PLUS: POESÍA OSSIÁNICA

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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EL MITO Y LA POESÍA

                                                                                                                    El paradigma de la poesía rockera, y su enamoramiento de herencia romántica hacia el folk (lírico y musical), encuentra sus raíces en la historia de Ossian (bardo mítico de la poesía gaélica). En 1760, James Macpherson de Inverness publicó los Fragments of Ancient Poetry Collected in the Highlands of Scotland, seguidos dos años más tarde por Fingal, An Ancient Epic Poem, in Six Books.  Ambos eran supuestas traducciones de un antiguo original gaélico escrito en el siglo III por el poeta escocés Ossian.

No obstante, Macpherson había “fabricado” a Ossian a partir de algunos fragmentos de leyendas irlandesas y su propia imaginación romántica. Los poemas fueron escritos por él en inglés. Los lectores escépticos, como el Dr. Johnson (mayor crítico literario en lengua inglesa), no tardaron en señalar que los celtas del siglo III eran analfabetas, que el traductor no poseía los originales de sus poemas y que las historias antiguas presentadas por Macpherson tenían un estilo literario asombrosamente moderno.

No obstante, las falsificaciones de aquel autor colmaron el nicho de una auténtica necesidad romántica. El ficticio Ossian se erigió en una de las principales influencias literarias de la primera generación del Romanticismo. A pesar de que sospechaban que esas recreaciones sentimentales del pasado eran un engaño, los hombres inteligentes a principios de la era moderna no supieron resistirse a su hechizo y atractivo folklórico.

Inmerso en el ocio culto de Cambridge, Thomas Gray (erudito poeta británico del siglo XVIII) leyó los primeros productos de Macpherson a pocas semanas de su aparición. Su disciplina de historiador y razonamiento de corte agustino le indicaron que era un fraude, pero su corazón fue «extasiado por su infinita belleza», y a partir de ese momento su propia poesía fue impregnada por un sentido fresco del pasado folk.

Hugh Trevor-Roper (reconocido historiador inglés del siglo XX) calificó la metamorfosis de los escoceses de las Tierras Altas, desde el estigma de ser considerados «la basura de Irlanda» hasta su resurgimiento como un pueblo dueño de una cultura inmemorial, como ejemplo de «la invención de la tradición».

Por otro lado, y dentro de tal transformación, ningún simple falsificador es capaz de inventar una tradición si no lo apoyan sus víctimas. ¿Cómo? Al suspender de buen grado su incredulidad (como se hace con las novelas o las películas). Las “víctimas” de Macpherson formaban la élite europea educada y tuvo éxito con ellas, más allá de lo que su más disparatada fantasía escocesa le hubiera permitido imaginar. Y tuvo tal éxito porque querían dejarse engañar.

Ossian, pues, comenzó su andar y fue traducido al alemán, italiano y francés.  Las sensibilidades románticas de Mme. de Staël la hicieron preferir Ossian a Homero; y Napoleón zarpó para someter a Egipto con sólo dos libros para fortalecer su espíritu, el Werther de Goethe y el Ossian de Macpherson (al conquistador le agradaba el bardo falso «por la misma razón que me agrada escuchar el susurro del viento y las olas del mar», explicó).

El gusto europeo redimió de esta manera al pueblo marginal celta del desprecio al que tradicionalmente había sido remitido, y lo elevó a la posición de pueblo noble, motivado por el amor a la independencia, por sus visiones proféticas y por la nobleza pura de su espíritu.

Con el paso del tiempo el rock recreó, a su manera, la cultura folk (con tales características) inventada por ese primer periodo del romanticismo (del que es heredero directo), y los rockeros abrazaron dicha cultura por las mismas razones que lo hicieron sus contrapartes del siglo XVIII. En la periferia de la civilización occidental perdura ese elemento.

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En el caso de los Estados Unidos se trató, por ejemplo, de los pioneros sajones radicados en los valles de los Apalaches, donde aún se mantienen vivas las artes del banjo y el dulcémele (sin fijarse demasiado en que el banjo es un instrumento de origen africano).

Esa gente sigue hablando el idioma de Shakespeare y preserva puras las tradiciones de cuando sus antepasados llegaron al continente americano. El folk se convierte así en una cuna natural a la que se vuelve desde los reinos moribundos de lo moderno, y el anhelo por estas raíces es lo que una canción de Dylan llamó el «Subterranean Homesick Blues». «Subterráneo» porque surge de los seres sepultados por la civilización; «nostálgico» porque anhela regresar a los orígenes puros, y «blues» porque es idéntico a la emoción primitiva que constituye la música negra.

Bob Dylan –el Dylan de sus principios, el de Bringing It All Back Home y Blonde on Blonde— es, además de todo lo conseguido a lo largo de su vida, el sumo sacerdote de la tradición folk inventada por el rock, no porque cante baladas anglosajonas –no lo hace con mucha frecuencia–, sino porque sus sátiras cantadas establecen un contrapunto con relación al mito de aquella pureza.

Muy poco de lo que Dylan escribe ha tratado del medio folk mismo, pero ese “muy poco” se torna comprensible como descripción de lo que se ha ganado con dicho distanciamiento.

A Dylan lo han seguido en tal periplo los Byrds, The Band, Arlo Guthrie, Creedence Clearwater Revival, Television, Crosby, Stills, Nash, and Young, Flying Burrito Brothers, New Riders of the Purple Sage, Eagles, Rockats, R.E.M., Aztec Camera, Violent Femmes, Dexy’s Midnight Runners, Pogues, Los Lobos, The Smithereens y un sinfín de grupos surgidos de las más diversas épocas y vertientes.

En el rock, han persistido y se han trasmutado las convenciones románticas del arte folk, y recientemente aún más con un nuevo vigor debido al incremento del público con el subgénero indie (en sus corrientes: americana, dark y alt country). Sin embargo, la nueva encarnación de aquellas fantasías del romanticismo ya no es pastoral, ni elegante, ni burguesa, y mucho menos respetable, sino todo lo contrario: es urbana, ordinaria, marginal y oscura.

El rock retomó dicha tradición de fines del siglo XVIII y, al ir agregándole lo común, poco a poco le ha restituido el lenguaje profano de sus auténticas fuentes.  Sin embargo, aunque Alabama Shakes, Lucinda Williams o la Tedeschi Trucks Band, por mencionar algunos, sean igual de crudos como los campesinos escoceses, no son tan despreocupados como éstos.

Sus letras están llenas de intereses y motivaciones por sí mismas, una cualidad casi inexistente en las letras folk de antaño. De esta manera, el rock capta nuevamente la cruda pureza de esa poesía, a la vez que mantiene las angustiadas obsesiones románticas de una tradición literaria de élite.

VIDEO SUGERIDO: Tedeschi Trucks Band- “Midnight in Harlem” (Live on eTown), YouTube (eTown)

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HISTORIA DE UNA CANCIÓN: «ANNA» (ARTHUR ALEXANDER)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Arthur Alexander fue ejemplo de individuos solitarios, compositores sensibles, pero sin esperanza. Reflejaba el carácter particular del artista natural pero contenido y despreciado por un ambiente espeso, hundido en medio de una población provinciana, rural, con fenómenos sociales añejos, acendrados y quizá insolubles, como el aislamiento (y sus consecuencias culturales), la discriminación racial y de clase, el conservadurismo que permeaba cualquier forma de desarrollo colectivo y, por supuesto, la pobreza.

