BLUES BLANCO: BLUES PROJECT

Por SERGIO MONSALVO C.

 

Blues Project (foto 1)

EL FUTURO PROGRESIVO

 

Blues Project fue uno de los grupos más importantes surgidos en los años sesenta. Eso parece un cliché, pero no lo es. Al contrario. Fue una banda, creada en el vecindario bohemio de Greenwich Village de la ciudad de Nueva York, que se formó en 1965 y tuvo una vida corta pero sustanciosa, y se dividió en 1967 formando nuevas ramificaciones que mostraron injerencia en la cultura musical en aquella época y una rica herencia para las posteriores.

 

Sus piezas se inspiraron en una gran variedad de estilos musicales. Entre ellos estaba el blues de Chicago (el más eléctrico, crudo y urbano), el jazz-rock (el de las fusiones primigenias) y el rock progresivo (tanto el que daba sus primeros pasos en la Unión Americana como en el Viejo Continente –en Inglaterra, Georgie Fame y Graham Bond habían hecho algún intento al inicio de la década). Esos tres fueron quizá los que más contribuyeron a su repertorio, tanto en el estudio como en sus actuaciones en vivo.

 

Hasta mediados de los años sesenta, más o menos, cuando el Blues Project se integró, los mundos del jazz y el rock se habían mantenido separados casi por completo. No obstante, conforme el rock se volvía más creativo y mejoraba el oficio de sus músicos; así como al aburrirse del manoseado hard bop algunos miembros del mundo del jazz –sin por ello querer limitarse al avant-garde–, los dos lenguajes empezaron e intercambiar ideas y, de manera ocasional, a unir fuerzas.

 

La fusión combinó sobre todo la libertad y la complejidad del jazz con el carácter más directo y agresivo del rock. También en el aspecto comercial dio resultados, pues tuvo éxito entre el público del rock.

 

Blues Project (foto 2)

 

Así estaba el panorama cuando Blues Project apareció en la escena musical. De medirse sólo en términos de las listas oficiales de éxitos, su impacto tal vez parezca insignificante, pero el grupo se integró en la contracultura del rock de una manera por completo diferente: como un ardiente conjunto en vivo que se presentaba en los clubes de Greenwich Village.

 

Pero igualmente lo hacía en el campus de las universidades de los Estados Unidos donde se avalaba el avant-garde, la experimentación y toda forma de adelanto musical (gracias a las lecturas de los poetas beats), vía por la cual se convirtieron en invitados consentidos del naciente rock en las estaciones de FM que surgían por entonces. En resumen, tal grupo pertenecía al prestigioso underground neoyorquino.

 

VIDEO SUGERIDO: The Blues Project – Steve’s Song (Live 1967), YouTube (westcoastpaeb)

 

Al desplegar sus considerables talentos musicales, Blues Project fue lo más cercano que Nueva York tuvo al sonido de la costa occidental de aquel país (en específico de San Francisco), por su psicodelia, virtuosismo y largas improvisaciones, que sólo estaban al alcance de músicos formados y conocedores del jazz más vanguardista.

 

La impresionante formación original estuvo constituida por Tommy Flanders (en la voz), Danny Kalb (en la guitarra), Steve Katz (guitarra, armónica y voz), Al Kooper (en los teclados), Andy Kulberg (bajo y flauta) y Roy Blumenfeld (en la batería). Todos ellos con un bagaje personal amplio, variado, expansivo, influyente y ubicuo. Es decir, siempre estuvieron (están) en el lugar indicado, en el momento indicado para hacer avanzar la música.

 

Una agrupación semejante sólo pudo haberse formado en los años sesenta. Musicalmente, sus gustos eran muy diversos. No existía una razón lógica por la cual cinco músicos de orientaciones tan diferentes debieran hallar un fundamento común, pero el grupo Blues Project fue más sólido y explosivo que la mayoría de antes o después de ellos. Bajo la dirección del guitarrista Danny Kalb soltaban la carga sobre un blues eléctrico en el que se incorporaba un poco de jazz y bastante rock progresivo básico.

 

Al principio tocaban para un público compuesto por los outsiders, marginales y asiduos de la Bleeker Street (quizá una de las calles más icónicas en la historia del rock por sus clubes y tiendas especializadas de discos, un tabernáculo del género) y la Universidad de Nueva York, en un club llamado Café Au Go Go (lugar de encuentro del temprano Andy Warhol, los nuevos cantautores, bandas de rock y directores y actores del teatro off y off off).

 

El primer álbum del grupo, Live at Café au Go Go (1966), documentó una sesión típica y candente en dicho lugar. Sin embargo, la obra maestra del grupo fue Projections (1967), en esencia su único álbum de estudio (producido por el destacado Tom Wilson para la compañía Verve y con las fotografías de Jim Marshall, es decir: la cosa era importante).

 

El álbum fue un libre mosaico de blues, jazz, folk y rock and roll. Se trató, en retrospectiva, de uno de los productos no sólo musicales, sino culturales, más significativos de los años sesenta, un verdadero crisol, al que la generalidad aún no estaba preparada, tuvieron que pasar otros cinco años para que se comprendiera su magnitud, para entonces Blues Project ya se había disuelto en infinidad de proyectos sustantivos y trascendentes por cuenta propia.

