MAGOS HERRERA

Por SERGIO MONSALVO C.

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 ORQUÍDEAS SUSURRANTES*

Lo que hay que saber de Magos Herrera es que nació en la Ciudad de México en 1970 y se encuentra en la primavera de los treinta; que su carrera musical se inició durante un viaje a Italia en 1988; que es una cantautora de temas originales que ha mostrado su obra en festivales, teatros, clubes musicales y los más diversos foros nacionales e internacionales.

Es una cantante que ha estudiado en el Instituto de Tecnología Musical de Los Ángeles (donde se graduó como vocalista profesional), en el Conservatorio Mannes de Música de Nueva York (con cursos de especialización en improvisación vocal) y con el maestro de Técnica Clásica Konstantin Jadan desde hace siete años. Su estilo se apoya en las tendencias que han definido su carrera: el jazz, la música contemporánea brasileña, el soul y la música latina. Multiplicidad de gustos que acrisola en una fusión muy personal.

Habla Magos:

 “Mi ideal siempre fue cantar. Nunca se me ocurrió estudiar otro instrumento previo a eso, a pesar de que siempre toqué la guitarra por influencia de mis papás. Incluso viví algunos años interpretando trova cubana y demás, pero desde chica quedó muy en claro que mi instrumento principal sería la voz. Eso se me dio fácil, no tuve que hacer mucho esfuerzo para decidirlo.

“El conocimiento para cantar lo debes recibir de cualquier manera, lo mismo si tienes un oído increíble que si has nacido en el Bronx, en pleno Nueva York. Siento que el conocimiento es algo que se hereda como cultura. Yo sí creo que es una experiencia adquirida y desarrollada a la postre a través del talento personal. Sí, definitivamente tiene que haber una herencia del conocimiento. De los maestros, de los mismos músicos con los que te acompañas.

“Siempre he procurado tocar con gente profesional, más avanzada que yo, para aprender cosas. Cuando sientes que has llegado hasta los límites de tus posibilidades, de lo aprendido hasta el momento, entonces necesitas más herramientas, y es cuando pesa el talento. A lo que ya sabes, a la experiencia adquirida en el escenario, siempre va a haber algo que le falte. Constantemente estamos aprendiendo. Y no sólo en el jazz, sino en la música en general.

“En los últimos años me he ido a extremos muy dramáticos en la interpretación: hacia el jazz brasileño o al jazz-funk latino, fusionado con otros géneros. Mi primer disco fue un dueto con un pianista, era cien por ciento experimental dentro de la música brasileña y latina. El segundo fue otra cosa.

VIDEO SUGERIDO: magos herrera “Reencuentro”, YouTube (Magos Herrera)

“El primer disco lo grabé en vivo y se llamó Cajuina. Es de 1998 y fue una producción independiente. Un álbum de piano y voz con el acompañamiento de Felipe Gordillo. Una compilación de temas contemporáneos brasileños (de Milton Nascimento, Antonio Carlos Jobim, Djavan, Roberto Carlos, Caetano Veloso, Chico Buarque), y uno que otro de Fito Páez. Fue una serie de temas a los que les hicimos diversos estudios y experimentaciones.

“Luego grabé Orquídeas susurrantes. Lo produje junto con Alex Kautz, quien también toca la batería en él. Es un proyecto que realicé para poder conjugar esa fusión de lo que creo que soy. Una fusión de muchas cosas: el jazz tradicional, lo brasileño, lo latino, etc. Algunos temas son míos (“Como un poeta”, “Dennis”, “Orquídeas susurrantes”), otros de Carlinhos Brown (“María de Verdade”), de Pedro Di Carvalho, un personaje que conocí en la India y es de origen brasileño (“Té de olvido”, “Xote de Manha”) y de mi mamá, Margarita Fernández (“Son del negrito” y “Sauce llorón”).

“El disco es una compilación de temas que muestran el sello de lo que hasta ahora he sido. En el futuro seguramente seré diferente, pero este álbum es un ejemplo concreto de cómo llegué al fin del siglo y comienzos del nuevo, musicalmente hablando. El soporte está a cargo de Ken Basman, guitarrista canadiense; Jorge “Luri” Molina en el doble bajo; Alex Kautz en la batería; Gabriel Hernández en el piano; Armando Espinoza “Pinaca” en las percusiones, así como gente que fue a pasar conmigo el verano en San Miguel de Allende, pero que vive en Nueva York, como D.J. Barret (en el sax tenor); además de algunos invitados como Carlos “Popis” Tovar, César Olguín (bandoneón), Jorge Cristians (sax soprano) en algunos temas. Actualmente vivo en Boston, ya casada. Luego me voy a ir a Nueva York. Me siento hambrienta de conocer, de profundizar en otras cosas y de grabar allá un tercer disco”.

A medida que el canto se perfecciona tiende a volverse flor. Al menos eso han dicho algunos tipos más brujos que alquimistas. Ambos elementos convertidos en una sola imagen sonora. Esa transformación es ahora la vestimenta madura de una artista que trenza el juego florido hasta conformar su rúbrica de presentación: Magos Herrera. Una rúbrica que por más de una década ha aclarado lo mismo diversidades genéricas que equilibrios plásticos con una dicción y un fraseo excepcionales.

Esa conciencia de ser es la propia materia del cauce para esta cantante habitada de su esencia. “Soy cantante, luego existo”, parece decir Magos, y ese existir susurra y escancia sustancias mágicas que la transforman en una orquídea susurrante.

* Este texto es fundamentalmente el guión literario del programa número 50 de la serie “Ellazz”, que se trasmitió por Radio Educación a principios de los años cero (primera década del siglo XXI), del que fui creador del nombre, entrevistador, investigador, guionista y musicalizador. El programa se realizó con la entrevista que le hice tras la publicación del disco Orquídeas susurrantes del año 2000. A él le han seguido más de media docena de álbumes de estudio y colaboraciones con distintos artistas y una exitosa carrera en la Unión Americana. Apareció como parte del libro Tiempo de solos 50 jazzistas mexicanos, publicado en el mismo año.

 

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VIDEO SUGERIDO: Magos Herrera – Orquídeas susurrantes, YouTube (tochtli4666)

 

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KANSAS CITY

Por SERGIO MONSALVO C.

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 HERE WE COME

El cineasta Robert Altman trabajó en una película de jazz que se dijo haría pasar al olvido la versión fílmica hecha por Clint Eastwood de la vida de Charlie Parker, Bird, y así fue. La obra de Altman se llamó Kansas City y tuvo en los papeles estelares a Jennifer Jason Leigh, Miranda Richardson y Harry Belafonte.

La trama se lleva a cabo durante los años treinta en la ciudad homónima, donde la vida jazzística florecía bajo el gangster Tom Pendergast. Una gran selección de jóvenes músicos participó en el film.

Por cierto que la película montada no incluyó gran parte de la música ya grabada. Altman pensó que ésta servirá después para una extended version. Mientras tanto, el soundtrack salió bajo el sello Verve y contiene, entre otras selecciones, los temas «Blues in the Dark», «Moten Swing», «Queer Notions», «Solitude», «Lafayette», «Yeah Man» y «I Left My Baby».

Tanto en el disco como en la pantalla, Kansas City se convirtió en el acontecimiento musical más extraordinario del jazz en aquel año (1996). El productor musical Hal Willner reunió a músicos procedentes de todo el espectro del jazz de los noventa, incluyendo a varios jóvenes artistas de Verve: el bajista Christian McBride, el guitarrista Mark Whitfield y el trompetista Nicholas Payton.

Estos músicos de fin de siglo representan a grandes jazzistas de los treinta, cuando ningún lugar del mundo podía compararse con Kansas City en lo que se refiere al jazz. Joshua Redman, Craig Handy, James Carter y David Murray encarnan a personajes basados en las estrellas del sax tenor de aquella época: Lester Young, Coleman Hawkins, Ben Webster y el muchas veces olvidado Herschel Evans. Sus «batallas» instrumentales eran legendarias y ocupan un destacado lugar en el soundtrack de Kansas City.

