ZUCO 103

Por SERGIO MONSALVO C.

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 DIÁSPORA MARACUYÁ

El arte musical puede convertirse en el mejor instrumento para abrirnos las puertas a un mundo distinto pero muy cercano y que todavía esconde muchas sorpresas. La hipermodernidad sonora es una forma y un conducto para relacionarse globalmente.

El modus operandi de la creación y divulgación de la música contemporánea en una época líquida e híbrida como la que estamos viviendo, obliga a las mutaciones (relativas, graduales o radicales), y para ello los autores exploran, clonan o deconstruyen en experimentos constantes para diseñar o rediseñar el presente (o el futuro) —que cada vez deja de ser lo que era—.

La mezcla (mix o remix) es una herramienta muy poderosa en dicha operación. Los elementos que la constituyen son siempre pertinentes y luego se transforman en neologismos. Y éstos, hoy por hoy, pueden surgir de cualquier lugar y viajar por doquier, asentándose aquí y allá, gracias a la ubicuidad y rapidez de la comunicación actual.

La diáspora brasileña ha extendido por el mundo su gran manto a través de la música. La dispersión de esta nacionalidad ha repartido sus notas en todos los ámbitos del globo terráqueo.

En los Países Bajos, por ejemplo, ha sido especialmente bien recibida y asimilada dando lugar a transformaciones de la misma para ubicarse en la hipermodernidad. Su mejor representante se hace llamar Zuco 103, un trío de hipnotizantes rítmicas y coloridos.

El trío se formó tras conocerse en el Conservatorio de Rotterdam, donde la brasileña Lilian Vieira estudiaba canto y el holandés Stefan Kruger y su tocayo, el alemán Stefan Schmidt, hacían lo propio con la composición.

El primero era baterista y el segundo tecladista. Ambos eran también, miembros activos de la escena jazzística local. Fue ahí donde recibieron una invitación para colaborar con el grupo de jazz de fusión SfeQ. Llevaron con ellos a su compañera de estudios.

A la postre aquel grupo se deshizo, pero ellos tres quedaron tan encantados de trabajar juntos que decidieron llevar a cabo un proyecto como trío. Lo llamaron primeramente Rec.a, pero luego decidieron cambiarle de nombre al del definitivo Zuco 103, una combinación de chiste lingüístico (el holandés pensaba que jugo en portugués se decía así, zuco) y una exageración apologética: la cantante dice que siempre dan el 103 % en cada actuación.

La música de este grupo es una combinación también de tres elementos: jazz (y funk en menor medida), la corriente electro y la música brasileña en sus manifestaciones samba, pop y bossa.

El resultado es un acid jazz lounge compuesto de piezas en downtempo donde predomina el sabor maracuyá. Cosa que no es de extrañar dada la aceptación popular en el país europeo de dicha música sudamericana. El mayor componente de inmigrantes latinoamericanos en Los Países Bajos  lo encabezan los brasileños.

Luego de una serie de presentaciones en el circuito de clubes neerlandés, extendieron su territorio hacia el Benelux y luego al resto de Europa. Grabaron entonces sus primeros singles que fueron muy bien recibidos.

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Ello los llevó a la realización de su primer disco, Outro lado, con el que debutaron bajo el sello Zingulboom. La mezcla del trío brindó magníficos temas bailables con buenas dosis de electrónica.

Outro lado los puso en el mapa mundial del e-jazz en el rubro de la electro-samba. Y lo hizo en dos sentidos. En uno, como auténtico collage festivo pleno de energía, en donde la fusión de sus elementos convive en la perfección, con muy buenos arreglos y composiciones y la fresca voz de Vieira.

Un elegante destilado de ideas que sale de las tres mentes para definir su estilo particular, que se atreve con el drum & bass, el rhythm and blues, los afrobeats, etcétera.

VIDEO SUGERIDO: Zuco 103 live @ PINKPOP’04 – Zabumba No Mar, YouTube (yogisp)

Asimismo, en segundo término está la postura social del grupo, que también pone su música al servicio de las emociones intensas.

