DEL SHANNON

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EL QUIEBRE DE LA VIDA

El mundo quiebra a los individuos, y, a la mayoría, se les crea algo desconocido en el lugar de la fractura; pero a los que no quieren dejarse doblegar, a éstos, el mundo entonces los mata. Mata indistintamente a los muy buenos, y a los muy tiernos, y a los muy valientes. Si usted no se encuentra entre ellos, también lo matará, pero en este caso tomará más tiempo”. Esto escribió Ernest Hemingway en su novela Adiós a las armas. A él el mundo le aplicó ambas cosas.

La madrugada del 2 de julio de 1961, Hemingway bajó al sótano donde guardaba las armas, buscó su rifle favorito, subió las escaleras hacia el vestíbulo de la casa, puso dos balas en la cavidad, colocó el extremo del cañón en su boca, apretó el gatillo y se reventó el  cerebro.

Las cabezas de los animales disecados y las fotografías colgadas en aquella estancia, las cuales mostraban su la afición por la cacería, los toros y el boxeo, fueron mudos testigos de su fin.

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El mundo primero lo había quebrado con la brutalidad de su carácter, con sus aficiones primitivas y luego con una enfermedad genética y degenerativa. Los dolores de la quiebra los había subsanado con grandes cantidades de alcohol.

Hace poco leí la recopilación que hizo de sus narraciones cortas el mismo Hemingway en 1938 y que tituló Los cuarenta y nueve primeros cuentos, y comprendo que lo que quiso atrapar en todos y cada uno fue ese momento o mecanismo existencial que lo hace a uno estar tanto dentro de la corriente de la vida como fuera de ella: un misterio.

A este autor, ante el dolor de encontrarse fuera de ella, con la nostalgia por lo que ha perdido y con la conciencia de tener que seguir adelante (quebrado), ni con los deslices del alcohol, ni con la violencia, ni cazar animales, ni la trampa tauromáquica de verlos sufrir en un ruedo bárbaramente como si fuera una fiesta, le  resultaron suficientes para volver a engancharse a la vida.

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En los libros, los personajes de Hemingway surgen de cualquier parte y es como si los hubiera atrapado justo en el instante de perderse, en un solo destello, al buscar en lo que tienen más a la mano una ternura o belleza imposibles.

Tras el éxito, Hemingway vivió el vértigo fascinado por su propia destrucción. Al final quiso solucionar su ruina cazándose a sí mismo. Tras la obtención del Nobel (de 1954) su andar literario se volvió errático, autocomplaciente y su brutalidad como persona creció, tanto, que terminó volándose la cabeza. Un fin de fábula.

Ese mismo año (1961), ese mismo mes, ese mismo día se comenzó a difundir la primera pequeña obra de un ser igualmente perdido entre el dentro y afuera de la corriente de la vida. Uno que fluctuaba desde la adolescencia entre la depresión y la locura, uno que ponía en sus canciones sus más conspicuas obsesiones: sentimientos de abandono, amor herido y traición. Su nombre Del Shannon.

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Este compositor, cantante y guitarrista, había nacido en Coppersville, Michigan, el 30 de diciembre de 1934, con el nombre de Charles Weedon Westover y bajo un mal sino. Su corta estatura (1.52 m) y su falta de gracias físicas, incluso torpeza, le habían acarreado el retraimiento y las penurias ahí donde no se perdonan esas cosas ni las diferencias; donde la crueldad es moneda corriente y se juzga y castiga al mismo tiempo: la escuela.

Al no poder competir en ningún deporte y mucho menos en el que más anhelaba, la lucha libre, se refugió en su habitación con la guitarra que le compró su madre. Cantaba tímidamente. El padre, un ser de oficio camionero, le gritó que sacara aquel “maldito  aparato de la casa”. Sin embargo, su madre escondió la guitarra y pidió que tocara y cantara para ella cuando su marido no estuviera.

A la postre desarrolló sus habilidades en grupos de country durante su estadía en la highschool. Una vez graduado contrajo matrimonio y enseguida fue reclutado a las filas del ejército estadounidense, donde también padeció lo indecible en una base militar ubicada en Alemania, pero gracias a un concurso de talento con el que se entretenía a los soldados, ganó y obtuvo como premio una guitarra que ya nunca abandonaría.

[VIDEO SUGERIDO: Del Shannon – Runaway (1961), YouTube (Yigal Classa)]

Una vez fuera del ejército, trabajó como recogedor de fresas, repartidor de flores y como vendedor por catálogo. Durante las noches continuó su carrera musical con un grupo de country-rock en un club llamado Hi-Lo.

Fue el tiempo en el que cambió de nombre. Por el del auto que más le gustaba: el Cadillac Coupe de Ville, cuya contracción era Del, y por el apellido  de un luchador al que admiraba: Mark Shannon. Así surgió Del Shannon. Y así brotó también su afición por la bebida, para paliar a los demonios que no dejaban de rondarlo.

En dicho lugar fue descubierto por un locutor que lo conectaría con productores de la industria discográfica. Les atrajo su canto (con un timbre de voz y falsete inconfundibles) y estilo compositivo y decidieron grabarlo. De tal manera apareció en julio de 1961 el tema “Runaway”, que lo daría a conocer en toda la Unión Americana y en el resto del mundo.

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Dicho tema lo popularizó por su temática (el desamor y el abandono), pero también por la voz de Shannon que desprendía emoción y sinceridad, circunstancias que aparecerían siempre y a partir de entonces en todas sus canciones. Asimismo, destacó por el uso que hizo Max Crook (co-autor de la pieza) del Musitrón, que se convertiría en el primer sintetizador de la historia en ser utilizado dentro de una grabación de rock.

