MARK AANDERUD: EL PIANO COMO RESPUESTA

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Mark Aanderud ya era una auténtica promesa para el jazz mexicano (y para el jazz y la música en general) a fines del siglo pasado. Pianista nacido en la Ciudad de México a mediados de la década de los setenta (1976), desde niño optó por dicho instrumento y por buscar una formación integral como músico. Lo clásico y el jazz han sido los pilares donde ha fundamentado sus estudios y conocimientos. Sabe que el elemento primordial para el surgimiento del género fue el encuentro de diversas culturas, crisol del que emerge básicamente todo arte verdadero.

El fenómeno, con más de una centuria ya, ha fortalecido su simiente a lo largo de la historia con nuevas corrientes y manifestaciones musicales tanto globales como regionales. Para un pianista joven como Mark, frente al siglo XXI era un hecho que la world music, a la cual el jazz se había inscrito en forma definitiva, era una revolución benévola. La influencia de las ideas no occidentales y del Tercer Mundo le habían dado una saludable revolcada general a la música contemporánea, además de permitir algunos injertos variados: estilos, tradiciones, técnicas, etcétera.

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PROPUESTA CREATIVA

El jazz y la world music compartieron de cara al futuro el lenguaje común de la improvisación, concepto tan caro para Aanderud, lo mismo que la flexibilidad armónica y rítmica al experimentar con las ideas de diversos lares. Un instrumentista como él advertía que esta corriente representaba una de las propuestas creativas más emocionantes del jazz contemporáneo.

Y para que tal sustento no pareciera sólo una abstracción, Mark Aanderud se fue a vivir a Europa Oriental, donde comenzó a compartir culturas, ideas y experiencias de las que surgieron proyectos musicales ad hoc. Pero mientras eso sucedía, realizó el disco Trío (Ars Flventis) en el que tocó al lado de Armando Cruz y Arturo Luna. En aquél albor del siglo XXI, recogí sus palabras en una entrevista que hice con él antes de que partiera al extranjero.

S.M.: ¿Cuál es tu definición del jazz?

M.A.: “El jazz obviamente nació de los negros en los Estados Unidos. Es una forma de expresión natural de ellos. Son gente muy de improvisar, ahí está el rap y todo eso para corroborarlo. Sin embargo, el jazz aunque nació allá ha dejado de ser sólo de la Unión Americana para volverse mundial, como el rock. Es un género musical muy importante. Es el arte de la improvisación y de la fusión de los estilos. A su swing ya se le puede fusionar cualquier cosa: lo latino, brasileño, africano, lo que se te antoje. El jazz es la improvisación sobre cierto tema, idea o estructura”.

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S.M.: ¿Cómo fue tu iniciación en el género?

M.A.: “A mí siempre me ha gustado componer, desde niño. Aunque aún no pudiera leer, tocaba el piano y componía. Mi papá es pianista profesional. Gracias a él siempre estuve en contacto con el instrumento. Siempre me gustó componer, improvisar. Empecé a escuchar música clásica de niño, lo cual era bastante raro. Después hice algunos grupos de rock fusionándolos con música clásica. Luego me empezó a gustar el rock latino. Por ahí quería buscar algo donde pudiera improvisar mucho. Me gustaba Santana, y poco a poco me fui cargando hacia el jazz en esa búsqueda por la improvisación. Cualquiera puede improvisar; no obstante, a mí me gusta la estructura: improvisar sobre algo que tenga sentido, su desarrollo. Eso se me hace muy interesante, aunque me gusta también improvisar con el free jazz, que es más difícil de conceptualizar. La inquietud por la improvisación me fue llevando a hacerlo bien. El jazz es el estudio de la improvisación. Tú estudias cómo improvisar sobre ciertos acordes, sobre cierta armonía o ritmo, y eso es lo que me interesó. A los diez años entré a la Escuela Nacional de Música. Tengo fotos desde muy chico tocando el piano, pero no lo tomé en serio hasta que vi que en realidad me gustaba. Eso fue allá por los 7 u 8 años de edad. Oía a Chopin, que me volvía loquísimo, y luego componía algo. Me dije entonces que eso era lo que me gustaba y también gracias a la influencia de mi papá que siempre estaba tocando. Así que el gusto partió de mí, aunque él me comenzó a dar clases hasta que yo tenía 15 años. Para mí siempre fueron algo muy íntimo la música y mis composiciones. Era lo que más me llenaba y continúa así. La improvisación es la composición espontánea, la expresividad que alcanzas en ese momento es enorme y eso es lo que a mí me interesa”.

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S.M.: ¿Qué te da el piano que no te den otros instrumentos?

M.A.: “Siempre hubo un piano en la casa, aunque estuviera amolado. Tenía unos primos a quienes también les gustaba tocar, porque mi tío fue también alumno de mi papá y ahí se les dio la cosa. Entonces ellos llegaban a la casa y tocaban y a mí me daban ganas de aprender. Tocaban El Claro de Luna de Beethoven, que me encantaba. Yo no sabía leer, pero me enseñaban nota por nota, de oído sacábamos las cosas. Fui haciendo oreja de ver a los demás, y el piano siempre estuvo ahí, así que muchas opciones no tuve tampoco. No obstante, me gusta componer para muchos instrumentos. Sin embargo, mi forma de expresión es pianística, mi forma de pensar también”.

S.M.: ¿Crees que la vida académica sea importante para un músico de jazz?

M.A.: “Es fundamental. A principios del siglo XX, el jazz era una música popular, aunque aparecieran todos esos locos como Art Tatum que tenían más técnica que todos los pianistas. El jazz se ha desarrollado tanto que es indispensable una buena técnica y un conocimiento de la armonía muy amplio. Cualquiera puede tocar el jazz, pero no en los niveles de ahora sin conocimientos. El desarrollo ha sido impresionante. La armonía más desarrollada está en el jazz, la fluidez de ideas, de composición espontánea está en el jazz. Siento que es la música más difícil que existe. Dirigir o componer para una orquesta es super complicado. Para un instrumentista la forma de música más compleja de ahora es el jazz. Reúne muchos requisitos: técnica, ser un músico formado dentro del área clásica, y más en un instrumento como el piano. Creo que hay dos formas de estudio: el estudio de todas las posibilidades técnicas del instrumento (que es la parte clásica y donde ves lo más difícil que puede haber en escalas, etc.); y la parte del estudio de la improvisación. Cuando hay los dos se puede hacer una improvisación increíble. Siento que son esas dos partes las que conforman a un músico. Aunque hay músicos que logran tocar increíble sin alguna de las partes. En mi caso, los ejercicios musicales que me impongo los invento yo conforme voy viendo mis necesidades. Trato de crear mis propios estudios y ésa también es otra forma de aprendizaje. Hay gente que no puede estudiar por cuenta propia y otra que sí puede. A veces el maestro no es más que una pequeña guía. Pero de una forma o de otra sí tienes que estudiar música y la música en general”.

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S.M.: En el piano, ¿a quiénes consideras tus mayores influencias?

M.A.: “A Chopin, en la parte pianística de mí que salió a flote desde chico; a mi papá, Mark Allan Aanderud (él me introdujo a lo clásico, al jazz, a lo popular, etc.), aunque él ya no fue hacia la parte de la improvisación que a mí me interesa; Herbie Hancock, Chick Corea, Bill Evans, Oscar Peterson, Keith Jarrett en todas sus facetas, con quien más me identifico por eso. Kenny Kirkland, André Previn, Egberto Gismonti, Chucho Valdés, Michel Petrucciani… Realmente todos me aportan algo: Horowitz, Rubinstein, en lo clásico, son también parte de mi formación, Santana lo mismo”.

S.M.: ¿Cuál es el estilo dentro del jazz que más te interesa interpretar?

M.A.: “El jazz te da la facilidad de tocar todos los días, siempre de forma diferente y música diferente. También depende del humor que uno traiga. Hay días que ando más hardbopero, y hay días en que me gusta más la onda brasileña o lo latino, lo que toca Kenny Kirkland y toda esa onda, muy neoyorkina. Me gusta también la parte de la world music. Me interesa esa exploración. El straight jazz me encanta, pero me gusta probar, agregarle elementos de otros lados, buscar cosas diferentes. Me gusta el repertorio clásico igualmente. Lo que más estudio sí es lo clásico, porque es lo que más me ayuda a soltarme. Me gusta improvisar en algo barroco, lo que me fluye”.

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He aquí, a continuación, la reseña que escribí para el número 3 de la revista Clazz acerca del disco que el pianista grabó por aquel entonces: Common Differences, con el trío Aanderud/Bernal/Puentes. “Las diferencias en comunión. Un trío que celebra las cosas sencillas de la vida con esta reunión, y con ello el oído recibe sus señales a modo de saludo. La esencia de la música y su fugacidad se funden en un abrazo cálido, mientras el mood se tiñe con su viva fusión de coloraturas. El amor por el lenguaje jazzístico en relación con lo clásico, la libertad, el humor y sus pequeñas travesuras son quizá el rasgo más en común que tienen estos músicos. En sus composiciones dentro de este disco consiguen afinidad de estructuras, complejidades, cambios y resolución de sutiles filigranas”.

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Hoy, a principios de la tercera década del siglo XXI, Aanderud es una realidad y la concresión de todas sus cualidades y deseos. Este pianista y  compositor es también productor y director musical. A través de los años ha actuado, compusto y grabado en diversos géneros como el jazz, la música clásica, el rock progresivo y la música latina.

Su primer disco como líder, Mark Aanderud Trio 02, obtuvo reconocimiento como mejor disco de jazz del año en la República Checa. A partir de ahí el músico ha seguido grabando, acompañando en tours a diversos artistas y colaborado en grabaciones de grupos como Mars Volta (Octahedron, 2009),  Stomu Takeishi/ Hernán Hecht (RGB, 2014) y al Omar Rodriguez-Lopez Group en diversos álbumes (Doom Patrol, el más reciente del 2017). Asimismo, el músico realiza estudios de composición clásica en la Academia de Música de Praga al mismo tiempo que actúa con el trío bajo su nombre y con el Mark Aanderu Ensemble.

VIDEO SUGERIDO: Mark Aanderud Trio – Beast (Jazz I Am 2020), YouTube (Balaio Producciones)

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JAZZ: DOCE HITOS DEL SIGLO XX-III (COUNT BASIE)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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III

A lo largo de su carrera, el nombre de William «Count» Basie (1904-1984) fue sinónimo de swing. Basie, cuya enorme influencia sigue presente a casi cuatro décadas de su muerte, no sólo dirigió algunas de las mejores orquestas de jazz de todos los tiempos, sino también redefinió el papel del piano en la sección rítmica.

Desde mediados de los años cuarenta, la banda bajo su batuta se significó como un magnífico conjunto de precisión, y para algunos analistas se erigió incluso en la mejor banda de metales del siglo. Su sello inconfundible se advierte, además, en el sonido de cualquier big band de la actualidad.

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Entre los muchos méritos de este pianista y director estuvo el de descubrir que podía hacer algo más que tocar con swing. El júbilo que contagió a sus integrantes para con el blues provino de tal descubrimiento. La sencillez esencial que lo caracterizó le pudo servir de base para el desarrollo de nuevas ideas.

Supo también rodearse de músicos talentosos y creativos, como el contrabajista Walter Page, el baterista Jo Jones y el saxofonista Lester Young, todos innovadores con su instrumento. Basie fue capaz de transformar el concepto del pequeño grupo y convertirlo en uno grande sin perder su desenfado, espontaneidad y empuje.

Su estilo denominado de Kansas City permeó su música con fraseos cortos, riffs sorprendentes, intercambios entre las secciones, llamadas y respuestas, abundante espacio para los solistas y mucho blues.

VIDEO SUGERIDO: COUNT BASIE – All of Me (1965), YouTube (corporalhenshaw)

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JAZZ: STANDARD – 1

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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 (LA CARTA COMODÍN)

El vocablo standard es un término que primeramente suele aplicarse a la reiterpretación de las canciones sur­gidas del ámbito popular (los recurrentes cancioneros), cuyo interés ha rebasado el momento o el ámbito de su lanzamiento original y, en muchos casos, la muerte de sus compositores.

Con frecuencia se trata de piezas tomadas de obras musicales, del teatro ligero o de la cinematografía, así como de la maquinaria creadora de hits hasta el comienzo de los años sesenta: Tin Pan Al­ley. Algunas de ellas surgidas de tales entornos, como «My Favorite Things», «Green Dolp­hin Street» o «My Prince Will Come», por ejemplo, se han lle­gado a identificar tanto como standards del jazz que sus orígenes se han olvidado.

