De tal escuela forjada por una agrupación como Deep Purple salieron puros líderes o líderes puros, quienes primero dentro y luego por su cuenta desarrollaron estilos para la evolución del subgénero. Por sus filas pasaron varios de los guitarristas más destacados en la historia del rock, como Ritchie Blackmore y Steve Morse.
Blackmore, fundador y cabeza en algún momento, entró y salió de la formación tantas veces que ya no se cuentan, impuso su sello ahí, en el comienzo, y luego lo mantuvo en otras etapas: el uso abundante de su instrumento le otorgó un carácter mayor y al mismo tiempo más bombástico a las piezas.
Éstas, en conjunto, hablan de mundos evolucionados con mitos e historias, como el que da título al disco y que está basado en un manuscrito del siglo VI atribuido al poeta Taliesyn.
BOOK OF TALIESYN
DEEP PURPLE
(Harvest Records)
Con la presencia de Blackmore, en esta época dorada, los temas formaron unidades indisolubles (“Wring That Neck», “Kentucky Woman”, el medley “Exposition”, «Shield» y “Anthem», entre ellas).
El músico creó con su guitarra una motivación fabulosa, viva y en peregrinación ininterrumpida hacia los oídos pasmados de los escuchas. Sus riffs están labrados en oro en el Arcano rockero.
Personal: Ritchie Blackmore, guitarra principal; Jon Lord, órgano y teclados; Rod Evans, voz; Ian Paice, batería; Nick Simper, bajo. Portada: Creada por el ilustrador y autor John Vernon Lord.
[VIDEO SUGERIDO: Deep Purple – Listen, Learn, Read On, YouTube (Timaeus1)]
El carácter incidental de la mayoría de las fotografías, sobre todo de las tomadas en serie durante los conciertos musicales, es evidente. No obstante, el medio guarda muchas sorpresas y variaciones. Es cierto que la mayoría de las fotos de este tipo son superficiales, serviles ante la imagen del artista, de la manía, la moda del momento o para satisfacer sólo las expectativas.
Sin embargo, también hay otras imágenes, las que con base en impresiones efímeras invitan a un viaje a través del tiempo. La fotografía, así, y su consecuencia devuelven el gesto a la memoria humana para registrar experiencias, tanto de carácter físico como del psíquico, individual o colectivo.
Para seleccionarlas hay que atender por lo menos a una de tres consideraciones: la calidad de la foto, la importancia del artista retratado y la representatividad de la obra con respecto a su época. Es raro encontrar retratos reveladores con más de dos de dichos elementos, pero existen las excepciones. Y eso le proporciona a la imagen su carácter inmortal.
Las fotos que trascienden arrojan luz sobre un momento importante o sobre un aleteo casi imperceptible del alma humana, en este caso a través de su expresión musical. El fotógrafo que busque eso debe mantener la realidad a distancia, evitando enredarse en sus accidentes para a la larga zambullirse en brazos de lo real. En eso consiste su tarea y cuando lo consigue se consagra.
Como en el caso de la portada del disco London Calling del grupo británico The Clash, cuya imagen fue tomada por la fotógrafa Pennie Smith para luego ser diseñada por Ray Lowry. Tal fotografía muestra a Paul Simonon (el bajista del grupo) golpeando su instrumento contra el escenario, en el teatro Palladium de Nueva York el 21 de septiembre de 1979 (durante la gira Clash Take the Fifth por la Unión Americana). Ha sido reconocida como la imagen emblema del punk y se considera, hasta estos momentos, como la mejor foto de la historia del rock.
Fue elegida como la mejor imagen del Rock & Roll de todos los tiempos mediante un sondeo realizado por la revista británica Q en la que participaron los 100 mejores cronistas de la especialidad y fotógrafos de todo el mundo. En un principio, ni Simonon ni la fotógrafa quisieron incluir la foto como portada, esta última argumentando que no era una imagen técnicamente buena. A pesar de ello, Joe Strummer –el sensible vocalista y compositor de la banda– los convenció a ambos para incluirla.
Hoy, el editor de la mencionada revista, Paul Du Noyer, pone en la mesa los porqués estéticos de la elección: «Esa foto trasmite gran emoción, es una imagen clásica y captura el momento cúspide del Rock & Roll: la pérdida total del control».
Paul Simonon, a su vez, ha recordado aquel instante: «Nuestra presentación había estado bastante bien. Todo el trabajo que habíamos realizado y todas las ideas que habíamos tenido se manifestaron clara y contundentemente en cada canción. Lo que emitíamos y la atmósfera que se creó con ello eran un sola cosa. Fue ahí cuando me invadió un sentimiento indescriptible que no me pude explicar. Así que ante lo inexplicable reaccioné de esa manera (destrozando el bajo). Mucho tiempo después –con más edad y conocimientos– caí en la cuenta de que aquello había rozado lo sublime y sin quererlo fui consciente de eso mientras participaba del fenómeno. Fue la única vez que rompí un instrumento en el escenario”.
La guitarra destrozada (una Fender Precision) fue recuperada y ahora se encuentra en la exposición permanente del Museo del Salón de la Fama del Rock and Roll, en Cleveland, Ohio. La imagen de dicho instante, captada por Pennie Smith, quedó para siempre fijada en la portada del tercer álbum de estudio del grupo: London Calling.
Smith era una conocida fotógrafa londinense que se especializaba en la fotografía musical en blanco y negro. Había estudiado artes plásticas y gráficas en la Twickenham Art School al final de los sesenta. En 1969 comenzó a colaborar en la revista Friends junto al crítico y periodista Nick Kent. Realizó sesiones fotográficas con decenas de rockeros (Rolling Stones, The Who, Iggy Pop, entre ellos). Se mantuvo en dicha publicación hasta 1972 y su trabajo mayor fue la cobertura de la tour del año 70 del Led Zeppelin.
A la postre montó su propio estudio y sus fotos han aparecido regularmente en el prestigioso periódico New Musical Express (hoy sólo on line). Gran parte de su portafolio ha sido exhibido en el Museo de Brooklyn, en los Estados Unidos y la famosa foto de la portada de Clash fue elegida por el correo británico en el 2010 para conmemorarla como estampilla.
