ANOUSHKA SHANKAR

Por SERGIO MONSALVO C.

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LA CONEXIÓN GYPSY

De la India procede una de las familias más activas, ilustres e importantes de la cultura de aquel país, una que se ha distinguido por establecer puentes sólidos entre la suya y las de otros lugares; por vincular sus raíces a la modernidad: los Shankar.

Ese clan se ha significado, en gran medida, en la puerta de entrada y salida contemporánea de y hacia aquel inmenso territorio por la vía de la música. Un insustituible elemento, éste, para la comunicación, la comprensión y el conocimiento de los otros.

A la cabeza de ésta se encontró hasta su muerte,  Ravi (1920-2012), el virtuoso gran maestro del sitár oriundo de Benarés, a cuya visión, talento y amplitud de miras se debió su amistad con los Beatles y con George Harrison, en particular, y a través de él con la cultura del rock, de la cual se convirtió en gestor y en una de las más fuertes influencias desde los años sesenta del siglo XX.

La expresión musical india constituyó desde entonces el siguiente factor esencial en el bagaje del romanticismo creado por tal género (pero no sólo de éste sino también del crossover de las ragas indias con lo sinfónico académico), nada menos.

Ananda Shankar, originario de Calcuta, a su vez, fue el hijo de los famosos bailarines tradicionales Uday y Amala Shankar y sobrino del legendario Ravi. Aprendió a tocar el sitár y su inquietud juvenil y las experiencias de su tío en el Occidente lo interesaron en el ritmo de su época: el rock. A finales de los años sesenta se convirtió en el pionero de la corriente indo-funk.

VIDEO SUGERIDO: Anouska Shankar & Jeff Lynne – The Inner Light, YouTube (dawid260892)

Por otro lado, el apellido Shankar tiene en la actualidad a Anoushka como representante contemporánea del sitár (ese instrumento de cuerdas, al que muchos consideran el más complicado de todos, tan delicado que requiere de afinamiento constante). Su aprendizaje requiere demasiada disciplina. En principio es difícil de sostener y los dedos se cortan con las cuerdas hasta que se hacen callos.

Pues ese fue el instrumento que Anoushka eligió: el mismo que todo el mundo, literalmente, asocia con Ravi, su padre (el mítico introductor de la música india en Occidente y progenitor también de Norah Jones, la cantante y pianista del pop jazzy).

Anoushka desde el comienzo supo que todo el mundo la compararía, pero no se amedrentó. Para mayor handicap la música clásica india la enseña directamente el maestro a su único discípulo. Así que buscó en el mismo instrumento su propio camino y en Ravi a su maestro.

Ravi Shankar tenía 61 años cuando Anoushka nació en Londres en 1981. Y desde siempre ella se ha movido entre dos mundos. Es originaria de Inglaterra pero desde niña se acostumbró a pasar largas temporadas en Delhi y California.

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A los nueve años inició sus estudios de la mano de su padre, con un sitár construido especialmente para ella. A los trece debutó en concierto. Tocó con Ravi en el Concerto numéro 1 para sitár y orquesta, con Zubin Mehta al frente de la London Symphony Orchestra (en el que la química entre ambos funcionó a la perfección). De igual manera se unió a Rostropóvich para estrenar una obra para violonchelo y sitár. Sus credenciales, pues, son impresionantes.

Además de sitarista, Anoushka es bailarina, actriz y escritora (publicó el libro Bapi-The Love of My Life). “Me gusta ser creativa en medios distintos porque creces con cada cosa que experimentas», ha dicho.

Tales experimentos le han proporcionado su particular camino, un estilo, dentro de la música y como sitarista en especial. El proceso ha ido evolucionando a través de  sus discos. De Anoushka (1998), Anourag (2000) y Live at Carnegie Hall (2001), en los que tocaba obras paternas, a Rise (2005), Breathing Under Water (2007), Traveller (2011), Traces of You (2013), Home (2015) y Land of Gold (2016), en los cuales junta a músicos de Oriente y Occidente con instrumentos acústicos y electrónicos, y lo hace con las propias composiciones.

Éstas mezclan las raíces hindús con el jazz, el pop, el folk y la world music (de su progenitor aprendió también que no es conveniente apegarse mucho al purismo de las tradiciones). Así que dejó de ser sólo una instrumentista virtuosa de la música clásica india.

Sin embargo, fue con el álbum Rise que encontró la ruta nueva a seguir: descubrió el flamenco. Esto se dio a través del tema Soleá, que interpretó con el joven pianista sevillano Pedro Ricardo Miño. Lo que le atrajo de ese género fue su apasionamiento.

Al acercarse a éste se dio cuenta de que las divisiones rítmicas del flamenco son menos intrincadas que en la música india, pero hay algo igualmente fascinante y similar en la forma de tocarlas y que su empatía no es de ahora sino de siglos. Como en el flamenco, la música india se transmite de padres a hijos. Gitanos e indios viven la música como una experiencia vital. Han nacido con ese sino y conviven con él.

Su disco Traveller, fue todo por ese camino. En el reencuentro con Miño plasma, entre otras cosas, una desbordante bulería, tan frenética como lírica, y que constituyó una de las joyas de dicha grabación. Anoushka también firmó una preciosista granaína con el guitarrista Pepe Habichuela, acompañó a Sandra Carrasco en una seguiriya con la ayuda de las tablas y el cajón de Piraña, y caminó junto a Duquende en unos tangos canasteros. En fin el gran viaje al flamenco de la sitarista.

Ravi Shankar durante 50 años mantuvo como base la música india relacionándola con el rock, el jazz, el minimalismo o la clásica occidental. En el caso de Anoushka, en la segunda década del siglo XXI, se trató de un personal diálogo indo-flamenco. Como compositora fue el reflejo de lo que es actualmente.

Como intérprete del sitár continuó muy relacionada con su tradición y con su padre (haciendo juntos largas giras hasta el fallecimiento de éste), aunque como compositora, en sus discos, busca moverse por otro camino: el suyo. Con éste los nuevos escuchas quizá consigan invertir las cosas, sacudirse la fama paterna y hacerla brillar por sí misma; cambiar el tópico de  perspectiva: de ser “la hija de Ravi”, en ella, por el de “el padre de Anoushka”, en él.