Actualmente, también se han sumado al listado, las piezas emanadas del pop, de las listas de éxitos internacionales, del rock y hasta del campo llamado “exótica” (con temas provenientes de las más variadas geografías fuera de los centros generadores de las mismas más reconocidos).

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Hoy por hoy, el standard es una canción o pieza que constituye parte obligada de todo repertorio de los cantantes o instrumentistas (desde el piano bar hasta la sala de conciertos más pomposa, sin dejar de pasar por Las Vegas o las actuaciones de los crooners, sus más fieles y destacados representantes); es un tema ampliamente conocido, al que se re­curre con frecuencia como base para improvisar sobre seguro, para grabar algún disco comercial o para, dado el caso, inclinar el favor del público en una endeble presentación en vivo.

Dentro del jazz propiamente dicho, que es donde más se aplica tal término, hay temas, surgidos del propio medio, que se han incor­porado al idioma del género, para hacer cóvers o versiones de los mismos (según el talento) como son los ejemplos de «Misty», «When the Saints Go Marchin’ In», «Perdido», «Ornithology», «Take Five», «‘Round Midnight», «How High the Moon», etcétera.

VIDEO: Frank Sinatra Fly Me To The Moon, YouTube (RAYLOWESWINGS)

 

 

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ELLAZZ (.WORLD): MELODY GARDOT

Por SERGIO MONSALVO C.

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MELANCÓLICA SENSUALIDAD

En gente como Melody Gardot, oriunda de Filadelfia, Estados Unidos (donde nació en 1985), la palabra “swing” se transforma en verbo. Porque la carnalidad de su estilo es la manera ideal para describir ese acto de crear una pulsión y el flujo rítmico que constituyen la marca distintiva de una auténtica intérprete del jazz (en este caso con tendencia hacia el pop soul).

Eso lo ha logrado a sus escasos 27 años de edad. Quizá la herida que la vida le ha abierto tempranamente encuentra su paliativo en esa forma de cantar.

Encuentro en ella mucho del espíritu cincuentero que acompañó a las intérpretes blancas durante aquellos años. Me refiero a Peggy Lee y a Julie London, por mencionar algunas referencias evidentes. Voces a las que dicho estilo les sentaba como un entallado vestido hecho a la medida para destacar sus dotes y sinuosidades.

Ese espíritu habita en la Gardot que ha hecho discos maravillosos (tópico en este caso de lo más adecuado), para trasmitir un halo de tristeza tan ligero como sensual y nostálgico.

Ese halo no es definible científicamente, sin embargo, distintos pensadores han hablado de él como la sublimación en lo indeterminado de un anhelo interior desbordado en la materia.

Tal sentimiento es como amar sin ser amado y como un dolor que sentimos en miembros que no tenemos (diría Ciorán), por el cual se transparenta una manera de echar de menos lo que no somos, y la aceptación de que nos encontramos incompletos y solitarios.

También –al escuchar con todos nuestros sentidos a Gardot—la sensación se puede describir como la necesitad de estar en otra condición, de superar la temporalidad y la finitud.

La sensualidad de la nostalgia, aun cuando por igual se identifica en sus límites un sentimiento de pérdida, no se refiere a una vivencia corriente, sino a una difusa, a la vez que persistente y dolorosa, como la que denota la palabra tristeza.

En el caso de esta cantante y pianista, que tuvo un encontronazo con el destino a los 19 años, del cual salió lastimada no sólo físicamente sino también en algo tan íntimo como la memoria (tras un atropello automovilístico), ella no sabe hacia qué regresar, ni cómo volver a un estado del que ha perdido todo recuerdo claro.

VIDEO SUGERIDO: Melody Gardot – So We Meet Again My Heartache (Live), YouTube (jecr132)

La nostalgia que tiene de aquello constituye en la cantante el fondo de su ser artístico y, a través de él, comunica con lo más antiguo que subsiste en ella.

Gardot mezcla un sentimiento de encanto ante el recuerdo de algo ausente o desaparecido para siempre en el tiempo, un sentimiento de dolor ante la inasequibilidad de ese algo, en definitiva un anhelo de retorno que quisiera transponer la enigmática distancia que separa el ayer del hoy y reintegrar el espíritu en la situación que el tiempo ha abolido.

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Ése parece un gesto irrenunciable en las personas (una cuestión de estricta naturaleza instintiva) acudir a la revisión de los antecedentes propios como una forma de tender al equilibrio cuando, desde algún lugar exterior, se ha sido agredido.

Todos estamos necesitados de una forma de armonía que, inevitablemente, buscamos en el interior, sitio donde guardamos todos los secretos. Ahí es donde radica la belleza de la verdad en la voz de Melody.

Es verdad que siempre los seres artísticos solicitan, por lo general, a los otros para que les sirvan como espejo al mostrar la razón del desequilibrio o desazón de que han sido víctimas a expensas de su voluntad.

Pero este recurso, si bien manido como costumbre y lleno de ingenua confianza, pronto se convierte en una primera instancia de su sentido de la vida, de su arte, que les exige exponer en cada actuación su interior desamparado y esperar del oyente una recepción testimonial de su ser y estar en el mundo. Algunos lo logran, como Melody Gardot, otros no.

En tal sentimiento se encierra también  un desafío porque el artista acude a sí mismo como la expresión máxima de un gesto de valentía: el yo se repliega al interior y desde ahí reta no sólo el transitar humano, sino al propio destino. Así es el contenido de la expresión de tantos solitarios que en el mundo han sido, diría el poeta.

Tal es la confianza en su voz, en sus canciones, como escaparate de tristezas y secretos (y no sólo los suyos sino también de quienes ha ido conociendo en los lugares donde se presenta), que sabe que si ahí no encuentra la salvación es que entonces no existirá ya nada para su tocado corazón. O el de su público.

VIDEO SUGERIDO: Melody Gardot – Baby I’m a Fool, YouTube (allnewxp2004)

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JACO PASTORIUS: EL BAJO PROTAGÓNICO

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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La ejecución del solo brindó a Jaco Pastorius siempre una especie de refugio, un medio para expresar realmente las ideas de este artista extraordinario.

La primera pieza de su álbum debut homónimo (de 1976), «Donna Lee» de Charlie Parker (o de Miles Davis, según el propio Miles), fue un solo casi total de más de dos minutos de duración; las congas de Don Alias proporcionaron un relieve complementario al tremendo ritmo interior del solo en el bajo.

Asimismo, también está «Portrait of Tracy» (dedicada a Tracy Lee, su primera esposa), una tour de force de armonías sin precedente, igual de su primer disco.  O «Chromatic Fantasy» de Word of Mouth, una fulgurante reinterpretación de Johann Sebastian Bach. De manera semejante esta incrustado en su currículum «A Remark You Made» e «In a Silent Way» sobre 8:30 con Weather Report.

Sin embargo, y sobre todo lo que hizo posteriormente, entre liderazgos y colaboraciones, está Punk Jazz, el álbum (póstumo del 2003) que lo proyectó como la modernidad encarnada que había sido del instrumento.

Punk Jazz es una completa antología de 28 traks que cuenta en detalle la verdadera revolución detonada por el enfoque de avanzada de Jaco Pastorius en las 4 cuerdas. Dicho álbum cubre realmente casi todo el trabajo de Pastorius desde sus trabajos como solista, su etapa con Weather Report, selecciones de sesiones como solista, director de orquesta y la Jaco Pastorius Big Band.

El disco antológico ofrece la prueba más positiva acerca del músico y no es sólo esencial para entender las últimas tres décadas del bajo eléctrico moderno sino que también sirve como un hecho de la historia del jazz de fusión.

Por todo ello Punk Jazz es más que el resto de las grabaciones, y quizá más que la suma de todas ellas, porque esta exhibición solista parece concentrar en esas casi tres decenas de tracks toda la locura y el «saber deshacer» de Jaco Pastorius, el inmenso bajista eléctrico.

«Punk» significa algo más que su primera acepción en cualquier idioma. Es parte de la historia de la música. Una cultura que sigue viva. En el argot musical no es forzosamente un aderezo exagerado, excesivo, alterado o codificado del lenguaje «propio»; antes que nada es el lenguaje «particular» de una clase social o una profesión, como la del músico.

Más que un lenguaje, Pastorius inventó ese «argot» del bajo eléctrico para sí mismo, una sofisticada libertad de expresión literalmente inaudita, copiada y vulgarizada muy pronto (en cuanto alguien habla «de otro modo», entiéndase o no lo que cuenta, parece fácil imitarlo modificando su acento y voz o bien, en este caso, subiendo los trastes del bajo).

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Es posible dividir en tres partes la carrera discográfica de John Francis Anthony «Jaco» Pastorius III, quien nació el primero de diciembre de 1951 en Norristown, Pensilvania, y murió en Miami, Florida, el 21 de septiembre de 1987.

Desde los comienzos con Little Beaver, escondido tras el seudónimo de Nelson Jocko Pedron, hasta los dos álbumes Twins I y Twins II, sueños infantiles en forma de «big band-big bang» grabados en vivo en el Japón, Pastorius pasó por:  un primer álbum grabado gracias al apoyo del baterista de Blood, Sweat and Tears, Bobby Colomby, que marcó un giro en la historia del bajo eléctrico.

Luego vinieron seis álbumes con Weather Report, asociación que duró siete años y agrupación a la que dio el reconocimiento internacional; cuatro con la cantante de folk-jazz Joni Mitchell, una colaboración fructífera coronada por una gira «all-stars» con Michael Brecker, Pat Metheny, Lyle Mays.

Le siguió un encuentro fulgurante y efímero con el trombonista alemán Albert Mangelsdorff (estaba grabando Heavy Weather de Weather Report y Joe Zawinul sólo lo dejó viajar a Alemania por unos días de mal grado); otro con Airto Moreira, con quien produjo una fértil Nativity en 1977; una confrontación estéril con John McLaughlin y Tony Williams en el Havana Jam de Cuba en 1979 (lejos de la comprensión perfecta que existió entre el baterista y el bajista en «Punk Jazz» de Mr. Gone de Weather Report).

A lo que continuó una visita clara y luminosa con Herbie Hancock en Mr. Hands (con el que a menudo se topaba en las sesiones) y un segundo álbum solista, de importancia igualmente primordial (Word of Mouth).

Después de 1982 y de la loca gira de big band a Japón, comenzó a perder el control, tanto físico (se fractura un brazo al caer de un balcón durante una gira por Italia en 1982) y mental (maniaco depresivo, conflictos, conductas autodestructivas, alcoholismo, robos, cárcel, escándalos y peleas públicas), como artístico.

Lo demostraron sus participaciones dispersas y sin continuidad en (demasiados) discos menores (Night Food de Brian Melvin, Music for Planets… de Randy Bersen, su viejo compañero de Miami, Down by Law del grupo Deadline, etcétera). Un último sobresalto: tocó magníficamente en «Mood Swings» de Mike Stern.

La última etapa es posterior a su muerte violenta (acontecida el 21 de septiembre de 1987, días después de recibir una paliza por parte de un guardia de seguridad) y es posible comparar su «destino» fonográfico con el de Jimi Hendrix, porque muchos más discos han sido editados bajo su nombre desde su desaparición que en tiempo de vida.

De ello se han encargado editores poco escrupulosos o músicos cuya estrella brilló un poco bajo la sombra del maestro. La mayoría de estos álbumes son «piratas», muchas veces grabados en las peores condiciones. Una excepción loable es Honestly. Solo Live, un digno homenaje a la memoria del malogrado bajista.

VIDEO SUGERIDO: Jaco Pastorius Punk Jazz, YouTube (Jazz Central)

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DOCE HITOS DEL SIGLO XX: DUKE ELLINGTON

 Por SERGIO MONSALVO C.

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«Nunca ha habido un músico serio que sea más serio en su música que un músico serio de jazz». Definición propia de Duke Ellington. Él confesó no haber sido nunca capaz de resistir un desafío. Fue un compositor que sabía escribir velozmente y bajo la presión del tiempo. Un tiempo que sólo se abría entre sus constantes viajes y actuaciones.

Escribió más horas de música que cualquier otro coterráneo, y la mayoría de sus composiciones empezaba garabateada en cualquier cosa que tuviera a la mano: menús, servilletas, sobres, postales, cartón arrancado de paquetes de cereales, etcétera.

Su música escrita iniciaba así, y también así terminaba: después de un par de ensayos, las partituras originales finalizaban enrolladas en el basurero como cualquier envoltura de sándwich. No obstante, lo esencial de la música estaba ya puesto al buen recaudo de la memoria colectiva de su orquesta.