En lo que corresponde a la portada misma, el diseño corrió a cargo de Ray Lowry, un emérito ilustrador y cartonista satírico (nacido en 1944 en Salford, en el Reino Unido), cuyo bagaje se remite a sus periódicas colaboraciones con publicaciones underground como Oz e International Times durante los sesenta, y en las siguientes décadas en The Guardian, Private Eye, Punch y el mencionado New Musical Express, entre otras (tarea que llevó a cabo hasta su muerte en el 2008). Su obra gráfica desde entonces puede verse en la See Gallery de la localidad de Rossendale.
Su apego al rockabilly de los años cincuenta y la publicación de biografías como la de Gene Vincent y Eddie Cochran, a través de la técnica del comic, lo conectaron directamente con la emergente escena punk de la que se hizo seguidor y amigo de sus más destacados representantes. Relación que llevó a Joe Strummer, de The Clash, a pedirle que diseñara la portada de su disco London Calling.
Para comenzar, Lowry tomó la misma tipografía del álbum debut de Elvis Presley como homenaje a aquél y para conectar su espíritu con el de Clash. Convenció, junto con Strummer, a la fotógrafa y al bajista de los méritos de la imagen y al amalgamar ambas cosas consiguió una obra imperecedera.
Asimismo, la crítica musical a nivel internacional suele considerar a London Calling como uno de los mejores álbumes de la historia del rock. De hecho la revista Rolling Stone lo calificó en su famoso canon como el mejor de los discos aparecidos en 1980 en los Estados unidos, y como el octavo mejor de la historia del género. Y como ya hemos visto, los ingleses por su parte le han otorgado también muchos méritos a su diseño artístico.
El año 1979 fue definitivo para conocer los avances de Clash en el aspecto musical, tras tres años muy movidos y un par de álbumes exitosos desde su fundación. Lo cual se dio con el lanzamiento del disco London Calling, con Guy Stevens en la producción. Éste tuvo lugar el 14 de diciembre de aquel año.
La primera canción que se grabó, sin que Clash lo supiera (pensaban estar calentando motores apenas), fue “Brand New Cadillac”. Con ella mostraron que tenían el derecho a vestirse como verdaderos rockeros. Quizá porque lo eran.
También aparecieron para reforzar el impacto tracks como el que dio nombre al disco, más “Spanish Bombs” y “Lost in the Supermarket”. Se trató de una obra que se puede escuchar siempre con la misma emoción. Fue un álbum doble en una funda sencilla: Clash se negó a hacerle pagar más caro al público, aunque les resultara contraproducente y la compañía les chillara por ello.
Y luego vinieron las giras por los Estados Unidos: “Pearl Harbor 79” y “The Clash in America”. En medio, la publicación del EP The Cost of Living, que lanzó como sencillo un cover de “I Fought the Law”, de The Bobby Fuller Four. Durante tales tours invitaron a los hombres a quienes les admiraban algo musicalmente: Bo Diddley, Sam and Dave, Lee Dorsey, Screamin’ Jay Hawkins, Vince Taylor… todos se subieron al escenario con (o antes de) ellos. Y así el año se les fue rápido.
Con London Calling, el grupo se instaló en forma definitiva en la historia de la música. Su adquirida sofisticación en los estudios de grabación no embotó su fuerza en absoluto. Todas las canciones compartieron madurez de visión y consistencia de carácter.
El grupo había partido al rock por la mitad y lo había vuelto sobre sí mismo, expuso sus respuestas fáciles a preguntas tendenciosas y creó la necesidad de enfrentar con atención toda la cultura popular. Las ideas acerca de cómo llegar de un sitio a otro dentro del rock fueron suspendidas y reacuñadas, a petición del London Calling (un título referencial de la historia británica).
[VIDEO SUGERIDO: The Clash – London Calling, YouTube (theclashVEVO)]
¿Qué es un lugar sagrado? Es lo que uno como mortal común se cuestiona en primera instancia. Y los mortales comunes, como tales, “sabemos” lo que es un lugar sagrado siempre y cuando no nos lo pregunten, por lo cual conviene rebuscar en el ático de nuestra cabeza “eso que sabemos”, pero que al parecer estaba escondiéndose, para volverlo a entender.
Ajá. Y helo aquí: Un lugar sagrado es aquel sitio al que se puede ubicar geográficamente y que es importante por lo que representa, por su valor emotivo, tanto para una congregación religiosa como para una comunidad espiritual. En el primer caso, puede ser un santuario, un templo, un altar, un cementerio o un lugar en la naturaleza, entre otras cosas.
Para los seguidores del rock and roll, que es una comunidad espiritual, lugares sagrados son aquellas construcciones en las que un artista trascendente del género, de su cultura, ha vivido, se ha puesto a componer o se ha presentado a actuar. Un lugar sagrado para esta comunidad es la casa de nacimiento, el club, el bar, el auditorio o el estadio, donde se presentó en alguna ocasión remarcada.
Pero también lo son los estudios de grabación, donde se trabajaron y fijaron obras representativas; donde otros músicos, conocidos o no, colaboraron en la confección de tales obras (a veces una sola canción); donde un productor talentoso o iluminado hizo brotar al genio de la lámpara, o donde tanto la tecnología como la atmósfera crearon el momento propicio para que emergiera el arte.
Son ubicaciones variadas a lo largo y ancho del mundo que se convierten en tabernáculos emocionales para los seguidores, o en centros de peregrinaje para los músicos que quieren recobrar ahí alguna rememoranza o encontrar alguna respuesta o canalización a sus inquietudes estéticas de ese instante artístico.
Uno de esos lugares es Muscle Shoals, en Alabama, que posee todos los elementos de un santuario, incluyendo el fluir del agua bendita (el río Tennessee) y un templo (los estudios FAME) donde se han producido milagros musicales a través de diversas épocas. El primero de ellos fue la llegada de su fundador (Rick Hall) y el posterior encuentro con su apóstol inicial (Arthur Alexander).
Con éste comenzó la producción de una larga cadena de pequeñas maravillas que fueron haciendo crecer la leyenda dentro de otra leyenda. Digamos que todo comenzó con los cherokees, mucho antes de llegada de los colonos y sus infamias. Dicha tribu contaba una historia que se dio en un tiempo más allá del tiempo en aquella tierra.
Había nacido ahí una princesa producto de la unión de la Luna con el río (Tennessee) y era tan feliz viviendo en aquellos lares, rodeada de fabulosos árboles de cedro y ciénegas, que el lugar florecía y era bello como ningún otro. Un día paseaba entre tal fulgor y se encontró de repente a un guerrero cherokee tendido sobre la tierra. Estaba herido e inconsciente.
