BABEL XXI-688

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

ROCKABILLY/REMAKE

LA TERCERA OLA

 

 

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

https://www.babelxxi.com/688-rockabilly-remake-la-tercera-ola/

DISCOS EN VIVO: LIVE FROM CHICAGO’S HOUSE OF BLUES (THE BLUES BROTHERS)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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En 1997, veinte años después de creados, los Blues Brothers volvieron a la acción con la misión de organizar la «Fiesta del Milenio» y celebrar la apertura de la House of Blues de Chicago.

Brother Elwood (Dan Aykroyd) reactivó a la banda una vez más, ahora con el hermano menor del fallecido Joliet Jake, Jim Belushi, mejor conocido en esos lares como Zee Blues (en la armónica y voz), además de los infaltables Steve Crooper (guitarra), Matt Murphy (guitarra), Donald «Duck» Dunn (bajo), Alan Rubin (trompeta), Lou Marini (sax), quienes retornaron del filme junto con otros artistas invitados.

Inaugurar un nuevo club es la ocasión para realizar una fiesta en serio en cualquier lugar, con mayor razón si se trata de la cuarta sucursal de la House of Blues, y más aún si es en Chicago. Porque la cadena realmente comenzó ahí, cuando Jake y Elwood llegaron en 1980 a dicha ciudad para filmar The Blues Brothers (de John Landis) y abrir también un nuevo club after hours al que nombraron Snake Joint, donde realizaron presentaciones y jam sessions de manera privada con amigos de todos lados, con el blues y el soul a tope.

La apertura de la House of Blues no fue para rendir culto a la nostalgia ni dar rienda suelta a los recuerdos, como se pudiera pensar. Al contrario, eso fue celebración pura y quedó registrado en el disco Blues Brothers and Friends. Live From Chicago’s House of Blues (HOB, 1997).

Para el evento Aykroyd reunió a miembros de la banda original, ya mencionados, y convocó a bluesmen de Chicago de gran prestigio como Billy Boy Arnold, Lonnie Brooks, Charlie Musselwhite, Syl Johnson, Eddie Floyd, Tommy McDonell, Sam Moore y Jeff Baxter.

El repertorio escogido para el fin de semana inaugural fue de pronóstico reservado. La poderosa banda de los Blues Brothers arrancó con la pieza clásica “Gree Onions” (de Steve Crooper, que se hiciera famosa con el grupo de Booker T. and the MG’s), a la que siguieron “Chicken Shack” y “Sweet Home Chicago” (un tema tradicional, con Paul Shaffer en los teclados), “I Wish You Would” (con Billy Boy Arnold en la guitarra y voz), “Messin’ with the Kid” (una pieza fundamental de su repertorio desde hacía 20 años), “All My Money Back (con Lonnie Brooks), “Born in Chicago” y “Blues, Why You Worry Me?” (con Charlie Musselwhite).

El legendario Eddie Floyd aparece con ellos en «634-5789», y luego varios temas que convirtieron el lugar en una auténtica olla de presión: «All She Wants to Do Is Rock», «Flip, Flop and Fly», «Money» y «Viva Las Vegas». Un concierto lleno de energía, potencia, camaradería y del mejor blues y soul de los últimos tiempos.

VIDEO SUGERIDO: Blues Brothers Dallas House of Blues Sweet Home Chicago / Hard to Handle, YouTube (Blues Traveler Fan Club)

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HISTORIA DE UNA CANCIÓN: COSAS QUE CAMBIAN LA VIDA

Por SERGIO MONSALVO C.

 

THE SONGS OF CHIP TAYLOR (FOTO 1)

 

Dos cosas cambiaron mi vida: una película que fui a ver con mi hermano (cuya vida también se definió ahí) y la posterior una canción que compuse –explicó Chip Taylor en su momento–. La película fue Blackboard Jungle (Semillas de maldad, en su tendenciosa versión al español).

«En Yonkers, NY, mi biografía, está un capítulo donde cuento el día que fui a ver aquella película de Richard Brooks donde al final (durante los créditos) sonaba “Rock Around the Clock”.

 

“Esa pieza representaba la música de los rebeldes de entonces, sonaba irresistible y los casi y adolescentes que estábamos en el cine nos pusimos a bailar, a gritar y a armar un gran desmadre. Cuando salimos, le dije a Jon, mi hermano, que nadie podría parar al rock and roll. Y así fue: la canción llegó al número uno de las listas.

“Recuerdo que cuando salió el disco de Bill Haley, las emisoras de radio lo boicotearon -creían que era un artista negro-. A pesar de eso fue un éxito. Sentía que nuestra generación iba a conquistar el mundo. Al poco tiempo, e influido por aquel sonido, yo ya cantaba en vivo mis primeras composiciones”.

El verdadero nombre de este personaje que ha sido muy importante para el desarrollo del rock y del pop es James Wesley Voight. Nació en 1944, en Yonkers, una localidad industrial cercana a Nueva York. Se lo tuvo que cambiar como autor después de editar discos de rockabilly como Wes Voight («Midnight Blues», «I Want A Lover», «I’m Loving It», «I’m Ready to Go Steady» y «The Wind and the Cold Black Night», entre ellos) hacia el final de los cincuenta y comprobar que los locutores se atragantaban al pronunciarlo.

(Su hermano mayor, al que aquella película motivó a convertirse en actor, curiosamente, sí triunfó como tal llamándose Jon Voight y obtuvo el estrellato con la cinta Midnight Cowboy –un filme clásico).

