ELLAZZ (.WORLD): ABBEY LINCOLN

Por SERGIO MONSALVO C.

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Difícilmente se podía imaginar el futuro de Abbey Lincoln tras su primer disco: Affair, A Story Of a Girl In Love de 1956, pues su insinuante portada,  a lo Julie London negra, y el esmerado contexto orquestal eran razones de peso para su candidatura a superestrella sofisticada de la canción. Abundando en lo mismo, ese año su intervención en la película The Girl Can’t Help It (La Chica no lo puede evitar) de Frank Tashlin, superaba en carisma sexual a la rubia protagonista Jane Mansfield.

Pero, Anne Maria Wooldridge (nacida en Chicago en 1930), que había actuado en diversos clubes bajo el nombre de Gaby Lee antes de convertirse en Abbey Lincoln y de adoptar en 1975 –durante un largo viaje por los países africanos—el nombre de Aminata Moseka, se rebeló contra esa imagen y emprendió un giro radical en su vida y en su carrera.

Habla Abbey:

“Un poco después de mi aparición en el club Ciro’s me propusieron mi primer trabajo cinematográfico. El director musical Lionel Newman era  amigo de Bob Russell (letrista, productor y representante que fue el autor artístico de mi nombre como cantante: Abbey Lincoln) y por ello me eligieron para aparecer en la cinta The Girl Can’t Help It (película de Frank Tashlin de 1956).

“Bob había participado en la concepción de la misma y escribió para mí una canción muy especial para interpretarla dentro de ella. No me entusiasmé mucho cuando la escuché. Tenía un tono y un estilo de voz que no correspondía realmente a mi forma de cantar ni a mi bagaje en tal sentido: ‘¡Hagan correr la palabra / Difundan el Evangelio / Digan la Verdad / Será escuchada!’.

“Cuando discutimos sobre el asunto Bob me recordó que por ser negra yo debía ser capaz de hacer algo, de manejar el texto, de adaptarme a las circunstancias y a la música. Yo sabía que él hacía lo mejor para que la canción se integrara a la trama general de la película, y al mismo tiempo para hacer avanzar mi carrera. Le hubiera dado todo lo que él me pidiera porque lo quería realmente, era un amigo auténtico, Además me interesaba preservar nuestra relación artista y mánager, aunque de vez en cuando las cosas no anduvieran muy bien.

“En el estudio comenzaron a vestirme para la película. Me habían pedido modelar unos vestidos que serían sometidos a la aprobación del escenógrafo. Yo había encontrado a un diseñador que me confeccionó dos conjuntos. Eran muy bonitos, no muy llamativos, pero la responsable del vestuario quería verme ataviada de manera “muy espectacular”. Me llevó al guardarropa donde hizo que me pusiera varios vestidos; a continuación, sacó una especie de trapito anaranjado y me dijo que lo habían hecho originalmente para Marilyn Monroe. Entré al probador, me desnudé completamente y comencé a enfundarme en él. Me quedó perfectamente y en definitiva me veía espectacular.

“Comencé a modelar para mí misma frente a los grandes espejos que tenía a mi disposición. El color, el brillo, la sedosidad de esa tela realmente me impactó todos los sentidos, todo se convirtió en eso, pura sensualidad, realmente lo disfruté, me disfruté a plenitud. Creo que hasta mis ojos adquirieron un brillo distinto, mi boca –a la que yo había visto cantar y hacer gestos mientras lo hacía—cobró una participación nueva en cuanto a mi físico, se volvió también otro centro de atracción, no el más importante pero sí llamaba a la mirada, al momento de reflexión en torno a ella. Puedo decir que me descubrí siendo otra.

“El busto de aquel vestido estaba relleno de algodón, así que de un momento a otro me convertí en la chica del cuerpo de ensueño con grandes tetas. El verdadero centro de atracción de todo el conjunto. Yo tenía un buen cuerpo en aquel entonces, un muy buen cuerpo, lo sabía por las miradas de los hombres a mi alrededor, por sus atenciones interesadas. Lo sabía, pero nunca realmente utilicé mi cuerpo para conseguir cosas.

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“A mí lo que siempre me interesó fue cantar, desarrollarme en ese sentido. Incluso no puedo negar que en ciertas ocasiones hasta ese cuerpo me estorbaba. Yo sólo quería que oyeran mi voz. Ahora estaba del otro lado de la mesa. Fue quizá la primera vez que fui consciente de mis otros atributos. Y debo decir que no me sentí mal por eso, para nada. Al salir del camerino y escuchar las exclamaciones y los silbidos de aprobación experimenté cosas nuevas.

“Posteriormente, el encargado de prensa que se ocupaba de promocionar la película en los medios y que se ocupaba de proporcionar información a los mismos acerca de los participantes me reveló que Jane Mansfield –la protagonista–, de por sí generosamente dotada por la naturaleza también tenía derecho a tales rellenos.  Ella era la diva de la película y por lo que pude observar giraba en torno a ella el meollo en que la trama se basaba: grandes senos y rock and roll.

“El productor, escenógrafo y guionista estaba perfectamente consciente de ello: fue él quien lo tramó todo. A Jane no la vi nunca excepto durante el rodaje. Ya no recuerdo quien me llevó, pero alguien me condujo hasta su camerino cuando tuve que cambiarme de vestido. Ella entró en la habitación y se mostró muy amable, pero yo sabía que pensaba que no tenía ningún derecho de estar en su camerino. Tuve la impresión de que a pesar de toda su ambición y de ese no sé qué que la había convertido en estrella, seguía conservando un aire de inocencia con un toquecito de malicia en su forma de ser.

“Mi tiempo en el escenario se redujo al mínimo. Nunca leí el guión, ni estuve enterada de la trama. En retrospectiva me doy cuenta de que de lo único que guardo un recuerdo preciso es de cuando me probé el vestido. No tengo el menor recuerdo del rodaje de la escena en la que canté. Cuando la película se terminó me invitaron a una proyección en Nueva York, donde me dieron unas ganas locas de reírme. Cierto, era una comedia, pero para mí todo había salido realmente bien.