 

El último álbum grabado por el grupo con su alineación original fue Live at Town Hall, editado en 1967 al poco tiempo de que Kooper dejara al grupo. Kooper formó entonces la banda Blood, Sweat and Tears, a donde lo siguió Steve Katz. Kulberg y Blumenfeld, por su parte, mantuvieron al Blues Project con vida para un álbum más, Planned Obsolescence (1968), antes de cambiar el nombre del grupo a Seatrain.

 

Danny Kalb se perdió de vista por un tiempo después de un mal viaje de ácido y luego reapareció a comienzos de los setenta, para encabezar una nueva versión del Blues Project con duración de dos álbumes con la compañía Capitol. El efímero primer cantante del conjunto, Tommy Flanders, a quien puede escucharse en algunos de los tracks del Café au Go Go, a continuación, grabó un LP con sabor a folk para Verve, The Moonstone, el cual se convirtió en un objeto de culto.

 

A excepción de la versión en vivo de la pieza «Flute Thing» incluida en el   álbum titulado The Blues Project/Projections (Verve), todos los tracks de dicha colección provienen de discos o sencillos grabados por el Blues Project original para Verve entre 1965 y 1967. La versión en vivo de «Flute Thing» fue tomada de la reunión del grupo en 1973, plasmada en Live in Central Park, pero no fue incluida en el álbum doble que registró dicho evento. Desde entonces, Blues Project se presenta con algunos de sus antiguos o recientes miembros de forma esporádica y con efectos semejantes.

 

VIDEO SUGERIDO: The Blues Project – A Flute Thing – 06-18-1967 – Monterey Pop Festival – Monterey, Ca., YouTube (SnookyFlowers)

 

Blues Project (foto 3)

 

 

 

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SIGNOS: ROCK AND ROLL: MITO Y ORIGEN (V)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Al terminar la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos se encontraron, por primera vez en la historia, con el concepto «adolescencia». Una enorme masa juvenil que nunca había sido tomada en cuenta, y que ahora estaba desocupada debido a que los puestos de trabajo eran cubiertos por los soldados desmovilizados tras la contienda; además, tenía gran poder adquisitivo por trabajitos esporádicos o gracias a aportaciones familiares.

Esa juventud empezó a crearse un universo propio. Tenía otros códigos de comportamiento, otros gustos, otras modas, otras formas de relacionarse. Y, a la vez, se negaba a aceptar los valores establecidos por la generación de sus padres. Con la irrupción de Elvis Presley se produjo una música para jóvenes encabezada por el propio Elvis, y promovida por gente como Carl Perkins, Gene Vincent, Billy Lee Riley, entre muchos otros. Era música ruidosa, frenética, agresiva y muchas veces insolente.

Esta música fue lanzada por pequeñas compañías independientes como la Sun Records y se convirtió en fortísima competencia para los editores y cantantes tradicionales. La llegada del disco de 45 RPM en sustitución del de 78 facilitó todo eso. La respuesta al rockabilly fue fácil de prevenir en la primera mitad de los cincuenta: las grandes compañías compraron sus figuras a los sellos pequeños y la locura se hizo nacional y luego internacional.

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Al comienzo de la década, las baladas y los cantantes melódicos dominaban la escena estadounidense. Sin embargo, los adolescentes blancos estaban dispuestos a oír una música que expresara cómo se sentían.

En julio de 1954, como ya se mencionó, Elvis Presley, de 19 años, grabó «That’s All Right, Mama» y «Milkcow Blues Boogie» y todo cambió. Hasta entonces, las canciones country, campiranas del Sur, habían sonado de lo más correcto, pero en los estudios Sun Records de Sam Phillips apareció Elvis y les propinó su tratamiento junto con el guitarrista Scotty Moore y el contrabajista Bill Black. Nació el rockabilly.

VIDEO: Elvis Presley…That’s Alright (Mama) – First Release – 1954, YouTube (V.A. Hoss)

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PLUS: LA POÉTICA DEL NOMBRE (II)

Por SERGIO MONSALVO C.

POÉTICA DEL NOMBRE (II) (FOTO 1)

“ANNA”

Arthur Alexander fue ejemplo de individuos solitarios, compositores sensibles, pero sin esperanza. Reflejaba el carácter particular del artista natural pero contenido y despreciado por un ambiente espeso, hundido en medio de una población provinciana, rural, con fenómenos sociales añejos, acendrados y quizá insolubles, como el aislamiento (y sus consecuencias culturales), la discriminación racial y de clase, el conservadurismo que permeaba cualquier forma de desarrollo colectivo y, por supuesto, la pobreza.

Alexander nació en un medio infame, en Florence, Alabama, en mayo de 1940. Un estado en el que los negros sólo podían aspirar a ser pobres, ligeramente por encima de la indigencia. Así creció Arthur como hijo de un músico y cantante de blues y góspel, que no quería lo mismo para su vástago. Pero el joven se empapó con aquella música que hacía su padre y con la que escuchaba en la radio (hillbilly y country). Sin estudios, tuvo que ganarse la vida en trabajillos diversos por las mañanas y cantando en bares durante las noches.

De esta manera se encontró un día con Rick Hall, un joven productor independiente que acababa de montar un estudio de grabación (FAME) en un viejo almacén de tabaco en la cercana localidad de Muscle Shoals. Alexander le confesó que tenía algunas canciones y Hall le pidió que le cantara algunas de ellas. Fueron al bar del hotel, Hall les dio una propina a los músicos de la casa para que acompañaran a Alexander. Cuando éste terminó de cantar “Anna” El productor se quedó callado para luego afirmar: “Tenemos un éxito”.