THE SONGS OF CHIP TAYLOR (FOTO 2)

 

Así que a Wes Voight se le vio transformarse en Chip Taylor cuando cantaba en los clubes y antros country de Nueva York y alrededores y cuando entró a trabajar al Brill Building, de Broadway, y vivir el apogeo de aquella fabulosa fábrica neoyorquina de hacer canciones en los primeros años sesenta.

«Eran verdaderos colmenares, plantas enteras convertidas en cubículos donde se componía sin parar. Firmabas un contrato que, a cambio de un salario fijo, te obligaba a crear un número limitado de canciones. Entrabas así en una dinámica muy extenuante: tenías que grabar demos para ofrecérselos a los artistas y terminabas ejerciendo además de arreglista, productor y cantante.

“Ahí yo era un raro: no usaba el piano, tocaba la guitarra y mis temas sonaba más a country y a rhythm and blues que a lo de mi compañero Burt Bacharach, por ejemplo».

Durante los años setenta, Taylor volvió a cantar y editó media docena de álbumes bajo su nombre. Daba la talla como personaje pintoresco. Un sobreviviente de aquella época cavernaria.

Además, tras el fenómeno de Carole King, por venir del Brill Building sumaba méritos ante las compañías discográficas. Pero le costó encontrar mercado: «Era demasiado adulto para el público de los cantautores y demasiado urbano para la gente del country”.

 

Por otra parte, con el olfato bien afinado, Chip Taylor intuyó la llegada de la contracultura, con su énfasis en la autoexpresión (con el músico componiendo e interpretando sus propios temas) y supo entender el cambio de parámetros, que incluía la devaluación del single y la importancia del LP (aquí inició un proyecto con Flying Machine y James Taylor, que da para otra historia), todo lo cual  efectivamente supuso el eclipse del concepto industrial de la música pop, tal como se practicaba en el Brill Building.

 

Sus canciones de entonces, con la habilidad para reflejar la sensibilidad femenina, fueron registradas por Aretha Franklin, Lorraine Ellison, Dusty Springfield, Peggy Lee, Janis Joplin o Barbara Lewis.

Sin embargo, y a pesar del éxito obtenido con varios de sus títulos, a principios de los ochenta, abandonó la música y se convirtió en un jugador profesional de cartas, y apostador en las carreras de caballos, sus otras pasiones. Hasta que sus habilidades (“nada truculentas”, según él) determinaron que los casinos de Atlantic City le prohibieran entrar en sus instalaciones.

Musicalmente, reapareció a mediados de los años noventa, grabando en sellos pequeños y acomodándose en ese movimiento conocido como Americana y alt country, donde muchos de sus intérpretes lo reconocen como un igual y han grabado con él (como Lucinda Williams, entre ellos). Su perfil de yanqui con sonido sureño lo hace especialmente atractivo para el público.

Con la entrada del nuevo siglo, fundó un sello, Train Wreck Records, reinventándose y permitiéndose editar un álbum doble (The London sessions bootleg) y un disco-libro, Songs from a dutch tour.

También ha publicado desde entonces hermosos proyectos country de sus acompañantes habituales: el guitarrista John Platania, que también toca con Van Morrison, o dos poderosas cantantes-violinistas, Kendel Carson y Carrie Rodríguez. Con esta última también ha iniciado un proyecto conjunto con el que graban y salen de gira.

No obstante, la década de los sesenta fue su momento álgido, con dos canciones que lo instalaron en la historia tanto del rock como del pop para siempre. En este último, firmó la pieza Angel of the morning, un tema generador de muchos beneficios para él: ha sido un éxito en diferentes décadas (en películas, anuncios, series de televisión; los derechos le han ayudado a cuadrar sus cuentas en tiempos de vacas flacas).

Al principio, esta canción estuvo pensada para Connie Francis, que no se atrevió a cantarla por la letra: aún no era frecuente contar un affair clandestino, de una sola noche y la mañana siguiente, desde el punto de vista femenino. Francis pensó que eso podría afectar su carrera en la que navegaba con bandera de inocente. Así que el honor recayó en Merrilee Rush, quien la convirtió en un hit de 1968 y en una canción duradera. Con infinidad de intérpretes posteriores en todos los géneros.

La quintesencia de su música fue publicada en una muy destacada antología titulada Wild Thing The Songs of Chip Taylor, donde sobresalen todos los temas suyos en voz de sus mejores intérpretes de ambos lados del Atlántico.

VIDEO SUGERIDO: Chip Taylor “Wild Thing”, YouTube (Music City Roots)

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FRANK ZAPPA: EL QUIJOTE AUSENTE (VI)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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VI

Las razones para su candidatura empezaron con un manifiesto artístico a través del disco Freak Out (1966) y de la fundación del grupo The Mothers of Invention (1967), las tarjetas de presentación de Frank Vincent Zappa (1940-1993), compositor, cantante, guitarrista y embajador de la libertad de expresión. De ascendencia franco-italiana y griego-árabe destacó desde el principio como el ideal del self-made man estadounidense, y como librepensador absoluto estuvo en situación de mostrar a los compatriotas su imagen en el espejo. Zappa siempre le causó horror al estadounidense medio, blanco y temeroso de Dios: era la encarnación absoluta de “la perversa cultura del rock”.

