BLUEMONK: «ÁNGEL DESOLADO»

Por SERGIO MONSALVO C.

 

BLUE MONK (PORTADA)

 

(POEMA)*

 

 

ángel desolado

 

su sonrisa me llegaba del oriente

          y yo sentía el calor del mediodía/

          hoy, mis ojos ven más que entonces

                    y sé que ella no albergaba nada para mí/

contemos entonces los fantasmas de la ruta

                    oyendo un buen bop en el coche/

                    a 150 kilómetros por hora veremos caer el sol

                              en lugar de rumiar la tristeza/

luego duérmete por favor y sueña con un bar

          y charlie parker en el escenario/

en una mano tu vaso a medias

          y en la otra el chasquido de tus dedos/

                              My melancholy baby

                    sabes que pronto estarás ebrio/

                                       en otro lado o muerto

          engañado por la posible zorra/

          pero aun así le cantarás a los callejones

          estás perdido, maestro, las mujeres te dejaron/

 cuando eso sucede hay que surtirse de whisky

          tragar el polvo de la tierra baldía/

y prepararse para entrar,

                                       una vez más,

                                                 en el camino

 

Blue Monk

y otras líricas sencijazz

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Palabra de Jazz”

México, 1994 (primera edición), 1997 (segunda)

 

 

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BLUES: MIKE BLOOMFIELD

Por SERGIO MONSALVO C.

 

MIKE BLOOMFIELD (FOTO 1)

 

PRECURSOR DE TODO

Entre el grupo de jóvenes blancos de Chicago que descubrieron un mundo de música en su propio patio estaba Mike Bloomfield (nacido en 1945). Un muchacho zurdo que aprendió rápidamente a tocar la guitarra. Se integró a la corriente rocanrolera de su generación a los 15 años, tocando en grupos para amenizar bailes.

Entonces, con la curiosidad de un tipo que quiere conocer su oficio desde las bases, se dio a la tarea de buscar en los barrios bajos de Chicago a los auténticos intérpretes del blues urbano. Vagó por los bares y los sitios donde se reunían los fanáticos del blues y frecuentó con asiduidad el ambiente de los bluesmen negros.

A partir de ahí, Bloomfield tocó con éstos en lugares para aficionados a la música folk, interpretando desde canciones de Woody Guthrie hasta country blues.

A los 18 años formó The Group, una banda que acompañó a Big Joe Williams por un año aproximadamente. Fue acompañante también de Muddy Waters, Howling Wolf, Buddy Guy, Otis Rush, Big Walter, Junior Wells y varios músicos más.

“Había que pegarse a los bluesmen —diría a la postre Bloomfield—, tocar con ellos más y más. Trascender la calidad de blanco, si se quería absorber la música. Toqué en algunos sitios de Chicago donde no se había visto a un blanco desde hacía años”.

Por 1964, Paul Butterfield, otro músico blanco de gran arraigo en Chicago, iba a grabar un disco y necesitaba que alguien tocara la guitarra slide. Bloomfield hizo la prueba y grabó con él.

Tras el buen acoplamiento, Paul le pidió que se integrara a la recién formada Butterfield Blues Band. La presencia de un guitarrista como Bloomfield tuvo mucho que ver con la modernidad de la misma.

Sin embargo, tenía una oferta de Bob Dylan para acompañarlo en la también grabación de su álbum Highway 61 Revisited, que se realizaría a principios de 1965.

El rock había llegado a un punto en que ya se debían plantear preguntas vitales, de importancia fundamental. Aquella generación empezó a hacerle exigencias mayores al género, relacionadas con su propio crecimiento como seres humanos. Los textos de Dylan en tal disco tomaron al cielo por asalto.

Le dio a la canción, como tal (con “Like a Rolling Stone” encabezando el disco), dimensiones universales y también a la poesía emanada de ella, la parte que le correspondía de una larga tradición artística. Retrató la condición humana con el instrumento de la palabra, con su mejor uso y estilo.

Una obra maestra necesita el paso del tiempo para consolidar su peso, adquirir su suprema estatura y Dylan, con su aura de clásico contemporáneo, su voz raída y sus texturas añejas en blues y folk, se planteó como una novedad tan enigmática, tan individual y tan bien construida, que marcó para siempre la diferencia.