Alexander nació en un medio infame, en Florence, Alabama, en mayo de 1940. Un estado en el que los negros sólo podían aspirar a ser pobres, ligeramente por encima de la indigencia. Así creció Arthur como hijo de un músico y cantante de blues y góspel, que no quería lo mismo para su vástago. Pero el joven se empapó con aquella música que hacía su padre y con la que escuchaba en la radio (hillbilly y country). Sin estudios, tuvo que ganarse la vida en trabajillos diversos por las mañanas y cantando en bares durante las noches.

De esta manera se encontró un día con Rick Hall, un joven productor independiente que acababa de montar un estudio de grabación (FAME) en un viejo almacén de tabaco en la cercana localidad de Muscle Shoals. Alexander le confesó que tenía algunas canciones y Hall le pidió que le cantara algunas de ellas. Fueron al bar del hotel, Hall les dio una propina a los músicos de la casa para que acompañaran a Alexander. Cuando éste terminó de cantar “Anna” el productor se quedó callado para luego afirmar: “Tenemos un éxito”.

 

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Ahí, en el corazón de Muscle Shouls se acababa de inventar el country soul, el soul sureño. “Anna” fue una de las primeras grandes baladas soul, incluso está más cerca de un tiempo-medio que una balada lenta. Al igual que varias de las canciones de Alexander, llegaría a ser más famosa en versiones  hechas por otros artistas que en su propia interpretación original. Aunque en realidad tuvo cierto éxito cuando se publicó por primera vez en 1962, llegando al lugar 68 en las listas pop y en el 10 en las de R&B.

La derrama artística de Arthur Alexander, sin embargo, va más allá de las versiones que grandes estrellas hicieron de sus canciones, su legado se muestra en la influencia que tuvo en esos grupos y cantantes y en la propia historia del soul sureño. Su estilo era cálido y acogedor. “Sus canciones parece que te arropan como una manta suave durante una noche fría”, dijo alguien sobre él.

Con el uso de esta materia prima, el rock británico aprovechó la oportunidad  para su propia fundamentación. Integró su versión de ambas músicas con base en los conceptos particulares sobre ellas y su cotidianeidad. No habría rock en la Gran Bretaña sin la música negra.

Y esa deuda sus adalides la han pagado con divisas ontológicas en forma de referencias, citas y mágicos cóvers. Históricos, la mayoría de las veces. Que exponen sus raíces, sus emocionados descubrimientos y apegados acercamientos estilísticos para luego encarar su propio desarrollo.

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Los Beatles, lo hicieron con esa pieza. “Anna” era uno de los temas favoritos de John Lennon, de tal manera que formaba parte del repertorio regular de sus actuaciones de fogueo tanto en Hamburgo como en Liverpool. Como consecuencia estaba pulida en el estilo beatle y por ello fue grabada e incluida en su álbum debut, Please Please Me.

La pieza escrita e interpretada originalmente por Arthur Alexander había sido lanzada como single en septiembre de 1962. La versión realizada por el Cuarteto de Liverpool fue grabada en febrero del siguiente año, casi enseguida. Resaltó su valor como un excelente y auténtico cóver. Uno que evidenció con su revisitación el cambio de época.

“Los Beatles estábamos buscando nuestro sonido y ahí apareció el rhythm and blues lleno de soul. Eso es lo que solíamos escuchar entonces y es lo que queríamos hacer. Estábamos fascinados por esa música negra y para nosotros la cima de todo aquello fue Arthur Alexander”, confesó Paul McCartney.

 

George Harrison se encargó del riff, Ringo lo hizo con un fuerte beat y John Lennon llevó la voz cantante en ella (le añadió un dolor tortuoso que no está en el tema original). El crítico musical Ian MacDonald dijo, a su vez, que sonaba como “un joven apasionado intentando dominar con su voz una canción de hombre”.

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Arthur Alexander, el creador de la canción (en la que volcó todas sus influencias), se convirtió en el primer cantante de Alabama en entrar en las listas de éxitos y en un cantautor prestigioso que escanciaría su talento en un sinnúmero de piezas memorables.

Tanto que pocos meses después los Beatles harían su versión, como ya se vio, y con el paso del tiempo infinidad de intérpretes. Entre ellos destaca la que hizo Roger McGuinn (nacido en Chicago como James Joseph McGuinn III el 13 de julio de 1942, y conocido a la postre como Roger McGuinn) para el tributo que el sello Razor & The Music antologó con material del compositor.

McGuinn era un músico de folk formado en su ciudad natal, que antes de intentar una carrera por su propia cuenta interpretaba canciones de los Beatles en los cafés neoyorquinos del Greenwich Village.

Inspirándose en George Harrison por su innovación en el tema “A Hard Day’s Night”, McGuinn decidió entrar al mundo del rock con una guitarra eléctrica de 12 cuerdas. Y lo hizo con The Byrds, los cuales inauguraron una nueva corriente rockera, el folk-rock, y se constituyeron en una incomparable agrupación que denotaba la influencia evidente de Bob Dylan, el estilo de los Beatles, el country and western y el rhythm and blues, con lo cual originaron lo que se denominaría el nuevo rock estadounidense.

Con la resonancia de la Rickenbancker de 12 cuerdas de McGuinn, también cantante principal, y una compleja armonía instrumental y vocal los Byrds marcaron un nuevo sonido y se dieron a conocer al mundo. La belleza de cuerdas y canto está presente en la versión de “Anna”, el tributo que McGuinn le brindó a Artur Alexander.

VIDEO SUGERIDO: Anna (Go To Him), YouTube (Te Beatles)

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CANON: BRIAN SETZER

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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UN GATO CON SWING

Las raíces del rockabilly siguieron extendiéndose con una segunda oleada ochentera. El sonido brotado de los garages traía nuevos aromas para antiguas recetas.

Tras la crisis que significó la desaparición, el estigma gubernamental, el encarcelamiento o nuevos rumbos de los protagonistas del rockabilly de la primera horneada, aunados a la llegada de la British Invasion (Ola Inglesa), el subgénero se mantuvo en la oscuridad, prácticamente, durante casi dos décadas. Sin embargo, el virus ya había viajado hacia otros rumbos.

Esos nuevos rumbos indicaron hacia Albión y sus características iban del retro al revival. De los tiempos cuando Elvis Presley había cambiado el rumbo de la música en los estudios Sun Records al mezclar el hillbilly con el temprano rock & roll, de ahí el nombre del subgénero. Con su estilo de guitarras veloces, ritmos nerviosos, con acento en el beat, remarcado con una distintiva línea de (contra)bajo.

Una de las razones que motivó a tal corriente a mudarse a Inglaterra, fue el revival de una joven subcultura, la de los «Teddy Boys» (que apareció por primera vez en los años cincuenta), que utilizaban laca para peinarse, en lugar de vaselina y cuyos peinados eran escandalosamente coloridos, pero también habían elegido el rockabilly (que adquiriría el prefijo “neo”) como su sonido.

Así pues, en los años ochenta surgieron grupos (en ambos lados del Atlántico) aún más salvajes y rápidos que los de los cincuenta en una oleada que se dio en llamar neo-rockabilly.

En otra vuelta de tuerca histórica, resurgió con una segunda ola de potente energía en Inglaterra (donde había tenido su propio desarrollo) trayendo consigo el fuego del punk y el posterior eclecticismo de la New wave.