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Ellington fue un gran pianista, pero su verdadero instrumento fue la orquesta, la cual tenía una nómina altísima porque era la única forma de poder escuchar la música nada más escrita: «Las notas no son lo importante —decía— sino para quien están escritas».

«Antes de escribir o tocar cualquier cosa, tienes que escucharla –decía”. Ésa era la esencia de su arte. Todo empezaba en él con un estado de ánimo, una impresión; donde estuviera o por muy cansado que se encontrara, lo apuntaba todo sin detenerse a considerar su significado, confiando en que más tarde descubriría su potencial musical: mujeres, calles, océanos, amigos.

Su música era una biografía orquestal de colores, sonidos, olores, gente. Todo lo que había sentido, visto y tocado.

VIDEO SUGERIDO: Duke Ellington, “Take the A Train”, YouTube (morrisoncoursevids)

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ELLAZZ (.WORLD): ELLA FITZGERALD

 

Por SERGIO MONSALVO C.

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LA PRIMERA DAMA

Ella Fitzgerald fue la «Primera Dama de la Canción» y de su estilo definitivo en el jazz del siglo XX. Siempre se concentró en la presentación de su material de manera directa y transparente. No fue una salvaje ni una diva, y los temas rara vez se convirtieron en mero soporte para su virtuosismo.

Incluso en sus mejores momentos, Fitzgerald ofreció un solo y perpetuo placer: el de escuchar una buena canción soberbiamente ejecutada. Su ingenio artístico radicó en ello y mantuvo este nivel por décadas gracias a su gusto, pureza, tonalidad, dicción y capacidad de trascendencia.

Ella Jane Fitzgerald nació el 25 de abril de 1917 en Newport News, Virginia. A principios de los veinte su familia se trasladó a la ciudad de Yonkers, al lado de Nueva York; poco después quedó huérfana. Se fue a vivir a Harlem con algunos familiares, pero incluso se refugió durante esa época en la calle y en trabajos eventuales. Desde pequeña se propuso abrirse camino en la vida a como diera lugar, por lo cual desarrolló una personalidad reservada e individualista, en la que sin embargo cupo siempre la ingenuidad.

“—Tienes que recoger los platos, limpiar las mesas, asegurarte de que los recipientes para la sal y la pimienta estén limpios, y aquí tienes tu uniforme–, me dijo el hombre aquél.

“El enorme vestido blanco y el delantal parecía que habían sido almidonados con hormigón y además eran demasiado largos. Me quedé de pie a un lado del salón, con el dobladillo del vestido arañándome las pantorrillas, esperando a que las mesas se vaciaran. Muchos de los operadores en periodo de aprendizaje habían sido mis compañeros en la cola para tomar este trabajo. Y ahora estaban parados frente a las mesas repletas de cosas, esperando a que yo o alguna otra de las tontas chicas ayudantes de camarero recogieran los platos sucios para llevarse sus bandejas.

Duré una semana en aquel trabajo, y odié tanto aquel minisalario que me lo gasté la misma tarde en que renuncié. Por la noche ya no tenía ni un quinto, así que me fui caminando por Harlem, a ver qué se me ocurría para pasar la noche. Pensé en aquellos familiares que me habían recogido cuando murieron mis padres, en sus malos tratos, y en el hecho de que ser huérfana no era sólo un problema de dinero, sino de todas las cosas de la vida.

En esos negros y deprimentes pensamientos me encontraba cuando pasé frente al Teatro Apollo y leí que era una noche de aficionados con algunos buenos premios. Yo estaba desesperada, así que me dije: total, qué puedo perder. Además, sirve que me caliento un poco porque en la calle el frío arreciaba. Crucé el umbral de aquel iluminado inmueble sin esperar realmente nada. Si me dejaban sentar por ahí ya era ganancia».

El triunfo que obtuvo en ese concurso para aficionados, el 21 de noviembre de 1934, a los 16 años de edad, marcó el inicio de su veloz despegue profesional. A causa de su aspecto y situación de vagabunda no pudo obtener el contrato de una semana con el que se premiaba a los ganadores, pero ganó unos dólares y la oportunidad de continuar labrándose una reputación en diversos concursos locales.

En febrero de 1935 recibió una oferta de la orquesta de Chick Webb, una de las mejores bandas negras del momento. Entre esa fecha y 1939 Ella Fitzgerald fue la principal atracción de la orquesta de Webb en el Savoy Ballroom, toda una institución en la era del swing. En 1937 Ella fue elegida como la cantante favorita de los lectores de la revista Melody Maker, inaugurando así una larga lista de nominaciones. Y en 1938, cuando todos los editores de música la perseguían para que interpretara sus canciones, se le adjudicó el título periodístico de «Primera Dama de la Canción», que la acompañó desde entonces.

Webb concedió a Ella un protagonismo sin precedentes al frente de la banda, convertida casi en mera comparsa. Fue el único medio para alcanzar la popularidad y los contratos de que gozaban otras bandas rivales. Para redondear el giro musical con un golpe de efecto publicitario, el baterista dio a entender que él y su mujer habían adoptado a la cantante huérfana, cosa que muchos todavía dan por cierta.

La principal inspiración de Ella había sido una cantante blanca: Connee Boswell. Esta influencia se percibe sobre todo en su manera trepidante y luminosa de frasear, llena de swing, y también en la adopción de algunos rasgos estilísticos. Ella no ignoró el ejemplo de otros contemporáneos, como el ineludible Louis Armstrong, maestro del ritmo, y de Leo Watson, revolucionario del canto scat.

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Tras la muerte de Webb en 1939, Ella siguió al frente de la banda hasta 1942, cuando se vio obligada a buscar nuevos caminos. El interés por el scat y la improvisación de su parte obedeció a una circunstancia no menos importante: el contacto con una nueva generación de jazzistas, encabezada por Dizzy Gillespie, cuya aventura musical ejerció una completa fascinación sobre ella.

Hasta ese momento Ella no era una cantante de jazz en el pleno sentido de la palabra, sino una cantante comercial situada en el cruce de caminos, como la mayoría de las llamadas “canarios”. Pero el bebop la puso en el centro del jazz. Su proverbial entusiasmo vocal creció todavía más en el goce de este nuevo lenguaje y de esta llamada a la creatividad individual.

Ella compartió con los boppers multitud de  jam-sessions, colaboró con sus grupos e incluso se casó en segundas nupcias con Ray Brown, contrabajista de Gillespie. El libre vuelo de su scat, al que no inventó, lo convirtió en una forma de arte, tan hipnótica e inspiradora como cualquier solo de trompeta, sax o piano. Aprendió a cantar así oyendo a Dizzy Gillespie.

El virtuosismo de los solos improvisados que alcanzó con tal recurso rivalizó incluso con el de los mejores instrumentistas del jazz y por dichas ejecuciones disfrutó de una justa fama. Asimismo, poseía un don para la imitación que le permitió interpretar a otros cantantes conocidos durante sus presentaciones, desde Louis Armstrong hasta Aretha Franklin.

La carrera de Ella, en ascenso imparable por todo el país, aguardaba un giro desde tiempo atrás. El promotor y productor Norman Granz sería el encargado de facilitárselo. En 1946 se produjo la primera colaboración de la cantante con Jazz At The Philarmonic, espectáculo interracial creado por Granz con la intención de llevar el jazz a las salas de conciertos.

Finalmente, en 1956 Granz consiguió que Ella dejara el sello Decca y firmara un contrato con su recién creada discográfica: Verve. Sus planes para la cantante incluyeron extensas giras por todo el mundo y grabaciones con artistas vinculados al proyecto.

Recién desempacada en su nuevo sello, Ella realizó un cancionero de Cole Porter que la catapultó de inmediato a la lista de los discos más vendidos. Fue la primera entrega de una serie de antologías consagradas a los songbooks de los grandes creadores de la música popular estadounidense: Rodgers y Hart, Duke Ellington, Irving Berlin, George Gershwin, Harold Arlen y Jerome Kern.

La serie empleó excelentes arreglos con inflexiones jazzísticas y logró atraer a un público muy amplio ajeno al jazz, lo cual sirvió para establecerla entre los máximos intérpretes de la canción popular en la Unión Americana. De ahí en adelante su carrera fue manejada por Granz y se convirtió en una de las cantantes de jazz más conocidas a nivel internacional. Realizó muchas grabaciones, además de presentarse con frecuencia en festivales de jazz, acompañada por los mejores intérpretes.

A finales de los años sesenta afloraron los primeros problemas graves de salud, la progresiva pérdida de visión, los primeros síntomas de fatiga física. En 1973 Norman Granz creó un nuevo sello discográfico: Pablo, y empezó a publicar material inédito grabado por Ella en alguna de sus giras. Sin embargo, la voz de Ella comenzó a estropearse y a perder la facilidad de otros tiempos.

Ella Fitzgerald murió el 15 de junio de 1996 en Beverly Hills, a la edad de 79 años, tras un largo padecimiento diabético. Dejó grabados aproximadamente 250 discos. Y si bien su voz era de timbre algo frágil, la compensó con un alcance enorme que controlaba de manera experta, con una habilidad rítmica asombrosa, extraordinaria agilidad e infalible sentido del swing. Ella habitó cada canción con todo su ser.

Rodajas de noche

jugos de luna cálida

para salvar ahogados.

Surgió así un nuevo lenguaje

del jazz, del swing

lento vivo fugaz-

corazón de unicornio loco

sin tristeza sentimental

¿Para qué el lento rodar del mundo

si canta Ella

la historia antigua del amor?

Mejor los senos, las piernas

las cabezas estallando

al frente de los múltiples primores

                                       de su voz.

 

VIDEO SUGERIDO: Ella Fitzgerald – I’ve Got A Crush On You – YouTube (Ella Fitzgerald-Topic)

 

 

ELLA FITZGERALD (FOTO 3)

 

 

 

 

 

Exlibris 3 - kopie

LIBROS: IRAIDA NORIEGA

Por SERGIO MONSALVO C.

 

IRAIDA NORIEGA (PORTADA)

 

EL ÁNGEL CREADOR

(ENTREVISTA)*

 

Algunas ciudades producen flores extrañas y fascinantes. A la de México le brotó una singular. Pero esta flor, también, ha dado muestras claras de una esencia mayor: un aroma de música, tan exclusivo como la más preciada fragancia. Ella es flor y es canto. Su nombre es Iraida Noriega. En su presencia y en su voz está el argumento para fundamentar la fe en una religión pagana, para sentir al mundo. Basta oírla cantar. Lo hace lenta y voluptuosamente, con los ojos cerrados, disfrutando la experiencia técnica y de vida, con la cadencia misma con que sus manos recorren el contorno de sus abismos. Así ubica su ser intenso, en el difícil punto entre la melancolía y la incontinencia.

 

Ella es naturaleza pura en plenitud. La suya es una antífona de actitud, gesto afirmativo de existencia y amor, placer, dolor y pérdida. ¿Qué es una mujer?, se pregunta uno, mientras ella canta para descubrirnos su ángel creador. A ése que es la combinación de lo mágico y lo terrible: síntesis de una mujer como otredad del pulso mundano.

 

Iraida es originaria del Distrito Federal, donde nació el 16 de agosto de 1971. Es hija del cantante y pianista Freddy Noriega, un personaje veterano de la escena musical mexicana y del jazz en particular (hoy ya fallecido). De él fue que ella heredó el gusto por el género. Gusto que cristalizó a la edad de 17 años, cuando hizo su debut como cantante en compañía de su padre. Lo hizo interpretando boleros y standards.

 

Al decidirse por la voz, por el jazz, como forma de vida se fue a realizar estudios musicales en escuelas de la Unión Americana, en Nueva York de manera precisa, donde contó con la asesoría de maestros de la talla de Sheila Jordan. Por otro lado, Iraida tiene ya varios álbumes en su haber: Elementos (de 1997, con Emiliano Marentes); Reencuentros (de 1998, con Roberto Aymes); Sólo voces (de 1999, como integrante del grupo vocal Cuicanitl) y el más reciente, Efecto Mariposa (del 2001, con varios invitados), además de diversas colaboraciones en los discos de otros artistas.

 

– Iraida, ¿cómo fue el aprendizaje de la música dentro de tu familia?

«De manera muy inconsciente. En realidad, no fue que mi papá me diera clases, sino que él oía discos todo el santo día y a mí se me pegó la afición. Hoy llegas a su casa y tienes que sentarte a oír discos o a ver videos. Así que el mío fue un aprendizaje más bien a nivel inconsciente, absorber toda la información sin que realmente mi papá dijera: ‘siéntate y escucha’. De pronto se daba la situación de que yo le preguntaba: ‘¿qué estás oyendo?’ y ‘¿qué es eso?’, en ese plano. Por su parte, mi madre es una persona que todo el día canta, pero el que está con la rocola desde que despierta hasta que se duerme es mi papá».