Declaraba cosas como: «Los políticos son unos villanos. Los presidentes de los Estados Unidos se dan aires de ser los amos del resto del mundo. ¿En qué se basan? ¿Se creen los líderes del planeta sólo debido al gran arsenal que manejan? ¿Cómo es posible que un gobierno que está en proceso de llevar a su propia población al abismo se adjudique el derecho de reinar sobre el resto del globo terráqueo?»

En consecuencia, Frank se declaró partícipe en la carrera por la presidencia. ¿Una broma? ¿Una locura?  Depende de los criterios de cada quien. Aunque frente a participantes de su mismo territorio —o de otras “democracias”— a los que ni una idea sobre el buen gobierno caracteriza, el líder de las Madres de la Invención hubiera sido la opción más sensata.

«Me ubico totalmente fuera de la realidad —se le escuchaba decir con burla—. No soy un fanático religioso, no consumo drogas, no soy republicano ni demócrata, y además estoy en mi sano juicio. Mi candidatura la he propuesto en serio. Los republicanos no le han traído nada bueno a este país; y los demócratas son incapaces de regir a la Unión Americana. Los dos grandes partidos no sirven; sus programas no se comprometen a nada y los políticos profesionales son un grupo de canallas. Este país está descendiendo a un nivel preocupante y nadie parece interesado en hacer algo al respecto. La mayoría de los políticos juegan al golf y realizan viajes al extranjero para escapar de la presión. Se portan como adolescentes consentidos. Esa es la tragedia de este país: nos gobiernan hombres que se resisten a ser adultos».

¿Qué hacía entonces a una excéntrica estrella del rock como Frank Zappa competente para dirigir a su país?, se preguntarán los interesados. La respuesta del propio músico era contundente: «No me voy de vacaciones, no juego al golf y admito que uso el W.C. Eso muy pocos políticos lo aceptan».  Al mismo tiempo no quiso hacer campaña alguna: «Me proclamé candidato y con eso basta. Quien quiera votar por mí, que lo haga. No gastaré millones de dólares que no me pertenecen en propaganda».

Se expresó con igual claridad acerca de su programa político: «Para empezar eliminaría los impuestos sobre los ingresos. A continuación, volvería a poner en activo la constitución estadounidense. La constitución fue concebida originalmente como un contrato entre el pueblo y el gobierno, dando al gobierno el derecho de tomar decisiones, en nombre del pueblo, que favorezcan el bienestar del mismo. No se trata de un poder que diga:  ‘Hagan lo que quieran, nosotros los elegimos’.  Todos los escándalos financieros, los asuntos intervencionistas; toda la corrupción que se lleva a cabo entre bastidores prueba cuánto se han alejado los gobiernos de los objetivos originales de la constitución».

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Zappa atribuyó las guerras recientes en que participaban los Estados Unidos al creciente ejército de abogados y juristas, organizado en tal forma que siempre incrementaba al máximo posible el caos y la confusión, para así poder conservar su estatus. «Este país se hunde por la plétora de juicios que tienen lugar. En ninguna otra nación del mundo hay tantos abogados por metro cuadrado como en los Estados Unidos. ¿Para qué sirven?  Todo el sistema jurídico de este país está torcido y se ha pervertido de tal modo que incluso quien se esfuerza por no gastar en toda su vida un centavo en ellos finalmente termina haciéndolo. Yo prohibiría que hubiera más abogados. Deben ser extinguidos».

La imagen de los Estados Unidos como el líder del mundo está caduca desde hace mucho, opinaba Frank. “¡Como si éste fuera un país libre! Hay más gente metida tras los barrotes aquí que en cualquier otra nación occidental. La mayoría a causa de las drogas; ni siquiera por tráfico, sino por consumo».

Él mismo afirmaba no haber probado nunca drogas como LSD o heroína, y que en su obra sólo había propagado las drogas suaves. «El LSD convirtió a personas comunes y corrientes en yuppies —indicó—.  Toda la generación de los sesenta, con su deseo de mejorar al mundo, se basó en el consumo de drogas: un caso de psicosis masiva. El LSD fue inventado por la CIA para confundir al enemigo en tiempos de guerra. En lugar de poner la sustancia a prueba con ovejas, utilizaron a los jóvenes. E incluso, como se vio, tuvieron que pagar por ello.

«Se ha creado una industria millonaria en torno a las drogas. Entre más profundo se hunde el país en el lodo, más grande es su necesidad de drogas. El gobierno prácticamente no hace nada en contra de los grandes capos de la misma. Lo único que le interesa es mantener bajo control a la población.  Sin embargo, este mantener bajo control a la población no está previsto en la constitución. Por eso a mi parecer habría que acusar a nuestro gobierno de alta traición».

VIDEO: ZAPPA FOR PRESIDENT – YouTube (FootageWorld)

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RAMAJE DEL ROCK: ROCK INSTRUMENTAL

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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LA VOZ DEL APARATO

 

Como su nombre lo indica el rock instrumental es un subgénero que basa su acontecer en el uso exclusivo de los instrumentos y con una mínima o ninguna participación de la letra. Surgió para dar énfasis a la destreza individual sobre los mismos, que a la larga derivó en virtuosismo.

Para no variar, esta corriente proviene de los intérpretes negros del jazz y del rhythm and blues, sobre todo del estilo jump. Un aspecto importante del jump blues eran las piezas instrumentales, herencia de los comienzos del r&b, cuando el principal interés de los fans era bailar.

