THE KINKS

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EL BRITISH SOUND

Los británicos hermanos Davies, Ray y Dave, como toda hermandad que se respete, desde el principio de los tiempos se peleaban, se pelean y seguirán peleándose por toda la eternidad. Aunque hubo un tiempo en que unieron fuerzas tras sentir que el hacha de lo efímero amenazaba la existencia de su grupo: The Kinks. Luego del fracaso comercial de sus primeros sencillos (con el sonido merseybeat que les impusieron los ejecutivos), la compañía discográfica les puso un ultimátum: el hit o la nada.

Bajo esta presión se realizó la grabación de “You Really Got Me”, que apareció en agosto de 1964. Causó revuelo en la radio y en la crítica especializada e impuso el sonido “kink” como algo innovador e influyente para las siguientes décadas.

Luego del éxito inesperado, la compañía entendió la lección y dejó en manos de Ray Davis el devenir creativo del grupo. Al siguiente sencillo, “All Day and All of the Night”, le aplicó un método semejante: con basamento en el riff de Dave, que parecía tener una tienda de los mismos. La canción es hoy otro clásico que se instaló muy bien en los oídos del Viejo y Nuevo mundos.

Con sendos hits y frotándose las manos, los ejecutivos propusieron la hechura de un álbum debut. Apareció The Kinks a fines del mismo año, con versiones de oldies del rock & roll y del rhythm and blues en los que estaban más que fogueados (“Beautiful Delilah” y “Too Much Monkey Business” de Chuck Berry, como muestras), así como algunas piezas propias, destacando los éxitos ya mencionados, además de “Stop Your Sobbing”.

La primera mitad de 1965 estuvo marcada por la presión de la compañía para realizar presentaciones constantes, la producción de nuevos sencillos y la conformación del siguiente álbum que llevaría el título de Kinda Kinks. Había que explotar la veta con gula voraz y así se hizo.

Inundado el mercado local dieron el salto a los Estados Unidos como parte de la segunda oleada de la Invasión Británica. El verano de ese año los descubrió en dicha tierra. Impactaron. El público joven, ávido de dureza más que de romance, los recibió con los brazos abiertos y su prototipo cundió por los garages de la suburbia norteamericana.

Sin embargo, y por debajo de la euforia causada, el grupo estaba cansado de tantas presentaciones, viajes interminables y las presiones de la compañía. El alcohol y las benzedrinas fueron los escapes a la mano. La combinación de todo ello causó destrozos en los hoteles —desde entonces un cliché rockero— y mucha tensión.

El colmo llegó durante la presentación del grupo en el programa Hullabaloo, donde los excesos provocaron gritos y golpes con los promotores de la gira. Hechos tras los cuales el sindicato de músicos de la Unión Americana consiguió que su gobierno vetara la entrada al grupo durante los años siguientes, “por conducta poco profesional”.

La sentencia de no pisar los terrenos del recién conquistado suelo estadounidense mantuvo alejados a los Kinks durante cuatro años del nacimiento de un fenómeno sociológico mundial, pero a cambio hizo que la mente maestra del grupo (Ray) volcara su quehacer compositivo en una línea intimista.

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Esa forma de aislamiento en la que se encontró involuntariamente lo reconfortó a su vez con la justicia poética, y lo hizo a partir de una rítmica inglesa cuyos afluentes provenían de la nostalgia introspectiva en la que se había educado el joven músico en su infancia proletaria: el folk, la música de salón de baile y el teatro popular musicalizado, a contracorriente de lo ahora experimentado por sus congéneres.

Los Kinks se asomaban desde su callejero balcón londinense para dar cuenta en un fresco de lo que sucedía a su alrededor en el justo instante de una puesta de sol. El “Verano del Amor” se sorprende, en medio de un sinfín de sorpresas, del variado registro estilístico en el que Ray pone a tocar al grupo.

Entre 1968 y 1970 se sucedieron unos a otros los estilos, así como el nacimiento de corrientes, movimientos y géneros. Los Kinks hicieron lo suyo en cuanto al álbum conceptual, la ópera rock y el teatro musical. Los LP’s dejaron de ser tan sólo una colección de hits y sencillos y el espacio del disco de 33 rpm se convirtió en el escenario de una temática homogénea en donde las ideas de largo aliento de los compositores vieron expuestas sus manifestaciones.

La obra en este sentido, Arthur or the Decline and Fall of the British Empire, resultó un proyecto fallido en su producción televisiva y tampoco le fue bien en territorio norteamericano, dados sus referentes localistas. El hecho fue un acicate para Ray, quien con una idea distinta volvió en 1970 a hacerse del gran público con Lola versus Powerman & The Moneygoround, Part One. La obra tenía como personaje principal a un travesti y se sustentaba en el más puro estilo del rock.

Sin embargo, este género sufría una de sus peores etapas depresivas, lo cual aprovechó el mercado para ofertar la música disco. Los autores del rock pasaban por una crisis existencial y Ray no era ajeno al suceso, debido en mucho a la falta de apoyo promocional de la disquera, a las constantes peleas con su hermano Dave por cuestiones de ego y al azote de la efervescencia disco.

La segunda mitad de los setenta habla de cambios en el rock. Arriban nuevas generaciones, otros sonidos, otras percepciones, rumbos inéditos. Los Kinks, que habían contribuido a los cambios en el panorama musical y generado afluentes, ahora eran tótem del glam, del rock progresivo y del heavy metal, y estaban a punto de serlo del punk. Se convierten en modélicos y referenciales (los Buzzcocks o Television los interpretan en sus presentaciones).

VIDEO SUGERIDO: the kinks all day and all of the night, YouTube (dyloen)

La millonaria aceptación de sus discos con una nueva compañía incluso los lleva a cambiar su lugar de residencia a suelo norteamericano (una vez levantado el veto). Los discos Sleepwalker (1977) y Misfits (1978) obtienen los resultados pretendidos. El balance entre poderosas baladas y rock duro rinde pingües beneficios tanto en lo económico como en lo artístico.

