Las aventuras de los Kingsmen, con “Louie Louie”, despertaron las ansias de los grupos de la zona noroeste de los Estados Unidos que se convirtió en un hervidero de rock de garage tras su aparición a comienzos de los sesenta. Surgieron así The Sonics, una banda de Tacoma, Washington, que se puso en el mapa con un rock and roll crudo, primitivo y sin florituras, con la voz potente y composiciones de su cantante Gerry Roslie. Sus influencias eran, además de los Kingsmen, Chuck Berry y Little Richard.
Tras numerosos cambios en la formación, a la postre quedaron como quinteto, el cual se convertiría en una auténtica máquina de rock sucio, frenético y aullante. Es así como los escuchó el productor Buck Ormsby que grabó con ellos un disco de 12 piezas en una consola de dos pistas y en una sola toma. Hicieron versiones de sus temas preferidos del rock y las combinaron con composiciones propias como “Psycho”, “Strychnine” y el que sería su sencillo más exitoso: “The Witch”.
Los integrantes que grabaron estos doce temas fueron el mencionado Roslie (voz y composición), Bob Bennett (batería), Rob Lind (sax) y los hermanos Parypa: Andy (en el bajo) y Larry (en la guitarra). Con el disco bajo el brazo realizaron el circuito de clubes, antros, fiestas y demás, antes de aparecer en la radio local. Una vez realizado esto, se convirtieron en un suceso y no hubo banda de aquella zona norteamericana que no quisiera tocar como ellos.
The Sonics fue desde entonces ejemplo de ejecuciones potentes, intensas, desquiciadas y con un sax distorsionado. Circunstancia que lo convertiría con el paso del tiempo en referente y abanderado del proto punk sesentero, del frat rock, del rock de garage o del Northwest Sound (escójase el derivado preferencial que más guste y en todos tendrá cabida e importancia). Su temática trataba de muchachas muy muy liberales, autos rápidos y bien pintados, estricnina y uno que otro psicópata.
La distorsión y sobresaturación de sus discos se hizo famosa y fue reivindicada a la postre por gente como Iggy Pop, Pearl Jam, Rolling Stones, R.E.M., The Dictators, a muchos años de la disolución de grupo (1967). Larry (el guitarrista), gustaba de manipular los amplificadores y también desconectaba las bocinas para agujerarlas con un picahielo. Y hacerlos sonar como un tren desenfrenado. Obviamente los Sonics habian oído a los Kinks, a quienes tenían como guías.
Mientras tanto, en la zona de Minneapolis se gestaba otra forma del garage y proto-punk, cuya vida y originalidad tuvieron que esperar más de una década para ser revaloradas. El arribo de la ola inglesa y de la siguiente era psicodélica no le darían cabida hasta sincronizar con los nuevos intereses de una juventud poco dada a las utopías. Entre los adalides de este sonido marginal estaba un grupo llamado The Trashmen.
La época justa entre el asesinato de John F. Kennedy y la presentación de los Beatles en el Show de Ed Sullivan, que marcaría el inicio de la British Invasion, vio nacer a los Trashmen, un cuarteto formado por Tony Andreason (guitarra), Dan Winslow (guitarra rítmica y voz), Bob Reed (bajo) y Steve Waher (batería y voz). El grupo tocaba surf, a pesar de su lejanía de las playas, pero incluía en él muchos elementos del rock de garage.
La demanda por su música creció. Las presentaciones en clubes aumentaron y el sello Diehl les pidió un segundo track. Así que mientras estaban en el camerino del Chubb’s Ballroom decidieron grabarlo ahí. Al baterista se le ocurrió juntar dos temas que le gustaban mucho de otro grupo llamado The Rivingtons, los mezcló, aceleró y anexó su voz, una risa de loco y algunas onomatopeyas. El grupo se encargó de distorsionar el sonido, saturar las bocinas y ponerle dinámica y estamina al asunto.
Un hit instantáneo. “Surfin’ Bird” llegó a las listas de popularidad y no hubo grupo amateur o fiesta estudiantil que no la tocara o exigiera en todos los rincones de los Estados Unidos. Un surf-rock caracterizado por su velocidad, experimentalismo lo-fi y primitivismo rítmico. Otra piedra angular para el rock de garage y proto-punk que desde entonces no ha dejado de versionarse como por los Beach Boys, The Cramps, Sodom o los Ramones, por ejemplo.
Estos grupos tocaban en los circuitos juveniles de su localidad, pero su originalidad al matizar los temas con efectos sonoros, riffs y la frescura en las voces, además de su ímpetu, les atrajo una audiencia fiel y creciente. Creció así la popularidad del garage.
VIDEO SUGERIDO: Sonics, The Witch, YouTube (blacflag)
No hay mejor manera de enfrentar la crisis, cualquier crisis, que empaparse con un buen y solidario rock’n’roll primigenio, donde es seguro que se produzcan los excesos que alivian: desde el flujo de la adrenalina hasta en la cantidad de cervezas o whisky consumidas. Una buena dosis de ello se encuentra (y se requiere como requisito para la escucha) en el disco de la banda Jim Jones Revue.