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Ahí, en el corazón de Muscle Shouls se acababa de inventar el country soul, el soul sureño. “Anna” fue una de las primeras grandes baladas soul, incluso está más cerca de un tiempo-medio que una balada lenta. Al igual que varias de las canciones de Alexander, llegaría a ser más famosa en versiones  hechas por otros artistas que en su propia interpretación original. Aunque en realidad tuvo cierto éxito cuando se publicó por primera vez en 1962, llegando al lugar 68 en las listas pop y en el 10 en las de R&B.

La derrama artística de Arthur Alexander, sin embargo, va más allá de las versiones que grandes estrellas hicieron de sus canciones, su legado se muestra en la influencia que tuvo en esos grupos y cantantes y en la propia historia del soul sureño. Su estilo era cálido y acogedor. “Sus canciones parece que te arropan como una manta suave durante una noche fría”, dijo alguien sobre él.

Con el uso de esta materia prima, el rock británico aprovechó la oportunidad  para su propia fundamentación. Integró su versión de ambas músicas con base en los conceptos particulares sobre ellas y su cotidianeidad. No habría rock en la Gran Bretaña sin la música negra.

Y esa deuda sus adalides la han pagado con divisas ontológicas en forma de referencias, citas y mágicos cóvers. Históricos, la mayoría de las veces. Que exponen sus raíces, sus emocionados descubrimientos y apegados acercamientos estilísticos para luego encarar su propio desarrollo.

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Los Beatles, lo hicieron con esa pieza. “Anna” era uno de los temas favoritos de John Lennon, de tal manera que formaba parte del repertorio regular de sus actuaciones de fogueo tanto en Hamburgo como en Liverpool. Como consecuencia estaba pulida en el estilo beatle y por ello fue grabada e incluida en su álbum debut, Please Please Me.

 La pieza escrita e interpretada originalmente por Arthur Alexander había sido lanzada como single en septiembre de 1962. La versión realizada por el Cuarteto de Liverpool fue grabada en febrero del siguiente año, casi enseguida. Resaltó su valor como un excelente y auténtico cóver. Uno que evidenció con su revisitación el cambio de época.

“Los Beatles estábamos buscando nuestro sonido y ahí apareció el rhythm and blues lleno de soul. Eso es lo que solíamos escuchar entonces y es lo que queríamos hacer. Estábamos fascinados por esa música negra y para nosotros la cima de todo aquello fue Arthur Alexander”, confesó Paul McCartney.

George Harrison se encargó del riff, Ringo lo hizo con un fuerte beat y John Lennon llevó la voz cantante en ella (le añadió un dolor tortuoso que no está en el tema original). El crítico musical Ian MacDonald dijo, a su vez, que sonaba como “un joven apasionado intentando dominar con su voz una canción de hombre”.

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Arthur Alexander, el creador de la canción (en la que volcó todas sus influencias), se convirtió en el primer cantante de Alabama en entrar en las listas de éxitos y en un cantautor prestigioso que escanciaría su talento en un sinnúmero de piezas memorables.

Tanto que pocos meses después los Beatles harían su versión, como ya se vio, y con el paso del tiempo infinidad de intérpretes. Entre ellos destaca la que hizo Roger McGuinn (nacido en Chicago como James Joseph McGuinn III el 13 de julio de 1942, y conocido a la postre como Roger McGuinn) para el tributo que el sello Razor & The Music antologó con material del compositor.

McGuinn era un músico de folk formado en su ciudad natal, que antes de intentar una carrera por su propia cuenta interpretaba canciones de los Beatles en los cafés neoyorquinos del Greenwich Village. 

Inspirándose en George Harrison por su innovación en el tema “A Hard Day’s Night”, McGuinn decidió entrar al mundo del rock con una guitarra eléctrica de 12 cuerdas. Y lo hizo con The Byrds, los cuales inauguraron una nueva corriente rockera, el folk-rock, y se constituyeron en una incomparable agrupación que denotaba la influencia evidente de Bob Dylan, el estilo de los Beatles, el country and western y el rhythm and blues, con lo cual originaron lo que se denominaría el nuevo rock estadounidense.

Con la resonancia de la Rickenbancker de 12 cuerdas de McGuinn, también cantante principal, y una compleja armonía instrumental y vocal los Byrds marcaron un nuevo sonido y se dieron a conocer al mundo. La belleza de cuerdas y canto está presente en la versión de “Anna”, el tributo que McGuinn le brindó a Artur Alexander.

VIDEO SUGERIDO: Anna (Go To Him), YouTube (Te Beatles)

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CANON: THURSTON MOORE

Por SERGIO MONSALVO C.

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CUERDAS COMO LAZOS

En lo que va de la tercera década del siglo, la música importante del rock o sus derivaciones, es decir la que trasciende sin buscar el efímero hit, no es un fenómeno meramente sonoro. Implica comportamientos y entendimientos sociales, éticos, tecnológicos y psicológicos, tanto como de dimensiones históricas y de geografía biográfica.

¿Por qué? Porque la música sin esa proyección social asumida –por más subjetiva que sea la postura del intérprete– resultaría amputada, minusválida, y eso lo han comprendido los creadores de avanzada de los años actuales, como Thurston Moore.

El arte de la música es una expresión integral, con su valor de uso, ritual, técnico y a final de cuentas político. Ese es el perfil recurrente de Moore: la expresión sonora como manifiesto político de un autor tan colectivo como independiente.

