HISTORIA DE UNA CANCIÓN: «TWIST AND SHOUT»

Por SERGIO MONSALVO C.

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Ritchie Valens fue inscrito en el Salón de la Fama del Rock en el año 2001. Llevaba muerto más de 40 años. Lo hizo junto a un grupo de ilustres genéricos también adscritos: Aerosmith, Solomon Burke, The Flamingos, Queen, Paul Simon, Steely Dan y los Talking Heads. Sólo palabras mayores. Valens quedó adscrito en las categorías de Rock and Roll y Latin rock.

Con ello recibió oficialmente el reconocimiento que ya había obtenido desde el final de los años cincuenta como pionero del naciente ritmo. A los 17 años, cuando falleció, ya había puesto también sólidas bases para el surgimiento del rock chicano, cuya influencia quedó marcada de manera inmediata en diversos ámbitos de la música posterior, del Brill Building al soul, de la música pop al rock de garage, del frat-rock al punk.

Y lo hizo a través de la mejor forma de evocar a sus raíces (mexicanas), modernizándolas y quitándoles el polvo folklórico. Para su experimento vanguardista utilizó la sencilla (que no simple) herramienta de “La Bamba”, un son jarocho en sus orígenes, un estilo de música popular oriundo del estado de Veracruz, en México. Una zona rica en influencias tanto africanas como afrocaribeñas.

“La Bamba” es el summum de la innovación que Valens llevó a cabo para el inicio de lo que actualmente se conoce como rock chicano. Tal innovación fue el resultado de un combinado híbrido en la que se citaban los ritmos del doo-wop y el rock & roll con los del huapango. Dicha mixtura de una pieza netamente tradicional representó (y lo sigue haciendo) la amalgama de esas dos culturas en las que ese artista había crecido: la mexicana (por vía paterna) y la estadounidense (por nacimiento y desarrollo).

El impacto de aquella canción fue importante y su reverberación continúa hasta la fecha. Pero por entonces, influyó en la manera de componer. La primera derivación de aquello fue un tema compuesto por el tándem Phil Medley y Bert Russell, que continuaría con esa proyección y proporcionaría material para el futuro.

La extraña circunstancia de entonces, cuando se había cumplido casi totalmente con el expediente secreto contra el rock y sus divulgadores (músicos, Dj’s y promotores culturales, entre otros), convirtió la geografía del Tío Sam en la Tierra de las Mil Danzas, y todas las compañías discográficas estaban empeñadas en descubrir el siguiente ritmo que cubriera el nicho afectado.

Aparecieron por doquier infinidad de variedades musicales que querían poner a todo el mundo a bailar. Surgieron por ahí el shuffle, el continental walk, el hanky panky, el limbo rock, el shag, el madison, el jerk, el duck, el watusi, el mashed potatoes, el stroll, el hully gully y, sobre todos, el twist, que fue el que prevaleció entre aquel bosque sonoro.

Los temas que lo sustentaron fueron muchos y diversos, tanto que con su calidad fijaron su lugar en la historia de la música, y del rock en particular (que reviviría un año después, allá en la comarca de Albión). Entre su largo listado, hubo una canción que al instante se convirtió en un standard para todo grupo, tanto para animar como para cerrar sus presentaciones: “Twist and Shout”.

La pieza fue titulada originalmente como “Shake It Up, Baby”, y grabada en primera instancia por el grupo The Top Notes (el 23 de febrero de 1961); casi enseguida fue versionada y conocida mundialmente por The Isley Brothers y a la postre con los Beatles.

El patrón de su armonía, melodía y ritmo estaba inspirado en las progresiones armónicas de la música latina, cuyo exponente más evocativo fueron los acordes de la canción tradicional mexicana titulada “La Bamba”, que había popularizado Ritchie Valens en la Unión Americana en 1958.

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En 1961, un año después de que Phil Spector se convirtiera en parte del equipo de productores de la compañía Atlantic Records, se le preguntó si podía producir un sencillo para un prometedor grupo vocal llamados los Top Notes (a veces llamados también Topnotes): se trataba de “Shake It Up, Baby”.

Esto sucedió antes de que Spector perfeccionara su técnica conocida como Wall of Sound, por lo que la grabación careció de la energía demostrada por el grupo en sus actuaciones en vivo. Cuando uno de sus compositores, Bert Berns, escuchó la mezcla final, le dijo a Spector que había arruinado la canción y predijo poco éxito para el sencillo. Así sucedió, pero el compositor no se dio por vencido.

Cuando los Isley Brothers andaban de capa caída y sin haber obtenido ningún hit reciente, le comunicaron a la compañía que habían decidido grabar su propia versión de aquel tema, comenzaba a correr el año de 1962. Berns optó por producirla él mismo y mostrarle así a Spector cuál era el sonido que él hubiera querido para la grabación primera. De tal forma, la canción se convirtió en la primera del (que sería un legendario) trío fraterno (compuesto por los hermanos Ronald, Rudolph y O’Kelly) en llegar al Top 20 en las listas del Billboard.

La versión del trío, con Ronald Isley en la voz principal, fue la primera grabación de mayor éxito de la canción. Alcanzó el puesto número 17 en la mencionada publicación y el número dos en la lista de rhythm and blues estadounidense. A partir de ahí fue frecuentemente versionada en el bienio siguiente de los años sesenta.

Según Ronald, la canción iba a ser el lado B de su disco sencillo, con “Make It Easy on Yourself” en el A (una pieza compuesta por Burt Bacharach y que había sido un éxito con el cantante Jerry Butler, quería para ese lado algo seguro). Cuando el grupo la grabó, los hermanos no pensaron que la canción pudiera tener repercusión, y que sería un fracaso al igual que la anterior ocasión, tres años, cuando grabaron “Shout” (otro clásico). Para su sorpresa, ocurrió exactamente lo contrario.

De tal manera, la festiva “Twist & Shout”, una derivación armónica de “La Bamba”, aquella pieza tradicional, se transformó en un tema del soul, con diferente lírica. Con tal forma llegó vía marítima a los puertos de Inglaterra, desde donde se distribuyó en todo pub y recinto donde hubiera una juke box y, por supuesto, a los de Liverpool.

