El jazz irrumpió en México allá por las décadas entre siglos XIX-XX a través de la frontera norte y el litoral del Golfo. Inició su travesía como todo lo que sucede en este país: al azar.
No hubo claridad semejante como en la Unión Americana, su lugar de origen, para seguirle el rastro de manera verídica, bien documentada, contextualizada en los devenires económicos, políticos o sociales.
Una vez en México todo fue según soplara el viento. Se convirtió lo mismo en música de cabaret que motivo o banda sonora de las corrientes vanguardistas.
Así ha transcurrido desde entonces la historia de este género aquende el Río Bravo, con una insospechada cantidad de dificultades, al igual que manifestaciones importantes aunque desconocidas para el grueso de la población. Es decir, el jazz existe, aunque a veces no lo parezca…
Al tomar en cuenta lo anterior fue que el fotógrafo Fernando Aceves y yo (Sergio Monsalvo C.) decidimos participar aún más en la tarea de difusión del acontecer jazzístico del país (ya lo hacíamos en los diferentes medios periodísticos en que trabajábamos: él, desplegando sus fotos de los conciertos en revistas, diarios diversos e Internet; yo, en las publicaciones como Sólo Jazz & Blues, en la sección respectiva de los periódicos El Nacional, Crónica, La Mosca o en el portal de Internet esmas.com, entre otras). ¿Cómo? A partir de lo básico: dando a conocer a sus hacedores en aquel momento, fin del siglo XX principios del XXI.
Iniciamos este proyecto con una cincuentena de músicos. Evidentemente no eran todos los que participaban en la escena nacional, pero sí representaban a su instrumento y las diversas corrientes que componían al género, al igual que las variadas épocas por las que había transitado en el siglo XX.
En Tiempo de solos 50 jazzistas mexicanos aparecen pioneros tanto como veteranos, experimentados y noveles. Todos en activo. La intención escritural —mi aportación al proyecto— fue poner en relieve la formación de cada uno de ellos, su génesis como músicos, sus inclinaciones tanto instrumentales como genéricas y, sobre todo, las definiciones que sustentaban acerca de su oficio y del jazz en específico…
Por todo lo dicho, conjuntamente quisimos colaborar con Tiempo de solos en la divulgación de uno de los aspectos de la cultura jazzística nacional, plasmando en retratos y palabras los detalles conceptuales y perfiles que habían hecho de 50 personas músicos de jazz.
Asimismo, como partícipes de la cultura, nos comprometimos con ese presente mencionado. Las generaciones no dejan de nacer y como escribas y fotógrafos involucrados en nuestro tiempo éramos testigos responsables ante ellas de hacer una relación de lo visto, de lo escuchado, de lo vivido en este sentido. Una prueba del jazz mexicano se plasmaba en la imagen y la palabra…
*Fragmento de la introducción al libro Tiempo de Solos 50 jazzistas mexicanos.
El de 1968 fue declarado oficialmente por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el Año Internacional de los Derechos Humanos. Fue un año bisiesto. Sin embargo, para la historia social del mundo y para su memoria fue el año de la revuelta. Ésta se dio por doquier, con resultados ambivalentes en sus diversos escenarios. Dicha circunstancia tuvo en la música su pulso y su sonoridad, su soundtrack: 68 revoluciones por minuto (rpm).
El profesor británico Tony Judt (Londres, 1948-Nueva York, 2010), el más reconocido historiador del siglo XX, a nivel mundial, escribió lo siguiente en su libro Postguerra: “El contenido de la música popular en aquellos años era muy importante, pero su estética contaba aún más. En los sesenta la gente prestaba una atención especial al estilo. La novedad de la época fue que éste podía sustituir directamente al contenido. Se trataba de una música que se rebelaba en su tono, se amotinaba. La música, por decirlo así, protestaba por uno”.