No se dedican a reproducir clásicos como «Queer Notions» y «Yeah Man» nota por nota, como una especie de documento histórico. Altman y Willner buscaban la interpretación del espíritu y la energía de la música que se daba en Kansas City en los treinta a través de las sensibilidades y personalidades de unos músicos de los noventa. «Al escuchar grabaciones como ‘Lafayette’ o ‘Prince of Wails’, se encuentra uno con toda la energía del mundo –afirmó Willner, quien ya había colaborado con Altman como director musical de Short Cuts–. Queríamos captar el sentimiento y el sabor de esa música e imitarlos». Un clásico en varios sentidos.

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VIDEO SUGERIDO: Blues in The Dark (track 1) – Kansas City Band, YouTube (xfunkster)

 

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LAURA KOESTINGER

Por SERGIO MONSALVO C.

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 UNA VOZ COMO MONTAÑA*

 Laura Koestinger lanzó el disco Drown in My Own Tears (Ahogada en mis propias lágrimas). Las piezas que componen el álbum dividen su gusto por el blues y el jazz. Y con el transcurrir de los doce tracks se confirma aquello que una vez le dijera un amigo suyo: «Tu voz suena como una montaña». Y la suya es una que ha sabido apuntalar su solidez con un grupo igual de compactado y expresivo.

Habla Laura:

“A mí me gusta interpretar el blues y el jazz, aunque me identifico más con el primero. No obstante, reconozco que musicalmente tiene más riqueza el jazz. Ambos, sin embargo, están detrás de toda la música importante que se compuso a través de las décadas del siglo XX. Para mí el blues es como una forma de llanto. Es llorar por todas las cosas que somos en la vida y por las que no somos; es el llanto por saber que somos mortales, imperfectos, que nos equivocamos a cada rato, una y otra vez. Esa parte de la naturaleza humana es lo que se oye en el blues, también en el jazz, aunque recreada. Y eso es lo que a mí me gusta de dichos estilos.

“Nací en la Ciudad de México en 1963. Aprendí el inglés de niña junto con el español. En mi casa fuimos 10 hermanos, hijos de un papá austriaco y una mamá veracruzana. Siempre hubo música en la casa. La hora de la comida se ambientaba con ella o no se comía. Sólo dejamos de oírla unos días cuando murió una de mis hermanas, pero de ahí en fuera siempre. De niña, una cosa que me llamaba mucho la atención cuando iba de visita a la casa de mis amigas era que no tenían radio en los baños. Yo me decía “qué casas tan raras”, pero la rara era la mía. Nosotros oíamos música todo el santo día, por todos lados: mi papá con sus discos de música  clásica y de big bands, que le eran sagrados (cuando yo nací mis papás ya no iban a bailar como solían hacerlo cuando eran jóvenes, pero esos discos de bandas eran como un recuerdo de todo aquello que habían vivido). Mi mamá a toda hora silbaba por la casa. Ella afina perfectamente y canta bonito, le gusta la marimba, las canciones de Agustín Lara y esas cosas.

“Entre mi hermana la mayor y yo hay unos 15 años de diferencia. A mí me tocó verla aprender a bailar rock and roll. Elvis era su máximo. Luego vienen las que seguían a los Beatles, Donovan y qué sé yo: Jethro Tull, Cat Stevens, los Bee Gees y así, hasta que a mí me tocó de los Carpenters hasta U2. Con mis hermanos todo el tiempo fue memorizar las canciones. Haber aprendido inglés de chica influyó mucho en mí, porque el espectro musical se volvió más amplio, casi no oía temas cantados en español, la verdad. Escuchaba Radio Éxitos y La Pantera, mis estaciones favoritas.

“Cuando tuve edad para andar de noviera, lo hice con puros cuates a los que les gustaba la música. Cada uno me fue enseñando cosas en ese sentido. Uno de ellos me puso a John Mayall. Llegó a la casa un día y vio el disco que era de una de mis hermanas, de hecho era de mi hermana la que había fallecido: «¿Ya lo oíste?», me preguntó. Para mí era uno de entre millones de discos que tenían mis hermanos y que yo nunca había escuchado. Lo puso y me dijo que le prestara atención. Ese fue mi primer clinch con el blues.

“Luego tuve otro novio, un fantasioso que quería tocar la batería. Con él oía a Genesis y a Phil Collins en la bataca y también el mismo disco de John Mayall. Sólo que a éste le gustaba la canción que se llama «The Bear», donde el baterista hace unas síncopas muy particulares e increíblemente perfectas, a perfecto contratiempo. Hoy me acuerdo cómo me enseñó a escucharlo y me despierta cantidad de cosas. En aquel entonces me emocionaba verlo a él emocionarse con la canción, moverse al ritmo de la rola. La bailábamos mucho y lo hacíamos muy parejitos, me encantaba. Asimismo tuve un amigo que con la música clásica hizo igual conmigo: me sentó para que escuchara esto y aquello, y yo cada vez más impactada y maravillada con todo lo que no oía regularmente.

“Así fue que con estos novios, amigos y familia se me fue abriendo la oreja. Por otro lado está el hecho de que siempre he sido una melancólica, una llorona que sufre por todo a pesar de tener una vida perfecta. Soy muy azotada por naturaleza, por carácter. De esta manera yo creo que se me juntaron todas las cosas y apareció el blues en mi horizonte.

“El blues fue lo único que sentí que cantaba de manera natural y no aprendida. Resulta curioso porque no soy negra, ni nací en los campos de algodón, ni fui esclava, ni nada de eso. Pero por dentro siento como si de verdad hubiera tenido que ver algo con aquello. Empecé tratando de cantar cosas como baladas y música ranchera. Cantaba dos o tres piezas de ellas, pero me sabían todas iguales, no me salían del corazón.  En cambio el blues fue el único género que sentí me brotaba de adentro, natural. De niña, en mi casa, oía cantar todo el tiempo, todos lo hacíamos. Yo comencé a hacerlo más en forma a los 16 años. Tomaba la guitarrita en las fiestas e interpretaba canciones del momento como “Hotel California”, por ejemplo. Afortunadamente nunca llegué a cantar boleros como “Novia Mía” o “Usted es la culpable” y esas cosas.

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“A los 20 años ya tenía un grupo con mis hermanos mayores. Hacíamos tocadas o nos contrataban para fiestas y ondas así. Nos llamábamos Los Tropinautas del Rock, aunque no lo creas. Recuerdo haber cantado desde siempre, pero tomármelo ya en serio fue hasta 1990, porque uno de mis hermanos formó el grupo de rock Planeta Pop con el que hoy curiosamente es mi guitarrista. A veces me daban chance de hacerles coros. Yo en realidad me juntaba con ellos porque estaba muerta de amor por el bajista. Con el tiempo me convertí en la voz principal. Sin embargo, al año el grupo se desarmó y yo me quedé con ganas de seguir. Como no sabía qué hacer me fui a tomar clases para de verdad aprender a cantar.

“Conocí a una maestra que daba clases particulares. Se llama Susana Herner, concertista soprano de Bellas Artes. Con ella he trabajado desde 1991 hasta la fecha. Ha sido mi única tutora, mi profesora de canto y de muchas cosas más, porque ella, como maestra de canto seria y profesional, no sólo me enseñó a modular, colocar o impostar, sino que me ayudó mucho a encontrar el color de mi voz. Yo quería cantar muy agudo, y a ella como soprano le encantaba la idea de que lo hiciera. Estuvimos como un año tratando de poner piezas clásicas de teatro y siempre en los tonos altos, pero estábamos como atoradas, hasta que empezamos a bajar el tono y a explorar. Nos fuimos hacia los colores oscuros, las tonalidades más graves de la voz, y ahí fue donde comencé a agarrar mi verdadero registro. Fue muy bonito, muy tranquilizador, porque supe que podía hacerlo. Sobre eso empezamos a trabajar y ya de ahí me seguí. Gracias a ella lo aprendí todo: a respirar, a modular, a cantar.

“Le puse el nombre de Drown in My Own Tears a mi disco debut porque es una de mis canciones favoritas y es con la que abre el CD, aunque no es una de las que haya cantado siempre. Es bastante reciente en mi repertorio. Expresa el contenido del álbum, en lugar de titularlo Laura Koestinger & El Club del Algodón Jazz & Blues, le pongo Drown in My Own Tears y el que sabe, sabe. Es parte del mismo sentir.