“En cuanto al vestido se lo robé al estudio. No lo hice furtivamente ni con grandes precauciones, sino que simplemente lo tomé. Nadie me lo reclamó nunca. Lo tomé como si ellos hubieran tenido la intención de dármelo. Mientras tanto Russell había obtenido para mí un contrato de grabación con Liberty Records, cuya publicidad consistía en la reproducción de un centavo de cobre con un retrato mío en el vestido de Marilyn Monroe sobreimpuesto a la imagen de Abaham Lincoln. La idea se basaba en un juego de palabras, pero nadie hizo caso de eso.

“En cambio, lo que sí funcionó bien fue que se me empezó a considerar como un símbolo sexual negro. Había escogido el mejor material en cuanto al repertorio; la mayoría de los textos eran de Russell. Tenía la idea de relatar una historia de amor que terminaba mal. Russell recurrió a grandes músicos y connotados directores de orquesta como Benny Carter, Marty Paich y Jack Montrose para que fungieran como arreglistas; hubo un conjunto de cuerdas, pero también el sonido de una big band.

“El fotógrafo al que escogieron para la portada me pidió que me pusiera un Baby Doll. Tuve que posar acostada en el piso, con los senos un poco salidos del escote y el título del álbum fue Affair, A History from a Girl In Love.

“Una vez que salió el álbum me empezaron a invitar a los estudios de radio para la promoción y entrevistas, y en múltiples ocasiones me recibieron con comentarios y guiños lujuriosos. Debí esperármelo, pero debo admitir que el asunto me sorprendió. De hecho, pensé que me estaba convirtiendo en una especie de monstruo, pero aún no me daba cuenta cabal de todo aquello, aún era muy joven e inexperta.

“De cualquier manera, debido a la atención que me brindaron los periodistas por mi aparición en The Girl Can’t Help It, y a la historia del vestido, unos promotores me invitaron a cantar a Río de Janeiro. Claro que fui. Sin embargo, a partir de entonces modifiqué el rumbo y puse los acentos sobre mí en el canto. Y gracias a mi canto conocí al que sería mi más grande amor y compañero de muchas batallas, no únicamente artísticas sino también sociales: Max Roach”.

Bajo los auspicios del baterista Max Roach, con el que estuvo casada desde 1962 hasta 1970, Abbey se sumergió firmemente en la búsqueda de un estilo original, asentado en la exploración de la música y cultura afroamericana. Sus discos para el sello Riverside son de inexcusable conocimiento por la impresionante nómina de excelentes jazzistas: Sonny Rollins, Kenny Dorham, Wynton Kelly, Paul Chambers, Art Farmer, los hermanos Turrentine, además del grupo de Max Roach.

Así se empezaron a dar los logros, con su alternancia de episodios vocales e instrumentales, en una calculada progresión dramática. Mientras Dinah Washington y sus seguidoras se inspiraban en Bessie Smith y en las cantantes del blues clásico, Abbey Lincoln iba a contracorriente y reivindicaba el tono declamatorio de Ethel Waters y de artistas del teatro negro como Florence Mills, sin duda atraída por su ejemplo de dignidad.

Frente a la mayoría de las voces de jazz, que trabajaban su fraseo a la manera instrumental, con el consabido problema de conciliar el texto y la música, Abbey conseguía una unidad muy poco convencional mediante la asimilación de procedimientos del canto africano. Posiblemente el disco que mejor plasmó sus intentos en este sentido fue Stright Ahead junto a Coleman Hawkins, Eric Dolphy, Mal Waldron, Art Davis y Max Roach. Ahí brilló su talento como escritora y como arreglista en percusivas vocalizaciones.

Luego de eso transcurriría largo tiempo hasta que volviera a grabar, dedicándose a cantar en clubes nocturnos y en conciertos, a una trastabillante carrera cinematográfica y televisiva. No obstante, estuvo a punto de interpretar a Billie Holiday en Lady Sings the Blues, pero al último momento escogieron a Diana Ross que era más popular en ese momento. Y a trabajar en asociaciones sociales y políticas en defensa de la dignidad de la minoría afroamericana y de la mujer negra en particular.

Desde 1980 hizo discos con intermitente regularidad, aprovechando el reconocimiento europeo, y aportando nuevas canciones que expresaran sus sentimientos de mujer negra en su estilo inconfundible, aunque de manera más relajada y menos radical que en el pasado. Abbey Lincoln falleció el 14 de agosto del 2010.

VIDEO: Abbey Lincoln – I Didn’t Know About You, YouTube (Abbey Lincoln-Tema)

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LIBROS: CINE Y JAZZ

Por SERGIO MONSALVO C.

 

CINE Y JAZZ (PORTADA)

 

IMÁGENES SINCOPADAS*

 

El cine y el jazz se desarrollaron como géneros artísticos desde los primeros años del siglo XX. Entre el final de la I Guerra Mundial y el inicio de la era sonora en el cine la época estuvo marcada por el jazz y otras músicas sincopadas, que desempeñaron un papel persuasivo e influyente en el trastorno social que sacudió la cultura estadounidense.

Su terreno eran los speakeasies, clubes nocturnos que pertenecían a los gangsters y eran frecuentados por ellos, además de los casinos, tabernuchas, burdeles y salones de baile baratos. Se le consideraba bajo en lo social y lleno de implicaciones eróticas, vulgar, agresivo y poco estético. Pero, igualmente  fresco, liberador y desinhibido.

Asimismo, se le veía como un aspecto fundamental del nuevo espíritu de la época y se convirtió en el perfecto acompañamiento musical de los años veinte, que al poco tiempo se conocieron como la «era del jazz».  Por lo tanto, resultaba natural que el cine se remitiera al género a fin de corresponder al nuevo estado de ánimo de su público. Hollywood percibió de inmediato el potencial de las películas que lo reprodujeran…

 

*Fragmento extraído del libro Cine y Jazz, de Ediciones sin nombre.