Y ahí aparecieron Shakin’ Stevens, Rockpile, Shakin’ Pyramids, Blue Cats, Matchbox, Dave Phillips & The Hot Rod Gang, Restless, The Kingbeats, The Meteors y los Stray Cats (como puntales), entre otros muchos, que prendieron de nuevo la flama.

La significancia de los Stray Cats para la corriente revivalista del rockabilly, con Brian Setzer como líder y compositor del grupo, aún no pone el punto final a la misma tras varias décadas de existencia.

El grupo se formó con Brian Setzer (voz y guitarra), Lee Rocker (en el contrabajo) y Slim Jim Phantom (en tambor y tarola).

Los Stray Cats no tuvieron suerte en su originaria Unión Americana y realizaron su particular invasión a la inversa. Llegaron exiliados a Inglaterra al comienzo de los ochenta para imponer su referente al rockabilly, con discos como el homónimo debut Stray Cats, al cual siguieron durante el primer lustro de la década títulos como Gonna Ball, Built for Speed, Rant ‘N Rave with Stray Cats, y Rock Therapy. El futuro los tendría como modélicos para la reactivación del género.

Así pues, el comienzo de los ochenta se caracterizó musicalmente por la explosión del punk en mil tendencias, la mayor parte de las cuales siguió un desarrollo ambivalente o de efectos retardados que sólo años o décadas después encontrarían su razón de ser. Los Stray Cats de Brian Setzer contribuyeron a ello sustancialmente.

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Tras aquella década, y luego de la separación del grupo, Setzer se reinventó. ¿Cómo? Echando mano de una forma importante de la fusión que antaño había derivado del jazz de las grandes bandas de Duke Ellington, Count Basie y Stan Kenton.

Grupos como Blood, Sweat & Tears, Chicago y Tower of Power, así como los señeros Electric Flag incluyeron una sección de metales, mediante la cual el sonido de la big band ingresó en el rock.

En los años noventa, surgió una rama muy particular de esta fusión con Brian Setzer al frente. A este cantante y guitarrista se le conocía como ex líder de los Stray Cats. Sin embargo, con el proyecto The Brian Setzer Orchestra abordó un género musical muy distinto.

Tanto con composiciones originales («Lady Luck», «Ball and Chain», «September Skies», «Drink that Bottle Down») como con covers de standards («Sittin’ on It All the Time», «Good Rockin’ Daddy», «Brand New Cadillac», «Route 66», entre otros) rindió tributo a la época de oro de las big bands estadounidenses, si bien los títulos de sus canciones también podían considerarse un homenaje a la música de los primeros días del rock and roll.

Con una big band bajo su guía que le entró al swing de verdad, con Michael Acosta como director y sax tenor de la misma, Setzer emprendió su tarea nostálgica con un sonido auténtico.

Por lo tanto, su larga cadena de álbumes en este sentido (desde el señero Brian Setzer Orchestra de 1994 hasta Rockin’ Rudolph, del 2015) merece por lo menos el calificativo de «ardiente». Hasta ahora hemos visto cómo ha seguido reaccionado favorablemente el mercado a este reciclamiento musical.

Con certeza se puede decir que la gente no permanece sentada durante los muchos conciertos que ha dado Setzer con su orquesta. El efecto causado por su docena de discos hasta la fecha viene instrumentado por un rock y swing de los mil demonios.

Quien se quede inerme ante todo ese sonido debería mostrar por lo menos una pierna enyesada como excusa. Desde cada pieza abridora Setzer se entrega a un alegre rockabilly, apoyado por brillantes líneas de metales.

Con tal rítmica el guitarrista y compositor pone de manifiesto claramente hacia dónde dirige su tren a todo vapor: Count Basie, Duke Ellington y Stan Kenton. Son los hombres que guían a este oriundo de Nueva York.

El tatuado líder del grupo combina el exuberante swing de metales de dichos personajes con la energía pura del rock y caprichosos licks de su guitarra Gretsch Country Gentleman de 1959. Además, el baterista Bernie Dresel ha enriquecido el cuatro por cuatro tradicional con unos cuantos patrones de Buddy Rich.

VIDEO SUGERIDO: “Rock This Town” – Brian Setzer Orchestra in Japan, YouTube (WestLSGuy)

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PRIMERA Y REVERSA: THE CONCERT FOR BANGLA DESH

Por SERGIO MONSALVO C.

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(CONTRA EL HAMBRE)

El rock tiene como toda disciplina artística la misma postura que cualquier humano con respecto al hambre. Sin embargo, tal cuestión el género casi no la ha tratado de manera individual, pero sí lo ha hecho en sus implicaciones colectivas. Y lo viene haciendo desde que Bob Dylan puso a Woody Guthrie como su referencia.

El folk retrató con las letras de este cantautor las miserias y penurias de los desposeídos, de los miserables, de los pobres expulsados de la maquinaria del desarrollo, de los marginados por el sueño americano y el capital.

El folk rock, primero, y las corrientes del heartland rock y de la dark americana e indie, a la postre, han puesto estas consideraciones en la lírica de su temática (el country y la canción de protesta lo han hecho por su parte). Infinidad de músicos han hablado del problema.

Desde el ya mencionado Dylan, Bruce Springsteen, Los Lobos, JJ Cale, los Klezmatics, Wilco, Anti-Flag, Meat Puppets, Fleet Foxes, Iron & Wine, Bon Iver, Ani DiFranco, Elliott Smith, Billy Bragg y un largo etcétera.

A través de este canto rockero se manifiesta el hombre sin mayor cosa que su propio trabajo, la voz de aquél al que ni el destino, ni su medio han podido sacar de la cuneta, pero cuya voluntad férrea lo lleva a sobrevivir.

De esta manera el género ha sabido llegarle a la gente hablándole de sus problemas, de sus esperanzas y de sus luchas. Es la música que primeramente ha elevado al mundo sus cantos por la paz, su compromiso con el otro y de ayuda para el necesitado.

Y lo ha hecho no sólo con su materia prima sino también de facto con los festivales benéficos que él mismo ha generado, comenzando con aquel Concierto para Bangla Desh, país que padecía el azote del hambre, las epidemias y la indiferencia del mundo, excepto la de los rockeros que se reunieron con ese propósito solidario.

(En 1971, Pakistán Oriental se había separado del resto de Pakistán para conformar lo que actualmente se conoce como Bangla Desh. Los combates independentistas provocaron que los habitantes de esa zona se refugiaran de forma masiva en la India. A esto se sumó el ciclón Bhola, y entre ambas cosas crearon una catástrofe humanitaria y una terrible hambruna.)

Para convocar un evento de semejantes dimensiones, que señalara de alguna manera la situación, se precisó de un gran aglutinador de voluntades, y nadie mejor en ese momento que George Harrison, el cual además se presentaría en vivo por primera vez desde la disolución de los Beatles.

Un evento que se conoció en todo el mundo y que creó modelo para los conciertos a beneficio. Una cita musical doble con varias horas de duración –una por la tarde y otra por la noche– y con figuras de primera línea, hasta 35 músicos en total, en el Madison Square Garden Nueva York.

Asimismo, y como parte de la estrategia para recabar fondos se realizó The Concert For Bangladesh: una película documental que se publicó en 1972 basada en él. Tanto el concierto ofrecido la tarde, como el acontecido por la noche de aquel 1 de agosto de 1971, fueron filmados y grabados para la realización de un álbum consecuente (lanzado a mediados de ese mismo año como triple vinil, por cierto; y luego convertido en dos CD’s y en DVD, con Phil Spector en la producción.