Temas como los que dan título a los discos  “A Rock’N’Roll Fantasy”, “Live Life”, “Full Moon” y “Prince of the Punks” atraen lo mismo a sus fanáticos que a jóvenes escuchas, con sus sonidos atronadores, determinantes y reafirmaciones ideosincráticas fuertes y románticas para los outsiders.

El trabajo de Ray en las composiciones resplandece y Dave lo apoya de manera semejante en las orquestaciones. La visión camp sobre Supermán habla de los tiempos que corren. El público de la Unión Americana los mima y en la Gran Bretaña se convierten, una vez más, en paradigma de la New wave emergente. The Jam y Pretenders son ejemplos contundentes en este rubro.

Ray, mientras tanto, estaba desatado en la cresta de una ola creativa, energética y con una agenda para los Kinks llena de presentaciones, hecho que quedó registrado en el álbum en vivo One From the Road. Todo ello preparó el terreno para la aparición de Give the People What They Want (1981), que se convertiría en disco de oro. Un auténtico álbum de rock de principio a fin.

Luego de la descarga de tal aventura, Ray volvió a balancear sus composiciones entre el rock, la balada y el pop en State of Confusion (1983), en el que descuellan momentos como la elegiaca “Don’t Forget to Dance”, “Long Distance” o la emblemática “Come Dancing” (un enorme éxito debido en mucho a la exposición en el nuevo medio: MTV).

No obstante el pináculo en el que se encontraban, las peleas entre los hermanos no cesaban e incluso se acentuaron cuando Ray le dedicó demasiado tiempo a su proyecto fílmico Return to Waterloo o a sus producciones como solista. La dispersión era el reclamo de Dave. En medio de ello Mick Avory llegó al límite de su aguante (demasiadas giras, tensiones, peleas, años) y dimitió luego de dos décadas como integrante del grupo. En su lugar llegó Bob Henrit (también ex Rod Argent).

Asumido el reacomodo y terminado el trabajo de post producción de la película de Ray, el grupo entró a los estudios para grabar Word of Mouth (1984), muy similar a su predecesor pero con énfasis en el hard y en el ya mundialmente utilizado sintetizador, que dio su mejor cara en “Do It Again”. Aunque el estilo se mantuvo ya no lograron el click con el público.

Hasta aquí habían llegado los better days de los Kinks en el aspecto comercial. Jamás volvieron al paraíso del Top Ten e iniciaron una larga jornada de decadencia grupal; sin embargo, la historia y las nuevas bandas les rendían honores por su herencia siempre productiva.

En pleno ocaso del grupo se inició otro reconocimiento histórico. En 1990 fueron incluidos en el Salón de la Fama del Rock and Roll por todos sus méritos artísticos. De nueva cuenta la justicia poética intervino: el ascenso de bandas del brit pop, como Blur y Oasis, y las constantes citas que hicieron de los Kinks como inspiración, en cada entrevista que concedían, les acarreó una popularidad inesperada como “padrinos” de otra generación.

Sin embargo, los miembros del grupo prefirieron dedicarse cada uno a lo suyo. Las reediciones de toda índole empezaron a aparecer por doquier; se filmaron documentales sobre la vida de los Kinks; los grupos en el candelero les rendían tributo en discos antológicos (con Supergrass, White Stripes, Blur y Oasis, entre ellos); los cineastas no los dejaron de poner en sus soundtracks; el Salón de la Fama del Reino Unido los incluyó entre sus huéspedes. Así se presentaron por última vez en vivo en 1996.

Con la llegada del siglo XXI se convirtieron en una banda de culto, clásica y perenne. La BBC eligió “You Really Got Me” y “Waterloo Sunset” como las mejores canciones británicas del periodo entre 1955-1975 y los abanderados de las novedosas corrientes como Libertines y Kaizer Chiefs, volvieron a nutrirse de ellos. Mientras tanto, los hermanos Davies seguían (y siguen) peleándose por todo, como siempre.

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VIDEO SUGERIDO: Waterloo Sunset – The Kinks – Live 1973, YouTube (Woogie TheCat)

 

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I’M YOUR FAN

Por SERGIO MONSALVO C.

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 LEONARD COHEN

Un álbum extraordinario hecho por los músicos fans de  Leonard Cohen (21/9/34, Montreal, Canadá; 7/11/16, Los Ángeles, E.U.), el ejemplar cantautor sensible de varias décadas, querido por las mujeres y admirado por los hombres.

En los años cincuenta fue un poeta beat que recitaba versos propios ante un acompañamiento jazzístico. En los sesenta, un autor que escribió una novela clásica –aunque anacrónica–, Beautiful Losers (1966). El mismo año, Judy Collins le grabó «Suzanne», uno de sus más bellos poemas cantados.

La posterior aparición en el festival de folk de Newport en 1967 condujo a la grabación de su primer álbum, Songs of Leonard Cohen (Columbia, 1968), con el que obtuvo el mayor éxito de su carrera. La letra representaba el mismo romanticismo expresado en su obra literaria: un erotismo mezclado con imaginería religiosa («Sisters of Mercy»), desesperación melancólica («So Long Marianne») y elementos de misticismo esotérico («Master Song»).

Cohen entonaba las palabras suavemente ante un fondo acústico escaso y con la producción de John Simon logró equiparar en forma apropiada el sonido y el significado. Varias de las canciones fueron incluidas posteriormente en el soundtrack de McCabe and Mrs. Miller (1971) de Robert Altman.

Cohen sustituyó a John Simon en Songs from a Room (1969), pero la fórmula resultó idéntica. «Bird on a Wire» emanaba, filosóficamente, cierta penumbra existencial, y «The Partisan» tocó temas de violencia y política. Cohen empezó a realizar giras.  Aunque no era músico, demostró saber manipular hábilmente las emociones del público.