Sintiendo pena por él se dedicó a cuidarlo día y noche cantándole canciones que le ayudaban a curar sus heridas y a sentirse mejor. El guerrero sanó, la princesa y él se enamoraron y vivieron felices para siempre en esos parajes. Y no sólo. Se instalaron en la leyenda y ella cantaba por las noches a través del agua del río para acompañar a la tribu y confortarla cuando era necesario.
Hasta ahí llegó Rick Hall para instalarse también y para materializar su sueño de producir bella música. La emanada del aquel río que alimentaba la zona lo atrajo, luego de un andar pesaroso por la vida (infancia pobre y traumática, padres disolutos, marginación, alcohol y desorientación), para edificar un mínimo estudio de grabación, con los ahorrros logrados por sus composiciones, y crear un sonido especial.
Lo hizo. Comenzó al principio de los años sesenta, como ya dije con Arthur Alexander y su canción “You Better Move On”, al que siguieron infinidad de grupos y solistas que volvieron famosos a aquellos estudios FAME y a sus músicos sesionistas y los elevaron a todos a la categoría de leyenda, por lo conseguido en sonoridad, en atmósfera y en el éxito resultante y trascendental en el tiempo y en el espacio.
En dicho lugar se creó el southern soul, en un clima de colaboración entre músicos negros y blancos en medio de una tierra salvaje y racista hasta lo indecible, como era y es Alabama (“Segregación ahora, segregación mañana, segregación para siempre”, dijo uno de sus peores gobernadores). Rick Hall lo logró y cada pieza realizada ahí cuenta con una historia apasionante en muchos sentidos.
Una breve lista de quienes pasaron por el lugar y algunos de sus tracks, puede brindar una idea de lo que ahí se cocinó: La mencionada “You Better Move On” y Arthur Alexander, “Fortune Teller” de Del Rays, “Tell Mama” de Etta James, “I Rather Go Blind” de Spencer Wiggins.
Asimismo estuvo la confección del disco de Aretha Franklin que contenía la canción “Respect”, y los temas “Sweet Soul Music” de Arthur Conley, “Mustang Sally” de Wilson Pickett, “You Let the Water Running” de Otis Redding o la inconmensurable “When a Man Loves a Woman” de Percy Sledge, entre muchas otras.
Rick Hall transformó aquel sitio en un lugar de peregrinaje, en un tabernáculo, donde los hombres se transformaban (de botones de hotel, camioneros o meseros) en artistas. En los estudios Fame, que dirigió, se definió uno de los profundos cánones del soul, un género, que bajo el brío de una sección de metales asombrosa (Muscle Shoals Horns) y el de una sección rítmica sublime (The Swampers), todo fue corazón y elegancia.
Hall murió el 2 de enero del 2018, pero su contribución a la música es histórica, testimonial y legendaria. Esto dijeron los obituarios sobre él: “La historia de la música norteamericana no sería la misma sin los estudios FAME, todavía abiertos, registrando grabaciones de The Black Keys, Bettye LaVette, Drive By Truckers, St. Paul & The Broken Bones, The Soul Sisters o el último disco del también fallecido Gregg Allman, Southern Blood”.
En la temática del rock el crimen de género ha sido un asunto recurrente en su ficción lírica. Basten algunos ejemplos para corroborarlo: “Hey Joe” (una canción que popularizó Jimi Hendrix), “Used to Love Her” (de Guns n’Roses) o “Too Much Blood” (de los Rolling Stones).
Sin embargo, de facto, tal homicidio cometido por parte de rockeros (incluyendo a los del heavy metal más extremo) ha sido muy escaso y con muestras muy señaladas, como salvedades: el de Nancy Spungen a manos de Sid Vicious, el de Lana Clarkson por Phil Spector, y el de Marie Trintignant por Bertrand Cantat, entre los más destacados.
Señalo éstos porque tienen elementos en común: tuvieron como víctimas a sus mujeres, hubo drogas y alcohol de por medio y las sentencias fueron por asesinato involuntario, sin premeditación: sex & drugs & rock & death.
Ello plantea la pregunta de cómo llega un hombre así a convertirse en asesino. La cuestión puede ser investigada en un estrecho marco psicoindividual. El hecho no es consecuencia del tópico sobre “la condición maligna del ser humano per se”, sino un súbito proceso de transformación que se produce a causa de traumas, debilidades, deseos, fantasías y miedos de la persona, así como de las cargas y desafíos particulares de su medio ambiente.
«Nunca he estado al borde de asesinar a nadie, pero, a pesar de ello, puedo describirlo, quizá porque a menudo el asesinato es una extensión de la ira, una extensión que llega a la locura, temporal o permanente«, escribió Patricia Highsmith en el libro Plotting and Writing Suspense Fiction, una autora que sabía de lo que hablaba.
El caso del francés Bertrand Cantat tipifica lo anterior y a la vez produce escalofríos por su abierta y eterna posibilidad. Cantat fue durante la década de los noventa el líder, cantante y compositor del mejor y más popular grupo galo de rock de entonces: Noir Désire.
El cuarteto había sido fundado a mediados de los años ochenta por él y un trío de compañeros de la escuela, en Bordeaux, Francia. En sus inicios Cantat mostró sus influencias de foma manifiesta: MC5, The Gun Club y The Doors (principalmente por la personalidad escénica de Jim Morrison).
Su primera grabación apareció en 1987 y fue un EP con seis piezas titulado Où veux-tu qu’je r’garde? (¿Dónde quieres que mire?, en su traducción al español), que los daría a conocer a nivel local. Con su siguiente producción, Veuillez rendre l’àme – à qui elle appartient (Por favor, entregue el alma a quien le pertenezca), llegaría el éxito internacional y las giras, que se extenderían hasta Rusia. Ahí Cantat sufrió un desmayo a causa del daño que ya padecía su garganta debido a los gritos y aullidos que lanzaba constantemente al interpretar las canciones.
A pesar de ello continuaron trabajando y en los años siguientes aparecieron Du ciment sous les plaines (Cemento bajo las llanuras) y Tostaky (título que en realidad es la contracción de la expresión “Todo está aquí”, sacada del idioma español).
En dichos álbumes, sobre todo el último, concentraron sus manifiestos musicales rockeros, cargados de dureza, electricidad, oscuridad, y rispidez, que estaban conectados con la espesura de sus (influyentes) sonoridades (The Velvet Underground, Clash, Sex Pistols o los mencionados Doors, entre los foráneos; Eiffel, Louise Attaque o Saez, entre los domésticos). Tales sensaciones se hacieron extensivas a sus actuaciones en vivo.