De aquel día se recaudó un cuarto de millón de dólares, que se entregó a la UNICEF. Los beneficios obtenidos entre el video y el DVD, todavía se siguen enviando a tal organismo humanitario a través de la Fundación del extinto George Harrison.

El famoso Muro de sonido de Spector ese mostró de verdad: llamó la atención que tanta gente, con tan pocos ensayos, pudiera sonar de esa manera limpia y elegante. Las canciones de Harrison, sobre todo, exigían estar pendiente no solo de la belleza de cada frase, sino de los cambios de intensidad sonora.

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El largometraje combinó los dos conciertos con las preferencias fijadas por Harrison, en relación a la calidad de las interpretaciones.

El inicio de la película contiene imágenes de una conferencia de prensa ofrecida por Harrison y Ravi Shankar para la promoción del evento. En ella se puede escuchar a un reportero preguntar: «Con todos los problemas que hay en el mundo, ¿por qué ha escogido éste para hacer algo?». La respuesta de Harrison fue: «Porque fui invitado por un amigo para ver si podía ayudar, eso es todo.»

El músico bengalí Ravi Shankar, maestro del sitar y amigo de Harrison, lo había consultado sobre cómo podían ayudar en tal situación. Harrison grabó entonces el single titulado “Bangla Desh”, mientras que Shankar lo hacía con «Joi Bangla», en el lado B del mismo, para empezar a recaudar fondos. Luego surgió la idea de organizar un concierto en la Unión Americana. Harrison entonces conectó a unos amigos, convenciéndolos para tocar en dicho macroconcierto en el inmueble neoyorquino mencionado. El ex beatle tardó cinco semanas en organizarlo.

La escena del documental pasa posteriormente a los exteriores del Madison Square Garden, con un reportero entrevistando a los seguidores que esperaban el inicio del concierto (en total fueron 40 mil los asistentes).

Éste comenzó con un recital de música india a cargo de Ravi Shankar y Ali Akbar Khan, introducido previamente por Harrison y con unas palabras del maestro hindú explicando la duración de la sección india. De forma adicional, Shankar pidió al público que no fumara durante la ceremonia.

Tras un interludio en el que se muestran imágenes de los músicos acudiendo al escenario, Harrison da comienzo el recital de música, rodeado de una banda extensa, incluyendo dos bateristas, Ringo Star y Jim Keltner, Leon Russell en el piano, Billy Preston en el órgano, dos guitarras principales: Eric Clapton y Jesse Ed Davis, algunos miembros del grupo Badfinger en las guitarras rítmicas, una sección de instrumentos de viento, coristas y como invitados principales: Bob Dylan (quien tocó cinco piezas de su autoría) y Ravi Shankar.

Desde varios puntos de vista aquella presentación fue un éxito: en lo musical con momentos inolvidables, al igual que en el mediático planetario y marcó, además, una fórmula a futuro (el Farm Aid, el Live 8 o el Live Earth, de la actualidad, son un derivado de aquello).

Y desde la perspectiva de la movilización, puso su grano de arena para concientizar sobre la lucha contra la pobreza y la desigualdad dentro del capitalismo salvaje.

Lo que quedó demostrado con él fue la capacidad del rock para unir esfuerzos por motivos sociales y humanitarios, el único género capaz de hacerlo.

En la cauda quedan aquellos esfuerzos que enseñaron al mundo lo que los individuos y su voluntad son capaces de hacer; lo que un puñado de músicos en plan generoso pueden realizar y finalmente la pública toma de conciencia sobre una realidad lamentable e inadmisible: el hambre.

Al rock le duele el mundo. Y con manifestaciones como este concierto busca el alivio con la reflexión y el acto.

 

VIDEO SUGERIDO: George Harrison – “Bangladesh”, YouTube (mac3079b)

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RAMAJE DEL ROCK: BLUES-ROCK (I)

Por SERGIO MONSALVO C.

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EL ALMA DEL BLUES BRITÁNICO

(ALEXIS KORNER)

 

Alexis Korner, guitarrista, pianista, cantante y compositor nacido el 19 de abril de 1928 en París, resumió en dichas dotes musicales el potencial que lo llevaría a ser uno de los principales guías del blues británico. En Korner, de ascendencia austriaco-griego-turca, la errancia desde pequeño fue una de las constantes. Pasó su infancia en Francia, Suiza y África del Norte. Finalmente, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, su familia se asentó a Londres.

Ahí desarrolló un profundo gusto por el jazz y en la segunda mitad de los años cuarenta, luego de una estancia en el ejército, se unió como guitarrista al grupo de jazz tradicional de Chris Barber. Tiempo después formó un grupo de skiffle con Ken Colyer, Barber y Lonnie Donegan (con el que grabó unos discos para Decca). Más tarde pasó cerca de diez años alejado de la escena musical, tiempo en el que se dedicó al periodismo y a la locución por radio. Fue en dicho periodo cuando el blues lo conquistó por completo.

El “Delta” para aquellos jóvenes británicos se ubicó a orillas del Támesis, donde a fines de los cincuenta y comienzos de los sesenta también se escuchaba mucha más música: canciones insertas en la era del vaudeville y del dancehall con un ligero toque de comedia; grandes cantidades de jazz tradicional producidos por Chris Barber y Acker Bilk; un poco del skiffle de Lonnie Donegan e intentos aislados, aún torpes, de adaptar el rock & roll original de los Estados Unidos al Reino Unido.

El pop británico de 1960 era una trivialidad. No significaba nada para la generación de la posguerra y tenía más relación con la nostalgia por el mundo exterior que vivían sus padres, tras haber sufrido el enfrentamiento bélico de la II Guerra Mundial, que con los jóvenes mismos. El fuerte blues de Muddy Waters que comenzaba a escucharse; el impulso elegante con el que Chuck Berry musicalizaba sus agudas letras sobre la existencia adolescente, y el beat selvático y anárquico de Bo Diddley ya eran otra cosa.

En ellos se percibía la verdadera vida, aunque los jóvenes de los tristes suburbios ingleses apenas intuían qué era ésta. No obstante, sentían la autenticidad en esa música. Y la emoción que encerraba. El blues comenzó a formar parte importante de la ecuación de la música de aquel tiempo.  Aportó a la escena británica muchas de sus preocupaciones líricas y de su estilo musical.

El impacto del blues fue más que evidente en las fijaciones de dicha cultura, cuyos representantes trataban de cooptarlo en su totalidad y eran juzgados críticamente de acuerdo con su capacidad o incapacidad para hacerlo.  En la Inglaterra de comienzos de los sesenta Alexis Korner y Cyril Davies organizaron verdaderos seminarios en el arte bluesero a base de la escucha de los discos que les llegaban.

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Asimismo, trataban de conocer personalmente y actuar con los artistas originales del género que hacían sus primeras giras por aquellos lares, como Fred McDowell, John Hurt, Furry Lewis, Willie Dixon, Sonny Boy Williams o Muddy Waters. Llegada la ocasión, se esperaba siempre de estos maestros la Revelación auténtica.

Muddy Waters recordaba lo siguiente: «Cuando fui a Inglaterra por primera vez –en 1958, año en que tocó con Chris Barber, Alexis Korner y Cyril Davies— di a conocer verdaderamente al país el blues amplificado eléctricamente.  Aquellos músicos jóvenes me preguntaban por qué no tocaba la guitarra acústica y les prometí llevar una en la siguiente ocasión, lo que por otra parte hice. Pero para la época de mi segunda visita, a comienzos de los sesenta, todos los grupos de blues ingleses tocaban ya con amplificación y con un feeling increíble”.