Con este álbum tuvo Dylan la certeza de que tenía que grabarlo, y que necesitaba algo fuerte, poderoso: la electricidad del rock fue la respuesta. Y llamó a los amigos que tenía en dicha escena: Mike Bloomfield (en la guitarra principal), Al Kooper y Paul Griffin (órgano y piano), Bob Gregg (batería), Harvey Goldstein (bajo) y Charlie McCoy (guitarra de acompañamiento). El propio Bob tocó la guitarra, el piano y la armónica.

 

Dicho grupo creó una enorme pulsión de energía. Todo empezaba con un golpe rápido del tambor, entraban entonces el órgano, el piano y la guitarra impactando con su riff al oyente, para dar finalmente paso a las palabras: “¡Había una vez…!”. Todo se contagió a partir de ahí.

Dylan hizo público su manifiesto y Bloomfield estuvo junto a él en la vorágine que se generó. Y tras ella Bob también le pidió integrarse a su grupo de acompañantes, pero Mike lo pensó y decidió aceptar el trabajo con Paul Butterfield.

Al amparo de largas improvisaciones, como en la del disco East-West de 1966, Bloomfield llegó a aportar al grupo un clima muy propio del blues y su eterna preocupación personal por la búsqueda de nuevos sonidos y la utilización de fraseos guitarrísticos novedosos.

De este modo, su manera de tocar la guitarra anunció muchos desarrollos posteriores del blues-rock, como el de la fusión. Un progresismo firmemente cimentado en las vertientes musicales negras.

MIKE BLOOMFIELD (FOTO 2)

En la búsqueda de los caminos que su inquietud le marcaba, el ya considerado un genial guitarrista, en 1967 fundó al grupo Electric Flag, que contó entre sus miembros a Harvey Brooks, Nick El Griego, Buddy Miles y Barry Goldberg, entre otros.

La tendencia de la banda se inclinó un poco hacia el jazz e inició con ello la corriente de fusión (el jazz-rock experimental) que posteriormente se reafirmaría con otros grupos.

La llamada fusión era en aquella época una combinación de jazz con el rock y/o el funk/soul, aunque a veces también con músicas extraradio (hasta los años ochenta se le denominó jazz-rock).

Para la mejor comprensión de ello, hay que remontarse a este año precisamente, cuando aparecieron los pioneros de esta música. Algunos jazzistas se sentían atraídos artísticamente por el rock, así que de manera cuidadosa empezaron a experimentar con él.

El disco Bitches Brew de Miles Davis y la fundación del grupo Lifetime por Tony Williams por lo general se consideran como el principio oficial de la fusión del lado jazzístico.

Por el lado del rock apareció Electric Flag con Bloomfield al frente. Los músicos involucrados en estos proyectos pueden anotarse como la primera camada del género. Todos se convirtieron en líderes de banda tras su paso por el grupo.

El disco A Long Time Comin’, es de una frescura envolvente. Una ventana abierta a un amplio horizonte que trae nuevos vientos. A pesar de haber sido un grupo fugaz, dejó algunas piezas que serían piedra de toque para futuras formaciones bajo dicho signo: “Groovin’ is Easy” (de Gravenites), “Texas” (de Bloomfield y Miles), “Sittin’ in Circles” (de Barry Goldberg) o “Killin’ Floor” (una versión de Howlin’ Wolf).

La fusión combinó, desde entonces, sobre todo la libertad y la complejidad del jazz con el carácter más directo y agresivo del rock (con sus vertientes blueseras, del soul y del funk).

La música tuvo éxito entre el público de ambos campos. Bloomfield abandonó la banda ese mismo año (1968) en busca de nuevas aventuras musicales.

Al año siguiente se integró a la Fathers and Sons para la grabación de un álbum doble con Muddy Waters, Otis Spann, Sam Lay, Donald “Duck” Dunn y Paul Butterfield.

Luego tomó un breve descanso para volver con Triumvirat, trío formado con John Hammond y Dr. John en 1974. Un año después se unió a la KGB con Carmine Appice, Rick Grech, Barry Goldberg y Ray Kennedy.

Posteriormente se convirtió en solista grabando el tradicional blues estadounidense. Murió el 13 de febrero de 1981 a la edad de 36 años.

VIDEO SUGERIDO: The Electric Flag – Killing Floor, YouTube (NoRosesForMe)

Mike Bloomfield with Electric Flag

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CRYSTALS 10 (APPARITIONS)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

(FOTOGRAFÍAS)

 

 

CRYSTALS 10 (APPARITIONS)

 

 Crystals 9 (Apparitions)

 

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ARTE-FACTO: OJOS DE BRUJO

Por SERGIO MONSALVO C.