Si bien no fue puesta a la venta hasta 1973, la grabación de su disco en vivo (Live Songs) data de 1970, el año de su tercer álbum de estudio, Songs of Love and Hate.

Después de New Skin for the Old Ceremony (1974), Cohen se retiró a una isla griega.  Regresó a las presentaciones en vivo en 1976 y sacó Death of a Ladies Man al año siguiente, producido y coescrito por Phil Spector.  Este acetato marcó un giro radical y ambicioso en dirección hacia el rock.

Durante la década siguiente sólo sacó dos álbumes. Los arreglos vocales de Recent Songs (1979) fueron realizados por Jennifer Warnes, la cual cantó a dúo con Cohen en algunos tracks. Various Positions (1985) significó un regreso al enfoque acústico y suave original de Cohen.

Él mismo produjo I’m Your Man (1988), acetato que expresó una actitud de reflexión acerca de la edad mediana y sus orígenes familiares en la Europa central; una vez más, contó con la colaboración vocal de Jennifer Warnes. Ésta había grabado un álbum de mejor calidad de canciones de Cohen —Famous Blue Raincoat (RCA, 1986)–, el cual llamó la atención nuevamente sobre la obra de Cohen.

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Luego, en plenos años noventa y para regocijo de sus admiradores, apareció I’m Your Fan (A Tribute to Leonard Cohen [Oscar/Sony]), un homenaje al cantautor y sin lugar a dudas un acontecimiento cultural. Una compilación que además de mostrar un tino total en la elección de su sujeto, los responsables del proyecto lograron alcanzar la perfección en tal empresa sincrética. Supieron reunir a la nata definitiva, qué digo yo, a la fina flor de todo lo que contaba en el rock de la época.

Revisemos la lista de participantes:  Pixies, R.E.M., The House of Love, Lloyd Cole, James, John Cale, Nick Cave and the Bad Seeds, Ian McCulloch, Fatima Mansions, Bill Pritchard, Peter Astor, That Petrol Emotion, Geoffrey Oryema, Dead Famous People, Robert Forster, The Lilac Time, David McComb y Adam Peters.

Si alguien aún duda de la ecuación: canciones probadas –más– grupos fuertes –igual a– disco infalible.  Tan sólo la mitad de este álbum bastaría para ubicar su escéptica mezquindad en muy mala posición. Poniéndose arbitrarios y calificadores habría que otorgar una nota destacada a los extraordinarios Fatima Mansions, quienes con el órgano de Cathal Coughan literalmente reinventan «A Singer Must Die»; al estallido iconoclasta de «Tower of Song», interpretada por Nick Cave, el cual evoca igualmente a Iggy Pop, Hank Williams y Alan «Juke Box Baby» Vega.

Por su parte, los integrantes de R.E.M. reviven con urgencia eléctrica a «Murmur» y los Pixies resultan simplemente geniales, como era su costumbre.  La versión de «Hallelujah» presentada por John Cale lo asfixia a uno con su majestuosidad (reescribió un verso junto con Cohen). Dentro de la categoría intimista, habrá que dar una mención honorífica a la modalidad acústica de House of Love y al vaporoso Peter Astor.  Vaya material, vaya intérpretes. Vaya disco.

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VIDEO SUGERIDO: Bird on the Wire – Leonard Cohen – Cover By – The Lilac Time – I’m Your Fan – HD, YouTube (MJmcnult)

 

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DAMIEN JURADO

Por SERGIO MONSALVO C.

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 CHEEVER REENCARNADO

Nueva York, como la mayoría de las metrópolis, es un bosque de raíces hechas con las vidas y  las penurias de quienes ahí se entienden con la soledad y el estrépito. «Al caminar por la ciudad, muy raras veces volteamos para mirar hacia el pasado», escribió John Cheever acerca de tal costumbre urbana. Sin embargo, la narrativa de este autor revirtió la costumbre para hablar con nostalgia e intensidad a nombre del «Nueva York antiguo» y erigirse en una especie de barómetro de la vida cotidiana.

Cheever exploró con su pluma las decepciones y los temores de hombres y mujeres urbanos y suburbanos, así como sus intimaciones de redención, en las novelas Falconer y Bullet Park y en los cuentos «The Country Husband» y «The Housebreaker of Shadey Hill». En forma más precisa que otros escritores, él observó y dio voz a las inexpresadas angustias que se encuentran bajo la superficie de las vidas comunes.

No las ideas sino la materia común de la humanidad fue el asunto de la ficción de Cheever. Escribió sobre huidizas figuras en el paisaje, sus sentimientos y emociones, sus pánicos y deseos, las furtivas demandas de la libido, el ingobernable impulso traducido en acción.

Sus opulentos personajes fueron en gran medida lo mismo; asolados por ese entumecimiento del corazón que denomina a la nostalgia por el amor y la felicidad. Todos tienen conciencia de su aflicción.

La sensación de pérdida y de extravío fue el tema central en la narrativa de este escritor estadounidense nacido en 1912 en Quincy, Massachusetts, quien  durante su adolescencia fue expulsado de la Thayer Academy por mal comportamiento e «influencia negativa en sus compañeros».

Al poco tiempo su padre quedó en la ruina tras la caída de la bolsa de valores de 1929, lo cual impidió a Cheever asistir a una escuela superior.  En cambio, se lanzó de lleno a la escritura prometiendo a sus padres no buscar «el éxito fácil ni vulgar».

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Sus cuentos iniciales («The Enormous Radio» y «Good-bye, My Brother») fueron escritos en condiciones paupérrimas, pero lograron la publicación en la revista The New Yorker que lo acogió entre sus filas desde ese momento.

Su primera colección de relatos, The Way Some People Live, apareció en 1943. Los críticos elogiaron los textos desde el principio, hecho que lo motivó a escribir la novela Crónica de los Wapshot en 1957 y que obtuvo el Premio Nacional del Libro de ese año.