En 1994 lanzaron al mercado Dies Israe (que en latín quiere decir “El día de la Ira”) que es el material con el que emprendieron una gira, tras la cual el cantante se sometió a una primera operación de las cuerdas vocales. Para compensar la ausencia escénica publicaron una antología llamada Compilation. Y luego decidieron tomarse un descanso prolongado.
Retornaron a la actividad un par de años después con cambios de personal y un nuevo disco (666.667 Club), que levantó ámpula por sus polémicas canciones sobre la situación social en Francia. A dicho álbum lo acompañó una gira, tras la cual nuevamente el cantante fue sometido a otra operación. Mientras el grupo esperaba su recuperación decidió publicar un disco de Remixes, One Trip/One Noise, con la mezcla de sus tracks representativos hasta el momento a cargo de jóvenes bandas francesas.
[VIDEO SUGERIDO: Noir Désir – One Trip One Noise, YouTube (Eisenherzt]
Posteriormente, al fin del siglo XX editaron un álbum triple recopilatorio de su carrera, Long Box, y al comenzar el nuevo siglo grabaron un nuevo álbum de estudio: Des Visages, Des Figures (Rostros y figuras, 2001) con una gran cantidad de artistas invitados y cambios de tonalidad, en favor de temas más melodiosos y producciones más cuidadas que les atraerán el favor popular.
No obstante el cambio de tono, Noir Désir no lo hizo en lo profundo, en lo poético que siempre se había caracterizado por una lírica bien escrita, a cargo de un Cantat que evidenciaba sus lecturas, uso del lenguaje y referencias culturales, para ofrecer un material en evolución de gran fuerza y riqueza, combinando, además, los idiomas a discreción (inglés, francés y español), según lo requirieran las letras.
Su contexto, por otro lado, lo mostró como un grupo involucrado en el compromiso social, no como pose publicitaria (como hacen tantos otros) sino como militancia en contra de algunos males de la actualidad en el mundo: el capitalismo salvaje, el fascismo corriente, la manipulación mediática, la intolerancia derechista, las enfermedades virales, el colonialismo chino o a favor del indigenismo, con presentaciones e iniciativas tanto fuera como dentro de su país.
Debido a eso resulta incomprensible en una primera instancia el asesinato cometido por Cantat en el 2003. Ello sucedió en Lituania mientras su novia, la actriz Marie Trintignant participaba en una película rodada en la localidad de Vilna. Bertrand la acompañaba en tal viaje cuando descubrió en el teléfono celular de ella los mensajes de alguno de sus anteriores esposos (había estado casada varias veces).
Discutieron, pelearon y él terminó golpeándola bárbaramente, ella entró al hospital en estado de coma y al cabo de algunos días murió a consecuencia de la paliza recibida. Él fue condenado a sólo ocho años de prisión gracias a los malabares de sus abogados. El andar del grupo, obvio, quedó en receso, aunque en los siguientes dos años sacaron a la luz Noir Désir en public y Noir Désir en images, álbum y DVD dobles con los materiales en vivo de su última gira.
Un crimen así, bestial, lejos de cualquier previsión en un tipo “normal”, comprometido con la música, con la escritura y con las causas sociales, en lugar de afirmar las fronteras estabilizadoras del mundo, las hacen permeables; en lugar de restablecer modelos de conducta, los deshacen; en lugar de destruir la perplejidad sobre hechos semejantes, la aumentan.
En este punto volvemos a las preguntas iniciales: ¿Cuál es, pues, la diferencia radical entre la persona que mata y la que no lo hace? ¿Cómo llega alguien a convertirse en asesino? Según los estudiosos, el homicidio surge de la intensidad de los deseos de muerte que coexisten junto a nuestras emociones vitales, del mismo modo que el odio y el amor conviven dentro de nosotros.
El homicidio es parte de nuestra humanidad y tiene su razón de ser y su raíz en emociones humanas. Este aspecto frágil de nuestra conducta es el que hace a muchos de nosotros más capaces de matar de lo que imaginamos.
La personalidad de un asesino carga un verdadero torbellino de emociones almacenadas; cuando estas emociones, reprimidas generalmente, son provocadas, avivadas, agitadas o activadas, la persona, sobre todo si se encuentra en un estado particular de excitación o de frustración, se vuelve violenta. Y de ese modo una persona, en apariencia normal y equilibrada, es poseída de pronto por el impulso de matar.
El de este personaje, Bertrand Cantat, es un ejemplo de thriller real, con una visión psicológica que sabe que las acciones humanas se determinan de maneras múltiples. En este caso la normalidad constituye la situación en el punto de partida, pero resulta engañosa y ya no se resuelve con la salida de prisión, no vuelve a restablecerse, al contrario, crea nuevas perspectivas, menos optimistas y sí más inquietantes.
El 15 de octubre del 2007 Cantat salió de prisión bajo palabra, tras cuatro años de “comportamiento modélico”, con las condicionantes de no hablar en público de su caso y de someterse a medidas de control psicológico durante un año. Al año siguiente Noir Désir publicó gratuitamente dos nuevos tracks en su página Web: «Gagnants/Perdants» (Ganadores/Perdedores) y una versión del emblemático tema de la Comuna de París, «Le temps des cerises» (El tiempo de las cerezas).
Todo parecía ir viento en popa para el grupo, sin embargo, El 10 de enero de 2010, la primera exmujer de Cantat, Kristina Rady, con quien tuvo dos hijos, se suicidó ahorcándose en su habitación mientras él dormía en la misma casa (presuntamente por los malos tratos que recibía de él). A fines de ese año los demás miembros del grupo anunciaron el fin de la banda (luego de tres décadas de existencia), debido a diferencias “emocionales, humanas y musicales” con su cantante y compositor. Bertrand Cantat continuó su carrera como solista.
En octubre de ese mismo año este último volvió a subirse, por fin, a un escenario, para colaborar con los también franceses Eiffel en un concierto. Luego su grupo se desbandó y la prensa gala anunció que preparaba su vuelta definitiva a la música con un proyecto en colaboración con 16 Horsepower.