Con Demolished Thoughts, la sensación de libertad intelectual que expresa su música no es ficticia. Toda la poética que crea en torno a ella, a la literatura que lee y estudia (tanto como la escritura que provoca), las artes plásticas que despliega (como individuo y solista que lanza un proyecto y que al mismo tiempo lo aglutinaba dentro de ese conglomerado cultural llamado Sonic Youth), así como la tecnología o estilo que emplea al servicio de las ideas son  elementos todos que se intercambian en su obra.

Un intercambio con un sentido cosmopolita y comprometido que afortunadamente excluye toda especulación preconcebida con la «identidad grupal» a la que perteneció.

Con tal disco rompió de nueva cuenta las estructuras esperadas por los fanáticos primitivos de aquella banda, no sólo como un eco de lo que ocurre en el planeta, sino como una reacción natural de continuidad debida a la apertura de sensibilidades hacia su entorno.

La suya es, por lo mismo, una osadía creativa y de participación inalterable en la búsqueda y exploración de ideas en su doble faceta: cultural y emocional.

Moore sabe, por experiencia y por conocimiento, que el arte salva. Y que la música es salvación por el placer, entendido como reafirmación de la individualidad. La dimensión musical acústica y camarística que el músico expone en este álbum descubre y pone en evidencia su objetivo.

El arte es la utopía de la vida. Los creadores vanguardistas de nuestro tiempo, como Moore, no han cesado en su tarea de acomodar la práctica musical a una búsqueda imparable de adecuaciones culturales.

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VIDEO SUGERIDO: Thurston Moore – Benediction (Live on Letterman 08-31-2011) (HD1080p), YouTube (V1deOLovr)

La experimentación sonora adquiere, en el contexto del arranque de la tercera década del XXI, un nuevo significado: no es mera indagación expresiva, sino persecución de horizontes sonoros diferentes para un público en mutación, que exige de lo musical apreciaciones vitales a sus exigencias estéticas y existenciales.

No hay más que escuchar, por ejemplo, la manera en que las cuerdas del entorno del que se ha rodeado (arpa –interpretada por Mary Lattimore-, violín –a cargo de Samara Lubelski–, y las de nylon de sus propias y diversas guitarras) está integrado en él, modulado, extendido, expuesto hasta lo melódico inaudito, creando y englobando líneas musicales exentas de electricidad, pero no de fuerza.

Puestas a su servicio, tales cuerdas, son redes de comunicación sensibles, arquitecturas de naturaleza interior, lazos de todo tipo, con la vista puesta en los fragmentos melancólicos de una civilización en crisis.

En las varias décadas que lleva dentro de la escena musical, Moore ha sido fiel a su actitud heterodoxa de siempre hacer algo genuino (suyo o como miembro del proyecto colectivo).

En su extensa obra ha seguido y sigue fusionando la heredada postura del punk con la que se inició en la música y en el arte conceptual. En una producción que por su alcance y su complejidad no ha sido igualada aun hoy por la de ninguna otra comunidad de músicos o artistas.

En Demolished Thoughts, su décimosegundo álbum como solista, el músico adoptivo de Nueva York, llevó como compañero de viaje a Beck Hansen (en la producción y colaboración en algunos temas), otro tipo tan inquieto como Moore quien le proporcionó un perfil novedoso al experimentado guitarrista.

Perfil novedoso con las ya mencionadas cuerdas, además de sutiles percusiones (de Joey Waronker) y sonidos atmosféricos (bajo su propio peculio), dentro de los cuales se le notó cómodo y tranquilo (a Moore le había gustado uno de los trabajos en esa faceta de Beck, el notable IRM de Charlotte Gainsbourg).

El leit motiv de esta obra proviene del tema “It’s Time” de The Faith, un grupo de hardcore oriundo de Washington, al que Moore admira.

La pieza, incluida en el disco Split LP, inspiró al músico una serie de conceptos que fue desgranando a lo largo de los nueve cortes del álbum: “Benediction”, “Iluminine”, “Circulation”… hasta “January” (un décimo track «This Train Is Bound For Glory”, un bonus para los compradores en iTunes).

El resultado de esta obra de Moore es bello, frágil, delicado y onírico. Un experimento sonoro inesperado y sorpresivo. Un manifiesto político, el de la libertad artística.

VIDEO SUGERIDO: Thurston Moore – Circulation at Casbah (San Diego) 2011, YouTube (OceanSoul619)

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ROCK Y LITERATURA: SING BACKWARDS AND WEEP

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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A Mark Lanegan, se le pueden registrar más de una docena de entregas discográficas en su colección solista de formas musicales, aunque en las postrimerías de su vida él mismo se concibiera como figura a la que explorar vía la narrativa, para explicarse literariamente y que se entendieran sus desbarres frenéticos, airear los sucesos, y de paso, ajustar cuentas con otros contemporáneos.

Vayamos por partes. Lanegan nació en Ellensburg (Washington) en noviembre de 1964. Una ciudad cercana al centro donde surgió el grunge, Seattle. Ahí se embarcó en tal estilo con la banda Screaming Trees, a la que lideraba con su voz grave y dramática. Y le dio otra perspectiva al grunge de los años ochenta, desde la segunda fila, tras Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden y Alice in Chains.

Luego de ello, en algún momento de su carrera, formó parte de los grupos Mad Season, The Gutter Twins, Soulsavers, The Twilight Singers y Queens of the Stone Age. Incluso colaboró con Manic Street Preachers en el disco The Ultra Vivid Lament. Posteriormente, Lanegan dejó en los noventa sobresalientes y agudas obras como Whiskey for the Holy Ghost y I’ll Take Care of You, y otras tantas, hasta completar las cinco en el 2004 con Bubblegum.

