The Who fue el totem del grupo británico Creation, sobre todo en su primera etapa de 1966 a 1968. Era una banda de singles que combinaba de excelente manera el rock de garage, la psicodelia y el Brill Building con el power pop, el beat y el rhythm and blues.
Hubiera quedado oculto de no haber sido por los fanáticos que tenía fuera de Inglaterra. Circunstancia que llevó al sello Planet a editar un álbum compilatorio (en 1968) de su material en dichos años, pero únicamente con distribución en Alemania y Suecia.
OUR MUSIC IS RED – WITH PURPLE FLASHES
THE CREATION
(Planet Records)
Sólo así se supo que en aquel enorme bosque musical que era la Gran Bretaña no sólo existían los Gigantes (Beatles, Stones, Cream, Kinks) sino toda una población variopinta que realizaba muy buena música, con propuestas, raíces e influencias por doquier.
Personal: Kenny Pickett, voz; Eddie Phillips, guitarra; Jack Jones, batería; Bob Garner, bajo (sería sustituido por su hermano Kim) y Ron Wood (sí, el de los Stones), en la guitarra. Portada: diseñada por la compañía.
VIDEO SUGERIDO: Creation – Painter Man 1967, YouTube (fritz51301)
Graffiti: «Graciosos señores de la política: ustedes ocultan detrás de sus vidriosas miradas un mundo en vías de destrucción”
Para hablar de Janis Joplin se requiere hacerlo a partir de tres premisas: la primera, saber que la historia del rock son sus mitos; segunda, que el blues se interpreta en carne viva; y tercera, que para escucharla se necesita mucho, pero mucho, corazón. Una vez alertados, destapemos el velo de esa definitiva presencia conocida como “La Bruja Kózmica” por el público y “Perla” por sus amigos cercanos.
Janis Lyn Joplin nació el 19 de enero de 1943 en Texas, como la primogénita de una familia de clase media. A la luz de su biografía posterior resulta difícil imaginarla en ese ambiente. Ella misma no lo hizo.
Creció durante los años cincuenta, con la adolescencia recién descubierta en los Estados Unidos: violenta, ingenua, plena de incontrolables energías. Tal época trajo a James Dean y su sueño de juventud eterna que iba a permear poco a poco al establishment, bajo la consigna de vivir rápido, morir pronto y dejar un cadáver resplandeciente.
Asistió a distintos colegios superiores para estudiar arte. En todos se mostró con una actitud rebelde y con maneras que la alejaban de la forma de ser tradicional de una mujer. Externaba de manera abierta sus opiniones sobre las cosas al igual que su contundente liberación sexual, antes de que las feministas siquiera pensaran en ello. Su peinado, su estrafalaria vestimenta y su lenguaje callejero pronto la hicieron notable y repudiada.
En 1961, descontenta con su entorno, viajó a Los Ángeles, donde trabajó de telefonista. Regresó a Port Arthur en 1962 y comenzó a cantar en público. Retornó varias veces a California y actuó en diversos sitios. En 1963, la Costa Occidental de la Unión Americana atestiguó el brote del movimiento hippie. Janis por supuesto fue absorbida por él.
En San Francisco, Venice Beach fue su segundo hogar y ahí se inició en el camino de la incandescencia: “Quería experimentarlo todo, ingerirlo todo, y lo hice. Todo lo tomé, lo chupé, lo lamí, lo fumé, me lo inyecté, lo tragué, me enamoré de ello” —confesó tiempo después— y mucho alcohol. En 1965 regresó por una breve temporada a Port Arthur con su familia. Y si bien trató de readaptarse al ambiente del poblado muy pronto se dio cuenta de que no sería posible hacerlo.
Por aquel entonces, Chet Helms, un tipo al que había conocido en los bares de Texas, se convirtió en el publicista y mánager de un grupo de San Francisco: The Big Brother and The Holding Company. Andaban en busca de un o una cantante, así que Helms les recomendó a Janis. Aceptaron la idea y Helms la convenció de mudarse a la bahía, que en esos momentos florecía como utópico paraíso juvenil y bohemio.
A este lugar llegó Janis Joplin el 4 de junio de 1966. Surgía la comuna urbana conocida como Family Dog y sus eventos fantásticos; el nombre de Bill Graham se asociaba a los mejores conciertos en el Fillmore Auditorium; Ken Kesey promovía sus pruebas de ácido con LSD y Chet Helms dirigía el Avalon Room, donde Big Brother era el grupo de casa.
En dicho ambiente de alucine irrumpió Janis y comenzó a dar vida a una leyenda en medio de otras; a una mitología particular inmersa en un Shan-gri-la generalizado. Había depurado su estilo y el blues la abrazaba de la cabeza a los pies. Con Big Brother inició el fluir de canciones trabajando en el Avalon y algunos bares de alrededor. Soltó las amarras de su voz de torbellino y aprendió a fusionar el blues con la fuerza eléctrica de los amplificadores de una banda de rock. Cantó libre y salvajemente.