No hay movimiento alguno sin banda sonora, sin soundtrack. Es decir, ninguna corriente sociopolítica, ninguna acción cultural, ningún levantamiento de voz en el ámbito que sea tendrá significancia o trascendencia si no es acompañado, envuelto y avalado por una música característica.
Los discos que a la postre serían clásicos y emblemáticos de ese año de definiciones, estilos, creación de géneros, corrientes, movimientos y revoluciones grandes y pequeñas hicieron de dicho lapso en el tiempo un hecho histórico irrepetible, el cual comenzó en enero con dos buenas noticias: el segundo trasplante satisfactorio de corazón humano realizado en Sudáfrica y en Checoeslovaquia el inicio de La Primavera de Praga.
La revuelta brotaría aquí, allá y en todas partes en el mundo durante los siguientes meses (“El rayo cayó sobre París, pero fue un fenómeno universal. La tormenta venía de lejos y sigue rondando alrededor de la tierra”). La sonoridad de aquellos días aún reverbera en la bitácora humana (SMC).
*Fragmento de la introducción al libro Soundtrack de la Revuelta. La primera edición fue publicada online en el año 2013 en el periódico Expresso de Oriente. La segunda, por entregas, en el blog Con los audífonos puestos, en el 2018, y en la Editorial Doble A con motivo del 50 aniversario del emblemático año de 1968.
Una de las aportaciones del rock a la cultura ha sido la de conectar a quienes trabajan en toda actividad estética y con ello creado sonidos, canciones o álbumes afines y alianzas artísticas en todo el mundo. Y lo ha hecho ya sea en un disco, en un track en particular o en la escenografía de un concierto. Ha conectado con aquellos que se han pasado la vida resolviendo sus misterios o belleza en alguna de sus formas, dentro de sus disciplinas individuales o conjuntas (humanistas o científicas), ya sea influyéndolos o siendo influido por ellos.
El resultado de tal encuentro ha producido sonoridades capaces de sacar al escucha de sí mismo y conducirlo a diversas dimensiones mentales, reflexiones existenciales o sensaciones en movimiento. Las obras creadas en este sentido son Arte-Factos culturales, aventuras en el microtiempo, las cuales requieren de la entrega a un flujo musical que enlaza una nueva expansión del quehacer humano con la experiencia auditiva en las diferentes décadas, desde mediados del siglo XX hasta el actual fin de la segunda decena del XXI.
El arte es la utopía de la vida. Los músicos rockeros de nuestro tiempo no han cesado en su tarea de acomodar la práctica musical a una búsqueda imparable de tales adecuaciones. La indagación sonora adquiere, en este contexto, un nuevo significado: no es mera búsqueda expresiva, sino persecución de horizontes culturales nuevos para un público en mutación, que exige de lo musical apreciaciones vitales, rizomáticas, en relación con sus exigencias estéticas y vivenciales.
Acompañando tales conceptos he creado las fotografías para que fungieran como ilustraciones en las portadas de los diferentes volúmenes. A éstas las he publicado de manera seriada e independiente bajo el rubro “Arte-Facto” de la categoría “Imago” del blog Con los audífonos puestos.
*Introducción al volumen Arte-Facto (XI), de la Editorial Doble A, cuyo contenido ha sido publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos Puestos bajo esa categoría.
A partir de la aparición de las canciones en diversos géneros la gente utilizó la música para responder a cuestiones referentes a la propia identidad. Las personas echaron mano de ellas para crearse una particular autodefinición, el signo de la identificación, la cual era (es) inmediata y estaba (está) ligada a la intensidad de la música en tanto que sonido. El placer es experimentado de forma directa e inmediata.
Las canciones genéricas proveen a los escuchas de un modo de gestionar la relación entre su vida pública y su vida privada y emotiva. Los cantantes hacen que dichas sensaciones parezcan más ricas y más convincentes que las que comúnmente se podrían expresar con propias palabras.