El título lo dice todo: Burning Your House Down, un álbum que agrupa más de una decena de piezas, incendiarias al por mayor, continentes de su característico y garagero punk rock blues (nombre también de la marca discográfica en la que graba). Es la continuación en la trayectoria del grupo británico tras el anterior Here to Save Your Soul, donde se reunieron por primera vez todos sus sencillos y lados B.
Es increíble –y fascinante al mismo tiempo—, constatar como Jim Jones, que fuera cantante de Thee Hypnotics (uno de los poderosos representantes del rock de garage británico y del sello Sub Pop durante la década de los noventa, así como de los posteriores Black Moses), tiene la fórmula para levantar y elevar a un ánimo decaído y colocarlo en el más alto nivel vital.
Su música agarra y transporta como un bólido que anda en busca del asfalto donde lucirse. Música para inflamar cualquier reproductor de sonido que le pongan por delante.
Jones formó parte de aquel conglomerado (Thee Hypnotics) entre 1989 y 1994, y grabó con ellos en primera instancia un par de discos y un E.P. que los inscribieron con calificación de sobresalientes en la refrescante ola de garage de la Gran Bretaña.
Sin embargo, durante la gira promocional por la Unión Americana de Come Down Heavy (de 1990) el baterista sufrió un accidente automovilístico que lo inutilizó de por vida para la música. Y aunque continuaron grabando y presentándose en conciertos ya no fue lo mismo, el impulso mermó. Tras un par de álbumes más y varios cambios en la formación el grupo se disolvió.
Sin embargo, Jones continuó dentro de la escena con los mencionados Black Moses, que se dedicaron más bien al público de los clubes pequeños londinenses, con un perfil bajo.
Y así se mantuvo hasta que en el 2004 formó una nueva agrupación junto a Rupert Orton, Gavin Jay, Nick Jones y Elliot Mortimer, a quienes les propuso rebuscar en aquel espíritu indomable que se percibe en los primeros tiempos y grabaciones del r&r. Así que luego de un par de ensayos… ¡zaz! Apareció la Jim Jones Revue, nombre con el que se presentó por vez primera en el club Not The Same Old Blues Crap de la capital inglesa.
Cubrieron todo el circuito punk y garagero de las islas con presentaciones intermitentes en el continente europeo (en festivales genéricos o como teloneros para otras agrupaciones).
En el 2008, tras cumplir personalmente veinte años dentro de la escena rockera, Jones decidió grabar por fin su primer disco con esta banda: The Jim Jones Revue (en el sello Punk Rock Blues Records), con el cual obtuvo un reconocimiento que le permitió brindar más conciertos y una regularidad para solidificar su idea musical.
VIDEO SUGERIDO: 01 Jim Jones Revue – Big Honk O’Luv, YouTube (bastiduxxx) / o The Jim Jones Revue at Dirty Water Club, YouTube
En el ínter grabaron una buena cantidad de singles que vendían durante sus presentaciones (y que luego se recopilarían en el álbum ya citado). La veteranía de Jones los ancló en la mera alma del género. Matizando: en este tipo de rock se suscribe el mismo conjunto de conceptos: pasión, energía, actitud, espíritu, los pruritos por excelencia de las raíces.
Su crudeza apasionada hace caso omiso de la mesura, como en los tiempos más remotos. Es el aquí, ahora y se acabó (en un siempre omnipresente, sea retro o de avanzada).
La barbarie de la Jim Jones Revue mantiene incólume las constantes originales: en lo físico (ruidoso, desaliñado— y urbano), en lo espiritual (energético, crudo, primitivo) y en sus vibraciones temporales. Dichas constantes lo legitiman.
Una banda como ésta tiene bien identificado su ADN, sus influencias y sus fuentes, sus piedras de toque: The Birthday Party, Johnny Thunders, The Gun Club, el noise de The Sonics y los pilares fundamentales del r&r. Todas estas músicas les han proporcionado el sustento.
Por todo ello, el de esta revue es auténtico rock primigenio, vigoroso tanto en las incendiadas teclas como en los brillantes y concisos riffs, sobre los que se estructura. Asimismo está la voz de Jones, que se autocombustiona en cada canción. Por otro lado, ver al grupo en vivo intensifica la experiencia, resulta más contundente: el placer de la exuberancia se extiende.
Para mí, en una superflua votación para elegir lo mejor del cierre de la primera década del siglo XXI, la Jim Jones Revue se perfilaría, con Burning Your House Down, entre los primeros lugares. Por su música, por sus actuaciones (que por fortuna se pueden constatar en video), pero por encima de todo por su actitud.
Hay quien dice que se le puede comparar como una colisión entre Little Richard y MC5 (aunque también los hay que personifican la misma metáfora pero entre Jon Spencer y Jerry Lee Lewis). Y sólo por tal circunstancia merecería la pena intentar escucharlo o adquirir un disco suyo en estos tiempos, para combatir el estrés producido por todo lo que nos rodea. Es el exceso puro. Rock’n’roll, el antidepresivo por excelencia.