VIDEO SUGERIDO: Anoushka Shankar – Boy Meets Girl (Live Denmark 2012), YouTube (miclu2011)

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CANON: JOHN CAGE

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EL ARCÁNGEL ANARQUISTA

Con cencerros y ollas de cocina anunció la nueva era de la música. Al lado de este arcángel anárquico los demás colegas del gremio musical siempre palidecieron como posmodernos. Mucho antes del concepto de los happenings, este vástago de un inventor técnico originario de California ya componía piezas para el tocadiscos y la ametralladora; preparaba pianos de cola con ligas y monedas de cobre y mandaba pasar el arco sobre las cuerdas de los violines en forma longitudinal.

Nada era lo bastante opuesto para este trasgresor. Anotó la parte solista de un concierto para piano en 63 hojas sueltas que podían tocarse a discreción en cualquier orden. Para su obra musical doble Európeras 1 & 2, este crítico mordaz de tal género dividió los pasajes conocidos de 64 óperas y 101 grabaciones operísticas y las tocó en forma sincrónica, creando una compota cacofónica llena de humor inteligente.

Compositor, maestro, teórico. John Cage nació en Los Ángeles, California, el 5 de septiembre de 1912. Fue uno de los personajes más vanguardistas, controvertidos y arriesgados en la música del siglo XX.

Sus comienzos fueron convencionales, al estudiar el piano con Richard Buhlig y Fannie Dillon en Los Ángeles. Durante un periodo en París, tomó clases con Lazare Lévy. Ahí Cage entró en contacto con experimentadores como Henry Cowell, Adolph Weiss y Arnold Schoenberg. De Cowell, Cage adoptó la idea de modificar el mecanismo interior del piano a fin de lograr ciertos sonidos curiosos.

Antes de embarcarse en la carrera de intérprete-compositor, Cage fue profesor en la Cornish School de Seattle, Washington, Mills College de Oakland, California, la School of Design de Chicago, Illinois, y la New School for Social Research, en la ciudad de Nueva York. En esta metrópoli se asoció con Merce Cunningham, para quien compuso varias obras de ballet.

Hacia fines de los años treinta, Cage se había establecido como líder del avant- garde; sus recitales de piano preparado fueron aclamados y condenados por igual. Los tornillos, trozos de metal, ligas y tiras de papel colocados por Cage dentro del piano normal producían sonidos exóticos. La fascinación ejercida sobre él por los ritmos y los instrumentos de percusión también influyó de manera enorme en su obra original.

Otro ascendiente importante en él fue la música del Oriente, sobre todo de la India. Lo que otros pudieran describir como ruido, al igual que el silencio, forman ingredientes de la música de Cage.

Debido a su determinación para romper completamente con el pasado de la música, la obra de este autor desafió todo intento de definición. Rara vez recurrió a formas musicales convencionales, como un cuarteto o un concerto, y cuando lo hizo, su uso de la forma fue muy poco ortodoxa. Sus primeras composiciones se basaron en el método dodecafónico de su maestro Schoenberg; luego descubrió el piano preparado.

En su caso fue excepcional dicho método, pues condujo sus preferencias hacia la exploración de nuevas regiones del sonido valiéndose de instrumentos eléctricos y de este piano preparado, al que aplicó diversas sordinas de variados materiales, las que colocó entre las cuerdas, obteniendo así un amplio, sugestivo y colorido teclado de orquesta de percusión; y organizó sus trabajos en torno a un fascinante germen formal, apto para ser utilizado en cualquier estilo o en cualquier oportunidad.

A través de su fecunda vida como compositor, se puede descubrir que otra característica dentro de sus frecuentes desplazamientos a comarcas desconocidas o escasamente cultivadas fue el empleo de conjuntos de percusión, ya sea solos, como en Imaginary Landscape, en sus Constructions (seriadas) o en la March, o agregados a varios instrumentos eléctricos.  Amores, The Perilous Night, A Book of Music, Three Dances, She Is Asleep, The Wonderful Window of 18 Spring, son sólo algunas de las numerosas piezas de su producción tanto estrictamente musical como para teatro y danza.

A todas ellas siguió la composición aleatoria, o hecha al azar. Hubo gigantescas obras multimediales para instrumentos convencionales, sonidos grabados, películas, transparencias y luces. Cada paso en una composición de Cage podía depender de una imperfección en el papel pautado, en un dado o un volado.

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Entre otras obras de Cage figura 4’33» para piano en tres movimientos (1954, donde el pianista se sienta al teclado por el tiempo indicado, pero no toca una sola nota, convirtiendo así el silencio en música).  Sin embargo, la «obra maestra» de Cage sin duda es un trabajo de 1962, 0’00», una pieza silenciosa en la que el intérprete puede presentar cualquier cosa, a voluntad (la llegó a presentar en una sala de conciertos licuando verduras y amplificando su absorción). Cage escribió también varios libros, entre ellos Silence (1961), A Year from Monday (1967) y Notations (1969).

De ellos se destaca la teoría de que es inherente al que trabaja un arte creativo, conocer y comprender los materiales que necesita, y crearlos si es que no existen.  En la música, lo sabe Cage, esta característica debe ir más allá de la simple competencia del análisis de la partitura.

Es más difícil para el compositor crear los colores de su interés que a un pintor obtener los colores de la luz que se busca plasmar, pero no es menos importante que el compositor pueda hacerlo igualmente. Las tradiciones musicales van contra su esfuerzo; en nuestra época, sólo se reconoce al que se sienta confortablemente en la seguridad académica.

Pero el acto de rebelión creativa es igualmente tradición, y si el arte de la música quiere ser algo más que una sombra del pasado, debe ponerse constantemente en tela de juicio dicha tradición de hábitos adquiridos, poniéndolos en una encrucijada concreta, sea cual sea.

Y eso hizo John Cage y en ello también se mantienen hasta la fecha sus muchos seguidores dentro de la música (desde la sinfónica hasta el rock en diversas corrientes, desde la progresiva, el Kraut rock,  hasta la del noise o la industrial de mayor experimentación como la de Frank Zappa, por ejemplo, sin contar todas sus influencias sobre la música electrónica actual) y los escuchas que siempre vieron en él a un visionario creativo. Un genio con pasado y con futuro.

«Tengo horror a la idea de que me consideren un idiota», afirmaba este extremista, no sin ironía. Paul Hindemith en algún momento lo rechazó como «criminal del arte» y el propio Arnold Schönberg lo acusó de «falta de sensibilidad para la armonía».

Sin embargo, el genio de Cage, enamorado del papel de compositor, quería ser comprendido como «persona seria». Era inteligente y agudo. Sin importar sus disquisiciones sobre James Joyce; que interpretara como budista zen el libro de oráculos chinos del I Ching o elogiara la alfalfa y las algas, como seguidor de la alimentación macrobiótica, siempre hablaba como el caudillo liberador del sonido que era y al cual lanzó al infinito.