No obstante, las crisis existenciales lo sumieron en el alcoholismo, situación que redujo su trabajo a casi nada durante muchos años. En 1973 sufrió un ataque cardiaco. Fue internado en un centro de rehabilitación donde sanó y dejó de beber.

Una vez recobrado volvió a escribir y en 1977 publicó la novela Falconer, que resultó un éxito, lo mismo que una colección de cuentos al año siguiente, por lo cual obtuvo el Premio Pulitzer. En abril de 1982 recibió la Medalla Nacional de Literatura por su «distinguida y continuada contribución a las letras estadounidenses».

A pesar de sus logros novelísticos, Cheever ha sido recordado más por sus cuentos; de ellos algunos ya son considerados como clásicos de la literatura norteamericana.

En general, a su narrativa se le ha denominado como realista. Sin embargo, habría que señalar que también tiene el desconcertante hábito de deslizarse un poco hacia lo surrealista tanto como a lo sobrenatural, como si la fantasía fuera el medio más eficiente para encarar un mundo falto de control y no susceptible a la definición en términos racionales.

Un mundo que mantiene fuera de contacto a los personajes y el entorno. Sus tristes hombres y mujeres se convierten en seres marginales –ladrones, voyeurs, homosexuales, adictos, alcohólicos, lascivos y merodeadores nocturnos–, pero que de una u otra forma anidan en su corazón otra realidad.

La de ese «mundo perdido hace tiempo, cuando la ciudad de Nueva York aún se iluminaba con la luz del río, cuando los dioses eran tan antiguos como los de todos, quienquiera que fueran» –escribió–.  La muerte de John Cheever ocurrió en esa ciudad en junio de 1982, a los 70 años de edad.

VIDEO SUGERIDO: Damien Jurado – “Arkansas” (Official Video), YouTube (SecretlyJag)

En ese momento y lejos de ahí un abrurrido muchachito en su natal Seattle, en Washington, se puso a hojear una revista que encontró por azar  en la sala de su casa. Sin quererlo realmente comenzó a leer un cuento ahí publicado.

Hubo palabras que no comprendió, pero el ambiente de la narración lo dejó inquieto y pensativo. Se grabó el nombre del escritor: John Cheever. Tenía diez años de edad y se llamaba Damien Jurado.

Hoy, ese lector primerizo es cantautor y cuenta en su haber con una docena de discos considerados como ejemplos del mejor indie rock de raíces folk. Y él mismo, junto a Elliott Smith, como el precursor de este subgénero que habla de la parte oscura de la vida urbana y suburbial, como lo hiciera su admirado Cheever.

El estilo de Jurado es característico, pues basó su obra desde el principio en historias contadas en tercera persona, a diferencia de la convención autobiográfica de tal modo musical. Publicó su primer disco en 1997, Waters Ave S, cuando el indie folk no era lo que es ahora.

Elegirlo era una decisión existencial, no meramente estilística. Las guitarras acústicas no sonaban cristalinas, sino crudas (en absoluta lo-fi). Y los intérpretes no eran considerados como románticos incurables sino como espíritus atormentados.

Actualmente, el cancionero de este músico (secundado por guitarras eléctricas, baterías, violas, pianos, coros y la producción de Richard Swift) aparece repleto de relatos triangulares, letras con infidelidades y traiciones, desamores y fracasos, anhelos rotos y vidas desoladas en espera de algo que nunca llega.

El autor en sus piezas habla de estas situaciones para encarar un mundo del que no tienen asidero ni mando, y no es tampoco susceptible de alguna definición razonable.

Con el reciente lanzamiento de una serie de álbumes –Caught in the Trees, Saint Bartlett, Maraqopa, Brothers and Sisters of the Eternal Son, Visions of Us on the Land, Other People’s Songs Vol. 1 y The Horizon Just Laughd— en donde su observación atingente y aguda de la realidad de su entorno se ha divulgado más allá del círculo de culto, un mayor número de escuchas ha descubierto su rica contribución lírica en este sentido.

Un mundo cuyos afligidos hombres y mujeres se convierten en criaturas furtivas que de alguna manera y pese a todo mantienen cierta pureza en ese «mundo perdido hace tiempo”, como los describiera el propio Cheever en su momento.

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VIDEO SUGERIDO: Damien Jurado – Museum Of Flight, YouTube (talkhardbart)

 

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GARAGE/5

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EL ROCK INSTRUMENTAL

 El rock instrumental de fines de los 50 proviene de los intérpretes negros del jazz y del rhythm and blues, sobre todo del jump. Un aspecto importante en el jump fueron las piezas instrumentales, herencia de los comienzos del rhythm and blues, cuando el principal interés de los fans era bailar.

Al terminar el auge del jump al final de los cincuenta, su esencia fue retomada por los guitarristas blancos de ambos lados del Atlántico, con los Tornados y los Shadows, del lado del Reino Unido, y con los Champs, Link Wray, The Ventures, Booker T. And The MG’s y decenas más del lado americano.

La época de oro del rock instrumental duró hasta la llegada de la Ola Inglesa, a la que influyó, así como lo hizo con el surf y otras corrientes de moda menos importantes y fugaces. En ella diversos instrumentos fueron protagonistas antes de que lo fuera la guitarra: El sax con los Champs, por ejemplo.

El subgénero basó su acontecer en el uso exclusivo de los instrumentos y con una mínima o ninguna participación de la letra. Surgió para dar énfasis a la destreza individual sobre los mismos que a la larga derivó en virtuosismo, Como el órgano Hammond con Booker T. And The MG’s.

Mientras la industria se afanaba en vender la versión «limpia» del rock and roll, los surfeadores de California preferían la dureza de Link Wray, cuyos discos instrumentales fueron un gran éxito en 1958. Para “ensuciar” el sonido de su guitarra, Wray abrió un agujero en la bocina, descubriendo el efecto «fuzz».

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Asimismo gozaban de gran popularidad The Ventures. Cuando este grupo logró llegar a las listas a nivel mundial, las compañías disqueras desde luego presentaron grandes cantidades de bandas y obras hechas al vapor y copiando su distintivo estilo.