El swing hot, el jazz y el country blues se condensaron en forma de jump blues al final de los años cuarenta, empujando a las pistas de baile a una población cansada de la guerra y la inflación. Los pequeños y animados grupos que tocaban secuencias de blues con una energía y un entusiasmo sin precedentes eran acompañados por cantantes gritones de ambos sexos.

El ánimo de los intérpretes se reflejaba en el del público. Los saxofones tenor graznaban y chillaban, los pianos ejercían un papel percusivo y las guitarras eléctricas vibraban y punteaban. Las letras de las canciones eran sencillas y elementales, dirigiéndose a los corazones de los adolescentes mientras el estruendoso ritmo les hacía mover los pies.

Al aumentar la popularidad de tal música, ésta atrajo a hordas de imitadores y admiradores. En pocos años, el jump blues cambió el rumbo de la música popular en los Estados Unidos.

Durante su auge, hasta el comienzo de los sesenta, el poder de convocatoria de tal estilo abarcaba a todas las razas y situaciones económicas, al contrario del country blues y del blues eléctrico urbano, de público en su mayoría negro.

Era capaz de llenar los salones de baile con cientos de escuchas eufóricos. Sin embargo, al llegar el año de 1960, el jump blues había desaparecido de la radio. Algunos de los exponentes del demoledor arte del jump habían encontrado un lugar temporal en el rock and roll, pero la mayoría desapareció.

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Su esencia fue retomada por los guitarristas blancos de ambos lados del Atlántico hacia el final de los cincuenta, con los Tornados y los Shadows, del lado del Reino Unido,

Y con The Champs, Duane Eddy, Link Wray, The Fireballs, The Ventures y Booker T. And The MG’s, del lado estadounidense.

La época de oro del rock instrumental duró hasta la llegada de la Ola Inglesa, a la que influyó, así como lo hizo con el surf y otras corrientes de moda menos importantes y fugaces. Sin embargo, su presencia se ha mantenido a lo largo de las décadas gracias al creciente e innovador virtuosismo de sus intérpretes, quienes han canalizado sus ímpetus hacia la experimentación y el descubrimiento de las posibilidades del instrumento.

En los años setenta la fusión del rock con el jazz y el cross-over brindaron muestras como las de Return to Forever, la Mahavishnu Orchestra, Weather Report y el ya solista Jeff Beck; la corriente progresiva se alzó con los nombres de Mike Oldfield y King Crimson.

Los ochenta pusieron en la palestra a Yngwie Malmsteen, Joe Satriani, Steve  Vei, Steve Morse y Jason Becker, entre otros. En los noventa se sumaron Tortoise, Mogwai, Cul de Sac, Don Caballero, y el director Quentin Tarantino abrió los archivos para darle realce a su Pulp Fiction con Dick Dale, quien resucitó con ello, lo mismo que el rock instrumental de garage por todo el mundo.

Con el nuevo siglo aparecieron nuevos representantes, acordes con la sonoridad vigente: John 5, Eric Johnson, Jim Root, dominaron la primera década. En la segunda, se consolidó el post-rock, y entre su vertiente instrumental se anotaron nombres como Explosions in the Sky, Russian Circles, God Is An Astronaut, Mogwai, Do May Say Think, Black Emperor, Godspeed You!, que son otros ejemplos de post-rock instrumental.

Asimismo, lo son los grupos japoneses Mono, Toe y The Black Mages, o los franco estadounidenses CAB, los rusos de Mooncake, los angelinos Red Sparowes y los texanos Scale the Summit, entre otros muchos.

No obstante, el del siglo XXI es otro cuento, la época temprana (la dorada) de este subgénero es la señalada como clásica por la historia y en donde diversos instrumentos tomaron el papel protagónico antes de que fuera la guitarra, la reina del lugar: El sax con los Champs, por ejemplo (“Limbo Rock”), el órgano Hammond con Booker T. And The MG’s (“Green Onions”), hasta desembocar en los guitarristas como Link Wray (“Rumble”), Dick Dale, Duane Eddy, y The Ventures.

VIDEO SUGERIDO: The Ventures – Hawaii Five-O (original theme song), YouTube (theandrusshow)

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LONTANANZA: RAMMSTEIN

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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FUEGO CON FUEGO

 

Rammstein es un grupo de rock con inclinación por las referencias históricas revisionistas. Busca la reinterpretación ritualista de los iconos de la era más oscura de su país, de sus símbolos, de sus emblemas, de sus imágenes, de sus filias y fobias. Y lo hacen desde una concepción artística de ruptura, provocativa y polémica. La crítica de su propuesta se la dejan a quienes los escuchan.

Rammstein es una banda de pura cepa alemana, como lo fue el Wagner del siglo XIX y su ópera total. Poco más de un siglo después de su muerte surgió este grupo que hizo que se volviera a escuchar a aquel clásico, con toda su carga mítica.

Desde su fundación en 1994, hace treinta años ya, la agrupación ha tocado un metal definitivamente industrial con su plétora de antojos mecánicos, y cantado acerca del fuego, la sangre y algunas formas oscuras del erotismo, como lo hizo en su momento el creador del Anillo de los Nibelungos, y con todo su drama musical, libretos y escenografías. Y lo que es más señalado todavía: sus integrantes se sienten orgullosos de ello.