CINE Y JAZZ (FOTO 2)

 

Cine y Jazz

Imágenes Sincopadas

Sergio Monsalvo C.

Ediciones sin nombre/

Revista Nitrato de Plata

Colección “Pantalla de papel”

Ensayo

México D. F., 1996

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ELLAZZ (.WORLD): SHIRLEY HORN

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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GARDENIA DE LAS TECLAS

 

La pianista, cantante y compositora estadounidense Shirley Horn fue poseedora de una intensidad hipnótica en sus interpretaciones, que en mucho buscaban impactar la subjetividad de los escuchas. La asombrosa y eficaz amalgama que la caracteriza echa mano de modernísimas armonías para plasmar íntimos sentimientos en un estilo nada flexible a los cartabones de la moda.

Dentro de las cantantes-pianistas, Shirley Horn, quien nació en Washington en 1934, consiguió finalmente imponerse y no cesó de realizar discos en todo tipo de contextos, como si sintiera que el tiempo se le escapaba. Y puede que así fuera, pues su anterior etapa estuvo condicionada por el infortunio.

Había estudiado piano desde los cuatro años. Afirmaba que las principales influencias para ella eran Errolll Garner, Oscar Peterson y Ahmad Jamal. Luego, en la universidad integró su primer grupo (trío). De esta manera tocó en los clubes de jazz de su ciudad natal antes de cumplir la mayoría de edad. Ahí la descubrieron los buscadores de un sello independiente y muy pequeño: Stere-O-Craft.

Sin embargo, en aquella primera grabación que realizó como acompañante en la sección rítmica, Embers and Ashes de 1960, ni siquiera figuró en los créditos. Sin embargo, sirvió para llamar la atención y los elogios de Miles Davis, quien ya gozaba de gran prestigio, y consiguiera que debutara en el club Village Vanguard neoyorquino en 1961.

Esto sirvió para que Quincy Jones la llevara a la compañía Mercury donde grabó tres discos, en ellos la colocaron dentro de una orquesta mediana y en ninguno de ellos tocó el piano. Los intereses de la compañía la querían convertir en una cantante de pop, a lo que ella se resistía y nunca se adaptó a dicha experiencia. Sólo se publicaron los primeros dos y el tercero se perdió.

Decepcionada, actuó en pequeños clubes y bares, antes de entrar en una misteriosa y larga fase de silencio entre los primeros años de los sesenta hasta 1980, en la que estuvo dedicada a su familia. Limitó su música a actuaciones locales muy esporádicas.

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Fueron unos daneses quienes la rescataron para su sello. A Lazy Afternoon fue el primero de un total de cuatro álbumes de Horn publicados por SteepleChase entre 1978 y 1984. Tras el espaldarazo, admitió también salir de gira. Viajó por América del Norte y por Europa, incluido el Festival de Jazz del Mar del Norte, donde dos de sus álbumes fueron grabados (Miles Davis, en un acto extraordinario para él, la acompañó en algunos tracks). A ello siguió la discografía y el éxito de crítica y público.

Ella trabajó con la misma sección rítmica durante 25 años: Charles Ables (bajo) y Steve Williams (batería). Colaboraron con una sutileza ilimitada, siguiendo cada giro espontáneo de la pianista, fueron los acompañantes ideales para ella y su sonido.

En 1991 Shirley Horn recibió su primera nominación para un premio Grammy. Tras ello disfrutó de un extraordinario resurgimiento de popularidad. Regularmente fue mencionada como una de las mejores baladistas del jazz de nuestros días.

Su estilo, sin prisas, estaba desprovisto de afectación, y su gusto era infalible. Ella era una cantante y pianista que desde el primer instante fascinó y tuvo ocupados no sólo a su auditorio sino también a sus colegas. Era un músico para músicos que desde su primera grabación se mantuvo alejada de las modas o tendencias.

Era una cantante ante la que todas las grandes cantantes se inclinaban. La pausa de veinte años que se tomó sirvió para barnizar y profundizar su talento único. En ella nada se apresuraba. Nada sobraba. Cada nota y frase musical eran revelaciones. Murió el 20 de octubre del 2005.

VIDEO: Shirley Horn – Here’s To Life (Verve Records 1992), YouTube (RoundMidnightTV)

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LONTANANZA: MANU DIBANGO

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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GUÍA DEL AFROPOP CAMERUNÉS

 

Emmanuel “Manu” Dibango nació en 1933 en Camerún, una antigua colonia alemana. Un tío suyo peleó en el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial y sus padres eran protestantes estrictos. Por eso tenían un armonio en casa, el cual le fascinaba al músico cuando niño. Las canciones religiosas alemanas fueron su primera música allá en el poblado de Dovala.

A los 15 años llegó a París, donde primero estudió el piano y luego el saxofón. A principios de los años cincuenta Dibango se cambió a Bruselas, donde firmó su primer contrato de discos. Hasta 1960 grabó varios álbumes de jazz. En dicho año conoció a un grupo de congoleses que lo convencieron de volver a la música africana. Para ello se mudó a Zaire, donde adquirió gran fama con su estilo, sobre todo como integrante del conjunto African Jazz bajo la batuta de Joseph Kabassele.

Puesto que a los 15 años llegó a vivir a Europa, no conoció el continente africano realmente hasta 1961, cuando se estableció en Zaire para tocar con grupos de ahí. Fue una época agitada. En Francia había estudiado filosofía y tocado jazz, estaba casado con una mujer blanca de Bélgica y llegó justo a la mitad de la guerra por la independencia del país.

Ahí se encontró con muchas cosas que no le pasaban por la cabeza y al mismo tiempo con la profunda espiritualidad de su pueblo. Había crecido en Europa y estudiado filosofía, así que tenía una visión muy distinta de los problemas africanos que la gente que había estado ahí siempre. Dibango pertenecía a las dos culturas.