Pasando por el molino del sonido beat de aquellos lares, la canción obró otra de sus metamorfosis. Fue uno de los mejores ejemplos de cómo los Beatles transformaban con su estilo a un tema (ya de por sí bueno) en la versión más representativa. A eso se le llama hacer arte y no sólo una imitación rutinaria.

Tras haber grabado por más de 10 horas su primer álbum, el Cuarteto de Liverpool todavía tenía aún algo de tiempo en el estudio (15 minutos), así que decidieron plasmar su habitual tema para terminar una presentación: “Twist and Shout”.

Hicieron dos tomas de la canción, pero la buena fue la primera. John tenía algo de gripa y había tomado leche y pastillas para la garganta todo el día, y cuando llegó a esta parte sabía, como George Martin y todos los demás, que su maltratada voz solo podría intentarlo una vez.

El resultado, una voz rota y desgarrada a lo largo del tema, cuyo grano movió los cimientos de la música contemporánea. Hoy en día, en la mente colectiva existe una única versión de “Twist and Shout”, la de los Beatles.

Ésta, canción con la que cierra su álbum debut, Please Please Me, fue lanzada como sencillo en los Estados Unidos por el subsello Tollie, de Vee-Jay Records. Llegó al segundo lugar la primera semana de abril de 1964, misma en que los primeros cinco puestos del Top-Ten, del Billboard, fueron ocupados por The Beatles.

VIDEO: The Beatles – Twist and Shout (HD), YouTube (SOADhaunxp)

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HISTORIA DE UNA CANCIÓN: «MISERLOU»

Por SERGIO MONSALVO C.

 

MISERLOU (FOTO 1)

 

LAS OLAS ENCRESPADAS

Estamos en 1958, en el tiempo en que Elvis Presley tiene que ingresar al ejército. Los Estados Unidos han sido permeados por estrellas del pop higiénicas, limpias y aptas para toda la familia. Sin embargo, en la población surcaliforniana de Balboa se sacude el club Rendezvouz Ballroom con el primer concierto del guitarrista Dick Dale y sus Del-Tones.

El público está formado por los tipos con los que Dick sale a “montar las olas” con su tabla todos los días. Ellos lo nombran “Rey de la Guitarra Surf”. Un par de meses después el músico atraerá a miles de personas a sus tocadas.

El guitarrista en realidad se llama Richard. Llegó a California con un carácter huraño y gustos musicales nada comunes. Por su padre libanés-egipcio está muy familiarizado con la música del Medio Oriente; debido a la influencia de su madre polaca conoce la polka.

No obstante, sus antecedentes más inmediatos son la grabación instrumental “Rumble” del también guitarrista Link Wray (quien a fin de “ensuciar” el sonido de la guitarra le abrió un agujero a la bocina, creando así el efecto “fuzz”) y el tañido vibrante de las cuerdas de Duane Eddy (arraigado en el rockabilly).

Anteriormente el nombre de Dick Dale había sido Richard Anthony Monsour, nacido el 4 de mayo de 1937 en Boston, Massachusets, quien era un guitarrista excéntrico que se consideraba el inventor del estilo surf en la música. Creó uno de los clásicos del género: “Miserlou”.

Sus piezas de rock instrumental contaban con las influencias mencionadas, así como las sudamericanas. El éxito que obtuvo a principios de los años sesenta se limitó principalmente al sur de California, pero su influencia se extendió y resultó enorme.

Dick Dale vociferaba que “la música era sexo puro y la guitarra eléctrica el rugido y murmullo del océano”. Eso es lo que pensaban los jóvenes surfeadores del sur de California, tipos bronceados que buscaban el contacto de la música con los elementos de la naturaleza. El surf (originario de Hawai) se había desenvuelto plenamente en California entre esos años cincuenta-sesenta.

El clima atrajo a muchos veteranos de las recientes guerras en el Pacífico y en Corea, quienes ya no deseaban atarse a las rutinas del trabajo fabril. A ellos se habían unido los adolescentes que preferían la tabla de surf al pupitre escolar. Eran conocidos como beach bums (vagos de playa).

Habían creado sus propias modas y normas de conducta. El vodka con jugo de naranja era la bebida preferida, que se acompañaba con un cigarro de marihuana. El vestuario consistía en shorts y camisas estilo hawaiano. El himno musical se llamaba “Miserlou”, la pieza que había grabado Dale.

La compañía Fender, a partir de ahí, comenzó a abastecer a la comunidad con las obligatorias guitarras Stratocaster y con amplificadores provistos de un aparato de eco ya instalado, los cuales resultarán característicos para el sonido de los surfeadores. En el camino abierto por Dale ya caminaban muchos grupos bajo convicciones semejantes: rendían tributo al sonido speed instrumental enriquecido por el eco.

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En el futuro cercano muchos productores verían en ello una nueva mina de oro, pero apartarían de su perspectiva el concepto rudo del sonido instrumental y le agregarán voces melodiosas para atraer compradores. Aparecerán entonces Jean and Dean y luego los Beach Boys (quienes sintetizarán la fórmula Dale-cuarteto vocal-Chuck Berry).

Se volverá irresistible la imagen de gente bonita, joven y sin preocupaciones que se divierte en la playa. La ola se hará incontenible. Surgirán clones por doquier, de los Rivingtons a los Venturs, pasando por los atípicos Trashmen.

No obstante, alrededor de 1965 la mina se agotará, el surf ya no venderá, mucho menos al ocurrir la ola inglesa protagonizada por los Beatles. La comunidad original se desmoronará: la violencia campeará por las playas, producto del tráfico de drogas; los surfeadores de viejo cuño emigrarán a otros lares, huyendo de los practicantes de fin de semana y de los nuevos deportes como la patineta y el esquí. Dick Dale sobrevivirá con presentaciones y giras fuera del país. El surf agonizará.

A pesar de todo, hubo un primer intento de comeback en 1978, cuando Dale interpretó la pieza clásica del estilo llamada “Pipeline” junto a Steve Ray Vaughan, para que fuera parte del soundtrack de la película Back to the Beach.