OJOS DE BRUJO (FOTO 1)

 

FABULADORES DEL MESTIZAJE

La rumba catalana es un estilo musical urbano que nació en las calles de la ciudad de Barcelona, España, en los instantes finales del siglo XX. Es hija de los gitanos catalanes que en los años cuarenta lo destilaron en Barcelona mezclando la tradición flamenca y afrocubana.

La rumba fue después recogida con espíritu festivo y popular por grupos adscritos al mestizaje, sello del siglo XXI. La rumba, que jamás se ha ido, voló de nuevo en el lenguaje musical de los jóvenes barceloneses como los del grupo Ojos de Brujo.

No hacen flamenco puro porque para ello ya existen muchos intérpretes, y muy buenos, que representan las viejas tradiciones. Ojos de Brujo se ocupó de construir las nuevas. Y lo hizo. Con su mezcla de flamenco, hip hop, reggae, pop, música electrónica, dub, sonidos magrebíes y afrocubanos. Fueron una de las bandas que mejor representaron la Barcelona intercultural y la música global hecha en la España contemporánea.

Ojos de Brujo nació a finales de los años noventa en un departamento donde convivían artistas de diversas disciplinas, al otro lado de Las Ramblas, donde los gremios medievales se asentaron dando nombre a muchas de sus calles. De ahí surgiría una de las bandas ibéricas más internacionales.

La calle de Fernando palpó el crecimiento de este grupo que mejor explicitó la variedad de las vestimentas, acentos, idiomas, creencias y olores que dan forma a una ciudad cada vez más cosmopolita y multicultural. Entre sus integrantes estuvieron Carlos Sarduy, Sergio Ramos, Antonio Ramírez, Antonio Restucci, Daniel Carbonell, DJ Panko, Eldys Isak Vega, Javier Martín, Juanlu Leprevost, Loli Giménez, Marina Abad, Maxwell Wright, Paco Lomeña, Ramón Giménez y Xavi Turull.

Tras el enfrentamiento con la disquera Edel que los distribuía y con la que no estuvieron de acuerdo en la manera de hacer las cosas, decidieron tomar ellos mismos las riendas de su futuro. A partir de ahí Ojos de Brujo fue un colectivo que se autogestionaba (bajo su propio sello: La Fábrica de Colores, primero, y Diquela, a la postre), en donde se repartían las funciones musicales y extra musicales y en el que sólo se rendían cuentas entre ellos mismos, tanto en lo estético como en lo financiero.

OJOS DE BRUJO (FOTO 2)

 

El colectivo fue erigiendo, gracias a la herencia viva del francés Manu Chao que llegó con sus iniciativas a dicha ciudad, el edificio denominado “sonido mestizo”, una fusión entre la música popular afrocubana y latina, el reggae, los sonidos magrebíes aportados por los norafricanos, el hip hop, el pop rock, el funk, banghra, el drum & bass y el universo flamenco (seguiriyas, tarantas, bulerías, alegrías y fandangos) reivindicativo y alternativo, curioso y multicolor.

Pero sabían que no todo vale en las mezclas. Usaron musicalmente lo que les resultó familiar. Derivaron su fusión de entre lo más autóctono del sur barcelonés, el flamenco, la rumba catalana y lo más joven de los entornos urbanos en los que crecieron sus integrantes. Por añadidura, la creciente presencia de inmigrantes en la ciudad les ofreció siempre un estimulante entorno inimaginable hace algunos años.

Con varios discos en sus alforjas (Vengue, Barí, Techarí, Aocaná y Corriente Vital, además de los grabados en vivo y remezclas) se labraron una reputación de banda “impura” que añadía el flamenco a su babel sonora. Frecuentaron desde sus inicios los circuitos internacionales del posmoderno World beat y fondearon en todo festival respectivo.

VIDEO SUGERIDO: Ojos de Brujo – Techari Live cover of “Get Up Stand Up”, YouTube (sixdegreerecords)

Así, el grupo se fue perfilando como una banda de vocación internacional y tendente a la hipermodernidad que vio a la larga premiado su esfuerzo con el reconocimiento público foráneo.

A lo largo de la primera década del presente siglo, Ojos de Brujo reunió su ánimo fiestero con la experimentación y el interés por los distintos ritmos del planeta, curiosidad que les abrió las puertas de otros mercados. Su despegue definitivo comenzó cuando en 2002 grabaron y editaron en su propio sello, Diquela, el segundo disco, Barí. Desde entonces actuaron en festivales de jazz y de otras diversas músicas y ganado premios por sus aportaciones.