 

– ¿Cómo eras de niña? ¿Cuál era la relación con tus padres?

– «Era muy cercana. Siempre he tenido esa relación. Con mi papá, por ejemplo, tengo una tremenda identificación con el lenguaje de la música. Con mi mamá más a partir del lenguaje de la danza, porque mi mamá bailaba. A mí de chiquita me ponían a hacer show y por ahí fue la cosa. Desde niña he sido muy activa y, dentro de todo, desinhibida. Me decían: ‘Canta una pieza’, y yo sin ninguna bronca lo hacía. Pero también desde chica fui muy disciplinada, la verdad. Mi mamá me sometió a una terapia de disciplina tremenda que ahora agradezco, pero en aquel entonces de pronto me sacaba de onda tanta rigidez. Desde pequeña tuve muchas responsabilidades, tanto en la escuela como extraescolares”.

 

– ¿Te llegaste a rebelar contra esa disciplina en algún momento?

«En la adolescencia llegó el clímax y me fui a vivir a otro lado. Les dije adiós. Por otro lado, siento que uno no se puede conocer a sí mismo hasta que rompe un poco con la familia porque aunque la relación sea cercana sí hay que distanciarse. Hay muchos parámetros y valores que únicamente cuando te vas a vivir solo salen a la luz y te das cuenta realmente de quién eres. No aquello que esperan de ti tus papás o tus amigos, sino que tú te das a conocer ahí mismo ante la situación».

 

– ¿Tienes hermanos?

«Tengo un hermano, Freddy. Nuestra relación es también muy cercana, somos cómplices al 100 por ciento. Yo le llevo ocho años y hay un desfase por la diferencia de edades. Cuando estaba chico sólo quería jugar, pero conforme hemos crecido, y hecho mayores, hemos encontrado un lenguaje que nos ha acercado. Él canta conmigo y con todos los del grupo vocal Cuicanitl. De entrada, eso lo compartimos y de ahí en adelante también muchas locuras».

 

– ¿Cuáles eran tus discos favoritos, primero como niña y luego como adolescente?

– «Es muy loco y no me lo vas a creer, pero el recuerdo que yo tengo es el de disfrutar entre los cuatro y los diez años con los discos de Frank Sinatra que oía mi papá. También que incluso fui a hacer una audición para Anita la Huerfanita. En mi casa me metieron mucha información acerca de lo que es la comedia musical. Honestamente era lo que yo oía de chavita, lo que oía mi papá. Me empecé a meter con sus discos y me clavé mucho en los de Al Jarreau y desde luego en los de Sarah Vaughan; con los de Barbra Streisand (en una época me apasioné con su forma de cantar). Daniel Riolobos chico, que en paz descanse, me decía que si yo quería aprender a cantar tenía que hacerlo oyendo los discos. Que viera cómo habían colocado la voz; que cómo habían hecho la inflexión, etcétera, así era la cosa. También oí mucho los discos de Sergio Mendes con su onda brasileña. Por ahí de los 17 años se me presentó entonces el estilo de Eugenia León. Hasta ese momento yo había escuchado más música estadounidense que mexicana, y al escucharla me di cuenta de que Eugenia estaba haciendo lo mismo, pero en español. Eso como que me aterrizó y por ahí me fui. En mí había una división: el mundo que oía en mi casa —eso de oír a Frank Sinatra a los ocho años era muy raro, ¿no?—, pero también estaba el mundo de la secundaria en que estaba estudiando, la música que me enlazaba de algún modo con la gente, porque si no me hubiera convertido en un bicho raro. Así que oí las cosas de Cyndi Lauper, de los Eurythmics y la música pop que sonaba en ese momento».

 

– ¿Hay algún disco de esa época que sea entrañable para ti?

«De chica uno que oía mucho era el España de Al Jarreau, me lo sé de memoria, y algún otro de Barbra Streisand. Ahora lo que hago es escuchar un disco de la mañana a la noche, hasta que ya no le quede ningún secreto para mí, me clavo en ellos así. Ahorita estoy oyendo uno de Kurt Elling, no hago otra cosa que oír su música mañana, tarde y noche. Me identifico mucho con lo que está haciendo. Tanto en su planteamiento de letras, como en lo musical o performático. Lo que hace me suena muy bien en el corazón, y me digo que por ahí es la cosa».

 

– ¿Qué hizo que te inclinaras hacia el jazz?

“Desde luego mi papá y sus discos. Él sembró la semillita. Cuando empecé a improvisar de cualquier forma tuve miedo, miedo a la libertad que significa. Todos soñamos con ser libres, pero cuando te dicen: ‘Órale, haz lo que quieras’, vienen las reticencias. Desde luego fue un acto de valor de mi parte el rollo de aventarme y a ver qué onda. Descubrí muchas cosas. El rollo programado siempre es bonito y tiene un gran mérito y todo, pero la relación que estableces con lo divino a la hora de improvisar es otra cosa. Abres tu canal para que te pasen corriente y la corriente que te van a pasar es diferente, y eso tiene como consecuencia buscar qué onda contigo mismo de manera constante, todo depende de tu capacidad para abrir ese canal. Experimentar eso me gustó y ya no quise soltarlo desde entonces. Es una cuestión de mucho descubrimiento contigo mismo, de muchas emociones y sentimientos. Siempre quieres que haya magia y despegarte aunque sea dos centímetros del piso, pero hasta en eso los de allá arriba dicen: ‘hoy sí’ u ‘hoy no’. Pero para lograrlo hay que hacer un trabajo constante. Ya no puedo concebir algo que haga que no contenga ese elemento. La sorpresa. Estar cósmicamente conectada, porque la vida nunca es igual”.

 

– ¿Ha habido escenas en tu vida que te hayan señalado la dirección hacia el jazz de alguna manera?

«Sí, desde luego. Cuando nací, saliendito del hospital nos subimos en el coche de mi papá y puso en su estéreo de ocho tracks un disco de Bill Evans. Dijo: ‘Mi hija tiene que oír a Bill Evans’, y de ahí nos fuimos inmediatamente al bar Rigus —¡qué locura!, ¿no?—, y de ahí el primer personaje que me cargó fue Chilo Morán. Eso creo que de alguna manera me marcó. La inclinación definitiva por el jazz se dio cuando llegué a Nueva York. Yo audicioné para quedarme en la escuela con ‘Round Midnight’, un tema que me enseñó una pìanista amiga que se llama Gussy Celestin. Me dijo: ‘Tú cantas y yo practico cómo acompañar’. Así fue cómo nos conocimos. Luego entré a la clase de Sheila Jordan. Al escucharla, oír su planteamiento vocal y todo su rollo, me dije que eso era lo que yo había buscado en la vida. Ella tenía un alumno alemán de nombre Theo Blatmann que se incorporó a la clase. Lo hizo más como práctica que para aprender, porque ya cantaba increíblemente. Al escucharlo también me dije: ‘Eso es lo que yo quiero en la vida’. Esos fueron los tres personajes que me marcaron de entrada en mi vida independiente. De ahí para acá, uno de los que me han influenciado sobre todo a nivel de composición ha sido Emiliano Marentes. Él me impulsó mucho. Por otro lado, una vez regresando de Nueva York oí al trío de Agustín Bernal, Enrique Nery y Tony Cárdenas, y escuché específicamente una pieza de Agustín que se llama ‘D.F. 3:45 de la madrugada’. Y ese tema fue también algo que me marcó. Lo tengo bien presente dentro de mí. Esos momentos los tengo grabados en el corazón y me digo que son la reafirmación de que por ahí va la onda».

 

– ¿A qué edad comenzaste a cantar el jazz?

“A los 17 años comencé a cantar con mi papá. Me iba a cantar con él boleros y standards norteamericanos, sin mayor improvisación. Incluso él decía que yo era mejor baladista que swinguera. A esa edad empecé a cantar y fue un descubrimiento muy fuerte exponerme así ante un público, pero mi papá siempre supo qué hacer en todos los casos: estuve muy protegida, la verdad”.

 

– ¿Por qué escogiste la voz para expresarte y no un instrumento musical?

“No sé si lo escogí. En todo caso fue algo que se dio, que estaba ahí, sin clases y sin nada. Fue algo que se dio así nada más. Un músico español me dijo que uno no escoge a la música sino la música te escoge a ti. No sé si suene muy arrogante, pero la voz sí fue una cosa que estuvo ahí”.

 

– ¿Crees que sea importante la vida académica para un músico de jazz en específico?

“Definitivamente lo importante es que hagas buena conexión. El rollo de la música es más bien conectarte con algo más arriba. Siento que la vida académica me ha dado la posibilidad de tener un lenguaje común con otros músicos, y en lugar de llegarles a tararear lo que quiero hacer se los escribo en un lenguaje común. Con él puedo llegar a cualquier parte del mundo y aunque no sepa el idioma la música está ahí, en el papel, y tres, y cuatro, y nos arrancamos y se establece algo. En ese sentido lo académico sí te da un lenguaje, pero saber escribir o no nada tiene que ver con ser músico”.

 

– ¿Cómo fue tu relación con Sheila Jordan?

«La verdad, bien cercana. Todavía no me la acabo de que se haya dado esa situación. Había una identificación de entrada muy ‘vibrática’. Ella de pronto me decía: ‘Me recuerdas a mí a tu edad’, y cosas así. Sheila me impulsó mucho. Ella lleva a los alumnos más destacados al Thelonious Jazz Festival que se lleva a cabo regularmente en Nueva York. Nos llevó a Theo y a mí a cantar. Yo canté ‘Ruby My Dear’ y Theo, ‘Straight no Chaser’. Siempre se dio esa relación muy cercana de constante impulso. Incluso ahora, a muchos años de haber estado en Nueva York, recibí un email de mi amiga Gussy en el que me decía que Sheila me mandaba saludar y todo eso. Tengo muchas ganas de verla y de mostrarle las cosas que he hecho. Agustín Bernal y yo hicimos un dúo de ‘Lover Man’, con una versión a lo Sheila Jordan. Ella canta mucho con bajo y voz, y le dedicamos esa versión a ella».

 

– ¿Conocías su historia cuando llegaste a estudiar a Nueva York?

«Honestamente no. La conocí estando ahí. Me fui haciendo de sus discos. El primer día llegas a audicionar, leve, pero a una audición al fin y al cabo. Luego Sheila nos dijo: ‘Ok, se quedan, pero ahora me tienen que improvisar un blues con letra y todo’. Y yo: ‘¡¿Qué?!’. Le dio entonces instrucciones al músico, y uno… dos… tres… y se arrancó con una rolota de blues que tenía que ver con lo que estaba sucediendo en aquel momento con la audición, con lo que íbamos a hacer, y yo me dije: ‘¡WOW!, le están hablando los ángeles al oído’. Fue un impacto muy considerable el que me causó».

 

– ¿Alguna vez en la adolescencia o en otro momento pensaste en ser otra cosa que no fuera cantante?

«No tenía clara la parte de dedicarme por completo a ello. Yo canté desde muy chiquita, como ya te dije. Me encerraba en mi cuarto y daba unos conciertos bien acá, de terminar sudando y todo eso. Me fantaseaba grueso, pero aún no tenía claro que quería ser cantante, así como todo el asunto de la música hasta que llegué a Nueva York. Antes de eso yo bailaba, hacía teatro y de repente cantaba. O sea, lo que sí tenía claro era la dirección hacia esa línea performera, fuera lo que fuera. Eso sí, hice teatro y me di cuenta de que no era un lenguaje en el que yo fluyera bien, sentía la ausencia de algo. Luego experimenté la música, su lenguaje, y me dije: ‘Esto es la neta’. Yo llevaba años yendo a misa y buscando un camino espiritual, pero con un día de vivir el lenguaje de la música a fondo dije: ‘Esto es lo mío, no tengo que buscar más, me llegó la iluminación’. Todos nos pasamos la vida buscando la neta, pero la neta para mí fue la música. Tenía ese hueco y en un día de experimentarla ese hueco se llenó. Entendí ese lenguaje y supe que hay en él otro nivel donde te conectas más allá de lo físico».

 

– ¿En aquellos años hubo alguna restricción de parte de tu familia, por tu condición de mujer, para que te dedicaras al canto?

