las terrazas de los cafés. En un mercado de pulgas supe de su gusto por el simbolismo francés y por Arthur Rimbud en especial (al igual que yo).

Ahí se me ocurrió la construcción de mi propia épica para ella, para que no se fuera al finalizar el seminario, para que no partiera al terminar su contrato como Au Pair, para hacer que se quedara. Hice que grabara su voz leyendo sus poemas preferidos de aquel escritor errante en la cafetería de la Volksuniversiteit a la que asistíamos, sin decirle para qué. Unos días después tendríamos una semana de vacaciones. Ella iría a visitar Londres. Yo conseguí días libres en mi trabajo y emprendí mi peregrinaje a Charleville-Mézières: la ciudad donde nació, creció y vivió el joven Rimbaud.

A aquellas Ardenas francesas llegué por carretera, y me lo imaginé vagando por ellas, soñando y padeciendo. Planeando sus huidas constantes en la búsqueda de los poetas, de la poesía, de la vida, que siempre estaba en otra parte. Me instalé en un hotel que tenía sus escritos en las paredes. Me pasée por plazas y avenidas. Tomé fotos de sus diversas casas (de la de su nacimiento hasta la de la adolescencia), del río que las rodeaba, de su escuela, del cementerio donde está enterrado, de su museo. Leí en un bar, escuchando a Gérard Depardieu, los mismos textos que ella había grabado para mí.

En fin, compré libros, posters y tarjetas postales, en la tienda del museo donde filmé las imágenes que quería obsequiarle. Busqué graffiti y establecimientos que lo citaran en paredes y vitrinas por toda la ciudad. Mi última noche ahí, bebiendo en la plaza Ducal un kir a su salud, tracé el storyboard del que sería mi video sobre Rimbaud dedicado a ella, pensé en las secuencias de fotos y en las canciones que me servirían para remarcar sus claves y significados. En mis intenciones de exaltar tanto la emoción por la vida como la imaginería amorosa del poeta.

Trabajé y trabajé en los días que quedaban para armar el video, haciendo una y otra vez hasta que sentí que lo tenía. Estaba tan cansado como excitado por lo hecho y por las expectativas. El lunes siguiente continuaría el curso y vendría el reencuentro. Por la tarde, cuando llegué al pequeño auditorio y tras los saludos, el ejecutivo inglés me dijo que ella había pasado por ahí rápidamente para despedirse: no terminaría el seminario por alguna causa. Su tren (el Thalys) salía esa noche hacia París. Me había dejado una bolsa con los libros que le presté y una tarjeta donde me deseaba buena suerte.

Salí de las aulas aquellas y en el Metro me dirigí a la Estación Central. «I’d Rather Go Blind», como diría Etta James. Llegué al andén justo cuando el bólido aquél partía. Vi las luces de la parte trasera. Recordé la canción de Robert Johnson (mi mente tiene esa característica, todo lo relaciona con la música que he oído. Una deformación profesional, creo). No hubo ni un reconocimiento, ni un adiós. Ella se fue sin más. Como en un cliché, me quedé con el corazón y con la prueba de mis sentimientos en la mano. “The blue light was my blues, the red light was my mind”. Puro amor en vano.

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VIDEO SUGERIDO: Blues Masters Keb’s Mo’s “Love In Vain” on LEGENDS OF JAZZ, YouTube (LEGENDS OF JAZZ)

 

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