Asimismo las piezas mejor construidas, redondas y exitosas dan forma a la memoria personal, son el soundtrack de cada vida particular. Organizan “nuestro” sentido del tiempo y la intensificación de la experiencia del presente. Una de las consecuencias más obvias de todo ello resulta clave para recordar las cosas pasadas, desencadenan las asociaciones más intensas de tiempos idos.
Hay algunas canciones de las que crecen árboles frondosos y hasta inmensos bosques. Es el caso de las que he escrito en la serie “Historia de una Canción”. Piezas registradas en los anales de las listas de popularidad o al margen de ellas; piezas que nacen del corazón y se transforman con el paso del tiempo en clásicos inmortales.
En resumen, la buena cosecha de canciones representan al YO en relación con la sociedad creando, a través del impacto potente y directo del sonido, un continuo flujo de conciencia. El significado de una canción se obtiene cuando ésta entra en la historia por sus méritos estéticos y sociales.
La manera en que una pieza hace historia produce un significado y valor agregado a la misma, por eso mediante una categoría como “Historia de una Canción” que narre su creación, su génesis, su impacto personal, se dará cuenta de la dimensión estética y del valor que posee tanto dentro de una sociedad concreta en un momento concreto, como en la de un individuo.
*Fragmento de la introducción al volumen Songbook II de la Editorial Doble A, colección de textos publicados de forma seriada a través de la categoría “Historia de una canción” en el blog Con los audífonos puestos.
Las canciones del rock, del pop, los standards del jazz, a partir de los años cincuenta del siglo XX –fecha en que se empezó a documentar su trascendencia en las listas de popularidad— se han significado como una matriz de la cual todos los comportamientos tradicionales con respecto a las obras musicales salieron bajo una forma distinta.
Una que rara vez –con casos excepcionales e históricos– ha rebasado los cinco minutos de duración, y que se convirtió en terreno fértil para el uso de muchos buscadores de una educación sentimental y emocional. Con las canciones de aquellos géneros surgió una nueva subjetividad, tanto social como psicológica y, sobre todo, romántica.
Los temas de estas piezas se convirtieron en una especie de arquitectura comunitaria; un arte cuya recepción ha sido consumida por una colectividad en estado de “distracción”. Representan el acceso compartido de una sensación en un mundo que mantiene separada y a distancia a la gente con sus problemas.
Desde el comienzo, la experiencia de escuchar a un grupo o a un solista interpretando una canción fue como oír los propios sentimientos y enfrentarlos a la divulgación. Apareció un YO social diferente como resultado de esta noción.
Se dio el hecho de una catarsis nunca antes vista (baste el ejemplo de la conmoción causada por los Beatles durante sus conciertos en la década de los sesenta).
La música popular contemporánea, con el rock a la cabeza, ha alcanzado emociones y objetivos profundos. Ha hecho visible la cruda manera filosófica mediante la cual nos afectan las cosas. Ha abierto un nuevo espacio para el conocimiento de lo que se han dado en llamar “los sentimientos”.
No sólo románticos, sino existenciales, de estar en el mundo y frente a él. Las canciones han sido –y son– el espacio del placer estético contenido en una obra de dos o tres minutos, a la que se ha denominado como single o sencillo.
*Texto de la introducción al volumen Songbook I de la Editorial Doble A, colección de textos publicados de forma seriada a través de la categoría “Historia de una canción” en el blog “Con los audífonos puestos”.
La década de los noventa tuvo renovados sentimientos sobre lo que debía ser la improvisación y las estructuras básicas del género jazzístico. Se fincaron futuros planteamientos. Apareció el acid jazz, que luego se convertiría en jazz-dance y a la postre en el jazz electrónico o e-jazz.
Era también un hecho que la influencia de las ideas no occidentales en la música le dio una saludable revolcada global a lo contemporáneo, además de permitir algunos injertos variados: estilos, tradiciones, nuevos instrumentos, técnicas, vanguardias y tecnología avanzada.