Inspirado por Muddy Waters, Korner, en la guitarra y Cyril Davies en la armónica empezaron a tocar blues amplificado, junto con el guitarrista Jeff Bradford. En 1961 reunieron a su alrededor a un grupo de músicos simpatizantes del jazz y del blues, bajo el nombre de Alexis Korner Blues Incorporated, y se abrieron su propio espacio en un club de la zona fabril londinense:

VIDEO SUGERIDO: Alexis Korner and the stones the marquee club london, YouTube (BILLYKARLOFF)

El Ealing Club al principio de los sesenta no era más que un pub más de bebedores, pero poco a poco, con la llegada de los músicos, lo que podía escucharse además era el jazz, una vez por semana, pero uno que no encajaba muy bien con la idea que de él tenían los parroquianos consuetudinarios, había «demasiado blues» para su gusto. Esto originó peleas constantes entre tradicionalistas y nuevos clientes.  Los últimos ganaron terreno rápidamente y los primeros terminaron alejándose del lugar.

Dicho club tenía un cupo máximo para 200 personas y el dueño del sitio se benefició con el nuevo escenario. Él se quedaría con las ganancias del bar y los músicos podrían repartirse el monto de las entradas. De cualquier modo, el Ealing estaba completamente abarrotado pasadas cuatro semanas de la llegada de los fans del grupo estelar: la Blues Incorporated de Alexis Korner.

La gente iba desde Escocia sólo para escucharlo y la cifra de público aumentó considerablemente, lo que obligó al dueño a cerrar las puertas media hora antes del comienzo de la primera función.

La banda, sin lugar a dudas, era un tanto rara, ecléctica y heterogénea; formaban parte de la misma intérpretes de lo más variado en edades: Brian Jones, Mick Jagger, Keith Richards, lo mismo que Charlie Watts en la batería, Keith Scott o Nicky Hopkins en el piano, Cyril Davies en la armónica, Andy Hoogenboom en el contrabajo (siendo reemplazado en breve por Jack Bruce) y Dick Heckstall-Smith, al sax tenor.

Pronto se corrió la voz por la ciudad de que algo extraño estaba sucediendo en aquel club y se creó una impresionante atmósfera, porque cada asistente descubrió que el que estaba a su lado era otro aficionado a esta música y que ya no estaba solo con sus gustos.

Con ello dio comienzo el desarrollo de la fusión jazz-blues británica (a partir de 1963), con grupos como Blues Incorporated, Graham Bond Organization, y luego con Colosseum, Cream y Soft Machine, entre los más importantes. Y tanto la banda de Alexis Korner como la de Graham Bond en cierto momento de esa década tuvieron a lo más granado de la música inglesa.  Eran la escuela de un jazz-blues excelente que incorporaba verdaderos solos de jazz y era mucho más que blues.

Korner, con aquella banda actuaba como catalizador de toda la escena londinense, en la que bullían una multitud de factores que a la postre conformarían el entramado sonoro de una auténtica revolución cultural: el skiffle, el folk afroamericano, el jazz de Nueva Orleáns y neoyorkino, el country blues del delta del Mississippi, el rhythm and blues de Chicago y el rock & roll de Memphis.

Partidario incansable de tal fusión, Korner sirvió de inspiración a toda una generación de jóvenes músicos ingleses. De su pionera formación Blues Incorporated salieron los núcleos constituyentes de los Bluesbrakers, los Rolling Stones, Manfred Mann y de Cream. Asimismo, ayudó a formar Free y al Led Zeppelin.

Korner grabó con frecuencia, desde entonces, y también se dio a conocer como conductor de televisión (se volvió líder de grupo residente del programa infantil de televisión Five o’Clock Club). Realizó constantes giras y grabó como sesionista para diversos artistas británicos.

Tras sembrar las semillas de todo ello y sin mediar conflictos personales,  sólo diferencias de gusto musical, Davis se separó de Korner para formar la Cyril Davies All Stars para interpretar únicamente el blues (también con una pléyade de instrumentistas que luego habrían de agigantarse).

A fines de los setenta Korner ya estaba bien establecido como líder de diversos proyectos, musicales, disc jockey para la radio BBC y comentarista sobre el blues. Gran parte de sus últimas apariciones en vivo fueron como dúo con Colin Hodgkinson, fundador del grupo de jazz-rock Back Door.

Este responsable de la electrificación del blues en la Gran Bretaña, fundador de la Blues Incorporated (banda aglutinadora de nombres de músicos que conforman un Who’s Who del rock y blues británico; una agrupación seminal que para quien se precie de conocer los árboles genealógicos, sin duda brindará datos apasionantes al descubrir la cantidad de grupos surgidos de su raíz), y alma de un movimiento de fusión que le trajo rechazos entre los puristas, murió en Londres el primero de enero de 1984, a los 55 años de edad.

VIDEO SUGERIDO: Alexis Korner – My momma told me, YouTube (Joe Stead)

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LONTANANZA: REIGNING SOUND

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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PRESERVAR LAS ESENCIAS

 

El rock es un género que sabe que cuando se ha topado con pared (la desatención de la industria, la desaparición de clubes, la consigna de su cancelación por testaferros servidores de aviesos intereses) debe cuestionarse: ¿Y ahora, qué? ¿Hacia dónde? ¿Con qué materiales? ¿Bajo qué estética?, y recurre, entonces, al viejo axioma del “Back to the roots” (el regreso a las raíces), que predican los sabios de la comarca, para tomar aliento y nuevas perspectivas.

De esta manera, seleccioné, por tales características, a un grupo poco convencional, merecedor de la estafeta, que nunca actuó bajo las imposiciones del mainstream más conspicuo, como ejemplo de actitud: Reigning Sound.

Obvio es decir que su selección es subjetiva a todas luces. Con su evocación busco la exposición de un material que puede serle útil a alguien en tiempos confusos y de definición. Pertenece al género rockero exclusivamente, a ningún otro.

Reigning Sound fue una banda liderada por el guitarrista, cantante y compositor Greg Cartwrigth, un músico nacido en Memphis en 1972. Personaje inquieto, Cartwright desde muy joven se involucró con la música, gracias a la colección de discos paternos. Conoció así, el rockabilly, el rock and roll, el soul, el blues, doo-wop, el rock sureño, y el blues-rock británico. Es decir, sus padres hicieron la tarea. Formó entonces diversos grupos durante su adolescencia y juventud.

El listado de tales formaciones abarca a Compulsive Gamblers, Oblivians o Greg Oblivian & The Tip Tops, con los cuales interpretó rock de garage, garage-punk, rhythm and blues, country-rock, con todas las influencias antes mencionadas. Asimismo, ha acompañado o producido en determinado momento a solistas y grupos como The Ettes, Mary Weiss, Detroit Cobras, The Horrors, The Deadly Snakes, The Cuts o The Black Keys.

A comienzos del siglo cambió su domicilio a la ciudad de Ashville, en Carolina del Norte, y ahí fundó a Reigning Sound, con el cual tuvo diversas etapas y formaciones a lo largo de 20 años. En su haber está Break Up, Break Down (disco con el que debutaron en el 2001), entre una docena de grabaciones de estudio, en vivo y compilaciones, hasta llegar al A Little More Time With Reigning Sound, con el que marcaron su finiquito en el 2021, para que después Cartwrigth se uniera definitivamente como miembro de Detroit Cobras.