Reubiquémonos. Estamos en 1958, tiempo en que Elvis entra al ejército. Los Estados Unidos aplauden a estrellas pop aptas para toda la familia. Sin embargo, en la playa californiana de Balboa sucede algo. Se sacude el Rendevouz Ballroom con el primer concierto del guitarrista Dick Dale. Nacía el sonido surf.

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Por regla general, los beach bums o «vagos de la playa», fans de Dale, no gozaban de una buena reputación. Rechazaban las reglas del trabajo, la disciplina y los valores familiares que el Estado y los padres deseaban inculcar a la joven generación. Preferían la tabla de surf al pupitre escolar.

El fabricante de instrumentos Leo Fender abasteció a la comunidad con las obligatorias guitarras Stratocaster y con amplificadores provistos de aparatos de eco, característicos para el sonido de los surfeadores. Dick Dale se convirtió en estrella de culto musical y se le denominó como el «padre de la guitarra heavy metal».

El surf instrumental retoma con regularidad nuevos aires y practicantes garageros en todo el mundo. Es un camino abierto que siguen docenas de grupos con convicciones semejantes, los cuales rinden tributo al sonido speed instrumental enriquecido por el eco.

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VIDEO SUGERIDO: Dick Dale & The Del Tones “Misirlou” 1963, YouTube (FairDealDan)

 

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HADSEL

Por SERGIO MONSALVO C.

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 DE MADRUGADA

Difícil puede resultar a veces descubrir elementos noruegos en el rock contemporáneo. Pero si escuchamos atentamente las letras de los grupos internacionales de heavy metal, se descubre que una cantidad sorprendente de ellos tiene algún tipo de nexo con la temática noruega.

¿Cómo es posible eso? ¿Cómo puede un país de apenas cinco millones de habitantes tener alguna influencia en la cultura popular contemporánea?

Justamente el hecho de que el país sea pequeño puede ser una explicación. El mercado interno es tan chico que para la mayoría de los grupos profesionales es una necesidad tener contactos más allá de las fronteras. Por la misma razón es obvio que los noruegos tienen que aprender bien por lo menos un idioma extranjero.

En general, los noruegos hablan hoy el inglés. A diferencia de muchos países, en Noruega no se doblan las series de televisión y por tal razón todos ellos oyen hablar el inglés cotidianamente. Se puede decir que los noruegos de generaciones jóvenes, que se han criado con Internet, computadoras, videojuegos y música popular –medios en los que el idioma es el inglés–, son prácticamente bilingües.

Muchos jóvenes locales han hecho en su época escolar viajes de estudio a Inglaterra, donde han vivido con alguna familia inglesa para mejorar su conocimiento del idioma.

También la capacidad de adaptarse rápidamente a las nuevas técnicas ha demostrado ser muy importante igualmente en el campo de la música, donde todo se informatiza cada vez más.

La mundialización ha achicado el planeta y reducido las diferencias culturales entre los países, tal vez en mayor grado aún la cultura juvenil y popular. Un muchacho noruego de 13 años de edad ha visto las mismas películas y escuchado a los mismos grupos que uno de Shanghai o de Canadá.

Noruega no difiere tampoco en los contrastes entre la provincia y la urbe. Cuanto más moderna y perfecta se vuelve la sociedad primermundista, mayor parece ser la necesidad de fantasear acerca del viento, los bosques y el agua, como en las historias de la antigüedad y sus mitos.

En  la isla de Hadsel en el archipiélago Vesteralen, hay una pequeña ciudad que se llama Stokmarknes. No sólo es pequeña (tres mil habitantes), sino que mengua constantemente. Es curioso –o típico– que justamente esta ciudad haya dado nacimiento a uno de los grupos de rock más sofisticados en la actualidad: Madrugada. Uno que habla de aquello precisamente: de fantasear acerca del hombre frente al viento, los bosques y el agua, como en las historias de la antigüedad y sus mitos, con una atmósfera sonora de lo más hipermoderna.

 

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AMON DÜÜL

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EL AGORERO GERMANO

En los años sesenta, la revolución practicada por los jóvenes músicos que conformaban el incipiente rock alemán produjo agoreros grupos como Amon Düül, quienes representaron fuertemente el movimiento más teórico e intelectualista de aquel entonces e influyeron de manera significativa en los acontecimientos musicales posteriores de su país.

En 1967, se formó en Munich una comuna de músicos entre los que figuraron los jazzistas Chris Karrer, Ulli y Peter Leopold y Rainer Bauer. Dieron el nombre de Amon Düül a sus presentaciones concebidas como espectáculo multimedia. El apelativo combinaba el nombre de la divinidad egipcia y un término turco para la música.

Sus experiencias vitales y con las drogas psicodélicas les dieron un estilo que los identificó, de manera inevitable, como grupo underground. La ruptura de las leyes musicales y su falta de inhibición con respecto a la instrumentalización les ayudó a darse a conocer, sobre todo con la aparición que tuvieron en el festival de Essen en 1968.

La idea comunal de hacerlo todo juntos desapareció cuando Bauer y los hermanos Leopold incrementaron sus actividades políticas. El grupo se escindió y, mientras Amon Düül I producía su primer L.P., Chris Karrer fundó Amon Düül II.  El primero se disolvió en 1971 por diferencias musicales y personales tras la aparición de cuatro acetatos (Psychedelic Underground, Collapsing, Paradies Warts Düül, Disaster y otros singles).

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Por su parte Amon Düül II, fundado bajo el concepto de círculo de arte y comunicación, se integró originalmente con Johannes Weinzierl (guitarra), Falk Ulrich Rogner (bajo y órgano), Renate Knaup (voz), Shrat (violín y segunda voz), Dieter Serfas (batería, luego sustituido por Peter Leopold que se incluyó de nueva cuenta) y Chris Karrer (guitarra, sax y voz). La orientación musical del conjunto fue encauzada por su posición social y sus innovadores intereses musicales.