“Los músicos que me acompañan en el álbum son mi banda fija desde 1994. Con ellos trabajo desde que se deshizo un grupo que tenía anteriormente con Francesc Alcácer y el baterista Edgar Campos. Todos ellos son egresados de la escuela de música de la UNAM o de Bellas Artes. Todos son académicos, con muchos estudios, y además son gente que huesea todos los días. Y esa es una de las ventajas del hueso, los mantiene aceitadísimos. Mi pianista, Guillermo Carvajal, es exquisito, de verdad es muy bueno. Musicalmente ha crecido y madurado mucho desde que lo conocí. Domina muy bien su instrumento.

“Entre mis principales influencias en la voz están Sarah Vaughan y Dinah Washington. Después de eso pedacitos por aquí y por allá de otras cantantes.

“Le puse como nombre El Club del Algodón a mi grupo por el Cotton Club de Nueva York. Cuando yo todavía no cantaba vi la película de Coppola y me impactó muchísimo la música. Ahí canta Lena Horne y dije ¡wow! No había visto una cinta donde la música fuera tan importante como la trama. Me gustó mucho y me la quedé como si fuera un muñeco de peluche, como mi mascota, mi talismán. Era mi película, y entonces cuando comenzamos a integrar la banda se me ocurrió que El Club del Algodón sonaba bien y se lo puse. Todos los temas los canto en inglés, pero el nombre del grupo se quedó en español, era algo que yo quería que la gente pudiera reconocer, aprendérselo.

“El concepto musical que quise plasmar en el disco es el del Club del Algodón como grupo. En estos años que hemos trabajado juntos llegué en mi mente a un sonido, a una imagen, a una armonía, a un tipo de balance y variedad de ritmos. Concreté mi idea del Club del Algodón, y eso fue lo que quise poner en el álbum. Es un concepto totalmente egoísta y egocéntrico, pero es como yo lo quería hacer, con quienes lo quería hacer y según lo concebía.

“Escogí el material que compondría mi primer disco en base a la vida. A lo que voy oyendo y a lo que me va gustando. La canción más antigua en mi repertorio es “Summertime”. Ésa la cantaba yo desde antes de tomar clases de canto. No sé ni dónde ni cuándo la conocí, pero me gustó mucho. La cantaba a capella o con el piano, o la guitarra o con quien se dejara, así que siempre ha estado ahí. En ella hay un homenaje a Janis Joplin. Es un arreglo mío trabajado con el pianista y está basado en la Janis. Los primeros compases son tal cual la versión del “Kosmic Blues”, y al final la voz aguda y la figura de la guitarra también, lo mismo que algunos fraseos que trato de hacer a mi manera.

“Todas las demás piezas, standards y versiones mías, han sido producto del tiempo. Las he escogido por diferentes razones: emocionales o sentimentales.

“Eso sí, todas las canciones son las que a mí me gustan. Por otro lado, tengo muchos amigos a los que les encanta alguna de ellas, como “As Time Goes By”, y por eso la incluí, por cariño a ellos. Son amigos cineastas. Sabía que cuando realizara mi disco esperarían que estuviera. La de “They Can’t Take That Away From Me” la metí porque era algo que yo quería decir.

“Estoy impactadísima con el resultado del disco porque ya tenía esta imagen mental del Club del Algodón y su sonido, pero nunca soñé que fuéramos a lograrlo. Pensé que el CD iba a estar bonito, decoroso, agradable, que me iba a gustar y punto, pero ha sido mucho más que eso. Creo que incluso todas las pausas durante la grabación sirvieron, porque dieron tiempo a madurar los sonidos y la concepción de los mismos. Según yo quedó espectacular, y lo mejor todavía es que es perfectible. Estoy supersatisfecha. Tanto que si después de él no pasa nada no me importa. Está impreso y habla muy elocuentemente de lo que yo siempre quise hacer”.

Al experimentar la vida se revela la existencia de un huésped alojado en el corazón encogido. Es un dolor iluminado por la luz azul de las emociones. Se trata del blues, que según los entendidos es el recuerdo del amor y la certeza de la muerte, todo al mismo tiempo. Es el canto que se apersona en la garganta de hombres y mujeres escogidos por él, como en el caso de Laura Koestinger.

* Este texto es fundamentalmente el guión literario del programa número 45 de la serie “Ellazz”, que se trasmitió por Radio Educación a fines de los años noventa y principios de los años cero, del que fui creador del concepto y nombre, entrevistador, investigador, guionista y musicalizador. El programa se realizó con la entrevista que le hice a Lura tras la publicación del disco Drown in My Own Tears en el año 2000.

 

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VIDEO SUGERIDO: Laura Koestinger – Summertime, YouTube (BluesisFeeling Memories)

 

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IRAIDA NORIEGA

Por SERGIO MONSALVO C.

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 (UNA ENTREVISTA)*

La inclinación definitiva por el jazz se dio cuando llegué a Nueva York –explica Iraida–. Yo audicioné para quedarme en la escuela con ‘Round Midnight’, un tema que me enseñó una pianista amiga que se llama Gussy Celestin. Me dijo: ‘Tú cantas y yo practico cómo acompañar’. Así fue cómo nos conocimos. Luego entré a la clase de Sheila Jordan. Al escucharla, oír su planteamiento vocal y todo su rollo, me dije que eso era lo que yo había buscado en la vida. Ella tenía un alumno alemán de nombre Theo Blatmann que se incorporó a la clase. Lo hizo más como práctica que para aprender, porque ya cantaba increíblemente. Al escucharlo también me dije: ‘Eso es lo que yo quiero en la vida’”.

 S.M.: ¿Crees que sea importante la vida académica para un músico de jazz en específico?

I.N.: “Definitivamente lo importante es que hagas buena conexión. El rollo de la música es más bien conectarte con algo más arriba. Siento que la vida académica me ha dado la posibilidad de tener un lenguaje común con otros músicos, y en lugar de llegarles a tararear lo que quiero hacer se los escribo en un lenguaje común. Con él puedo llegar a cualquier parte del mundo y aunque no sepa el idioma la música está ahí, en el papel, y tres, y cuatro, y nos arrancamos y se establece algo. En ese sentido lo académico sí te da un lenguaje, pero saber escribir o no nada tiene que ver con ser músico”.

S.M.: ¿Cómo fue tu relación con Sheila Jordan?

I.N.: «La verdad, bien cercana. Todavía no me la acabo de que se haya dado esa situación. Había una identificación de entrada muy ‘vibrática’. Ella de pronto me decía: ‘Me recuerdas a mí a tu edad’, y cosas así. Sheila me impulsó mucho. Ella lleva a los alumnos más destacados al Thelonious Jazz Festival que se lleva a cabo regularmente en Nueva York. Nos llevó a Theo y a mí a cantar. Yo canté ‘Ruby My Dear’ y Theo, ‘Straight no Chaser’. Siempre se dio esa relación muy cercana de constante impulso. Incluso ahora, a muchos años de haber estado en Nueva York, recibí un email de mi amiga Gussy en el que me decía que Sheila me mandaba saludar y todo eso. Tengo muchas ganas de verla y de mostrarle las cosas que he hecho. Agustín Bernal y yo hicimos un dúo de ‘Lover Man’, con una versión a lo Sheila Jordan. Ella canta mucho con bajo y voz, y le dedicamos esa versión a ella».

S.M.: ¿Conocías su historia cuando llegaste a estudiar a Nueva York?

I.N.: «Honestamente no. La conocí estando ahí. Me fui haciendo de sus discos. El primer día llegas a audicionar, leve pero a una audición al fin y al cabo. Luego Sheila nos dijo: ‘Ok, se quedan, pero ahora me tienen que improvisar un blues con letra y todo’. Y yo: ‘¡¿Qué?!’. Le dio entonces instrucciones al músico, y uno… dos… tres… y se arrancó con una rolota de blues que tenía que ver con lo que estaba sucediendo en aquel momento con la audición, con lo que íbamos a hacer, y yo me dije: ‘¡WOW!, le están hablando los ángeles al oído’. Fue un impacto muy considerable el que me causó».