Aunque el estilo politizado y combativo de Noir Désir contrastara con el de 16 Horsepower, formación de country folk estadounidense con raigambre religiosa y popular. A la postre apenas hubo colaboración entre ambos pero nada definitivo y Cantat optó por la carrera como solista y compositor para otros músicos y otras disciplinas como el cine, la televisión o el teatro en la que ya preparaba una trilogía sobre Sófocles.
Desde entonces había editado un disco bajo su nombre, Corazones (2011), en el que contó con varios cantantes invitados de la escena musical francesa.
Sin embargo, su reinserción se ha topado con la pared de los tiempos que corren. En el 2018 tenía previsto hacer una tour dentro de Francia con el material de su reciente álbum como solista, Amor fati, del 2017, pero los organizadores de dos festivales, Les Escales de Saint-Nazare y Les papillons de nuit, lo borraron de sus carteleras tras la presión social de más de 70 mil personas que firmaron una petición para pedir su retiro de tales eventos afirmando que la participación de Cantat en esos conciertos “banaliza y avala la violencia de género”.
Al mismo tiempo, él argumentó que tenía “derechos” como cualquier ciudadano tras haber “purgado su pena”. No obstante terminó aceptando la realidad y renunciando a su participación en dichos festivales: “Para poner fin a todas las polémicas y acabar con las presiones sobre los organizadores”. En el anuncio también criticó a los medios que se habían “apoderado” de su historia para “deformarla e instrumentalizarla hasta el exceso”.
La decisión de Cantat ha recibido respuestas muy diversas, a favor y en contra. El hecho se podría resumir en el fragmento de un texto escrito por la periodista francesa Anne-Sophie Jahn, sobre los excesos de las estrellas de la música: “Puede que sea porque Francia no es Estados Unidos, que gusta de perdonar a sus héroes caídos. Puede también que sea el momento, en pleno auge del movimiento feminista que en Francia ha tenido un especial eco. O que, sencillamente, su crimen sea demasiado terrible como para borrarlo, así como así”.
[VIDEO SUGERIDO: Noir Désir – Le Grand Incendie, YouTube (Eisenherzt)]
Con Living the Blues sigue el boogie en el Canned Heat (con Dr. John como invitado). Es su tercer disco. Esta vez la “identidad” del estilo se desbordó en una mitad del álbum doble, la cual estuvo enteramente consagrada a una versión interminable de “Refried Boogie” en vivo, una especie de celebración pagana al dios del blues al estilo de Bob Hite.
No obstante, la gran revelación fue sobre todo el florecimiento de la personalidad de Alan Wilson en la armónica, que compone y canta (con voz frágil, aguda e irreal) “Going up the Country”, uno de los dos mejores títulos del grupo.
LIVING THE BLUES
CANNED HEAT
(Liberty)
“Going up the Country” es un himno ecologista que vuelve a aparecer, ya consagrado, en el soundtrack de la película Woodstock un año más tarde. Bob Hite, por su parte, como cantante titular, encarna al personaje vividor, burlón, sólido y lleno de espíritu que representa al grupo.
Personal: Bob Hite, voz; Alan Wilson, guitarra slide, voz y armónica; Henry Vestine, requinto; Larry Taylor, bajo; Adolfo de la Parra, batería. Dr. John reaparece como pianista y arreglista de los alientos; Jim Horne, flauta; Joe Sample, piano. Portada: sin referencias.
[VIDEO SUGERIDO: CANNED HEAT – ONE KIND FAVOR, YouTube (HAAKIE48)]
Bob Hite, “The Bear” (sobrenombre debido a su parecido físico y vocal con un oso grizzly), era uno de esos fanáticos del blues dedicados a la eterna búsqueda de álbumes antiguos, y su única ambición en la vida, como coleccionista, era la de poseer su propia tienda de discos.
Ganaba unos cuantos dólares como empleado en una, lo cual le permitió conocer a otro fanático del blues: un muchacho apasionado, tímido y barroso que desde hacía algún tiempo tocaba la guitarra, el cual se sentía solo e incomprendido en un mundo donde un purista del blues era obsoleto. Se llamaba Alan Wilson, apodado “Blind Owl”, el Búho Ciego, debido a su mirada vidriosa escondida detrás de unos gruesos cristales.
Poco tiempo después, en 1965, «El Oso» y «El Búho» fundaron en Los Ángeles, California, al grupo Canned Heat, “Calor Enlatado”. En el inicio fue un trío acústico, una jugband, con el baterista Frank Cook, Al Wilson en la guitarra y la armónica y Hite en los rugidos. Un año más tarde completaron al grupo el bajista Larry “The Mole” Taylor y el guitarrista Henri “Sunflower” Vestine (un ex Mothers of Invention), cuya colección de discos de blues era tan profusa como las de Hite y Wilson.
En Canned Heat, los músicos unieron sus conocimientos sobre la cultura musical negra para dar forma a un estilo que se extendió por los géneros ligados a la tradición del blues y se consagraron a perpetuarlo. Sus adaptaciones se revistieron de un carácter de plenitud único.
BOOGIE WITH CANNED HEAT
CANNED HEAT
(Liberty)
El primer disco oficial del grupo (Canned Heat, Liberty, aparecido en 1967) contiene un pequeño éxito que los da a conocer: una versión de “Rollin’ and Tumblin’” en la que la guitarra slide del Búho ya hace maravillas. Debido a ello Canned Heat forma parte, entonces, del célebre Festival Pop de Monterey, el primer gran festival de rock de la historia.
A través de él son descubiertos por el gran público. El grupo es bien aceptado por una generación de jóvenes a los que el blues les llega por primera vez de esta manera.
Luego de ello, en 1968, Adolfo “Fito” de la Parra, el baterista definitivo del grupo, reemplaza a Cook y con él en los tambores sale Boogie with Canned Heat, su primer gran logro artístico en el que la identidad “boogie” se revela claramente. En “On the Road Again”, un tema que se volvió clásico, aparece uno de los solos más sublimes de la armónica en la historia del rock. El Búho produjo una joya con esta pieza.
Era boogie, sí, pero un boogie de una refinada delicadeza, al igual que “An Owl Song”, contrapartes de la pesadez en la guitarra de Henri Vestine y del espíritu grueso y cervecero del Oso, en las otras canciones.
Personal: Bob Hite, voz; Alan Wilson, guitarra slide, armónica y voz; Henry Vestine, requinto; Larry Taylor, bajo; Adolfo de la Parra, batería. Dr. John en los arreglos de viento y piano. Portada: sin referencias.