Una cosa está clara. Los festivales de la World music aprendieron rápido la lección. Tenían que rejuvenecerse constantemente, porque si sólo ofrecían pura música de raíz ya no conectaban con el público de nuevo cuño. En la mezcla entre tradición y lenguaje urbano (electrificación y tejido global) estuvo la clave de dicho rejuvenecimiento. Ojos de Brujo fueron un ejemplo contundente del cambio de era musical.

Asimismo, a su formación le agregaron a los colaboradores de diversos puntos cardinales: a cubanos, como el pianista Roberto Carcasén; los españoles Pepe Habichuela, Martirio y Raúl Rodríguez; a los miembros del grupo senegalés de hip hop Daara J; a integrantes de Asian Dub Foundation, al tablista indio Satyajit Talwalkar o al violinista paquistano Rajinder Singh. Todos se incorporaron a su arsenal sonoro de manera magistral.

Es la mundialización de la cultura, tan opuesta a la globalización del capital, ambas cosas son puestas en el ojo de mira de su discurso político, que lo tuvieron. Por ello cantaron en castellano, inglés y wolof. Porque la ideología fue parte esencial de esta banda que optó por llevar las cosas a su manera, luego de sus experiencias con una multinacional. Para ello fundaron su propia editorial, su propio sello, sus propias oficinas y sus asambleas generales para tomar las decisiones por mayoría.

Lo que más gustó de ellos fue que permitieron escuchar un flamenco que resultó fácilmente asimilable, porque estuvo mezclado con sonidos urbanos que son afines en todas partes del mundo. Ojos de Brujo hizo flamenco tanto como le permitió su percepción de la vida. Y con todas las músicas que utilizó hizo lo mismo: comprenderlas y luego darles vuelta, bucear en sus posibilidades y siempre con respeto. En los últimos tiempos el grupo dio más de cien conciertos al año fuera de España.

Ojos de Brujo siempre funcionó con asambleas, dentro de un modelo de autogestión, mismo con el que se fraguó y donde se debatía el futuro y donde lo que se votaba se asumía. Y así de esta manera decidieron que, tras una década de existencia y con el incio de la segunda del siglo, tenían que parar por un tiempo para recargar las pilas y probar proyectos individuales, reinventarse a futuro. Así, con esta consigna lanzaron un último disco, de nombre Corriente Vital (2010), y realizaron una gira de un año con dicho material.

Al final, lo que cuenta de su historia es lo dicho: con su mezcla de flamenco, hip-hop, reggae, pop, sonidos magrebíes y afrocubanos, entre otros, Ojos de Brujo se convirtió en una de las bandas que mejor representaron la Barcelona multicultural y la música hipermoderna hecha en España, con tanto o más éxito fuera que dentro de su territorio.

VIDEO SUGERIDO: Ojos de Brujo – “Todo Tiende”, YouTube (GJJacob)

OJOS DE BRUJO (FOTO 3)

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REZA EL GLOSARIO: CÓVER

Por SERGIO MONSALVO C.

 

CÓVER (FOTO 1)

 

(VERSIONES SOBRE UN MISMO TEMA)

 

Hacer la versión de un tema clásico es un reto para el/la cantante que se atreva. Volver a contar, por ejemplo, el reencuentro de una pareja que ha mantenido una relación tormentosa de amor, interrumpida, cortada, reanudada e inmadura como todas las historias de amor, necesita de algo más que la intención o la voluntad.

Requiere de experiencia vital, de implicarse con el texto y con la música; de imaginar como lo haría un actor para trasmitir la emoción inherente. Y, además de ello, adaptarlo al propio estilo para no perder personalidad ni identidad.

Por eso un cóver, una versión, exige más que un simple trasvase mecánico de un recipiente a otro: requiere necesariamente la reescritura del tema, que es sólo una parte de sí mismo, de su espacio vital, para darle una nueva forma. Esto es lo que hacen los buenos intérpretes.

Sólo así será la versión del aquí y ahora que quedará registrada para siempre. Desde entonces con esa canción se hará manifiesta la presencia física del  músico, del cantante, a través de su cuerpo, de su voz, del instrumento que encarnó literalmente.

De la época que representó. La pasión que derrochó creó su particular mundo imaginario y simbólico y finalmente éste permanecerá o no únicamente si la apropiación fue consumada.