«Sí. A mi papá, que aún teniendo tanta calle y experiencia en el medio, le dio el pánico durísimo. Porque no nada más estaba el hecho de que los músicos son muy reventados y todo eso, sino que conocía bien el medio del que me estaba hablando. Como mujer dentro de la música es doblemente difícil generarte el respeto más allá de ‘esta chava afloja con todos’; ya sabes, lo típico, ¿no? Lo otro es: ‘Esta chava es bien reventada y demás’. Lo difícil es demostrar que hay seriedad, tienes que ganarte el reconocimiento en la cuestión de la música. En ese sentido mi papá sufrió mucho conmigo, porque en la prepa me tiró el choro de que yo hiciera una carrera, Comunicación o una payasada de esas. Entonces yo le dije: ‘Oye, eso que me estás diciendo es una incongruencia, porque tú no lo hiciste; porque has hecho una vida de cantar y porque yo también lo quiero hacer’. ‘Sí, pero no es fácil’, me contestó. ‘Bueno, dame chance —argumenté—. No voy a perder mi tiempo haciendo una carrera que ni me interesa ni quiero hacer, y punto’. Fue cuando decidí irme a Nueva York, era 1989. Fue muy duro para mi papá, porque finalmente se dio cuenta de que si se ponía difícil yo me iba a ir de todas maneras, así que dijo mejor por las buenas. Me consiguieron una beca y me alivianaron cuando llegué allá, a la casa de mi abuela. Pero yo no quería estar en el seno familiar porque, como te decía al principio, te tienes que deslindar para saber realmente quién eres y cuáles van a ser tus límites y todo eso. Mi papá sufrió durísimo los tres años que estuve allá. Le sufrió fuerte con la ausencia, y me imagino también que por el rollo de que sueltas a los hijos y sabes que se van a dar dos o tres zapes, pero ni modo, es parte del folclor de crecer. Incluso creo que hasta la fecha mi papá lo sigue sufriendo. Pero también siento que cada vez me tiene más confianza, pero sufre porque para colmo me decidí por el camino de la necia, ¿me entiendes?, cosa que según él no es por ahí, aunque él también lo haya hecho. Ha sido una discusión eterna. Es un punto donde familiarmente, incluyendo a mi mamá, tenemos una discrepancia fuerte. Me dicen: ‘Ármate un buen numerito que te deje dinero para que te asegures cuando seas más grande; júntate una lana, y ya cuando seas más grande haces lo que quieras’, pero para mí el rollo no es así: sufrir de aquí a que llegas, sino pasártela bien y llegar, todos los días. No es cosa de decirme: ‘Voy a sacrificar 20 años y cuando tenga 60 y ya sin fuerzas para hacer ni madres haga lo mío’, no. La inspiración es ahorita y en la efervescencia, y aparte es un momento en donde se define un movimiento por el que vale la pena luchar. Porque tampoco es una lucha denodada, hay sus pequeños sufrimientos aquí y allá, pero a final de cuentas uno se la va pasando, ¿no?”

 

– ¿Y tu mamá qué dice al respecto?

«Mi mamá es una persona que conmigo ha tenido una gran fe. Siento que de unos años para acá me le he salido del huacal en muchas cosas, cosas en las que ella hubiera querido que yo fuera de cierta forma, pero la personalidad es la personalidad y empuja por salir. Justamente el otro día teníamos una discusión de esto que te estoy hablando, porque en el fondo tienen la preocupación porque te generes una infraestructura, un futuro y un todo. Mi mamá está por los 50 años y mi papá tiene 64, y siento que ya se les olvidó cuando ellos tenían mi edad y comenzaron sin nada; que empezaron a trabajar y a armarse, a echar raíces, a hacerse de una serie de cosas que a mí en lo personal en este momento no me interesan. Esencialmente, de parte de los dos, su desconfianza no es hacia mí, sino están en la onda de los papás que no te quieren ver sufrir y bla bla bla. Siento que con cada paso que doy dicen: ‘Quién sabe qué está haciendo ésta, pero pinta bien’».

 

– ¿Y ella qué oficio tiene?

«Mi mamá se llama Esperanza, es cubana y ahora trabaja en una compañía que hace libros didácticos. Es una compañía americana y ella la representa aquí en México. Va a las escuelas, les expone los programas y demás, y en su tiempo libre escribe. Está escribiendo una novela y en esas anda también».

 

– ¿Cuál es tu definición de jazz?

“Según yo, va más allá de la música. Es una actitud ante la vida: levantarte todas las mañanas y aunque tengas una idea de lo que tienes que hacer, estás dispuesto y abierto a donde la vida y las circunstancias te lleven. Ponerte en el canal de fluir con esas cosas, estar en esa libertad de movimiento, y lo que pase desde que te levantaste y llegaste a tu primera cita sea diferente de un día a otro. Tener la disposición de recibir esas cosas que la vida te da, tomarlas y encauzarlas hacia un fin. De igual manera sucede en el jazz”.

 

– Dentro de las voces en el jazz, ¿a quiénes consideras tus mayores influencias?

“A todas. Aunque hay épocas en que me da por clavarme con la gente joven, porque las ‘monstruas’ ya todas se fueron. Queda Abbey Lincoln, pero Billie y Ella y Betty, pues ya… y sin embargo, estuvieron presentes a lo largo de toda la vida. Ahorita el trabajo de gente como Cassandra Wilson me gusta mucho, pero también me he dado a la tarea de escuchar a vocalistas de todo tipo, jazzistas o no, porque ese elemento de la voz de ser algo ancestral, muy ritualístico y muy todo se da en las manifestaciones en todos los géneros, aunque lo que me gusta de los vocalistas de jazz (Bobby McFerrin, Al Jarreau, etcétera) es esa libertad de extender las alas y viajar”.

 

– ¿Cómo es tu relación con el canto actualmente?

«Muy cercana, en el sentido de ser consciente de que si la música es el camino para alivianarlo todo y conectarse, sin duda alguna la voz todavía lo es más. Mi relación con el canto es muy cercana, porque me he dado cuenta de que es el instrumento a través del cual todo se manifiesta y todo va a fluir. Así como unos meditan, otros rezan y otros hacen feng shui, a mí la onda de cantar me pone en un canal supercolocado, la verdad. Lo disfruto muchísimo, porque te juro que hay momentos en donde empiezan a salir sonidos en los que siento que ya no me reconozco y me digo: ‘Órale, ¿qué está pasando aquí?’. Resulta maravilloso. Es por ahí donde encuentro mi conecte místico. Trato de dedicarle al canto desde las mañanas hasta las noches, según la temporada. Es como una pequeña inversión y trato de disciplinarme y estar en constante reconocimiento de ello».

 

– ¿Haces algún tipo de ejercicio, yoga o algo semejante?

“Este año estuve un buen rato haciendo yoga, pero a partir de que comencé a grabar el disco Efecto mariposa se me rompió la dinámica y me ha costado un poco de trabajo reengancharme en ello por cuestión de tiempo. Sin embargo, prefiero cantar durante la mañana que hacer yoga, me pone más acá. Aunque estoy consciente, y me lo han dicho, que el rollo de hacer ejercicio es bueno, pero de repente me abstraigo, me abstraigo, y pues cuál materia. De pronto necesito algo que me aterrice otra vez y le dé lo suyo al cuerpo y órale. Pero ahora, honestamente con el tiempo que tengo, prefiero dedicarle un par de horas a cantar, al despertarme y antes de cualquier otra cosa, y ya después lo que venga. Yo a los cuidados de la voz —los tradicionales como no tomar frío, no fumar, no hablar mucho— la verdad no les hago mucho caso. Lo he consultado con un par de maestros a quienes les tengo mucha fe —porque no me chorean sino me dicen las cosas como son— e incluso con médicos, y me han dicho que si uno se sobreprotege entonces se vuelve de papel. Te soplan tantito y ya valiste. Yo trato de llevármela normal, de dormir bien, y eso me genera una gran elasticidad. En la mañana todo está perfectamente relajado, sin estrés, sin cosas de que ya se te apretó el músculo de acá y eso. En la mañana estoy en la mejor colocación, según yo, para cantar. Sin esforzarme ni nada de eso. Es el mejor momento. El tiempo en que todo está colocado. En la noche ya está más elástico el asunto. Pero en la mañana tengo la colocación adecuada. Eso es muy bueno, porque ya reconozco bien esa sensación y puedo fabricarla a la hora que tengo que cantar, sean las dos de la mañana, las tres de la tarde o las ocho de la noche, a mí me fluye».

 

– ¿A qué edad te decidiste a ser cantante de jazz?

«A los 19 años. Eso lo tengo muy claro, porque fue cuando llegué a Nueva York. Vi a Sheila y a Theo y supe lo que me provocaban, a través de lo que ellos estaban generando en sí mismos. Yo me fui con ellos en ese trip. Dije: ‘Ésta es la onda’. Yo venía de la comedia musical, del show, de Liza Minelli, etcétera. Es agradable, pero el trip que agarran los jazzistas es interno y de dentro hacia fuera. Eso es lo que yo buscaba. Supe que era por ahí; que era el lenguaje que quería desarrollar».

 

– Independientemente de la voz, ¿te identificas con algún instrumento?

“Con el piano. Ahora lo estoy tocando. Es un instrumento que se me da fácil comprenderlo y visualizarlo con la voz. Y para mí, desde el punto de vista complementario, es muy importante. En primer lugar para tener independencia, por si algún día no hay músicos, que luego suele suceder, contar con la capacidad de solventar el momento. Y por otro lado está la parte de la composición, del arreglo y todo lo demás. Lo puedo visualizar muy bien con el piano. Desde hace tres años le he dedicado tiempo al piano, y sí me interesa profundizar en él. Ser una vocalista que toca el piano, o quién sabe, a lo mejor luego un día me clavo recio y exclusivamente con el instrumento. Buscar y tener la capacidad para acompañarme. O de acompañar a otros cantantes, qué sé yo, depende de lo que surja”.

 

– ¿Cuál es el estilo que más te interesa interpretar dentro del jazz?

“Todos. Me encanta ese rollo de poder entrar en cada uno de ellos y tocarlo todo: un standard o un bolero-jazz, yo creo que la cosa es por ahí. Tener la capacidad de que lo que te avienten sepas interpretarlo. La capacidad de entrarle a todo lo que la vida te ponga enfrente. En este sentido es la apertura lo que me interesa. De eso se trata el jazz, de entrarle de lleno a la música y a lo que te pongan, con el debido respeto y humildad”.

 

– En el ambiente del jazz, entre los músicos, ¿alguna vez sentiste menosprecio por ser mujer?

«Por esa situación honestamente no. A veces —y eso es algo que he tenido que ir resolviendo con el tiempo— alucinaba muy grueso si me tiraban la onda. El hecho de que me quisieran ligar se me hacía una forma de menosprecio. Sentía que no me estaban tomando en serio y que primero me veían como alguien a quien a la mejor se podían atorar, y después pelar como músico. Tal situación fue la que de alguna forma me hizo pensar —y lo sigo haciendo hasta la fecha—: ‘Para que me tomen en serio hay que trabajar y desarrollar un lenguaje propio’. Así, poco a poco fui subrayando que mi rollo era en serio; que no estaba flirteando con la idea de ser jazzista o jugando con la idea de improvisar, sino que mi interés realmente era trabajar y tener algo consistente qué decir, y poder hacerlo e intercambiar ideas con los músicos. Creo que de alguna manera hoy lo he logrado, porque ahora con muchos de los músicos con los que toco hay una relación supercercana. Fue como rebasar ese rollo de hombres y mujeres y llegar al siguiente punto donde en verdad te unes en la música y te olvidas del sexo de los que están ahí. Hay un enlace y es muy fuerte. Con el tiempo fui aclarando que por ahí era la onda. Eso me ha hecho esmerarme en mi lenguaje musical. Mostrar la pura neta».

 

– ¿Tuviste alguna mala experiencia en ese sentido con músicos que no hayan sido tan cercanos a ti?

«No. Y ahora siento que ya no tengo que defenderme tanto. Antes llegaba con la estafeta ‘soy músico y me respetan’, en ese plan. Ahora creo que tampoco hay que mostrarse tan agresiva. Si cuando canto se dan cuenta de que el rollo va en serio, qué bueno; si no, pues sanseacabó, es bronca de ellos. En ese sentido es que la gente se tiene que acercar a uno, porque uno está actuando de la misma manera».

 

– ¿Con el público cómo ha sido esa relación cuando te paras en el escenario?