Con la aceptación llegaron las giras, las presentaciones y la exigencia de nuevos éxitos. El ritmo de todo ello aumentó y la cadena de canciones lo mismo, destacando el hit «Hats off to Larry”, entre ellas. Pero también llegó más cantidad de alcohol, la angustia y la duda creciente.

La carrera de Shannon lo resintió y ésta se transformó en una especie de montaña rusa, con buenos y malos momentos (donde incluso debía tener un apuntador que le dictara las letras mientras cantaba en vivo, puesto que las olvidaba regularmente). Ya no componía y sólo se dedicaba a hacer versiones de otros, incluyendo a los Beatles (fue el primero en hacerlo en la Unión Americana).

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Hubo largas temporadas de sequía, otras de gran humedad alcohólica, de pérdida y confusión, de no encontrar más su lugar en la vida, de sentirse fuera de ella, de colaboraciones y desatinos. En una de tales colaboraciones se encontró con Jeff Lynne, quien le preguntó por qué comenzaba a beber desde la mañana. A lo que Shannon respondió que “para regresar al lugar donde podía pensar en todo lo que le dolía y hacía sufrir”, pero luego regresaba a la realidad sobria donde todo lo escribía entre la depresión y la locura, para luego olvidarlo por ahí.

En la década de los setenta la carrera de Shannon se detuvo por completo, odiaba la frescura de sus primeras canciones que ahora contrastaban con su complicada vida. La automedicación que se recetó contra aquello, además del alcohol incluyó dosis de pastillas. La desesperación de su familia lo llevó en uno de sus momentos de lucidez a internarse en un hospital de desintoxicación. Aparentemente lo logró tras un lapso de tiempo.

Con la ayuda de sus amigos volvió a los escenarios y hasta a grabar. Tom Petty, un ferviente admirador suyo, le produjo un cóver de Phil Phillips (“Sea of Love”) que fue bien recibido por público y crítica. Todo parecía enderezarse.

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Incluso una cadena de televisión le pidió regrabar “Runaway” con algunos cambios en la letra para que sirviera como rúbrica de un programa próximo a lanzarse al aire: Crime Story. Los fans de tal serie aún no olvidan aquellas letras cambiadas que sentenciaban: «Algunos viven, otros mueren».

Asimismo, a comienzos de 1991, Petty y Lynne le sugirieron a Shannon la grabación de un álbum con material suyo, nuevo, con la producción de Lynne y el apoyo de Petty. El primer tema fue una pieza escrita por los tres y se llamó “Walk Away”, el resto de las canciones fue de la absoluta autoría de Shannon.

Durante una entrevista por aquel entonces, Del dijo lo siguiente: “Ya no bebo como desesperado. Pero mi vida aún no tiene dirección ni mi carrera. No he estado bien ni física, ni mental ni espiritualmente por mucho, mucho tiempo y aún no sé cuánto me llevará lograrlo”. Los temas que había compuesto para el disco mostraron que los sentimientos de soledad y desolación vertidos en aquellas canciones eran reales.

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Petty y Lynne estaban tan animados con el resultado de aquellas grabaciones y con el despliegue compositivo que había hecho Shannon que incluso le sugirieron formar parte de los Travelling Wilburys (junto a Dylan y Harrison), luego del fallecimiento de Roy Orbison.

Es decir, había muchos planes, los cuales se concretarían a su regreso de la gira por  el Norte de Dakota, donde se presentaría con Bobby Vee y los Crickets. Eso sería el día 8 de febrero.

Ese día, en la mañana, Shannon se levantó. Había tenido una noche aciaga con pesadillas reiteradas, como aquella donde recordaba haber invitado al baile de graduación de la highschool –tras muchas cavilaciones– a la muchacha que le gustaba, quien accedía, pero una hora antes del evento se había retractado para ir con otro, con el tipo que más se burlaba de él en la escuela.

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Aquel suceso real, marcó su punto de quiebre y lo sumergió en un depresión profunda que lo acompañaría toda la vida. La mayoría de sus canciones evidencian los sentimientos de traición y abandono que le serían característicos.

Caminó por los pasillos de la casa, fue a la cocina y se tomó unas pastillas de Prozac para calmar la angustia. Se sentó en uno de los sillones de la sala, sentía ira, desconsuelo y profunda desilusión. ¿Cómo lo soportaría? Con toda probabilidad no lo haría mejor que en los días anteriores.

Esta certeza era suficiente para ponerlo de nuevo frente a sus penas, a sus errores. Se dirigió al sótano de la casa. Regresó con aquel bulto, lo desenvolvió, le metió dos cartuchos, se lo puso en la boca y disparó.

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Las personas son derrotadas por la vida, como describió Hemingway, enloquecen y mueren si saber por qué quedaron fuera de su corriente y lo hacen de muchas maneras, algunas como Del Shannon en el silencio de aquel valle depresivo donde ningún llanto, ningún lamento, ninguna canción, ninguna esperanza, consiguieron desprenderse de la desazón. Hundidos por la crueldad universal que reinaba en su corazón.

Alguien escribió en su obituario que Del Shannon sonaba en sus canciones como un hombre que anda a la caza de algo bello a lo cual asirse, con lo cual justificarse, pero con la certeza de que probablemente nunca lo encontraría.

El disco que grabó con Lynne y Petty salió póstumamente con el nombre de Rock On!

 

 

[VIDEO SUGERIDO: Del Shannon Crying Live 1989, YouTube (DelRocksMySpace]

 

Exlibris 3

68 rpm/27

Por SERGIO MONSALVO C.