Por otro lado, en un mundo en el que la memoria es un valor a la baja, a veces de lo que se trata al hacer un cóver es de recuperar un tema olvidado pero aún reconocible, y se hace por distintas razones. Por ejemplo, si es una pieza que le gusta particularmente al artista y quiere hacer su versión, tributarla de esa manera.

Otra razón, quizá menos poética es para el ahorro: Una canción exitosa, si no está muy trillada, se vuelve a grabar y es un éxito otra vez y sirve para reenganchar al intérprete a la escena. Para ello hay que saber leer el pulso de los tiempos y de las tendencias y elegir la canción adecuada en el momento adecuado, para el tipo adecuado, eso lo sabe un productor experimentado y poco escrupuloso.

En otras ocasiones de lo que se trata es de trasmitirla de un público a otro, de una generación a otra, como han hecho infinidad de artistas: Habrá gente que pensará que los temas son originales. Generalmente, escuchas poco enterados o desinformados que no están al tanto de las listas de éxitos. Y, al revés, hay gente que creerá que se trata de un tema standard.

Cóver (versión) es, pues, un término (y un campo de acción) muy amplio. A menudo los escuchas piensan, muy reduccionistamente, que es sólo cantar canciones que otros cantaron antaño. Sin embargo, no es tan simple. No se trata de hacer karaoke, una copia, sino de arreglarla de una nueva manera. De deconstruir la pieza original y reconstruirla con otros elementos.

CÓVER (FOTO 2)

Es obvio que tal arte a veces funciona, y otras veces no. Cuando sucede que la nueva versión no es tan diferente de la original se le puede asestar el epíteto de vil copia, de calca, y también obviamente a sus perpretadores se les echará en cara su falta de imaginación y talento.

Pero si funciona, el efecto puede ser muy grande y abrir otros horizontes, nuevos puntos de vista, crear una estética distinta. Si hacer versiones buenas fuera tan poco creativo “Hound dog” sería aún un rhythm & blues lento y no el rock and roll del preludio; “That’s all right mama” se hubiera quedado en el country sin evolucionar hacia el rockabilly y “Louie Louie” una canción caribeña que solo conocería un puñado de personas, y no una piedra fundamental del rock de garage, por mencionar algunos ejemplos históricos.

Por eso mismo nadie puede rebajar a reproche esta declaración tributaria, pues gracias a ella nos ha sido dado disfrutar de un nuevo estrato para la canción recurrente. Es un estadio nuevo para una canción previamente grabada, es decir: otro rubro en el cóver.

En ese ámbito se puede encontrar solaz y certidumbre, calidez y sosiego. La satisfacción que puede brindar un cóver afortunado se parece a ese momento que quema con la exaltación del enamoramiento ya detectado y la concentración en su disfrute.

Esa variación de lo conocido permite volver por unos minutos al reino del pasado, reencontrarse con ese otro que fuimos y habitarlo desde fuera. Ahí, en esa antigua nostalgia se satisface y enciende nuevamente algo para nuestro conocimiento personal. Por ello, el cóver representa una posibilidad de descubrimiento y acceso: una suerte de supermercado de reabastecimiento.

Este puede ser el lado utilitario de acceso a tal práctica. Sin embargo, existe como siempre otro point of view: la poética de la representación. Desde este ángulo, un músico, un cantante expresa su individualidad a través de un lenguaje recibido de otro semejante.

De este modo la llamada autoría original pierde su sentido, puesto que quien hace de ella una representación presenta la versión de una pieza como una nueva entidad subjetiva. Es decir, en la versión se expresa otro yo. En este punto preciso entra la mencionada poética, puesto que el escenario de la misma canción lleva una interpretación distinta, que requiere de ser reacentuada y reescrita, por otra mano, otra voz, otro grano.

Para los inescrupulosos, los perezosos que sólo hacen copias y no versiones, el trabajo sobre un canto previo es una elección simple y obvia y harán el fotocopiado.

Resultará exitoso porque no hay riesgo alguno. (recuérdense los casos de la pieza “Forever Young” de Japan copiada por la boy band One Direction, o el de “American Pie” de Don McLean hecha por Madona, por ejemplo: muchas ventas, pero asépticos y anodinos en lo artístico). Es un alimento que ha sido previamente masticado y la falta de imaginación se tratará de esconder tras la caja registradora.