Banzai Pipeline (más conocida como Pipeline o Pipe) originalmente es una playa localizada en el distrito hawiano de Pūpūkea, en la isla de Oahu. Está considerada como una de las mejores playas del mundo para practicar el surf. Deporte que se afianzó ahí desde los años cincuenta y de manera oficial desde el comienzo de los setenta.

Por otro lado, el nombre “Pipeline” (y el de la pieza homónima) también se refiere a la leyenda de la ola, que desde aquellos primeros años, la erigió, junto a las estadísticas, como una con el mayor índice de mortalidad, debido a su fuerza y altura y a los peligrosos arrecifes donde rompe. Numerosos practicantes han fallecido en este lugar a causa de dicha ola. El intento de regreso de Dale quedó ahí también.

El guitarrista permanecería en otro largo letargo hasta que apareció Quentin Tarantino en el horizonte con la película Pulp Fiction y la inclusión de “Miserlou” en sus escenas. Dale se tornara entonces, gracias a este  soundtrack, en objeto de culto musical. Nacerá una nueva ola surfera que continuaría expandiéndose hasta la entrada del siglo XXI. “Miserlou”, con su rapidez y dureza volvería a ser una pieza detonante para el retro y el revival del surf guitarrero.

VIDEO SUGERIDO: Miserlou – Dick Dale, YouTube (dreamcast1212)

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HISTORIA DE UNA CANCIÓN: «AMERICAN PIE» (DON McLEAN)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

NAMES MCLEAN

 

Existe un tipo de canto surgido en los años treinta que proviene de los negros afroamericanos: el folk blues. Esta forma fue retomada y trabajada a la postre por los cantautores blancos de la época. Se presentaba por lo general acompañado de guitarra o banjo (y a veces con grupo), y el ejecutante soltaba frases mordaces, incisivas o de reflexión.

Desde sus inicios, el folk blues se convirtió en un medio de protesta o denuncia contra situaciones sociopolíticas que afectaban a la mayoría de la población.

En el caso de los Estados Unidos, la psicosis creada en los jóvenes sesenteros por la guerra de Vietnam (con el hecho no tan simple de morir a temprana edad) fue un gran motivo para la proliferación de tal canto, con diversos resultados.

Woodie Guthrie, el primer gran representante del género entre los blancos, dijo que “era necesario un hombre atribulado para interpretar canciones atribuladas”. Así, esta música popular se desparramó por aquella nación y, en casos como el de Don McLean, por todo el mundo.

McLean (quien nació el 2 de octubre de 1945, en el estado de Nueva York) es el autor de la canción “American Pie”, un folk blues elegíaco sobre los años sesenta con tintes epopéyicos y baladísticos, que enmarca una historia un tanto críptica de ocho minutos y 27 segundos de duración.

Es una canción llena de referencias tanto personales como generacionales. Una de ellas es con respecto a Buddy Holly, uno de los héroes y víctimas del primer rock and roll, quien murió el 3 de febrero de 1959 en un avionazo junto a Ritchie Valens y Big Bopper. De ahí el estribillo que proporciona el leit motiv al tema: “The day the music died…” (El día que murió la música).

McLean ha declarado que Holly fue la única persona a la que idolatró de niño: “A la mayoría de mis amigos les gustaba Elvis Presley. Pero a mí me interesaba más Holly porque sentía que los temas de sus canciones hablaban de lo que en realidad me pasaba a mí”.

Efectivamente, la música que hacía Buddy Holly simbolizó algo más profundo que otros cantantes del momento. Su canción “That’ll Be the Day” (Ese será el día) ponía énfasis en las emociones ambivalentes y desconcertantes de un joven preocupado por su existencia.

Asimismo, el grupo de Holly, los Crickets, patentó un sonido limpio, sólido y pleno de armonías inéditas. De esta manera se erigió en prototipo dinámico de un concepto instrumental y vocal que a la larga sería utilizado y llevado a su clímax por los Beatles, por ejemplo.

AMERICAN PIE (FOTO 2)

“Holly se convirtió en una metáfora perfecta de la música e historia de mi juventud”, comentó McLean para referirse a su propia canción “American Pie”, en la que también aparecen menciones a Bob Dylan, a los Rolling Stones y a los Beatles.

Originalmente “American Pie” resultaba demasiado larga para caber en un solo lado de un disco sencillo, así que se dividió en dos partes para lanzarse como disco de 45 rpm. Por otra parte, era un tema muy fuerte como para abreviar sus ocho minutos y pico de duración, y las estaciones de radio no tuvieron más remedio que trasmitirlo en su versión completa.

De esta forma entró a las listas de popularidad con el número 69 el 27 de noviembre de 1971. Siete semanas más tarde (el 15 de enero de 1972) alcanzó el número uno en los Estados Unidos (donde permaneció por cuatro semanas) y el segundo lugar en Inglaterra.

El álbum debut de McLean, Tapestry, fue rechazado por 34 sellos discográficos antes de que Mediarts lo editara al fin en 1970. Cuando United Artists Records compró Mediarts, Don McLean se convirtió en su artista nuevo de mayor éxito con el álbum American Pie, y dentro del medio artístico en el creador de una obra maestra.

La cantante Roberta Flack se inspiró en dicha canción para componer a su vez la pieza «Killing Me Softly with Your Song», y más recientemente Madonna se apuntó otro hit al realizar un cover de “American Pie”. Sin embargo, no le hizo justicia al original y su resultado estético es desastroso, ya que en aras de la comercialización retomó el tema de manera edulcorada y con una edición que lo descontextualizó por completo.

VIDEO SUGERIDO: Don McLean – American Pie, YouTube (OLD TAPES)

Music File Photos - The 1970s - by Chris Walter

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HISTORIA DE UNA CANCIÓN: «SHE’S GONE» (HOUND DOG TAYLOR)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

SHE'S GONE (FOTO 1)

 

(HOUND DOG TAYLOR)

 

Cuando me han llegado a preguntar ¿qué es el blues?, intento explicarlo con la mejor definición que me ha servido a mí: “El blues empezó con los primeros habitantes de la Tierra. ¿Y qué es el blues? Pues eso: un hombre, una mujer, un corazón roto. Ahí se resume todo”. Eso lo dijo John Lee Hooker y es seguro que él sabía algo del asunto.