Su propia muerte también le era motivo de bromas: “Supongamos que muera.  Aun así seguiré viviendo como espacio vital para animales más pequeños.  Existiré siempre”.

John Cage murió el miércoles 12 de agosto de 1992 en Nueva York a consecuencia de una embolia, a escasas tres semanas de su cumpleaños número 80 y los homenajes preparados para festejarlo.

VIDEO SUGERIDO: John Cage “Water walk”, YouTube (Nave for Eva)

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ELI “PAPERBOY” REED

Por SERGIO MONSALVO C.

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 MISIONERO DEL SOUL

A finales de los años noventa el panorama era desolador para el rhythm and blues y para el soul de raíces. Las compañías disqueras le habían torcido el rumbo a estos géneros históricos e inventado “representantes” de ambos a la medida de sus intereses comerciales (léase Mariah Carey, Whitney Houston y sucedáneos semejantes).

Mientras tanto, en clubes y tugurios de mala muerte languidecían, física y socialmente, los veteranos de tal escena que aún quedaban vivos: Solomon Burke, Sam Moore, James Hunter, Betty LaVette o Sharon Jones.

Los jóvenes negros de la Unión Americana habían abandonado en masa esas músicas en beneficio del hip hop, el gangsta rap y sobre todo el R&B de fabricación mediática: ése de estilo uniforme, edulcorado, sin pasión y sin sorpresas, muy etiquetado.

A ello habían colaborado los productores afroamericanos, que una vez en las grandes ligas ya sólo tenían la vista puesta en la caja registradora y en la meta de borrar todo vestigio del pasado, ése que exigía el sello de autenticidad.

El poder evocador de aquellas músicas había sido relegado al rincón del coleccionismo o de la marginalidad.

Sin embargo, alguna semilla de la primera siembra había llegado a un lugar insospechado: Boston, donde un muchachito blanco oía una y otra vez la producción del sello Stax para aprender a cantar. Otis Redding y William Bell alternaban con Sam Cooke y Jackie Wilson en las preferencias del adolescente. Música siempre vibrante y joven, contenedora de energía pura.

Con estos elementos en mente, Eli Reed comenzó a aparecer en Harvard Square (donde estudiaba) acompañado de su guitarra para obtener unos dólares extra.

Terminada la escuela se lanzó a un viaje rumbo al Sur, en semejanza a la película Crossroads de Walter Hill. Él no iba a buscar la canción perdida de Robert Johnson sino la atmósfera y el espíritu del Delta del Mississippi.

Al llegar a Clarksdale se dio cuenta de que no iba a ser fácil. El trabajo prometido con una radiodifusora del lugar se había esfumado y no le quedó más que ponerse a cantar en el circuito de bares acompañado por un viejo baterista negro, Sam Carr.

“Me hice un hueco en la comunidad musical. Clarksdale es finalmente un pueblo bastante pobre y te reciben con simpatía. Se agradece la novedad: si sabes cantar o tocar, ya eres uno más. Allí me pusieron el apodo de ‘Paperboy’, por una gorra que me ponía y que se parecía a las que llevaban antes los niños que vendían los periódicos”.

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Entre la pobreza y la violencia ambiental obtuvo una gran instrucción musical y confianza en sus propias facultades. Salir vivo de ahí se la proporcionó.

Luego siguió la antigua y mítica ruta del blues hacia Chicago, donde cantó y tocó el órgano en una iglesia evangelista bajo la tutela de la cantante Mitty Collier (ex estrella de la Chess Records).

Tras ello regresó a la universidad en Boston a licenciarse, donde fundó la banda The True Loves y grabó su primer disco Walkin’ and Talkin’ (for my baby). Y siguió trabajando en los márgenes y con fe inquebrantable en aquellos sonidos clásicos.

Fue entonces cuando llegó de Inglaterra una nueva ola, otra invasión (histórica, musicalmente hablando). Esta vez con puras mujeres blancas al frente interpretando el soul de siempre: Joss Stone, Amy Winehouse, Duffy y Adele.

Hubo apoteosis por aquellas voces, por aquel género, y el público estadounidense miró apenado hacia su casa para ver qué tenía. Descubrió ahí, arrinconado, a un tipo que cantaba en estos tiempos el soul con una convicción inusual; que tenía un nombre pegadizo y hasta un apodo; que interpretaba el soul de manera arrolladora y, lo mejor de todo: creíble.

Y supo que este tipo tenía grabaciones como Roll with You, un segundo disco potente, realizado con técnicas analógicas para darle más calor al asunto, con una banda compacta y aceitada, así como una colección de piezas tan buenas y maduras como para hablar del renacimiento de un género que siempre ha estado presente aunque muchos traten de ocultarlo. Eli “Paperboy” Reed se erigió entonces en su misionero.

VIDEO SUGERIDO: Eli “Paperboy” Reed – COME AND GET IT (Official Music Video), YouTube (elipaperboyreed)

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ADAGIOS

Por SERGIO MONSALVO C.

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 (PARA EL SIGLO XXI)

Un adagio es la imagen del futuro en el horizonte, con todo lo que representa como metáfora. Ésta siempre irá acompañada de música en la imaginación, de la música que a cada uno le provoque esa fantasía.

Un adagio es un término musical que tiene varias acepciones. Como referencia a una indicación del tempo o al movimiento de una pieza musical, cuyo tempo es lento (por lo general se llama así al segundo o tercer movimiento de una sinfonía o un concierto).

Entre los ejemplos más famosos de tal término en épocas pasadas están, por mencionar algunos: la Sonata para piano Núm. 14 en do sostenido menor de Beethoven; el Concierto para piano núm, 2 en do menor op. 18 de Rachmaninoff o el Concierto para piano en sol de Ravel.

En el rock las muestras de adagios para el presente siglo aparecen en los discos de Chris Isaak, Always Got Tonight; The Raven, de Lou Reed; Illinois de Sufjan Stevens, el primer álbum de los Fleet Foxes; The Rising de Bruce Springsteen, Essence de Lucinda Williams o Some Old Man de John Hiatt, entre muchos otros.

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En el caso del jazz, quienes quisieron expresarse sobre  ello escogieron a tres representantes cuyo talento había superado los límites del género e introducido referencias nuevas en él. Se trató de Bill Frisell, Don Byron y Astor Piazzolla (ya desaparecido), mismos que aportaron a estos adagios elementos como la evolución, los acentos trágicos, la melancolía, redefiniciones de conceptos como “fusión” o “raíces”, y sobre todo la maestría para irradiar luz a la naciente centuria.