Cuando los verdaderos artistas optan por la versión, aparecerán para legitimarla los parafraseados conceptos poéticos de T.S. Eliot: toda música se encuentra en músicas previas. Las versiones que hagan más o menos explícita esta presencia, en las que se advierta la esencia de voces anteriores, no significa de ninguna manera que la versión deje de ser “original”, dadas sus particulares contribuciones.

Por lo tanto, se podrá hablar de una misma canción, de los mismos acordes, de los mismos sonidos y hasta de las mismas palabras, pero el interés será distinto, será el de las variaciones, las acentuaciones o los modos, y a partir de ahí será “otra” canción sin dejar de ser la misma. Eso es un cóver.

VIDEO SUGERIDO: Joe Cocker – With a Little help from my Friends, YouTube (yosh95wilde)

CÓVER (FOTO 3)

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CANON: THE MONKEES (FICCIÓN DE LA ERA)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

MONKEES (FOTO 1)

 

FICCIÓN DE LA ERA

Fue difícil no conmoverse con la información sobre las muertes de David Jones (acaecida el 29 de febrero del 2012), la de Peter Tork (21 de febrero del 2019) y la de Mike Nesmith (10 de diciembre del 2021), sobre todo porque en el romántico universo de la memoria hasta donde se sabía, eran inmortales. “La muerte de un eterno siempre debería detener los engranajes del mundo”, escribió un amigo mío. Vaya, pues, este texto y programa como stand by para ese engranaje, en recuerdo de los monkees caídos.

El año de 1966 fue un año fantástico para el rock y para la cultura popular en general. Aparecieron en escena Frank Zappa y sus Mothers of Invention, con el disco Freak Out!, Bob Dylan con Blonde On Blonde, The Beach Boys con Pet Sounds, Donovan con Sunshine Superman, Jefferson Airplane con Jefferson Airplane Takes Off, los Beatles con Revolver (hoy discos clásicos todos ellos).

Es decir, la música popular contemporánea (el rock básicamente) alcanzó ese año emociones y objetivos profundos. Hizo visible una manera de expresión mediante la cual se habló de cómo afectaban las cosas a una generación diferente.

Tal música abrió un nuevo espacio para el conocimiento de lo que se han dado en llamar “los sentimientos”. No sólo románticos, sino existenciales, de estar en el mundo y frente a él. Esos discos contenían el espacio del placer estético con obras de dos o tres minutos de duración, a los que se había denominado como singles o sencillos.

Ejemplos de esas fechas fueron: “Good Vibrations” (de los mencionados Beach Boys), “96 Tears” (de Question Mark and the Mysteryans), “Monday Monday” (de The Mamas and The Papas), “These Boots Are Made for Walking” (de Nancy Sinatra), «The Sounds of Silence» de Simon and Garfunkel, «These Arms of Mine» de Otis Redding; «When a Man Loves a Woman» de Percy Sledge o «Dirty Water» de los Standells, pero quienes seguían dominando las listas eran los Beatles.

En 1966 la música respondía así a la incertidumbre de la Guerra Fría, a la posibilidad bélica, a la homogenización de la vida, con la transición y fogocidad lúdica de una generación que daba los últimos coletazos a una infancia, inquieta, auténtica, espontánea y llena de retos (en “tiempos de candores virginales, de goces de lo inmediato”).

El instante justo antes de pasar a una adolescencia crítica, con profundos conflictos existenciales y en la búsqueda de una razón de ser, que abrevaría en la filosofía y las religiones orientales; conocería los excesos y la apertura de la conciencia cósmica y comunitaria (vía la psicodelia).

En ese resquicio temporal surgió una propuesta musical distinta, original, bien construida entre la fresquísima cultura pop y el añejo absurdo, y que se haría de un lugar a base de calidad entre aquellos gigantes que nacían a la escena de la rock-era.

En 1966, la cápsula espacial soviética Venus 3 se posó en el planeta Venus, convirtiéndose en el primer objeto fabricado por el hombre que alcanzaba otro planeta. El segundo objeto sería, sin lugar a dudas, el proyecto denominado: The Monkees.

La leyenda dice que este proyecto se ideó para enfrentarlo a los Beatles y a la “desmedida” popularidad que habían adquirido en la Unión Americana, en detrimento del mainstream doméstico (es decir, las ventas del producto local decrecían drásticamente). Y que la industria estadounidense lo apoyó con la mejor arma con que contaba: la televisión.