El grupo relata vidas que tienen la dudosa suerte de nacer en una de las múltiples favelas de Brasil, donde el drama de la vida cotidiana poblada de pobreza, alcohol y violencia, se convierte en la historia de millones de casos. La realidad pura contada con las bases rítmicas urbanas.

La publicación de este disco volvió a Zuco 103 en referente de la diáspora brasileña. Por lo mismo fue remezclado por los productores y artistas de la escena como Bossacucanova, The Funky Lowlives y Charles Webster.

Luego el grupo hizo la recopilación de temas en vivo, remixes y algunos temas inéditos en Tales of High Fever y One Down, One Up. En ello fueron acompañados por Gerd, David Walters y Chris Harrison, destacados DJ’s. A éste se aunó One Down, One Up, un álbum doble recopilatorio.

Whaa! fue su siguiente producción y atrajo de inmediato a todos los amantes de las nuevas músicas brasileñas. Se escucha más samba y bossa nova que acid jazz. Además añade ritmos afrocubanos, ecos orientales y dub. Todo lo demás mantiene intacto la brillantez de la fusión y la estupenda y sorprendente voz de Vieira en cambios de ritmo, velocidad y melodía a veces en la misma pieza. Las letras conservan el interés.

En Whaa! el trío se ve reforzado con la participación de Dani Macaco, cantante de la banda española del mismo nombre, y por el legendario jamaicano Lee “Scratch” Perry, maestro del reggae. Cantante que mantiene la personalidad en los memorables temas “”Love Is Queen Omega” e “It’s a Woman World”. El tipo se integra perfectamente al universo sonoro de Zuco 103.

Posteriormente, el trío multinacional, residente en Nederland, sacó a la luz el disco After The Carnaval, en donde el ambiente festivo prevalece por sobre todo lo demás en obvia complicidad con la música. Es aún más brasileño que el anterior si cabe mencionarlo. Es la sensualidad cocinada a fuego vivo, donde la estridencia de lo callejero es opacada por la luminosidad carnavalesca (la cual tuvo su saga con Retouched! After the Carnaval Remixes, del 2009).

Para este disco el trío se trasladó a Brasil y se plantó en el estudio Toca do Bandido de Río de Janeiro. Contó con la colaboración de algunos elementos locales como la del percusionista Marcos Suzano.

La impronta europea, es decir el sampleo y la electrónica, cedió su lugar a una instrumentación más tradicional, pero sin perder por eso el elemento contemporáneo tan necesario para conformar la identidad musical de Zuco 103, representante de la panglobalización de tintes cariocas.

Las obras de Zuco 103 son propuestas intensas, con canciones ancladas en géneros reconocibles pero transculturados. Esa es su propuesta para el nuevo siglo.

En dichas obras se citan variantes sonoras donde lo popular se engarza con el tejido de atmósferas vitales en las cuales reconocerse y arreglos musicales con mirada contemporánea.

VIDEO SUGERIDO: Zuco 103 live Soundsystem mix, YouTube (nvv)

ZUCO 103 (FOTO 3)

 

Tornamesa

KRONOS QUARTET

Por SERGIO MONSALVO C.

KRONOS QUARTET (PORTADA)

 UNA CONVERSACION INTELIGENTE*

El Kornos Quartet es en todos los aspectos la creación de su fundador David Harrington. Desde 1978 tocan con la formación actual, la ideal para expresar los conceptos de Harrington, un fiel creyente en la definición de Goethe del cuarteto de cuerdas como «una conversación para cuatro personas inteligentes». El cuarteto surgió en Viena, donde tuvo su máximo auge artístico durante los siglos XVIII y XIX.  Harrington se ha propuesto aumentar el vocabulario, intensificar los colores musicales e incrementar los enfoques de esta forma musical aprovechando la realidad multicultural del mundo moderno.