VIDEO SUGERIDO: Jim Jones Revue – Burning Your House Down, YouTube (worldwideviral) / o Jim Jones Revue – High Horse // Mahogany Sessions, YouTube (themahoganysessions)
“Louie Louie” es una pieza que la vida transformó en estandarte, himno, y un clásico del cóver de todos los tiempos. Su creador original fue Richard Berry, quien escuchaba “Havanna Moon”, un tema de Chuck Berry (sin parentesco) del que le encantaba la atmósfera y el ritmo.
Richard Berry fue un cantante y compositor de rhythm and blues que nació en Nueva Orleáns, pero que en 1955 decidió cambiar del estilo doo-wop que lo caracterizaba al rock and roll y compuso la pieza “Louie Louie” inspirada en aquella vieja tonada de Chuck Berry.
La canción original trataba acerca un marinero jamaicano que le platica al cantinero de un bar, de nombre Louie, sus penas amorosas. Un tema naive con un ritmo pegajoso que fue un éxito local y luego pasó al olvido. Hasta que en 1963 lo retomaron los Kingsmen y todo explotó.
The Kingsmen, originarios de Oregon, hicieron un cóver con el sonido del garage primigenio –sección rítmica muy marcada, enfático riff y un solo de guitarra enloquecido- y adaptaciones fugaces a las letras con dobles sentidos de carácter sexual.
El asunto inmediatamente atrajo a las audiencias adolescentes como oyentes e intérpretes de la misma. Pero no sólo a ellos. Al FBI le pareció obscena e inmoral. La investigación duró 30 meses, pero nunca pudieron enjuiciar a nadie porque las interpretaciones cambiaban de una a otra y a cual más incomprensible.
La censura, la jocosidad de sus intenciones y las ambiguas conclusiones del expediente, unidas al pegadizo tema, lo catapultaron como emblema e himno contestatario al que cada cantante o grupo a partir de ese instante pudo incluirle o cambiarle los versos a discreción.
A “Louie Louie” se le han insertado temáticas políticas, sexuales o sociales de cualquier índole, dependiendo del momento y las intenciones particulares, manteniendo la estructura de la canción. La sencillez de la misma permite la improvisación lírica y musical. Eso ha hecho de “Louie Louie” el pilar por excelencia del rock de garage.
Hay algunas canciones de las que crecen árboles frondosos y hasta inmensos bosques. Es el caso de “Louie Louie”, al que se le han hecho 1800 versiones registradas. Una pieza que nació inocente y se transformó en un clásico inmortal.
(VIDEO SUGERIDO: Louie Louie The Kingsmen (Stereo), YouTube (Smurfstools Music Time Machine)
Fue dos años después de su muerte, en 1962, que el escritor alemán Hermann Hesse alcanzó la divulgación global de su obra (falleció en Montagnola, Suiza, su patria adoptiva). Esta difusión se inició durante la guerra de Vietnam, al convertirse (el autor y sus libros) en un símbolo de identificación para el movimiento juvenil (la contracultura específicamente) que se rebeló contra esa guerra, tanto en los Estados Unidos como en diversas geografías.
Al respecto, Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura, escribió de Hesse que, una vez desaparecido, al autor le sucedió «lo más grande que puede sucederle a un escritor: ser adoptado por los jóvenes rebeldes de medio mundo y convertido en su mentor. Eran los años sesenta, los de la revolución psicodélica, de la sociedad tolerante y la evaporación de los tabúes sexuales, del espiritualismo y la religión pacifista.
“El culto de los jóvenes novísimos por el autor suizo-alemán me intrigó y volví a leerlo –dijo Vargas Llosa–. Era verdad, tenían todo el derecho del mundo a entronizar a Hesse como su precursor y su gurú. Fraguó una fábula contra el pesimismo y la angustia en un mundo que salía de una tragedia y vivía en la inminencia de otra, Hermann Hesse anticipó un retrato con el que iban a identificarse los jóvenes inconformes de la sociedad afluente medio siglo después».
El acicate de Hesse para vivir con autodeterminación (contracultural) y en forma opuesta (contestataria) a la sumisión hacia la autoridad, así como las soluciones ideológicas de corte universal, explican su fuerza de atracción sobre las nuevas generaciones. A la creciente desorientación él contrapuso una imagen global en la que se mezclan tradición y modernidad, ética y estética, de un modo por demás futurista.
A diversos rincones del mundo siguen llegando sus ecos, y con el mismo apelativo de una de sus novelas se han creado grupos de rock y solistas llamados Siddhartha, como reconocimiento al autor de la misma. En España (Asturias) existe Siddhartha & The Kashmir Band, de rock y balada pop; en los Estados Unidos (Detroit) está el grupo de garage comandado por el cantautor Marlon Hauser, con dos discos en su haber: el homónimo Siddhartha e If It Die; en México (Guadalajara), con el mismo nombre y dos discos instalados en el indie: Why You? y Náufrago y, en las antípodas eslovenas una banda con amplia historia y reconocimiento internacional por su original sonido.