Eso en cuanto a la leyenda. Los datos duros amplían mejor dicho cuadro. La idea primordial había surgido al comienzo de los sesenta ante la popularidad de los Beach Boys. Sin embargo, la industria televisiva en aquellos momentos estaba más interesada en los solistas que en un grupo de rock. Así que el dueño de la idea (Bob Rafelson) la guardó para esperar mejores tiempos.

Éstos llegaron al comenzar la segunda mitad de aquella década. La historia versaría sobre un cuarteto de jóvenes que integraban un grupo de rock y las peripecias como tales (una comedia de situaciones). El ejemplo de la película de Richard Lester (A Hard Day’s Night) sobre los Beatles dotó de anécdota al proyecto, además de dos conceptos extra: el humor y la ambientación pop.

VIDEO SUGERIDO: The Monkees – (I’m Not Your) Steppin’ Stone, YouTube (TheMonkees608)

Los productores hollywoodenses reunieron en torno a sí a buenos guionistas, directores y realizadores con argumentos y técnicas estilísticas novedosas y a una poderosa batería de noveles compositores de canciones procedentes de la reputada máquina creadora de hits llamada Brill Building. Para el final del armado dejaron a los integrantes del ficticio cuarteto californiano.

A través de dos revistas especializadas (Daily Variety y The Hollywood Report) convocaron un casting. A éste acudieron cientos de jóvenes músicos (entre los que se contaron a Stephen Stills, futuro miembro de Buffalo Springfield y Crosby Stills, Nash and Young; a Dewey Martin, posteriormente famoso de la escena de Nashville con The Dillards o a Danny Hutton, integrante luego de Three Dog Night, por ejemplo).

No obstante, los productores se inclinaron por cuatro carismáticos jóvenes seleccionados entre aquellos cientos de aspirantes: Mike Nesmith, Mickey Dolenz, David Jones y Peter Tork. La leyenda dice que cuando fueron reunidos inicialmente para realizar la comedia televisiva ellos no cantaban ni tocaban los instrumentos, cosa que harían músicos de estudio.

MONKEES (FOTO 2)

La realidad era que Dolenz era hijo de un actor y ya contaba con alguna experiencia en series televisivas donde trabajó de niño y ya tocaba la batería y cantaba. Nesmith, por su parte, tocaba la guitarra y era compositor en ciernes. Jones, de origen inglés, había sido jinete de caballos de carreras y tenía tablas en el teatro musical de su país, y Tork era un multiinstrumentista que se había ganado la vida en los clubes de folk del prestigiado Village neoyorkino. A la larga ellos mismos serían los instrumentistas en las grabaciones.

De esta manera todo estuvo listo para el estreno. The Monkees TV Show comenzó a trasmitirse el 12 de septiembre de 1966 a través de la cadena NBC, que también acababa de lanzar Star Treck (Viaje a las estrellas, en español), para tratar de competir por la popularidad con Batman y Misión Imposible, de sus rivales ABC y CBS, respectivamente.

Las muy bien escogidas canciones [incluso contaban con una rúbrica original: (Theme From) The Monkees] y el estudio de todos los detalles (vestimenta, casa y bohemia playera, logotipo, automóvil, absurdo sentido del humor, innovaciones fílmicas, etcétera) dieron como resultado una auténtica receta para el éxito.

Los Monkees se convirtieron al instante en el grupo más popular del mercado más grande del mundo: los Estados Unidos y de la infinidad de países que retrasmitieron la serie.

Hoy, generalmente cuando se habla sobre él se hace como si fuera tan sólo un grupo prefabricado de música juvenil (se les llegó a llamar los Prefab-Four) y para derramar nostalgia sobre tiempos idos. Esto implica tratarlo sin la importancia que merece, no reconocer la trascendencia cultural que tuvo como parte de la historia del género, de los medios y del pop como movimiento estético, así como de implicaciones sociales en todos los ámbitos.

Los Monkees fueron producto de la ficción de la época, una época prebélica. Respondieron con su presencia a una atmósfera depresiva plagada de prejuicios convencionales y persecución (macartismo) que llegaba a su fin. Era también el fin de una infancia social que curiosamente quedó señalada con el fallecimiento de Walt Disney ese mismo año.

Por otra parte, al tener como eje central las canciones que lograron el primer lugar en las listas de popularidad de los años que estuvieron activos (de 1966 a 1968), se debe hablar del contexto en el que fueron creadas, así como de su anécdota en particular, mostrando el sonido que las hizo características, así como su enriquecimiento lírico y musical. Para ello se contó con las composiciones de gente como Carole King, Neil Sedaka, la dupla de Tommy Boyce y Bobby Hart y, sobre todo, Neil Diamond.