El guión de un video, que me ha rondado en la cabeza durante mucho tiempo, iniciaría la narración con la secuencia de una toma general del pasillo de una escuela X, cualquier escuela preparatoria, casi como una postal de época, en la que se ven casilleros a ambos lados del pasillo (tiempo después de que han finalizado las clases del día y casi todos han abandonado el edificio).

En el primer plano hay un adolescente sentado en una silla. Viste ropa común del momento, pero lo que destaca es la imagen de tristeza que emite. Con la cabeza baja. Las manos entrelazadas al frente, las piernas un poco dobladas en actitud de estar soportando un peso inusitado. Quizá llora, pero no se ve.

(¿Se puede llorar por dentro? Cuando se lo pregunté a algunos científicos me dijeron que no; cuando lo hice con psicólogos me dijeron que sí; los biólogos me dijeron que era imposible; los filósofos que eso era recurrente, o sea, ¿quién sabe? Cada uno debe responderse al respecto)

En aquella primera toma, al fondo del pasillo, en forma difusa, se aprecia la figura de un conserje que limpia el piso, lo trapea. Se acerca poco a poco, conforme al ritmo de su trabajo (con elipsis en la imagen), hasta que alcanza al joven, que sigue recargado sin haber cambiado de postura.

En el mismo plano abierto de esta filmación, en blanco y negro, los tonos grises resaltan aún más el silencio de la escena. Al pasar el conserje junto al muchacho detiene su marcha y trabajo (trapeador y cubeta) y se lleva la mano a la bolsa trasera de su uniforme (un overol). Aparece una botella de un cuarto de whiskey. Desenrosca la tapa y se la ofrece, al mismo tiempo que le habla.

“Ya eres un hombre: has conocido al blues. Bébete un trago grande para celebrarlo”, le dice. En ese momento entra la música: “She’s Gone”, de Hound Dog Taylor, y el corte a diversas tomas de la escuela, de la calle, de la ciudad, e inicia o termina el video con sus respectivos créditos, aún no lo sé.

Tal vez algún día le plantee el proyecto a alguien de los que he conocido en el medio fílmico, para que alguno de ellos lo dirija, ¿por qué no? Voy a comenzar una serie de pequeños documentales y textos, tratando de explicar tal música. Cada uno abarcará lo que dure en tiempo cada canción seleccionada. Serán doce, como el número de tracks que contenía antaño cada disco Mi propia antología.

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Un hombre, una mujer, un corazón roto: ahí se resume todo. El blues se insuflará en uno desde ese momento. Es algo importante y cada uno lo canalizará de manera diferente, incluso algunos intentarán ignorarlo, olvidarlo, enterrarlo. Pero ¿cómo será posible hacerlo cuando recuerdas cómo amabas a esa mujer de 12, 15, 18, 25, 35 o más? Es igual. Y te asestó la famosa y temida frase de “Mejor vamos a ser amigos” o “Conocí a alguien más”.

En fin, el fondo es el mismo: ella se irá, te dejará o nunca la tendrás, así es la cosa. Y tú que te desvivías pensando en ella, siendo lo mejor posible para ella, queriéndola con todo lo que eres, y de repente ¡zaz!, quedas fuera de su vida con un chasquido de dedos. ¿Por qué? ¿Quién te puede explicar lo que sientes en ese instante y los días siguientes? (a veces hasta los años siguientes).

Sólo el blues. A mí me lo hizo comprender el primer ejemplo que escuché con Hound Dog Taylor. Ese tipo con seis dedos y amo y señor de la slide lo puso en itálicas: “Las mujeres son la clave de los problemas de los hombres. Y lo son para todos, no sólo para los cantantes. Si no fuera por ellas no existiría el blues”.

Al oír “She’s Gone” el panorama se puso claro. La nitidez de la existencia que había quedado empañada mostró la realidad. “¡Vaya muerte, hombre, vaya muerte!” Porque supongo que sabes que has muerto, ¿no? Nada de un poquito sino todo tú. Y a partir de ahora debes volver a reconstruirte. Te dolerá. Siempre que la muerte vuelve a la vida duele.

No obstante, eso es bueno a la larga. Porque cuanto más duele más mejora. El mundo entero sabe que nada se cura sin dolor. El dolor por la vida estará ahí siempre, el sufrimiento por ello será opcional.

Hoy eres un cadáver tirado en cualquier parte, con la boca abierta y en tu interior ya habita uno de esos sonidos que rajan la garganta. La tristeza se halla en el centro de tu cuerpo, en el desolado centro donde moraba un yo que ya no es el tuyo. Pero consuélate: uno no sabe lo que es el amor, el amor de verdad, la real neta, hasta que conoce el significado del blues.

Aquí es donde te vuelves hombre de verdad, cuando comienzas a sentir lo que significa incorporar al sutil juego personal el factor de inseguridad de un yo ajeno: “Well, I know you don’t love me, and I don’t know the reason why…” (Sé que no me amas y no conozco la razón).

“It’s All Right, It’s All Right”, sentencia Taylor y al sentir el rasgueo de su guitarra te das cuenta de que cuando amas a una mujer eso hace que broten canciones, aunque no sean tuyas ni sepas cantar. Y están en lo más hondo de ti. Luego ella se irá por cualquier motivo y se llevará consigo algo tuyo, que ni siquiera sabías que tuvieras.

Algo que ni tus padres, ni tus amigos cercanos conocían. Pero al llevárselo te dejará extrañándolo, echándolo de menos. Y ese algo será mejor que cualquier cosa que hayas tenido nunca hasta entonces.

Eso me lo explicó el blues, eso me legó Hound Dog Taylor con “She’s Gone”. ¡Salud!

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HISTORIA DE UNA CANCIÓN: «TAKE ON ME» (A-HA)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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La música es la expresión de una subjetividad que se opone a la sonoridad objetiva del mundo exterior, a la sonoridad en bruto. Pero lo sentimental, considerado como una fuerza que humaniza al hombre ante la frialdad de su razón, puede revelarse también en ella como una superestructura de la simplicidad, tal como estuvo presente en la canción “Take On Me”, del grupo noruego A-Ha, por ejemplo.