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Éste es un disco constituido con canciones ricas y complicadamente sencillas con temas plenos del rock de raíces, hechos con el gusto y la pasión que da la experiencia y el deseo de cerrar el ciclo con un buen sello.

El material de dicho álbum es lo justo justo para poder hablar de lo contemporáneo que significa volver a las raíces. A diferencia del pop cuya acentuada presencia crea sólo su hoy, el material del rock está hecho de omnipresencia con respecto al tiempo, y habla siempre de sus precursores en presente para ir conformando su futuro. Se perciben en él todos sus ecos inefables. Con esta herramienta cognitiva se es capaz de descubrirle los precursores a grupo tan característico como Reigning Sound.

Formaciones así crean a sus antecesores, y su labor artística reafirma nuestra concepción del pasado, y la idea de cómo va a modificar el porvenir. Basándose precisamente en esto, la banda afincada en Ashville especuló con el concepto de que, al transmitirnos sus canciones, era consciente de que escribía las páginas que un día ejemplificarían los rasgos de una o varias  agrupaciones venideras, como en su momento lo hicieron Crosby, Stills, Nash & Young, los Byrds, The Marshall Tucker Band, Bob Seger o Bruce Hornsby, nombres que generaron a Son Volt, Wilco, The Killers, War on Drugs, Bennett Wilson Poole o Alabama Shakes, por mencionar algunos.

Oír lo que Reigning Sound hizo, fuera de las modas, es hacerlo con una banda contracultural. Un espécimen raro en el mundo de lo homogéneo. Muy peligroso para lo habitual. Es un ejemplar off-off suelto por ahí, que se compuso de un sinnúmero de células nuevas, con grandes dosis de información sobre lo pretérito, con una rítmica polisémica y el dinamismo del aprendizaje on the road. Representó un elitismo flotante en el enrevesado mar de lo común.

En grupo semejante existieron las células del rock de garage, del rock de raíces, del folk rock y de las músicas fundamentales del género, unidas en su conjunto por sutiles y determinantes lazos y por su actitud cambiaria en cuanto a las relaciones del ser humano en su actualidad y con la música.

Esos sutiles lazos de los que hablo se sostienen indisolubles en el hoy, y en su cuestionamiento. Porque como intérpretes de tales músicas estuvieron conscientes de que cualquier transformación que pudiera producirse, debía provenir de la música misma para ponderar todo quehacer humano. El pasado y el futuro se darían la mano para provocar el placer del escucha.

Por fortuna, el ensayo histórico con el rock, con sus raíces, nunca se ha detenido y gracias a ello y a la ardua labor de los músicos involucrados auténticamente con tal escena, con su estética, con su entorno en todo el mundo, ha logrado extender los horizontes por más de medio siglo.

La convulsión de los tiempos, las injusticias que los corroen, la dureza de la vida, su belicosidad, la presencia protagónica de la muerte, la vulnerabilidad humana y sus contagios, el ser en la urbe, la ira, el nihilismo, el veneno político que respira, la acidez de los mensajes en las redes sociales, el hedonismo a ultranza, etcétera, en continua manifestación dentro del contexto cultural y multidisciplinario, será difícilmente explicable sin la aplicación de términos y sonoridades que funjan como paliativos y ubiquen con su impacto e influencia.

Grupos como Reigning Sound, como buenos evangelistas, fueron flores de veteranía que vinieron de vuelta de todo. Bandas con sabor a buenos tragos y personalidad escénica sin alardes, con suculentas dosis de country, de blues, de gusto por la guitarra de botas polvosas y cuotas garageras, con presencia desenfadada y ganas de pasarla bien. Condiciones éstas para acceder al certificado de autenticidad como divulgadores que fueron de la esencia del rock.

VIDEO: Reingnig Sound – Let’s Do It Again (Official Video), YouTube (Marge Records on YouTube)

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BLUES BLANCO: PAUL BUTTERFIELD

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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LA ARMÓNICA MODERNA

 

En la década de los sesenta gracias al círculo cultural trasatlántico y a los grupos británicos, el blues desembarcó de nueva cuenta en la Unión Americana y arraigó entre los universitarios, los hipsters seguidores del folk, el público de los festivales y los rockeros.

Era tocado y cantado para los oídos de la emergente contracultura y para el tradicional público negro en los bares de blues, juke joints y teatros populares. Se le comenzó a catalogar, analizar, transcribir y evaluar por investigadores, coleccionistas y escritores de distintos rubros.

En una “década de causas” como la de los sesenta, en la Unión Americana el blues fue igualmente asumido como aliado y como soundtrack en las distintas luchas. Pero no sólo eso, también se convirtió en una causa en sí mismo.

Las publicaciones especializadas (revistas y libros), el trabajo de recopilación, grabación y catalogación profesional, así como el coleccionismo de álbumes y eventos dedicados a él, consolidaron su percepción como una legítima forma de arte y también como una expresión artística poseedora de una identidad distinta a la del folk, el jazz o el rock.

No obstante, dichos géneros jugaron un importante papel –si no es que determinante– para ganarle a través de su vía nuevos públicos durante la mencionada década. En la tierra del Tío Sam el público blanco, en su mayoría, se introdujo en el blues gracias a los intérpretes blancos.

Al inicio con el auge de la música folk –sobre todo de la surgida del Greenwich Village neoyorkino– que comenzó a finales de los años cincuenta (curiosamente de forma paralela al skiffle en Inglaterra) y a la postre con la ola del british blues en la segunda parte de la década, a la que se unieron muchos grupos estadounidenses, entre ellos la Paul Butterfield Blues Band.

Por fortuna las ciencias sociales ofrecen una pertinente opinión al respecto, cuando afirman que cualquiera que haya tenido relación con un hecho cultural (en este caso el blues) a una edad lo suficientemente temprana como para no tener formado demasiados prejuicios sobre él, puede, potencialmente, considerarlo como parte de su propia herencia cultural, asimilarlo y, por lo tanto, usarlo como medio de expresión de forma completamente natural. Eso fue precisamente lo que sucedió con Paul Butterfield.

Su punto de arranque, como el de muchos músicos, fue Chicago. Ese paraíso musical mítico se convirtió en el centro de la forma urbana y electrificada del blues llegado del Mississippi bajo el nombre de rhythm & blues. Era música de pequeños grupos, con el ejemplo totémico de Muddy Waters.

Reflejaba el carácter de la ciudad industriosa y convulsa, en pleno desarrollo y con los fenómenos sociales acarreados por ello, incluyendo el de la migración negra. El estilo era agresivo, denso y cargado de tensión (existencial, sexual…), con la guitarra slide y la armónica amplificadas como sus características principales.

Esta materia prima la aprovechó Butterfield para su propia naturalización. Integró su versión del blues con base en sus ideas particulares sobre él y su cotidianeidad. En ciertos aspectos, este joven blanco nacido en la ciudad en 1942 y atraído por la música del ghetto, era un descendiente directo de aquellos músicos que habían electrificado al blues.

Frecuentaba incansablemente los bares negros para aprender in situ los misterios de aquel sonido. Con el tiempo resultó evidente que sus motivaciones no eran exclusivamente musicales, sino que también lo pusieron en contacto con la vida real de los bluseros negros en los que se inspiraba.