El lenguaje compartido recurrió a la polirrítmica africana, a tonalidades orientales y a otras formas de pensar extra occidentales. El jazz y la world music compartieron de cara al futuro la flexibilidad armónica y rítmica, al experimentar con esencias de diversos lares.
El jazz, pues, se reafirmó como una palabra con legitimidad de tiempo y en él siguió siendo principio de impulso creativo. Razón de ser y destino de música sabia, que habla del desarrollo, del mito y sus oscuridades en una realidad entonada con la voz, el sax, la trompeta, el piano, los tambores, los teclados o las computadoras. El sonido de lo cierto en la intimidad de un solo o en lo lúdico representado por las orquestas.
Una música libre para todos y espontánea; estallido de músicos, DJ’s, mezcladores, ilusionistas o diseñadores sonoros apasionados, que derramaban su energía frente al micrófono, en los instrumentos o los aparatos, buscando la expresión conmovedora en la improvisación.
La revista SÓLO JAZZ & BLUES, que dirigí y en la que colaboré, le dio a esa voz, con añejamiento centenario, otra posibilidad de difundir su mensaje durante un lustro (1996-2000) y 47 números publicados.
SÓLO JAZZ & BLUES
Dirección: Sergio Monsalvo C.
Edición: G. E. N., S.A., de C.V.
Fecha de aparición: 1 de abril de 1996 en México, D.F.
Periodicidad: mensual
Tiraje: 7 mil ejemplares
Formato: 21.5 X 33 cm
*El primer número de la revista apareció en blanco y negro y los siguientes fueron a color. El último de ellos, el 47, apareció en abril-mayo del año 2000. Obtuvo el Premio Edmundo Valadés los años 1996 y 1997 otorgado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, (Conaculta).
Escribir acerca de un músico fallecido, es hacerlo sobre un personaje que ya no es real, pero lo fue; que no fue imaginario, pero ya lo es. Tras su muerte viene a ser lo mismo. En los dos casos es “como encender un gran fuego evocador con algunas de sus canciones, que fungen como leña recogida por aquí y por allá”.
Así creo que hay que enfrentar una necrología, la semblanza de esos seres que fueron (son) cercanos y ya no están más que en nuestra memoria. El resultado puede ser sugerente, sabiendo que se ubica en la dicotomía vida-muerte, en donde lo que cuenta es la música misma (a la que se puede agregar todos esos detalles que le pueden servir al lector para conocer y sentir al personaje).
¿A qué referentes recurrir para escribir sobre ellos? Obviamente los que indica el periodismo especializado, para conformar una pieza esencial, así como conocer bien a los personajes a cuyas vidas hay que asomarse para ver su desarrollo ayudar a explicarlos mejor.
Hay que evitar a toda costa los tópicos que se repiten en las notas de prensa y haber sabido escuchar su obra para construir un relato cercano a cada cual. Dentro del dolor que se sienta por la pérdida de ese ser, conocido de alguna manera, hay que volver a oír sus discos y encontrar o reafirmar lo que se ha sentido con ellos a lo largo de los años.
Finalmente, ¿qué se aprende de los músicos muertos al escribir sobre ellos? De manera fundamental que son necesarios los ritos, personales y/o colectivos, para despedirse de ellos. Esos protocolos serán los instrumentos que ayudarán a hacer tangible ese trance, con un ser cuya presencia ha sido notable en la experiencia vital de quienes los hayan seguido.
KLAUS SCHULZE
El avance de las ideas que se aplican a la creatividad de la música electrónica y sucedáneas sólo llegan a través de la necesidad por la experimentación, por la curiosidad por plantear preguntas genuinas e interesantes y la tozudez para responderlas. Para hacerlo se requiere de ser seriamente creativo y no adaptarse a aquella acomodaticia plegaria por un mundo que sea lineal y estable. Porque todo él no lo es.
Klaus Schulze (músico y compositor, nacido en Berlín el 4 de agosto de 1947 y fallecido el 26 de abril del 2022) fue un adalid y un evangelista en todo ello. Primero con los grupos Tangerine Dream y Ash Ra Temple y luego como solista con una estética de corte espacial y muy cinemática.