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Al principio sorprende oír a Otis Redding, un potente generador de emociones, como aletargado. La misma voz que agitaba con fuerza el cuerpo y el espíritu cuando se lanzaba con su soul sureño, atemporal y energético, se muestra ahí casi apagada. Arrastrando de otra manera las palabras.

La canción “(Sittin’ on) The Dock of the Bay” no se parece en nada a lo que Redding había hecho anteriormente. Cuando cantaba una balada, entraba con intensidad y subía poco a poco el ritmo hasta arrancarle la confesión final, la última gota de sudor, al sentimiento.

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THE DOCK OF THE BAY

OTIS REDDING

(Atco)

Como intérprete, Otis Redding era un dinamo espectacular que en tres minutos hacía arder una canción y dejaba al oyente conmocionado. Por el contrario, en esta pieza que abría su sexto disco de estudio, The Dock of The Bay, retrataba la reflexión de alguien que ha vivido mucho más que los 26 años que tenía cuando la compuso, en el verano del 67.

Sin embargo, el destino intervino para que dicha pieza se convirtiera en un éxito para Redding. Fue lanzada como parte del álbum póstumo que la Stax armó, junto a lados B de sus discos de 45 rpm, tras su muerte (y la de toda la banda The Bar-Keys que lo acompañaba en las giras) en un accidente aéreo, días después de haberla grabado. El álbum se convirtió en clásico y también en el primer disco póstumo de la historia.

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 Personal: Otis Redding, voz; Joe Arnold, sax alto; Donald “Duck” Dunn, bajo; Issac Hayes, teclados; Al Jackson Jr., batería; Wayne Jackson, trompeta; Booker T. Jones, teclados; Andrew Love, sax tenor; Floyd Newman, sax barítono. Portada: Foto de archivo de Stax Records.

 [VIDEO SUGERIDO: Otis Redding “The Glory of Love”, YouTube (SINGING FOOLS VIDEO)]

 Graffiti: «Es necesario explorar sistemáticamente el azar«

“WHEN A MAN LOVES A WOMAN”

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EVOCA JOE

(Recuérdolo tras su partida)

 A Joe Cocker le gustaba beber Cubas libres. Lo supe cuando me encontré con él en Düsseldorf, por una de esas escasas y afortunadas oportunidades que la vida te ofrece a cambio de tantas otras maldades que te asesta.

Sucedió hace muchos años, después del veraniego concierto múltiple, llamado tradicionalmente Open Air, que se había llevado a cabo en aquella ciudad. Al salir de él me encaminé al hotel para dormir un poco después del tremendo atracón musical que me había dado.

Sin embargo, estaba aún tan excitado por las doce horas de música continua y el desfile de agrupaciones distintas que habían pasado por el escenario, que decidí tomarme un par de whiskys en el bar del hotel para relajarme y escribir en un block (sí: a mano; sí: sobre papel) mis impresiones del concierto para la crónica que tenía que escribir del mismo, antes de subir a mi habitación.

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Era alrededor la una y media de la mañana y no había más que algunos parroquianos —huéspedes del hotel, seguro— envueltos por la música ambiental de los videos que trasmitían las pantallas en varias partes del recinto. Para mi sorpresa entre ellos estaba Joe Cocker —nada menos que el legendario “Frankenstein del rock”— mirando una pantalla solo, fumando y con un vaso alto vaciado a la mitad de su oscuro contenido.

Mi primer impulso fue sentarme en alguna mesa y no importunarlo (su set en el Open Air —aquella maratónica sesión— había durado más de dos horas). No obstante, ¿qué otra oportunidad tendría en la vida para hablar con él en estas circunstancias? Así que a la espera de un descolón por su parte –del que probablemente me iba a acordar durante toda mi vida afeando mi admiración– me le acerqué.

Lo saludé con un “Hi, Mr. Cocker” y le pregunté si podía tomar asiento e invitarle un trago. Con su mirada azul metálica un tanto vidriosa me midió por unos cinco largos segundos. Al final dijo que sí. Pidió otra cuba (“con dos hielos”) y yo un Jack Daniels (“con uno”).

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Lo primero que dijo –más para sí mismo que para el extraño que tenía frente a él– fue que esa era la bebida que más le gustaba: “La escogí por cierta historia y también por nostalgia, creo”–. De esta manera se soltó en un largo monólogo sobre el asunto: “En la ciudad donde crecí tenía un amigo cuyo abuelo había sido soldado de los Estados Unidos cuando los yanquis le ayudaron a los cubanos a deshacerse de los españoles, ¿sabes?

“Cuando era adolescente e iba al pub de mi barrio, ahí solía encontrar a ese abuelo jugando a las damas con algún otro vejestorio. Hacía que me sentara junto a él y me pedía un trago semejante al suyo, mientras él a su vez bebía aquel brebaje que a mí me parecía repelente por su dulzor. Pero como me gustaba que me contara historias de su vida era capaz de tomármelo.

“Una noche le pregunté que por qué tomaba esa cosa. Él, sin hacer caso de mi arrogancia juvenil, me platicó que había estado en Cuba combatiendo a los españoles al final del siglo XIX y principios del XX. Él había formado parte del Cuerpo de Señales de los Estados Unidos, una compañía de soldados con misiones de inteligencia, y a su capitán le gustaba mezclar el ron blanco de la isla con la nueva bebida que habían llevado consigo las tropas norteamericanas: la Coca Cola.

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“De esta manera el capitán invitaba en un bar de la Habana una ronda a sus soldados. Le daba instrucciones al barman de cómo hacer la mezcla: en un vaso largo poner dos o tres hielos, agregar una copa de ron blanco (añejo de preferencia) y llenar el resto del vaso con el refresco de cola. Para amortiguar un poco el sabor de este último se le podían agregar unas gotas de limón, al gusto, y poner una rodaja de éste como adorno.