Así nació Adagios Siglo XXI, una compilación hecha para el sello Nonesuch en el primer año de tal siglo. En ella aparecen algunos grandes de la música clásica contemporánea como Philip Glass, John Adams, Steve Reich, Samuel Barber o Henryk Górecki, además de los ya mencionados. Están juntos en una producción integrada por obras que serán, para las nuevas generaciones, el estandarte del nuevo milenio.

El material ofrece acentos trágicos, armonizaciones con el minimalismo, el blues, el jazz, así como soundtracks de música majestuosa, envolvente, impregnada de misterio y por un distintivo mosaico sonoro de marcada intensidad, al que se agregan el Kronos Quartet, Gidon Kramer (y su violín vanguardista) o la soprano Daen Upshaw.

Sí, en los albores de la centuria aparecieron todos estos adagios, para el absoluto placer de todos los escuchas.

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OJOS DE BRUJO

Por SERGIO MONSALVO C.

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 FABULADORES DEL MESTIZAJE

La rumba catalana es un estilo musical urbano que nació en las calles de la ciudad de Barcelona, España, en los instantes finales del siglo XX. Es hija de los gitanos catalanes que en los años cuarenta lo destilaron en Barcelona mezclando la tradición flamenca y afrocubana.

La rumba fue después recogida con espíritu festivo y popular por grupos adscritos al mestizaje, sello del siglo XXI. La rumba, que jamás se ha ido, voló de nuevo en el lenguaje musical de los jóvenes barceloneses como los del grupo Ojos de Brujo.

No hacen flamenco puro porque para ello ya existen muchos intérpretes, y muy buenos, que representan las viejas tradiciones. Ojos de Brujo se ocupó de construir las nuevas. Y lo hizo. Con su mezcla de flamenco, hip hop, reggae, pop, música electrónica, dub, sonidos magrebíes y afrocubanos. Fueron una de las bandas que mejor representaron la Barcelona intercultural y la música global hecha en la España contemporánea.

Ojos de Brujo nació a finales de los años noventa en un departamento donde convivían artistas de diversas disciplinas, al otro lado de Las Ramblas, donde los gremios medievales se asentaron dando nombre a muchas de sus calles. De ahí surgiría una de las bandas ibéricas más internacionales.

La calle de Fernando palpó el crecimiento de este grupo que mejor explicitó la variedad de las vestimentas, acentos, idiomas, creencias y olores que dan forma a una ciudad cada vez más cosmopolita y multicultural. Entre sus integrantes estuvieron Carlos Sarduy, Sergio Ramos, Antonio Ramírez, Antonio Restucci, Daniel Carbonell, DJ Panko, Eldys Isak Vega, Javier Martín, Juanlu Leprevost, Loli Giménez, Marina Abad, Maxwell Wright, Paco Lomeña, Ramón Giménez y Xavi Turull.

Tras el enfrentamiento con la disquera Edel que los distribuía y con la que no estuvieron de acuerdo en la manera de hacer las cosas, decidieron tomar ellos mismos las riendas de su futuro. A partir de ahí Ojos de Brujo fue un colectivo que se autogestionaba (bajo su propio sello: La Fábrica de Colores, primero, y Diquela, a la postre), en donde se repartían las funciones musicales y extra musicales y en el que sólo se rendían cuentas entre ellos mismos, tanto en lo estético como en lo financiero.

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El colectivo fue erigiendo, gracias a la herencia viva del francés Manu Chao que llegó con sus iniciativas a dicha ciudad, el edificio denominado “sonido mestizo”, una fusión entre la música popular afrocubana y latina, el reggae, los sonidos magrebíes aportados por los norafricanos, el hip hop, el pop rock, el funk, banghra, el drum & bass y el universo flamenco (seguiriyas, tarantas, bulerías, alegrías y fandangos) reivindicativo y alternativo, curioso y multicolor.

Pero sabían que no todo vale en las mezclas. Usaron musicalmente lo que les resultó familiar. Derivaron su fusión de entre lo más autóctono del sur barcelonés, el flamenco, la rumba catalana y lo más joven de los entornos urbanos en los que crecieron sus integrantes. Por añadidura, la creciente presencia de inmigrantes en la ciudad les ofreció siempre un estimulante entorno inimaginable hace algunos años.

Con varios discos en sus alforjas (Vengue, Barí, Techarí, Aocaná y Corriente Vital, además de los grabados en vivo y remezclas) se labraron una reputación de banda “impura” que añadía el flamenco a su babel sonora. Frecuentaron desde sus inicios los circuitos internacionales del posmoderno world beat y fondearon en todo festival respectivo.

VIDEO SUGERIDO: Ojos de Brujo – Techari Live cover of “Get Up Stand Up”, YouTube (sixdegreerecords)

Así, el grupo se fue perfilando como una banda de vocación internacional y tendente a la hipermodernidad que vio a la larga premiado su esfuerzo con el reconocimiento público foráneo.

A lo largo de la primera década del presente siglo, Ojos de Brujo reunió su ánimo fiestero con la experimentación y el interés por los distintos ritmos del planeta, curiosidad que les abrió las puertas de otros mercados. Su despegue definitivo comenzó cuando en 2002 grabaron y editaron en su propio sello, Diquela, el segundo disco, Barí. Desde entonces actuaron en festivales de jazz y de otras diversas músicas y ganado premios por sus aportaciones.

Una cosa está clara. Los festivales de la world music aprendieron rápido la lección. Tenían que rejuvenecerse constantemente, porque si sólo ofrecen pura música de raíz ya no conectaban con el público de nuevo cuño. En la mezcla entre tradición y lenguaje urbano (electrificación y tejido global) está la clave de dicho rejuvenecimiento. Ojos de Brujo son un ejemplo contundente del cambio de era musical.

Asimismo, a su formación le agregaron a los colaboradores de diversos puntos cardinales: a cubanos, como el pianista Roberto Carcasén; los españoles Pepe Habichuela, Martirio y Raúl Rodríguez; a los miembros del grupo senegalés de hip hop Daara J; a integrantes de Asian Dub Foundation, al tablista indio Satyajit Talwalkar o al violinista paquistano Rajinder Singh. Todos se incorporaron a su arsenal sonoro de manera magistral.