El grupo pronto recibió ofertas para grabar. Tras un conflictivo periplo con una compañía fraudulenta firmaron con la Columbia. Luego vino la mítica aparición en el Monterey Pop Festival de junio de 1967. Ocasión para presentarse en plan grande junto a luminarias como Otis Redding, The Who, Animals, Jimi Hendrix y Jefferson Airplane, entre otros muchos.
La interpretación que hizo Janis de “Ball and Chain”, un tema de Big Mama Thornton, con su ruda y áspera voz, hizo polvo a todos los concurrentes. Se erigió en la nueva figura femenina con los sentimientos fluyendo en forma total, candente, veraz y profunda. Fue el nacimiento de una estrella con aura.
Todo mundo se preguntó quién era esa mujer y así surgió la información importante: una vocalista que vivía lo que cantaba; una estudiosa que hacía esfuerzos por poner al día la tradición de la bluesera clásica, tan olvidada, con Bessie Smith como materia prima de la cual abrevar; era una mujer liberada que le entraba duro al alcohol y a la pasión, dándole con ello un matiz propio a la era psicodélica; era una bebedora famosa en medio de una cultura consumidora de ácido.
VIDEO SUGERIDO: Janis Joplin – Ball And Chain (Amazing Performance at Monterey), YouTube (RollingStones50yrs)
A la par de esto, su cabello orgullosamente largo y revuelto, ropa de segunda mano y emociones a flor de piel la convirtieron en una heroína prefeminista. Pero, sobre todo, su voz denotaba un dolor auténtico y el deseo de comunicarse con su público.
En enero de 1968 Janis y Big Brother firmaron con el empresario Albert Grossman. Estaban listos para viajar. Sus giras incluyeron los más importantes auditorios de la Unión Americana. Janis era una auténtica bluesera que no dejaba de gritar su doliente herida empapada de whisky, agitando las plumas, los collares y otros adornos. Era todo un espectáculo.
“Cantar es tomar un sentimiento y convertirlo en algo terminado, bien hecho, que luego pasado por las cuerdas vocales trate de crear un sentimiento igual en la gente que te ve y oye”, comentaba al respecto. Con esa idea fundamental entró al estudio con el grupo para grabar un disco que llevaría por nombre CheapThrills, con portada de Robert Crumb y cuatro temas incombustibles, memorables y definitorios de su carisma: “Ball and Chain”, “Piece of My Heart”, “Turtle Blues” y Summertime”. Se convirtió en Álbum de Oro y a la postre en un clásico.
Las críticas a las capacidades musicales de Big Brother resultaron definitivas para separarse del grupo a favor de una integración más profesional para dar una actuación fantástica en Woodstock y luego grabar el segundo LP I Got Dem Ol’ Kozmic Blues Again Mama!, con otras cuatro joyas: “One Good Man”, “Kozmic Blues” y las versiones superlativas de “To Love Somebody”, “Little Girl Blue”.
“La gente espera que las cantantes de blues agonicen en cada pieza. Yo lo hago con cada una de ellas. A este paso no voy a llegar a los 28 años. Tengo diez de cantar al máximo, pero prefiero eso que vivir hasta los setenta frente a la televisión”, declaró tras la salida del álbum.
En mayo de 1970 Janis formó otra banda, la Full Tilt Boogie, que logró un sonido cumplidor. Entraron al estudio. Para septiembre casi habían terminado de grabar el álbum previsto, el cual incluía dos canciones escritas por ella: “Move Over” y “Mercedes Benz” (acapella).
Así llegó la fatídica madrugada del 4 de octubre, de hace 45 años, cuando sorpresivamente Janis murió de una sobredosis de heroína en el Motel Landmark de Hollywood. El disco titulado Pearl —sobrenombre de Janis— salió a la venta de manera póstuma con dos tracks instrumentales para los que no tuvo la oportunidad de grabar la voz. Uno de ellos era la composición premonitoria “Buried Alive in the Blues” (Enterrada viva en el blues). El LP llegó al número uno de las listas y el sencillo “Me and Bobby McGee” (tema de Kris Kristofferson) también lo fue.
Se le lloró mucho. Su cuerpo fue cremado y sus cenizas esparcidas sobre la costa californiana, según sus deseos. Su voz encarnó la pasión de una época y desde entonces no ha tenido rival. Janis entró al Salón de la Fama del Rock en 1995. Su imagen permanece fija como personificación del espíritu sesentero: sensual, joven, fiero y delirante, acompañada de sus sueños y fantasmas. Aún se le considera la mejor cantante de blues blanca de todos los tiempos.
“Cuando comencé con esto de la música me fijé un objetivo: jamás mentir con mis canciones”, dijo en entrevista unos cuantos meses antes de su fallecimiento. A Janis dicha música le sonaba por todo el cuerpo, en la torturada canción de su existencia.
“El blues te da por el deseo de algo. En mi caso la necesidad de compañía, de amor. Cuando no lo tienes eres infeliz, sientes un agujero, el vacío, quizá por eso bebo”. Pero esa sed no se trataba sólo de alcohol, sino que ella bebió también la inspiración de otro ser semejante: Bessie Smith.
