NU-AFROBEAT

Por SERGIO MONSALVO C.

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 ECOS DEL NUEVO SIGLO

La observación y el padecimiento de la realidad circundante en África durante los  años sesenta del siglo XX produjeron un sonido y una premonición sobre él.

“Se extenderá por todo el mundo, pero se tomará su tiempo, porque es el mejor modo de darse a conocer. Los dioses no quieren que esta música entre en la escena internacional como una moda, sino como un episodio cultural importante”. Así se refirió al futuro del afrobeat su creador, el intérprete nigeriano Fela Kuti.

El movimiento generado en el mundo por la diáspora del afrobeat podría definirse como el camino de vuelta, en la actualidad, al interés despertado durante aquellos años (una década de lucha por la liberación del Continente Negro) entre los líderes políticos y culturales del planeta.

Desde los Black Panthers y Miles Davis, pasando por James Brown y Martin Luther King, hasta los contemporáneos cineastas y artistas plásticos, la renacida cultura afroamericana apuesta por recuperar sus raíces africanas.

Fela Kuti murió en 1997, pero su paternidad espiritual sobre el estilo fue legitimada por la aparición en el nuevo siglo de grupos de nu-afrobeat por doquier en el mundo.

Desde la obra de algún ilustre discípulo directo, como Tony Allen, hasta la de artistas contemporáneos provenientes de diversos géneros y puntos cardinales como Finlandia, Japón, España o Dinamarca.

En los Estados Unidos destacan dos agrupaciones referentes: Antibalas y Vampire Weekend.

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Antibalas, antaño llamada Antibalas Afrobeat Orchestra, es una agrupación grande y multiforme (entre once y 18 miembros, según las circunstancias) que se creó en Brooklin bajo la batuta de Martin Perna (sax barítono).

Esta banda, que toca una música que incorpora elementos del jazz, del funk, de la música instrumental y de la tradicional cubana y la tamborilera de África Occidental, está considerada la descubridora del afrobeat para las nuevas generaciones occidentales.

La fusión de ritmos y danzas tradicionales con el jazz y el funk, es una música predominantemente percusiva, bailable, con temas de larga duración y por melodías interpretadas por los metales.

Esa es la música que ofrece Antibalas, que también toma de Fela Kuti su compromiso con la lucha política y social, su defensa de los derechos de los desfavorecidos ante el abuso de los poderosos.

Si para el nigeriano el centro de sus críticas era el gobierno militar de su país, para el grupo de Brooklin es, principalmente, el capitalismo y la política del gobierno estadounidense en muchas áreas, como la de los derechos civiles y la política exterior.

Es una de las propuestas más particulares de la escena mundial contemporánea. Una manera de entender las circunstancias actuales de manera reivindicativa. Sus monumentales arreglos de viento y líneas de bajo nadan sobre la insurrección en inglés, yoruba y español.

Antibalas, además de proponer temas de más de diez minutos de duración, toda una osadía en estos tiempos radiables, ha abierto el horizonte del afrobeat hacia músicas afines.

Ha enriquecido su contexto primigenio introduciendo elementos de deep-funk, dub, free jazz, música clásica y hasta reggae. Pero lo más interesante es su capacidad para pasar de un pasaje de afrobeat puro a otro influenciado por la música clásica orquestal, cambiando radicalmente la melodía, tiempo y ritmo en cuestión de compases con una naturalidad pasmosa.

VIDEO SUGERIDO: ANTIBALAS “MACHETE” LIVE @ THE KNITTING FACTORY, YouTube (hjfilm85)

El otro referente estadounidense del nu-afrobeat es Vampire Weekend. Este es un grupo formado por cuatro universitarios neoyorquinos que tienen al cantante Ezra Koenig como líder. Él siempre ha tenido claro cuál debe ser el perfil del cuarteto.

Tras viajar a la India y luego pasar otro tiempo en Londres, se puso a pensar en el colonialismo y las conexiones estéticas entre la cultura dominante y las nativas. Se interesó entonces por África.

Para un trabajo en la Universidad de Columbia, Koenig escribió una pequeña historia sobre dichas conexiones y la tituló “Cape Cod Kwassa Kwassa”, que luego sería el título de una de las canciones de la nueva banda.

En ésta querían evitar todo intelectualismo, despreocuparse por lo que era o no “auténtico”, no querían hacer etnomusicología sino una mixtura hipermoderna. Una que estuviera tan alejada del oxímoron indie mainstream como de los clichés de las músicas del mundo.

Los cuatro miembros del grupo se conocieron durante su estancia en la universidad, donde estudiaban cine y literatura inglesa. De una película experimental que hicieron nació el nombre del grupo: Vampire Weekend.