Las canciones que ellos crearon e interpretaron los Monkees, además de  proporcionarles grandes triunfos, resultaron piezas que (además de los registros en los primeros puestos de las listas de popularidad) se transformaron con el paso del tiempo en clásicos inmortales: “Last Train to Clarksville”, “I’m a Beliver”, “(I’m Not Your) Steppin’ Stone”, “A Little Bit Me, A Little Bit You”, “Daydream Beliver” “She”, “Look Out”, etcétera.

El significado mayor de una canción se obtiene cuando ésta entra en la historia por sus méritos estéticos y sociales. La manera en que una pieza hace historia produce un significado y un valor agregado a la misma. Por eso las de los Monkees cuentan con la trascendencia atemporal de una dimensión y un valor que las ha hecho únicas e independientes o no (según para qué se las cite) de los ecos de una sociedad concreta en un momento concreto.

En resumen, la buena cosecha de canciones de este grupo representó un impacto potente y directo sobre el sonido sesentero en su continuo flujo de géneros. La influencia de los Monkees fue manifiesta en muchos sentidos (la televisión se ha surtido de la fórmula desde entonces con mayor o menor fortuna, con los Osmond, The Brady Bunch o la larga lista de nombres de Disney Chanel como muestra).

En lo musical algunos de sus temas fueron retomados por los grupos de garage para interpretarlos o como referente dentro de sus propios repertorios, como en el caso de los texanos The Sparklees con “No Friend Of Mine”, por ejemplo. Y pasando por el tamiz del pop, de las décadas consecuentes, se puso en evidencia el pálpito de una definida sensibilidad por la monkeemanía más básica.

La música de los Monkees, en plena transición, se expandió hacia todos los puntos cardinales de la cultura pop más naive y juguetona. Se enriqueció con todos ellos y logró con esto la inmortalidad que las mentes más lúcidas, de una generación tras otra, renuevan con votos de reconocimiento.

VIDEO SUGERIDO: The Monkees – She, YouTube (TheMonkees608)

MONKEES (FOTO 3)

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LIBROS: MILES AHEAD

Por SERGIO MONSALVO C.

Miles Ahead (foto 1)

(POEMARIO)

 

in a silent way

supimos que vivía

porque excluyó los cánones

y arrancó con los dedos sus murmullos

quiso ser un pájaro/

  batir las alas eléctricas/

bañarse en luz violeta/

en un cuento sin palabras

fue el suspenso y el climax

el ser y la nada

tañó campanas

en quedas notas

de alebrije aventurero

jugó a dejar abiertas sus cisternas/

con las posibilidades del silencio/

con la relatividad del tiempo/

con necesidad eterna

por descubrirlo todo

soñó tocando el sueño inusitado

 

 

 

*Texto incluido en el libro Miles Ahead, publicado por la Editorial Doble A.

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Miles Ahead

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A,

Colección “Poesía”

The Netherlands, 2005

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BABEL XXI-572

 

Por SERGIO MONSALVO C.

 

BXXI-572 (FOTO)

 

LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER

(LIBROS CANÓNICOS 33)

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

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BLUEMONK: «UN VIOLÍN PARA EL DESHIELO»

Por SERGIO MONSALVO C.

 

BLUE MONK (PORTADA)

 

(POEMA)*

un violín para el deshielo

(a nigel kennedy)

uno de ellos gritó aterrorizado:

          se avecina el caos, va a comenzar el deshielo

                    y miró hacia la gran bretaña

las ratas en las calles descendieron

                                        /por las alcantarillas

y los perros poodle soltaron su ladrido

                                                 /de estornudo

          todos voltearon hacia allá

          y la voz continuaba: ya comenzó el deshielo

viene el caos cantó la gorda clásica

viene el caos escribió el cronista oficial

viene el caos dijeron por WhatsApp

                                       /los funcionarios kultos

          porque el deshielo que viene de albión

          borrará los caminos y el rancio hedor

                                       /de los conciertos

una cascada arrasará con los almidones

crinolinas y monóculos,

          no quedará cliché sobre cliché

                    naufragarán los abrigos de piel y los abonos

violín apocalíptico

          armado de duke,

                    de blues, de jazz

 derretido el hielo

          no quedará tiempo para imponerle vetos

 

Blue Monk

y otras líricas sencijazz

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Palabra de Jazz”

México, 1994 (primera edición), 1997 (segunda)

 

 

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