David Harrington (violín), John Sherba (segundo violín), Hank Dutt (viola) y Joan Jeanrenaud (cello, hasta 1999, y luego sustituida por Jefrey Ziegler) usan ropa informal también en sus conciertos, tocan con amplificación eléctrica y conscientemente montan sus apariciones como espectáculos. Para ello utilizan el recurso de la iluminación, entre otros medios, como en el mundo pop es más regla que excepción, a fin de crear así «un entorno visual» en el que se aprecie al máximo su música. Asimismo producen sus propios programas de radio, trasmitidos tanto dentro como fuera de los Estados Unidos.

A diferencia de otros cuartetos de cuerdas, el Kronos sólo incluye compositores del siglo XX en su repertorio. Entre ellos, Charles Ives, Anton Webern, Béla Bartok y Dimitri Sjostakovitsj son los más clásicos. Por lo demás no conocen las restricciones. Lo tocan todo, desde «Purple Haze» de Jimi Hendrix hasta composiciones de James Brown, Bill Evans, Thelonious Monk, Philip Glass, John Lurie, Henryk Mikolaj Górecki, Witold Lutoslawski, Arvo Pärt, Terry Riley y Astor Piazzolla. Incluso el anarco-saxofonista neoyorquino John Zorn hizo su aportación al variado repertorio del cuarteto con la pieza «Forbidden Fruit».

El Kronos Quartet da forma a sus aspiraciones universales mediante la contratación de compositores de todo el mundo. El estilo musical no es tan decisivo como el contenido de la obra que ocupa al músico.  Según Harrington, lo más importante es que la pieza les guste. En segundo lugar, «tiene que destacar por algún motivo. Debe ser música en la que se escuche que el compositor ha vivido y está viviendo un desarrollo musical, que la música es una prioridad de su vida».

 

*Fragmento del libro Kronos Quartet, publicado por la Editorial Doble A

Kronos Quartet

Sergio Monsalvo C.

Colección “Cuadernos de Jazz”

Editorial Doble A

México, 2001

 

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SUPERORGANISM

Por SERGIO MONSALVO C.

SUPERORGANISM (FOTO 1)

 UNA BRÚJULA DE JUGUETE

Contar la hilazón de un disco a partir de anécdotas lo coloca a uno muchas veces en el reverso de cualquier relato al respecto. Los pequeños detalles se convierten en puntos cardinales capaces de reorientarnos en el más adverso de los terrenos, hasta legar al origen de todo.

El conglomerado Superorganism (que se define a sí mismo como  “un colectivo artístico que se ha juntado para hacer cosas creativas”) habita en dicho reverso desde antes de su fundación como tal, cuando empezó a tantear con el lenguaje artístico ese lado inmaterial que tienen las cosas por Internet: lanzar una idea, esperar su asimilación, colaborar a larga distancia, asentarse en un sitio, cambiar de piel, poseer el tiempo con un nuevo nombre.

En esta era digital ya es posible andar incluso antes de haber nacido. Así lo demuestra este colectivo. A través del intercambio de materiales sonoros entre internautas multinacionales (Reino Unido, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda) se configuró lo que primero sería el grupo The Eversons. Entre sus miembros estaban Mark Turner (Emily), Christopher Young (Harry), Timothy «Tim» Shann (Tucan), Blair Everson (Robert Strange), B, Ruby y Earl Ho (Soul).

Un grupo, que sin conocerse en persona, intercambiaba canciones y otras sonoridades por la red, hasta que un día decidieron que tenían que verse. Tras ello fundaron tal aglomerado y tomaron la decisión de mudarse todos juntos a la capital inglesa en el 2015, lugar que les brindaría mayor exposición.

Han confesado que se mueven bien en la Web por su alta capacidad de conectar con el lado abstracto del mundo y las pequeñas revelaciones que circulan por él. “Cuesta un poco verlas, pero si te concentras en lo tuyo las encontrarás”, dijeron. Circunstancias que tuvieron un ancla en la realidad y otra en la memoria de sus PC’s, y que les funcionó como una brújula.

Así fue. Tuvieron mayor exposición. Con un pop sin mayores expectativas reunieron en torno a sí a un buen número de fans, el cual creció con su gira por Japón. Uno de los beneficios de ésta fue la de reunirse con otra internauta que había mantenido conversaciones con ellos desde hacía tiempo: Orono Noguchi (luego OJ), quien le ponía voz y otros detalles a sus composiciones.