Hicieron pública su aparición en varios blogs de Internet, hasta que obtuvieron una crítica favorable en una de ellas, escrita por un periodista canadiense que vivía en Senegal y hacía podcast con desconocidos grupos de pop africanos. Eso bastó para que miles de personas los conocieran en todo el mundo.

El mismo sitio Web ayudó, tras identificar el sonido de la banda, a que ésta conociera los ritmos africanos que terminarían modelando su propio estilo: una mezcla de ska, música pop africana y new wave.

Ritmos que combinan formando adictivas canciones de rock alternativo, tal como se pueden escuchar en su primer disco, de nombre homónimo, que apareció editado bajo el sello XL Recordings.

En Vampire Weekend África está muy presente en ritmos, estructuras, instrumentos y letras, pero en igual medida la normalidad sonora de un campus universitario estadounidense. La mezcla está afincada en uno de los principios del rock: hacer crítica mientras se divierte.

Y si por algo son buenas las canciones de este grupo neoyorquino, además de por las melodías, es por la riqueza de recursos sonoros que aparecen por sorpresa en sus temas.

Con ambas agrupaciones (Antibalas y Vampire Weekend) la diáspora del afrobeat, bajo el prefijo “nu”, informa al mundo que goza de muy buena salud.

VIDEO SUGERIDO: Vampire Weekend – Cape Code Kwassa Kwassa – Reading Festival 2008 Live, YouTube (tako808)

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ELI “PAPERBOY” REED

Por SERGIO MONSALVO C.

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 MISIONERO DEL SOUL

A finales de los años noventa el panorama era desolador para el rhythm and blues y para el soul de raíces. Las compañías disqueras le habían torcido el rumbo a estos géneros históricos e inventado “representantes” de ambos a la medida de sus intereses comerciales (léase Mariah Carey, Whitney Houston y sucedáneos semejantes).

Mientras tanto, en clubes y tugurios de mala muerte languidecían, física y socialmente, los veteranos de tal escena que aún quedaban vivos: Solomon Burke, Sam Moore, James Hunter, Betty LaVette o Sharon Jones.

Los jóvenes negros de la Unión Americana habían abandonado en masa esas músicas en beneficio del hip hop, el gangsta rap y sobre todo el R&B de fabricación mediática: ése de estilo uniforme, edulcorado, sin pasión y sin sorpresas, muy etiquetado.

A ello habían colaborado los productores afroamericanos, que una vez en las grandes ligas ya sólo tenían la vista puesta en la caja registradora y en la meta de borrar todo vestigio del pasado, ése que exigía el sello de autenticidad.

El poder evocador de aquellas músicas había sido relegado al rincón del coleccionismo o de la marginalidad.

Sin embargo, alguna semilla de la primera siembra había llegado a un lugar insospechado: Boston, donde un muchachito blanco oía una y otra vez la producción del sello Stax para aprender a cantar. Otis Redding y William Bell alternaban con Sam Cooke y Jackie Wilson en las preferencias del adolescente. Música siempre vibrante y joven, contenedora de energía pura.

Con estos elementos en mente, Eli Reed comenzó a aparecer en Harvard Square (donde estudiaba) acompañado de su guitarra para obtener unos dólares extra.

Terminada la escuela se lanzó a un viaje rumbo al Sur, en semejanza a la película Crossroads de Walter Hill. Él no iba a buscar la canción perdida de Robert Johnson sino la atmósfera y el espíritu del Delta del Mississippi.

Al llegar a Clarksdale se dio cuenta de que no iba a ser fácil. El trabajo prometido con una radiodifusora del lugar se había esfumado y no le quedó más que ponerse a cantar en el circuito de bares acompañado por un viejo baterista negro, Sam Carr.

“Me hice un hueco en la comunidad musical. Clarksdale es finalmente un pueblo bastante pobre y te reciben con simpatía. Se agradece la novedad: si sabes cantar o tocar, ya eres uno más. Allí me pusieron el apodo de ‘Paperboy’, por una gorra que me ponía y que se parecía a las que llevaban antes los niños que vendían los periódicos”.

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Entre la pobreza y la violencia ambiental obtuvo una gran instrucción musical y confianza en sus propias facultades. Salir vivo de ahí se la proporcionó.

Luego siguió la antigua y mítica ruta del blues hacia Chicago, donde cantó y tocó el órgano en una iglesia evangelista bajo la tutela de la cantante Mitty Collier (ex estrella de la Chess Records).

Tras ello regresó a la universidad en Boston a licenciarse, donde fundó la banda The True Loves y grabó su primer disco Walkin’ and Talkin’ (for my baby). Y siguió trabajando en los márgenes y con fe inquebrantable en aquellos sonidos clásicos.

Fue entonces cuando llegó de Inglaterra una nueva ola, otra invasión (histórica, musicalmente hablando). Esta vez con puras mujeres blancas al frente interpretando el soul de siempre: Joss Stone, Amy Winehouse, Duffy y Adele.