 

 *Fragmento de la entrevista que le hice a Iraida, y que salió publicada completa en la Editorial Doble A.

 

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VIDEO SUGERIDO: Iraida Noriega – Los Pequeños Detalles, YouTube (Alberto Cosio)

Iraida Noriega

Una entrevista de

Sergio Monsalvo C.

Colección “Palabra de Jazz” # 6

Editorial Doble A

México, D.F., 2001

 

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TIME OUT

Por SERGIO MONSALVO C.

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 ÉXITO DE COMPÁS Y TONO

 ¿Qué es un disco clásico? Una definición: Lo que se puede disfrutar a través de toda la vida y sigue sorprendiendo y conmoviendo. Time Out, por ejemplo. A ese álbum está dedicado este espacio.

La amplia sonrisa en los finos labios era debida más a su bondad natural, que a los supuestos excesos etílicos que en vida se le atribuyeron a Paul Desmond. Una bondad que en ocasiones rayaba en la filantropía practicada con colegas desafortunados.

Se dice de él que era un gran conversador, de ésos que sabían hacer uso de un fino sentido del humor y esgrimían argumentos cargados de una elegante ironía.

El saxofonista nació en San Francisco, California, como Paul Britenfeld Desmond en 1924. Su padre, pianista y organista de cine mudo, fue su primer maestro de música. Aunque estudió el clarinete en su ciudad natal, en 1950 se decidió por el sax alto y debutó profesionalmente con la orquesta de Albino Ray. Un año después ligaría su vida al incipiente cuarteto de Dave Brubeck, con el que permanecería hasta 1967, y en donde su colaboración se volvería histórica.

A partir de esa fecha, 1967, Desmond vivió semiretirado por lo que a actuaciones en público se refiere, no apareció más que ocasionalmente al frente de algún cuarteto montado para la ocasión. Durante los últimos años de su vida comenzó a tener síntomas de cáncer de pulmón, enfermedad que le acabaría produciendo la muerte en su ciudad natal el 30 de mayo de 1977.

Los caminos de Paul Desmond y Dave Brubeck se cruzaron por vez primera en el ejército. «Yo estaba en una orquesta militar y Dave tocó con nosotros durante un set. Era un tipo muy excéntricoo y vestía como tal: saco de ante con un forro rojo. Tocaba en el piano unos extraños acordes y lo hacía de una manera casi salvaje«, contaba Paul.

Cuando acabó la guerra, se volvieron a encontrar y a veces tocaban juntos en San Francisco. Brubeck lo seguía haciendo de manera extraña. Mientras los demás músicos interpretaban sus solos tranquilamente, él introducía cosas en él, a la manera de Bartok.

Muchos se ha escrito, desde entonces, sobre el cuarteto de Dave Brubeck, hasta el punto de convertirse a menudo en centro de polémica, tanto entre aficionados como entre críticos. A 50 años de su disolución, ya que a partir de 1967, lo que se entiende por el cuarteto de Dave Brubeck ya no existía, es posible hacer un breve y desapasionado análisis. Quizá su mayor virtud fue el mutuo respeto y el clima de libertad en que se movieron sus componentes: Dave Brubeck (piano), Paul Desmond (sax alto), Joe Morello (batería) y Eugene Wright (contrabajo).

Aunque nominalmente era «el cuarteto de Dave Brubeck» y así era presentado al público, realmente no había un líder y el cuarteto funcionó siempre como tal, un colectivo.

VIDEO SUGERIDO: Dave Brubeck Quartet – “Blue Rondo à la Turk”, live, YouTube (gamma68)

La grandeza de éste fue el equilibrio que se estableció entre sus miembros. Una vez encaminado el grupo hacia finales de la década de los cincuenta, aquello se volvió admirable. «En este grupo, cada uno hace un poco lo que quiere. A los demás a veces les gustaría desaprobar algo de lo que haces, pero callan para no molestarte. Cuando hablamos entre nosotros, nos pedimos mutuamente hacer o no determinadas cosas. Pero nos conocemos tan bien, que un gesto de la cara es suficiente «. Expresó Desmond en su momento.

La tendencia a los acordes extraños de los que hablaba Desmond continuó siendo, tan controversial como parte importante de la vida del pianista y del cuarteto.

El caso es que el clima creado por Desmond-Wright-Morello (una extraordinaria sección rítmica) era pasado por el tamiz de las manos del eximio Brubeck, excelente compositor y, por otra parte, primer músico de jazz que «mereció» una portada en la revista Time.

Las muestras de dicha situación son tantas que es sumamente fácil dar referencias. Si sólo se tiene un disco del cuarteto, ése debe de ser, sin duda, Time Out. Escúchense, por ejemplo las piezas, «Take Five» o «Blue Rondo a la Turk»; en ellas Brubeck ilustra suficientemente lo mencionado.

La participación  específica de Desmond en el cuarteto, contrapeso ligero que con la inestimable ayuda de Morello equilibraba la extrañeza de Brubeck, fue, como puede suponerse, muy importante. Tanto como que muchos admiradores del cuarteto lo eran en realidad del saxofonista.

Lo atinado de su aportación, seguramente el elemento que identifica a uno con lo otro, fue sin duda su composición «Take Five», un éxito sin precedentes que aparte de satisfacerlo económicamente en una esfera artística que no se caracteriza por ello, y lo puso en la bitácora del género a perpetuidad.

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Esta pieza fue lanzada en el disco Time Out de 1959 y destacó por tres motivos esenciales: el primero, porque es una pieza compuesta en un compás atípico para la época: 5/4, de ahí proviene el nombre del tema; segundo, por el solo de sax de Desmond, con un sonido y un tono que lo volverían distintivo; y, tercero, por el solo de batería de Morello, creador de un estilo con ello.

Asimismo, alrededor del disco —y pieza— cabe destacar también que fue el primer álbum de jazz en tener una amplia aceptación comercial (más de un millón de copias vendidas), mientras que “Take Five” se convertiría en un tema standard del repertorio jazzístico y otros géneros, con cientos de versiones tanto instrumentales como cantadas, en todos los idiomas y dotaciones orquestales.

Como dato curioso, Desmond, el autor del tema, ordenó que al morir todas las regalías procedentes de él fueran entragadas a la Cruz Roja estadounidense. Desde entonces esta institución ha recibido alrededor de 100 mil dólares anuales por ello.

La idea para esta pieza le vino a Desmond mientras jugaba con una máquina tragamonedas en un casino de Reno, en Nevada. El ritmo de la máquina le sugirió dicha composición.

Sobre la génesis y elaboración de su sonido es interesante transcribir las palabras del saxofonista al respecto: «Cuando Dave tocaba en trío en un baresucho en las afueras de San Francisco, a veces Dick Collins y yo íbamos a acompañarlos un rato. En ocasiones grabábamos la música. Un día, escuchando aquellas cintas, descubrí enmedio un sonido que me gustaba y que por otra parte era poco habitual en mí en aquella época. Pero en aquello que escuché había un sonido que flotaba un poco. Trabajé en aquel sentido. En primer lugar para obtener la sonoridad que tanto me había gustado, y después para conservarla«.

Lo que de cualquier manera parece claro fue la enorme “personalidad” del sonido Desmond. Basta una nota para evidenciar su presencia. Aquél deviene, más que en cualquier otra cosa, en el fundamento de su expresión. Así, la simple exposición de un tema es en sí mismo, sin más, manifestación suficiente del su arte.

La gran presencia de la música desmondiana, su enorme simplicidad, su carencia de aristas, hizo que fuera difícil encontrarle discípulos, aunque probablemente haya cientos de saxofonistas altos que en algún momento de su carrera hayan tomado a Desmond como ejemplo a seguir.

Pero, repitámoslo: un sonido así y una concepción melódica tan directa y simple, próxima a un esquema minimalista, hicieron de él un maestro inalcanzable. Y de Time Out, el disco clásico, una promesa de gozo reiterado.

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VIDEO SUGERIDO: Dave Brubeck – Take Five (Original Video), YouTube (Re gor)

 

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MILI BERMEJO

Por SERGIO MONSALVO C.