Bajo la consigna primera de que “hay tantos prejuicios contra los alemanes que toda una vida no bastaría para eliminarlos”, ellos le han echado más gasolina al fuego (literalmente). Los temas de Rammstein desde entonces han sido el sadomasoquismo, la necrofilia, el incesto, la zoofilia, la guerra, la xenofobia, el racismo, entre otros semejantes, con todos sus ritos bombásticamente escenificados desde la primera gira que realizaron con el material de su disco debut, la Herzeleid Tour de 1995-96.

Y todo ello usando los imperativos: “Bésame”, “Empínate”, “Castígame”, por mencionar sólo tres títulos de su segundo álbum Sehnsucht, por ejemplo. “Tu cara me da igual, empínate”. Con letras semejantes, se hubiera esperado el contraataque feminista, pero no ocurrió así, se ve que tal bloque es selectivo à la carte.

Al igual que en el caso del conglomerado Rockbitch británico, Rammstein confronta al público con un extraño fenómeno: la aceptación y el rechazo, por igual (“No me gusta, pero sí me gusta”), con toda clase de pretextos para explicarlo.

En la base de este tinglado está un sonido sumamente contagioso que establece el equilibrio perfecto en el filo agudísimo entre el metal y el dance electrónico. Justo lo que anduvieron buscando en su momento grupos como Frontline Assembly, The Prodigy, Moby y The Chemical Brothers, entre otros.

Rammstein ha tenido éxito donde fracasó otro grupo alemán, Die Krupps. Y ha seguido rompiendo todos los récords de ventas en su país, pese a caminar por la delgada línea entre la propaganda y la parodia. Lo suyo hace referencia al espectáculo de cabaret de los años veinte, durante la República de Weimar, pero con el sonido expresionista de la actualidad.

Sehnsucht, su segundo álbum, llegó al número uno en las listas de discos después de permanecer embodegado durante más de medio año, a la espera de que bajaran las ventas del primero, Herzeleid.

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Este grupo originario de la ex Alemania Oriental se ha adaptado rápidamente a la nueva situación político-geográfica: a la prensa internacional le advirtieron que las entrevistas no podían durar más de 20 minutos, tenían que ser en alemán y estaba prohibido tomarles fotos, pero dichas entrevistas se le podían hacer a cualquiera de los miembros (todos son, desde el comienzo, igualmente importantes, por lo cual pusieron en circulación seis portadas diferentes de Sehnsucht y en las playeras inspiradas en éstas).

El éxito del grupo ha sido notable en vista de que sus canciones están prohibidas en la radio alemana y de la gran cantidad de enemigos que tienen entre la prensa de su país. Se les acusa de tocar “rock neonazi” y de dedicarse a puras “bravuconadas faltas de sentido y de contenido”.

Para Felix Klein, comisionado del Gobierno alemán para asuntos de antisemitismo, por ejemplo: “La escenificación de los músicos de Rammstein como presos de campos de concentración condenados a muerte –en uno de sus videos– rebasa una línea roja…Si esto sólo sirve para fomentar la venta de un disco, lo considero un uso de mal gusto de la libertad artística”.

Muchos se preguntan hasta dónde podrá llegar un grupo cuyos miembros no vacilaron en elegir como nombre una referencia evidente al accidente de un avión ocurrido hace algunos años en aquellos lares, en el que 80 personas fueron devoradas por las llamas. Si a eso se agrega que el espectáculo de Rammstein muestra un notable gusto por el fuego, cualquiera puede sacar conclusiones al respecto.

“No nos interesa lo que piense la gente —ha afirmado el tecladista Flake. Creo que una democracia debe ser capaz de aguantar a un grupo como el nuestro. De otra manera habría que prohibir también a Kiss, por el símbolo de la SS que contiene su nombre y el fuego que utilizan en sus conciertos. Somos entertainers, al fin y al cabo, aunque lo somos de nuestra generación. Y ésa es distinta a la de hace 20 o 30 años.”

“Creo que la única oportunidad que tienes como artista es ser sincero contigo mismo, ser auténtico. La música que tocamos debería provocar y polarizar. En el momento en el que empiezas a tener miedo de lo que puedes decir, todo se complica. Creo que hay niveles de moralidad que todos los individuos tienen y líneas que no se quieren cruzar. Se ponen de acuerdo, para que nadie esté incómodo”, ha señalado Richard Zven Kruspe, el guitarrista, por su parte.

Al director cinematográfico de culto David Lynch no le causó ningún problema todo ello. Utilizó dos canciones del álbum debut de Rammstein para el soundtrack de su película Lost Highway. Lynch no habla ni una palabra de alemán, pero lo que le importó fue la atmósfera que creaban sus canciones. Ése es uno de los principales objetivos del trabajo del grupo: “Si la gente se deja provocar por el resultado, es su propio problema”, ha sentenciado el sexteto.

Rammstein no es un conglomerado de psicópatas, sólo tiene los trastornos normales provenientes de su particular contexto: un país dividido y vuelto a unificar por decretos políticos —con décadas e ideologías polarizadas de por medio y como protagonista más conspicuo—, con el cúmulo de problemáticas sociales y psicológicas que ello conlleva. Ellos lo han llevado a la escena, con su propia estética, con el fuego como su principal elemento, ese que lo incendia todo.