A ello siguieron años de colaborar con músicos como Greg Dulli, Isobel Campbell o James Lavelle, entre otros. A partir de entonces, no hizo más que hundirse en sus propias y turbulentas tinieblas de drogadicción y depresión hasta convertirse en un músico de difícil molde que, incluso, contra todo pronóstico, experimentó con la electrónica.

Tal época de solista abarcó sus facetas de crooner disolvente, de ríspido rockero y de bluesman acerado. Poliédrico él, llegó a editar 11 discos en esas maneras. “Lo más importante en esto de la música es no perder la curiosidad”, dijo. Y ya entrada la segunda década del XXI, en sus siguientes álbumes siguió la estela de Tom Waits y sobre todo de Nick Cave.

Así lo contó en una entrevista: “En el 2012 por primera vez en mucho tiempo, me encontré sin nada que hacer y, en vez de esperar que alguien me llamara, actué yo. Tenía 48 años y, bueno, muchos de mis amigos ya estaban muertos. Cada vez era menos la gente que me podía llamar para hacer algo. Yo seguía vivo. Todo un éxito, si le echas un vistazo a mi biografía”.

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En el 2020, efectivamente, la escribió. Lleva por título Sing Backguards and Weep, donde buscó reconciliarse con su pasado en un libro de memorias. Su lectura produce sensaciones contradictorias, primero por la imagen que siempre proyectó y la explicación que da de sí mismo. No hay literatura, es una narrativa con demasiado balbuceo y mucha condescendencia con sus dependencias, a las que dedica y se regodea en decenas y decenas de páginas. Lo sustancial es breve e iluminador sobre la escena grunge, sobre todo.

Es un testimonio directo, pero menor, sobre la gente con la que convivió en ese tiempo en que nació, desarrolló y feneció tal estilo (del que renegó cada vez que pudo). Es más que nada un ajuste de cuentas con algunas de sus personalidades, y un autorretrato construido a la medida, antes de fallecer el 22 de marzo del 2022, a los 57 años.

Por otro lado, lo mejor de Mark Lanegan siempre será su música como solista. Y de ese legado, su álbum Straight Songs of Sorrow (2020), es su verdadero testamento, el sonido de su repaso existencial o, de manera más poética, el soundtrack de sí mismo.

El disco es, por lo mismo, una obra hecha con material ávido y profuso (quizá ya intuía la llegada del fin) en su más de una docena de composiciones, y el crisol de una revisión profunda y visceral sobre la vida y música que lo poseyeron mientras duró su existencia.

Y, como no podía ser de otra manera, el tema inicial ‘I Wouldn’t Want to Say’ es la evocación de un momento crucial para muchos creadores del género: el dickensiano encuentro con el espectro de la trinidad berlinesa David Bowie-Lou Reed-Iggy Pop. El instante de los hechos y desechos en la vida. De la opción entre el borrón y la cuenta nueva o el desaire al futuro.

Tal circunstancia es el mejor comienzo para un álbum semejante, ya que a la postre, durante su escucha, Straight Songs of Sorrow mostrará a todos los Lanegan conocidos de una manera atingente y estruendosa. Es un trabajo de lucidez en donde el músico se descubre, se disecciona sin piedad y pone en la balanza las consecuencias de quien ha sido.

Es un trabajo con hondura que requirió de los acompañantes adecuados para semejante tarea, y cuya colaboración resulta garantía de efectividad: Adrian Utley de Portishead, Greg Dulli de The Afghan Whigs, Warren Ellis de Bad Seeds, John Paul Jones de Led Zeppelin y el reconocido cantautor británico Ed Harcourt.

Con ellos, Lanegan ofrece su muestrario de franquesas y sinceridades, de ardientes y nebulosas imágenes de rock, como ‘Ketamine’, ‘Churchbells, Ghosts’, ‘Ballad of a Dying Rover’ y ‘Bleed All Over’, así como las frágiles sensaciones de soft rock como ‘Apples from a Tree’ y ‘This Game of Love’, acompañado de su esposa, Shelley Brien, en donde rememora sus apreciados duelos con Isobel Campbell.

Con todo este conjunto de letanías y compañeros, Lanegan se eleva sobre su propia figura (a la que intentó mixtificar en el libro autobiográfico), suena épico y contundente, circunstancia ilustrada en los más de siete minutos de ‘Skeleton Key’, una composición con voz hiriente y aprehensiva, tras cuya escucha se debe hacer el gran esfuerzo de separar al hombre de la obra y apreciar en lo todo lo que vale un álbum difícil de olvidar.

VIDEO: Mark Lanegan – Skeleton Key, YouTube (Mark Lanegan)

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LOS EVANGELISTAS: PSYCHIC TV (II)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

PSYCHIC TV II (FOTO 1)

 

CONFIGURACIÓN BIODÉLICA (II)

Con sus distintos proyectos multidisciplinarios, el grupo Psychic TV busca que sirvan definitivamente para explicar las cosas que se ven con el LSD al abrir ciertos cauces.

Genesis P-Orridge y compañía tenían la idea de que en el planeta existe una mente común. Creen que debe ser algo biológico y que todo mundo puede enlazarse con ella.

Sin embargo, nadie, excepto unos cuantos chamanes y místicos, controlan la manera de viajar en ella. Su misión como «ángeles de luz» es iluminar sobre todo ello.