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UNA VIDA CON LA MÚSICA*

La historia comenzó hace muchos, muchos años cuando Mili Bermejo, procedente del Cono Sur, de Buenos Aires —para ser más precisos y donde había nacido en 1951—, llegó a la ciudad de México junto con su familia. Tenía ocho años de edad. Desde ese momento, por la influencia paterna, abrevó de la música mexicana integrándola a su herencia argentina.

Luego, las décadas de los sesenta y setenta le otorgaron muchas experiencias enriquecedoras y fundamentales: el llamado “canto nuevo”, las peñas, los clubes, los amigos de diversas naciones latinoamericanas exiliados por causas políticas y feroces dictaduras, la poesía de Nicolás Guillén, Jaime Sabines, César Vallejo, José Ramón Enríquez, Odri Lorde, Ernesto Cardenal, Gabriel Zaid y Octavio Paz; además de la ideología del compromiso social del artista y el gusto por los conciertos al aire libre.

El talento musical de Mili Bermejo le permitió obtener en el curso de los años varias becas. La primera de ellas otorgada por lo que antes era conocido como el Fondo Nacional para las Actividades Sociales (Fonapas), y luego por parte de la escuela donde se encontraba. Entonces, la vida se le modificó sustancialmente. Casi al finalizar los años colegiales y lista para saltar al profesionalismo, su hermano (Miguel, guitarrista y bajista) la introdujo en los misterios y las sorpresas de la obra de Miles Davis. Es decir: descubrió el jazz.

Habla Mili:

«El jazz representó un gran cambio para mí: el de cantante a músico. Lo cual quiere decir que debía empezar a pensar en mi voz como instrumento, en la armonía. A tener un pensamiento inteligente en cuanto a cómo abordar una pieza, o sea un pensamiento analítico y además —por si fuera poco— aprender el arte de la improvisación. No puede ser de otra manera. Es muy difícil ser un buen intérprete del jazz debido a las exigencias que esto requiere satisfacer. Se debe saber leer todo tipo de partituras, con sus claves, invertir miles de horas de práctica para desarrollar el nivel competitivo necesario. Y asimismo, es preciso actuar constantemente para mantener en forma las habilidades musicales y desarrollar las cualidades individuales en la improvisación”.

Por aquel tiempo, Mili tuvo la oportunidad de conocer al pianista Ran Blake, pionero del avant-garde y del Third Stream, quien la llevó consigo como invitada para unas presentaciones que haría durante el programa jazzístico veraniego en la ciudad de Boston, en 1978. El viaje la motivó sobremanera para el aprendizaje del género. A la postre entró a tomar clases con el ya desaparecido pianista y destacado jazzista veracruzano Juan José Calatayud.

Con una voz siempre emotiva, Mili gusta de contar lo que la música sincopada le ha dado: «El jazz me proporcionó un método, me abrió las puertas tanto mentales como emocionales. La disciplina inherente en él siempre resulta difícil, hasta que la conviertes en tu forma de vida. Cuando das ese paso todo se vuelve  fascinante porque te sientes por fin un pasajero legítimo en el tren del aprendizaje, en una dinámica de evolución estética. Es un desafío, cada minuto debes entender por qué unas notas funcionan y por qué otras no. Para mí fue descubrir un mundo vital«.

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En México, Mili supo crearse una carrera como intérprete, pero en este punto y por recomendación del maestro Juan José Calatayud, decidió irse a estudiar a la Berklee School of Music de Boston, llevando como único equipaje su amor por el jazz: «El jazz me poseyó por completo, era como un fuego por dentro que no podía acallar«. Quería aprenderlo todo de él: tanto el lenguaje verbal como el musical. Esto es lo que la condujo a buscar las fuentes y a conocer a sus generadores. Debía aprender a cantar con aquellos jazzistas, en su propia tierra.

En México, Mili dejaba el reconocimiento logrado hasta entonces, sus amigos, su trabajo de muchos años en Radio Educación, a su padre —el compositor e instrumentista— Guillermo Bermejo, a su tío Miguel, ambos fundadores del famoso trío de música vernácula Los Calaveras, que en tantas giras y películas acompañara al legendario Jorge Negrete y, desde luego a su madre Luz, una cantante argentina de tangos. «Al irme a Estados Unidos dejé toda esa parte», ha comentado con añoranza.

Así que se trasladó a Boston a vivir de manera permanente en 1980. Tras cinco años de recoger conocimientos, de mostrar el talento personal a su vez, se graduó en aquella institución. Aunaba de esta manera a su vida académica la savia del jazz estadounidense, misma savia que sumó a sus acervos producto de los estudios en la Escuela Nacional de Música, con los compositores mexicanos Julio Estrada y Federico Ibarra, y de técnica vocal con la especialista Elisabeth Phinney y Jerry Bergonzi.

El ejemplo de su creatividad al darle forma a un jazz ecléctico, con la intención constante de buscar trascender las fronteras entre los géneros y culturas, hizo que las autoridades de Berklee le ofrecieran impartir clases de canto en dicha institución. Cosa que ha hecho desde entonces. Sin embargo, después de algún tiempo, Mili sintió también la necesidad de expresar a flor de piel sus raíces musicales y los conocimientos adquiridos con el jazz, así que se alió con su esposo, el contrabajista Dan Greenspan —al que conoció en esa escuela en 1981—,  para realizar una obra donde se fusionaran el sentir cubano, argentino, mexicano y jazzístico, y otorgar al escucha una lluvia de ritmos en la que su estilo encontraba un cauce perfecto.

Hoy, esta mujer ha logrado el reconocimiento de músicos y crítica de la Unión Americana al aparecer en las páginas de revistas especializadas como Down Beat y Jazziz, donde se analizan constantemente los álbumes que genera. Desde Ay Amor (de 1992), hasta la noticia del nuevo disco que está a punto de salir, A Time for Love (del 2004), su discografía, que abarca ya ocho volúmenes, ha sido descrita como “el lugar donde se encuentra el jazz con la elegancia del alma latina”.

Sin concebir limitante alguna, Mili Bermejo ha laborado en distintos formatos, como el trío (en Ay Amor y A Time for Love), el cuarteto (en Casa Corazón, de 1994, o Identidad, de 1996)), el sexteto (en Pienso el Sur, del 2001), el octeto (con la agrupación de Günter Schuller, en Orange then Blue). No obstante, la quintaesemcia de su quehacer artístico se puede encontrar en Dúo, de 1997, al lado de su esposo y bajista Dan Greenspan, donde la compenetración con el concepto y el trabajo constante se presentan sin más ropaje que las cualidades íntimas y personales.

Entre más vida yo siento / más pronto me voy muriendo / más cercano está el momento / de abandonar este arroyo / y más requiero el apoyo / de aquél que me está queriendo….” Así reza el track “Décimas de muerte”, una composición de esta cantante que a base de estudio, de esfuerzo, de talento, ha sobresalido en el terreno del jazz. En Dúo, Mili se presenta en el escenario del Music Room de Cambridge para dar a conocer a los entendidos su sensibilidad y bagaje. Ella le entrega al escucha su comprensión de la música y beneplácito con el canto.

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Para hablar de este trabajo de Mili hay que mencionar, en primerísimo lugar, el grado de retención y elaboración de los elementos básicos que han alimentado a la cantante a lo largo de su carrera. Elementos afroamericanos, latinos, caribeños, que gracias a su ductilidad y aprovechamiento se establecen en ella, en su voz, en su acompañamiento, como una mancomunidad experimental de carácter multicultural sintetizada en el jazz. Eso es el jazz. Así se forjó y así continuará en el futuro.

Ella reelabora la música a partir de su particular concepción enriquecida de estos elementos en términos de esa estructura de raíces y sus variables. Esto es: conoce su música, no sólo como ente regional sino continental, y la relaciona, la mezcla, la recrea, con el gran fenómeno del jazz y lo que éste a su vez trae aparejado consigo: la composición europea, la métrica hispana, el lied alemán, el folklore anglosajón y la referencia sobreentendida de la expresividad vocal.