Y como ésta siempre fue una mujer unicelular, extrema y radiante, que rehacía al mundo para sí en los instantes que pasaba en el escenario, tratando de estirar ese tiempo al máximo. Vivía y moría al cantar. Como lo hicieron las mujeres de verdad hace mucho tiempo.
En 1970, pocos días antes de su propio deceso, Janis Joplin pagó la lápida que no había tenido nunca la tumba de Bessie Smith. Las fantasías de Janis sobre ella, la identificación que armó, venía de muchos años atrás. Bessie por supuesto fue una de sus mayores influencias y Janis se empeñó desde la adolescencia en adentrarse en su vida.
En la propia oscuridad de su corazón surgió el encantamiento por el estilo de Bessie: beber brutalmente, sufrir por sentirse sola, ser una perdedora en el amor y víctima de una muerte temprana. Todo se le cumplió a Janis.
VIDEO SUGERIDO: Janis Joplin – Kozmic Blues (live 1970), YouTube (Michael Martins)
Imaginen por un momento que la única posibilidad de escuchar la radio fuera a través de La Hora Nacional. Día tras día, semana tras semana, durante los doce meses del año. ¿Una pesadilla? ¿Una tortura sólo imaginable para Guantánamo? Bueno, pues eso es lo que padeció el sufrido público británico por décadas hasta que llegó el año de 1964 y con él la aparición en sus ondas hertzianas de una estación pirata que portaba el nombre de Caroline.
La BBC (la emisora oficial del gobierno del Reino Unido) era aburridísima en su programación y sólo dedicaba dos horas semanales a la música pop. Se trataba de un programa dominical que aparecía después del resumen de la jornada futbolística en el que se repasaban sólo los éxitos del momento.
Esta situación tuvo su origen en la década de los 20 del siglo XX, cuando los aparatos receptores empezaron a llegar a los hogares. El gobierno británico, receloso del poder de este nuevo medio de comunicación, fundó en el año 1927 la British Broadcasting Corporation (BBC), un órgano institucional destinado a controlar las ondas radiofónicas.
Ya entrados los años sesenta los oídos ingleses (sobre todo los jóvenes, en plena explosión del Swingin’London, del rock y blues-rock británico) estaban cansados de la anodina programación oficial y un día decidieron darle vuelta al dial y (casi a escondidas) sintonizar una estación de la que comenzaban a tener noticias rápidamente de manera oral: era Radio Caroline, la primera radio pirata del Reino Unido.
(El término “pirata” se utiliza generalmente para describir la emisión radiofónica ilegal, sin licencia, tanto de contenidos de entretenimiento como políticos. La legislación sobre este tema varía ampliamente de un país a otro. Anteriormente, como tal habían fungido Radio Luxemburgo, que no lo era al estar financiada por compañías trasnacionales y con el beneplácito de aquel principado: y otras que sí lo eran: Radio Mercur, una emisora comercial danesa que transmitía desde un barco situado en aguas internacionales sin el permiso de las autoridades de su país desde 1958, por lo que la prensa de los nórdicos comenzó a llamarla “pirata”, al igual que a Radio Verónica en los Paises Bajos, que lo hacía desde 1960)
Por aquel entonces Ronan O’Rahilly, un joven irlandés de buena familia (propietaria de puertos y bodegas marítimas) se trasladó a Londres con la intención de entrar en la industria cinematográfica como productor. Pero eran los tiempos en que Londres se estaba convirtiendo en la capital cultural del mundo, con los Beatles y los Rolling Stones al frente.
O’Rahilly cambió entonces sus aspiraciones por la industria musical, donde se transformó en representante de algunos grupos. En este rubro intentó impulsar la carrera de bandas menos populares que aquellas (como Georgie Flame and the Blue Flames) y fue cuando se encontró con el rechazo del sistema establecido. No encontró ninguna discográfica que quisiera apostar por sus nuevos protegidos, por lo que optó por crear su propio sello.
Una vez que éste entró en funcionamiento, se topó con que la BBC no los quería trasmitir y que Radio Luxembourg, a la que también acudió, representaba a sus propios intereses (payoleados por EMI, Decca, Pye y Philips). Entonces, también decidió crear su propia emisora. Radio Mercur y Radio Veronica se convirtieron en sus modelos.
Con esa idea, O’Rahilly empezó a fantasear con crear una emisora flotante, una estación de radio a bordo de un barco en aguas internacionales, dedicada casi en exclusiva a la programación musical del rock 24 horas al día. Para hacerlo realidad adquirió un viejo buque llamado Frederica y se fue hasta los Estados Unidos para comprar el equipo técnico necesario.
VIDEO SUGERIDO: Radio Caroline Jingle Compilation, YouTube (BillsOldies)
En ese viaje, al hojear la revista Look en la que aparecían unas fotos del presidente John F. Kennedy jugando con sus hijos John Jr. y Caroline en la oficina Oval, se le ocurrió el nombre de la emisora, Radio Caroline.