Hubo apoteosis por aquellas voces, por aquel género, y el público estadounidense miró apenado hacia su casa para ver qué tenía. Descubrió ahí, arrinconado, a un tipo que cantaba en estos tiempos el soul con una convicción inusual; que tenía un nombre pegadizo y hasta un apodo; que interpretaba el soul de manera arrolladora y, lo mejor de todo: creíble.

Y supo que este tipo tenía grabaciones como Roll with You, un segundo disco potente, realizado con técnicas analógicas para darle más calor al asunto, con una banda compacta y aceitada, así como una colección de piezas tan buenas y maduras como para hablar del renacimiento de un género que siempre ha estado presente aunque muchos traten de ocultarlo. Eli “Paperboy” Reed se erigió entonces en su misionero.

VIDEO SUGERIDO: Eli “Paperboy” Reed – COME AND GET IT (Official Music Video), YouTube (elipaperboyreed)

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NATACHA ATLAS

Por SERGIO MONSALVO C.

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PRELUDIO DEL NUEVO EGIPTO

Los jóvenes de la revolución egipcia, los que hicieron caer al dictador Mubarak, se encuentran en su elemento navegando por las redes sociales y microblogueando a diario contra todo lo que no les gusta del país en el que viven.

Están entre la veintena y la treintena, poseen estudios universitarios y se han mantenido informados de lo que sucede en el mundo exterior. La mayoría han vivido siempre gobernados por un solo presidente bajo una ley de emergencia. Están hartos de ello.

Quieren la libertad, una perspectiva sobre la vida que ven en otras partes gracias a  Internet y a la TV por cable y satélite. Ellos son las raíces de un nuevo movimiento que espera llevar Egipto hacia el futuro. Un futuro que sueñan libre y democrático.

Ellos fueron el público primero de Natacha Atlas, esa cantante designada oficialmente por la ONU en el año 2001 como «una embajadora de buena voluntad» entre Occidente y el mundo islámico. «En Egipto y países vecinos, donde entienden mis letras, sólo me seguía gente educada a la europea. Mis discos no llegaban al público masivo. No hubieran encajado ni por estética visual ni por sonido. Ahora será distinto».

A partir de la revuelta de enero del 2011 se ha convertido en la primera persona a la que se requiere cuando urge una voz oriental y cosmopolita que represente a Egipto, aunque haya pasado más tiempo en el Reino Unido que en ese país y, desde luego, estar muy marcada por su cultura musical.

Su obra refleja la realidad multicultural de cualquier ciudad inglesa. Pero ella se expresa musicalmente en tres o cuatro idiomas (inglés, francés, español), pero preponderantemente en árabe. El cual le parece el mejor lenguaje para el shaggan que canta.

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 La escucha de la musicalidad egipcia es una invitación al descubrimiento de un patrimonio cultural muy complejo, el cual abarca géneros, formas y estilos tanto misteriosos como subyugantes. Dicha música se nos presenta como el espejo de las afinidades entre los temperamentos que la constituyen.

En sus tradiciones musicales se refleja lo vivido por generaciones, que en conjunto representa uno de los patrimonios más ricos del mundo.

El Mediterráneo al que pertenece Egipto es la viva imagen de una serie infinita de intercambios y transformaciones dados en el transcurso de seis mil años de historia.

Asimismo, como el lugar donde conviven músicas que han sabido mantener su personalidad, aun abriéndose a las interacciones con otros mundos, tanto de lo antiguo como de lo más avanzado en cuanto a músicas electrónicas, como en el caso de Natacha Atlas.

El hecho de que la música global haya contribuido a interrelacionar los sonidos de diversas partes del mundo ha logrado este fenómeno, sin quitarle muchas veces lo paradójico o el riesgo de una interpretación errónea por la descontextualización. De cualquier modo es un regalo para los escuchas interesados en los latidos del mundo que vivimos hoy.

La biografía personal y musical de Natacha Atlas se caracteriza por el desplazamiento constante entre culturas, idiomas y estilos.

VIDEO SUGERIDO: Natacha Atlas & Transglobal Underground – Ali Mullah Lament, YouTube (joanofarexxi)

Su padre es belga, su madre inglesa, sus abuelos son de Palestina y Egipto, en alguna parte también hay una rama familiar en Lituania. Creció en el barrio magrebí de Bruselas, luego se trasladó a la provincia inglesa, a Sussex, de ahí regresó a Bélgica, finalmente llegó a Londres y en los últimos años ha viajado una y otra vez “de regreso” a Egipto, con un tío, Esaam Rashad, a quien califica como su padre sustituto.

Con este tío, un maestro del laúd árabe y compositor, Natacha Atlas también conoció las complicadas finezas del sistema musical árabe y recibió su primera instrucción vocal.