Es un grupo sombrío y neo expresionista. Tiene una identidad propia y canta acerca de temas universales que inquietan por su escabrosidad. Les inyecta además a sus presentaciones un impactante toque de histrionismo en el escenario. Un toque que a muchos en el mundo les parece “políticamente incorrecto”. Cosas de la era que vivimos.

Dureza ensordecedora, marcial y goyesca –con ríspida visión infernal incluida–. Brocha gorda, nada de pinceles. Fuego, mucho fuego. Simbólico o destructor. En bruto o con sofisticaciones tecnológicas, militares y evocadoras: lanzallamas, cañones antitanques, ballestas, cohetes, efectos y multitud de juegos pirotécnicos.

Sonido y volumen. Un organismo vivo que se nutre de ellos y se incrusta –literalmente– hasta en el último rincón de un estadio, del cuerpo, del cerebro, que escucha bramidos, que observa nubarrones negros, que intuye hundimientos.

Imágenes caníbales, industriosas, cinematográficas, de golpeteo al músculo como insignia mitológica, de hipnosis, con ecos del krautrock y prácticas à la Mengele. Y más fuego, siempre el fuego, el que limpia, cura y el que reduce.

Iconografía nazi. De nuevo la delgada línea que separa lo crítico de lo fanático. Todo con el afán provocador como medio y como objetivo. Para ello hay una enorme producción en su mise en scène, bombástica y ampulosa, como herramienta para provocar la comunión con el público (gustador del ritual), sin importar que no sepa alemán, como en las óperas de Wagner.

Rammstein: épica y su autoparodia. Y así llegan los 30 años del grupo con un disco homónimo (¿?) y un cerillo como imagen en la portada, listo para incendiarlo todo en medio del paroxismo. Sin restarle un ápice a la música, a su dureza, a su rítmica, que es finalmente lo que más parece importarles.

VIDEO SUGERIDO: Rammstein – Radio (Official Video), YouTube (Rammstein Official)

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SIGNOS: ROCK AND ROLL: MITO Y ORIGEN (V)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Al terminar la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos se encontraron, por primera vez en la historia, con el concepto «adolescencia». Una enorme masa juvenil que nunca había sido tomada en cuenta, y que ahora estaba desocupada debido a que los puestos de trabajo eran cubiertos por los soldados desmovilizados tras la contienda; además, tenía gran poder adquisitivo por trabajitos esporádicos o gracias a aportaciones familiares.

Esa juventud empezó a crearse un universo propio. Tenía otros códigos de comportamiento, otros gustos, otras modas, otras formas de relacionarse. Y, a la vez, se negaba a aceptar los valores establecidos por la generación de sus padres. Con la irrupción de Elvis Presley se produjo una música para jóvenes encabezada por el propio Elvis, y promovida por gente como Carl Perkins, Gene Vincent, Billy Lee Riley, entre muchos otros. Era música ruidosa, frenética, agresiva y muchas veces insolente.

Esta música fue lanzada por pequeñas compañías independientes como la Sun Records y se convirtió en fortísima competencia para los editores y cantantes tradicionales. La llegada del disco de 45 RPM en sustitución del de 78 facilitó todo eso. La respuesta al rockabilly fue fácil de prevenir en la primera mitad de los cincuenta: las grandes compañías compraron sus figuras a los sellos pequeños y la locura se hizo nacional y luego internacional.

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Al comienzo de la década, las baladas y los cantantes melódicos dominaban la escena estadounidense. Sin embargo, los adolescentes blancos estaban dispuestos a oír una música que expresara cómo se sentían.

En julio de 1954, como ya se mencionó, Elvis Presley, de 19 años, grabó «That’s All Right, Mama» y «Milkcow Blues Boogie» y todo cambió. Hasta entonces, las canciones country, campiranas del Sur, habían sonado de lo más correcto, pero en los estudios Sun Records de Sam Phillips apareció Elvis y les propinó su tratamiento junto con el guitarrista Scotty Moore y el contrabajista Bill Black. Nació el rockabilly.

VIDEO: Elvis Presley…That’s Alright (Mama) – First Release – 1954, YouTube (V.A. Hoss)

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PLUS: LA POÉTICA DEL NOMBRE (II)

Por SERGIO MONSALVO C.

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“ANNA”

Arthur Alexander fue ejemplo de individuos solitarios, compositores sensibles, pero sin esperanza. Reflejaba el carácter particular del artista natural pero contenido y despreciado por un ambiente espeso, hundido en medio de una población provinciana, rural, con fenómenos sociales añejos, acendrados y quizá insolubles, como el aislamiento (y sus consecuencias culturales), la discriminación racial y de clase, el conservadurismo que permeaba cualquier forma de desarrollo colectivo y, por supuesto, la pobreza.

Alexander nació en un medio infame, en Florence, Alabama, en mayo de 1940. Un estado en el que los negros sólo podían aspirar a ser pobres, ligeramente por encima de la indigencia. Así creció Arthur como hijo de un músico y cantante de blues y góspel, que no quería lo mismo para su vástago. Pero el joven se empapó con aquella música que hacía su padre y con la que escuchaba en la radio (hillbilly y country). Sin estudios, tuvo que ganarse la vida en trabajillos diversos por las mañanas y cantando en bares durante las noches.