Le dieron la opción de unirse a ellos, lo cual aceptó. De tal manera surgió el nuevo camino con el nombre de Superorganism. Y como una comuna del siglo XXI, ubicada en un lugar entre la Factory (“Everybody Wants To Be Famous”), sin sus oscuridades, y el San Francisco sesentero, con sus psicodelias (“Something For Your M.I.N.D.”), comenzaron a vivir juntos en Londres y a armar el material que los daría a conocer.

Merodeando, pues, en ese el lado inmaterial de la red, se crearon un espacio y un proyecto. Y lo hicieron con empatía y aceptando la posibilidad de la equivocación o del fracaso, pero sin miedo. Su material expositivo funcionó como un texto nuevo que volvía sobre ideas que habían aparecido entre sus anteriores chats.

Hacer lo que hicieron, pasar de la abstracción de una idea a la materialización de una forma, les vino de su formación tecnologizada, pero con criterio, capacidad de análisis y responsabilidad con lo que iban a crear: pop-art. Realizaron un gran ejercicio de autogestión y de autocrítica y generaron entonces su oportunidad, la de  formar parte de aquellos artistas que, al presentarnos obras concretas, proporcionan igualmente herramientas para escuchar parte de la actualidad en la que vivimos (“Nobody Cares”, “It’s All Good”).

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Las suyas son precisas, livianas, rigurosas y divertidas (“Reflections on the Screen”). Son artistas volcados en pensar la rítmica entre la palabra y su sonido, con el material más cercano, portátil y económico que existe en una de las vertientes, quizá la más inteligente, de la escena musical más joven.

Su track sencillo, Something For Your M.I.N.D., llegó los oídos de Frank Ocean, figura del hip hop que los divulgó de manera entusiasta por las redes sociales y a través de su programa de radio, lo cual les sirvió de plataforma para llegar a un público numeroso. La masiva exposición los llevó, de tal suerte, a ser elegidos para aparecer en el soundtrack del videojuego FIFA 18. Asimismo en el interés del sello Domino, la compañía discográfica de Arctic Monkeys y de Franz Ferdinand.

Con dicho sello apareció entonces el homónimo álbum Superorganism (en el 2018). En él muestran una obra diferente para el medio en el que están inscritos (indie pop, synth pop), de manera que resulta espaciosa su propuesta. Una decena de piezas en las que el grupo trabaja con varios formatos, enseñando la amplitud de su propuesta.

Lo que a mí particularmente me interesa de este grupo es el procesamiento de los tracks, su manera de extraer la médula de otros formatos y estructuras musicales, y al mismo tiempo su forma de disolverse en la mezcla sin perder personalidad. Superorganism, el disco, es como adentrarse en su laboratorio y con aquella mencionada brújula obtener un punto de partida para discernir su orientación.

Como dije, el álbum se compone de diez piezas cuyos textos se pueden seguir en el booklet anexo, son cápsulas tan diversas como un paisaje urbano, con sus áreas verdes e imaginería desatada. La paleta sonora se recrea en la construcción de pequeñas postales Instagram, ligeras pero estables, hechas con materiales básicos del techno para armar cada contexto de temas como la fama, la indiferencia, las pequeñas pantallas móviles y la noche como campo de diversión. Los miembros, que intercambian su protagonismo, buscan hacerse de un sitio en tal paisaje.

En escena, por otro lado, su presentación es del todo original y expresiva. Aparecen los integrantes, de diversas edades, con los rostros maquillados ostensiblemente y fulgurantes y coloridos impermeables. Lo que sigue es hacer sonar unas campanillas, como si fuera la tercera llamada para una sesión de teatro infantil. ¿Todos listos para la función?

Algunos de ellos, que resguardan sus cabezas bajo las hoodies (capuchas) hacen el papel de coristas y bailarines desaforados, que no dejan de moverse y crear con ello una dinámica ágil y expansiva,  e igualmente agitan panderos adornados con tiras multicolores, como si se los hubieran rescatado de una fiesta popular de cualquier esquina del mundo.