Es la mundialización de la cultura, tan opuesta a la globalización del capital, ambas cosas son puestas en el ojo de mira de su discurso político, que lo tuvieron. Por ello cantaron en castellano, inglés y wolof. Porque la ideología fue parte esencial de esta banda que optó por llevar las cosas a su manera, luego de sus experiencias con una multinacional. Para ello fundaron su propia editorial, su propio sello, sus propias oficinas y sus asambleas generales para tomar las decisiones por mayoría.

Lo que más gustó de ellos fue que permitieron escuchar un flamenco que resultó fácilmente asimilable, porque estuvo mezclado con sonidos urbanos que son afines en todas partes del mundo. Ojos de Brujo hizo flamenco tanto como le permitió su percepción de la vida. Y con todas las músicas que utilizó hizo lo mismo: comprenderlas y luego darles vuelta, bucear en sus posibilidades y siempre con respeto. En los últimos tiempos el grupo dio más de cien conciertos al año fuera de España.

Ojos de Brujo siempre funcionó con asambleas, dentro de un modelo de autogestión, mismo con el que se fraguó y donde se debatía el futuro y donde lo que se votaba se asumía. Y así de esta manera decidieron que, tras una década de existencia y con el incio de la segunda del siglo, tenían que parar por un tiempo para recargar las pilas y probar proyectos individuales, reinventarse a futuro. Así, con esta consigna lanzaron un último disco, de nombre Corriente Vital (2010), y realizaron una gira de un año con dicho material.

Al final, lo que cuenta de su historia es lo dicho: que con su mezcla de flamenco, hip-hop, reggae, pop, sonidos magrebíes y afrocubanos, entre otros, Ojos de Brujo se convirtió en una de las bandas que mejor representaron la Barcelona multicultural y la música hipermoderna hecha en España, con tanto o más éxito fuera que dentro de su territorio.

VIDEO SUGERIDO: Ojos de Brujo – “Todo Tiende”, YouTube (GJJacob)

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LO CONTEMPORÁNEO

Por SERGIO MONSALVO C.

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 ¿HAY ALGUIEN AHÍ?

Escuchar lo contemporáneo es ir a contracorriente de lo que permea la actualidad; lo retro, el revival, lo reciclado o el más bajo común denominador musical (reguetón, por ejemplo). ¡Repámpanos! Oír lo que se hace hoy, fuera de las modas es ser un tipo contracultural. Un espécimen raro en el mundo de lo homogéneo. Muy peligroso. Un off-Spotify que anda suelto por ahí.

¿Y qué es lo contemporáneo? ¿Las músicas visuales, la música total, la que alude a la sonoridad que se involucra con la investigación de fenómenos o la de la percepción, que provoca imágenes?

¿El cosmic-prog que conecta el conocimiento y la imaginación con el big bang y la investigación espacial? ¿El ethno trance, dance o avance, que fusiona elementos de la cultura musical tradicional de diferentes países con las inmensas posibilidades que ofrece la música electrónica?

¿Lo electroacústico o la integración armónica de lo acústico y lo electrónico que surge como resultado de una ardua labor de investigación y experimentación que han venido realizado en todo el mundo músicos de extensa trayectoria profesional y reconocido prestigio?

¿La música atmosférica que crea espacios psicoacústicos o la que se involucra con todos los derivados de la biología, el ADN animal, vegetal o mineral y los cambios que su manipulación pueden provocar?

¿O, qué decir de la música astrológica de Holst y la interpretación indie del neofolk británico, que abandona el unplugged en favor de popularizar las partituras encontradas en una cueva de Nueva Zelanda, o el eco-rock de los millennialistas y sus manifiestos proNatura?

En fin, lo contemporáneo  se compone de un sinnúmero de células nuevas, con grandes dosis de información sobre el presente, con una rítmica polisémica y el dinamismo del lento aprendizaje. Un elitismo flotante en el enrevesado mar de lo común.

Células unidas en su conjunto por sutiles y determinantes lazos y por su actitud cambiaria en cuanto a las relaciones del ser humano con la música. Esos sutiles lazos de los que hablo se sostienen indisolubles en el hoy, en su cuestionamiento.

Porque cada uno de los intérpretes de tales músicas está consciente de que cualquier transformación que pudiera producirse, debe provenir de la música misma para ponderar todo quehacer humano.

Desde el arte de los ruidos primitivos hasta la electrónica indie experimental de Björk o Radiohead, por ejemplo, lo contemporáneo se concreta por fin en esta época, se le descifra no para revolucionar –concepto que ha perdido uñas y colmillos– sino para desmenuzar nuestra actualidad.

VIDEO SUGERIDO: Björk ‘Notget VR’, YouTube (Björk)

La variedad de estilos es infinita, como ya mencioné, y ciertamente hoy día el músico posee miles de máquinas de las que puede sacar infinidad de sonidos diferentes. Con la incesante multiplicación de la tecnología digital estos sonidos se transforman a su vez en diez, veinte o treinta modalidades diversas.

Se recupera también para estas instancias el uso de utensilios e instrumentos de los tiempos primigenios del hombre o el más reciente invento sonoro.  El pasado y el futuro se dan la mano para provocar el placer del escucha y el ejercicio de lo imaginativo, como condiciones permanentes. Combinación perfecta para desatar la fantasía artística.

Por fortuna, el ensayo histórico nunca se ha detenido y gracias a ello y a la ardua labor de los músicos involucrados auténticamente con su escena, con su estética, con su entorno en todo el mundo, se ha logrado extender los horizontes.

Han sido ayudados también por el desarrollo tecnológico y la aplicación inteligente de ese recurso escénico llamado YouTube, que cuando se usa así, con muchas neuronas de por medio, es una herramienta de lo más eficaz para difundir conocimiento y placer.

Lo contemporáneo actual es tan diferente del que se produjo desde los sesenta hasta fines de los noventa que hipermoderno, probablemente, sea la denominación mejor para llamar al producido en las primeras décadas del siglo XXI.

Por otro lado, no existen hilos que conecten a estos grupos o solistas con algún movimiento social. Éstos ya no existen, solo individualidades y fines en sí mismos. Los usos tecnológicos, la real preocupación apocalíptica, la decadencia comunitaria con sensación de pérdida y el ostracismo social a que todo ello conduce se han erigido en los pilares que los arman.

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Su presencia es avalada por la diversidad de estilos musicales y sus razones de ser. La demarcación más sensible dentro del sentimiento pos (que lo abarca todo) probablemente sea entre el trabajo experimental (ruidos, atmósferas, collages) y los muchos sabores de la música industrial de baile.