Los problemas de África son consecuencia de una situación muy vieja, la cual surgió cuando las potencias colonizadoras dividieron el continente de acuerdo con sus intereses. La situación no es más extraña que la de la extinta Yugoslavia, por ejemplo, que se componía antiguamente de 36 países. En África sucede lo mismo. En primera instancia, la vida es étnica. Cuesta trabajo inculcar la idea de «nación». África apenas ha contado con cincuenta años para este proceso, mientras que Europa dispuso de dos mil años para construir sus naciones.

Desde la caída del Muro de Berlín el escenario se modificó. A nadie le interesa África. Sólo a Sudáfrica se le concede cierta importancia. Ese desinterés también se manifiesta en la música. A diferencia de lo que ocurría en los años ochenta (con la llegada de la World music), hay pocas compañías disqueras que inviertan en artistas africanos. Es una de las razones por las que Dibango se lanzó a los escenarios.

Al volver a París en 1965 grabó una serie de sencillos, entre ellos «Salt Pop Corn», «Soukouss» y el L.P. de afrojazz O Boso (1972). Un año después Dibango conquistó los clubes con su éxito mundial «Soul Makossa», una elaboración con elementos disco de la tradicional música makossa de Camerún.

Dibango llamaba a su estilo «Afro-Quelque Chose» (afro algo), aunque en el mundo se le conoce como “afropop”. El éxito de «Soul Makossa» y de los álbumes siguientes fue motivo para una gira por los Estados Unidos y Puerto Rico, donde tocó con los grandes de la salsa. A la mitad de los setenta Dibango se estableció por un tiempo en Costa de Marfil, donde dirigió la orquesta de la radio oficial. En la misma época compuso el soundtrack para dos películas africanas, de las cuales Ceddo es la más conocida.

La música de este saxofonista, cantante, compositor y tecladista no fue fácil de difundir, porque casi nadie se interesaba en la idea. Ives Bigot, un conocido periodista francés, fue el único capaz de convencer a la gente de meter dinero a un proyecto como éste. No obstante, la idea en la que se basan los discos de Dibango la tenía desde fines de los años setenta, cuando grabó dos álbumes con solos en el piano de piezas africanas clásicas, Mélodies Áfricaines. Tocó en aquella ocasión la obra de compositores africanos, porque quería que incluso la gente que no conociera los idiomas de las canciones tocara sus melodías.

En 1980 Dibango grabó dos discos para el sello Island, en los cuales combinó con ritmos africanos varios estilos del pop moderno, como reggae, funk y jazzrock. Los álbumes fueron producidos por Geoffrey Chung. En 1982 realizó una gira muy aclamada por Francia junto con el músico de jazz Don Cherry. Al año siguiente volvió a salir de gira, por Francia y otros países europeos, con un joven grupo integrado principalmente por africanos.

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En 1984 Dibango tomó la iniciativa para un proyecto de beneficencia a favor de la población hambrienta de Etiopía y otros países afectados. El sencillo «Tam Tam Pour L’Éthiopie» de Dibango fue grabado en colaboración con varios artistas africanos, entre ellos Salif Keita y Mory Kante. Dibango también formó parte del conglomerado neoyorquino Deadline, un proyecto de disco-jazz experimental de Bill Laswell. El propio Laswell le produjo Electric Africa (Celluloid, 1985).

A fines de los ochenta, Dibango hizo dos discos llamados Négropolitaines. El primero fue con una pequeña formación: dos guitarras acústicas, bajo y una pequeña batería. Otra vez al servicio de la melodía. Para el segundo volumen agregó una sección de cuerdas, pero siguió tocando standards africanos. «Wimoweh», «Independence Cha Cha», la obra de un sinnúmero de compositores que la gente no conoce.

En 1991 Dibango volvió a sorprender con Polysonik y Live ’91. Con su disco Polysonik, el multiinstrumentista, cantante y músico africano había encantado a la escena musical jazzística del mundo con su anexión al vanguardismo dentro del género denominado «acid jazz». Tanto en el mencionado álbum, como Live ’91 (magnífico ejemplo interpretado en vivo de tal momento musical) fue grabado en compañía del rapero británico MC Mell’O.

En Live ’91, realizado durante sus presentaciones en el Olympia de París ese año, Dibango sacó vapor del público con energéticas composiciones como «Wema», «Bolingo City» o «Duke II», haciéndose acompañar por la Soul Makossa Gang y el mencionado Mell’O.  Destaca, asimismo, la versión que el saxofonista ejecuta de «La Javanaise», una pieza clásica en el repertorio de Serge Gainsbourg.

Live ’91 (que cumple 40 años de realizado y ha servido como soundtrack para esta emisión) es un álbum clásico que resulta imprescindible para aquellos que quieran ponerse al corriente de lo que sucedía con el avant garde del afro jazz.

Y luego siguió con Négropolitaines Vol. 2, con el cual ganó el premio Victoria de la Música en Francia. Los cuatro discos fueron realizaciones propias de bajo presupuesto. Esos proyectos no necesitaron a nadie que diera mucho dinero para una buena producción.

En su álbum Soul Makossa fue no sólo un precursor de la actual World music sino también del jazzdance. Hace años el músico sacó el CD Wakafrika (Fnac Music, 1994), el cual otorgó una forma actual a varios clásicos del pop africano. Piezas como «Pata Pata», «Soul Makossa» y «Jingo», interpretadas por las superestrellas Angelique Kidjo, Youssou N’dour, Peter Gabriel y Papa Wemba: nadie hubiera podido realizar mejor una idea semejante que Manu Dibango; nadie más en la década de los noventa trabajó tanto con las grandes estrellas zairenses de los años sesenta como con Bill Laswell, Sly & Robbie, Fania All Stars y una orquesta sinfónica francesa.

