Por SERGIO MONSALVO C.
EL BEAT DE LA IDENTIDAD
(2001)
En el 2001 comenzó el siglo XXI y el III milenio.
En los Estados Unidos los científicos presentaron al iniciático primate modificado genéticamente.
Jimbo Wales y Larry Sanger crean Wikipedia, la enciclopedia digital a nivel global.
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El surgimiento de un grupo como Gorillaz habló de que con la llegada del siglo XXI las relaciones existentes entre la música y su recepción, es decir, las maneras con las cuales se escuchaba y se “miraba” la música, habían sido modificadas gracias a los adelantos tecnológicos y a la interrelación con diversos medios de comunicación de una banda como ésta.
Gorillaz también vino a corregir la vieja idea de los apocalípticos acerca de que el aumento en el uso de la tecnología de vanguardia en la producción iría en detrimento de la creación artística. Para nada. Gorillaz fue un acontecimiento multimedial de alta tecnología y al mismo tiempo un sólido proyecto musical interdisciplinario. En suma, un fenómeno positivo y actual de la cultura popular.
Amnesiac apareció en junio del 2001 y de acuerdo con los rumores sería “más accesible” que su antecesor, pero sólo fue así hasta cierto punto. Los textos seguían siendo oscuros y las melodías daban vueltas inesperadas. Este quinto álbum de Radiohead salió al mercado, y de inmediato se le consideró el hermano de Kid A (si se hace caso omiso de unas cuantas diferencias de matices): todos los tracks de ambos álbumes eran producto de las mismas sesiones y, aparentemente, sobraron un número suficiente de buenas canciones para justificar un segundo lanzamiento al cabo de nueve meses.
Es más, “Pyramid Song” (de Amnesiac) y “Everything in Its Right Place” (de Kid A) suenan parecidas. Yorke las grabó la misma semana en que se compró un piano. Para los acordes utilizó las teclas negras. Para “Everything…” cargó el piano en la laptop y lo programó, pero “Pyramid Song” sonaba mejor sin elaboración. Al trabajar esta última estaba obsesionado con la pieza “Freedom” de Charlie Mingus.
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El rock de garage, puro y llano, dio una nueva vuelta de tuerca al comenzar el siglo XXI. Y lo hizo en la ciudad cuna de muchos de sus hitos y mitologías: Nueva York. De la Babel de Hierro, no de sus pestilentes calles sino de sus penthouses, escuelas de arte y ambientes bohemios, brotaron los jóvenes adalides. Se hicieron llamar The Strokes y representaron al garage de raíces urbanas perfilado hacia el futuro.
Los Strokes reactivaron la constante modernista del subgénero con inspiradas líricas y sonidos acuñados en lo-fi. Con su aparición el clasicismo del Uptown se hizo presente. Ritmos poderosos, elementales, melodías haciendo malabares en el swang de las cuerdas, vocalizaciones envasadas en deliciosos monotonos, todo el implícito necesario para el show del nuevo estilo.
Los Strokes ubicaron las raíces del garage en los nuevos tiempos. Los ecos del Velvet Underground y de los ex inquilinos punks del CBGB’s reververaron en la Sala Lounge de Manhattan donde los Strokes sentaron sus convicciones “políticamente incorrectas”. Con ellos se dieron cita la tradición y el hipermodernismo justo en el preludio de una era diferente, la cual enfrentaba al rock a inéditos retos existenciales.
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Comienzos del siglo XXI. Año 2001. Un nuevo orden mundial acompañado de nuevos léxicos y nuevos miedos. El 11-S —la referencia histórica a los atentados de extremistas islámicos contra las torres gemelas de Nueva York— quedó impreso en la conciencia de todos.
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