Kosmische Musik, Cosmic Rock & Space Music son algunos términos que aparecieron para catalogar a esta generación de músicos alemanes; grupos como los mencionados con su música han llevado a otros por más de 4 décadas a experimentar con la electrónica, el ruidismo, la improvisación, la psicodelia, y a mantener una influencia directa del cosmos y de la naturaleza en sus composiciones.
Ambos grupos compartieron a Klaus Schulze, cuya inspiración en la Música Concreta, la Psicodelia y los hechos sociales y políticos de la Alemania de fines de los años sesenta, generó una música planeadora, ambient, ideal para fiestas lisérgicas y, sobre todo, para la creación de soundtracks, en los que participó mucho. Desde entonces Schulze fue considerado el rey de los sintetizadores con una gran cantidad de discos en su haber, hasta su fallecimiento a los 74 años.
RICKY GARDINER
El escocés Ricky Gardiner (nacido en 1948 en Edimburgo) fue un guitarrista y músico forjado a sí mismo. En los años sesenta integró un grupo de rock progresivo con cierto éxito, Beggar’s Opera.
En sus andanzas posteriores participó como músico sesionista en grabaciones del afamado productor Tony Visconti, quien había venido trabajando con David Bowie y con Marc Bolan en T-Rex.
Así, Ricky se conectó con David Bowie, con quien congenió y se adaptó a los cambios de estilo del artista. Lograron tal química estética, que fue invitado a acompañar a Bowie en su legendario viaje a Berlín y a participar en la grabación del álbum Low de aquél y en Lust for Life de Iggy Pop, así como en los conciertos posteriores de ambos, a fines de los años setenta. A la postre, Gardiner decidió armar su propio estudio de grabación en el que se centró en la música para la meditación, alejado por completo de la escena rockera. Murió el 15 de mayo del 2022.
VANGELIS
Tras la disolución del grupo Aphrodite’s Child, en 1973, el músico griego Evángelos Odysséas Papathanasiou, conocido como Vangelis (teclados, la flauta y percusiones, nacido el 29 de marzo de 1943, en Volos, y fallecido el 17 de mayo del 2022) destacó como solista con sus imaginativos y extrovertidos experimentos musicales, dándose a conocer a nivel mundial con su música New Age y ambient para soundtracks de películas: Chariots of Fire, Blade Runner o 1942, entre decenas de ellas.
Las características de su obra fueron: “la pasión por ambientes planetarios, vocación sinfónica con dimensiones melódicas muy accesibles, y un dominio efectista de los sintetizadores”. Su importancia radica en haber llevado la música electrónica a audiencias de millones de personas, con sus ampulosas suites cósmicas.
ALAN WHITE
El grupo Yes fue el representante señero del rock progresivo en los años sesenta y posteriores. En primer lugar, los integrantes presentaban álbumes para nada modestos. La composición de su discografía brilló, desde entonces, con poderosas grabaciones tanto en estudio como en vivo. Muchos álbumes suyos se volvieron clásicos.
Yes celebraba su música con arpas, guitarras y teclados vibrantes y cambios rapidísimos de ritmo. Inspirados por todo ello, sacaban piezas nuevas de la manga a diestra y siniestra, incluidas algunas con casi 20 minutos de extensión. Contenían todo por lo que el grupo fue condenado a muerte hace mucho tiempo: una noble multiplicidad, estruendosa grandeza, brillantez técnica sin sentido. De todo ello formó parte, desde 1972, el baterista Alan White, quien murió el 26 de mayo.
ANDREW FLETCHER
Andrew Fletcher nació en Nottingham en 1961, y en su niñez coincidió con Martin Gore, compañero de colegio, con el que más tarde acabaría tocando en Depeche Mode. Fletcher empezó en el grupo como bajista, aunque pronto se pasaría a las teclas una vez la banda tomó rumbo hacia la electrónica y los sintetizadores (hasta su deceso el 26 de mayo).