“El capitán decía que si se invitaba a una dama a beberlo había que ponerle un popote al vaso de ella. Una vez todos con su bebida brindaba con los lugareños a voz en cuello: ‘¡Viva Cuba Libre!’ Y así se le quedó el nombre a esto que bebo desde entonces’, me explicaba.

“Me gustaba aquella historia y la humorada que soltaba el viejo al término de la misma: ‘Al final los yanquis liberamos a Cuba de España y luego la colonizamos’, decía con sorna. Nos divertía mucho con sus narraciones (como la de su llegada a Inglaterra, por ejemplo). Pero al poco tiempo murió. Por eso, desde entonces, yo también tomo Cubas libres, me recuerdan aquellos buenos tiempos…”

[VIDEO SUGERIDO: Otis Redding – When a man loves a woman, YouTube (stefano Cappeletti)]

Cuando Joe terminó de hablar, por mi cabeza pasaron cientos de preguntas para él. Pero ésta no era una entrevista, ni pactada ni casual, sino una charla con uno de mis cantantes favoritos. Así que desechando la mayoría de dichas preguntas le formulé sólo una que tenía atravesada desde hacía tiempo y que me había hecho una y otra vez a lo largo de los años, porque se trataba de una cuestión importante para mí –más bien un deseo–: “Joe, ¿por qué nunca has grabado ‘When a Man Loves a Woman’?”

Se tomó la mitad de la cuba de un solo trago. Me volteó a ver y tras otros largos segundos mirándome a la cara dijo: “Porque mis productores no han querido que lo haga  —se echó hacia atrás en el asiento y suspiró con fuerza—. Era la canción que quería cantar para finalizar una gira que hice hace muchos años, la de Mad Dogs & The Englishmen, ¿sabes?…” Aquí se detuvo para llamar al mesero y que nos trajera otra ronda.

“En aquel tiempo –continuó– me había enamorado hasta los huesos de una mujer y creía que era recíproco [Rita Coolidge, la ‘Delta Lady’, pensé para mí mismo, pero si él no la había nombrado yo no tenía por qué hacerlo, ¿verdad?]. Ella iba como parte de la banda y yo quería cantarle aquella canción el día que cerráramos la gira. Era una canción que me enloquecía y que hoy me duele”. Aquí Joe guardó silencio unos instantes y bebió de su vaso.

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Prendió un cigarro y tras el suspense creado continuó: “Al final de los sesenta, durante un viaje por los Estados Unidos, escuché el tema y quise conocer al autor. Así que me presentaron un día a Percy Sledge en mi camerino. Le conté lo mucho que me gustaba su canción, nos tomamos unos tragos y luego me platicó que la había hecho sin reflexionarlo mucho, simplemente la compuso así porque se sentía ‘muy triste’ —dijo en un curioso español—: acababa de terminar con su novia.

“Cuando sucedió esto él trabajaba como intendente en un hospital de Alabama y cantaba además en una iglesia bautista donde formaba parte del Esquire Combo, un grupo que también se presentaba en los clubes locales. Una noche mientras los acompañaba se sintió tan deprimido por haber sido abandonado por aquella mujer (‘bitch’ fue en realidad la palabra que usó) que no pudo interpretar el repertorio de costumbre.

“Entonces les pidió a los músicos que tocaran algo en cualquier tono. Y de esta manera, como una cura improvisada, vertió sus emociones en las palabras que le brotaban. A todos les gustó tanto que se pusieron a arreglarla. Posteriormente se convertiría en una pieza que llevaría por título ‘When a Man Loves a Woman’.

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“En la grabación participó Marlin Greene en la guitarra y los músicos del grupo Muscle Shoals, como invitados, en los demás instrumentos. El líder de esta banda conocía a gente de la Atlantic Records, así que ahí llevó el demo. La canción les fascinó, tanto que la editaron de inmediato [apareció en mayo de 1966, acotó mi metiche archivo mental]. Unas semanas más tarde entró tanto a las listas de popularidad como en el corazón de muchas personas, incluyéndome a mí. Percy me dijo que por supuesto le encantaría que yo la cantara.

“En los ensayos durante la gira de Mad Dogs —prosiguió Cocker—, me reunía con algunos amigos, como Chris Stantion, Jim Gordon y Bobby Keys, para hacerle los arreglos necesarios a aquella pieza. Quería interpretarla con la banda y dedicársela a aquella mujer por la que sentía un ‘grande amor’.

“Le hicimos una buena versión, no en balde me conocían como ‘Joe Cóver’ —rió al decirlo, tosió mientras apagaba su enésima colilla y pidió otra cuba—. Un día, en alguna ciudad en la que nos presentamos, ella me dijo que dejaba a la banda, se quedaría en ese lugar. Había conocido a alguien y permanecería con él ahí [Seguro fue el abusivo de Kris Kristofferson, pensé para mis adentros]. Y así nada más me dijo adiós. Tomó sus maletas, su pago y se fue.

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“Las cosas a partir de ese momento se me pusieron negras —dijo Joe, con una opacada voz—. La gira terminó en un desastre económico del que nunca me recuperé, según mi contador y los del fisco; me enganché con la heroína, bebí como un poseído [en esa época fue que viajó a México para dar un concierto por demás fallido en el que casi se cayó de ebrio en el escenario, señaló mi acuciosa efeméride] y nunca pude cantar aquella pieza que había preparado durante tanto tiempo.