Luego se da uno cuenta de que está ahí, sin parecerlo, la figura frágil, aniñada y diminuta de Orono (que en este momento, en esta actuación, la originaria de Tokio, tiene 19 años, pero nadie juraría por ellos), con sus rasgados ojos resguardados tras unos lentes especiales para ver películas en 3D. Todo muy lúdico.

Lo demás es pop del bueno, del hecho con inteligencia, con afanes de más sonido art que el que propicia la caja registradora de otros y otras exponentes del género. Por lo mismo uno disfruta de ellos, de su propuesta, porque en ella hay el encanto de lo fantasioso, de lo multi en varios de sus sentidos: cultural, color, racial, nacional y, sobre todo, con la apropiada dosis de  liviandad que pedía Kundera.

Su puesta en escena da para más de una noche de diversión. Su disco para ser visitado una y otra vez y su planteamiento expresivo, para pensar en esas cosas que en momentos de incertidumbre sirven de anclaje para la vida cotidiana. Para sobrellevar el absurdo.

Con ese paraguas, ese impermeable, ese afecto producido por una canción, una atmósfera, alguna niñería, el amor (por supuesto), las gratas memorias, el relajamiento…Porque Superorganism trata de eso: de cómo nos orientamos y habitamos este mundo con una brújula obtenida de una máquina de dulces.

SUPERORGANISM (FOTO 3)

VIDEO SUGERIDO: Superorganism – Something For Your M.I.N.D. (Official Video), YouTube (Superorganism)

 

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ANTI-FOLK

Por SERGIO MONSALVO C.

ANTI-FOLK (FOTO 1)

 AMOR, HUMOR E INTELIGENCIA

El término “Anti-folk” es, a pesar de su relativamente poco tiempo de andanzas, todavía nebuloso. Tanto sus definiciones como características tienen tal cantidad de matices como el número de sus intérpretes.

Sin embargo, hay algunos rasgos comunes: en sus letras hay sustento de política social, en la observación o en la acidez crítica (cuyas raíces pueden llegar hasta los sesenta o aún más atrás con el Da Dá, el Cabaret Berlinés de los años treinta o autores como Kurt Weil).

Es un subgénero culto e hipermoderno de una época que se distingue  por la convivencia de todas las épocas, en el mismo tiempo y en el mismo espacio.

En lo emotivo, sus intérpretes tienden a evitar el drama en seco (como se hace en el folk del mainstream, cuyos puristas son tan dogmáticos y solemnes por igual tanto en la derecha como en la izquierda. Ambas facciones se escudan en los anquilosados nacionalismos y en la bandera de “la identidad”, un pensamiento muy primitivo y fascista. Ejemplos: el country del profundo sur estadounidense, por un lado; el “canto nuevo” latinoamericano, por el otro).

En el anti-folk hay seriedad en el fondo de los tratamientos temáticos por mucho humor que manejen sus exponentes, es decir, toman el humor en serio. Es un elemento fundamental de este subgénero que subyuga: tienen un sentido del humor fascinante con el cual observan las relaciones humanas.

Saben sus ejecutantes, por otro lado, que si el humor no se usa en este tipo de repertorio se estará sometido a la tiranía de lo literal. El humor sirve para matizar la fealdad del mundo. Por eso sus piezas hablan con ironía de las necesidades de elección ante una realidad impuesta.

En lo musical no son afectos a la sofisticación (prefieren mayormente el lo-fi), pero sí lo son a la experimentación indie (con sus mezclas genéricas e instrumentales). Son amantes del folk en todas sus manifestaciones estilísticas (country, bluegrass, swamp, zydeco, etcétera), pero sin las pretensiones (solemnes y nostálgicas) ni el halo trágico que han mostrado a lo largo de la historia muchos de sus exégetas. O sea, son anti-folk.

Este movimiento nació casi desahuciado, como otras músicas, en Nueva York. Lo hizo con sus predecesores durante los años ochenta (1984, para ser preciso) y nutrió con el punk sus novedosas actitudes y hechuras.