Dicen los escribas: “El tema ‘Take On Me’ se editó en el Reino Unido en octubre de 1984. La primera versión pasó desapercibida y el grupo, consciente de su potencial, encargó una remezcla a Alan Tarney, productor de cabecera del veterano Cliff Richard. La nueva versión apareció en el álbum de debut de A-Ha, Hunting High and Low, y se lanzó como single en septiembre de 1985 acompañada de un video a cargo del realizador anglo-irlandés Steve Barron.

“Si el riff de teclado que servía de base a la canción resultaba inolvidable desde la primera escucha, ¿qué decir del video de Barron? Esta obra de la animación rotoscópica (es decir, realizada calcando fotograma a fotograma las imágenes de una filmación real con una máquina, hoy en desuso, llamada rotoscopio) contaba una historia muy simple. Una mujer, interpretada por la modelo y actriz británica Bunty Bailey, se sentía atraída por la versión garabateada de Morten Harket, protagonista de un cómic de estética vintage. Morten, en una de las imágenes más icónicas de los primeros ochenta, la invitaba a entrar en su mundo tendiéndole la mano desde las profundidades de una viñeta.

“Tras apenas unos segundos de plenitud romántica, una camarera arrugaba el cómic en que la pareja de amantes había encontrado refugio y aquel universo en blanco y negro empezaba a desmoronarse. Al final, en un desenlace inspirado en el de Viaje alucinante al fondo de la mente, película de Ken Russell de 1980, Bunty y Morten conseguían escapar de su cárcel de papel arrugado y continuar su historia de amor como seres de carne y hueso.

“Aquella fantasía de poco más de tres minutos se filmó en un café y en un estudio de sonido del sudoeste de Londres. El equipo de Barron dedicó cuatro meses a transformar más de 3.000 fotogramas de imagen real en un universo alternativo de trazo minimalista. Visto hoy, sigue resultando una obra extraordinaria.

“El video se convirtió en la principal apuesta de aquellos días de otoño de 1985 para la por entonces todopoderosa MTV. Por primera vez desde Wild Boys (Duran Duran, 1984), un videoclip producido en el Reino Unido podía competir con Thriller o Billie Jean, con que Michael Jackson estaba revolucionando el género. Contra la fastuosa opulencia de aquellas superproducciones cinematográficas de bolsillo, Take On Me triunfaba gracias a una idea simple ejecutada con precisión y buen gusto, recurriendo a una pulcra artesanía de efectos visuales.

“Si le preguntan a Barron, él dirá que fue el video el que hizo que de la canción (y, de alguna manera, de la incipiente carrera de la banda) empezara a brotar petróleo. Hay sólidas razones que sustentarían esa tesis. Cuarenta años después, el de Take On Me es uno de los videoclips más vistos de la historia. Solo en YouTube, supera ya los 1.300 millones de reproducciones, lo que la consolida como una de las cuatro canciones más reproducidas del siglo XX junto a Smells Like Teen Spirit, de Nirvana, Bohemian Rhapsody, de Queen, y Sweet Child o’ Mine, de Guns N’ Roses.

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“Más aún, la canción llegó al número uno en las listas de sencillos de los Estados Unidos coincidiendo con el estreno del video. A medio plazo, alcanzaría la cúspide de las listas de éxito en 36 países, incluido el Reino Unido, lugar de residencia de sus autores, donde tocó techo como número 2 la semana del 28 de septiembre del 85, tras The Power of Love, de Jennifer Rush. ¿Cómo explicar entonces que Hunting High and Low, el álbum de debut de un trío de noruegos desconocidos, acabase vendiendo más de diez millones de copias?

“Sería injusto atribuir todo el éxito de Take On Me al video de Barron. La canción tenía sus propias virtudes, empezando por esa línea de teclado ‘mágico’ que habla de ‘juventud, inocencia y entusiasmo por la vida’. Son apenas un par de notas, pero en ellas está ‘la esencia de todo lo que la banda tuvo de peculiar y de genuino’.

“Magne Furuholmen y Waaktaar-Savoy, los integrantes, ya tenían ese riff en su repertorio a finales de los años setenta, cuando empezaron a tocar juntos en una banda escolar bautizada como Bridges. Compañeros de colegio en Oslo, Magne y Paul tocaban versiones de los Doors y habían pergeñado ya una pequeña pieza instrumental, The Juicy Fruit Song, que incluía esa brillante introducción de teclado.

“Furuholmen ha explicado que Bridges fue una banda ‘soñada para triunfar y por la que pasaron todo tipo de individuos extravagantes, pero a la hora de la verdad siempre acabábamos siendo Paul y yo tocando en un garaje, con un par de canciones a medio cocinar, una guitarra, un bajo y sin cantante’.

“Esta última carencia intentaron solucionarla en 1981, según testimonio de Furuholmen, haciendo una oferta ‘irrechazable’ (‘ven con nosotros y serás el líder de nuestra banda’) al tipo más cool que conocían, otro noruego, Morten Harket, que, como ellos, frecuentaba Londres con la esperanza de abrirse paso en la industria musical: ‘Tenía una gran voz, pero eso nos parecía lo de menos. Lo que nos fascinaba era aquel tupé teñido de blanco con pintura Dulux y su conexión con la escena de los new romantics londinenses’.

“A Morten lo dejaban entrar en locales tan exclusivos como el Camden Palace. Formaba parte de la escena, aunque no fuera más que el escandinavo imberbe con el pelo blanco. Tenía ya un cierto estatus, así que rechazó la oferta de liderar una banda con un nombre espantoso, sin mánager y sin repertorio.

“Un año más tarde, cuando, ya de vuelta en Oslo, Paul y Magne volvieron a ponerse en contacto con Morten, tenían ya alguna canción más y habían cambiado de nombre. Como A-Ha (o a-ha, con minúsculas) sonaba bastante mejor que Bridges, el cantante accedió por fin a ensayar con ellos. Juntos convirtieron The Juicy Fruit Song en un tema con letra, muy cerca ya de lo que acabaría siendo Take On Me”.