De regreso a Inglaterra O’Rahilly se encontró con Alan Crawford, un australiano afincado en Londres con diversos negocios en el mundo de la música, que había comprado el navío Mi Amigo, para, bajo el nombre de Radio Atlanta, llevar adelante un plan muy similar al suyo. Finalmente ambas partes llegaron a un acuerdo.
El Frederica se establecería en aguas internacionales cercanas al norte de Irlanda, llegando a los hogares del noroeste de Inglaterra, Escocia e Irlanda, en lo que tendría que ser Radio Caroline North; y Crawford al frente del Mi Amigo debía situarse frente a las costas de Essex y cubrir el resto de las Islas Británicas bajo el nombre de Radio Caroline South.
Las dos embarcaciones se trasladaron al puerto irlandés de Greenore, propiedad de la familia de O’Rahilly, para ultimar los preparativos antes de lanzarse a alta mar.
El Frederica zarpó solo y el domingo 28 de marzo de 1964 el mundo pudo disfrutar de la primera emisión de Radio Caroline. “Esto es Radio Caroline, en la frecuencia 199, su emisora de sólo música”, anunciaron el locutor Chris Moore y el actor Simon Dee.
El éxito de Radio Caroline fue inmediato y sus locutores (como Tony Blackburn, Roger Day, Simon Dee, Tony Prince, Spangles Muldoon, Keith Skues, Emperor Rosko y muy especialmente Johnnnie Walker, y Tom Lodge) se convirtieron en auténticas celebridades entre la juventud británica (programaban álbumes completos, o los temas del gusto del locutor en turno, sin ceñirse a los cartabones del Top 40. Ellos elaboraban el suyo).
Este hecho animó a que muchos otros a crear su propia radio pirata, y en un muy breve espacio de tiempo las ondas se inundaron de estaciones como Swinging Radio England, Radio Britain, Radio London, donde debutó el mítico John Peel o Radio City, su máxima rival y con la que Radio Caroline inició una batalla que acabó con un asesinato.
Radio City emitía desde una fortaleza de la Segunda Guerra Mundial situada en el estuario del río Támesis. En un principio había llegado a un acuerdo para que ésta pudiera emitir bajo el nombre de Radio Caroline, una alianza que luego deshizo O’Rahilly.
Iracundo por ello, Reg Calvert, propietario de Radio City fue a pedirle explicaciones a Oliver Smedley, socio de O’Rahilly y éste, cuando la discusión se puso fea, le pegó un tiro y mató a Calvert. (Smedley fue absuelto a la postre por considerarse el acto como defensa propia).
Sin embargo, este hecho fue la excusa perfecta para que el gobierno británico, hastiado de la popularidad de emisoras como Radio Caroline, (a la que acusaba de lenguaje obsceno, inmoralidad, etc.) iniciara una persecución de las radios piratas, estableciendo una ley marítima que preveía el bloqueo de todas aquellas embarcaciones que albergaran una emisora.
La falta de alimentos, de personal e ingresos para su mantenimiento, hizo que una a una todas las emisoras piratas fueran cayendo, la última, evidentemente, fue Radio Caroline, que desapareció el 3 de marzo de 1968.
No obstante, a partir de ahí continuó su historia marítima en otras etapas llenas de giros rocambolescos en las que hay socios diversos –entre ellos el mismo George Harrison–, readquisición de barcos, grandes luchas de egos, enfrentamientos con el punk, con nuevas leyes gubernamentales, asaltos, fondeo en las aguas más profundas del Océano Atlántico, hundimientos y miles de peligros más.
Como no podían acabar con ellos, y pese haber sufrido las inclemencias de una tormenta que cerca estuvo de acabar con la emisora y la vida de los que iban a bordo del barco, el 19 de agosto de 1989, con la ayuda del gobierno holandés, el fiscal inglés James Murphy ordenó el asalto del Ross Revenge (la nueva embarcación que la albergaba) alegando que la frecuencia utilizada por Radio Caroline interfería en las comunicaciones marítimas.
El abordaje fue realizado en aguas internacionales, es decir en un territorio en el que ningún gobierno tenía potestad, pero eso no impidió que los militares holandesas requisaran todo lo que se encontraron por delante mientras los locutores iban retransmitiendo en directo el asalto. Y finalmente la transmisión de la más longeva emisora pirata se cortó 26 años después.
En la actualidad Radio Caroline, mantiene todavía un enfrentamiento legal con el gobierno de los Países Bajos por aquella acción y transmite a través de Internet (con un sitio web y audio stream), aunque ya desde tierra firme.
En el 2014 se cumplieron 50 años de su odisea. Un capítulo importante de la historia del rock, de la radio y tabernáculo de todo rockero.
VIDEO SUGERIDO: Pirate Radio Trailer HD, YouTube (El Kiosko Magazine Lucia S. Dantes)
La influencia beatle no solo dio margen para cóvers fuera del circuito anglosajón. En Brasil, por ejemplo, motivó la creatividad de un grupo de músicos y compositors, involucrados en la tarea de enganchar a su país al coche de la modernidad a través del movimiento Tropicalista: Os Mutantes.
La experimentación psicodélica se unió a la búsqueda de nuevas rutas para la música brasileña (paulista, para ser más preciso) con elementos de lo popular y clásico.