A fin de grabar su primer disco, el grupo se reforzó con el bajista Dave Anderson.  Así, en la primera mitad de 1969 apareció Phallus Dei (Sunset), una obra llena de improvisaciones que se erigió en un clásico de la psicodelia alemana. Al año siguiente, la banda acudió al estudio para realizar Yeti (UA/Liberty, 1970), un disco menos misterioso, más sencillo y melodioso, sin desplegar tanta agresividad como en los acetatos anteriores. Con éste se lanzaron a su primera gira continental y obtuvieron buenos resultados con el público y la crítica.

Para la grabación de Wolf City (UA/Liberty, 1972) hubo nuevos cambios de integrantes y con la producción trataron de deshacerse de su imagen underground con composiciones equilibradas y arraigadas en el art-rock. Su segunda gira europea fue grabada en ese 1972, aunque el L.P. apareció dos años después con el título de Live in London (UA/Liberty, 1974).

Tras otros cambios de personal, el grupo editó Vive La Trance (UA, 1974) bajo la consigna de tocar para el público y no para ellos mismos. Después de la gira promocional se disolvieron por problemas personales.

Un año más tarde intentaron el comeback respaldados por la disquera Lollipop y produjeron Hi Jack (1975), un disco que puso de manifiesto la crisis de identidad del grupo. Por ese tiempo su antigua compañía disquera sacó el L.P. Lemmingmania (UA, 1975), el cual contenía su producción de sencillos.

El mismo año, Amon Düül grabó Made in Germany (Lollipop), una rock ópera que constituía la visión del grupo sobre la historia alemana. En 1976, el disco Pyragony X (Lollipop) no sirvió tampoco para reencontrar el éxito de los años primerizos. De igual manera se puede calificar Almost Alive (Lollipop, 1977), L.P. que cultivó la música pero sin la fuerza mística que los había caracterizado.  Luego de un tiempo más de tumbos, el legendario Amon Düül vio el ocaso de su vida junto con la década.

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VIDEO SUGERIDO: Amon Düül II – phallus dei – DVD video, YouTube (ROCKDRUMMERFULL)

 

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PIRATAS Y ROCKEROS

Por SERGIO MONSALVO C.

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 ¡AL ABORDAJE!

El mar sigue yendo y viniendo con sus olas y mareas en su incesante servicio a los hombres. Se encuentra pleno de sus recuerdos y de los barcos que los han conducido a través de él. Éstos son como piedras preciosas que brillan en la noche de los tiempos bogando con sus redondeados cascos llenos de tesoros.

Han trasportado reyes y personajes con innumerables títulos, así como donnadies que querían ser algo en cualquier gigantesca aventura. Todos empeñados en ellas, con sus fulgores y esperanzas y en muchas otras, plagadas de oscuridades, de las que muchos jamás han vuelto.

Joseph Conrad, que sabía largamente del asunto, escribió que “los barcos son muy semejantes los unos a los otros y el mar siempre es el mismo, pero no hay nada misterioso para el marino fuera del propio mar, que es el amor de su vida y tan inescrutable como el destino”.

A su vez, otro enterado como Samuel Johnson explicó que un barco tiene la desventaja añadida de ponerte en peligro y que a “esos hombres a los que llega a gustarles la vida en el mar es porque no son aptos para vivir en tierra”. De ahí las fascinación que siempre han despertado cualquiera de sus historias, de sus andanza y de sus cantos.

De ahí que la literatura las haya recogido a lo largo de las épocas, con perlas surgidas de las plumas de Jules Verne, Robert Louis Stevenson, Emilio Salgari, Joseph Conrad, Herman Melville y tantos otros. Creadores de una narrativa que ha colmado la imaginación de millones de lectores.

Pero tales relatos, verídicos o ficticios, han saltado de sus páginas también a las pantallas cinematográficas y desde el comienzo de esta forma de arte hay películas cuya vinculación con el mar ha sido interesante, divertida y eterna.

No es el caso de Piratas del Caribe. Esa saga ideática fabricada por el actor Johnny Depp. Desde que se estrenó la primera entrega, La maldición de la perla negra (2003), ya se preludiaba el esperpento en el que se convertiría al estar fundamentada en un parque temático de Disney.

Pero no sólo por eso, las expectativas eran demasiado grandes dado el tiempo que había pasado desde la última buena película del género pirata y del de aventuras en general (la última de Indiana Jones ya quedaba lejos). Es decir, la espera por un pirata con carisma, digno y trascendente resultó en una decepción de tintes colosales, la cual crece con cada nueva entrega.

A pesar de la aplastante publicidad, propaganda y comercialización con cada una de ellas, no logran tapar su patetismo: un ridículo capitán con una espada sin filo hace que el encanto que pudiera despertar tal personaje en la imaginación se evapore; que la aventura naufrague en el aburrimiento y que, por primera vez en la vida, los niños sientan vergüenza con soñar en ser piratas.

Dicho fracaso tiene dos causas y la misma: Johnny Depp, como actor y como seleccionador de guiones. O sea que Jack Sparrow no sabe ni leer. Depp hace mucho que se bajó del tren que lo llevaría a convertirse en el actor que todos creían que llegaría a ser, incluso él mismo. El camino del exceso no lo ha llevado al palacio de la sabiduría, al contrario.

piratas y rockeros (foto 2)

 

 

Su persona es más citada por sus digresiones de nota rosa que por su obra artística. A cambio, un efecto colateral. Su amistad con rockeros y escritores se ha convertido en su mayor gracia. Y el mejor título y legado de la saga Piratas del Caribe no es fílmico sino sonoro, gracias a ello.

El nombre de las aventuras: Rogue’s Gallery y Son of Rogue’s Gallery. Dos enormes antologías de “baladas piratas, canciones sobre el mar y cantos marineros”, que son un auténtico tesoro en más de un sentido: cultural, testimonial, de aglutinamiento talentoso y una herencia más del rock al mundo que le ha tocado vivir.