«Ahí tenía un gran conflicto. Era tal, y continúa siéndolo, la necesidad de que vieran en mí a un músico tal cual, con mi instrumento vocal, que hubo una época en que no usé nada de faldas ni nada femenino, porque quería que vieran a uno más de los ‘cuates’. Ahora me he dado cuenta de que soy de la banda, sí, pero no uno de los ‘cuates’, porque soy una ‘cuata’, y eso complementa perfectamente el cuadro. Lo que sí he tomado en cuenta, y eso lo descubrí luego de conocer a Sheila, es que yo tenía la idea equivocada de que había que hacerle al público todo el numerito: sonreírles y caerles bien. Pero me he convencido de que no es así la cosa. Te tienes que clavar dentro de ti y proyectar algo más que ‘a ver cómo me los enconchavo’. La gente no sé qué tanto acepte o asimile los momentos donde no necesariamente canto o interpreto una letra, es decir, la parte de interacción con los músicos: donde trato de conectarme con el grupo, interactuar y no sólo con el público, según se vaya dando. Me he dado cuenta de que lo perciben de maneras que hasta han sobrepasado lo que yo hubiera podido esperar. A la hora del solo de alguien, mi labor es la de tratar de enchufarme con lo que está pasando con la música; estar al pendiente de lo que están tocando mis compañeros. Si me desconecto de eso estaría pelas. Cuando hay un solo, y la disposición escénica lo permite, salgo de escena y me pongo a escuchar desde otro lado. Eso obliga a la gente a decir: ‘Caray, eso suena bien. Ahí está pasando algo’, ¿me entiendes? Lo interesante es que ya me empiezan a decir que lo perciben tan cual, y eso para mí es maravilloso. En ese acto de interacción nos incorporamos todos. La música se genera a partir de todos los que estamos ahí. Yo dependo cien por ciento de eso. Eso es lo que se tiene que percibir hacia fuera: ver a un instrumentista y concebir a toda la banda. Ver a un cantante y sólo verlo a él está mal. Yo trato de romper con ese concepto y más bien veo la voz funcionando no como un lied, sino como algo incorporado dentro de la masacota musical. Buscar que proyectemos que somos un grupo».

 

– ¿Cuándo crees que obtuviste el concepto de esa presencia escénica?

«Creo que no es un proceso de aprendizaje tanto como de ‘desclosete’; de sentir que ese lugar es como tu casa y actuar de lo más natural. Cada vez vivo más en ese ‘desclosete’: me siento a la mitad del escenario, aunque no haya silla, y bebo de mi botella de agua. Antes me decían que eso no se debía hacer, pero yo me digo: ‘Oye, ésta es tu casa, no voy a faltarle el respeto a nadie, es mi casa’. Así ha sido mi trabajo en ese sentido de ‘desclosetarme’ y de ser más yo; de ser quien eres allá arriba en el escenario y debajo de él. Me choca mucho aquello de que tienes una imagen y te bajas y eres otro. Creo que hay que ser auténtico en la vida normal y cuando te subes a tocar o cantar ser todavía más congruente con aquella autenticidad. Lo otro se me hace un poco esquizofrénico. Es cosa de aceptarte tal cual eres y luego manifestarlo allá arriba. Hasta hace unos años entraba en un canal superformal, algo tan lejos de quien soy en realidad. La verdad es que echo bastante relajo. Ahora me he dado cuenta de que se establece más cercanía con la gente cuando eres tú mismo que cuando presentas un estereotipo extraño. Empiezo a cotorrear y la gente me responde y se rompe así esa barrera de formalidad. Se trata de integrarnos y no de crear una burbuja entre nosotros. Un elemento básico para que haya sucedido es Tony Cárdenas —el baterista—, quien es un superrelajiento y se porta como es allá arriba y aquí abajo. Con él he aprendido mucho de esa actitud”.

 

– ¿El amor ha jugado un papel importante para estar dentro del jazz?

«Sin duda. Si no hay amor no hay nada. En los proyectos en los que he estado involucrada —míos, de grabación con otra gente o en los conciertos—no podría haberlos realizado con alguien con quien no hubiera tenido vibra. Y cuando tienes una vibra superfuerte y hay amor real, lo que sucede en el acto musical es inexplicable. Todo punto de partida es ése. Yo nunca he ido a sonar con alguien con quien no haya tenido un sentimiento así. En el jazz cuando improvisas estás hablando de tu corazón. Tienes que abrir el canal y estar presente en ese momento. No es como en otros géneros, donde te aprendes la canción, pones el automático y ya. Si no existe esa vibra no me explico cómo podría suceder algo. Si no hay amor no se arma nada. Por otro lado, estar enamorada es una fuente mayor de energía, de plenitud y de estabilidad. Quieres abrazar a todo mundo y pasarles la vibra. He vivido también en otra faceta del amor que no es desamor, en ésa de que por amor sueltas a la gente y la dejas en libertad. Tanto amas a una persona que debes decirle ve tras tu felicidad aunque no sea necesariamente conmigo. Esa faceta del amor, que es el otro lado, también me ha dado inspiración y oportunidad de sacar cosas. Creo, a fin de cuentas, que el asunto es vivir la vida como viene y con toda su intensidad. Es una dinámica de absorber, procesar y sacarla de otra forma. Así es el círculo vital, hacia adentro y hacia afuera constantemente”.

 

– Conocerte en todos los extremos…

«Soy una persona que está todo el tiempo con aquello del angelito y el diablito, y eso me hace sufrir grueso. Los extremos los tengo muy claros y creo que el trabajo de la vida es encontrar el punto medio, es una hostia. Vives enmedio de esas fuerzas que te jalan un día una y otro día otra. Pero todo ello finalmente es la prueba de que estás vivo. En la música encuentro la explicación a lo vivido, aunque haya sido durísimo. Sin embargo, salió música de ahí y por eso vale la pena haberlo vivido, aunque el azote te haya raspado. A mí por lo pronto cantar me genera una tranquilidad que no te puedo explicar. Haber interpretado bien una rola, hacer bien un concierto, me proporciona la sensación de que si me muero mañana no hay bronca. Son espasmos de paz y de plenitud en los que pienso que si me tengo que soltar lo hago y no hay bronca. En ese sentido cualquier cosa vale la pena vivirla si la logras transformar y llegar a ese punto. De eso se trata todo el rollo de estar en esta realidad”.

 

– ¿Qué elementos tanto internos como externos necesitas para componer?

«No lo sé. Si ahorita me dices ‘siéntate y compón algo’ no me saldría. Eso es algo sobre lo que no tengo mucho control, fórmula ni nada. De repente hay momentos en que siento como que algo engranó y no me queda otra que sentarme ahí y escribir. Y puedo tener que ir a no sé dónde, pero eso tiene que esperar porque el momento me lo exige. Pero no te puedo decir si para ello tengo que estar feliz o triste. No tengo control sobre eso. Sólo sé que se da en cualquier momento y en las situaciones más inesperadas. Hay una parte mágica de la música que no tiene explicación. Y aunque sigas estudiando para encontrar el hilo negro, la verdad es que en esta vida hay cosas que son un misterio y que la respuesta siempre será eso: un misterio. Uno quiere tener las respuestas a todo, pero hay situaciones que nunca te las van a dar, y así es. Es una de las cosas que no entiendo mucho y que tampoco quiero entender, pero sí hacer todo lo posible para generar que ese canal se abra».

 

– ¿Tienes alguna disciplina para trabajar, un horario?

«No. De entrada, como free lancer, hay que disciplinarse. Es una hostia, porque hoy te hablan para una cosa y mañana para otra. Mi tiempo es mío de alguna forma, pero no al 100 por ciento. Procuro dedicar las mañanas a cantar. Normalmente soy muy desvelada, pero siempre vocalizo en las mañanas, porque así me puedo explayar, no hay bronca. En las noches me clavo a tocar y a componer, pero tampoco compongo a diario, porque ese es un rollo que depende de que en algún momento el angelito baje y eso. Pero siempre hay algo qué hacer o ver. Afortunadamente la actual es una época donde estoy montando material original, tanto mío como de Miguel Villicaña, de Agustín Bernal, rolas de Pepe Morán, de Enrique Nery. O sea, que me está cayendo ese tipo de encargos de ‘oye, cántate mi rola’, y eso es todo un trabajo. Porque, así como estudias un standard, es lo mismo agarrar la rola de alguien, asimilarla y hacerla tuya y aportarle algo. Ese tipo de encargo me enriquece mucho, me prende, me pongo la pila y me clavo a revisar las rolas de todos. Curiosamente, ahora se está dando una etapa donde me encargan rolas, y le pongo letras a temas de Agustín, de Miguel y así. Y eso es bueno porque se genera un movimiento, no sólo mío sino de todos nosotros. Es darle más definición al movimiento que hacemos y eso está muy bien”.

 

– En México, ¿qué dificultades encuentra una mujer para dedicarse al jazz?

«Las mismas que todos: buscar tocadas, que te paguen bien y que tengas foros. Igual que todos. Creo que la cosa es más fácil para las cantantes o los cantantes que para los instrumentistas, porque en México hay más tradición vocal que instrumental. En ese sentido creo que es más fácil. Como mujer jazzista tengo los mismos problemas que todos los jazzistas. Es la misma talacha de todos, no sé si haya verdaderamente una distinción. Yo la verdad no la he sentido mucho, pero tampoco he querido clavarme en esa diferenciación, sino más bien decir: ‘si todos somos músicos, pues hagamos algo y ya’. Pero creo que las dificultades son igual para todos».

 

– ¿Cuál es la historia de Cuicanitl?

“Es un proyecto vocal que surgió hace cinco años, en 1996, que comenzó como un taller para ver qué podríamos hacer y poner en práctica lo que de alguna manera estábamos realizando ya, cuando nos íbamos a la playa y se armaba la fogata y tal y tal. Pero lo que nos hizo formalizar el asunto fue que el año anterior había muerto Don Cherry y Marcos Miranda le organizó un homenaje en la Escuela Superior de Música. Él nos trajo material de Cherry, de los discos con Naná Vasconcelos. Escogimos cuatro piezas de ahí y en junio de ese mismo año presentamos esas piezas que en el disco luego aparecieron como una suite a Don Cherry. Eso nos hizo formalizar el trabajo del taller. De ahí empezamos como todos esos cuartetos de barber shop. Nos parábamos en el café El Jarocho, de Coyoacán, y nos aventábamos unas rolas, pasábamos el sombrero, cafés para todos y pura buena onda. Meses después surgió lo de abrir en el Teatro Metropólitan a George Benson. Eso nos dio una mayor formalidad como grupo. Al año siguiente comenzamos a grabar el disco Puras voces, que tomó dos años, por muchas razones. Por un lado, el estudio en el que lo estábamos realizando entró en coproducción, y cuando eso sucede tienes que plegarte a sus tiempos. O luego se detenía porque ya lo habían bloqueado y porque también entraron y salieron muchos integrantes. Yo me desafané como diez meses. El disco resultante es como la compilación de todos los que estuvieron y están ahora. La primera parte fue hecha con la agrupación actual y la segunda con la anterior. La mayoría del material son composiciones originales de Dante Pimentel (que es la voz baja del grupo), de Silvie Henry o mías, y arreglos a temas de Don Cherry, de Colin Wilcox o de Naná Vasconcelos. Hay un arreglo hecho por un compañero mío en Nueva York a «Conference of the Birds» de Dave Holland. Lo demás son cosas de nosotros. El taller ha servido para poner en práctica escribir para voces fuera de un contexto tradicional, es decir, fuera del soprano, alto, tenor y bajo. Aquí es hablar de percusiones, bajos, guitarras, o de emular esos sonidos. Ha sido todo un aprendizaje, la verdad”.

 

– ¿De dónde y por qué el nombre del grupo?

“Más allá de una cuestión mexicanista o folclorista, en el concepto del grupo hay una fuerte carga de raíces, o sea, roots afro, roots mexicanas, roots… roots… roots… Así que un poco la idea de este grupo ha sido la de regresar a esa primera razón por lo que la gente cantaba: para satisfacer las necesidades primarias: para que lloviera, para que el volcán no reventara, para tener comida, etcétera. Ese principio que es el canto como veneración a la vida, a la naturaleza. Con ese sentido cantamos nosotros. Y regresando a esa esencia escogimos el nombre de Cuicanitl, que eran los cantores, los venerables cantores que dedicaban su canto a cada uno de los dioses. Le pusimos ese nombre también para que en el plano internacional quedara muy claro que es náhuatl, con la t y la l y su sonido especial. Y además, el nombre tiene nueve letras y nosotros somos nueve en total: las ocho voces y el noveno elemento, que es quien graba y diseña todo el sonido. Creo que esa palabra sí tiene fuerza, una gran energía”.

 

– ¿El material para el disco quién lo escogió?