En estos tiempos, la información (falsa, acomodaticia, posverdadera o de facto) prevalece sobre el sonido.  La señal y el sonido han cambiado de lugares en las últimas décadas. Vivimos en una dimensión sin valores, en un agujero negro de valores desarmados e ideologías deshechas.

La música industrial de los comienzos de los noventa contempló este páramo cultural y decidió hacer música con él.  Hoy, en el devenir del tiempo, los contemporáneos han descubierto otras posibilidades para el «ruido artístico».

Ellos exploran los límites de la música y la antimúsica, el orden y el caos, el terror y la dicha, la belleza y la bestialidad. Si la era de los imperios murió a fines de los ochenta, la música contemporánea es la encargada de actualizar su herencia y reescribir sus obituarios, evitando el selfie.

El arte es la utopía de la vida. La música es todavía una búsqueda de la utopía. Los músicos contemporáneos de nuestro tiempo no han cesado en su tarea de acomodar la práctica musical a una búsqueda imparable de adecuaciones culturales.

La experimentación sonora adquiere, en este contexto, un nuevo significado: no es mera indagación expresiva, sino persecución de horizontes culturales diversos para un público escaso y en mutación, que exige de lo musical apreciaciones vitales a sus exigencias estéticas y existenciales.

De ahí el encuentro con latitudes interculturales y universos sonoros diferentes: electroacústicos, extremadamente techno, cantos gregorianos, música árabe, hindú, china, amerindia, popular y académica de todo tipo. Voces de mil clases. Para estos músicos su universo es lo audible.

Asimismo, una de las propiedades más notables de tal espacio musical es su apertura al infinito del mundo. No hay más que escuchar, por ejemplo, la manera en que el ruido del entorno está integrado en él, modulado y extendido.

Y también expuesto hasta lo amorfo, creando y englobando líneas de fuerza, eléctrica, electrónica o mecánica, redes de comunicación multimedia, arquitecturas y naturaleza exteriores, lazos de todo tipo, hasta con los restos y fragmentos de alguna civilización en crisis.

La decadencia, las injusticias que corroen, la dureza de la vida, la omnipresencia de la muerte, la miseria humana, el ser en la urbe, la ira, el nihilismo, el veneno que respira, la acidez de los mensajes, la máquina en hermandad con el hombre, el hedonismo a ultranza, los estados alterados, el goce…

Todo eso y más en continua manifestación dentro del contexto cultural, multidisciplinario y difícilmente explicable sin la aplicación de términos que ubiquen, que hablen de su impacto e influencia.

Lo contemporáneo musical es, pues, un arte posindustrial, hábil, desparpajado, cínico, elegante, teatral, mercantil a veces u underground, las más. Juguetón, voluntarioso, sincrético…en definitiva, un conjunto de hechos y cualidades muy acordes al espíritu de la época. Un goce solitario en medio del tráfico internetario y la muchedumbre que puebla las redes.

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ME, MYSELF, I

Por SERGIO MONSALVO C.

JOAN ARMATRADING (FOTO 1)

 JOAN ARMATRADING 

Saint Kitts es una isla que forma parte de las Pequeñas Antillas, antiguo territorio de la colonia inglesa. Ahí nació el 9 de diciembre de 1950 Joan Armatrading, cantante y compositora de fuerte personalidad que ha obtenido un éxito constante con los públicos europeos y de habla inglesa desde mediados de la década de los setenta, pese a que sus intentos por introducir un filo musical más duro a su trabajo produjeron reacciones encontradas.

Esta artista negra ejerció definitivamente una influencia importante sobre la nueva generación de jóvenes cantautoras surgidas en los ochenta que mezclaron inquietudes personales y sociales en su obra (Tracy Chapman, Sinéad O’Connor, et al). A los ocho años Armatrading llegó a vivir a Birmingham, Inglaterra.

Su primer álbum, Whatever’s For Us (Cube, 1972), con letras de Pam Nestor, puso de manifiesto la fuerte influencia del folk acústico. No logró mucho impacto con este disco ni con el siguiente.  Figuró por primera vez en las listas de popularidad cuando la compañía A&M la juntó con el veterano productor Glyn Johns para el acetato Joan Armatrading de 1976.

El álbum incluía dos de sus canciones más duraderas, «Down to Zero» y «Love and Affection», la cual entró al Top Ten inglés. A estas alturas Armatrading había hallado su propio estilo individual, con canciones cuyas letras combinaban la reticencia con la intimidad y cuyas formas melódicas permitían que se ejercitara plenamente su flexible y profunda voz que mostraba cierta afinidad con la de Nina Simone. Johns produjo asimismo Show Some Emotion (1977), To the Limit (1978) y Steppin’ Out (1979).

Las buenas ventas y la creciente confianza desplegada por Armatrading en las presentaciones en vivo le valió un público fiel. Además, los grupos que la acompañaban en el estudio y en los conciertos incluían a importantes músicos de sesión de la época, entre ellos a Henry Spinetti (batería), Dave Markee (bajo) y Tim Hinkley (teclados).

En 1978 Armatrading despertó muchas controversias al escribir y cantar la canción tema para The Wild Geese, cinta acerca de los mercenarios blancos en Sudáfrica. «Me Myself I», canción que dio título a su siguiente álbum (1980), volvió a colocarla en el Top Ten, con un estilo que empleó técnicas de rock más pesadas y pop barroco.

Walk Under Ladders (1981) consolidó la posición de Armatrading como la más durable de las cantautoras e intérpretes británicas. «Drop the Pilot» (1983) de The Key entró también a las listas. Los discos posteriores, como Back to the Night (1984) y Secret Secrets (1985), mostraron una influencia más fuerte del rock. En 1988 sacó The Shouting Stage.

Entre las cantantes influidas por Armatrading figuran igualmente Michelle Shocked y Jule Neigel. A la postre la intérprete británica grabó Crossroad (Elektra, 1989) y More Than One Kind of Love (1990). Desde entonces ha ganado reconocimientos y premios Grammy y grabado una decena más de discos, el más reciente Not Too Far Away (2018).

JOAN ARMATRADING (FOTO 2 )

 

JOAN ARMATRADING (REMATE)

ANTI-FOLK

Por SERGIO MONSALVO C.

ANTI-FOLK (FOTO 1)

 AMOR, HUMOR E INTELIGENCIA

El término “Anti-folk” es, a pesar de su relativamente poco tiempo de andanzas, todavía nebuloso. Tanto sus definiciones como características tienen tal cantidad de matices como el número de sus intérpretes.