VIDEO: a-ha – Take On Me (Official Video) (Remastered In 4k), YouTube (a-ha)

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HISTORIA DE UNA CANCIÓN: «SHE’S GONE»

Por SERGIO MONSALVO C.

 

SHE'S GONE (FOTO 1)

 

(HOUND DOG TAYLOR)

 

Cuando me han llegado a preguntar ¿qué es el blues?, intento explicarlo con la mejor definición que me ha servido a mí: “El blues empezó con los primeros habitantes de la Tierra. ¿Y qué es el blues? Pues eso: un hombre, una mujer, un corazón roto. Ahí se resume todo”. Eso lo dijo John Lee Hooker y es seguro que él sabía algo del asunto.

El guión de un video, que me ha rondado en la cabeza durante mucho tiempo, iniciaría la narración con la secuencia de una toma general del pasillo de una escuela X, cualquier escuela preparatoria, casi como una postal de época, en la que se ven casilleros a ambos lados del pasillo (tiempo después de que han finalizado las clases del día y casi todos han abandonado el edificio).

En el primer plano hay un adolescente sentado en una silla. Viste ropa común del momento, pero lo que destaca es la imagen de tristeza que emite. Con la cabeza baja. Las manos entrelazadas al frente, las piernas un poco dobladas en actitud de estar soportando un peso inusitado. Quizá llora, pero no se ve.

(¿Se puede llorar por dentro? Cuando se lo pregunté a algunos científicos me dijeron que no; cuando lo hice con psicólogos me dijeron que sí; los biólogos me dijeron que era imposible; los filósofos que eso era recurrente, o sea, ¿quién sabe? Cada uno debe responderse al respecto)

En aquella primera toma, al fondo del pasillo, en forma difusa, se aprecia la figura de un conserje que limpia el piso, lo trapea. Se acerca poco a poco, conforme al ritmo de su trabajo (con elipsis en la imagen), hasta que alcanza al joven, que sigue recargado sin haber cambiado de postura.

En el mismo plano abierto de esta filmación, en blanco y negro, los tonos grises resaltan aún más el silencio de la escena. Al pasar el conserje junto al muchacho detiene su marcha y trabajo (trapeador y cubeta) y se lleva la mano a la bolsa trasera de su uniforme (un overol). Aparece una botella de un cuarto de whiskey. Desenrosca la tapa y se la ofrece, al mismo tiempo que le habla.

“Ya eres un hombre: has conocido al blues. Bébete un trago grande para celebrarlo”, le dice. En ese momento entra la música: “She’s Gone”, de Hound Dog Taylor, y el corte a diversas tomas de la escuela, de la calle, de la ciudad, e inicia o termina el video con sus respectivos créditos, aún no lo sé.

Tal vez algún día le plantee el proyecto a alguien de los que he conocido en el medio fílmico, para que alguno de ellos lo dirija, ¿por qué no? Voy a comenzar una serie de pequeños documentales y textos, tratando de explicar tal música. Cada uno abarcará lo que dure en tiempo cada canción seleccionada. Serán doce, como el número de tracks que contenía antaño cada disco Mi propia antología.

SHE'S GONE (FOTO 2)

Un hombre, una mujer, un corazón roto: ahí se resume todo. El blues se insuflará en uno desde ese momento. Es algo importante y cada uno lo canalizará de manera diferente, incluso algunos intentarán ignorarlo, olvidarlo, enterrarlo. Pero ¿cómo será posible hacerlo cuando recuerdas cómo amabas a esa mujer de 12, 15, 18, 25, 35 o más? Es igual. Y te asestó la famosa y temida frase de “Mejor vamos a ser amigos” o “Conocí a alguien más”.

En fin, el fondo es el mismo: ella se irá, te dejará o nunca la tendrás, así es la cosa. Y tú que te desvivías pensando en ella, siendo lo mejor posible para ella, queriéndola con todo lo que eres, y de repente ¡zaz!, quedas fuera de su vida con un chasquido de dedos. ¿Por qué? ¿Quién te puede explicar lo que sientes en ese instante y los días siguientes? (a veces hasta los años siguientes).

Sólo el blues. A mí me lo hizo comprender el primer ejemplo que escuché con Hound Dog Taylor. Ese tipo con seis dedos y amo y señor de la slide lo puso en itálicas: “Las mujeres son la clave de los problemas de los hombres. Y lo son para todos, no sólo para los cantantes. Si no fuera por ellas no existiría el blues”.

Al oír “She’s Gone” el panorama se puso claro. La nitidez de la existencia que había quedado empañada mostró la realidad. “¡Vaya muerte, hombre, vaya muerte!” Porque supongo que sabes que has muerto, ¿no? Nada de un poquito sino todo tú. Y a partir de ahora debes volver a reconstruirte. Te dolerá. Siempre que la muerte vuelve a la vida duele.

No obstante, eso es bueno a la larga. Porque cuanto más duele más mejora. El mundo entero sabe que nada se cura sin dolor. El dolor por la vida estará ahí siempre, el sufrimiento por ello será opcional.

Hoy eres un cadáver tirado en cualquier parte, con la boca abierta y en tu interior ya habita uno de esos sonidos que rajan la garganta. La tristeza se halla en el centro de tu cuerpo, en el desolado centro donde moraba un yo que ya no es el tuyo. Pero consuélate: uno no sabe lo que es el amor, el amor de verdad, la real neta, hasta que conoce el significado del blues.

Aquí es donde te vuelves hombre de verdad, cuando comienzas a sentir lo que significa incorporar al sutil juego personal el factor de inseguridad de un yo ajeno: “Well, I know you don’t love me, and I don’t know the reason why…” (Sé que no me amas y no conozco la razón).

“It’s All Right, It’s All Right”, sentencia Taylor y al sentir el rasgueo de su guitarra te das cuenta de que cuando amas a una mujer eso hace que broten canciones, aunque no sean tuyas ni sepas cantar. Y están en lo más hondo de ti. Luego ella se irá por cualquier motivo y se llevará consigo algo tuyo, que ni siquiera sabías que tuvieras.