OS MUTANTES
OS MUTANTES
(Polydor)
El resultado: un grupo señero e influyente, extrafronterizo y extratemporal (en la new wave, el neo barroco e indie, como muestras).
Con esta obra tal núcleo de artistas innovó también (en el sur americano) con el uso del acople, la distorsión y las posibilidades del estudio.
Personal: Arnaldo Batista, bajo, teclados y voz; Rita Lee, voz, flauta dulce y percusiones; Sergio Dias, guitarra y voz. Portada: Diseñada por Perroy.
VIDEO SUGERIDO: Os Mutantes – Panis Circensis & Bat Macumba (complete French TV-1969), YouTube (slashgrass)]
Graffiti: «¡Viva la comunicación! ¡Abajo la incomunicación!»
Existen lugares en el mundo en los que la orfandad social es un sello de autenticidad. Uno de estos sitios es Alabama, en los Estados Unidos. Es un punto geográfico en el que se puede palpar de primera mano la historia de la infamia, por ejemplo. Esa mancha indisoluble que significó la esclavitud, primero, y el inherente racismo que una guerra civil y luego muchas batallas no han podido limpiar, después, hasta hoy.
“I Never Comeback to Georgia” tarareó Dizzy Gillespie antes de lazarse a interpretar una de las tantas versiones de “Dizzy Atmosphere”. Ray Charles lo dijo sesgadamente en muchas de sus letras. Little Richard lo certificó en su biografía y las luchas pro derechos civiles lo han condenado en muchas imágenes y textos. Alabama es un estado maldito desde hace siglos y no parece que eso vaya a cambiar radicalmente en el presente o en un futuro próximo.
Así que nacer en tal espacio es un handicap para cualquier joven negro que busque vivir de manera decorosa o sobrevivir ahí. La mayoría sucumbe a los meandros de la miseria, los menos se van. Y unos cuantos buscan crearse su espacio con las herramientas de su talento artístico. El cual quizá sea reconocido fuera de sus fronteras y ello les brinde la posibilidad de expresar lo que son y lo que han sido.
De esta manera imaginemos en alguna de sus ciudades (Athens) a una adolescente cursando la highschool, a sabiendas de la paupérrima oportunidad que eso puede representar. Pero ahí está, más para evitarse problemas con la asistencia social que por vislumbrar horizonte alguno. En los tiempos entre clases de ínfimo nivel se reúne con los otros alumnos en los patios para forjarse su propia cultura: subterránea, ilegal, al margen o asumir que sus aspiraciones sólo pueden alcanzar para un empleo burocrático.
De esta manera Brittany Howard conoció a Zac Cockrell. Intercambiaron su admiración por las camisetas que llevaban puestas, con lemas e imágenes de sus ídolos musicales. Salió a colación que ella tocaba la guitarra y cantaba y él –un blanco de clase proletaria– hacía lo propio con un bajo. Quedaron de verse al otro día en la casa de ella con los instrumentos y practicar un rato. Así también empezaron a componer y a hacer versiones de lo que les gustaba: el rock progresivo, con mucha improvisación.
A la salida de la escuela iban también a una tienda de discos para pasar el rato a oír las novedades o discos antiguos y para evitar que la policía los molestara si se juntaban con otros en las esquinas o en algún parque. Ahí trabaron amistad con el encargado, Steve Johnson, quien los adentró en los misterios de las rítmicas sureñas, y que también tocaba la batería. Decidieron formar un trío con esas tendencias: música de raíces.
Juntaron el dinero que tenían entre todos y grabaron un demo bajo el nombre de The Shakes en la localidad cercana de Decatur con algunas canciones propias y cóvers de viejos éxitos del soul y el heavy metal. Una copia del mismo cayó en manos del guitarrista Heath Fogg, quien pidió unírseles tras ello. Ensayaron la cantidad necesaria de temas para cumplir con una actuación de 45 minutos.
Al ir a buscar trabajo en el circuito del estado les dijeron que tenían que cambiar de nombre pues había otras agrupaciones con tal apelativo a lo largo del Mississippi. Así que añadieron el Alabama al suyo y todo quedó solucionado. De tal forma iniciaron sus andanzas en el 2009, combinando sus diversos aprendizajes y escuchando a los forjadores del sonido sureño.
Tres años de estas correrías los templaron suficientemente como para poderse identificar. Llegó así la oportunidad vía las redes sociales. Una de las canciones de su primer demo, “You ain’t alone”, fue recomendada y compartida por el blog “Aquarium Drunkard”, ubicado en Los Angeles y toda una de las referencia del buen gusto y mejor criterio en cuanto a la divulgación de la historia y las novedades del rock.
El futuro de Alabama Shakes estuvo echado con la multitudinaria aceptación a través de dicho blog. Desde entonces, Brittany Howard –extracto neto de aquella negritud señalada– y sus colaboradores, han seguido un camino que ha llevado su clasicismo hasta la multiplicidad actual.