Siddhartha es un grupo de hard rock y gótico de Eslovenia, considerado como el más importante de aquella joven república centroeuropea (formada apenas en 1991, tras deslindarse de la antigua Yugoslavia), codeándose con Liebach y Magnífico.
Se fundó en 1995 bajo el nombre del libro de Hesse. En sus orígenes fue una agrupación standard, con dos guitarras, bajo y batería, pero luego del agregado de un tecladista y un sax obtuvieron un sonido distintivo. Tras varios cambios en su configuración a lo largo del tiempo, los integrantes actuales son Tomi Meglič (guitarra y voz), Primož Benko (guitarra y coros), Jani Hace (bajo), Tomaž O. Rous (teclados), Cene Resnik (sax) y Boštjan Meglič (batería).
El Siddhartha esloveno se mueve bajo la batuta estética de Tomi Meglič, quien es el autor de casi todas las letras del conjunto. Este escritor pertenece, a su vez, a la selecta asociación de poetas eslovenos. El carácter simbolista de su lírica, cuya evolución se puede seguir a través de los discos ID, Nord, Rh, Petrolea, Saga, VI e infinidad de EP’s y remixes, habla de un mundo extraordinario y complejo, oscuro, con tradiciones ancestrales en las que conviven el horror y la lealtad, la traición y la amistad, el amor, la crueldad, el humor negro y la muerte.
Meglič pertenece a esa clase de autores que busca la eficacia del auténtico fabulador. Fiando la mirada a la imaginería de la palabra tanto para describir como para marcar a los sentimientos y personajes que habitan sus canciones.
El alma ubicua de Hesse está presente, pues, también en la obra de esta banda que ha mostrado desde su fundación un gran poder expresivo.
VIDEO SUGERIDO: Siddharta – Ledena (oficial video) – Album Infra, YouTube (Nika Records)
La pieza “You Really Got Me” de los Kinks brindó también alimento al big beat británico: los tempranos Who se beneficiaron del invento de Dave Davies en la amplificación y distorsión, por ejemplo; de su estilo, producción y grabación. Shel Talmy, productor de los Kinks, les editó su primer sencillo en 1964.
Con su irresistible energía, conciencia arcaica de lo que es la juventud (con sus confusiones mentales, sexuales, etcétera) y una variedad ilimitada de estilos se escribió la historia de este cuarteto londinense, que se convertiría en epítome del rock de garage, del mod, del hard, la New Wave, el punk y el brit pop.
Los exaltados espectáculos en vivo de los Who (durante su primera década fue considerada la banda más ruidosa del mundo con los 130 decibeles de sus presentaciones), con rotura de instrumentos, movimiento de brazos en “remolino” al tocar la guitarra, además de una imagen acorde con la moda, tendencias desafiantes (temáticas sensibles e inteligentes) y las excentricidades de sus integrantes, conjugados con el poder de observación del guitarrista Pete Townshend, así como su extraordinario talento para escribir canciones, hicieron del grupo una referencia vital.
Los agudos análisis de Townshend, el genio narigón, figuran entre las declaraciones más importantes de los últimos 50 años del rock, al lado de Lennon/McCartney y Jagger/Richards. Ya sea que Townshend hablara de los mods, los hippies o toda la sociedad, su estilo autocrítico y caricaturesco también daba rienda suelta a sus propias frustraciones, fantasías y experiencias.
La fuerza que empujó, después de Townshend, a los Who siempre fue Keith Moon (el icono del baterista de rock por excelencia y fan absoluto del surf rock californiano) que aparte de brillante instrumentista puede considerársele el mayor generador de comportamientos acordes al status rockero (inició los tópicos del mismo): de las poderosas y enloquecidas actuaciones en el escenario hasta la destrucción material y personal, que lo inscribieron en la historia del género.
Pero sin el grupo, en conjunto como portavoz, el futuro precursor de las óperas rock posiblemente no hubiera llegado tan lejos. El cantante Roger Daltrey, el bajista John Entwistle y el mencionado baterista, la formación clásica de su época sesentera, poseían cualidades catalizadoras para el talentoso compositor. De la primera sesión en junio de 1964, cuando se llamaban High Numbers, hasta la grabación de Tommy, abarca el círculo con influencia en el garage de uno de los más legendarios grupos ingleses.
The Who se transformaron de esforzada banda mod en el grupo de rock de estadio que literalmente atropelló a Estados Unidos en sus giras, a partir de la ola inglesa. Fueron símbolo de una generación de jóvenes que se carburaban con anfetaminas y ginebra hasta el desmayo. Son más que historia y su legado sigue siendo actual.
The Who han sido retomados por el glam, el hard, punk, new wave, brit pop y el garage en sus sucesivas oleadas y subgéneros.