Sin embargo, hay algunos rasgos comunes: en sus letras hay sustento de política social, en la observación o en la acidez crítica (cuyas raíces pueden llegar hasta los sesenta o aún más atrás con el Da Dá, el Cabaret Berlinés de los años treinta o autores como Kurt Weil).

Es un subgénero culto e hipermoderno de una época que se distingue  por la convivencia de todas las épocas, en el mismo tiempo y en el mismo espacio.

En lo emotivo, sus intérpretes tienden a evitar el drama en seco (como se hace en el folk del mainstream, cuyos puristas son tan dogmáticos y solemnes por igual tanto en la derecha como en la izquierda. Ambas facciones se escudan en los anquilosados nacionalismos y en la bandera de “la identidad”, un pensamiento muy primitivo y fascista. Ejemplos: el country del profundo sur estadounidense, por un lado; el “canto nuevo” latinoamericano, por el otro).

En el anti-folk hay seriedad en el fondo de los tratamientos temáticos por mucho humor que manejen sus exponentes, es decir, toman el humor en serio. Es un elemento fundamental de este subgénero que subyuga: tienen un sentido del humor fascinante con el cual observan las relaciones humanas.

Saben sus ejecutantes, por otro lado, que si el humor no se usa en este tipo de repertorio se estará sometido a la tiranía de lo literal. El humor sirve para matizar la fealdad del mundo. Por eso sus piezas hablan con ironía de las necesidades de elección ante una realidad impuesta.

En lo musical no son afectos a la sofisticación (prefieren mayormente el lo-fi), pero sí lo son a la experimentación indie (con sus mezclas genéricas e instrumentales). Son amantes del folk en todas sus manifestaciones estilísticas (country, bluegrass, swamp, zydeco, etcétera), pero sin las pretensiones (solemnes y nostálgicas) ni el halo trágico que han mostrado a lo largo de la historia muchos de sus exégetas. O sea, son anti-folk.

Este movimiento nació casi desahuciado, como otras músicas, en Nueva York. Lo hizo con sus predecesores durante los años ochenta (1984, para ser preciso) y nutrió con el punk sus novedosas actitudes y hechuras.

Por lo mismo, por aquel surgimiento al margen, ubicó sus raíces en los clubes más off de la escena folk del Greenwich Village. Lugares como The Speakeasy o The Fort son sus referentes iniciales; y personajes como Darryl Cherney o Roger Manning, sus padrinos de bautismo.

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The Big Bang fue el primer colectivo que aglutinó a los músicos seguidores de la corriente. En los siguientes años se creó el New York Antifolk Festival en respuesta al folk establecido y comenzó su andar por el mundo (con el tiempo ha cristalizado en una expresión importante dentro de la música global).

Resulta contradictorio por el epíteto “anti”, pero al gran listado de músicos inscritos hoy en el aún joven subgénero lo que le sienta a todas luces y en primera instancia es el folk. Pero no ese folk huraño y minimalista (tan tradicional como aburrido en muchas ocasiones) que tantas bandas o solistas estadounidenses han presentado a través de la historia de los últimos años.

En general, los hacedores del anti-folk no son proclives a hacer torch songs puras, y tampoco necesariamente en la ruta exclusiva de las baladas acústicas, sino que las suyas se pueden (o se deben) corear en voz alta y sobre todo en colectividad.

VIDEO SUGERIDO: Adam Green – Emily (video), YouTube (babybubble)

En lo esencial (y por lo general con sus grandes excepciones) miran hacia la música de autor, el alt country, la de enterteinment, el rhythm & blues, la balada del primer rockabilly o del doo-wop más clásico, con variedad instrumental (incluyendo juguetes), pero poniéndole una intensidad y un nervio más propios del indie y sus alternatividades.

Tienen también ese descaro y ese punto amateur que los emparenta con muchos solistas y grupos olvidados o ignorados en su momento como Phranc, Uncle Tupelo o Son Volt, como ejemplo y claro precedente.

En la primera década del siglo XXI, los practicantes de tal música, como The Moldy Peaches, Adam Green, Beck, CocoRosie, Leslie Feist o Vetiver, entre otros antifolkloristas, lo utilizan como reacción a los caducos estándares de ese género y lo que tradicionalmente simbolizaba en la Unión Americana, primero, y luego en cada región del planeta.

Los anti-folk más actuales le rinden homenaje igualmente a aquellas canciones románticas de amor y desamor, tan desesperado y desenfrenado el uno como el otro. Un homenaje en baja fidelidad (lo-fi), como emblema estético.

Asimismo, sus glosadores pueden presumir, como atestiguan muchas de sus canciones, de tener una gran versatilidad y de poder ser tan progresivos y sofisticados con un solo instrumento como lo hace Andy Cavic, el lider de Vetiver, o la intérprete Regina Spektor (una de las mejores muestras), si se lo proponen.

Es curioso como partiendo de una propuesta teórica opuesta (anti) pueden sonar tan cercanos al folk de Jeffrey Lewis o Antsy Pants, tradicionales ejecutantes. Los nuevos avatares ponen un suspiro significativo donde aquellos hablaban de cuestiones sentimentales sin carnalidad.

El sonido anti-folk es en su mayor parte deslavado a propósito, a menudo caótico y con un profundo amor por los compositores clásicos estadounidenses. Esos son sus referentes comunes.

Sus mayores representantes prefieren detenerse líricamente en un acto de romanticismo (retener algún objeto, solazarse con una fotografía o evocar algún momento en particular de o con la persona a la que se amó con algún guiño agridulce) que crear un drama de película en blanco y negro para decir adiós a la pareja.

Pero que nadie se equivoque: no hablan en un folk que adormezca, sino en un anti (adornado tanto de un edulcorado cajun como de música progresiva) que hace mover el cuerpo o algunos de sus miembros.

Si bien el mencionado y arrebatado nervio indie es el pilar fundamental de sus obras, es cierto también que en los discos completos hay un mayor porcentaje de baladas que en los EPs. Pero eso no tiene por qué ser contraproducente. Al contrario, es un gancho con el que atraer al escucha desprevenido o inocente y darle el tratamiento inesperado: el de la inoculación de su mordaz veneno a través de la homeopatía.

La universalidad temática que hay en la tristeza expresada en sus canciones más populares (añádase el título preferido), aunada a las tentaciones como las de relacionarse con alguien inconveniente o la devastación emocional tras una ruptura, hacen que esas canciones toquen severamente el músculo de las sístoles y las diástoles: el corazón.