Otro ejemplo del poder de la mente es la proyección astral, los viajes cósmicos.

Los miembros del grupo opinan que de ser cierto que se puede enseñar a lograr la proyección astral, tal vez sea posible dejar una huella dentro de aquel sector masivo del subconsciente, la cual podría dar a alguien la impresión de haber experimentado vidas anteriores.

Eso explicaría muchos de los fenómenos relacionados con el contacto con los muertos, los viajes al interior del yo e incluso la idea de un ataque psíquico desde fuera. Por ahí se podría empezar a investigar de una manera vagamente científica.

Actualmente, de lo único de lo que están seguros es que el cerebro humano constituye la base de todo. La mayoría de las cosas que se consideran como fenómenos extraños sólo son manifestaciones de actividad cerebral que no controlamos, no conocemos o no tenemos palabras para describirlas aún.

La mayor parte del mejor arte de este siglo está á relacionado con el subconsciente. Ésta es su era. Se trata de un hecho intuitivo.

«Lo desafortunado del asunto –argumentan– es que la mayoría de la gente sólo acepta lo que les dicen que deben aceptar, ya sea con leyes, reglas o la realidad de la televisión, en lugar de buscar su propia magia que trate con maquinaria, ya sea cámaras de fotografía o video, grabadoras o sampleadores, visores de realidad virtual y sobre todo, lo que se descubra del propio cerebro. De la expansión de la mente».

Las mentes expandidas sueñan mucho más en serio que las demás.

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Psychic TV encarna el propósito de una hipótesis de magia neurológica, esencial para la supervivencia y evolución humanas. Proclama que sin eso estamos condenados a desaparecer. Si no restablecemos el vínculo con los sueños y la mente subconsciente, será á el fin.

El único camino abierto a la evolución humana, dicen estos autodenominados “ángeles de luz”, es el de la configuración biodélica, un momento mágico en el profundo sentido de la palabra, basado todo en el cerebro, dormido y despierto. «Si no encontramos ese momento, ese camino, no quedará nada por hacer».

A pesar de obligados parones debidos a los problemas de Genesis P-Orridge con la justicia, por el fallecimiento de su pareja (Lady Jay) y a su posterior  enfermedad y muerte (por leucemia), el grupo y gente del medio lanzó reediciones de sus discos, algún cortometraje y otros actos para ayudar a la recuperación de su cabeza más visible. No hubo remedio. ¿Psychic TV continuará en el camino?

VIDEO SUGERIDO: Psychic TV – “Foggy Notion” (edit), YouTube (ElectricEddie)

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RIZOMA: ROCKERS, CROONERS O VICEVERSA

Por SERGIO MONSALVO C.

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Surgió con el nuevo siglo una reconstrucción “natural” como destino del arte. El cine, el devenir culinario, la música han contribuido sobremanera a ello porque aportan la posibilidad de pasar de una escena a la otra, dejando al escucha la posibilidad de reconstruir racionalmente el tejido original.

Esta música global e hipermoderna describe menos un estilo musical (o un contenido) que un valor auditivo. Es un valor constituido en primera instancia a través del intercambio de bienes musicales entre una era y otra.

La simultaneidad de los géneros que hoy conviven sin problemas lleva a la ruptura de las técnicas clásicas, abolidas por la absoluta libertad tanto en estilo, forma y fondo.

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En los genes del hipermodernismo hay un gusto esencial por la cultura vintage, por la primacía de un tono emocional melancólico, que ya se encuentra por doquier: en los anuncios publicitarios, en los relojes que reproducen los modelos que lucían estrellas del cine en blanco y negro, en lo culinario, los chefs recuperan las recetas de la abuela, y así sucesivamente.

La música reclama también esa experiencia, pero con algunas condicionantes: un nuevo orden para interpretar los valores conocidos y la ruptura de la linealidad temporal que lleva implícita.

A la vista y escucha de los ejemplos de Paul Anka y Rod Stewart, que mencionaré a continuación, no queda más que aplaudirlos espontáneamente. Aplaudir lo que ya se conocía pero parece nuevo bajo su estética.

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Digamos que todo comenzó hace cien años con la ópera en Italia. Unos, los menos, triunfaban y se contrataban con las grandes compañías para viajar por el mundo y presentarse en las salas más famosas. Pero también estaban los otros, los más, que a pesar de practicar bien el bel canto no hallaron cabida en la escena de aquella música elitista. Y entonces, que podía hacer un cantante pobre y desempleado sino entrar a trabajar a los cabarets y bares con variedad, para poder mantenerse.

También podían viajar, en cuarta clase, con rumbo al sueño americano y aprovechar sus talentos. Así arribaron a los Estados Unidos los pioneros de lo que a la postre se conocería como los crooners.

Hicieron suyo el canto sentimental y el susurrado con inflexiones. Pero les costó trabajo salir de aquellos tugurios, carpas y teatros de ínfima categoría. Por eso Frank Sinatra siempre negaba que él fuera uno de ellos. La limpieza del nombre comenzó con la llegada de la radio en los años veinte del siglo XX y su masificación.

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Luego aparecieron los herederos: Bing Crosby, Dean Martin, el propio Sinatra, Nat King Cole, Sammy Davis, etcétera. Ellos llevaron al pináculo un oficio que se ha estabilizado en nuestros días tras algunos años en decadencia debido a la preeminencia del rock y el pop.

Y lo han hecho de manera inteligente y, como desde sus comienzos, agragando a su talento vocal los materiales de la canción popular. Los estilos personales se han enriquecido con los filones de Broadway, los soundtracks y las listas de popularidad, o sea, los standards.