En este sentido se distinguió de sus congéneres británicos, más claramente limitados a un conocimiento indirecto del mundo negro. Sin lugar a dudas esta asimilación emprendida sobre el terreno fue la que le permitió a este adepto, integrar la mejor formación del blues blanco de aquellos momentos en los Estados Unidos: The Paul Butterfield Blues Band.

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Influenciado por la música negra aprendió a tocar impecablemente la armónica, después la guitarra rítmica, la flauta y el piano, tras lo cual decidió formar la banda junto a Elvin Bishop, el tecladista Mark Naftalin y los miembros la sección rítmica de Howlin’ Wolf : Jerome Arnold ( bajo) y Sam Lay (batería).

A ellos se agregarían después Mike Bloomfield (guitarra) y David Sanborn (sax). Tocaron en los bares y clubes de la zona negra de Chicago impulsados por algunos de los mejores bluesmen de la urbe (Muddy Waters, Taj Mahal, Willie Dixon, etcétera). La banda comenzó a cobrar fama. El productor Paul Rothschild de Elektra los contrató para su sello, con lo que en 1965 la carrera discográfica del grupo comenzó a rodar.

A mediados de los años sesenta, el grupo se fogueó también como soporte de Bob Dylan durante su polémica presentación en el Newport Folk Festival y luego fue invitada a participar en el histórico Festival Pop de Monterey.

Desde entonces y hasta que se disolvió el grupo, la Paul Butterfield Blues Band fue el punto focal del blues moderno en la Unión Americana. Refugio de un progresismo anclado en la tradición, la banda se convirtió en el reflejo de la situación contemporánea del género.

Ésta siempre estuvo integrada por músicos blancos y negros, con la base rítmica de los últimos. Al frente de la banda la armónica de Butterfield, que llegó a considerarse la mejor de la época (usaba armónicas Hohner ‘Marine Band’ con la original carcterística de tocarlas al revés, con las notas graves a la derecha. Además, usaba un amplificador Fender, con el que podía igualar el volumen del resto de sus compañeros).

El debut discográfico llevó el nombre del grupo en 1965. A él le siguieron el celebrado East-West (1966), el álbum en vivo Live at Unicorn Cofee House y What’s Shakin’ del mismo año. In My Own Dream (1968), el cuarto disco de los seis que grabó en total la banda, continuó en la estela que había iniciado con el anterior Resurrection of Pigboy Crabshaw (1967), donde incluyeron el soporte de una sección de metales, con el muy joven David Sanborn en los saxes.

En este álbum se confirmó su deriva desde blues eléctrico de raíces de los comienzos hasta un elegante sonido de soul contemporáneo. Asimismo, fue el último en el que actuaron Bishop y Naftalin, tras el cual se dedicaron a sus proyectos solistas. Con el postrer Keep on Movin’ (1969), cerraron la década y su existencia, desde entonces le han seguido infinidad de recopilaciones tanto de estudio como en vivo.

 

Entre los músicos que formaron parte de ella y que obtuvieron renombre en su seno estuvieron: Mike Bloomfield, Elvin Bishop, David Sanborn, Mark Naftalin, Billy Davenport y Gene Dinwiddie, por mencionar algunos. Los discos que grabaron se han vuelto clásicos en el medio de los conocedores.

VIDEO SUGERIDO: PAUL BUTTERFIELD – Everything’s Gonna be Alright (1969), YouTube (pupovac zlatko)

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TABERNÁCULOS: DARTFORD STATION

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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LAS PEIDRAS A SU TEMPLO

 

La música negra ha proporcionado la materia prima para el rock en general, y para la de los Rolling Stones en específico. El blues en primera y definitiva instancia. De este modo, por poner un punto de arranque de esta historia, digamos que en el comienzo fue Chicago.

Este paraíso mítico se convirtió en el centro de la forma urbana del blues llegado del Mississippi bajo el nombre de rhythm & blues (r&b). Era música de pequeños grupos, con el ejemplo totémico de Muddy Waters. Reflejaba el carácter de la ciudad industriosa y los fenómenos sociales acarreados por la migración negra. Era agresivo, denso y cargado de tensión, con la slide guitar y la armónica amplificadas como sus características principales.

Al usar esta materia prima, el rock la aprovechó para su propia naturalización. Integró su versión del blues con base en las ideas particulares sobre él y su cotidianeidad. No habría rock sin la música negra, sin embargo, la deuda se ha pagado con divisas ontológicas más que sociales.

Los Rolling Stones, en efecto, el más carismático grupo de rock del mundo, siempre han estado comprometidos con todos estos orígenes (en esencia se puede decir que su cuna fue Memphis, la rítmica negra su partera, el Mississippi su cordón umbilical y Chicago su centro neurálgico) y siempre han celebrado sus propias fuentes al respecto (comenzando por su primera grabación homónima y culminando de alguna manera en el disco Blue & Lonesome).

Desde el uso de tambores africanos que se mezclaban con el público al inicio de sus conciertos (el de Hyde Park es un ejemplo de ello); la armónica amplificada o sus cóvers de los clásicos del blues, r&b y soul para un público masivo (tocaron como manifiestos propios temas de Robert Johnson como “Love in Vain” y “Stop Breaking Down”: cuando las grabaron ya tenían bien aprendidas las lecciones del reverenciado músico).

Continuaron con la celebración al escoger su nombre, surgido de un tema de Muddy Waters; con una peregrinación a Chicago, durante su primera gira por los Estados Unidos, para visitar el templo sagrado del blues y del r&b: los estudios Chess Records; con el espíritu de tales fuentes en los diez mejores discos de su carrera: The Rolling Stones, The Rolling Stones Vol. 2, Aftermath, Beggars Banquet, Let it Bleed, Sticky Fingers, Exile on Main Street, Goats Head Soap, It’s Only Rock and Roll y Blue & Lonesome, hasta el seguimiento de su particular historia como grupo.

Una de las leyendas más preciadas del género cuenta cómo dos jóvenes ingleses que no se veían desde que jugaban juntos en la infancia, se encontraron años después, en Dartford (localidad del condado de Kent) una de las estaciones del tren hacia Londres donde iban a estudiar. El 17 de octubre de 1961, uno de ellos llevaba tres discos bajo el brazo: de Chuck Berry, Little Walter y Muddy Waters. El otro quedó tan impresionado que buscó iniciar una amistad, la cual se convertiría en una colaboración para toda la vida. Ellos eran Mick Jagger y Keith Richards. El ritmo negro los unió y sus mitos cimentaron y sirvieron de nutrientes para su postrer transición musical, única y original, como rockeros.

“Si te metes en un vagón con un tipo que lleva bajo el brazo la grabación de Chess Records de Rockin’ at the Hops de Chuck Berry y The Best of Muddy Waters también, cómo no va a ser amor a primera vista (…) Esa fue una de las razones por las que me pegué a él como una lapa…”, apuntó Richards en su autobiografía Life.

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“En la Gran Bretaña todos los músicos descubrieron en algún momento su identidad musical. Y su punto de partida común fue el blues”. Quien lo dijo tiene por fuerza que saberlo. Se trata de John Mayall, el cual conoció a todos los que cayeron presos del blues a comienzos de los años sesenta en Londres. Gente como Eric Clapton, Peter Green y Mick Taylor asistieron a la estricta escuela del blues que Mayall dirigía, los Bluesbreakers.