“Estuve en retiro durante casi dos años y cuando quise volver a interpretar ‘When a Man Loves a Woman’, resulta que ya la habían grabado los de Rare Earth. Diez años después lo hizo Bette Midler y tampoco tuve oportunidad. Una década posterior lo intenté de nueva cuenta, pero se me adelantó Michael Bolton —con una versión asquerosa, por cierto [absolutamente de acuerdo con él]– y mis productores se negaron terminantemente a que lo hiciera.

“Lo que me queda es cantarla de vez en cuando acompañándome con el piano en los bares que visito, cuando estoy de humor. Y cada vez que lo hago me siento como Humphrey Bogart cuando escuchaba ‘As Time Goes By’ en Casablanca. ‘Play It Again, Joe’, me digo, y me la canto a mí mismo.

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“Algunas veces me duele como una vieja herida de guerra; otras, me resulta un tanto agridulce, pero nunca ha dejado de gustarme. ¿Sabes una cosa? Cuando amas a una mujer, eso hace que te broten canciones —tuyas o no, seas músico o no— que están en lo más hondo de ti. Luego un día ella se va [Por cualquier maldito y banal motivo, acoté en mi block ficticio] y se lleva consigo algo tuyo que no sabías que tuvieras. Y ese algo será desde entonces —y así lo sentirás— mejor que cualquier otra cosa que hayas tenido nunca. Y lo echarás de menos de ahí en adelante, con una gran tristeza.  Así me siento cuando oigo esa canción”.

Tras otros tragos y plática sobre temas diversos firmé la cuenta y me despedí de Joe, luego de agradecerle su generosa charla y amplio relato. Una vez en mi habitación empezó a fluir el tema en mi mente. Se le había agregado un nuevo ángulo al mismo. Más poesía. Por eso era una canción clásica del rhythm and blues. Siempre se le podía revisitar de otra manera, con otra historia. Siempre le diría algo a alguien, en cualquier parte.

 [VIDEO SUGERIDO: Joe Cocker – When A Man Loves a Woman (LIVE in Detroit) HD, YouTube (Andranik Azizbekyan)]

 

Exlibris 3

68 rpm/26

Por SERGIO MONSALVO C.

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Miles Davis dijo lo siguiente: “1968 estuvo lleno de cambios de todo tipo. Para mí fueron especialmente excitantes los que se produjeron en mi música, aparte de parecerme increíble la que estaba surgiendo por todas partes. Los músicos a quienes de verdad escuchaba en ese año eran James Brown, Jimi Hendrix, los de la Motown y Stax (lo que dejó Otis Redding, en particular) y a un grupo que acababa de darse a conocer con un nuevo disco llamado Dance to the Music: Sly and the Family Stone, que tocaba una mezcla de rock y r&b, con otras cosas, algo muy rítmico: funk. Sly era un buen músico por naturaleza y lo que estaba haciendo era digno del cabrón más genial”.

Aquella música que nacía llevó al propio Davis –transformador de la música en varias ocasiones– a su futuro. Él quería oír la línea del bajo un poco más fuerte y más rítmica, como la de ellos. “Porque si la oyes, cualquier sonido que toques se escuchará mejor”, descubría el trompetista.

Empezaba a interesarse en lo que podían hacer por su estética los sonidos de los instrumentos eléctricos. Iba en busca de un enfoque nuevo, original y por supuesto bueno. “Vislumbré la senda del futuro con aquellos grupos e iba a seguirla, por lo que yo quería y necesitaba que fuera mi propia música”, dijo. Quería cambiar de rumbo para continuar amando lo que tocaba y creyendo en ello.

Cuando hizo las grabaciones de aquel entonces (Bitches Brew, On the Corner), con esa clase de cambios, inició lo que los críticos llamarían más adelante fusión”. Qué mejor presentación que ésta para tales músicos.

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DANCE TO THE MUSIC

SLY & THE FAMILY STONE

(Epic)

Fueron excitantes, en especial, los cambios que se produjeron en la música popular con el surgimiento del funk. Sly & The Family Stone fue un ejemplo máximo. Trajo consigo los avisos del porvenir. El grupo estaba liderado por Silvester Stewart, joven prodigio que además de cantar era multiinstrumentista. Adoptó el nombre de Sly Stone al formar The Stoners en 1966, con Cynthia Robinson en la trompeta.

Tiempo después integraría Sly & The Family Stone, al unirse con la banda de su hermano Freddie. Su propuesta en 1968 contenía el espíritu de la época (amor, paz, integración…), era multirracial, sin fronteras de género (masculino, femenino y demás) y puso a interactuar al funk con el rock, el soul, el gospel, la psicodelia, el pop, el jazz  y el r&b. Creó una línea de bajo determinante para el futuro del jazz y luego del hip hop (que ha seguido explotando sus riffs).

La genialidad de Sly fue manifiesta desde su primer sencillo exitoso “Dance to the Music”, que daría nombre a su segundo disco y vuelo a los postreros hits “Higher”, del mismo, y “Plastic Jim”, “Harmony» y «Love City», del tercero: Life. Junto a James Brown y Parliament-Funkadelic, puso las bases de un movimiento sonoro que aún sigue vibrando por el mundo.

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Personal: Sly Stone, voz, órgano, guitarra, piano, armónica, etc.; Freddie Stone, voz y guitarra: Larry Graham, bajo; Rose Stone, voz, piano y teclados; Cynthia Robinson, trompeta y coros; Jerry Martini, sax; Greg Enrrico, batería; Vet Stone, Mary McCreary y Elva Mouton, coros. Portada: Foto del grupo, sin referencias.

[VIDEO: Sly & The Family Stone – I Want To Take You Higher 1969 live, YouTube (sly74)]

Graffiti: «Hay que trasgredir al alma mater«

68 rpm/25

Por SERGIO MONSALVO C.