De esta manera se encontró un día con Rick Hall, un joven productor independiente que acababa de montar un estudio de grabación (FAME) en un viejo almacén de tabaco en la cercana localidad de Muscle Shoals. Alexander le confesó que tenía algunas canciones y Hall le pidió que le cantara algunas de ellas. Fueron al bar del hotel, Hall les dio una propina a los músicos de la casa para que acompañaran a Alexander. Cuando éste terminó de cantar “Anna” El productor se quedó callado para luego afirmar: “Tenemos un éxito”.

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Ahí, en el corazón de Muscle Shouls se acababa de inventar el country soul, el soul sureño. “Anna” fue una de las primeras grandes baladas soul, incluso está más cerca de un tiempo-medio que una balada lenta. Al igual que varias de las canciones de Alexander, llegaría a ser más famosa en versiones  hechas por otros artistas que en su propia interpretación original. Aunque en realidad tuvo cierto éxito cuando se publicó por primera vez en 1962, llegando al lugar 68 en las listas pop y en el 10 en las de R&B.

La derrama artística de Arthur Alexander, sin embargo, va más allá de las versiones que grandes estrellas hicieron de sus canciones, su legado se muestra en la influencia que tuvo en esos grupos y cantantes y en la propia historia del soul sureño. Su estilo era cálido y acogedor. “Sus canciones parece que te arropan como una manta suave durante una noche fría”, dijo alguien sobre él.

Con el uso de esta materia prima, el rock británico aprovechó la oportunidad  para su propia fundamentación. Integró su versión de ambas músicas con base en los conceptos particulares sobre ellas y su cotidianeidad. No habría rock en la Gran Bretaña sin la música negra.

Y esa deuda sus adalides la han pagado con divisas ontológicas en forma de referencias, citas y mágicos cóvers. Históricos, la mayoría de las veces. Que exponen sus raíces, sus emocionados descubrimientos y apegados acercamientos estilísticos para luego encarar su propio desarrollo.

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Los Beatles, lo hicieron con esa pieza. “Anna” era uno de los temas favoritos de John Lennon, de tal manera que formaba parte del repertorio regular de sus actuaciones de fogueo tanto en Hamburgo como en Liverpool. Como consecuencia estaba pulida en el estilo beatle y por ello fue grabada e incluida en su álbum debut, Please Please Me.

 La pieza escrita e interpretada originalmente por Arthur Alexander había sido lanzada como single en septiembre de 1962. La versión realizada por el Cuarteto de Liverpool fue grabada en febrero del siguiente año, casi enseguida. Resaltó su valor como un excelente y auténtico cóver. Uno que evidenció con su revisitación el cambio de época.

“Los Beatles estábamos buscando nuestro sonido y ahí apareció el rhythm and blues lleno de soul. Eso es lo que solíamos escuchar entonces y es lo que queríamos hacer. Estábamos fascinados por esa música negra y para nosotros la cima de todo aquello fue Arthur Alexander”, confesó Paul McCartney.

George Harrison se encargó del riff, Ringo lo hizo con un fuerte beat y John Lennon llevó la voz cantante en ella (le añadió un dolor tortuoso que no está en el tema original). El crítico musical Ian MacDonald dijo, a su vez, que sonaba como “un joven apasionado intentando dominar con su voz una canción de hombre”.

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Arthur Alexander, el creador de la canción (en la que volcó todas sus influencias), se convirtió en el primer cantante de Alabama en entrar en las listas de éxitos y en un cantautor prestigioso que escanciaría su talento en un sinnúmero de piezas memorables.

Tanto que pocos meses después los Beatles harían su versión, como ya se vio, y con el paso del tiempo infinidad de intérpretes. Entre ellos destaca la que hizo Roger McGuinn (nacido en Chicago como James Joseph McGuinn III el 13 de julio de 1942, y conocido a la postre como Roger McGuinn) para el tributo que el sello Razor & The Music antologó con material del compositor.

McGuinn era un músico de folk formado en su ciudad natal, que antes de intentar una carrera por su propia cuenta interpretaba canciones de los Beatles en los cafés neoyorquinos del Greenwich Village. 

Inspirándose en George Harrison por su innovación en el tema “A Hard Day’s Night”, McGuinn decidió entrar al mundo del rock con una guitarra eléctrica de 12 cuerdas. Y lo hizo con The Byrds, los cuales inauguraron una nueva corriente rockera, el folk-rock, y se constituyeron en una incomparable agrupación que denotaba la influencia evidente de Bob Dylan, el estilo de los Beatles, el country and western y el rhythm and blues, con lo cual originaron lo que se denominaría el nuevo rock estadounidense.

Con la resonancia de la Rickenbancker de 12 cuerdas de McGuinn, también cantante principal, y una compleja armonía instrumental y vocal los Byrds marcaron un nuevo sonido y se dieron a conocer al mundo. La belleza de cuerdas y canto está presente en la versión de “Anna”, el tributo que McGuinn le brindó a Artur Alexander.

VIDEO SUGERIDO: Anna (Go To Him), YouTube (Te Beatles)

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ROCK Y LITERATURA: SING BACKWARDS AND WEEP

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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A Mark Lanegan, se le pueden registrar más de una docena de entregas discográficas en su colección solista de formas musicales, aunque en las postrimerías de su vida él mismo se concibiera como figura a la que explorar vía la narrativa, para explicarse literariamente y que se entendieran sus desbarres frenéticos, airear los sucesos, y de paso, ajustar cuentas con otros contemporáneos.