En los albores del nuevo siglo dos han sido las corrientes inauguradas por tal estilo interpretativo: los cantantes pop que usan como herramienta al rock para adaptarlo al swing y viceversa: los rockeros que traspasan la frontera hacia el swing.

VIDEO: You Go To My Head – Rod Stewart, YouTube (AndreaGarridoLive)

Entre estos últimos está Rod Stewart. A este escocés de larga trayectoria en la música británica, la cercanía con la muerte o la posibilidad de quedarse afónico para siempre lo llevó a plantearse nuevas metas.

Una de dichas metas era hacer un disco con los standards estadounidenses que más le habían gustado a lo largo de su vida. Los rockeros nunca dejan de sorprender y siempre están inaugurando nuevos caminos o extendiendo los ya andados. Stewart, con más de sesenta años y más de cuatro décadas en la escena musical, decidió que era buen momento para comenzar de nuevo, en otra ruta: la del crooner.

Pasó por el quirófano y se deshizo de una cáncer de garganta. Lo mismo hizo con la compañía disquera Atlantic Records, con la que ya no se sentía a gusto y optó por darse el gusto de grabar piezas de gran calado del Great American Songbook de las décadas de los 30 y 40.

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Se armó de una gran big band y con el asesoramiento de productores como Clive Davis y Phil Ramone se lanzó a la aventura con el disco It Had To Be You. Las ventas de doble platino fueron la respuesta.

Esa aventura con los standards se prolongó por varios discos más hasta conformar una gran antología con 20 millones de ejemplares vendidos por todo el mundo. Los hechos devolvieron a Rod al gusto popular. En ellos evidenció que su registro vocal áspero, cascado, continuaba siendo una marca de fábrica y una señal de que gozaba de la mejor salud. El rock lo esperaba de nuevo con los brazos abiertos a los 65 años.

Asimismo, un crooner clásico a los 65 años también se puso el reto a la inversa: Paul Anka arropó al rock con la vestimenta del swing. El cantante y compositor canadiense, al cumplir cinco décadas dentro de la carrera musical, se impuso llevar los límites de su oficio más allá. Le suministró un tratamiento de etiqueta, big band de por medio, a piezas de R.E.M., The Cure, Oasis, Bon Jovi, Van Halen y Nirvana, nada menos.

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El baladista había nacido con el rock and roll. A los 16 años ya era una estrella en el mundo anglosajón por su tema “Diana” –el amor de un adolescente  por su babysitter–. Había sido protagonista de la década de los cincuenta y compartido cartel con pioneros como los Everly Brothers, Bobby Darin y Buddy Holly, para el que compuso la célebre “It doesn’t matter anymore”.

Paul Anka, el del cartel permanente en Las Vegas se decidió, en el nuevo siglo, por canciones del rock de los años ochenta y noventa porque los integrantes de los grupos escogidos ya eran mayores y pensó que tendrían más ponderación para juzgar el estilo con el que trataría su material. Todos le aseguraron que le había descubierto al mismo un brillo insospechado.

Anka echó mano de la revista Billboard al solicitarle las listas de los éxitos de aquellos años y seleccionó las que habían sido top ten en todo el mundo.

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Se sentó al piano con las partituras y probó cada una hasta ver cuáles le funcionaban. Incluso Soundgarden pasó la prueba del swing. Con el disco Rock Swings el cantante mantuvo su integridad como crooner, al mostrarse como tal y no intentar ser lo que no es y poner en el candelero los standards del tiempo presente.

Lo dicho: esta música global e hipermoderna describe menos un estilo musical (o un contenido) que un valor auditivo. Es un valor constituido en primera instancia a través del intercambio de bienes musicales entre una era y otra.

VIDEO: Paul Anka – Smells like teen spirit, YouTube (ladyflowers2000)

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PRIMERA Y REVERSA: UN CAMINO TRAS LAS PUERTAS

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Qué mejor conexión entre siete siglos de diferencia que la contracultura. Por un lado, la de la Edad Media y, por otro, la de los muy frescos años ochenta del rock del siglo XX. Emergido de este último fue el músico Ray Manzarek.

Raymond Daniel Manczarek, mejor conocido como Ray Manzarek (12 de febrero de 1939 – 20 de mayo de 2013) fue un músico, cantante, productor, director de cine, escritor y cofundador de los Doors junto a Jim Morrison, Robbie Krieger y John Densmore.

Con sus teclados y orquestaciones le proporcionó a Morrison las atmósferas necesarias y pertinentes para sus poemas. De esta manera dicho grupo se convirtió en un referente indiscutible en la historia del rock.

Artista inquieto, tras la muerte de Morrison, Manzarek mostró el bagaje del que era poseedor. Suya fue la versatilidad musical mostrada con el grupo angelino (entre cuyos temas incluyó cosas de Kurt Weil y Bertolt Brecht, del tango, de la música eslava, del blues, de Albinoni, del jazz de Coltrane, de Chopin).

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Pero, igualmente durante su carrera como solista (iniciada en 1974, con discos como The Golden Scarab, The Whole Thing Started With Rock and Roll It’s Out of Control o Love Her Madly) y en colaboración con poetas (Michael McClure) y otros músicos (el grupo Nite City, Darryl Read, Bal, Roy Rogers, Michael C. Ford, Bruce Hanifan y hasta con Al Yancovic) el tecladista manifestó las influencias del funk, del new age, de la spoken word, de Eric Satie, de Manuel de Falla, entre otros.