VIDEO SUGERIDO: The Who – My Generation, YouTube (polydorclassics)
Una vez que el doo-wop desembarcó en New Jersey fueron los italoamericanos, en específico, quienes lo tomaron para sí y lo unieron a sus propias tradiciones vocales. Pulularon entonces los cuartetos por doquier. No había bar, club o auditorio donde no se presentaran constantemente formaciones de dicha naturaleza ambientando a los públicos tanto nativos como vacacionales.
Sin embargo, fue el de Frankie Valli & The Four Seasons el que destacó sobre todos los demás. Y el que impuso las pautas a seguir de lo que sería una marca del estado con registro de autenticidad en el origen.
El cantante Frankie Valli (cuyo nombre real es Francis Stephen Castelluccio) fue el centro de atención de los Four Seasons, un cuarteto que durante los años sesenta, y luego de manera discontinua en los setenta, colocó infinidad de éxitos en los más altos lugares de la listas de popularidad, con su característico sonido (aportación al doo-wop blanco), apuntalado por el reconocido falsete de Valli.
El grupo se fundó en 1960 cuando Valli conoció a Bob Gaudio (tecladista y voz tenor procedente de los Royal Teens) tras una fallida audición y crearon la Four Season Partnership (aunque uno de sus primeros nombres también fue el de Four Lovers). A ellos se unieron Tommy DeVito (guitarrista y barítono) y Nick Massi (en la guitarra y voz baja).
Después de varios intentos por conseguir un éxito a lo grande, el grupo lo obtuvo nacional e internacionalmente, a principios de los sesenta con el sencillo “Sherry” (de 1962), que llegó a número uno de los Estados Unidos. Al que seguiría una larga lista de temas que cubrirían aquella década con su presencia.
VIDEO SUGERIDO: Four Seasons Sherry Original Stereo, YouTube (HoraceWinkk)
La biografía musical de sus miembros se había cultivado al otro lado del río Hudson, en el aún desconocido estado verde que se estira a la sombra de Nueva York: Nueva Jersey, donde se cultivó aquel sonido que algunos dieron en llamar italoamericano.
Éste, como ya he dicho, provenía de la influencia del doo-wop negro llegado de la parte baja de la Costa Este, con sus tres vertientes principales: el gospel, el blues y la balada sentimental. Fue esta última afluente la que retomaron los jóvenes blancos de Jersey y la cultivaron con esmero y mucho estilo.
Con padre y madre reconocidos, este sonido, que tiene el nombre de Jersey Shore, bebió del R&B caracterizado por el uso de los teclados, una cuidada instrumentación (que incluye metales) y con el aprecio por las armonías vocales.
El fundamento de los Four Seasons proviene, pues, de aquella aportación italoamericana y muchas de sus canciones fueron algunas de las primeras en retratar con romanticismo la vida urbana cotidiana formada, especialmente, por las esperanzas y los fracasos de los jóvenes de aquel sector mayoritario que vivía en Nueva Jersey y trabajaba en sus fábricas, talleres y tiendas o estudiaba en sus recintos.
Estas vivencias sonorizadas por los Four Seasons, que se movían al compás de las primeras grabaciones de los Beatles y la Motown, crearían escuela sonora y una lírica de tono épico que más tarde serían proyectadas por sus muchos y brillantes herederos.
Cuando el grupo se disolvió en los setenta (aunque luego ha tenido varios renacimientos), tras cambios en el personal, mánagers y demás interesados, Frankie Valli mantuvo una ambivalente carrera como solista. En su bagaje destaca, entre otras cosas, la aportación que hizo para la película Grease (Vaselina) con el tema principal de título homónimo. Este acercamiento a la pantalla culminó en los últimos años con sus apariciones en la serie de Los Soprano como uno de los capos de la mafia de Nueva York.
Los Four Seasons, con sus miembros originales (los del sexenio 1960-1966) fueron adscritos al Salón de la Fama del Rock & Roll en 1990 y una década después al del Vocal Group. Hasta la fecha la cantidad aproximada de discos vendidos por ellos se estima en los 100 millones, todo un récord.
Broadway recuperó su historia con el musical Jersey Boys, un éxito en la temporada de 2007 (Clint Eastwood la hizo para el cine). Lo cual sirvió para hacer justicia a Nueva Jersey, como una tierra que ha destacado por su aportación a ese fantástico subgénero doo-wop, cargado de romanticismo.
VIDEO SUGERIDO: 1965 – Let’s Hang On – FRANKIE VALLI & THE FOUR SEASONS – YouTube (campodegibraltar1959)
The Yardbirds era un grupo británico de amantes del blues primigenio al que Eric Clapton vino a darle volumen, amplificación, el protagonismo de la guitarra, un repertorio más amplio con sabor al Delta del Mississippi, y sentó, con sus cuerdas, las bases de un estilo para ellos. Era 1964.
Presionados por la disquera para que entraran al gran mercado estadounidense, la mayoría de los miembros del grupo aceptó grabar un tema de acercamiento al pop que marcaría la pauta para el grupo en los años siguientes. Pero que provocó la ruptura con Clapton.