[VIDEO SUGERIDO: Canned Heat – On The Road Again, YouTube (Beat-Club)]
Graffiti: “De ahora en adelante, sólo habrá dos clases de hombres: los borregos y los revolucionarios”
Jazz es una palabra que ha logrado la trascendencia. Oficialmente cumple 100 años de haber sido grabada como género musical. Y así como al rock, al que también quisieron robarle sus raíces, al jazz lo grabó por primera vez un grupo blanco (Original Dixieland Jass Band) el 26 de febrero de 1917, en la RCA Victor: “Livery Stable Blues”. Sin embargo, se sabe de la negritud de su origen, con tan enormes aportaciones como intereses racistas en contra.
Por ello la palabra tuvo que nacer pícara, por su lado. Nadie nunca ha sabido en realidad de dónde o cómo surgió. De repente ahí estaba, sobreviviendo de su ingenio y hasta su turbio nombre había sufrido cambios. Su periplo de la doble “ss” a la doble “zz” fue de artículo periodístico (incluso de nota roja). No así su historia escrita y grabada de longevidad centenaria, que ya abarca bibliotecas y fonotecas enteras, así como todos los honores.
Si se le atribuye un origen callejero, de barrio bajo, prostibulario y canallesco, eso la emparenta con muchos otros términos y trasfondos de la cultura popular comunitaria: tango, fado, raï…, y ello no hace más que reafirmar su acta de naturalización bastarda e ignota. Porque su nacimiento estuvo ahí, en la promiscuidad y en la miseria humanas, en su mezcla y en sus afanes de sobrevivencia y libertarios.
Cuando los africanos llegaron como esclavos a ese caldero conocido como Nueva Orleáns no les permitieron que se casaran ni que tuvieran hijos y los separaron por dialectos para que no pudieran comunicarse, les robaron cualquier idea de hogar, de comunidad. Sin embargo, se mezclaron. Y lo hicieron con otros desarraigados (a los criollos franceses que fundaron dicha cuna se les añadió una maraña de gente de las Antillas, del Caribe, Sudamérica, México y del resto de América del Norte y Europa –los europeos procedían sobre todo de Francia y España).
Con semejante aglutinación era obvio que dicha metrópoli porteña fuera distinta. Fue una ciudad donde los funerales se convirtieron en desfiles callejeros (carnaval o Mardi Gras), donde los lugares de diversión se mantenían abiertos las 24 horas; donde la música fluía por igual y la comunidad celebraba el multiculturalismo y sus intercambios. Es difícil concebir, a la luz de la distancia, la experiencia del valor de un ser humano con el precio de existir como ser humano. No obstante aquellos hombres oprimidos lo hicieron. Cambiaron con una palabra la forma en que esa experiencia debía ser dicha: “Jazz”.
La riqueza de ese lugar fue su mezcla, puesto que todos eran inmigrantes. Fue esa mixtura de comida, música y lenguaje la que le proporcionaría su riqueza a ese país en los años venideros, aunque los conservadores atentaron una y otra vez contra ello. A principios de la primera década del siglo XX enviaron al ejército a “limpiar” dicha ciudad de su ambiente y “sonidos burdeleros”.
Ello obligó a los músicos a emigrar al ver cerradas sus fuentes de trabajo. Lo hicieron hacia el Norte. Y en su éxodo llevaron consigo sus historias, sus leyendas, sus instrumentos, su música aglomerada, aquella palabra y el blues esencial del que estaba constituida. Al llegar a Nueva York se diseminó por doquier en la búsqueda de su propia dignidad.
En los años finales de la década de los 10’s y en los veinte, sin que importara su origen, el jazz ya era un arte y una consumada creación de los músicos negros. Sin embargo, y paradójicamente, fueron blancos quienes primero lo grabaron, y luego lo llevaron por el mundo tras la Primera Guerra Mundial. A partir de esta época y con grandes nombres de músicos en su haber (Louis Armstrong, King Oliver, Jelly Roll Morton, Fletcher Henderson), el género sincopado inició la travesía cultural más importante del siglo XX.
En la década de los treinta los músicos se trasladaron, sin interrumpir el ritmo, al bajo mundo del Chicago de la Prohibición y otras ciudades del norte de los Estados Unidos. Circunstancia provocada por un ataque al consumo de alcohol. La emigración trajo aparejada nuevos estilos y talentos (Duke Ellington, Cab Calloway, Jimmie Lunceford, Lionel Hampton).
La era del swing llegó. La adaptación del jazz para big band lo convirtió en la música más popular de la Unión Americana y, con la Segunda Guerra Mundial, en muchas partes del mundo. El éxito de las orquestas blancas (Benny Goodman, Artie Shaw, Tommy Dorsey) fue tan grande que hasta las orquestas negras —iniciadoras del fenómeno musical con Duke Ellington y Count Basie — alcanzaron los beneficios económicos que por justicia les correspondían, a pesar del saqueo musical al que fueron sometidas.
A fines de los cuarenta el bebop era la verdad pura y dura con sus ritmos complejos, armonías «alucinantes» y melodías fragmentarias (Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Thelonious Monk, Miles Davis). Sin embargo, a comienzos de los cincuenta empezó a perder su popularidad. En el segundo lustro se escuchó algo más divagador. Miles Davis dijo que eso era lo cool. Nuevas estrellas aparecieron en escena: Dave Brubeck, Lennie Tristano, Charles Mingus, George Russell, Gerry Mulligan, el Modern Jazz Quartet y otros más.
Con la llegada de los años sesenta, músicos como Sonny Rollins y Chet Baker realizaron grabaciones envueltas en emociones basadas en la forma del blues y en estructuras originales. Por otro lado hubo un jazz (el free) que asumió un carácter militante como el de John Coltrane, Cecil Taylor, Archie Shepp, Sun Ra y Ornette Coleman, entre otros. Al final de la década Miles Davis electrificó al género y lo mezcló con el rock.
Los aficionados al jazz y al rock se unieron para ponerse del lado de la protesta y de la libertad estética a través del mundo. Fue una guía directa para interpretar los acontecimientos de la cultura en general (Blood Sweat and Tears, Magma, Mahavishnu Orchestra, Tony Williams, Return to Forever, Herbie Hancock, Wayne Shorter, Chick Corea, If, Soft Machine).