Algo que ni tus padres, ni tus amigos cercanos conocían. Pero al llevárselo te dejará extrañándolo, echándolo de menos. Y ese algo será mejor que cualquier cosa que hayas tenido nunca hasta entonces.

Eso me lo explicó el blues, eso me legó Hound Dog Taylor con “She’s Gone”.

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LIBROS: SONGBOOK (II)

Por SERGIO MONSALVO C.

SONGBOOK II (PORTADA)

(HISTORIA DE UNA CANCIÓN)*

 

A partir de la aparición de las canciones en diversos géneros la gente utilizó la música para responder a cuestiones referentes a la propia identidad. Las personas echaron mano de ellas para crearse una particular autodefinición, el signo de la identificación, la cual era (es) inmediata y estaba (está) ligada a la intensidad de la música en tanto que sonido. El placer es experimentado de forma directa e inmediata.

Las canciones genéricas proveen a los escuchas de un modo de gestionar la relación entre su vida pública y su vida privada y emotiva. Los cantantes hacen que dichas sensaciones parezcan más ricas y más convincentes que las que comúnmente se podrían expresar con propias palabras.

Asimismo las piezas mejor construidas, redondas y exitosas dan forma a la memoria personal, son el soundtrack de cada vida particular. Organizan “nuestro” sentido del tiempo y la intensificación de la experiencia del presente. Una de las consecuencias más obvias de todo ello resulta clave para recordar las cosas pasadas, desencadenan las asociaciones más intensas de tiempos idos.

Hay algunas canciones de las que crecen árboles frondosos y hasta inmensos bosques. Es el caso de las que he escrito en la serie “Historia de una Canción”. Piezas registradas en los anales de las listas de popularidad o al margen de ellas; piezas que nacen del corazón y se transforman con el paso del tiempo en clásicos inmortales.

 

En resumen, la buena cosecha de canciones representan al YO en relación con la sociedad creando, a través del impacto potente y directo del sonido, un continuo flujo de conciencia. El significado de una canción se obtiene cuando ésta entra en la historia por sus méritos estéticos y sociales.

La manera en que una pieza hace historia produce un significado y valor agregado a la misma, por eso mediante una categoría como “Historia de una Canción” que narre su creación, su génesis, su impacto personal, se dará cuenta de la dimensión estética y del valor que posee tanto dentro de una sociedad concreta en un momento concreto, como en la de un individuo.

 

 

*Fragmento de la introducción al volumen Songbook II de la Editorial Doble A, colección de textos publicados de forma seriada a través de la categoría “Historia de una canción” en el blog Con los audífonos puestos.

 

 

Songbook II

(Historia de una canción)

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Textos”

The Netherlands, 2021

 

 

SONGBOOK II

(CONTENIDO)

1.- “Heat of the Moment”

2.- “Nothing Else Matters”

3.- “Personal Jesus”

4.- “Refugee”

5.- “Rock & Roll Nigger”

6.- “She’s Gone”

7.- “Suzie Q”

8.- “Tequila”

9.- “When a Man Love’s a Woman”

10.- “When I’m 64”

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HISTORIA DE UNA CANCIÓN: «FAIS-MOI MAL JOHNNY»

Por SERGIO MONSALVO C.

 

MALTRATAME JOHNNY (FOTO 1)

Hay un lugar común que dice que la música popular no debe ser hecha por gente inteligente, la cual tiene por costumbre concebir todo en diversos niveles. En este caso aquí la lírica se brincó el cliché y, al escuchar el tema, se palpa todo lo que un ritmo maravilloso como el rock & roll proyectó en la imaginería de un gran escritor como Boris Vian.

He aquí un fragmento de la canción mencionada: «Se levantó cuando me acerqué/Parado se veía más pequeño/Continué, sabiendo que lo tenía en un puño/Me llegaba al hombro/pero estaba dispuesto como todos al principio/Me siguió hasta mi habitación/Entonces le grité: ¡Venga, mi lobo!/¡Maltrátame, Johnny!/¡llévame al cielo, oh!/¡Maltrátame, Johnny!/Me encanta el amor que duele/Me miró sin entender nada el desgraciado…/Exasperada, tuve que gritarle de nuevo/¡Maltrátame, Johnny!/Me encanta el amor que duele…»

La canción “Fais-moi mal Johnny” (Maltrátame Johnny), en su tiempo, resultó una historia inquietante: una masoquista que, a fuerza de insultos, logra sacar al sádico que el hombre que está con ella lleva dentro.

El escándalo vino solo con tal relato. La protagonista presume de estar sexualmente liberada: sale, elige un hombre (pequeñito, específica) y se lo lleva a la cama. La seducción se descarrila cuando ella le exige un juego violento. El tipo se reconoce incapaz de “hacerle daño a una mosca”.  Caen sobre él los peores insultos, hasta que reacciona indignado. Ella entonces queda con “un hombro dislocado” y con moretones en el trasero, aparentemente complacida.

La pieza, tal como se grabó originalmente, se beneficiaba de una vibrante interpretación de la actriz Magali Noël. Una personalidad plena de sensualidad y un ejemplo de la emancipación femenina de aquel entonces. En la toma, Vian hizo el papel del hombrecillo que termina enojándose. Fueron tachados de pornógrafos.

Boris no pudo imaginar que, más de medio siglo después de su muerte (acaecida en 1959), esa canción siguiera siendo la más viva de las suyas entre los públicos, femenino y masculino, a los que tal asunto sigue fascinando como lo prueba la celebridad de la película de kitsch soft porno Fifty Shades of Grey (50 sombras de Grey).

 

VIDEO SUGERIDO: magali noel & boris vian – fais moi mal Johnny, YouTube (marco17220)

MALTRATAME JOHNNY (FOTO 2)

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HISTORIA DE UNA CANCIÓN: «LIKE A ROLLING STONE»

Por SERGIO MONSALVO C.

LIKE 2 FOTO 1

(BOB DYLAN)

A los 12 años de edad es difícil explicarse muchas cosas. No se cuenta aún con los elementos necesarios para hacerlo. Sin embargo, se puede sentir tan intensamente como si se tuvieran 30 o 40. Hoy tengo 12 y estoy con la frente recargada en la ventanilla del coche de mi papá. Vamos a la escuela.