El anti-folk ha incluido tantas piezas en su temprana historia y las ha hecho tan conocidas que resulta inevitable que el efecto sorpresa se evapore un tanto para quienes lo han seguido desde sus orígenes. Pero eso no hace que la escucha de cualquiera de sus ejemplos sea menos excitante y enriquecedora para la educación sentimental de cada uno. El siglo XXI tiene con el anti-folk una de las mejores escuelas para ello.

ANTI-FOLK (FOTO 3)

VIDEO SUGERIDO: regina spektor – Fidelity (video), YouTube (Regina Spektor)

 

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MOMUS

Por SERGIO MONSALVO C.

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 ALTEREGO ALTERMODERNO

Hace poco más de medio siglo Jack Kerouac, escritor e icono cultural, dijo que “no había lugar a dónde ir, excepto a todas partes”. Lúcidas palabras de alguien para quien el viaje era un fin en sí mismo.

Los aventureros de hoy con los nuevos medios de comunicación, la tecnología y el arte, tienen opciones diversas para hacer aquello que se planteó el mantra de Kerouac.

Ejemplo destacado de ello en la actualidad es Nick Currie (multifacético creador nacido el 11 de febrero de 1960, en Paisley, Escocia).

Currie es un tipo que al final de su década cincuentenaria es capaz de mudarse de ciudad y país reiteradamente (Londres, París, Tokio, Nueva York, Berlín), desafiando el sedentarismo conformista.

Este escocés ha grabado más de 30 discos de culto, hasta el momento, desde el inicial Circus Maximus (de 1986) hasta el reciente Pantaloon (2018) en el indie subterráneo.

Lo ha hecho a través de varias compañías independientes a lo largo de los años, como la Creation Records, hoy cerrada. Y en estilos diversos como el post-punk, el dark acústico o el pop gaélico.

Pero también con variaciones electrónicas avant-garde con influencias de Jacques Brel y Serge Gainsbourg, bajo el alterego de Momus – nombre de aquel dios de la sátira y la mofa en la mitología griega—.

Su radical postura indie lo ha llevado a retar a las grandes compañías discográficas, dueñas de los masters de algunas de sus grabaciones, al regalar por la Web el contenido de media docena de sus primeras y ya  inconseguibles obras.

Nick Currie o Momus se ha desarrollado como un comunicador vanguardista nato. Tanto como músico, como escritor o periodista estrella de revistas como Wired, Vice o Design Observer.

Como escritor ha publicado varios libros donde expone sus adelantados conceptos acerca de la comunicación en la era digital en la que vivimos. Entre ellos: The Book of Japans, The Book of Scotlands o The Book of Jokes.

En ellos mezcla la ciencia ficción con diversos recursos y herramientas escriturales, que van del cómic a la autoficción, del testimonio cultural al manejo de los lenguajes tecnológicos.

Currie es un tipo que a pesar de haber mantenido un reconocido y sustancioso blog cultural (“Click Opera”), seguido por cientos de miles de internautas, lo cerró en el punto más alto de su popularidad porque quiso trabajar por otros caminos y con otros objetivos, llevando más allá el uso de las redes sociales.

VIDEO SUGERIDO: Momus: Gibbous Moon, YouTube (momasu)

Es un artista, finalmente, que cuando otros a su edad ya han encontrado su nicho y viven de explotarlo ad infinitum, él opta por la vanguardia y militar en nuevas corrientes de pensamiento como el altermodernismo.

La idea básica de dicha estética (conceptualizada en primera instancia por el crítico francés Nicolas Bourriaud) sugiere que el período posmodernista llegó a su fin, simbolizado por la crisis financiera global.

 Tal era ha sido reemplazada por el altermodernismo: “Una redefinición in progress de la modernidad en esta era que se centra en la experiencia de vagabundear en el tiempo, los espacios y los medios”.

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Currie, haciéndose eco de tal concepto, ha canalizado su labor de migrante y nómada cultural hacia la idea de otredad y su multitud de posibilidades, incluyendo el cosmopolitismo como objetivo, necesidad y plataforma.

Este vanguardista contemporáneo traduce y transcodifica la información de un formato a otro, excediendo la disciplina del arte y abordando la actualidad en todas sus facetas: económicas, políticas y culturales.

Por eso los soportes en los que este artista trabaja son tan versátiles como la época lo requiere: desde la fotografía, el cine, el video, la telefonía celular, el audio (en cualquiera de sus derivados).

De Internet utiliza sus diversas maneras de conexión; de la radio la streaming on line; de la escritura, la ficción literaria y el periodismo –como hemos visto–.

Asimismo es diseñador, tanto sonoro como de la imagen. Su obra ha sido expuesta en extraordinarias instalaciones realizadas en galerías tanto como en espacios urbanos.

Es decir, Nick Currie es un artista con una visión poliédrica del presente que propone definiciones nuevas y formas de arte que celebran la sinergia y el espíritu de la cultura contemporánea.

Tres muestras de su reciente quehacer son, por ejemplo: una exhibición de fotos en la Tate Gallery de Arte Británico de Londres, junto a su performance estilo karaoke enraizado en el teatro de cabaret y el vodevil con una visión cibernética.

Asimismo, la edición del libro fotolog.book, a global snapshot for the digital age (fotolog.book, una “instantánea” global para la era digital) una selección fotográfica tomada por la comunidad internáutica con cámaras digitales y de telefonía celular que reflexiona sobre la vida actual.

Igualmente está su labor musical con los recientes discos Hypnoprism (2010), The Thunderclown (2011) y Pantaloon (2018), bajo el nombre de Momus.

En ellos reconstruye con humor sus canciones favoritas en YouTube con la idea de juntar imágenes y sonido para crear un nuevo artefacto audiovisual.

Lo mismo que diseña collages y frescos sonoros donde juega con el tiempo y el espacio o da su punto de vista armónico o de perspectiva sobre el presente y futuro de los libros.

Nick Currie es, pues, un artista altermoderno. Un heredero de aquella consigna de Kerouac (“no hay lugar a dónde ir, excepto a todas partes”), que hoy canaliza de diferentes maneras las redes sociales y la tecnología.

Ambas ofrecen a través de su alterego, Momus, un más allá, un incremento estético a sus objetivos de comunicación y amplían la experiencia cultural de “viajar” alrededor del mundo globalizado.

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VIDEO SUGERIDO: Momus: Bibliotek, YouTube (momasu)

 

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