Los años ochenta dieron al jazz a un nuevo status. De sus filas emergieron músicos con un nuevo sistema de valores para la gente negra: creativos, talentosos y absolutamente profesionales. Desaparecieron las actitudes bohemias y caóticas. Eran egresados de las escuelas de música y de las universidades. Vino una revisión de la cultura jazzística con otros planteamientos (Roy Hargrove, Steve Coleman, Marcus Roberts).
La década de los noventa tuvo renovados sentimientos sobre lo que debía ser la improvisación y las estructuras básicas del género. Se fincaron futuros planteamientos. Apareció el acid jazz con Galliano, The Young Disciples, A Man Called Adam, Quiet Boys, Vibrphonics, entre otros.
Era también un hecho que la influencia de las ideas no occidentales en la música le dio una saludable revolcada global a lo contemporáneo, además de permitir algunos injertos variados: estilos, tradiciones, nuevos instrumentos, técnicas, vanguardias y tecnología avanzada. El lenguaje compartido recurrió a la polirrítmica africana, a tonalidades orientales y a otras formas de pensar extra occidentales. El jazz y la world music compartieron de cara al futuro la flexibilidad armónica y rítmica, al experimentar con esencias de diversos lares (Rabih Abou-Khalil, Aziza Mustafa Zadeh, Makoto Ozone).
Con el advenimiento del nuevo siglo hubo en el jazz una voluntad fresca, proveniente de la electrónica con todas las condiciones para la permanencia en el porvenir buscando el mismo objetivo, el arte. (John Zorn, Nguyên Lê, Atomic, Nils Petter Molvaer, St. Germain, De-Phazz).
Por otro lado, así como un día el jazz se fundió con la música afrocaribeña, el rock, los ritmos brasileños, las raggas indias o el afrobeat, hoy, lo encontramos mezclado con el hiphop. Una evolución por demás lógica que ha alcanzado actualmente la madurez textual. Como muestra está la obra de Ronny Jordan, Me’shell Ndegé Ocello, The Roots, Incognito, United Future Organization, Taran, etcétera. La evolución en continua marcha.
Las incertidumbres del nuevo siglo, en su segunda década, lo afectan todo. El jazz, por supuesto, no puede abstraerse de ello. En este periodo han cambiado radicalmente las condiciones económicas, sociales, geográficas y hasta ambientales del mundo. Las artísticas también, por supuesto. Ante el terrorismo, el racismo, la violencia y la mediatización de los gustos, se ha impuesto un cambio de forma, abierta a los nuevos sonidos y lo que priva es el jazz-rap, en una mezcla con el jungle, el drum’n’bass, el triphop o el hardcore. Ahora, el mundo se ha ampliado para dicha fusión y los ejemplos se manifiestan en todos los puntos cardinales.
Ambas músicas —jazz y rap— derivan de la necesidad de informar propias de la cultura underground. Responden juntas a la voluntad de expresar, en un momento dado, una verdad y un punto de vista sobre alguna realidad precisa en una sociedad determinada (nuBox, Jazzkantine, Muso, et al).
Jazz, pues, es una palabra con legitimidad de tiempo y en él ha sido principio de impulso creativo. Razón de ser y destino de música sabia. Ha estado en el corazón mismo de nuestra época desde hace 100 años (como término compuesto: hot, dixieland, bebop, swing, cool, hard bop, post bop, modal, jazz-rock, fusion latin, funk, free, third stream, crossover, world, acid, remix, electronic, hip hop, rap, global…). Fue la primera cosa que habló de civilización en el pasado siglo: en el cine, la pintura, la poesía, la música académica, la fotografía, el teatro, en la literatura (donde alcanzó el máximo galardón otorgado a la palabra: el Premio Nobel en1993, con Toni Morrison como su representante).
Jazz ha sido desde su nacimiento una palabra que habla del desarrollo, del mito y sus oscuridades en una realidad entonada con la voz, el sax, la trompeta, el piano, los tambores, los teclados o las computadoras. El sonido de lo cierto en la intimidad de un solo o en lo lúdico representado por las orquestas. Una música libre para todos y espontánea; estallido de músicos, DJ’s, mezcladores, ilusionistas o diseñadores sonoros apasionados, que derraman su energía frente al micrófono, en los instrumentos o los aparatos, buscando la expresión conmovedora en la improvisación.
Melancólica e introspectiva o alegre y danzarina, la palabra centenaria se inspira no sólo en un ideal abstracto, sino en el mismísimo sonido de la voz humana. Con su realidad doliente, relajada o festiva, con su ritmo y sensualidad propias. Así, el latido y la vivencia le dan a esa voz otra posibilidad de difundir su mensaje. “La libertad es ese lugar donde puedes amar y decir lo que se te antoja, donde no necesitas permiso para desear” (Toni Morrison dixit).
Alguien improvisa y el sonido se alarga interminable. Alguien improvisa y desata cantos sucesivos y mezclados con otros terrenos, con otros semejantes, sin distancia. Alguien improvisa mientras el instante reclama dicha libertad y su fugacidad extiende el momento y la dignidad del ser humano. El sonido de tal palabra se escucha porque simplemente viene de dentro e invade no sólo el espacio, el lenguaje, sino también el tiempo.
[VIDEO SUGERIDO: Miles Davis – So What, YouTube (MilesDavisVEVO)]
Ry Cooder con la experiencia que le ha dado su andar, su temple con las cuerdas, sabe que debajo de la realidad visible y de la historia de cualquier geografía existe una segunda realidad y otro tiempo, el de la intrahistoria, donde es posible reivindicar la actualidad de símbolos y mitos que integran la raíz de los hombres contemporáneos.
Su amistad con Paddy Moloney (integrante, fundador y líder de los Chieftains) le vino a reafirmar lo sabido. Cuando se enteró de las andanzas del llamado Batallón de San Patricio (una arrumbada leyenda en los pasados anales mexicanos, irlandeses y estadounidenses), se puso junto con Moloney y el resto de los Chieftains a reunir información y algunos temas relacionados con ello, además de una paleta del “exotismo” musical mexicano, tras conocer los entresijos de tan controvertido hecho histórico.
Una muestra más de las aventuras conceptuales de este músico y del prestigiado grupo irlandés, en las cuales todos escancian sus raíces en el entramado del crossover musical.
A mediados del siglo XIX, el gobierno estadounidense amparado por la oligarquía y el dogma del “derecho manifiesto” (con sus pretensiones expansionistas), además de sus conocimientos sobre los ricos yacimientos petrolíferos del territorio de Texas decidió declararle la guerra a México, invadirlo y arrebatarle la tenencia de dicho estado en disputa, agregando la de Nuevo México, Arizona y California de pasada.