“En realidad se fue dando. Lo primero fue aquello de Don Cherry, luego el arreglo de «Conference…», que me traje de Nueva York y me pareció muy adecuado. Pero todo lo demás se fue dando. Alguien del grupo amorosamente venía y decía: ‘Traigo esta pieza. Está pensada para esta banda’. Así fue como cada quien fue aportando un tema y vimos que se iban quedando como en casa”.

 

– Dentro de Cuicanitl has cumplido el papel de integrante, compositora, arreglista, manager, publirrelacionista. ¿Cómo te has sentido haciendo todos estos trabajos?

«Es una labor muy desgastante, porque la verdad había días en que no podía más, pero al final me dije que hice todo lo que tenía qué hacer. En el rollo utópico uno nada más debería clavarse en hacer música y hasta ahí, pero en la realidad es otra cosa. Y en ésta no iba ni va a cambiar de un día para otro. Y si así está la onda mejor pienso de qué manera me voy a abrir camino. No hay representantes, gente que haga ese trabajo de management, de conseguir tocadas y todo eso. No hay. Así que decidí asumir todos esos papeles, porque no quiero ‘huesear’. Me interesa vivir de lo mío. Afortunadamente soy hiperactiva y duermo pocas horas. Trato de administrar mis días para armar la cosa, porque no le veo otra salida. Pero sé que al final del día —cuando ya fui a conectar la tocada, a negociar y a veces hasta me pongo a hacer los pósters con los recursos que tengo—, me duermo pensando que estoy haciendo todo lo que tengo que hacer. Y me gusta pensar que en algún lugar del universo estoy moviendo fibras y puertas de las que ahora no estoy consciente, pero que en algún momento se van a abrir. Yo creo en esto y todo lo que haga tiene que ir en esa dirección. Trato de no hacer cosas que me saquen mucho de ese canal. En esta vida a algo le tiene uno que apostar, hay que buscarle y yo le estoy tirando a eso”.

 

– Por otra parte, ¿Cuicanitl tiene futuro?

«Cuicanitl siempre va a tener futuro, porque lo que nos une no es el proyecto, sino que todos somos brothers, realmente carnales. Tanto así que tenemos la madurez para darnos el espacio a todos. Luis Miguel y Silvie se metieron a grabar un disco; Dante y Juana se fueron a vivir juntos. En fin, todo mundo está viviendo sus planes más personales, pero lo interesante es que lo que nos une no es Cuicanitl —éste fue posterior—, primero fuimos amigos y seguimos siéndolo. Y en la medida en que cada uno deje sus propios planes bien aterrizados, en esa medida retomaremos Cuicanitl. Pero nos vemos, nos juntamos para comer y estamos cantando todo el tiempo. Por eso sé que tiene futuro, y aunque hacia afuera esto no se vea, si mañana nos dicen hagan un toquín éste sale sin problemas”.

 

– ¿Y para grabar?

«Siento que para grabar va a tomar un poco más de tiempo. Tenemos que trabajar con un nuevo repertorio, sobre todo en el planteamiento de versiones originales, arreglos interesantes y todo eso. Darnos el espacio también ha proporcionado nuevas experiencias y nos ha remotivado para algo nuevo».

 

– ¿Aparte de cantar estás interesada en alguna otra área de la música?

«La investigación no me llama mucho la atención. Lo que sí me interesaría en el futuro sería trabajar para abrir otras posibilidades, no sólo para la cuestión del jazz sino hacia todo lo alternativo. Siento que lo que más me gustaría sería producir a otra gente. Ahora apenas me doy abasto, pero en el futuro me encantaría involucrarme en la producción de otros, así como realizar un disco completamente instrumental con mis temas, y que otros los interpretaran. Y para más adelante escribir música coral y dirigir un coro, eso me gustaría mucho. No como cantante sino dirigiendo. Para todo eso me falta un buen rato de vivirle, de adquirir experiencia y de hacerme de credibilidad. Siento que la gente que ya tiene 40 o 50 años son quienes ya están en posición de poder hacer algo. A mí sí me gustaría hacerlo cuando llegue a esa edad. Pero antes me tengo que ganar la credibilidad de la gente, para que cuando les señale que la cosa es por ahí digan: ‘Ésta sí sabe lo que está diciendo, y va’”.

 

– En cien años del género y en un país de 100 millones de habitantes, ha sido muy poco el número de mujeres jazzistas, ¿no crees?

«En el siglo XX hubo una especie de costra en el país que no le permitía cantar el jazz, y el jazz significa cambio constante. Al vivir dentro de una cultura que se aferra a no cambiar, está cañón sobrevivir como jazzista. Porque lo que le estás planteando a la gente es que cambie, que fluya, que sea libre y que se deje ir un poco. Esa es una de las condiciones, casi heroicas, de ser jazzista en México. Y como mujer doblemente, porque dentro de esta cultura tradicionalmente eres la mamá, la matrona y todo ese rollo. Entonces, como mujer jazzista es doblemente grueso el asunto, porque planteas un discurso que rompe totalmente con el esquema de cómo debe ser la mujer en México. Porque en México la mujer es como la Guadalupana, la santa madrecita, un rollo superfijo. La mujer jazzista plantea el asunto así: ‘Maestra, revoluciónate. No es que no seas madre o cabeza de familia, pero la vida no nada más es eso’. Es algo muy difícil en un país así. Siempre aparece la expectativa familiar, el modelo de lo que está definido como mujer, como femineidad, y toda una serie de cosas que deben ser transformadas para mostrar que también una tiene algo qué decir y formas de guiar”.

 

– ¿Cuál es tu visión del jazz mexicano en este momento?

“Estoy emocionada, porque lo que empezó como una labor independiente, de un disquito por aquí, un disquito por allá, ya se está volviendo una cosa más contundente. Ya empiezo a sentir un movimiento. A la música la única manera de capturarla es con una grabación. Tener la capacidad de capturarla y de incrementar el bagaje estilístico. Hoy suceden cosas en rangos estilísticos amplios, ya hay presencia y cada día que pasa el asunto va agarrando mayor fuerza, pese a todas las dificultades que ya conocemos y todo ese rollo, pero ahí está. Siento que ya nos cayó el veinte de que ya no podemos esperar a que vengan y te digan qué onda, sino que hay que hacerlo y crear las circunstancias propicias. Y que lo mejor de todo es que se puede sobrevivir independientemente de las instituciones, ahí está el meollo. Por otra parte, en mi caso presencias como la de Chilo Morán siempre fueron fundamentales. Crecí escuchando a Chilo y a Vitillo, amigos de mi papá, con los que tocaba y se aventaba sus palomazos. Desde chamaquilla estuvieron muy presentes en mi desarrollo, y luego vino la generación de Eugenio y Fernando Toussaint, y la generación de Agustín Bernal, Tony Cárdenas, que están muy cerquita de nosotros, los más jóvenes. Yo sí creo que nada de lo que estamos haciendo ahora lo haríamos si ellos no hubieran abierto brecha. Todo esto es una consecuencia de lo que ellos hicieron. También sé que muchos de ellos sufren sus decepciones con la gente joven que no les da su lugar, y bla bla bla. Y puede ser cierto, pero en mi caso tengo muy claro lo que heredé, y sí veo lo que hoy sucede como una continuidad de aquello. Lo que nosotros hagamos ahora va a tener que ver con los que vengan, si hay un bagaje consistente. El futuro lo veo bien. No me clavo mucho en disertar acerca de hacer algo o no, sino que mejor me pongo a hacerlo y no desperdicio el tiempo pensando en todo lo que no se puede hacer. No niego que de repente me agarren los bajones y pierda un poco la fe, pero ahora veo bien el asunto, porque está en nuestras manos hacer las cosas”.

 

– ¿En México hay apoyo para el jazz?

“Creo que el jazz tiene un problema karmático muy loco en México. Hay el problema de los funcionarios muy nacionalistas que dicen que el jazz es algo extranjero, pero aceptan por ejemplo que las orquestas mexicanas toquen a Beethoven. Con eso no tienen ningún problema. Hay una incongruencia muy extraña, hay ignorancia y en general una confusión de identidad muy acendrada. Resulta que para muchos lo mexicano es lo folclórico, pero las orquestas cuando viajan a Alemania tocan a Mozart, pero no a Chávez ni a Revueltas. Para otros, lo único que sí es nacionalista y mexicano es tocar sones y mariachis, todo lo demás es extranjerizante. Ello no da pie a una identidad mexicana nueva, influenciada por todos los países del mundo, que están siendo influenciados a su vez entre ellos. Hoy puedes tener influencias árabes, aunque nunca hayas ido allá y ser mexicano sin problema. La ignorancia no da pie a que se fusionen las cosas y a que se genere una nueva forma de identidad. Yo creo que el jazz sufre mucho por eso. Se le ve como algo extranjero y no se le da el chance a que agarre su personalidad mexicana. Es también una forma de cultura popular y deberían saberlo. Los movimientos fuertes son el resultado no de lo que hacen los individuos por separado sino de las comunidades, del trabajo de mucha gente que se dirige hacia un punto. Las compañías disqueras grandes no tienen departamentos dedicados al jazz mexicano. No le dan cabida, y por eso se ha creado un movimiento independiente, con compañías independientes que dijeron: ‘Nosotros le entramos’. No hay el oficio de representante en el jazz, uno tiene que hacerlo todo. Hay el cliché de que la cultura no deja, pero la cosa es ponerse a trabajar. El público está ahí. Tenemos que trabajar mucho con respecto a nuestra autoestima. Hay que valorar lo que nosotros mismos hacemos y darle el lugar que se merece”.

 

– ¿Han valido la pena todos los sacrificios, la falta de apoyos, el rechazo del “hueso”, etcétera, en aras de cultivar este género que quizá sea el más underground y el más marginal dentro de la cultura nacional?

«Sí, definitivamente. Cada vez que hago una tocada y todo sale bien digo: ‘¡Wow!’. De pronto todas las broncas se disipan en ese momento. No veo que haya sido un sacrificio tremendo, no. Lo ha sido pero de una manera filosófica. Creo que todos estos contratiempos lo único que han hecho es obligarme a definir si mi rollo va o no por ahí. He oído a muchos colegas que dicen que la verdad el jazz no es para tanto y ahí muere. Lo abandonan. La verdad yo no la paso mal ni sufro. Siento que todas las cosas que he pasado lo que han hecho es decirme que mi destino es por aquí. Han servido para reafirmarme y proporcionarme fuerza».

 

– ¿Qué anécdota se ha significado como la más importante para definir tu vida dentro de la música?

«El encuentro con Sheila Jordan y con Theo. A partir de eso todo cambió para mí. Me cambió radicalmente el concepto de cantante, de mujer, o sea todo el numerito. Esa es una. El encuentro con Emiliano Marentes también fue transformador. Cantar con Cuicanitl ha sido igual. Lo que estoy haciendo ahora con Tony Cárdenas, Agustín Bernal y Miguel Villicaña también lo ha sido. Todas esas cosas marcan un antes y un después para mí».

 

– Platícame de tu nuevo disco.

«Se llama Efecto Mariposa. Resulta que un día estábamos un grupo de personas en el estudio trabajando en una música para un performance con Israel Cortés, quien es el director del Circo Erótico. Le puse un tema que se llama ‘Rosa del Desierto’, el cual tiene una cualidad completamente cinematográfica. Pensé que al ser director teatral podría interesarle. Le dije: ‘Te voy a poner a girar con esta rola’. Y sí, lo oyó con atención, pero luego quiso oír otra y otra, y finalmente escuchamos todo el disco. Entonces me dijo: ‘Sabes, este disco tiene el efecto mariposa. En la naturaleza el efecto mariposa significa que el aleteo de una mariposa en Japón puede generar tal movimiento, que desata un huracán de este lado del mundo’. Eso me dijo, que este disco tiene ese rollo. En sus propias palabras, que era ‘muy sutil’. Es verdad, no hay nada de atasque, es superflotante. Es de una sutileza tal que con dos o tres notas que escuches te genera dentro todo el huracán. Ello a partir de su ligereza. De ahí el nombre».

 

– ¿Cuántos temas componen el álbum?

«Son once temas. Entre ellos hay arreglos de ‘Bésame mucho’, ‘Softly as in a Morning Sunrise’; Agustín Bernal y yo hacemos un dúo con ‘Lover Man’; Emiliano Marentes y yo, el de ‘Fever’; grabé también una canción con mi papá (Freddy Noriega), con César Olguín y Enrique Nery, que se llama ‘Nuestros hijos’, y el resto del material son piezas mías, seis o siete. Cada una de ellas tiene su historia.