Wakafrika, el disco que mayor presencia le dio a nivel internacional, fue mezclado por Rod Beale, el mismo que se encargó de Thriller de Michael Jackson, y se dice que en aquel entonces hubo mano negra contra el camerunés. Al parecer Michael Jackson saqueó la música de Dibango sin mayores explicaciones (al igual que Rihanna a la postre, con un largo proceso judicial de por medio).

Aparte de «Soul Makossa», Wakafrika contiene otra composición de Manu Dibango, «Ça Va Chouia», de tintes árabes, derivada de los LPs grabados por Manu en 1979 en Jamaica. Quiso incluir una pieza norafricana en el disco. Por eso optó por una canción que más o menos respetara el estilo, para de alguna manera representar a toda África con los nuevos sonidos. Continuó en ello hasta el día de su muerte a causa de coronavirus el 24 de marzo del 2020.

Discografía mínima: Afrovision (Island, 1976), Home Made (Africam, 1979), Gone Clear (Island, 1980), Ambassador (Island, 1981), MBOA (Afrovision, 1982), Abele Dance (Celluloid, 1985), Afrijazzy (Soul Paris, 1986), Happy Reunion (Buda, 1989), Live ’91 (Soul Paris, 1991), Polysonik (Bird, 1991), Wakafrika (Fnac Music, 1994), CubAfrica (Mélodie, 1998), Manu Safari (Mélodie, 1999), Mboa’Su (Sony, 2001), African Soul (Mercury, 2001), Lion of Africa (2007), African Woodoo (2008), Past Present Future (2011).

VIDEO: Manu DIBANGO – La Javanese, YouTube (Manu DIBANGO)

 

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ELLAZZ (.WORLD): DIANE SCHUUR

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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EL JAZZ COMO SALVAVIDAS

Diane Schuur nació en Tacuma, Washington, en 1953. Inició su actividad artística a muy temprana edad, y después de varios intentos frustrados por iniciar una carrera profesional le llegó su gran oportunidad cuando recibió la invitación a cantar con Dizzy Gillespie en el Festival de Jazz de Monterey, en 1979.

Tres años más tarde el saxofonista Stan Getz la presentó al público estadounidense en general durante un concierto en la Casa Blanca, en el cual cantó “Amazing Grace” y que fue trasmitido por televisión nacional. Ahí llamó la atención del sello GRP, con el cual firmó en 1984. Dentro de él ha cantado de todo, desde standards de jazz, pasando por un magnífico disco de balada de blues con B.B. King, hasta pop brasileño y covers de gospel de Ray Charles.

Habla Diane:

“Quedé ciega después de mi nacimiento debido a un accidente en el sanatorio donde atendieron a mi madre. De cualquier manera, nunca fui una niña retraída o apocada. Desde muy pequeña imitaba a cantantes que escuchaba, sobre todo a Dinah Washington, a la cual sigo idolatrando y con la ilusión de grabarle un tributo.

“Dinah hizo más crossover entre los estilos que Sarah Vaughan o Ella Fitzgerald a partir de los años sesenta. Realmente sabía cómo presentar las letras. Su estilo era completamente original. Así que yo cantaba sus temas todo el tiempo. A los diez años de edad realicé mi primer concierto, fue en un Holiday Inn frente a un público texano, obviamente mi material de esa noche fue completamente country.

“Con el tiempo mis discos han ayudado a alejarme de las etiquetas que me han colgado de intentar ser la nueva Sarah o la nueva Ella. Es bonito que la honren a una con ese tipo de comentarios, pero nadie puede reemplazar a otra cantante. No soy Sarah, no soy Ella, soy Diane Schuur. Y si bien influyeron en mí, soy alguien aparte. El mayor desafío que tuve que enfrentar fue cómo incorporar ese concepto de independencia a mi vida personal, cosa que me ha resultado muy difícil y, en un gran lapso de mi vida, desastroso.

“Los modelos de comportamiento asociados al medio musical en el mundo contemporáneo son una carga muy pesada para caracteres influenciables como el mío, con la desventaja de no poder ver. Así que, dentro de la liturgia del medio, el consumo de alcohol y estupefacientes llega a convertirse en un ritual más.

“Por eso el camino que me condujo a ello fue la intención de copiar el modelo de la gente que tenía ese hábito y que yo admiraba por su creatividad. Al tratar de copiar la música no resultó difícil acabar copiando también los comportamientos, con mayor motivo si se tiene la creencia –como la tenía yo— de que eran esos comportamientos los que hacían posible la música.

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“Y ese equipaje existencial tal vez sea el que más ha contribuido a formar una imagen diferenciada de la de los adictos a otras drogas. Aunque también es indudable que se trata de la adicción más conflictiva y destructora. En esta reflexión va implícito un sentimiento de soledad como sustrato emocional de uno como intérprete. Pero el género jazzístico se convierte en el mejor catalizador para poderlo superar. El jazz permite no sentirse solo, es un refugio sustentado por la solidaridad de cuantos lo hacen suyo, creándolo o permitiendo que lo hagas. De esta forma pude salir del problema. En el ínterin sufrí mucho por rompimientos amorosos, subidas impresionantes de peso y enfermizas delgadeces.

“Hoy estoy bajo un régimen alimenticio muy estricto, hago yoga y tomo clases de filosofía. Me nutro de las ideas que han forjado al mundo. He aprendido a estar sola y a aceptar que yo misma me puedo servir de muy buena compañía, sin tener que depender tanto de que otras personas, lugares o cosas cambien mi forma de sentir. El jazz y el estudio me han ayudado en esa lucha cotidiana”.

Entre las artistas blancas del género, Diane Schuur se ha significado por su habilidad, esfuerzo y solvencia, y por ello ha corrido el riesgo de competir contra la notable forma de varias cantantes negras que le disputan con todo el derecho la herencia de Dinah Washington y del jazz bluesy en general, como Ernestine Anderson, Etta James y Dakota Stanton.