El resultado de tal conflagración modificó la geografía, economía y la vida de ambos países. En todo ello colaboró la mediocridad de la política mexicana, la torpeza de su ejército y la dirigencia por entonces del presidente Antonio López de Santa Anna, epítome, espejo y paradigma de la clase de personajes que desde entonces legislan y gobiernan al país.
En medio de aquel conflicto bélico, un hecho tangencial como la creación, protagonismo y posterior destrucción del Batallón de San Patricio, integrado por emigrantes europeos con un alto porcentaje de irlandeses, se convirtió para Cooder y Moloney en motivo de investigación, lecturas y proyecto conjunto.
Al conocer la anécdota y el dramatismo de las andanzas de tal batallón ambos se engancharon con el tema, entre otras cosas porque en los tres países involucrados se contaban versiones distintas al respecto.
En Irlanda era un asunto intrascendente y menor, recordado sólo por una estatua del soldado John Ryley (quien dirigió tal batallón) en su pueblo natal. Por eso Moloney ni estaba enterado. En Estados Unidos (dicha contienda se llamó Mexican War) y en México (Guerra de Intervención) la retórica de los gobiernos ha tergiversado las acciones y contado lo que conviene para exaltar los nacionalismos y maquillar u ocultar realidades.
El Batallón de San Patricio fue en su origen una milicia integrada por emigrantes pobres europeos que llegaron a América huyendo de la hambruna que azotaba al continente y que tampoco en su nuevo destino encontraron forma de ganarse la vida.
Se alistaron en el ejército estadounidense como mercenarios, por tres meses de paga por adelantado y por la promesa de tierras si salían vivos de la contienda. Los mandos del ejército les encomendaban los peores trabajos y además les propinaban malos tratos.
Con el resto de las tropas, los irlandeses de tal escuadrón tenían enfrentamientos por cuestiones religiosas (protestantes vs. católicos), así que en un momento dado desertaron de él 175 elementos (entre dichos irlandeses, italianos, españoles, alemanes y escoceses) y se pasaron a las filas del mexicano (que los atrajo con la promesa de mejor salario, tierras y hasta nacionalidad).
Participaron en varias batallas como artilleros e infantería con suerte ambivalente, entre convivencia con la gente (mujeres, sobre todo) y traiciones del propio Santa Anna. Al final perdieron (junto con los mexicanos), fueron juzgados sumariamente, marcados con hierro candente por traidores y desertores, algunos condenados a trabajos forzados y otros muchos ahorcados.
Al final, también, catorce mil hombres del ejército estadounidense tomaron la capital mexicana (ayudados por los xochimilcas), desfilaron por el centro de la ciudad e izaron la bandera de las barras y las estrellas en pleno Zócalo el 14 de septiembre de 1847. Y no se fueron hasta que se firmó el tratado que redujo la república mexicana a la mitad de su territorio.
Cooder y Maloney aprendieron durante el desarrollo de su proyecto, al que titularon San Patricio, muchas cosas que no se dicen en la educación pública ni en los libros de ninguno de ambos países y descubrieron lo que la realidad cambió desde entonces: que mucha gente amaneciera de un día para otro siendo de otro país, sin derechos y sin propiedades; que el flujo constante de mexicanos hacia la Unión Americana es como un regreso a su propio terruño, y que desde entonces se han levantado toda clase de barreras, muros y prohibiciones para que esa gente lo haga, con todas las dolorosas consecuencias que eso conlleva.
Para el proyecto San Patricio, Cooder y Moloney convocaron a mucha gente del folklor variopinto: Chavela Vargas, Linda Ronstadt, Lila Downs, La Negra Graciana, Los Folkloristas, Los Camperos del Valle, Los Tigres del Norte, el gaitero español Carlos Nuñez o el actor Liam Neeson (quien recita un texto llamado “Cruzando el río Grande” del novelista Brendan Graham), entre otros.
El resultado musical es también ambivalente, como la actuación del batallón. Cooder sólo cantó en un tema para el proyecto: “The Sands of Mexico”. Su funciones primordiales fueron las de la conceptualización (a la par de Moloney y sin buscar el aleccionamiento histórico), de enlace artístico y como instrumentista incidental y coproductor. El accionar de los Chieftains es casi anecdótico.
[VIDEO SUGERIDO: Sinead O’Connor, Ry Cooder, Carlos Nuñez & The Chieftains: The Foggy Dew., YouTube (Gabriele Cini)]
El segundo disco de la agrupación Blood, Sweat & Tears fue extremadamente exitoso y no menos emocionante, a pesar de los cambios sustanciales en la formación (salieron Kooper, los Brecker y Weiss, entre otros, en beneficio del cantante canadiense David Clayton-Thomas, los trompetistas Lew Soloff y Chuck Winfield y el trombonista Jerry Hyman).
El LP llevaba la siguiente nota: «El renacimiento, la regeneración y el triunfo. Los ricos tejidos musicales de BS&T lo dejarán pasmado. Este disco representa un regocijo en visión y diseño, la experiencia más fresca de su tipo». Una declaración atrevida y arrogante, pero real.
BLOOD, SWEAT & TEARS
BLOOD, SWEAT & TEARS
(Columbia)
El álbum contiene momentos memorables y muy bien vendidos (como singles): «And When I Die», «Spinning Wheel» y «You’ve Made Me So Very Happy», sin dejar de mencionar su versión de “God Bless the Child” de Billie Holiday.
Lo más destacado, por supuesto, es un arreglo progresivo de «Trois Gymnopédies» del influyente compositor francés Erik Satie, quien utilizó elementos jazzísticos en sus revolucionarias obras y ayudó a cambiar, para bien, la música «clásica moderna». Blood, Sweat & Tears se mostraron más que adelantados a su época al rendirle este homenaje dentro de la fraternidad del rock.
Personal: David Clayton Thomas, voz; Lew Soloff, trompeta y flugelhorn; Bobby Colomby, batería, percusuiones y coros; Jim Fielder, bajo; Dick Halligan, órgano, piano, flauta, trombón y coros; Steve Katz, guitarra, armónica y voz; Fred Lipsius, sax alto y piano; Chuck Winfield, trompeta y Flugelhorn; Jerry Hyman, trombón. Portada: Foto de Harrie George y diseño de John Berg.