Todas las variables son aprovechadas por su voz, por su temática, empapada del romanticismo del “canto nuevo”, muy bien acompañada por Greenspan, músico que muestra sus capacidades multifacéticas al proporcionarle un soporte sincopado a la rítmica voz de Mili. Las composiciones de Abbey Lincoln, Bill Evans, Lee Morgan, Johnny Mercer, Duke Ellington y de la propia Bermejo, se suceden a lo largo del CD dando rienda suelta a su estilo que en todo momento evoca las referencias de su experiencia musical con interpretaciones muy sentidas, las cuales con los artilugios de la magia vocal ubican en atmósferas y ambientes hiperreales al escucha atento.

Las interpretaciones que hace Mili Bermejo de la balada van más allá de lo simplemente emotivo. Sus cualidades, técnica y referencias vitales que carga dentro de sí, le añaden a cada tema presentado el plus que debe contener cada pieza de su repertorio. Es una cantante de jazz llena de expresividad y recursos, color y textura. En este disco, producido por ella misma, ejecuta una catorcena de tracks en los que la existencia y el arte se amalgaman para regocijar al público. Greenspan, como buen bajista, le pone los acentos, los soportes, las plataformas. De esta manera, las composiciones de todos los mencionados brillan como si fueran nuevas.

Los informes sobre Mili Bermejo dicen que ella se fue a la Unión Americana en 1980, con el claro objetivo de estudiar jazz en la que hoy por hoy se considera la mejor escuela en este sentido: el Berklee College of Music de Boston. Actualmente es profesora en esa misma institución, además de miembro de varias asociaciones para el fomento de las artes en los Estados Unidos. Mili Bermejo es una cantante que a base de trabajar su talento, de disciplinarlo y conducirlo, ha llegado a ser escuchada en los mejores escenarios y a recibir premios y menciones, porque además de estudio y trabajo tiene propuesta y capacidad para manifestarse en el comprometido terreno del jazz. La suya es una magnífica historia, plasmada en concreto en varios álbumes a los que sigue sumando nombres.

 

* Este texto es fundamentalmente el guión literario del programa número 82 de la serie “Ellazz”, que se trasmitió por Radio Educación en los años cero (primera década del siglo XXI), del que fui creador del nombre, entrevistador, investigador, guionista y musicalizador. El programa se realizó con la entrevista que le hice tras la publicación del disco  Dúo (Jimena Music) en 1997. Éste se uniría a la enriquecedora discografía de la cantante, compositora, pedagoga y divulgadora del jazz, con De tierra, Identidad y el postrer Arte del Dúo, además de los ya mencionados en el texto. Todos discos a los que la artista dotó con canciones propias, standards del jazz y composiciones de diversos creadores latinoamericanos, siempre incluyendo sus emociones y las cuestiones sociales de todo lo que la afectaba. Mili murió el 21 de febrero del 2017. Aún no sé si ya se publicó el libro que tenía listo sobre técnica vocal en el que tenía tiempo  trabajando.

 

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OLIVIA REVUELTAS

Por SERGIO MONSALVO C.

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EL ESPÍRITU DE LA MÚSICA*

Durante la mayor parte de la historia del jazz, aparentemente han sido pocas las mujeres que han formado parte de la comunidad de músicos. En el pasado, una mujer decidida a no dejarse intimidar para acceder al ambiente tuvo que pagar precios tendentes a ponerla en su lugar: la pérdida de su respetabilidad encabezaba la lista, además de la desaprobación general o familiar y a veces el ostracismo.

A pesar de todo, el amante de la música puede encontrar una lista larga y bastante sobresaliente de féminas que han participado en el jazz desde el nacimiento del género. Sin duda aún constituyen una minoría y probablemente lo seguirán siendo durante algún tiempo, pero en la actualidad quienes de ellas interpretan el jazz lo graban, dirigen grupos, componen, hacen arreglos musicales, producen álbumes, administran, presentan conciertos. Es decir, están involucradas en todo el proceso.

Si hay algo que las caracteriza en el jazz actual es su pronunciado individualismo y su dedicación a la música. Se encuentran ya perfectamente instaladas en todos los géneros derivados del jazz, el cual ha permitido el acercamiento de diferentes tipos de música entre sí, extendiendo sus límites hasta las fronteras de la imaginación y el talento de cada exponente.

Y es talento, y mucho, el que se da en el caso de la mexicana Olivia Revueltas, por ejemplo…

 

*Texto introductorio a la entrevista publicada en la Editorial Doble A.

 

OLIVIA REVUELTAS (FOTO 2)

Olivia Revueltas

Una entrevista de

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Palabra de Jazz” #4

México, 2000

 

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VERÓNICA ITUARTE

Por SERGIO MONSALVO C.

VERÓNICA ITUARTE FOTO 1

 VOZ PLENA DE COLOR Y SENSACIONES*

La cantante Verónica Ituarte, quien nació en México, D.F., en 1956, merecería sin lugar a dudas más espacio en los escenarios nacionales tan plagados de cantantes que no cantan. La Ituarte ha alcanzado una madurez impactante, su voz clara y suntuosa da a cada tema los elementos necesarios de tensión, dinámica y arte para canalizar los sentimientos que el mismo material contiene.

Con el canto se permite sacar lo que trae dentro: un déjà vu, con el cual se interna en otras dimensiones y vislumbra sus realidades. El suyo es un estilo cálido y llegador extraído preponderantemente de las raíces del canto jazzístico tradicional, con influencias negras directas, llenas de color y sensaciones. En las interpretaciones hay vida, hay experiencia y una voz para trasmitirlas.

Habla Verónica:

“El panorama musical para mí como cantante de jazz lo veo de manera optimista, porque estoy aprendiendo a generarme mis proyectos, mis trabajos, mis ideas musicales. De la adversidad en la que trabajamos todos los jazzistas en México he sacado cosas buenas siempre. Lo importante ha sido tener confianza en mí misma, en mi bagaje, en mis condiciones como cantante. Siento que siempre hay que dejar de lado las crisis en ese sentido. Malo cuando sean crisis de valores, de valores personales, porque aunque tuviera toda la lana y el mejor estudio del mundo no habría nada qué grabar, y eso sí sería lo peor. En ese aspecto creo que el futuro va bien para mí y también para quienes van surgiendo y agregándose a las filas del jazz, porque los chavos, aunque no tengan nada de dinero para producir, sí tienen entusiasmo. Así lo he vivido en el Taller de Jazz de la Escuela Superior de Música. Por eso se siente un movimiento que ya no va a parar. El futuro no me espanta en ese sentido. Sólo sé que hay que trabajar un poco más siempre. Los que permanezcan en el futuro serán aquellos que hoy piensan que están en la dirección correcta.

“Para mí el jazz es libertad, creatividad. Es un género que tiene poco tiempo de existir en realidad, apenas 100 años, pero es una música que se ha desarrollado hacia mil direcciones y de muchas maneras. Desde los primeros músicos, que ni sabían qué era lo que estaban haciendo, hasta la aparición de la etiqueta y todo lo que ha sucedido después con él. Por otro lado, hemos visto cómo ha ido evolucionando en cuanto a ideología, intenciones sociales y demás, todo muy válido. El jazz lo mismo puede tener una intención política que sólo ser expresión musical. Las corrientes musicales importantes, trascendentes, van de acuerdo con lo que está sucediendo en el mundo. El jazz es una de ellas y por eso es una música interesante que puede abordar la vida desde muchos aspectos.

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“Comencé a cantar el jazz en 1982. Estaba en la Escuela Nacional de Música y por esas fechas llegó el maestro Francisco Téllez a darnos una plática. Él ya estaba impartiendo su Taller de Jazz en la Escuela Superior de Música. Ahí empezó a interesarme el género y a inquietarme su interpretación.

“Me decidí por la música ya tarde, después de terminar la preparatoria, porque quería hacer algo que saliera de mí misma. De chiquita me gustaba aquello de la comedia musical y esas cosas, pero no lo veía como una realidad, como un futuro para mí. Hasta que tuve que elegir algo. Entonces dije que me gustaba cantar. Sólo había tenido el contacto con la música en la secundaria: con la estudiantina, afinar la guitarra en el círculo de do y hasta ahí. Así opté por entrar a la Escuela Nacional de Música de la UNAM.