Durante los años ochenta algunas compañías discográficas dedicadas a synth-pop obtuvieron resultados memorables a largo plazo. Sin embargo, ninguna de aquellas formaciones pudo competir con Depeche Mode, también syth-pop, pero con actitud. Eran una banda con electrónica y un tipo de pop nuevo, lo que les permitió hacer una carrera creciente con influencias punk, del krautrock y el glam, en su parte oscura.
Otros fallecidos en tal trimestre: Bobby Ridell (teenage idol) Mark Lanegan (Screaming Trees), Taylor Hawkins (Foo Fighters), Ric Parnel (Atomic Rooster), Rick Price (Move), Steve Broughton (Edgar Broughton Band), Kelly Joe Phelps (sesionista), Alec John Such (Bon Jovi), Julee Cruise (cantante y colaboradora de David Lynch).
A todos ellos: ¡GRACIAS!
VIDEO: Iggy Pop and Ricky Gardiner The Passenger, YouTube (kittymcg 123)
“Uno de los suplementos culturales más interesantes y de mejor calidad que he conocido fue La semana de Bellas Artes, que empezó a aparecer en México en la época del presidente José López Portillo, con Juan José Bremer como director del Instituto Nacional de Bellas Artes, el escritor Gustavo Sáinz como director de literatura del INBA y… bueno… he encontrado en internet a varios que dicen que la dirigieron; en el ejemplar que tengo a la mano (16 de abril de 1980) consta que los coordinadores editoriales eran Ignacio Trejo Fuentes, Sergio Monsalvo y A. T. Villafuerte. No se habla del director.
“Según Sáinz, el suplemento tiraba 350,000 ejemplares y se distribuía en el periódico El Universal. No creo que ese diario vendiera tanto, así que es seguro que se repartiera también en los demás medios nacionales, de manera gratuita. Aparecía los miércoles, y sólo por él valía la pena comprar el que fuera.
“Recuerdo algunos números en especial, que guardé durante años, y algunos de ellos aún deben estar en casa de mi hija Eunice en México, en alguna caja. El único que llegó conmigo a El Salvador fue uno dedicado a Roland Barthes, con textos suyos y acerca de su obra, que releeré en estos días. No sé por qué ése en especial; lo encontré hace unos días en un fólder con borradores y recortes viejos.
“Por ejemplo, en La semana… publicaron unas excelentes traducciones de Las quimeras completas, de Gérard de Nerval, con varios estudios sobre la obra. Hubo números dedicados a poesía visual –no sé si en rigor haya algo así; en México se desarrolló bastante desde finales de los setenta–, a compositores, mexicanos y extranjeros y a lo que a uno se le ocurriera. No había un formato específico o secciones fijas, y cada número era una sorpresa. A veces se trataba de números totalmente monográficos, a veces había misceláneas de lo más heterodoxo, a veces pequeñas notas, poemas, cuentos…
“Todo eso se sumaba al trabajo de Bremer como director del INBA, que era excelente. En esa época pude ver a la Sinfónica de Berlín dirigida por Von Karajan, los dibujos anatómicos de Da Vinci (¡sí, los originales!), la colección Armand Hammer, a Marcel Marceau… No había semana en que no hubiera algo digno de no olvidarse, y mucho de ello era gratis los miércoles y domingos, la entrada era barata y, si se tenía suerte, uno tenía una credencial de periodista que funcionaba muy bien, así fuera de una sección internacional. El paraíso para un chavo provinciano –como yo– que quería ver, oír y leer todo
“Un día, en 1982, ya en las postrimerías del gobierno de López Portillo, apareció una nota en La semana de Bellas Artes que dejó helado a más de uno: La nota se refería, sin pudor, a la primera dama de la República, doña Carmen Romano de López Portillo, y ya se sabe que nunca es sano hablar en esos términos de la esposa del presidente.