Las tres tuvieron el feeling necesario en su terreno, elemento que por sí solo justificaría una trayectoria. Diane posee a su favor un gran caudal de voz y un enorme virtuosismo técnico, con los cuales se ha adentrado por los senderos que mejor conoce y domina: declamación de la balada dentro del blues y, por prolongación, del Rhythm and Blues.

Tras su fichaje para el sello GRP la carrera de Diane Schuur ha tenido una sola orientación. La compañía la ha instalado en el mercado musical como intérprete del mainstream, accesible para todo tipo de públicos, poniendo a su disposición producciones impecables y una nómina de músicos de estudio que son un seguro de vida para cualquier artista.

Pero no por ello la Schuur ha dado la espalda a sus orígenes jazzísticos y blueseros. Posee una voz bien entrenada, adaptable a diversos contextos y de indudable oficio. Ella posee la suficiente versatilidad e implicación emocional con todo el material que interpreta como para hacerla una cantante destacada.

VIDEO: Diane Schuur – Love Songs, YouTube (Footloose Music)

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JAZZ: JOHN COLTRANE (VIII)

Por SERGIO MONSALVO C.

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JOHN COLTRANE

THE BEST OF JOHN COLTRANE

UNIVERSAL

A todas luces resulta muy, muy aventurado tratar de hacer un best of con cualquier artista. Es una simplificación que no le hace nada bien ni al músico ni a la música, y si se trata de John Coltrane con mayor razón. En el caso de este CD doble la cuestión no cambia. En todo caso es una muy particular selección de la compañía disquera y mayor aún del compilador Pete Gardiner.

La música de Coltrane requiere del concepto discográfico y evolutivo de su propia estética. Los temas aquí antologados sí son representativos de diversas épocas, pero sólo un pequeño vistazo sobre su obra. En todo caso para un público desinformado y poco exigente.

Personal: John Coltrane (sax tenor), Lee Morgan (trompeta), Curtis Fuller (trombón), Kenny Drew (piano), Paul Chambers (bajo), Joe Jones (batería) et al. Compilación de 1999.

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JOHN COLTRANE

GIANT STEPS

ATLANTIC/ RHINO/ ULTRADISC

La serie Original Master Recording presenta posiblemente el disco más memorable de John Coltrane. Todos los temas son excelsos, sin excepción, y sus riffs, intervalos e incluso melodías se han convertido en partes integrales del jazz contemporáneo. «Naima», «Giant Steps» o «Mr. P.C.», por mencionar algunos, resultan la suma de las hazañas del saxofonista en una forma sencilla y conmovedoramente lírica. Podría considerársele el interludio que de manera premonitoria habla de los grandes pasos al frente de los siguientes años en la carrera de Coltrane.

Giant Steps/ Cousin Mary/ Countdown/ Spiral/ Syeeda’s Song Flute/ Naima/ Mr. P.C. y tomas alternas.

John Coltrane (sa), Tommy Flanagan (p), Paul Chambers (b), Art Taylor (bat). Grabado originalmente en 1959.

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JOHN COLTRANE

IMPRESSIONS

IMPULSE

Disco histórico y de colección que resultó en mucho más que el análisis de una escala o modo. La pieza que da nombre a esta obra rompió con todas las convenciones del momento acerca de lo que debía ser la duración de la improvisación contínua grabada, y de lo que se le podía pedir escuchar al público. Esta característica puede adjudicarse al interés de Coltrane en la música oriental.

A partir de aquí popularizó el uso del sax soprano con un tono hindú y legitimó, además, la idea de que los jazzistas se inspiraran en músicos como el sitarista Ravi Shankar. En la aventura lo acompañaron Eric Dolphy, McCoy Tyner, Roy Haynes, Elvin Jones, Jimmy Garrison y Reggie Workman.

VIDEO: John Coltrane – Mr. P.C., YouTube (piccinni02)

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ELLAZZ (.WORLD): BETTY CARTER

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Nada en la carrera de Lillie Mae Jones, nacida en Detroit en 1929, se entendería sin su absoluto compromiso con el bebop. Como tantas otras cantantes negras, sus primeros pasos se inscriben en la iglesia, donde empezó a tocar el piano y a hacer arreglos, en la escuela y en concursos para aficionados.

De ahí brincó a la experiencia con una big band. Fue contratada por Lionel Hampton. Informalmente también cantó con el quinteto de Charlie Parker en 1947 y su devoción a la orquesta de Dizzy Gillespie, junto a su especialización en el scat, hicieron que el vibrafonista la bautizara como Betty “Bebop” Carter. Nombre que después como solista ella reduciría a Betty Carter.

 

Le gustaba contar así su debut con Gillespie: “Ahí estaba, en pleno 1958, sentada en el Café Blue Palm el domingo que me tocó abrir turno con el grupo de Dizzy. Las cosas sucedieron así: el lugar estaba a reventar y Dizzy nos dio la entrada con ‘Blue Bird of Happiness’. Cualquiera que haya tocado alguna vez con Dizzy sabía que la entrada siempre era ésa.

“Así que estuve lista y comenzamos. Había tocado antes con algunos de esos tipos, pero nunca con todos al mismo tiempo, pero arrancamos con esa pieza como si el siguiente destino fuese el Club Birdland en la ciudad de Nueva York. Al público le gustó.

“Después de los aplausos Dizzy se puso a presentar al grupo. Ese era su estilo. Otra cosa que todo mundo sabe. Una vez que termina de presentar a todos no va a decir nada hasta la siguiente tanda, sin importar cuántas veces toquemos. Por eso adereza la rutina de las presentaciones con un poco de humor.