Por lo mismo, por aquel surgimiento al margen, ubicó sus raíces en los clubes más off de la escena folk del Greenwich Village. Lugares como The Speakeasy o The Fort son sus referentes iniciales; y personajes como Darryl Cherney o Roger Manning, sus padrinos de bautismo.

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The Big Bang fue el primer colectivo que aglutinó a los músicos seguidores de la corriente. En los siguientes años se creó el New York Antifolk Festival en respuesta al folk establecido y comenzó su andar por el mundo (con el tiempo ha cristalizado en una expresión importante dentro de la música global).

Resulta contradictorio por el epíteto “anti”, pero al gran listado de músicos inscritos hoy en el aún joven subgénero lo que le sienta a todas luces y en primera instancia es el folk. Pero no ese folk huraño y minimalista (tan tradicional como aburrido en muchas ocasiones) que tantas bandas o solistas estadounidenses han presentado a través de la historia de los últimos años.

En general, los hacedores del anti-folk no son proclives a hacer torch songs puras, y tampoco necesariamente en la ruta exclusiva de las baladas acústicas, sino que las suyas se pueden (o se deben) corear en voz alta y sobre todo en colectividad.

VIDEO SUGERIDO: Adam Green – Emily (video), YouTube (babybubble)

En lo esencial (y por lo general con sus grandes excepciones) miran hacia la música de autor, el alt country, la de enterteinment, el rhythm & blues, la balada del primer rockabilly o del doo-wop más clásico, con variedad instrumental (incluyendo juguetes), pero poniéndole una intensidad y un nervio más propios del indie y sus alternatividades.

Tienen también ese descaro y ese punto amateur que los emparenta con muchos solistas y grupos olvidados o ignorados en su momento como Phranc, Uncle Tupelo o Son Volt, como ejemplo y claro precedente.

En la primera década del siglo XXI, los practicantes de tal música, como The Moldy Peaches, Adam Green, Beck, CocoRosie, Leslie Feist o Vetiver, entre otros antifolkloristas, lo utilizan como reacción a los caducos estándares de ese género y lo que tradicionalmente simbolizaba en la Unión Americana, primero, y luego en cada región del planeta.

Los anti-folk más actuales le rinden homenaje igualmente a aquellas canciones románticas de amor y desamor, tan desesperado y desenfrenado el uno como el otro. Un homenaje en baja fidelidad (lo-fi), como emblema estético.

Asimismo, sus glosadores pueden presumir, como atestiguan muchas de sus canciones, de tener una gran versatilidad y de poder ser tan progresivos y sofisticados con un solo instrumento como lo hace Andy Cavic, el lider de Vetiver, o la intérprete Regina Spektor (una de las mejores muestras), si se lo proponen.

Es curioso como partiendo de una propuesta teórica opuesta (anti) pueden sonar tan cercanos al folk de Jeffrey Lewis o Antsy Pants, tradicionales ejecutantes. Los nuevos avatares ponen un suspiro significativo donde aquellos hablaban de cuestiones sentimentales sin carnalidad.

El sonido anti-folk es en su mayor parte deslavado a propósito, a menudo caótico y con un profundo amor por los compositores clásicos estadounidenses. Esos son sus referentes comunes.

Sus mayores representantes prefieren detenerse líricamente en un acto de romanticismo (retener algún objeto, solazarse con una fotografía o evocar algún momento en particular de o con la persona a la que se amó con algún guiño agridulce) que crear un drama de película en blanco y negro para decir adiós a la pareja.

Pero que nadie se equivoque: no hablan en un folk que adormezca, sino en un anti (adornado tanto de un edulcorado cajun como de música progresiva) que hace mover el cuerpo o algunos de sus miembros.

Si bien el mencionado y arrebatado nervio indie es el pilar fundamental de sus obras, es cierto también que en los discos completos hay un mayor porcentaje de baladas que en los EPs. Pero eso no tiene por qué ser contraproducente. Al contrario, es un gancho con el que atraer al escucha desprevenido o inocente y darle el tratamiento inesperado: el de la inoculación de su mordaz veneno a través de la homeopatía.