“Entre mis mayores influencias en el canto están Judy Garland, que no fue jazzista, pero a quien admiro por su forma de cantar con el hígado; las maestras de cajón: Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan, Billie Holiday, Bessie Smith, aunque de esta última me falta aprender un chorro, y también las contemporáneas. Al igual que todas las que han aportado algo para el jazz vocal, como Flora Purim, por ejemplo. En el free jazz Betty Carter, por su concepto de melodía y de tiempo y esa sensación de desparpajo al hacer cosas muy difíciles, que para ella eran como si nada. Hoy básicamente me siento más a gusto en lo que se denomina jazz tradicional, de los años cuarenta y cincuenta, aunque me interesa —y considero necesario— andar de aventura por otros lados.

“En estos momentos la vida académica es importante para un músico de jazz, porque ya valoramos cómo empezaron los pioneros, que no tenían más que su enorme necesidad de expresarse. Hoy comento con mis alumnos que ellos lo tienen todo, y les digo eso para que se pongan a estudiar y a analizar las cosas. Lo académico no lo es todo para ser un buen jazzista, sino la combinación de muchos elementos. Actualmente hay más información, más música y mil maneras de decirla. En México afortunadamente existen músicos que están haciendo sus propias composiciones y que saben que lo más importante hay que seguirlo buscando dentro de uno.

“Hay muchos jóvenes ávidos de entender y de aprender el jazz en México. El problema, muy añejo y que cada quien resuelve a su manera, son las fuentes de trabajo. Pero siento que mientras haya entusiasmo ahí estará esperándolos el sitio, aunque sea en una esquina de Coyoacán. Lo importante es no soltar tu sueño, seguir tu estrella. Actualmente hay músicos que hacen lo suyo y público que los quiere oír, pero no hay un lugar donde se junten. Hay muy pocas posibilidades en realidad. De repente, una institución arma un ciclo, pero no los suficientes como para darle oportunidad a todos, porque en el movimiento jazzístico actual están brotando cada vez más grupos.

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“Por otro lado, estoy convencida de que hay un pasado importante en el jazz mexicano: puede comenzar con Chilo Morán o quizá desde antes, con músicos que ni siquiera sabemos quiénes eran, porque siempre ha faltado documentar esa historia. Pienso que jazz mexicano ha habido desde que empezó el género a nivel mundial. Les he comentado a los alumnos del Taller que cada vez que tengan a un músico mayor junto a ellos le hagan preguntas para documentarse aunque sea oralmente. Así me he enterado de la época de oro del jazz en México, con músicos como Chilo o Calatayud; de los clubes donde tocaban, como el Rigus; de la vida nocturna de México; de cuando había muchos lugares adónde ir; podías asistir al show de las dos, tres de la mañana y desayunar luego a las siete con alguien que andaba tocando todavía. Era una situación que permitía el desarrollo. Había mucho trabajo. Ahora ya no. Con Uruchurtu todo eso se fue, se acabó. Después los músicos tuvieron que vivir de hacer otra cosa. Se fue volviendo cada vez más difícil la situación, hasta llegar a lo actual, que es una tragedia, porque muchos músicos tienen que entrarle al “hueso” y se desvían del jazz. El sueño no resultó tan importante para ellos porque hay que mantener a la familia, pagar la renta, etcétera. El “hueso” es una situación que sí afecta la calidad del jazz, aunque afortunadamente hay otros necios que continúan y permanecen en lo suyo.

“De verdad es triste la situación que viven los músicos de jazz en México. Tienen que pensar en lo inmediato más que en lo trascendental. Se dejan abrumar porque les toca pagar la renta dentro de tres días y entonces le entran al “hueso” de hoy y no al concierto de mañana, porque este último se los pagan hasta dentro de un mes. Creo que así ha sido la vida en general de los grupos y músicos de jazz en México. Por otro lado, y aunque parezca contradictorio, el mismo camino de la evolución exige no quedarte mucho tiempo en un solo lugar ni con los mismos intérpretes. Debes buscar otros paisajes musicales, otros estilos de expresión.

“Alguna vez logré integrar un grupo que duró un buen tiempo, porque conseguí trabajo en un hotel que nos hubiera permitido hacer lo nuestro. La cuestión económica estuvo resuelta, pero lo artístico empezó a estancarse, a pesar, hasta que reventó. Pude obtener para mi grupo una situación monetaria estable, pero artísticamente el desarrollo llegó hasta un punto y después tuve que volver a empezar. En lo personal aprendí mucho de eso. Antes era una gran tragedia que un músico me dijera que tenía que irse. Sentía que se me iba a caer el numerito completo. Ahora ya no me asusto, lo veo desde otro punto de vista: me pregunto quién entrará como nuevo para aprender más cosas.

“Por el lado de la música es lastimoso que la evolución de los integrantes de un grupo no sea parejo debido al “hueso”. A algunos compañeros les da pavor quedarse sin dinero, aguantar hasta que las cosas mejoren, aunque uno les diga que podrían dar clases, desarrollar su música, aprender cosas, estudiar. Les da miedo sentirse abrumados por las circunstancias y eso no les permite ver que pueden lograr más cosas en el sentido musical. Es una situación triste, pero sí habemos personas que podemos vivir del jazz y no sólo dando clases”.

El trabajo más reciente de Verónica Ituarte se llama Alucinaciones y cuenta con varios méritos en su haber. Uno de ellos son los arreglos musicales de Francisco Téllez, maestro de varias generaciones de jazzistas y un pianista muy sólido y sobrio en sus ejecuciones.

Otro mérito es haber realizado la grabación de este CD en vivo en el Auditorio «Angélica Morales» de la Escuela Superior de Música del INBA en tomas completas, sin doblajes y con mezclas sin cortes ni edición. Hecho que requiere de una completa comunión entre músicos y cantante, así como de una larga sesión de ensayos que permitiera la comprensión del material, de acuerdo con las directrices musicales y motivacionales del proyecto.

Hay oficio de parte de los músicos (el mencionado Francisco Téllez, Jorge «Luri» Molina en el contrabajo y Pablo Salas en el sax tenor), quienes le construyen a la cantante el escenario indicado para que luzca sus dotes vocales en el bebop, en la balada, en el swing del scat.

* Este texto es fundamentalmente el guión literario del programa número 41 de la serie “Ellazz”, que se trasmitió por Radio Educación a principios de los años cero (primera década del siglo XXI), del que fui creador del nombre, entrevistador, investigador, guionista y musicalizador. El programa se realizó con la entrevista que le hice tras la publicación del disco Alucinaciones en 1998. Desde entonces ha tenido una carrera exitosa en lo artístico, discográfico y en lo pedagógico.

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ELIZABETH MEZA

Por SERGIO MONSALVO C.

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 PRIMERA ENTREGA*

Elizabeth Meza es una cantante mexicana, nacida en Chihuahua y desarrollada en Veracruz,  que inició su carrera en 1978. Es decir, tiene experiencia en los escenarios nacionales e internacionales (donde se presentó con diversos grupos a lo largo de varios años fuera del país: Inglaterra, Francia, el Benelux, España, Marruecos, Alemania, Finlandia, entre otros).

 A México regresó en 1990, y desde entonces trabaja haciendo jingles, doblajes, arreglos vocales y temas para varios cantantes, en grabaciones de discos y giras internacionales con gente como Emmanuel, Alejandra Guzmán, Lucero, Ricardo Arjona, Willie Colón, Ricky Martin y La Ley, por mencionar algunos.

 Su disco debut, Tenderly, está integrado por standards, una prueba de tornasol para mostrarse con el jazz, de la cual sale airosa y con garbo. Los arreglos de Enrique Nery y Joao Henrique la acompañan y dirigen hacia buenos puertos. La presencia de ella sirve de balsa a través del río que es su voz, en el cual se va a la deriva. A veces por un rápido emocionante; otras por los vericuetos de la diosa naturaleza que con su sensualidad cubre por doquier; a veces es nado en agua fresca; otras, hálito de brisa cálida entrando por el oído tiernamente.