 

«‘Mariposa’ es un tema 3/4 que compuse para una amiga mía pintora. Una noche me desperté pensando en ella y con la melodía en la cabeza. Me paré y me puse a componerlo. Lo aterricé todo a las tres de la mañana, y por ahí de las nueve le marqué y le dije: ‘Óyete esto’. Se la canté por teléfono. Luego ella me contó que tampoco había dormido: ‘Me tuviste despierta toda la noche’. A ese nivel hay el conecte con ella. La mariposa es eso, es un ser que vuela, que juega con los colores, por ahí va la onda.

 

«Luego hay una canción que se llama ‘Viento’, es una pieza que se la dedico a Pilar Sánchez, la contrabajista. Es un tema muy progresivo. Después viene ‘Rosa del Desierto’, en la que hay una intervención de César Olguín. En ella se hace toda una introducción de contrabajo con arco y bandoneón, y narra la historia detrás del cuadro de una chava que se llama Maru Gutiérrez. Son relaciones con puras mujeres, curiosamente. Luego está ‘Ángel’, es de lo último compuesto para el disco. Ahí digo que hay ángeles que no están encarnados pero sientes su presencia, pero también que me he dado cuenta de que estoy rodeada por ángeles, que son la gente con la que comparto cosas. Y a través de lo que ellos hacen a mí me elevan. De alguna manera son mis ángeles. Pensando en personajes cercanos muy específicos fue que salió ese tema.

 

«Hay una pieza que mis amigos de Cuicanitl grabaron conmigo. Son puras voces y se llama ‘Tungututú’. Esa pieza me la cantaba de chiquita mi mamá, un fragmentito. Yo hice el tema alrededor de dicho fragmento, en donde platico las sensaciones de cuando era niña. Con mi hermano Freddy, a su vez, grabé un dúo que se llama ‘Baby Boy’, una rolita que le dedico a él, y en donde lo que quiero es que él despuegue y vuele».

 

– Al parecer y relacionando las canciones creo que hablan en general de tu mundo más cercano. ¿Ése es el concepto del disco?

«De mi parte creo que así es. Es un gran desclosete. Yo estaba integrada a proyectos colectivos y ahora tomé el valor de hacer uno personal. Es colectivo por todos los músicos que me acompañan y que pusieron sus talentos para realizarlo, pero ahora es mi proyecto personal. Antes había hecho el disco Elementos, en el que aparecí con Emiliano Marentes; está el de Cuicanitl, en el que somos el grupo; Reencuentros, que es de Roberto Aymes y yo; así como las otras cosas en las que sólo he sido invitada dentro de la producción.

 

«Estuve incluso tentada a ponerle el título de Esto es quién soy, sólo que se me hizo medio mamelucón, pero en realidad eso es de lo que se trata el disco, de decir ‘ésta es quien realmente soy’. He estado involucrada en todo tipo de proyectos en donde canto de todo, pero de pronto fue como decir: ‘Ésta es realmente mi historia’. Hay una pieza con mi papá, otra con mi hermano, hay una de mi mamá, una muy amorosa, otra sobre mis amigas con quienes comparto cosas, es decir, sí es una cuestión muy autobiográfica, a fin de cuentas».

 

– ¿Es una especie de explicación sobre ti misma?

«Inconscientemente, porque no me lo propuse así. Yo fui componiendo las piezas y de repente se dio la situación de poderlas grabar. Es más, apenas hace un par de semanas me cayó el veinte realmente de toda la narrativa que traía esta grabación. Como que no había juntado las piezas del rompecabezas, y cuando lo comencé a hacer me dije: ‘¡Órale!’. Termina siendo un proceso psicoanalítico cañón. Te empiezas a ver y a sentir a ti misma y dices: ‘¡Wow!’, porque son cosas que ni siquiera estabas pensando. Las haces y compones, incluso de repente en palabras, en frases me digo: ‘¡Cámara!’, me da freak tanto desclosete. De pronto me he dicho qué miedo, de tan biográfica que se vuelve la cosa, la verdad».

 

– ¿Lloraste en algún momento durante la grabación del disco?

«Claro. Por ejemplo, un momento que estuvo durísimo fue cuando canté con mi papá, porque el tema que grabamos lo es por lo que dice la letra. Mi papá lo escogió. Fue como si él me estuviera pasando la estafeta a todos niveles. Resultó muy duro para mí y me generó muchas cosas. Fue un momento muy intenso.

 

«Después de que terminé el disco y me senté a oírlo, hubo días en que me generaba alegría, otros en que me sentaba a llorar. Sí, ha sido un remolino que ahorita siento que ya tengo más aterrizado. Me trajo zumbando mucho tiempo, sobre todo porque comencé a darme cuenta de lo que había hecho. Cuando me metí a grabarlo no pensé en nada de eso, fue un momento de síntesis en que no la piensas, o sea, empiezas a escribir y el primer momento es como consciente, pero luego te abandonas y no sabes ni qué pasó. Dos o tres días después lo retomas y dices: ‘¿Qué es esto?’. Toda esta temporada fue así: un abandono en el buen sentido, y ya después comencé a caer en cuenta de lo que había sucedido. Por ejemplo, ‘Ángel’ la hicimos en una sola toma y cuando la terminamos se hizo un silencio, luego todos soltamos una carcajada y dijimos: ‘¡Qué pasó!’. Eso resultó maravilloso. Así fue y después vino el proceso de estarlo oyendo, el cual se convirtió en una función cinematográfica de lo que había hecho. Fue como haber estado superebrio y luego ver la película de lo que hiciste así».

 

– ¿Qué músicos te acompañan en el disco?

«La base siempre fue Agustín Bernal (bajo) y Tony Cárdenas (batería). En algunos temas grabaron mi papá (voz), Enrique Nery (piano), César Olguín (bandoneón), Miguel Villicaña (piano), Emiliano Marentes (guitarra, en tres o cuatro piezas) y el dúo con Ricardo Benítez, el flautista (en ‘Mariposa’). Grabó también mi hermano, en las rolas a voces y ya. Una pequeña familia».

 

– ¿Quién produjo el disco?

«La producción ejecutiva estuvo a cargo de Opción Sónica, de hecho el disco va a salir con ese sello. Hay una cosa en este mundo que no tiene precio y es la libertad creativa. Edmundo Navas me dio toda la libertad y toda la confianza, y eso no tiene precio en esta vida. Encontrarme con alguien así fue maravilloso. Aun cuando el disco se sale de la línea que maneja Opción, Edmundo está muy entusiasmado con el álbum, lo veo muy prendido con la idea. Con las presentaciones y conciertos que hemos dado se le ha reafirmado esa situación».

 

– ¿Cuánto tiempo les llevó hacerlo?

«Grabamos del 15 al 20 de mayo y luego fueron dos semanas de mezcla. En lo que nos atoramos un poco fue en la parte del diseño, luego tuve lo de Circo Erótico, mudanzas, etcétera, pero finalmente lo terminamos. En él conjunté lo vivido durante siete años y me fui dando la idea de a quién iba a invitar a acompañarme. De pronto se dio el tiempo en que ya podía ser. Llegó el momento en que todo encajó. Aparte fue un milagro que todos pudieran, por sus propios compromisos».

 

– ¿Te sientes satisfecha con el resultado?

– «Sí. Habrá a quien le guste más una cosa que la otra, pero todo se grabó como quise: con piano acústico, supermicros, con un gran ingeniero que es Alejandro Colinas, todo fue mágico, todas las circunstancias se dieron. Siento que sí se logró trasmitir la vibra que hubo en el estudio».

 

 

 

 

*Entrevista realizada con ella en el año 2000. Fue publicada íntegramente por la Editorial Doble A, con el título de Iraida Noriega dentro de su colección “Palabra de Jazz”, y de la cual un extracto apareció en el libro Tiempo de Solos. 50 jazzistas mexicanos. Asimismo, fue publicada online en el blog Con los audífonos puestos en la categoría “Ellazz (.mx)”.

 

 

IRAIDA NORIEGA (FOTO 2)

 

 

Iraida Noriega

Una entrevista de Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Palabra de Jazz”

México, D.F., 2000

 

 

Exlibris 3 - kopie

ELLAZZ (.WORLD): ANITA O’DAY

Por SERGIO MONSALVO C.

 

ANITA O'DAY (FOTO 1)

 

LLÁMAME JEZABEL

 

Anita O’Day fue quizá la cantante blanca de jazz de mayor personalidad en la historia del género (al menos hasta fines del siglo XX). El control del timbre y su voz de orientación cool, que sirvió de referencia a las cantantes de este estilo, era un aspecto importante que no agotó su originalidad.

Fue excelente lo mismo en trío o pequeña formación que como vocalista de big band. Fue poseedora de un contagioso sentido del swing, y una febril intérprete del scat. Cantó las baladas con profunda emoción y su estilo y dominio del fraseo rítmico la volvieron inigualable.

Anita O’Day nació en Chicago en 1919 dentro de una familia pobre. Ingresó al mundo del espectáculo a muy temprana edad y de manera poco romántica. Como adolescente tuvo que ganarse la vida durante

la época de la Depresión económica en los Estados Unidos, participando en brutales maratones de baile. Así sobrevivió durante un bienio.

A los 19 años comenzó a trabajar en un club nocturno, más bien un antro de mala muerte, como mesera y cantante. A los 20 años consiguió su primer empleo como cantante con un combo en el club Offbeat. Su capacidad natural y su swing pronto le valieron una buena reputación entre los músicos. En esa época citó a Billie Holiday, Mildred Bailey y Martha Raye como influencias tempranas en su estilo vocal.

La oportunidad le llegó cuando fue contratada por el baterista Gene Krupa como vocalista de su orquesta en 1941. Con él consiguió un éxito tremendo al lado también del trompetista Roy Eldridge. Los temas que interpretó con esa orquesta dan cuenta de la vitalidad alcanzada por Anita y de la refrescante manera con que abordó la dicción y articulación de palabras y sílabas. Lamentablemente sus problemas comenzaron en 1943, cuando Krupa disolvió la orquesta y fue arrestado por posesión de drogas.

En 1944 Anita se pasó a la banda de Stan Kenton, con el cual se dio a conocer por todo el territorio estadounidense. Regresó luego brevemente con Krupa, cuando éste salió de la cárcel; sin embargo, poco después decidió convertirse en solista. Se quejó de que en las big bands no había espacio de verdad para nada en el desarrollo del canto.

ANITA O'DAY (FOTO 2)

Billie Holiday había expresado una idea semejante, pero en términos generales el hecho de que una cantante se propusiera a sí misma como músico era un ejemplo raro de autoestima para las mujeres de la época. Así que en 1947 se lanzó como solista, realizando sobre todo grabaciones para compañías pequeñas. No obstante, su carrera entró en una fase sin especial brillo, agravada por su adicción a las drogas y posteriores detenciones y juicios.

“Cuando llegó al tribunal un caso pendiente de Nueva York me condenaron a seis meses en un hospital de recuperación –recordó en The Life of a Jazz Singer, el documental que se rodó sobre su vida–. Pasé unos días en la enfermería, y después me pusieron con el común de las reclusas. Me asignaron un trabajo de maestra de canto. Nos pasábamos el día entero en el gimnasio, ensayando o jugando basquetbol. De noche, en la galería había partidas de póker, de ajedrez, o bien veíamos actuar a una pareja de bailarinas. Salí al cabo de cuatro meses (por buena conducta) y de inmediato acepté hacer una gira por Europa”.

El productor Norman Granz la contrató para sus sellos y giras por el Viejo Continente. Ése fue quizá el periodo de sus mejores discos y de su total expansión como cantante, en donde muestra admirablemente su espontaneidad y capacidad de improvisación, respaldada por diversas orquestas.

Anita O’Day siguió presentándose en vivo y grabando de forma extensa a pesar de los trastornos que sufría en su vida personal: adicción a la heroína, arrestos, encarcelamientos, sobredosis e incluso fallas cardiacas. Todo ello culminó en una crisis de salud a fines de los años sesenta que por fin la convenció de renunciar de facto a las drogas.

En los años setenta tanto en los Estados Unidos como en Japón, donde gozó de gran popularidad, logró un comeback y se volvió a afirmar como una de las más destacadas cantantes de jazz. Su ingenio en el manejo del swing y fresco fraseo le duraron por muchos años más. Sin embargo, poco a poco se fue retirando de la escena y ya eran raras sus presentaciones a comienzos del siglo XXI. Finalmente Anita O’Day murió el 23 de noviembre del 2006, a los 87 años de edad, de un mal cardiaco.

VIDEO SUGERIDO: Anita O’Day – Fly me to the Moon, YouTube (mrdantefontana666)

ANITA O'DAY (FOTO 3)

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