Vayamos por partes. Lanegan nació en Ellensburg (Washington) en noviembre de 1964. Una ciudad cercana al centro donde surgió el grunge, Seattle. Ahí se embarcó en tal estilo con la banda Screaming Trees, a la que lideraba con su voz grave y dramática. Y le dio otra perspectiva al grunge de los años ochenta, desde la segunda fila, tras Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden y Alice in Chains.

Luego de ello, en algún momento de su carrera, formó parte de los grupos Mad Season, The Gutter Twins, Soulsavers, The Twilight Singers y Queens of the Stone Age. Incluso colaboró con Manic Street Preachers en el disco The Ultra Vivid Lament. Posteriormente, Lanegan dejó en los noventa sobresalientes y agudas obras como Whiskey for the Holy Ghost y I’ll Take Care of You, y otras tantas, hasta completar las cinco en el 2004 con Bubblegum.

A ello siguieron años de colaborar con músicos como Greg Dulli, Isobel Campbell o James Lavelle, entre otros. A partir de entonces, no hizo más que hundirse en sus propias y turbulentas tinieblas de drogadicción y depresión hasta convertirse en un músico de difícil molde que, incluso, contra todo pronóstico, experimentó con la electrónica.

Tal época de solista abarcó sus facetas de crooner disolvente, de ríspido rockero y de bluesman acerado. Poliédrico él, llegó a editar 11 discos en esas maneras. “Lo más importante en esto de la música es no perder la curiosidad”, dijo. Y ya entrada la segunda década del XXI, en sus siguientes álbumes siguió la estela de Tom Waits y sobre todo de Nick Cave.

Así lo contó en una entrevista: “En el 2012 por primera vez en mucho tiempo, me encontré sin nada que hacer y, en vez de esperar que alguien me llamara, actué yo. Tenía 48 años y, bueno, muchos de mis amigos ya estaban muertos. Cada vez era menos la gente que me podía llamar para hacer algo. Yo seguía vivo. Todo un éxito, si le echas un vistazo a mi biografía”.

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En el 2020, efectivamente, la escribió. Lleva por título Sing Backguards and Weep, donde buscó reconciliarse con su pasado en un libro de memorias. Su lectura produce sensaciones contradictorias, primero por la imagen que siempre proyectó y la explicación que da de sí mismo. No hay literatura, es una narrativa con demasiado balbuceo y mucha condescendencia con sus dependencias, a las que dedica y se regodea en decenas y decenas de páginas. Lo sustancial es breve e iluminador sobre la escena grunge, sobre todo.

Es un testimonio directo, pero menor, sobre la gente con la que convivió en ese tiempo en que nació, desarrolló y feneció tal estilo (del que renegó cada vez que pudo). Es más que nada un ajuste de cuentas con algunas de sus personalidades, y un autorretrato construido a la medida, antes de fallecer el 22 de marzo del 2022, a los 57 años.

Por otro lado, lo mejor de Mark Lanegan siempre será su música como solista. Y de ese legado, su álbum Straight Songs of Sorrow (2020), es su verdadero testamento, el sonido de su repaso existencial o, de manera más poética, el soundtrack de sí mismo.

El disco es, por lo mismo, una obra hecha con material ávido y profuso (quizá ya intuía la llegada del fin) en su más de una docena de composiciones, y el crisol de una revisión profunda y visceral sobre la vida y música que lo poseyeron mientras duró su existencia.

Y, como no podía ser de otra manera, el tema inicial ‘I Wouldn’t Want to Say’ es la evocación de un momento crucial para muchos creadores del género: el dickensiano encuentro con el espectro de la trinidad berlinesa David Bowie-Lou Reed-Iggy Pop. El instante de los hechos y desechos en la vida. De la opción entre el borrón y la cuenta nueva o el desaire al futuro.

Tal circunstancia es el mejor comienzo para un álbum semejante, ya que a la postre, durante su escucha, Straight Songs of Sorrow mostrará a todos los Lanegan conocidos de una manera atingente y estruendosa. Es un trabajo de lucidez en donde el músico se descubre, se disecciona sin piedad y pone en la balanza las consecuencias de quien ha sido.

Es un trabajo con hondura que requirió de los acompañantes adecuados para semejante tarea, y cuya colaboración resulta garantía de efectividad: Adrian Utley de Portishead, Greg Dulli de The Afghan Whigs, Warren Ellis de Bad Seeds, John Paul Jones de Led Zeppelin y el reconocido cantautor británico Ed Harcourt.

Con ellos, Lanegan ofrece su muestrario de franquesas y sinceridades, de ardientes y nebulosas imágenes de rock, como ‘Ketamine’, ‘Churchbells, Ghosts’, ‘Ballad of a Dying Rover’ y ‘Bleed All Over’, así como las frágiles sensaciones de soft rock como ‘Apples from a Tree’ y ‘This Game of Love’, acompañado de su esposa, Shelley Brien, en donde rememora sus apreciados duelos con Isobel Campbell.

Con todo este conjunto de letanías y compañeros, Lanegan se eleva sobre su propia figura (a la que intentó mixtificar en el libro autobiográfico), suena épico y contundente, circunstancia ilustrada en los más de siete minutos de ‘Skeleton Key’, una composición con voz hiriente y aprehensiva, tras cuya escucha se debe hacer el gran esfuerzo de separar al hombre de la obra y apreciar en lo todo lo que vale un álbum difícil de olvidar.

VIDEO: Mark Lanegan – Skeleton Key, YouTube (Mark Lanegan)

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