La universalidad temática que hay en la tristeza expresada en sus canciones más populares (añádase el título preferido), aunada a las tentaciones como las de relacionarse con alguien inconveniente o la devastación emocional tras una ruptura, hacen que esas canciones toquen severamente el músculo de las sístoles y las diástoles: el corazón.

El anti-folk ha incluido tantas piezas en su temprana historia y las ha hecho tan conocidas que resulta inevitable que el efecto sorpresa se evapore un tanto para quienes lo han seguido desde sus orígenes. Pero eso no hace que la escucha de cualquiera de sus ejemplos sea menos excitante y enriquecedora para la educación sentimental de cada uno. El siglo XXI tiene con el anti-folk una de las mejores escuelas para ello.

ANTI-FOLK (FOTO 3)

VIDEO SUGERIDO: regina spektor – Fidelity (video), YouTube (Regina Spektor)

 

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HORACE X

Por SERGIO MONSALVO C.

HORACE FOTO 1

 ELECTRIZAR LO COSMOPOLITA

 Horace X: ¿Qué es? Un argumento contundente de la música contemporánea, de hoy mismo, del siglo XXI, que proviene de la Gran Bretaña, que se concreta en una banda con ese nombre y cuya misión artística es proyectar su estética en uno de los sonidos del cosmopolitismo: ese objetivo tan cercano, como tan caro, y difícil de alcanzar cuando no se cuenta con los elementos culturales suficientes para conseguirlo.

¿Y cuáles son estos elementos? En primer lugar: la actitud. Sin ella nada es posible. En segunda instancia la voluntad por el conocimiento del Otro, de lo ajeno, de lo extraño, sin prejuicios. Asimismo, la práctica de ese término hipermoderno al que llamaré inclusivismo, es decir, lo opuesto a la exclusión. Igualmente, está la incuestionable fe en la fusión para lograr el desarrollo artístico; lo mismo que la investigación y estudio tanto de la tradición de la que es producto o reacción.

Horace X reúne todo ello y lo riega con un brebaje de High Energy, sin efectos secundarios que lamentar. Hecho a base de un reggae de alto voltaje, lejos de las raíces místicas y adherido a la alegría carnal, a la que se llega tras las huellas de la ruta celta, por un lado; por la de los vientos de la épica balcánica, por otro, y por las de las voces furibundas del Medio Oriente desértico o del hip hop de la Urbe, así, en general, o del soul, del rock, del ska o de lo que sea.

Pero en tal odisea hay que hacerse acompañar por camaradas musculosos de alientos jazzísticos, de cánticos raggas, del devastador drum’n’bass y de los ondulantes dance beats que se coaliguen a velocidades inverosímiles en una mezcla –un tanto maniaca y fulminante– de lo orgánico y lo digital, lo vivo y lo secuenciado, lo trad y lo trendy en sonoridades arropadas en una luz negra que hace de sus presentaciones fluorescentes un episodio sensorial único: world beat del siglo XXI.

¿Y cómo Horace X consiguió crearse? Reuniendo dentro de sí a la diversidad. Esa rara avis que crece de manera silvestre en los mejores asfaltos citadinos, como los de Londres, por ejemplo. Esto es: acudiendo a  Hazel Fairbairn para que tocara las cuerdas de los fiddles, como lo hacen los bravos irlandeses cuando están excitados; a Poor White Trash y Simon Twitchin en la voz (más callejeros imposible).

Pero también  a Terminator Bones, y su garganta del reggae a la vieja usanza, como cuando eran comunes los combates contra los skinheads antes o después de un concierto para apoyar a los inmigrantes caribeños, o lanzar diatribas como MC contra los neonazis en algún club local.

A la convocatoria acudió por igual Peter Newman con su ramillete de saxes y clarinetes, para aportar su funk empapado intensamente en el Balkan beat y el Gypsy punk; a Jenny Hopkins para tirar esa tensa y voluptuosa línea de bajo que envidiaría el mismísimo Miles Davis, y a Mark Russell, de origen sudanés, corazón rockero y vida nómada, para aportar todo lo demás (composición, percusiones, batería, órgano, programaciones y producción).