Habla Elizabeth:

“¿Qué significa el jazz para mí? El blues tiene la definición perfecta: es la melancolía. El jazz no la tiene. Es un sentir desde luego, pero es uno que cambia. Es el sentir profundo que atraviesa las puertas para entrar a tu reino privado. Las puertas que puedas poner como barreras para el mundo el jazz las atraviesa. Va directamente al núcleo. Es un sentir puro, sin definiciones. Eso es el jazz para mí. Es algo que me atraviesa y me ilumina por dentro.

 “Yo viví muchos años en Europa y ahí crecí de verdad en muchos sentidos. Tengo una idea clara de lo que es el jazz, de cómo debo de cantarlo. Pienso que soy una cantante en el estilo del jazz tradicional. Me gustan las baladas, me gusta el swing, pero soy versátil y también tengo una onda latina que es fuerte, porque soy latina finalmente, ¿no? Cuando subo al escenario trato de cantar versiones diferentes siempre. Y para ello necesito el apoyo de los músicos con los que esté en ese momento.

 “Es fundamental para mí la retroalimentación con los músicos en el escenario. Así que lo que aprendí en Europa me ha servido para hacer presentaciones novedosas de un tema, algo que no se acostumbra en México. En general las cantantes no se atreven a hacerlo, porque tampoco se han atrevido a irse del país y probarse fuera. Es un rollo personal. Prefieren estar aquí y limitarse a lo convencional. No se mueven hacia otros sitios, para que vean lo que es bueno, lo que es la competencia.

  “Hace diez años que me mudé a México de nueva cuenta y no me he vuelto a ir (salvo de gira con algún artista). Me gusta el jazz y pienso que lo hago bien, pero todavía estoy aprendiendo. Y quiero aprender más y más y no sé hasta dónde me lleve eso. No tengo más pretensiones que las artísticas, siempre han sido las mías, nunca las del dinero. No es lo que yo busco, Aunque lo que más quisiera es hacer un disco sin tener problemas de medios, para tomarme todo el tiempo necesario.

 “Quiero clavarme en el jazz totalmente, vivir de él y olvidarme de los coros, que es en lo que trabajo de manera fundamental, es mi chamba. La cual también me ha ayudado mucho. Es toda una escuela. No sé por qué mucha gente se avergüenza de hacerlo, pero armonizar es una cosa maravillosa. A mí me encanta armonizar. Hay quienes dicen que no es importante porque siempre estás atrás de alguien. ¿Y qué? Se aprenden cosas, se gana plata, se viaja mucho, se conoce música diferente todo el tiempo, puedo mantener a mi hijo sin problemas, tengo activa mi voz y practico muchos géneros. Es un buen trabajo, así lo siento yo. Aunque el jazz es lo mío definitivamente, y siempre que puedo acepto presentaciones en diferentes lugares.

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 “La idea de grabar el disco Tenderly se dio un día que estaba con Joao Henrique en el lugar donde toca. Me invitó a cantar. Al finalizar me dijo: ‘Elizabeth, vamos a grabar algo, pero ya’. Yo tenía ganas de hacerlo pero no sabía cómo empezar. Entonces sugirió: ‘El martes comenzamos en el estudio de Salvador Tercero’. Llegó el martes y grabamos dos temas. Lo hicimos con los arreglos que él ya había escrito para mí hace años cuando formaba parte de su grupo y cantaba con él. A partir de ahí tomé las riendas del proyecto, me puse realmente a pensarlo y a hacerlo como yo quería (fui la productora).

 “Escogí los temas y llamé a Enrique Nery para que me hiciera los arreglos y tocara el piano, así como a otros excelentes músicos: Chucho Merchan, Pepe Hernández, Joaquín Trinidad, Ricardo Benítez, Gil Gutiérrez, Efrén Guzmán, Luizinho y Romeo Aguilar. El productor Salvador Tercero me ayudó en muchas cosas: en su conocimiento como ingeniero para estructurar los tiempos, en el orden, en las cosas técnicas. Con el sonido de mi voz estuvimos experimentando mucho. Él me ayudó enormidades en eso y, claro, con su estudio, con la mezcla.

 “Yo escogí el material completo, incluso algunos amigos bromearon diciendo que sólo me faltó ‘Misty’, y pues sí, lo hubiera incluido de haber tenido tiempo. Escogí las dotaciones, cómo quería que se hicieran los arreglos, algunas cosas fueron en primera toma. Me pareció que todo así resultaría muy fresco, claro, tomando en cuenta que no había mucho presupuesto, pero yo lo quería hacer así de todas maneras.

 “De los formatos que están en el disco me siento a gusto con los dos. Porque son dos facetas mías. Yo soy de estilo muy tradicional y se nota. Mi fraseo es muy tradicional y se nota, porque aprendí escuchando. Mi madre ponía todo el tiempo a Ella Fitzgerald, a Carmen McRae, Anita O’Day. Ella es mi máximo. A mi mamá le encantaba. Por otro lado oía mucha trova yucateca que a mi papá le fascinaba. La música de las películas de los años cuarenta, Luis Arcaraz, es una cosa que me gusta. Tengo influencias de todos lados, así que con los dos formatos musicales que utilicé me sentí totalmente identificada. Soy como dos personas diferentes. Esa es mi versatilidad.

 “¿Por qué echar mano de standards y no de temas originales? Porque creo que el jazz es una cuestión de por sí muy escabrosa aquí en nuestro país. Entonces dije: Okey, si la idea es darme a conocer con este disco pues tengo que hacerlo con canciones con las que la gente esté familiarizada. Y además, son temas que me gustan a mí.

“El standard es un arma de dos filos: es un tema que ha sido popular,  tan bueno, que se ha consolidado. Si te fijas, los standards de jazz son temas de películas de los treinta y cuarenta. Por eso es un arma de dos filos y te voy a decir por qué. Es muy difícil hacer una nueva versión diferente de las miles que ya existen de una pieza así, pero el lado bueno es que puedes enseñar lo que eres como cantante o lo que puedes hacer de novedoso. Cuando lo cantas pones en juego tu calidad interpretativa. Eso para mí es un standard.

 “El diseño del álbum es sui generis dentro de un medio que se ha caracterizado por las portadas sin idea ni concepto. Yo estudié arquitectura. Y mientras lo hice trabajé en muchas cosas de imprenta, diseños, etcétera. Así que no quería un tipo de portada, típica. Me gusta el glamour, me gusta verme bien, así que por qué no hacer una bonita portada. Y el blanco y negro para mí representan la sobriedad, la clase, la elegancia. Tenderly es un disco sobrio y tenía que llamar la atención al respecto.

 “En cuanto a los objetivos artísticos de este álbum yo no tenía nada pensado en ese sentido, simplemente dije voy a hacer lo que a mí me gusta y punto. Claro que de eso surgieron mil cosas y muchísimas ideas. Estoy trabajando con Héctor Infanzón para el siguiente disco. Va a tener cosas originales, con algunas composiciones mías, porque desde hace años compongo también y lo hago con todo tipo de música. Christian Castro, por ejemplo, tiene temas míos de pop y balada, así como otra gente del medio. Tengo cosas de jazz que he ido haciendo, con toda su estructura y algún día las haré sonar”.

 La música puede vivir en todos los proyectos posibles. Y para aquellos que toman al jazz como uno de éstos es una obligación realizar una grabación de standards, al menos una vez en la vida. Es parte de la tradición del género. En esta ocasión le tocó el turno a Elizabeth Meza. Tomó algunos de esos temas y les agregó esa parte que es muy suya: la poderosa sensualidad interpretativa. En todos consiguió el perfecto pretexto para revisitar tales piezas  y enriquecerlas con sus armónicas recreaciones.

* Este texto es fundamentalmente el guión literario del programa número 62 de la serie “Ellazz”, que se trasmitió por Radio Educación a principios de los años cero (primera década del siglo XXI), del que fui creador del nombre, entrevistador, investigador, guionista y musicalizador (S.M.C.). El programa se realizó con la entrevista que le hice tras la publicación del disco Tenderly en el 2001. A él le han seguido media docena más (Nocturnal, Fascinación, Obsesión, La célula que explota, Mejores baladas, En vivo), así como una carrera exitosa.

ELIZABETH

(VIDEO SUGERIDO: Elizabeth Meza – CUANDO VUELVA A TU LADO, YouTube (graceljam)

 

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