“Yo mientras tanto me puse a observar al público, a la gente sentada ahí sin escuchar. Mejor dicho, escuchaba con la mitad de un oído y hablaba con la boca entera. Algunas parejas acarameladas por ahí, y uno que otro blanco esforzándose horrores por darse un aire de naturalidad, como si acostumbrara ir todos los días al sur de Chicago, o quizá como si viviera ahí…

“Entonces escuché que Dizzy anunció el siguiente título y luego se acercó hasta a mí. Siempre me guardaba para presentarme al último —en la tercera pieza—. Sobre todo, porque era mujer y llamaba la atención del público que dijera, como en efecto lo hizo: ‘Y el hombre de la voz es una dama. Y qué dama. Un manjar para los oídos y para los ojos. Damas y caballeros, quiero presentarles a la señorita Carter. Le dicen Betty ‘Bebop’”.

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“Noté que hubo unos cuantos aplausos y Dizzy anunció la siguiente pieza: ‘Make It Last’. Era mi canción, por muchísimas razones. En mi juventud, la única hora en que podía practicar el jazz en la iglesia era alrededor de la medianoche y tocaba esa pieza. Los mejores cambios de tono se me ocurrían en ella. Por lo común, cuando llegaba la hora de tocar esa tonada me clavaba en serio.

“En verdad estaba tratando de recordar aquello cuando la trompeta de Dizzy se abrió paso a través de mis reflexiones. Me obligó a recordar los años de soledad, los días de privaciones, la iglesia, las ancianas con manos que parecían de hombre. Luego tuve 32 compases para mí.

“Mis oídos encontraron los sitios entre las notas donde estaban escondidos el blues y la verdad. Me metí con fuerza para tratar de asir el tono ubicado entre el si bemol y el simple si. Debo haberme acercado a él, porque el público me despertó con sus aplausos. Hasta Dizzy dijo: ‘Sí, nena, eso es’. Le agradecí con la cabeza, luego al público.

“Terminamos la tanda con algunas de mis piezas favoritas, ‘Misty’, ‘Cool Blues’. Admito que no volví a sentir la música hasta que tocamos ‘Babe’s Blues’. Al terminar la melodía final, ‘What Did I Do’, en la que Dizzy fijó una velocidad tal que parecía deseoso de alcanzar el último tren a casa, el público nos agradeció, como de costumbre, y salimos para los 20 minutos de intermedio.

“Algunos de los músicos salieron a fumar o algo y otros se acercaron a las mesas donde tenían a mujeres esperándolos. Yo me dirigí al fondo del bar oscuro y lleno de humo…”

Desde mediados de los años sesenta Betty Carter se transformó en uno de los símbolos del jazz, en uno de sus adalides más intransigentes. Su radical reivindicación de la negritud recuerda las posiciones mantenidas por el movimiento Free de los sesenta y setenta.

Ella pudo desarrollar integralmente y sin concesiones su arriesgada concepción de lo que debía ser una cantante, o más exactamente, una jazzista. Y lo hizo con absoluta independencia: produciendo primero sus propios discos, y luego montando su propio sello Bet-Car (al que distribuiría Verve).

Betty Carter falleció el 26 de septiembre de 1998 en Nueva York a causa del cáncer. Fue una cantante que nunca dejó indiferente a ningún escucha. Siempre se preocupó por el espacio, por la improvisación, por explotar los acordes, sobre todo por sostener intemporalmente el clímax a base de feeling. Grande fue su legado al introducir riffs y explorar las estructuras musicales desde todos los ángulos posibles para concentrarse en el scat.

VIDEO: “Once upon a summertime”, Betty Carter a Cannes en 1968, YouTube (France Musique)

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BABEL XXI-692

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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MILES DAVIS – IV

CREADOR DE OBRA MAESTRAS

(IN A SILENT WAY)

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

https://www.babelxxi.com/962-miles-davis-iv-creador-de-obras-maestras-in-a-silent-way/

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JAZZ: JOHN COLTRANE (VII)

Por SERGIO MONSALVO C.

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Con el hipermodernismo nunca se sabe qué sorpresas deparará el pasado inmediato al insertarse en el presente, porque el siglo XX (en cuyo inicio  arrancó la experiencia de las grabaciones) fue extraordinario al ofrecer su variedad de sonidos y la multiplicidad de experiencias que esto conllevó,  las cuales humanistas, científicos y artistas pusieron en la palestra y en cuyo final (de siglo, de milenio) puso a la tecnología  a disposición literalmente de todos (la democratización cibernética).

Producto neto del siglo XXI, el hipermodernismo propone una nueva forma de hacer y oír música: defiende la fragmentación, invita a cuestionar verdades del consumo cultural que hasta el momento se presentaban como «normales» o «naturales», da cabida a códigos de interacción antes restringidos entre las parcelas genéricas o temporales. Y a la vez, posee una elogiosa aspiración a reflexionar sobre la música (y la cultura) misma.

A todo lo anterior debemos sumar un rasgo que quizá le da ventaja sobre los anteriores estadios temporales (moderno y posmoderno). Mientras que los hacedores en aquellos momentos pretendían hacer algo «nuevo» y «único», los hipermodernos no tienen reparos en echar mano de las formas del pasado.

A éste lo reescriben, lo mezclan y sacan a la luz sus descubrimientos o ponen en evidencia sus limitaciones con él, pero también, y sobre todo, se apoyan  en sus logros. El hipermodernismo se erige así no en un puente entre el pasado y el futuro, sino en uno en el que ambas direcciones conviven al mismo tiempo.

En 1955, cuando John Coltrane se integró al grupo de Miles Davis, era un saxofonista en ciernes, participó en discos canónicos, pero su voz definitiva estaba todavía por llegar. Al lado del trompetista Coltrane tomaba los solos, pero la ausencia de confianza lo impelía a mirar hacia abajo, a buscar en el suelo aquel asidero por el cual clamaba en su interior. Aún no formaba del todo su filosofía, sabía que ésta debía girar alrededor de la música, pero no tenía todos los elementos conjuntados.

Incluso en las noches insomnes, cuando tomaba su saxofón, pero no lo soplaba, una miríada de sonidos se paseaba por su cabeza, los dedos atacaban las claves, ganaban agilidad, destreza, pero quedaban insatisfechos. Él escuchaba algo en su interior, pero no podía transmitirlo con fidelidad, no lograba atrapar ese sonido amorfo y traducirlo a música.