VIDEO SUGERIDO: Gavin Friday: Baltimore Whores, YouTube (wolfgpunkt)

Así que olvidémonos del Jack Sparrow cinematográfico y concentrémonos en el Johnny Depp rockero, productor de discos, de alma musical, guitarrista amateur y con la capacidad (finalmente le queda alguna) para reunir en torno a sí a la gente adecuada para realizar un proyecto magno.

Del barco ebrio que era Depp en el 2006 y en compañía del director Gore Verbinski, que quizá también lo estaba, al fondo de un vaso de ron encontraron afinidades y gustos selectos: las canciones sobre el mar y las cantadas tradicionalmente por los marinos.

Finalmente estaban en eso, en narrar las aventuras de aquellos hombres turbios que preferían ser marginales, outsiders, oportunistas y arriesgados, en un tiempo en el que los imperios se repartían y expoliaban las tierras lejanas bajo su férula. ¿Por qué no beneficiarse con aquello también?

Y recordaban aquello de “Ladrón que roba a ladrón…” y se embarcaban en barcos de nombres épicos, dirigidos por capitanes que no lo eran menos, bajo la bandera de la calavera y los huesos o las espadas. Las promesas eran todas (tesoros, riquezas, estilos de vida diferentes), los resultados imprevistos.

Viajaban salidos de los puertos británicos y en el Océano Atlántico, islas caribeñas y Golfo de México, forjaban sus destinos (otros lo hacían en las aguas de Indochina), peleaban sus batallas y se enfrentaban con temor a un amor común: el mar.

Y entre una y otra cosa cantaban y contaban infinidad de historias, deseos, fantasías, experiencias tabernarias, prostibularias, portuarias, de mar y tierra adentro. Pagadas o no sus cuentas al porte de espadas, cuchillos, miembros amputados, pólvora y sabor a sal. Con esa sed eterna del marinero que regresa, cuando lo hace.

De eso hablaban Depp y Verbinski con una botella de ron semivacía y Johnny sacó no su espada blandengue sino su teléfono y marcó el número de un amigo rockero y éste le dio el nombre secreto: Hal Willner, el hacedor de milagros sonoros, capaz de buscar y extraer tesoros de todas las playas.

Willner ya lo había hecho con los tributos a Kurt Weill, Leonard Cohen, Nino Rota o Thelonious Monk o el cancionero de Disney o producido álbumes de William Burroughs, Allen Ginsberg o del mismísimo Lou Reed). Puros doblones de oro en el cofre de tal convocado.

Así que el añoso Hal escuchó la propuesta, se mesó la barba, escupió alguna maldición y se entusiasmó como un viejo capitán al que le ofrecen una nave, con artillería pesada, gran velamen y la posibilidad de armar la tripulación a su gusto y discreción. No habría límites entre el rock y el mar.

Entre el barco, un espacio angosto, opresivo y lleno de violencia −larvada y tangible− por un lado, y el mar infinito, por otro, está el tercer elemento en juego, los hombres y su eterna lucha entre el bien y el mal, azuzada por deseos insatisfechos e inconfesables o expresos y literales.

¿Y qué hacen éstos mientras tanto?: contarlo mientras cantan, de manera llana y lisa, cruda y aprehensiva o jocosamente. Todo este material reunido por los años y la trasmisión oral es estudiado por Willner, Depp y Verbinski, seleccionado y designado a los músicos pertinentes.

Es especialmente extraordinaria la dupla compuesta por Tom Waits y Keith Richards, quienes interpretan “Shenandoah” (una canción tradicional que se hizo popular entre los marinos a finales del siglo XIX), una melodía crepuscular que ilumina con su terror unas aguas que parecen tranquilas.

Pero igualmente extraordinarios son los retratos de aquello que componen voces reclamadas para el llevar a cabo el trabajo: Nick Cave (“Fire Down Below”), Gavin Friday (“Baltimore Whores”), Jack Shit (“Bonnie Was a Warrior”) y Jarvis Cocker (“A Drop of Nelson’s Blood”), en el primer y segundo volúmenes de Rogue’s Gallery (ese antiguo fichero policiaco con fotos y antecedentes de los criminales más buscados).

En ellas suena lo torturado de lo intrínsecamente maligno o melancólico, más víctima de tales sentimientos y experiencias que de las conclusiones cínicas de un mero desalmado. Los temas transmiten lo espontáneo sin imposturas, con humor negro (en ocasiones) y cargando las tintas cuando es necesario.

Y si en esa primera colección destacan además de los ya mencionados, Richard Thompson, Brian Ferry, Sting, Bono o Lucinda Williams, entre otros, que entreabren muy bien ese interior pirata poblado de zonas de sombra, también lo hacen, por otro lado, con su asoleada y atemorizante apariencia exterior.

Willner lo adorna todo con el fulgor de sus estrellas, sin esconder turbiedades. Todos están asociados en este avistamiento y abordaje y acaban compartiendo un vocabulario exclusivo, compuesto de historias, palabras y melodías.

Lo que acentúa su condición de triángulo (mar-barco-filibusteros) que encierra destinos entrelazados y llamados a enfrentar cualquier tormenta. Y lo hacen también en la segunda entrega (del 2013) denominada Son of Rogues Gallery.

 En los dos volúmenes que la componen hay cerca de 40 tracks en donde se dan cita nombres como Shane MacGowan, Robyn Hitchcock, Iggy Pop, Patti Smith, Michael Stipe, Dr. John, The Americans, Courtney Love o Todd Rundgren.

Todos ellos han venido a redimir los pecados pasados de Piratas del Caribe −y a aliviar los posibles futuros− con unas antologías fantásticas y llamadas a perdurar largo tiempo en la memoria.

Los músicos y productor mencionados, y todos los demás que las componen, no solo han sorteado la amenaza de ahogarse con Depp, sino que han mantenido la obra en general muy por encima de la línea de flotación, y al público atento a cuanto cantan, justo donde el mar se hace más profundo.