Me encuentro en el asiento trasero y padeciendo una tremenda “cruda” amorosa, si pudiera llamarse así. Me siento bien y mal al mismo tiempo. Tengo el estómago en la boca, la cabeza revuelta y bastante frío. Incluso creo que hasta tiemblo mientras mi frente arde. Por eso busco la frescura del vidrio.

De cualquier forma no es una sensación desconocida. Ya le he padecido en algunas otras ocasiones. Siempre al otro día de haber estado con ella. Me emborracho con su sola presencia. Enloquezco realmente y luego ante tanta sensación vivida en esos encuentros, pero sobre todo al no recibir respuesta alguna ante los sentimientos vertidos, me viene una resaca en la que hasta el pelo me duele.

Es curioso, porque aún no bebo alcohol –como ya dije acabo de cumplir los 12 años– y ya tengo toda la experiencia orgánica de sus efectos. Lo bueno de la situación es que comienzo a conocerme en esos extremos. Lo malo es que carezco de la sapiencia necesaria para darle a conocer lo que siento, del instinto de conservación para esconderlo o para atreverme a dejar de verla.

Mi cruda de hoy tiene una doble causa. Para festejarle los quince años, su familia le cumplió el deseo de viajar. No sé por qué, pero quiso ir a Los Ángeles, California, y se lo hicieron realidad. Así que se pasó en aquella ciudad un mes entero.

Un mes en que no la vi. Un mes en que estuve tranquilo. No obstante, volvió y en cuanto lo supe me apersoné en su casa. Le había comprado un regalito y se me hacía tarde para entregárselo y ver si ahora sí habría una respuesta a la pregunta que nunca le había formulado.

Cuando llegué a su casa afortunadamente estaba sola. La cosa pintaba bien. En realidad nunca había tenido dificultades para conversar con ella sobre cosas que nada tenían que ver con mis sentimientos.

Por eso después de un discreto abrazo y beso en la mejilla de bienvenida, me comenzó a platicar sobre sus andanzas: las playas de Malibú, la visita a los estudios cinematográficos de Hollywood, las noches en el Whisky A Go-Go, los nuevos bailes, la forma de vestir juvenil, el pelo largo, el volumen de la música. Electricidad, pura electricidad por todas partes.

El viaje la había cambiado. La había vuelto luminosa. Se veía muy bien, pero algo en el fondo de todo ello me comenzaba a inquietar. La escuchaba hablar y mi lógica púber iba acomodando las cosas. Poco a poco, como en una película de terror, la música ambiental fue acentuando la sensación de algo al acecho, a punto de saltar.

El suspense detuvo por un momento su contoneo dentro de mí, cuando ella me dijo que había traído una cosa que me iba a gustar. Me dejó en la sala, acompañado de mi ansia de siempre. Regresó a los pocos minutos y me mostró un tocadiscos portátil, del tamaño de una caja de zapatos. De un compartimento del mismo sacó el cable para conectarlo y luego, de la bolsa en que lo guardaba, un disco.

LIKE 2 FOTO 2

Era un Extended Play (EP) de 45 r.p.m. En él aparecía un tipo rarísimo con el pelo largo, rizado y revuelto, traía puestos unos lentes oscuros para el sol sobre la nariz ligeramente aguileña. Estaba vestido con un traje negro y de las mangas asomaban los puños de la camisa. El tipo estaba sentado frente al piano, con las manos sobre el teclado. A la altura de su frente sobresalía un micrófono de grabación.

Era un disco sencillo de la CBS y destacaban en la portada las letras rojas con el nombre del susodicho y bajo ellas el título de las canciones, que no pude leer porque rápidamente sacó el acetato y aventó la portada al sillón. El corazón me dio un vuelco cuando puso el brazo del tocadiscos en los primeros surcos.

En esta época tenía yo las locuras bien señaladas: una era ella y la otra mi afición por los discos, por el rock. Así que cuando aventó la portada por primera vez sentí cierto enojo hacia ella, por su falta de consideración ante un objeto preciado como aquél. No obstante, se borró rápido cuando escuché las primeras notas de la canción.

La batería, el bajo y el piano arrancaron el tema creando una atmósfera extrañísima para mí, a la que se agregó la del órgano Hammond. Sin embargo, eso pasó a segundo plano cuando apareció la voz nasal, urgida y lanzando palabras e imágenes insospechadas: “Once upon a time…”. Había una vez. Era un cuento de hadas pero cínico, venenoso, fascinante.

Algo se movió en mi estómago, en el corazón, pero aún más en mi cabeza. ¿Qué era aquella música? ¿Por qué duraba tanto (6’13”, algo imposible en aquella época en que la radio marcaba los tiempos de la misma)? ¿Por qué decía aquellas cosas impresionantes, brutales, despiadadas y novedosas al mismo tiempo?

¿Quién era ese tipo?: Bob Dylan, decía la portada, con aquellas letras rojas sobre el azuloso tono del resto de la fotografía. Fui a recogerla para leer los títulos de las canciones: “Like a Rolling Stone”, por un lado, y por el otro “Gates of Eden”. Vaya. El mundo comenzó a girar de otra manera para mí, y yo aún no lo sabía.

Estaba tan extasiado con lo que escuchaba, que la plática de ella tardó en penetrar mi conciencia y darme cuenta de lo que había dicho: “Son regalos. El tocadiscos y el disco. De un muchacho al que conocí allá. También andaba de vacaciones. Fuimos juntos a todas partes, a bailar, a nadar, a caminar por todos lados. Nos hicimos novios. Al rato va a venir”.

Nacer y morir. Todo puede suceder en el mismo instante. Ahora estoy recargado en este frío vidrio. Estoy enfermo, desahuciado. Creo que aún traigo enterradas dos o tres de aquellas palabras suyas. La sangre escurre, aunque no se me note. Pero al fondo de mi mente también aparecen esos sonidos, esa voz que rítmicamente me dice “Once upon a time…” Una voz que tendrá más futuro para mí, más imágenes, más poesía. Que aliviará el dolor de hoy y el de otras muchas ocasiones, aunque yo aún no lo sepa.

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