“Doña Carmen, con el debido respeto, era parte del folklore político mexicano. Casi siempre iba envuelta en pieles, con ropa de colores un tanto excesivos y poca tela en los lugares estratégicos, maquillaje nada discreto y un cortejo amplio e igualmente excéntrico
“Ningún medio de prensa se hubiera atrevido a publicar ya no lo que se lee en la nota de María Velázquez Pallares, sino siquiera una insinuación acerca del color de sus uñas. Ella no era mucho de aparecerse en actos artísticos, y la Feria Nacional de San Marcos no lo es; está dedicada al jaripeo, el ganado y la producción de vinos y brandys. La pregunta siempre fue: ¿cómo diablos llegó esa nota a las páginas del suplemento? Se salía totalmente de registro, por el tema, por el mal gusto y por lo suicida
“El rumor es que la periodista escribió la nota como una broma y la repartió entre los de la redacción, y alguno la publicó a espaldas de los editores para dañar a quien correspondiera.
“Le correspondió a Juan José Bremer: tuvo que renunciar a Bellas Artes. Gustavo Sáinz también debió irse, se retiraron los ejemplares que se pudo, y de un miércoles para otro el suplemento desapareció, obviamente sin la menor explicación oficial. De los pocos ejemplares que lograron repartirse, se sacaron miles de fotocopias de la nota en cuestión, que circuló de mano en mano. A mí me llegó y también pasé algunas, para no cortar la cadena.
Hace un par de años, Sáinz contó su versión de los hechos en el diario La Jornada, y es tan sencilla que se me ocurre que es cierta.
“Conocí a José Tlatelpas –a quien Sáinz menciona– por allí de 1980. Tenía una especie de taller de poesía, un grupo de jóvenes que se reunía en una librería a la que yo era adicto –me hacían buenos descuentos–, y me invitó a participar. Fui un par de veces, la primera por curiosidad y la segunda por compromiso. Leyó algunos de mis poemas, le gustaron –allí empezó a no gustarme el asunto– y me dijo que había chance de publicarlos no sé dónde. Antes de mi primer libro sólo publiqué tres o cuatro textos en revistas, y esos poemas no estuvieron entre ellos.
“Busco en Google cualquier referencia a María Velázquez Pallares y no la encuentro. ¿Sería un pseudónimo? ¿O tan grave fue lo de la nota?”
*Texto extraído del blog “Tribulaciones y Asteriscos” del escritor salvadoreño Rafael Menjívar Ochoa (San Salvador 1959-2011), del 17 de julio del 2007.
**Entre1978-1980 fui Coordinador, redactor y reportero de La Semana de Bellas Artes, suplemento cultural editado por la Dirección de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes.
Ry Cooder (nacido en Los Ángeles, California, en 1947) es una especie de antropólogo de la música popular contemporánea. Es un explorador que gusta de aventurarse por horizontes ignotos para el mainstream. Busca tesoros ocultos, estudia sus orígenes, se involucra en sus historias, descubre gente, pasados, héroes, leyendas, tradiciones, falsedades, injusticias, epopeyas y desventuras. Y luego de hacerlo reúne, graba, promueve y proyecta sus descubrimientos a través de compañías selectas, independientes, a las que acuden luego hambrientas las gigantescas trasnacionales hastiadas de lo mismo.
Esto lo ha hecho siempre, desde su temprana juventud allá por los años sesenta, cuando se adjudicó el compromiso artístico de la independencia, las causas perdidas y los caminos alternativos. Se forjó como un caminante solitario y justiciero (la cinematografía misma le ha pedido sonorizarla: Paris, Texas, como exégesis) al que le gusta poner las cosas en su sitio (acción que conlleva en sí la crítica del observador profundo y la obra fecunda).
*Fragmento de la Introducción al libro Ry Cooder (El Outsider Justiciero) de la Editorial Doble A, cuyo contenido ha sido publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.