La última aportación de Clapton a los Yardbirds fue el recomendado para sustituirlo: Jeff Beck. Y con él el uso de la abstracción conceptual, la mezcla de blues, rock y pop de manera experimental, la psicodelia, el feed back, la distorsión y la improvisación virtuosa para brindar mayor fuerza.
La de los Yardbirds no es una historia lineal en su desarrollo sino de momentos evolutivos, prodigiosos y seminales. Con cambios de personal y rumbo, de Clapton a Beck, de éste a Jimmy Page, y resueltos con pinceladas de genialidad. En su trilogía de guitarreros se fundamentó el desarrollo del instrumento como guía para el rock.
A los jóvenes ingleses les gustaba la música y cantar. Y Eric Burdon lo hacía a la salida del trabajo en Newcastle. Hacía grandes coros en las tabernas acompañando la voz de Little Richard, John lee Hooker, Chuck Berry, Sam Cooke, Ray Charles, a los negros de la Unión Americana.
Así se aficionó por esos sonidos, por esa vitalidad y energía. Y como una cosa lleva a la otra, decidió unirse al grupo de Alan Price, Rhythm and Blues Combo, en 1962. Al entrar Eric cambiaron su nombre al de Animals y fundamentaron la música en sus ídolos. (“Babe Let Me Take You Home”, The Animals. t5 d1 Complete Animals 2’23”)
Los jóvenes que blueseaban en aquella Inglaterra de posguerra, como The Animals, se hicieron conscientes de las realidades del mundo. Ya no se pudo decir que los blancos eran incapaces de tocar o cantar el blues. Ya no era una cuestión de raza o de color, sino de actitudes ante la vida.
The Animals tuvieron su primer ciclo entre 1962 y 1966. La voz de Burdon y los teclados de Alan Price resultaron un referente para infinidad de grupos de garage estadounidenses, mientras el bajo de Brian “Chas” Chandler se hizo omnipresente.
Yardbirds y Animals fueron grupos señeros para la primera generación de garageros en los Estados Unidos. Su estela aún permanece.
VIDEO SUGERIDO: The Yardbirds: Heart Full Of Soul: Live 1965: Shindig!, YouTube (Zacky Dog)
La originalidad del dúo de Jan Berry y Dean Torrence emergió en 1958 con los arreglos surfin’, las armonías vocales, coros y el uso del falsete. Su música fue un auténtico soundtrack de la diversión veraniega: canciones llenas de briza marina, rayos de sol, olas, tablas de surf, bikinis, fiestas playeras nocturnas y carreras de coches.
La aparente superficialidad temática estaba apoyada por la producción cuidada, nítida y compleja de Jan Berry. Su trabajo impactó al jovencísimo Brian Wilson, otro californiano con aspiraciones musicales, que se volvió amigo de Berry y logró colaborar en la construcción de algunos éxitos del dúo.
“Dead Man’s Curve”, continuó la cadena de logros. Esta última canción relataba el accidente fatal de un joven corredor de hot rods, y que a la postre significó el tema de despedida del dúo cuando en 1966 el propio Berry sufrió tal accidente mientras manejaba su auto deportivo.
Berry sobrevivió al accidente aunque con una marcada paralización en sus capacidades cerebrales, lo que obligó a la disolución del binomio. De cualquier modo Jan & Dean fueron una influencia determinante en el surf de aquellos años (con su omnipresente y determinante atmósfera conceptual).
Jan & Dean influyeron en Brian Wilson a la hora de formar un grupo con sus hermanos en Los Ángeles, alrededor de 1960. Se sentía muy impresionado por ellos y por los grupos vocales The Four Freshmen y Hi-Los y decidió fundar un quinteto semejante. Se llamaron The Beach Boys.
Esta canción, original de Brian, reafirmó la imagen del grupo como unos muchachos estadounidenses despreocupados y alegres para quienes la vida significaba ir a la playa, andar en coche, ligarse a las chavas y surfear. El papá de los Wilson, les consiguió un contrato para grabar con Capitol.
«Surfin’ USA» manifestó cuáles eran las raíces de Brian Wilson. La pieza fue copiada prácticamente nota por nota de «Sweet Little Sixteen» de Chuck Berry. Brian le agregó armonías vocales, adaptó el texto a sus propias ideas y creó una producción de sonido ligero. El patrón para un nuevo género, el surf-rock.
Después de «Surfin’ USA», una serie de sencillos entraron a los primeros diez lugares en los Estados Unidos: en este periodo, los Beach Boys grabaron 12 discos para la Capitol Records, entre ellos un tema muy exitoso.
Los Beach Boys, como sus antecesores, Jan & Dean, influyeron en el pop con los manejos de la melodía y en el garage proto punk a futuro con los ritmos rápidos, machacones, herencia del rock and roll, el punteo frenético en la guitarra principal y el bajo, uso de efectos como el tremolo y la reverberación que en aquella época comenzaron a ser incluidos en los amplificadores.
Sin Dick Dale, Jan & Dean y los Beach Boys no hubieran existido los Ramones, los B-52’s, The Cramps ni Weezer o Supergrass. Sin embargo, hacia el final de 1964, el sonido de la playa agonizaba, mientras los meteorólogos vaticinaban la llegada de una inmensa ola venida de Albión.