Y atraer invitados regulares como Cathy Coombs, para que aporte ese toque de poder del soul à la Stax;  o Neil Byer y su guitarra rockera de acentos psicodélicos franciscanos, viajados y asimilados; o Jenny Tabeska y su midi sax tan de los ochenta. En fin, un conglomerado como “los doce del patíbulo”.

VIDEO SUGERIDO: Horace X – Turkno Yoyo (live), YouTube (Omnium Records)

Así, esta banda británica se fundó en 1993, pero tuvieron que  transcurrir un par de años antes de que su propuesta musical se materializara en un disco, Chant Down Babylon, el debut de 1995, que estuvo nominado para los Premios Mercury. Un reconocimiento para la gran pulsión de la sección rítmica, tanto como para los pasajes de jazz-funk progresivo y orquestación digitalizada.

Sus álbumes, a partir de entonces, han hablado por la organización, por el colectivo que conforman en busca de una estética común que encaje en el hipermodernismo. Un trabajo artístico compacto, fresco e invitante, que con el pretexto del baile, hacen del East-West style,  esa salpicadura rítmica de los sonidos orientales y occidentales, con rap, reggae, swing, jazz de fusión y sampleos de house, un ejemplo de cosmopolitismo, en el caldo globalizado.

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Sin embargo, su estética habla de más cosas. Como la confirmación de que cada artista (o congregación de ellos) construye su propia tradición sin obedecer más límites que los de sus capacidades personales o combinadas, sus afinidades o sus azares de identidad y, además, de que se puede ser discípulo de autores que han actuado en diversos estilos, pero que, hay secretos de la expresión que tal vez solo puede aprender en el suyo, el propio.

Aquí cabe traer a colación al maestro Jorge Luis Borges, quien definió muy bien eso de que quizá no haya originalidad más radical que la que se levanta con la inspiración de materiales ajenos y anteriores a uno. Él mismo, en Pierre Menard, fue quien primero resaltó esa condición y convirtió en paradoja irónica una idea del poeta T. S. Eliot, quien conjeturó que “un autor influye a sus antecesores, porque nos fuerza a mirarlos a través del ejemplo que él ha establecido”.

De este modo: “Kafka influye a Herman Melville –dice el escritor argentino–, porque no podemos leer Bartleby sin pensar de inmediato en las fábulas de Kafka, sin convertir de algún modo esa novela en una de ellas”, por ejemplo. A Borges sin duda le hubiera halagado saber que algunos reconocemos sus teorías en el arte sonoro de la actualidad.

No se puede ser contemporáneo sin una tradición. Cada exponente, más o menos, va eligiendo la suya, sobre todo en corrientes tan sobresaltadas como las del world beat, en las que el diálogo entre las generaciones es muy importante y no se interrumpe ni a pesar de la constante intervención del mainstream para saquear sus arcas, llevarlo a la dispersión o a la directa abducción de zonas enteras del pasado, para beneficios comerciales.

Una tradición no son sólo nombres de grupos o autores que flotan en el aire y que ejercen su influencia igual que se dispersa el polen de una planta: lo son igualmente los títulos de discos claves, volúmenes tan públicos como raros y canciones tangibles, que se transforman en fonotecas en las que se custodian sus aportaciones, son anaqueles que despiertan la atención y la codicia de los músicos investigadores y estudiosos.

Como en el caso de Horace X, cuya influencia borgiana lleva a antecesores tan dispares en tiempo, espacio y género como The Bad Manners, Le Tètes Brulès, Sly & The Family Stone, Taraf de Haïdouks, Osibisa, Gogol Bordello, Dirty Dozen Brass Band, The Specials, The Bhundu Boys o Transglobal Underground Dub Foundation, entre otros. Una dispersión de bagaje que no es tal y sí una gran fuente rizomática de acuerdo a los tiempos que corren.

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VIDEO SUGERIDO: Horace X – Skin, filmed at Workhouse Festival 2006, YouTube (HoraceX)

 

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