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La aparición de The Crazy World of Arthur Brown marcó las posibilidades de sonar más duro y raro de lo que se acostumbraba en ese momento; las de un grupo para desplazar los límites musicales pero también visuales del rock, al añadir el valor de una perturbadora presentación en vivo. Con ello Arthur Brown, el creador de ese mundo, certificó el concepto de un nuevo subgénero: el shock rock.

El surgimiento en escena de este músico y performer (con la cara pintada y el vestuario provocador) representó más que sólo música (envuelta en los bramidos de las guitarras y los enfurecidos teclados de sus compinches). Él catapultó el rock como una forma de visualización que tenía poco que ver con la realidad diurna y por eso mismo provocó a la imaginación del público con su viaje hacia el submundo.

A Brown no le importaron las normas y los valores de otros artistas; los suyos los determinó por su cuenta. Se puede decir lo mismo del contenido de sus canciones. Desde que emergió de las cavernas del abismo representó una influencia para muchos.

Creó un arquetipo híbrido único. La antigua creencia en el Averno se fundió con la encarnación bestial del mítico embaucador de los seres humanos. Tal imagen resultó atractiva universalmente (del teatro del horror de Alice Cooper, pasando por el bufo de Kiss, el de la crueldad de Iggy Pop o el grotesco de Marilyn Manson, hasta el tenebroso del black metal y otros etcéteras del metal, de la más diversa índole).

El arribo de Brown a la escena musical tuvo un papel clave en la transformación del rock en espectáculo puro. Su personaje, adornado con una corola en llamas, maquillaje kabuki y tatuajes en el torso desnudo, así como sus movimientos de chamán poseso, supieron cautivar a los espectadores (las capas de Parca de sus compañeros de grupo eran también de un gran efecto).

Todo ello se combinó con sus letras sugerentes sobre imaginería infernal y apocalíptica que enfatizaban su charada delirante y excepcional, enmarcada por el fuego.

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THE CRAZY WORLD OF ARTHUR BROWN

THE CRAZY WORLD OF ARTHUR BROWN

(Atlantic)

Así se anunció y así se le conoció desde entonces a Arthur Brown, un inglés egresado de varias universidades británicas (donde estudió leyes y filosofía) que al final se decantó por la música. Primero con la banda Blues and Brown y luego, tras su regreso de una estancia en París donde estudió teatro, con grupos de ska y r&b (The Ramong Sound) y soul (The Foundations). La variedad musical y el bagaje histriónico fueron sus cartas de presentación.

Eso sucedía en 1967, cuando decidió fundar el grupo The Crazy World of Arthur Brown. Su leitmotiv: el horror teatral sustentado por una música dura y atmosférica que apoyara el efecto dramático de las canciones.

Para lo inicial se inspiró en el antecedente directo de su objetivo artístico: el macabro blues “I Put a Spell on You” en el cual su autor, Screaming Jay Hawkins, salía de un ataúd con un cráneo en la mano al ponerlo en escena. En lo musical invitó como integrante a un magnífico intérprete del Hammond y el piano, quien además aportaría sus grandes conocimientos musicales a la banda y a la hechura de los temas: Vince Crane.

La excéntrica andadura de cantante y grupo por algunos escenarios londinenses durante 1968 hizo el resto. La compañía discográfica Track Records le grabó su debut homónimo, con el dueño de la misma y Pete Townshend (de The Who) como productores. Se volvió un éxito inmediato.

El suyo era un rock psicodélico, pero llevado más allá: a la dureza y al manejo de la voz que ya preludiaban el advenimiento de un nuevo sonido, el heavy metal, y con las sofisticaciones (líricas y sonoras) del emergente rock progresivo.

El sencillo de lanzamiento fue “Fire” que lo proclamó a los cuatro vientos: «I’m the God of Hellfire» (“Soy el Dios del Infierno”)/»You’re Gonna Burn!!» (“¡¡Vas a arder!!”). La bola de fuego comenzó a rodar.

Propuesta tan provocativa no pasó desapercibida para el público atento, tampoco para los sectores más retardatarios de algunas sociedades. Tanto los católicos como los cristianos conservadores, integristas y fundamentalistas de otras manifestaciones religiosas de la Unión Americana, por ejemplo, lo acusaron de promover el satanismo (y la sexualidad perversa), lo cual suponía una amenaza para las familias y la moral tradicional. “Fire” vendió más de un millón de copias en su primera semana de andanzas.

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 Personal: Arthur Brown, voz; Vincent Crane, teclados, arreglos y orquestación; Nick Greenwood, bajo; Drachen Theaker, batería; John Marshall, batería (en «I Put a Spell on You»). Portada: David Montgomery, fotografía; David King, diseño.

[VIDEO SUGERIDO: The Crazy World Of Arthur Brown Fire Live 1968, YouTube (originals209)]

Graffiti: «No es el hombre, es el mundo el que se ha vuelto anormal» (Artaud)

EXILE ON MAIN STREET

Por SERGIO MONSALVO C.

EXILE FOTO 1

OBRA MAESTRA

A comienzos de los años setenta los Rolling Stones huyeron de Inglaterra. Hacienda les mordía los talones. Y también un mánager que, tras quedarse con todas sus canciones de los años sesenta, quería zamparse por igual los derechos de temas todavía inéditos. Se refugiaron en la Costa Azul gala, donde realizaron lo esencial de Exile on Main Street. Un disco hecho a pesar de la policía francesa, los mafiosos marselleses y, sobre todo, sus propios desenfrenos.