En su debut discográfico, con Boys & Girls, el grupo aportó una fresca combinación de soul negro y rock blanco que funcionó magníficamente, y situó a Alabama Shakes como un caso inédito entre las nuevas bandas apegadas a las guitarras en plena era de la digitalización y el streaming.
VIDEO SUGERIDO: Alabama Shakes – You Ain’t Alone, YouTube (Meet&Three)
Muchos artistas contemporáneos llevan a cabo una obra que de forma invariable aglutina diversas corrientes dentro de ellas para incluirlas en su propuesta. En el centro de su labor se encuentra la indagación del pasado (tanto lejano como reciente) y sus recursos estilísticos, instrumentales y sonoros, así como también un método de búsqueda que consiste, básicamente, en atar las raíces de los géneros en los que están interesados.
A estos creadores quizá no se les vea como lo aventureros que son (arqueólogos actuales, en el aspecto musical), pero a cambio de ello se les puede seguir en sus pesquisas, excavando por aquí y por allá, para encontrar algo que añadir como pieza importante a su propio bagaje. De esta manera aparecen las indicaciones para descubrir la ruta que han seguido en la construcción de su quehacer artístico.
Así opera el grupo estadounidense Alabama Shakes, cuyos integrantes han explicado sus andanzas de esta manera: “Casi todo lo que hacemos está vinculado con el pasado, pero éste sólo nos interesa si tiene sentido en el momento presente”.
Es decir, que en su hipermoderna propuesta no se trata de desenterrar raíces y unirlas sólo porque sí en un racimo anárquico, sino de encontrar la forma en que esas raíces se conecten y manifiesten de la mejor manera y hagan florecer un ejemplar tan semejante como distinto a ellas, que represente uno de los sonidos de la actualidad.
Tal aglomerado experimental fue concebido por estos músicos como un lugar que debe definirse más que por sus influencias específicas –que las tiene y varias— por su capacidad para afectar directamente el estado de ánimo del escucha, al ponerlo en una situación emocional cercana al arrobamiento ante el material expuesto.
En la década transcurrida desde su fundación, la banda de Alabama ha recogido todos los hilos que la componen y nos presenta con novedosa personalidad una versión panorámica del southern rhythm (blues-soul-rock) de la Unión Americana. En su periplo musical se hace patente su intención de mostrar por qué el ayer importa para la expresión de algo nuevo, sin un ápice de nostalgia y con una decidida mirada hacia adelante.
Si en su debut discográfico, Boys & Girls (2012), enseñaron sus armas cargadas del blues y el soul de las compañías Stax y Muscle Shoals –cernidas con la templanza guitarrística de Steve Crooper y la incandescencia vocal de Otis Redding y James Brown, a cargo de la cantante, guitarrista y líder, Brittany Howard, y las melódicas cuerdas de Heath Fogg–, en su segundo volumen, Sound & Color (2015), la sección rítmica (Zac Cockrell, bajo y Steve Johnson, batería) hacen gala, además, de sus conocimientos setenteros en la línea de bajo y percusión funk-rock de Sly Stone (Sylvester Stewart).
Asimismo, en la nueva obra se pasean el fraseo de Joan Armatrading, la vanguardia del Prince ochentero, el rock de Kings of Leon y las explosivas guitarras y el estilo de producción de Jack White. Puras citas mayores. Por eso suenan tan familiares, pero al mismo tiempo diferentes y poderosos. Con la capacidad de recrear en el estudio de grabación la pujanza que vierten en el escenario.
Sound and Color, además de su dimensión pangenérica, muestra al grupo como la singular banda que es, una que dibuja su particular autopista por la que transita a la vez que indaga en su materia referencial, pasando con alma y sentido por sus diferentes pulsaciones sureñas, porque tiene los recursos y las cualidades para eso y más.
Las décadas que recorren en sus canciones (“Don’t Wanna Fight”, “Dunes” o “Future People”, por mencionar algunos ejemplos) no pretenden el anclaje purista e inmóvil de lo retro, sino que con un espíritu transformador combinan todo ello con la necesaria libertad para acrisolar y redefinir el universo que abarcan con su visión y propósito de crecimiento y avance: el fruto recién cosechado de aquellas raíces.
The Small Faces fue un grupo prototipo del mod británico. No obstante, los integrantes extendieron sus hechuras hacia horizontes mayores, como las que apuntaron en este disco, cuya segunda mitad es conceptual.
OGDEN’S NUT GONE FLAKE
THE SMALL FACES
(Immediate)
El suyo es un temprano heavy rock con detalles psicodélicos, siempre referencial en cuanto a sus influencias –The Who, Troggs, et al—y apuntalado con el uso lírico del slang cockney londinense.
Mismo que emplea su personaje Happiness Stan para narrar una historia férrica y surrealista en la que se engloban los significados de la vida. Es un álbum complejo con sus particularidades técnicas incluidas.
El título del disco y de su presentación tuvieron como modelo un empaque de tabaco de fines del siglo XIX.
Personal: Steve Marriott, voz y guitarra líder; Ronnie Lane, voz, bajo y coros; Kenney Jones, batería y percusiones; Ian McLagan, teclados, voz y coros. Portada: El arte fue realizado por Mick Swan, sobre una ilustración de P. Brown.