VIDEO SUGERIDO: The Beach Boys – California Girls, YouTube (Anthony Pascal)
El mar sigue yendo y viniendo con sus olas y mareas en su incesante servicio a los hombres. Se encuentra pleno de sus recuerdos y de los barcos que los han conducido a través de él. Éstos son como piedras preciosas que brillan en la noche de los tiempos bogando con sus redondeados cascos llenos de tesoros.
Han trasportado reyes y personajes con innumerables títulos, así como donnadies que querían ser algo en cualquier gigantesca aventura. Todos empeñados en ellas, con sus fulgores y esperanzas y en muchas otras, plagadas de oscuridades, de las que muchos jamás han vuelto.
Joseph Conrad, que sabía largamente del asunto, escribió que “los barcos son muy semejantes los unos a los otros y el mar siempre es el mismo, pero no hay nada misterioso para el marino fuera del propio mar, que es el amor de su vida y tan inescrutable como el destino”.
A su vez, otro enterado como Samuel Johnson explicó que un barco tiene la desventaja añadida de ponerte en peligro y que a “esos hombres a los que llega a gustarles la vida en el mar es porque no son aptos para vivir en tierra”. De ahí las fascinación que siempre han despertado cualquiera de sus historias, de sus andanza y de sus cantos.
De ahí que la literatura las haya recogido a lo largo de las épocas, con perlas surgidas de las plumas de Jules Verne, Robert Louis Stevenson, Emilio Salgari, Joseph Conrad, Herman Melville y tantos otros. Creadores de una narrativa que ha colmado la imaginación de millones de lectores.
Pero tales relatos, verídicos o ficticios, han saltado de sus páginas también a las pantallas cinematográficas y desde el comienzo de esta forma de arte hay películas cuya vinculación con el mar ha sido interesante, divertida y eterna.
No es el caso de Piratas del Caribe. Esa saga ideática fabricada por el actor Johnny Depp. Desde que se estrenó la primera entrega, La maldición de la perla negra (2003), ya se preludiaba el esperpento en el que se convertiría al estar fundamentada en un parque temático de Disney.
Pero no sólo por eso, las expectativas eran demasiado grandes dado el tiempo que había pasado desde la última buena película del género pirata y del de aventuras en general (la última de Indiana Jones ya quedaba lejos). Es decir, la espera por un pirata con carisma, digno y trascendente resultó en una decepción de tintes colosales, la cual crece con cada nueva entrega.
A pesar de la aplastante publicidad, propaganda y comercialización con cada una de ellas, no logran tapar su patetismo: un ridículo capitán con una espada sin filo hace que el encanto que pudiera despertar tal personaje en la imaginación se evapore; que la aventura naufrague en el aburrimiento y que, por primera vez en la vida, los niños sientan vergüenza con soñar en ser piratas.
Dicho fracaso tiene dos causas y la misma: Johnny Depp, como actor y como seleccionador de guiones. O sea que Jack Sparrow no sabe ni leer. Depp hace mucho que se bajó del tren que lo llevaría a convertirse en el actor que todos creían que llegaría a ser, incluso él mismo. El camino del exceso no lo ha llevado al palacio de la sabiduría, al contrario.
Su persona es más citada por sus digresiones de nota rosa que por su obra artística. A cambio, un efecto colateral. Su amistad con rockeros y escritores se ha convertido en su mayor gracia. Y el mejor título y legado de la saga Piratas del Caribe no es fílmico sino sonoro, gracias a ello.
El nombre de las aventuras: Rogue’s Gallery y Son of Rogue’s Gallery. Dos enormes antologías de “baladas piratas, canciones sobre el mar y cantos marineros”, que son un auténtico tesoro en más de un sentido: cultural, testimonial, de aglutinamiento talentoso y una herencia más del rock al mundo que le ha tocado vivir.
VIDEO SUGERIDO: Gavin Friday: Baltimore Whores, YouTube (wolfgpunkt)
Así que olvidémonos del Jack Sparrow cinematográfico y concentrémonos en el Johnny Depp rockero, productor de discos, de alma musical, guitarrista amateur y con la capacidad (finalmente le queda alguna) para reunir en torno a sí a la gente adecuada para realizar un proyecto magno.
Del barco ebrio que era Depp en el 2006 y en compañía del director Gore Verbinski, que quizá también lo estaba, al fondo de un vaso de ron encontraron afinidades y gustos selectos: las canciones sobre el mar y las cantadas tradicionalmente por los marinos.
Finalmente estaban en eso, en narrar las aventuras de aquellos hombres turbios que preferían ser marginales, outsiders, oportunistas y arriesgados, en un tiempo en el que los imperios se repartían y expoliaban las tierras lejanas bajo su férula. ¿Por qué no beneficiarse con aquello también?