En Bruselas ya se había presentado interpretando la danza de vientre, aunque no de manera profesional. En Inglaterra conoció a Jah Wobble, el bajista que estaba formando el grupo Invaders of the Heart, quien la invitó a integrarse al mismo.

El álbum de éste, Rising above Bedlam, de 1990, la dio a conocer por primera vez a un público amplio. Le siguió “Timbal”, un éxito de club con el proyecto de dance “¡Loca!”, que figuró en una compilación del sello Nation.

El grupo insignia de la compañía disquera se llamaba Transglobal Underground, precursor de la fusión world dance, que había producido un poco de viento fresco en el mundo inglés de los raves con su primer sencillo, “Templehead”.

Natacha Atlas se convirtió entonces en la cantante de Transglobal Underground y en la imagen representativa de la escena multicultural de los clubes británicos.

Con esta agrupación aparecieron dos discos, las giras la hicieron dar la vuelta a medio mundo, y entonces nació el britpop.

Se armó un gran alboroto en torno a los nuevos grupos ingleses de guitarras, que retrasaron de alguna manera el crecimiento de la plantita de la música global, prometedora de una cultura musical nueva, abierta en todas las direcciones.

En esta situación, finalmente fue su propio grupo el que la persuadió de sacar un disco como solista. Transglobal Underground quería que explorara su herencia musical sin agregar de forma constante cosas de la India o Bali, por decir algo, y cuando empezó con el proyecto éste la fue emocionando cada vez más. De hecho, “herencia” y “raíces” se convirtieron en sus palabras favoritas.

Lo que sólo se insinuó en su álbum debut Diaspora se expresó ya en pleno en Halim y continuó la tarea en Gedida y Ayeshenti: un alejamiento de la mentalidad del “caldo etnogroove”, de la confusión multicultural sin objetivo, y un acercamiento a lo sencillo, comprensible y personal.

En este sentido su obra no es un postre chillout con condimentos orientales, sino un desarrollo hipermoderno de la chanson árabe.

A través de su discografía se observa un progreso, un desarrollo continuado entre Diaspora, River Man y Mounqaliba:Rising (sus más recientes álbumes de remixes): una profundización en el Oriente, enfocada hacia las estructuras de las canciones son de carácter mucho más árabe.

Realmente Natacha Atlas ha querido llegar a los orígenes musicales para luego llevarlos al futuro, que es hoy. Las palabras clave en su material son etnotrance y world dance, aunque siempre marcadas por la debilidad que siente por las melodías del Medio Oriente. Uno que parece estar renaciendo.

VIDEO SUGERIDO: Natacha Atlas – Moustahil (Live), YouTube (kunoxisback)

NATACHA ATLAS (FOTO 3)

 

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CORRIENTE ALTERNA

Por SERGIO MONSALVO C.

CORRIENTE ALTERNA (FOTO 1)

 REVISTA/FANZINE

La publicación CORRIENTE ALTERNA en todas sus fases (con ocho años de existencia, entre 1993 y 2001, y 58 números en total) reafirmó las intenciones con que fue concebida por su fundador, director y editor, Sergio Monsalvo C.: devolver a la palabra la importancia fundamental que tiene, en beneficio del análisis musical cotidiano; reflejar la pasión  por la búsqueda y descubrimiento de los sonidos que componen diversas realidades, y trasmitir la información sobre las expresiones artísticas en este sentido, que se crearon en el underground, a la vanguadia, tras los límites o al margen de los canales más comerciales, y que representaron (en su momento) otras elecciones estéticas.

La revista (fanzine) estuvo inscrita en lo «alternativo», en su afán por la expansión de las fronteras, sin restricciones y con una propuesta editorial lejana a los lugares comunes. De la misma manera analizó la influencia de las distintas músicas en otros ámbitos de la cultura global.

«Alternativo» es uno de los términos de los que se ha abusado en demasía, sin embargo, ha mantenido su significado. Si se le utiliza (cualquiera que sea el concepto en que se emplee) es sobre todo porque ninguna otra palabra describe de modo tan sencillo tamaña pléyade de actividades. Es la manifestación cultural aún inaceptable para lo convencional, y actúa fuera de éste.

Las actitudes alternativas, adaptadas por sensibilidad a los matices rápidamente cambiantes de la sociedad, son las primeras en formular con palabras y obras aquello que tantos otros no ven, ni sienten. De esta forma, lo alternativo cumple una función importante en cuanto ayuda a la mente a mantenerse ágil; pone en tela de juicio y promulga, con su ejemplo, la idea de que siempre hay opciones para pronunciarse. Ello, a final de cuentas, fue lo que significó «alternativo» para esta publicación.

Corriente Alterna

Revista/Fanzine

Editorial Doble A

Fundador y Editor

Sergio Monsalvo C.

México, D. F., 1993-2001

 

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