VIDEO SUGERIDO: The Small Faces – Song Of A Baker – “Colour Me Pop” (1968), YouTube (vinylsolution)
Graffiti: “La edad de oro era la edad en que el oro no reinaba”
Muchas cosas sorprendentemente equiparan a estos grandes nombres del soul desaparecidos no hace mucho. Don Covay, Ben E. King y Percy Sledge, pertenecen a una generación de cantautores negros surgidos de la pobreza, de los campos de entrenamiento vocal conocidos como coros.
Su origen hay que buscarlo en una iglesia, entre los himnos del góspel y los spirituals. Pero también de las filas del doo-wop urbano. Son (fueron) reales sobrevivientes que emanaron sus talentos a pesar del ambiente restrictivo y de los posteriores mánagers (auténticos buitres) que los tuvieron bajo contrato.
Sobrevivientes de la misma compañía que los firmó: Atlantic Records, la cual a pesar del excelente material que le proporcionaron cada uno, siempre les restringió y limitó hasta lo indecible los presupuestos.
(BEN E. KING)
Todos ellos encumbraron casi al mismo tiempo sus canciones al primer lugar de las listas de éxitos. Canciones que el tiempo volvería clásicas. Todos ellos durante el lapso que duraron sus carreras adolecieron de falta de dirección de los productores y del interés que les hubiera evitado la indefinición artística.
Los directivos de la compañía, por afanes netamente mercantiles convirtieron a estos vocalistas ejemplares en cantantes multiusos sin rubor alguno.
VIDEO SUGERIDO: Ben E. King – Stand By Me (1961), YouTube (TheVideoJukeBox 4)
Todos ellos desaparecieron de los principales escenarios al final de la década de los setenta. Y tuvieron que sobrevivir literalmente de sus actuaciones en locales pequeños. Y socialmente, al igual que los egresados del Mississippi, tuvieron que romper las barreras raciales y conseguir hechizar a un público blanco con su voz y su interpretación. Arrasaron con las baladas.
Todos ellos murieron en el mismo año (2015), casi a la misma edad, aunque en ciudades distintas. Todos ellos poseyeron la legitimidad histórica con la que exhibir una autenticidad que les ganó la gloria para siempre.
Rod Argent, líder indiscutible de The Zombies, dijo: «Tuve la intención de formar una banda cuyos músicos no sólo tuvieran dotes técnicas o ideas experimentales, sino que asimismo quisieran crear algo con entusiasmo y respeto mutuo».
La pieza «She’s Not There» fue su mayor éxito y Odessey & Oracle su mejor álbum, con “Time of the Season” como single destacado. El grupo tocaba un rock barroco clásico de Inglaterra: fluido y melódico (fundamentado en el famoso ritmo del Mersey Beat y el rhythm and blues), prístino y fuerte.
ODESSEY & ORACLE
THE ZOMBIES
(CBS)
El grupo se concentró en el canto perfecto y agudo y monumentos de sonido con un claro dominio de los teclados. El equilibrio logrado en este disco posee por igual belleza mística, un aura etérea y una enorme fuerza de expresión musical.
Personal: Rod Argent, órgano, piano, melotrón y voz; Colin Blunstone, voz; Paul Atkinson, guitarra y coros; Chris White, bajo y coros; Hugh Grundy, batería y coros. Portada: diseño de Carol McCleeve con ilustración de Tony Robert.
VIDEO SUGERIDO: Zombies – Time Of The Season HD, YouTube (andrew91118)
Graffiti: “Tienes veintitantos años, pero tus instituciones son del siglo pasado”
Hay un afán obsesivo que aúna a los rocanroleros que dejan de serlo con los que siempre han estado en contra del rock: darlo por muerto, una y otra vez, como al mundo. Todos éstos además de renegar de tal música la quieren enterrar.
Ejemplos de ello los podemos encontrar a lo largo de la historia del género con las distintas «muertes» que le han sentenciado: tras la desaparición de Buddy Holly; la conversión religiosa de Little Richard; el reclutamiento de Elvis; la separación de los Beatles; la anulación del hippismo; con las canciones mandilonas de John Lennon, con su propia muerte; con Cat Stevens enrolado en el islamismo, con la música disco, la new wave, la llegada de la electrónica, etc., etc., etc.
Los profetas y pitonisos de todos estos apocalipsis aparecen y desaparecen, escriben o cantan sobre lo mismo: la muerte del rock. Las causas, según ellos: la comercialización, la pérdida de los conceptos primigenios y de adalides que los sostengan.
El rock ha muerto, sí, pero de risa ante tanta necedad, ignorancia supina e incapacidad analítica. Finalmente las causas de su apostasía son que en un momento dado, echados sobre sus laureles, tales enterradores no se preocupan por mantenerse al tanto. Les sucede lo que a la liebre de la moraleja. La evolución de la música nunca termina y ellos quedan desfasados en alguna de sus instancias.