Y recordaban aquello de “Ladrón que roba a ladrón…” y se embarcaban en barcos de nombres épicos, dirigidos por capitanes que no lo eran menos, bajo la bandera de la calavera y los huesos o las espadas. Las promesas eran todas (tesoros, riquezas, estilos de vida diferentes), los resultados imprevistos.
Viajaban salidos de los puertos británicos y en el Océano Atlántico, islas caribeñas y Golfo de México, forjaban sus destinos (otros lo hacían en las aguas de Indochina), peleaban sus batallas y se enfrentaban con temor a un amor común: el mar.
Y entre una y otra cosa cantaban y contaban infinidad de historias, deseos, fantasías, experiencias tabernarias, prostibularias, portuarias, de mar y tierra adentro. Pagadas o no sus cuentas al porte de espadas, cuchillos, miembros amputados, pólvora y sabor a sal. Con esa sed eterna del marinero que regresa, cuando lo hace.
De eso hablaban Depp y Verbinski con una botella de ron semivacía y Johnny sacó no su espada blandengue sino su teléfono y marcó el número de un amigo rockero y éste le dio el nombre secreto: Hal Willner, el hacedor de milagros sonoros, capaz de buscar y extraer tesoros de todas las playas.
Willner ya lo había hecho con los tributos a Kurt Weill, Leonard Cohen, Nino Rota o Thelonious Monk o el cancionero de Disney o producido álbumes de William Burroughs, Allen Ginsberg o del mismísimo Lou Reed). Puros doblones de oro en el cofre de tal convocado.
Así que el añoso Hal escuchó la propuesta, se mesó la barba, escupió alguna maldición y se entusiasmó como un viejo capitán al que le ofrecen una nave, con artillería pesada, gran velamen y la posibilidad de armar la tripulación a su gusto y discreción. No habría límites entre el rock y el mar.
Entre el barco, un espacio angosto, opresivo y lleno de violencia −larvada y tangible− por un lado, y el mar infinito, por otro, está el tercer elemento en juego, los hombres y su eterna lucha entre el bien y el mal, azuzada por deseos insatisfechos e inconfesables o expresos y literales.
¿Y qué hacen éstos mientras tanto?: contarlo mientras cantan, de manera llana y lisa, cruda y aprehensiva o jocosamente. Todo este material reunido por los años y la trasmisión oral es estudiado por Willner, Depp y Verbinski, seleccionado y designado a los músicos pertinentes.
Es especialmente extraordinaria la dupla compuesta por Tom Waits y Keith Richards, quienes interpretan “Shenandoah” (una canción tradicional que se hizo popular entre los marinos a finales del siglo XIX), una melodía crepuscular que ilumina con su terror unas aguas que parecen tranquilas.
Pero igualmente extraordinarios son los retratos de aquello que componen voces reclamadas para el llevar a cabo el trabajo: Nick Cave (“Fire Down Below”), Gavin Friday (“Baltimore Whores”), Jack Shit (“Bonnie Was a Warrior”) y Jarvis Cocker (“A Drop of Nelson’s Blood”), en el primer y segundo volúmenes de Rogue’s Gallery (ese antiguo fichero policiaco con fotos y antecedentes de los criminales más buscados).
En ellas suena lo torturado de lo intrínsecamente maligno o melancólico, más víctima de tales sentimientos y experiencias que de las conclusiones cínicas de un mero desalmado. Los temas transmiten lo espontáneo sin imposturas, con humor negro (en ocasiones) y cargando las tintas cuando es necesario.
Y si en esa primera colección destacan además de los ya mencionados, Richard Thompson, Brian Ferry, Sting, Bono o Lucinda Williams, entre otros, que entreabren muy bien ese interior pirata poblado de zonas de sombra, también lo hacen, por otro lado, con su asoleada y atemorizante apariencia exterior.
Willner lo adorna todo con el fulgor de sus estrellas, sin esconder turbiedades. Todos están asociados en este avistamiento y abordaje y acaban compartiendo un vocabulario exclusivo, compuesto de historias, palabras y melodías.
Lo que acentúa su condición de triángulo (mar-barco-filibusteros) que encierra destinos entrelazados y llamados a enfrentar cualquier tormenta. Y lo hacen también en la segunda entrega (del 2013) denominada Son of Rogues Gallery.
En los dos volúmenes que la componen hay cerca de 40 tracks en donde se dan cita nombres como Shane MacGowan, Robyn Hitchcock, Iggy Pop, Patti Smith, Michael Stipe, Dr. John, The Americans, Courtney Love o Todd Rundgren.
Todos ellos han venido a redimir los pecados pasados de Piratas del Caribe −y a aliviar los posibles futuros− con unas antologías fantásticas y llamadas a perdurar largo tiempo en la memoria.
Los músicos y productor mencionados, y todos los demás que las componen, no solo han sorteado la amenaza de ahogarse con Depp, sino que han mantenido la obra en general muy por encima de la línea de flotación, y al público atento a cuanto cantan, justo donde el mar se hace más profundo.
VIDEO SUGERIDO: Son Of Rogues Gallery – “Shenandoah”, YouTube (antirecords)