El tono general se definió en Nellcôte, la mansión que Keith Richards alquiló para dicho propósito en Villefranche, Francia. Dado que el resto del grupo vivía desperdigado, aquello se convirtió en un inmenso piso franco para todos, con un sótano que serviría de estudio de grabación.

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Éste era infernal: solo Charlie Watts, detrás de su batería, tenía derecho a ventilador. El palacio no estaba preparado: se robaban la energía eléctrica de los cercanos ferrocarriles franceses. Y a pesar de eso, el presupuesto de la casa se acercaba a los 7.000 dólares semanales, con cantidades industriales de drogas y alimentos para docenas de personas.

Keith les abrió las puertas a amigos y desconocidos. Temeroso de los delincuentes marselleses locales, decidió contratarlos (como había hecho antaño con los Hell’s Angels californianos en 1969, lo cual terminó en una tragedia por cierto).

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El lugar supuso un irresistible imán para traficantes y ladrones. El grupo sufrió varios robos, incluyendo la dolorosa desaparición de una docena de guitarras. Y aún así, en medio de todo ello brotó la música. Canciones sucias, espesas, intensas: “Happy”, “Rocks off”, “Rip this joint”, “Casino boogie”, “Ventilator blues” Hasta que la llegada de los uniformados provocó la desbandada. La mayoría puso pies en polvorosa: la responsabilidad de los escándalos recayó en Richards (y su pareja, Anita Pallenberg), que terminó procesado en Francia.

Jagger retomó el timón y trasladó el circo a California para planear la siguiente gira. Desde entonces lleva Exile on Main Street clavado en la memoria. Tiene motivos. Él quería singles y un par de hits. No los hubo. Fue cuando mandaban los biorritmos de un Keith Richards, amo y esclavo de su perturbadora leyenda adictiva como amante del blues y demás sustancias.

The Rolling Stones/ Keith Richards JD bottle, b&w

Porque a finales de 1971, el corazón indiscutible de los Rolling Stones se llamaba Keith Richards, y latía con un ritmo muy particular. Cuando el músico esbozaba una sonrisa en el estudio, se sabía que la canción estaba lista. De otro modo, no. Llegaba a las sesiones de grabación y se la pasaba repitendo como un mantra el mismo riff durante horas, hasta que de manera evocadora y lenta empezaba a perfilarse una melodía o una estructura. No le interesaba lo que los demás hicieran mientras tanto. Richards sólo se regía por sí mismo.

Exile On Main Street —que apareció en 1972— es el momento culminante en el catálogo de los Stones. La enorme fuerza del álbum que fue editado como LP doble radica en su postura, en su actitud hedonista y decadente, en la música extraordinaria que explora de manera competente y con entrega total todos los matices y rincones de un rock orientado hacia el blues, el r&b y el country.

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Otro de sus rasgos característicos es su desnuda producción. El cuadro sonoro del álbum se dejó al natural; casi no hay instrumentos exóticos ni efectos de sonido llamativos. El piano, la guitarra y los metales suenan como tales. Nada de adornos. Richards y Mick Taylor entretejen sus guitarras creando una filigrana bluesera virtuosa y elocuente.

Charlie Watts a estas alturas ya fungía como apoyo multifacético con un sonido muy propio. Y, además de su madurez vocal, Mick Jagger volvió a poner de manifiesto su eficacia en la armónica. El sólido sonido del grupo fue adornado por Bobby Keys y Jim Price, quienes aportan su experiencia y calidad en los metales. Material puro y crudo que les costó trabajo digerir a muchos fans de los Stones.

[VIDEO SUGERIDO: The Rolling Stones, All Down The Line (Live) – OFFICIAL, YouTube (The Rolling Stones)]

Además, a partir de 1970 se había dado una transformación profunda en el trabajo de Jagger y Richards para componer, y tal hecho se mostró con claridad por primera vez en este disco. En 1971 ambos se habían creado un entorno personal y desarrollado intereses específicos. Por lo tanto, eran cada vez más las canciones que producían cada uno por su lado. Rara vez se sentaban en realidad juntos a crear algo. En las canciones con la firma Jagger/Richards se notaría cada vez con más fuerza el sello de su respectivo autor.

Por cierto, para los Stones en cuanto grupo Exile On Main Street marcó un paso decisivo: La muy citada tour de 1972 por la Unión Americana se convirtió en la madre de todas las leyendas sobre el sexo, las drogas y el rock and roll, además de marcar un cambio para el rock mismo. A partir de ahí las giras se convirtieron en algo monstruoso: en logística, duración, desplazamientos globales y gigantescos escenarios. El rock ya tenía otros parámetros.

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De cualquier manera el descubrimiento o redescubrimiento de este disco (según la edad del escucha) es un acontecimiento vital espectacular. Representa el contacto más visceral con la filosofía y actitud más canalla de los Rolling Stones.

Su portada (una de las más controversiales de la estética respectiva) entra como un torbellino por los ojos y sus canciones atraen grandes días o noches de gloria. Tanto que cuando alguien me pide recomendarle un solo disco de los Stones siempre me termino decantando por éste.

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No cabe duda que Richards sacó en este álbum los fantasmas y demonios de su particular mundo tan corsario como desbocado. La grabación de Exile on Main Street fue un proyecto suyo en todos los sentidos.

Las sesiones de grabación se hicieron, pues, en aquella villa que se convirtió en una especie de comuna del rock’n’roll rodeada de palmeras y cipreses. En un sótano constituido en sala de grabación, con un desfile de personajes tan esperpéntico como impresionante. Por ahí, se vio, entre otros muchos, a William Burroughs y Terry Southern, a Crosby Stills and Nash, a Joni Mitchel, a Gram Parsons…dispuestos a todo.