Ocho años después, si existe una clave interesante en el desarrollo del Coltrane jazzista, ésta no debe disociarse de la historia y la cultura del negro afroamericano. John primero volteó hacia el ghetto con una mirada local pero aglutinante; entendió que sólo a partir del entendimiento de la cultura en la cual estaba inmerso podía discernir el futuro, aunque para llegar a ese futuro, y sobre todo plasmarlo en sonidos, tuviera que retroceder hacia las ancestrales raíces, a esa África en la cual todo, sin excepción, parece haberse iniciado. Ese fue su viaje al pasado y así lo inscribió en sus primeras grabaciones como solista.

En esa ansiosa búsqueda de libertad, también hubo una carga mística (producto de su acercamiento y estudio de la música hindú, de las ragas) que produjo una ambigüedad en el pensamiento del saxofonista, la cual al llegar al disco o a las presentaciones en vivo se resolvía mediante una intensidad sobrecogedora, porque cada vez que llevaba el instrumento a la boca hablaba a través de él y se comunicaba incluso con mayor eficacia. Ese fue su viaje al futuro.

(En el año de la muerte de Coltrane, 1967, en el mundo de la música detonó el conocimiento de esta cultura hindú de muchas maneras. En el rock dentro de la psicodelia y lo progresivo; en el jazz en la New Thing y el free).

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Las fotografías clásicas de Coltrane, aquellas en las cuales se le muestra con el instrumento de toda su vida pegado a los labios y con la mirada puesta, detenida en un punto invisible, son una síntesis de su existencia entre aquellos postulados, en aquellos años (1962-1963); entre su álbum de estudio Ballads, las presentaciones en vivo en el Birdland de Nueva York, la grabación realizada con Duke Ellington y la hecha con Johnny Hartman.

Ahí, en medio de tales actos, pisó de nuevo el estudio de Rudy Van Gelder en Englewood Cliffs, New Jersey, el 6 de marzo de 1963 para hacer una sesión con el cuarteto (que estaba engrasado y en estado de gracia) compuesto por McCoyTyner en el piano, Jimmy Garrison en el bajo y Elvin Jones en la batería.

Al siguiente día de aquello fueron a grabar una colección de baladas firmada junto a la cálida voz de barítono de Johnny Hartman. Los productores al escuchar el resultado (Bob Thiele, el jefe del sello Impulse!, entre ellos), le vieron posibilidades de éxito (que lo tuvo merecidamente, pero a la larga), y se olvidaron por completo de la sesión del día anterior, de su registro y de su bitácora. Las cintas maestras desaparecieron en ese desorden y en el tiempo. Coltrane, por su parte, le dio una copia a Naima, su esposa en aquel momento, y también se olvidó de ellas.

VIDEO: John Coltrane – Untitled Original 11383 (Visualizer), YouTube (JohnColtraneVEVO)

El aire, cálido, ligero, servía de conductor al sonido de su sax tenor, y también lo era para el soprano, que convertía en amasijo de blancas, negras y corcheas siempre demoledor, turbulento, en el que se transformaba la música de John. Por esos medios las notas sorteaban obstáculos, derrumbaban barreras, abrían brechas y, finalmente, arribaban a quienes, ansiosos y esperanzados, deseaban atraparlas, apropiárselas. Y ese mismo aire servía de balsa para transportar la mirada del saxofonista, una mirada que, carecía de contención; mirada ávida, mezcla de expectación y melancolía que en esos años fue el sello distintivo de Coltrane.

El material de tales masters era el producto un día entero en el estudio. En aquella sesión el cuarteto hizo varias tomas de las dos composiciones inéditas que Coltrane no tituló en ese momento; algunas variaciones de títulos del repertorio del saxofonista (“Slow Blues”, una pieza de los años cincuenta, “One Up, One Down”, hasta ese instante sólo había una interpretación hecha en vivo, y una de “Impressions” –que había aparecido en el disco Coltrane— pero ahora interpretada sin piano), así como versiones: Nature Boy y Vilia.

Cincuenta y cinco años después las cintas fueron encontradas y rescatadas del olvido (al separarse de Coltrane, Naima se había quedado con las cintas, junto a otras sobrantes del disco A Love Supreme. Todo ello fue heredado por Antonia, hija de Naima, a quien el saxofonista había adoptado cuando tenía cinco años de edad, y la cual las tuvo guardadas en el desván sin reparar en ellas, hasta que investigadores la instaron a realizar una búsqueda a fondo).

En total, luego de la limpieza y la curación sobrevivieron catorce cortes de esas siete canciones, que se presentaron en dos formatos: álbum sencillo sin tomas alternativas y una edición de lujo en dos discos (el formato en vinil vendría después).

Así apareció Both Directions at Once The Lost Album, disco histórico y de colección por varias razones y que resultó en mucho más que el análisis de una escala o de un modo. Los productores del nuevo álbum (Ken Druker y Ravi Coltrane, hijo de John) optaron por dejar a las piezas sin titular así, sin nombre, únicamente con el número de código y la toma).

La pieza estrella es la versión de “Impressions”, sin lugar a dudas, por lo que ésta ha significado en la historia del jazz y porque rompió con todas las convenciones del momento acerca de lo que debía ser la duración de la improvisación contínua grabada y de lo que se le podía pedir escuchar al público.

Esta característica puede adjudicarse al interés de Coltrane en la música oriental. A partir de ahí popularizó el uso del sax soprano con un tono hindú y legitimó, además, la idea de que los jazzistas se inspiraran en músicos como el sitarista Ravi Shankar. El toque final hipermoderno quedó asentado cuando Both Directions At Once, se convirtió en el Mejor disco de Jazz del año 2018, a más de medio siglo de haber sido grabado.

VIDEO: John Coltrane – Impressions (Audio), YouTube (JohnColtraneVEVO)

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