Otros tomaron clases con el cosmopolita de ascendencia griega y gurú de la escena musical Alexis Korner, como integrantes de su grupo Blues Incorporated. Entre aquella multitud figuraron también unos muchachos de los suburbios londinenses que al poco tiempo se transformarían en los Rolling Stones.

Aquellos álbumes que Mick Jagger traía bajo el brazo cuando en octubre de 1960 volvió a ver en el andén de Dartford a su compañero de juegos infantiles Keith Richards, eran importaciones de la Chess Records,  cuyos títulos delimitan con exactitud el sitio musical en el que ambos iniciaron su trabajo conjunto. Mientras a Mick le encantaba el blues de Chicago, Keith sentía una atracción especial por Chuck Berry.

El “Delta” de ambos jóvenes se ubicaba a orillas del Támesis, donde a fines de los cincuenta y comienzos de los sesenta se escuchaba el fuerte blues de Muddy Waters y Little Walter (su armoniquista); el impulso elegante con el que Chuck Berry musicalizaba sus agudas letras sobre la existencia adolescente, y el beat selvático y anárquico de Bo Diddley. En ellos se percibía la verdadera vida, aunque los jóvenes de los tristes suburbios ingleses apenas intuían qué era ésta. No obstante, sentían la autenticidad en esa música. Y la emoción que encerraba.

Apareció entonces Brian Jones. Jagger y Richards lo descubrieron en abril de 1962 sobre el escenario del club Marquee, donde el muchacho rubio de 20 años de edad se presentaba como intérprete de la slide guitar con el seudónimo de Elmo Lewis, al lado de Alexis Korner. Se hicieron amigos y luego Jones se declaró dispuesto a fundar junto con ellos su propio grupo.

El departamento que los tres empezaron a compartir al poco tiempo se convirtió en un convento del blues donde se vivió el dogma verdadero. Durante meses estudiaron los licks, las armonías y los riffs de sus ídolos estadounidenses. El 12 de julio del mismo año debutaron en el Club Marquee, por primera vez bajo el nombre de The Rolling Stones (tomado de la canción de Muddy Waters del mismo título).

Además de Jagger, Jones, Richards y el pianista Ian Stewart, los acompañaron en el escenario el bajista Dick Taylor (posteriormente de los Pretty Things) y el baterista emergente Mick Avory (luego de los Kinks). El repertorio abarcó standards como “Kansas City”, “Hoochie Coochie Man” y “Bright Lights Big City”, pero también piezas menos conocidas como el r&b “Down the Road Apiece” del tesoro creado por Amos Milburn.

El núcleo del conjunto ya existía, y al poco tiempo Bill Wyman  reemplazaría a Taylor. En enero de 1963 Charlie Watts se les incorporó como baterista permanente. En el ínterin el sexteto se había hecho de un grupo fiel de seguidores gracias sobre todo a sus presentaciones fulminantes los domingos por la tarde en el Club Crawdaddy del Station Hotel en Richmond.

Y un buen día el emprendedor Andrew Oldham reconoció su potencial, Se contrató con el rústico conjunto y les consiguió la oportunidad de grabar. A partir de ese momento la historia del grupo ha sido documentada en todos sus detalles.

En sus comienzos los Stones aún se entregaban por entero al papel de evangelistas de sus grandes ídolos. Su repertorio en vivo se alimentaba de manera casi exclusiva del blues de Chicago, los clásicos de Chuck Berry, el r&b y el temprano soul, al que además de su entusiasmo e ingenio supieron agregar sobre todo una buena dosis de rebeldía adolescente y agresividad.

Y una cosa más distinguía a los Stones de sus competidores: de forma intuitiva alteraban a sus modelos hasta “adecuárselos”. Tradujeron las canciones ajenas a su propio vocabulario y tamizaron la cultura negra estadounidense con el filtro de la grisácea realidad británica de la posguerra.

Lograron hacer todo eso aunque Jagger copiara la entonación sureña de los Estados Unidos hasta el cansancio. Por superflua que la arrogante actitud de “soy blanco, pero tengo el alma negra” resultara al salir de la boca de este paliducho novato, junto con la música ruda y llena de energía de sus compañeros, ejerció una atracción innegable sobre el público adolescente en Inglaterra.

Si bien en lo musical los Stones del principio contaban con menos recursos que sus colegas de Liverpool, profundizaron más su búsqueda entre los tesoros de la música negra. Jagger se presentaba como misionero del blues, predicaba “La Palabra” del género y realzaba su sexualidad (“I’m a King Bee”), retomaban los licks de guitarristas negros como Jimmy Reed, Elmore James y Chuck Berry, al igual que el sonido áspero de los mismos, y no se quebraban la cabeza en cuanto a la diferencia entre la guitarra rítmica y la principal.

En su primer álbum, The Rolling Stones, el cual se presentó en abril de 1964, se escuchan varios cóvers como “I Just Wanna Make Love to You” de Willie Dixon, “Walking the Dog” de Rufus Thomas, “Mona” de Bo Diddley y “Oh Carol” de Berry. Es sorprendente toda la energía y frescura que el álbum aún emite en la actualidad, cinco y media décadas después, y pensar que todo comenzó en aquella estación de Dartford, por eso se le considera el templo de las piedras.

VIDEO: Rolling Stones – Dartford Station 1961, YouTube (sj409)

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SIGNOS: ROCK AND ROLL: MITO Y ORIGEN (IX)

Por SERGIO MONSALVO C.

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EL ROCK LLEGÓ PARA QUEDARSE

En 1958, los Estados Unidos lanzaron su primer satélite artificial, el Explorer I. Vladimir Nabokov publicó Lolita. En ese año, la revista Music Journal condenó al rock como «regresión a los ritmos de la selva que incita a los jóvenes a orgías de sexo y violencia. Los adolescentes lo utilizan como pretexto para olvidarse de toda inhibición y pasar por alto por completo las convenciones de la decencia».

Cada una de las sucesivas manifestaciones del rock and roll surgió brutal en los lugares en donde fue creada. El poder las ha considerado peligrosas, subversivas y una amenaza para la juventud, pidiendo al mismo tiempo que se hiciera algo al respecto. Y realmente lo hizo.

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Los encargados de vigilar y castigar se dieron a la tarea de mediatizar a la bestia. El 24 de marzo de 1958, Elvis Presley fue llamado a filas y rapado por el ejército estadounidense para cumplir con su servicio militar. Como Elvis no era precisamente muy consciente del fenómeno que representaba, dobló las manos sin mayor aspaviento. Su ingreso al ejército recibió la mayor publicidad.

Sin embargo, el poder no contaba con que en el rock and roll hubiera más de una cabeza y tuvo que replegarse para volver a planear una nueva estrategia destructiva.

La canción del año de 1958 fue «At the Hop» de Danny and the Juniors, un grupo que tenía sus orígenes en el doo-wop de Filadelfia. Habían saltado a la fama gracias a sus apariciones en el famoso show de Dick Clark, American Bandstand, y por enfrentarse con temas como «Rock and Roll Is Here to Stay» (El rock and roll llegó para quedarse) al ataque social que estaba recibiendo el género, del que incluso se hacían masacres disqueras —rompiendo acetatos— por parte de estaciones de radio retardatarias y fascistas que sólo gustaban de la música campirana.

VIDEO: Sue Lyon – Lolita Ya Ya – 1962 45 rpm, YouTube (Sids60sSounds)

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