Entre esos otros estuvieron también los Goliardos, a través de la obra de Carl Orff, de la cual tomó la puesta para hacer su propia versión de Carmina Burana (una propuesta muy interesante de 1983).

La armó poniendo énfasis en los sintetizadores, los coros, la percusión y la guitarra, con la colaboración de Philip Glass, Michael Reisman y un puñado de músicos y coros selectos para el caso.

La portada del álbum fue un destacado ejemplo del diseño llevado hasta el arte, con una ilustración de Hieronymus Bosch, trabajada por Lynn Robb y Larry Williams.

Los viejos goliardos fueron electrificados para bien, y enchufados a una nueva época y generación, con disidencias semejantes.

VIDEO SUGERIDO: Carmina Burana – Ray Manzarek – The Wheel of Fortune (O Fortuna), YouTube (Fenris307)

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FRANK ZAPPA: EL QUIJOTE AUSENTE (V)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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FRANK ZAPPA

(UN CANDIDATO A LA PRESIDENCIA)

La presidencia de los Estados Unidos —como la de otras partes del mundo— es algo tan codiciado quizá como una guapa reportera de espectáculos, tan llena de atractivos como de carencias. Y los métodos para conseguirla igualmente absurdos. La cosa es que hay de absurdos a absurdos. Los hay desde patéticos y ridículos hasta auténticos y geniales, dependiendo del contendiente.

En el caso de las reporteras hay algunos que les prometen desde matrimonio hasta corrección de estilo o clases particulares de información general o esperanto, con tal de agenciarse las redondeces de su intelecto. En cuanto a la presidencia estadounidense hay quienes la quieren obtener a base de chequera, comprarla sin más florituras o asumirla a punta de truculencias —como en otras partes del mundo—; pero los hay también que la buscan sin hacer «política» ni campaña y sin gastar un solo dólar por ella.  Cuestión de talento.

Entre los últimos estuvo Frank Zappa, quien fue sin duda el gran pretendiente. A través de los años de su vida en el candelero, este importante personaje de la cultura musical externó sus razones y postulados al respecto. Rescatados éstos de diversas declaraciones, he podido conformar el perfil de este candidato al máximo puesto de uno de los ombligos del mundo. Y quizá el que más se lo haya merecido, a la luz de la historia del país al que quiso representar.

Este músico fue un raro ejemplo. No evitó nunca la verdad, y resultó a veces en extremo franco. Tampoco se hizo el ciego frente a las necesidades colectivas. Él fue la realidad de lo que predicaba, lo concreto de su ideología. No cedió a ninguna tentación ni aspiró sólo a la fama, se dio el tiempo incluso de luchar contra los piratas de su obra. De tal manera vivió en pleno su corta vida.

Al adentrarse en ella se impone la certeza de que la suya fue un ejemplo dadaísta de humanidad, sobre todo en lo referente al arte y a la lucha política y social. El humor negro y ácido que desplegaba nacía de un contexto dramático, simultáneo a las constantes crisis bélicas, no como reflexión a posteriori sino como una condena coetánea a la patriotería de aquellos que prometían “defender al mundo libre del mal”; así como de su observación de los comportamientos sociales en cuyos comentarios y conciertos solía no dejar títere con cabeza: era agudo, filoso y despiadado.

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Sus guiños dadaístas priorizaban en definitiva la sabiduría por encima del concepto. Es decir, para él la sabiduría por ser tal superaba la conceptualidad, ya que emanaba de la experiencia de la vida. La superaba, pero no la negaba, puesto que la consideraba un acto de reconciliación con la vida, con el todo, un todo imaginado como transformación, como interrelación. A los ojos de Frank no había nada que no fuera una expresión de la vida.

Por lo tanto, mantuvo siempre para sí la severa exigencia filosófica de la libertad total del pensamiento, como condición única e indiscutible para no dejarse avasallar por el aullido de las corrientes estéticas de moda o las partidistas de cualquier especie.

La única posibilidad de vida para él radicaba en los beneficios de una política acertada, según afirmó varias veces. La política desde siempre fue su hobby, era demasiado importante para él como para dejarla en manos de los políticos.

Se sumó entonces a lo que en su momento expresó un compatriota suyo, el escritor Henry Miller, quien apuntó en torno al asunto lo siguiente: «No creo en ella. Opino que el mundo de la política está totalmente podrido. No nos lleva a ninguna parte, lo envilece todo y sobremanera al idealismo. Hay que ser un tipo turbio, un poco asesino, para ser político; hay que estar preparado y deseoso de sacrificar, de masacrar a la gente…»

Con el ánimo de modificar tal envilecimiento de la actividad y del concepto, Frank mostró entonces interés por llegar al gobierno de su nación, pero a su propia manera, a lo Zappa. Sabía que, hacía siglos a un griego llamado Platón se le ocurrió estudiar cómo se ordenaría a un grupo humano en el que prevaleciese el individualismo. La forma política de éste, dijo, recibiría el nombre de democracia y sus divisas serían la libertad y la igualdad.

“En la época actual es en lo que se supone vivimos nominalmente, puesto que es el dogma al que el mundo entero rinde pleitesía, aunque los listos nos damos cuenta de que su presencia en realidad brilla por su ausencia. Es únicamente una cita para los demagogos”, sentenció el músico.

VIDEO: Frank Zappa – If I Was President… – YouTube (Frank Zappa)

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