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VIDEO SUGERIDO: Son Of Rogues Gallery – “Shenandoah”, YouTube (antirecords)

 

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GARAGE/4

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EL APORTE DEL ROCKABILLY

Al comienzo de los años cincuenta, las baladas y los cantantes melódicos dominaban la escena estadounidense. Sin embargo, los adolescentes blancos estaban desesperados y dispuestos a oír una música que expresara cómo se sentían. Los negros contaban con el rhythm and blues.

En julio de 1954, Elvis Presley, a los 19 años, grabó «That’s All Right, Mama» y «Milkcow Blues Boogie». En esas legendarias sesiones en los estudios de la Sun Records, Elvis se detiene después de ocho compases de una versión hillbilly y dice al guitarrista Scotty Moore y al contrabajista Bill Black: «Alto ahí, amigos, esto no me conmueve.Vamos a clavarnos de verdad en esto». En ese momento deja de ser el cantante country sometido a la delicadeza del gusto blanco, y se trasforma en el histórico Elvis, conectándose al ritmo que bullía por todo el bajo fondo sureño estadounidense.

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El rockabilly era música country (de extracto hillbilly y bluegrass) mezclada con el temprano rock and roll de Bill Haley —calcado del rhythm and blues de los artistas negros—. Era un estilo acústico novedoso, de guitarras veloces, inéditas, ansiosas; con un ritmo nervioso, distintivo y minimal en la batería y acentos en el beat remarcados con un singular contrabajo (el llamado string bass) tocado con la mano abierta.

Uno o más de sus elementos se utilizarían a lo largo del desarrollo del rock con más o menos énfasis, dependiendo de la corriente a la que pertenecieran. El rock de garage ha retomado los tres en algunas de sus subdivisiones, electrificándolos, matizándolos y elevándolos a la categoría de característicos o como parte de su conglomerado musical.

Técnicamente, el sonido se caracterizaba, además, por un generoso uso del eco, que habían implementado los precursores de la producción de sellos independientes: Sam Phillips con Sun Records y Leonard Chess con Chess Records, quienes propiciaban lo acústico «hecho en casa».

Esa música, el rockabilly, fue lanzada por pequeñas compañías independientes y se convirtió en fortísima competencia para los editores y cantantes tradicionales. La llegada del disco de 45 RPM en sustitución del de 78 facilitó todo eso.

Los adolescentes del primer lustro de los cincuenta no estaban dispuestos a aceptar la música de sus padres. El rockabilly les sirvió de estimulante Ya tenían estrellas de cine con quienes identificarse: James Dean, el rebelde sin causa, víctima de la incomprensión adulta; y Marlon Brando, el motociclista vestido con chamarra de cuero negro y pantalones vaqueros de la película El salvaje, estrenada en 1953, donde le preguntaban: «¿Contra qué te rebelas?» Y él decía: «Respóndete tú mismo; digas lo que digas, acertarás».

Gene Vincent, con «Be Bop a Lula», alcanzó el número 9 de las listas de popularidad en 1956. Él y su grupo The Blue Caps se convirtieron en toda una atracción. A la mitad de la década, los jóvenes querían una música que fuera estridente y rítmica, con un ritmo que pudiera marcarse con el pie y permitiera bailar. Se buscaba el regocijo transitorio, escapar de la monotonía de la vida cotidiana y de las sombrías perspectivas de un futuro que no ofrecía posibilidades de cambio.

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 Sin embargo, la fatalidad le permitió al rockabilly sólo cinco años de vida como tal. Hacia finales de los cincuenta, Gene Vincent tuvo un accidente automovilístico y quedó tan lesionado que no volvió a ser el mismo; igual le sucedió a Carl Perkins. Elvis Presley fue llamado a filas y ahí terminó su época rebelde. Buddy Holly falleció en un avionazo y Eddie Cochran murió al estrellarse en su coche.

Ésta sería parte de la primera gran crisis en la historia del rock and roll. Sin embargo, el legado del rockabilly ahí está, tan fresco como el primer día y si no que lo cuente Brian Setzer, su gran revivalista de los años recientes.

El rockabilly fue la gran aportación blanca a la mezcla que significó el rock and roll.

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VIDEO SUGERIDO: Eddie Cochran – C’mon Everybody, YouTube (HOPSEFLOPSE)

 

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“BACKSTREETS”

Por SERGIO MONSALVO C.

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 LIVE

Su voz lo convirtió en el que manda. Aquélla se levantó, desesperada, cuando en los primeros escarceos con un estudio de grabación éstos se saturaban en una caótica cacofonía en ebullición, y entonces él elevó la propia, la suya, por encima de aquello para hacer callar el desorden e indicar la meta a conseguir: el clímax sonoro y el ansia por relatar lo fraterno. Sus compañeros de aventura (la E Street Band) lo nombraron The Boss (“El Jefe”), y así quedó grabado, aunque él no lo quisiera ser.

Por eso las emociones, los sentimientos, incluidos el de la empatía y la solidaridad, son elementos que están sujetos a su arte y le dan credibilidad. Es uno de los contadísimos artistas a los que basta citar por su apodo para evocar su presencia y sentirse reconfortado, sin necesidad de decir su nombre.

Porque tras escuchar sus canciones uno siente que no puede renunciar a ninguno de sus sueños particulares. Y a algunos realmente nos ha salvado la vida cuando nos ha hecho sentirnos destinatarios del mensaje preciso, con un camino por el cual echar a andar, a pesar de que las cosas se vean por demás torcidas.

Su compañía, como la de un amigo, hará que sepas que merece la pena intentarlo de nuevo una y otra vez y pagar el precio de ser necesario.

En su canto maneja dolores y experiencias, pero en cada una de sus piezas siempre cabrá la honestidad para sus personajes en ese viaje de aventuras sembrado de calamidades que es la vida de hoy y de siempre.

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