Ante el hecho, en lugar de ponerse al día, estudiar, oír, observar, aprender, alcanzar el paso del desarrollo, prefieren dejar pasar y ociosamente denostar todo aquello que ya no comprenden. Siempre es más fácil decretar la muerte de lo extraño que el trabajo por entenderlo.
El género, como cualquier forma de cultura viva, va desarrollándose porque el valor de los viejos modelos se desgasta y debe ser superado por los nuevos. La dirección en que lo haga tiene también, a todas luces, motivos sociales.
La complejidad social ha ido en aumento, al igual que los cambios que se presentan en ella. Dichas transformaciones significan la desestabilización de formas musicales y de pensamiento, extinción de informaciones anticuadas o su reordenación en contacto con los nuevos saberes, que confluyen en nuevas agrupaciones y ramificaciones.
La primera gran crisis del género y su inicial “defunción” se dio en 1959, un hecho constante que marcó un cambio con cada década en el siglo XX (en el XXI con la fragmentación y expansión de dicha cultura los cambios tienen otra dinámica).
En 1959, la historia general del planeta tuvo sus sorpresas: tras derrocar a la dictadura de Fulgencio Batista, Fidel Castro se erigió en el nuevo jefe del Estado cubano (y el siguiente tirano, a fin de cuentas). Alaska y Hawai se convirtieron en los estados 49 y 50 de la Unión Americana. La nave soviética Luna 1 fue la primera que alcanzó la “velocidad de escape” de la Tierra. Estados Unidos puso el primer satélite en órbita alrededor del Sol. Salió a la venta la primera muñeca Barbie. El Tíbet fue invadido por el ejército chino, por ejemplo.
VIDEO SUGERIDO: Chuck Berry – LITTLE QUEENIE – 1959 HQ!, YouTube (TbirdsOf1965)
En 1959, la música y el rock en específico sufren un colapso: con Elvis Presley fuera de la escena por el momento (enrolado en el ejército), hubo una verdadera avalancha de pretendientes al trono. El gobierno y las fuerzas vivas estadounidenses apoyan notablemente la nueva moda de los baladistas y surgen nombres como Ricky Nelson, Frankie Avalon, Fabian, Bobby Darin y Johnny Tillotson.
Todos tenían aspecto sano y pocas aptitudes musicales. Su atractivo residía en el físico. La industria les aportó buenos materiales escritos por otros y brillantes músicos de acompañamiento. Eso les aseguró fama y fortuna. El rock estaba en otra parte.
La forma salvaje de cantar y el frenético estilo del que hacía gala tocando el piano, y su excéntrica personalidad, convirtieron a Little Richard en uno de los intérpretes más excitantes de todos los tiempos (el gay rock, el glam y la imagen de Prince le deben todo a él).
Sin embargo, hacia finales de la década, combatido por su bisexualidad, por el racismo, por la campaña antirockera y, luego de un avionazo del que se salvó milagrosamente, decidió dedicarse al estudio de la Biblia, difundir la palabra de Dios y dejar el rock and roll.
En esta misma época, Chuck Berry (figura principal del show itinerante que producía Alan Freed, quien ya era sujeto de investigación por la payola) fue perseguido y enjuiciado por haber cruzado la frontera estatal acompañado por una menor de edad. Tuvo que cumplir una condena en prisión por cargos de inmoralidad.
Jerry Lee Lewis, el otro pianista influyente de la música, iba camino del estrellato, con éxitos en las listas y todo eso, cuando se casó con su prima Myra Brown. El asunto adquirió proporciones desmedidas al comenzar a publicitarse sobremanera que ella tenía 13 años de edad. Los defensores de la moral y las buenas costumbres lo atacaron con todo y lo expusieron ante la opinión pública. Tuvo que volver al terreno del country para forjarse una nueva reputación.
Richie Valens, rockero de ascendencia mexicana, a los 17 años ya había ganado un disco de oro por la canción «Donna», y se hallaba promocionando el tema «La Bamba» cuando una avioneta que los llevaba a él, a Buddy Holly y a Big Bopper a un concierto se estrelló debido al mal tiempo, muriendo todos sus ocupantes. Valens era la punta del iceberg chicano en el terreno del rock and roll.
Estas muertes, aunadas a la de Eddie Cochran, al reclutamiento de Elvis, a los accidentes de Gene Vincent y Carl Perkins, al encarcelamiento de Berry, al abandono de Little Richard y a la persecución social de Jerry Lee Lewis, tenían al rock and roll en la hoguera en el final de los años cincuenta (se sabe que el gobierno estadounidense había decretado un expediente secreto X para exterminarlo).
El rock, por su inherente razón de ser, se evade de lo acostumbrado y mantiene en forma constante las innovaciones (no en balde sus casi 70 años de existencia), y tan pronto como éstas se vuelven comunes por el uso y abuso, va separándose de ellas con nuevos distanciamientos, al igual que el proceso social, bajo distinto signo aunque con el mismo nombre: rock, a pesar de que algunos despistados lo «maten» una y otra vez, como al mundo.
El rock, como el Ave Fénix, no muere, siempre resurge de entre sus cenizas con un nuevo plumaje, como la cultura viva que es.
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