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Una estampa de la historia de esta música que era como la de la Costa Azul de Suave es la noche de Scott Fitzgerald pero con el rock a todo volumen. En el tocadiscos del salón, de hecho, no dejaba de sonar Chuck Berry, Buddy Holly y cosas de country.

Lo cierto es que el disco Exile on the Main Street (que surgió doble ante la gran producción musical de todos) es antológico e imprescindible (entre los diez mejores de la historia del género). Y, además, muestra la rivalidad latente que existía (existe) entre Jagger y Richards.

En el 2012, 40 años después de publicado Exile on Main Street y ante un pasmo razonable, los Rolling Stones volvieron a ser el número uno en ventas con el mismo álbum tras su remasterización.

Eso, además de lo económico, tuvo un enorme valor simbólico puesto que también se convirtió en un acontecimiento cultural con la proyección del documental Stones in exile, dirigido por Stephen Kijak, que se exhibió en el Festival de Cannes. No cabe duda, habitamos una espiral en el tiempo, donde conviven -y compiten- tanto grabaciones del presente como del pasado.

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VIDEO SUGERIDO: The Rolling Stones – Tumbling Dice (From “Ladies & Gentlemen” DVD & Blu Ray), YouTube (Eagle Rock)

 

EX LIBRIS

68 rpm/24

Por SERGIO MONSALVO C.

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Lo que se debe saber de este disco: Es un álbum conceptual, una obra maestra de Zappa, un disco clásico y pieza destacada del canon rockero. Desarrolló al género con énfasis en lo orquestal, en lo experimental y con sus ideas acerca de la música concreta (con sofisticados cambios de registro incluso en un mismo track).

En lo textual, se mofa de los políticos de izquierda y de derecha, de los radicales y de los conservadores, pero igualmente lo hace de la cultura hippie (y sus buenas intenciones) en pleno auge. En lo visual parodia la portada del Sgt. Pepper de los Beatles.

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 WE’RE ONLY IN IT FOR THE MONEY

THE MOTHERS OF INVENTION

(Verve)

Aparecen ahí, en vez del cuarteto de  Liverpool delante de las imágenes de múltiples celebridades, los inconcebibles integrantes de los Mothers disfrazados de mujer.

Lo suyo consiste fundamentalmente en pitorrearse de todo y de todos, incluyendo a los iconos de la época: aquel año se adoptó como estandarte revolucionario el póster del Che Guevara, con su melena al aire y su mirada hacia el futuro.

Resultaba difícil abstraerse de su capacidad de seducción. Sin embargo, Zappa puso en circulación el suyo, con él sentado en el retrete. El humor frente a la solemnidad. El escepticismo frente al dogma, viniera de donde viniera.

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Personal: Frank Zappa, guitarra, piano, voz y producción; Jimmy Carl Black, trompeta, batería y voz; Roy Estrada, bajo eléctrico y voz; Bunk Gardner, instrumentos de viento; Billy Mundi, batería; Don Preston, teclados; James “Motorhead” Sherwood, sax barítono y soprano; Ian Underwood, piano e instrumentos de viento; Sid Sharp, conductor de la orquesta y coros (bajo la supervisión de Zappa). Portada: Ideada por Zappa, diseñada por Cal Schenkel, fotografiada por Jerrold Schatzberg y vetada por la compañía discográfica. Tuvo que ser incluida como foto interior del álbum.

[VIDEO SUGERIDO: Frank Zappa and the Mothers of Invention – Absolutly Free – We’re Only in It For The Money” (1968), YouTube (Anglerfish Deepcuts)]

Graffiti: “Soy un marxista de la tendencia Groucho

68 rpm/23

Por SERGIO MONSALVO C.

68 RPM 23 (FOTO 1)

En lo general, el de 1968 era un rock que en su tono se amotinaba. “Dicha música, por decirlo así, protestaba por ti”, como escribiera el distinguido historiador y profesor británico Tony Judt. Resultó así puesto que la mayoría de los jóvenes involucrados o simpatizantes de las diversas luchas la escuchaba, la asumía como suya y como soundtrack de las revueltas; no así sus solemnes cabecillas.

Gracias a esa música no tenía uno que tragarse los sermones que predicaban una radicalidad impoluta, esos que acaramelaban a los integrantes de los comités de lucha de las universidades. De igual manera, la gran diversidad de sus estilos musicales caía de perlas para distinguirse y provocar a la derecha conservadora sin mayor herramienta o bandera que su propia presencia.

Para la estulticia de los primeros –aquellos comités–, el rock era un arma imperialista; para la del conservadurismo: una obscenidad. Ambas facciones veían el cuestionamiento, cualquier cuestionamiento, y el humor, sobre todo, como algo dañino y ofensivo para “los valores de la lucha” o los del “sistema”. No soportaban a los burlones. De entre todos éstos, Frank Zappa fue uno de los mayores.

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CRUISING WITH RUBEN & THE JETS

THE MOTHERS OF INVENTION

(Verve)

Zappa y sus muchachos hicieron un disco de doo-wop y rhythm & blues al estilo de los años cincuenta, mientras la música progresiva, en pleno florecimiento, lo tenía como uno de sus corrosivos avatares. Fue un homenaje con humor paródico a los sonidos que Frank disfrutó en su adolescencia.

Por esta circunstancia y muchas más, aparecerá en la historia como un tipo que nadó siempre contra todas las corrientes. «El problema no es que no me entiendan, sino que la gente no tiene la menor idea de qué es lo que hago». Tal descubrimiento le confirmó su sentido de aislamiento y procuró, desde entonces, disfrutar de ello.

Este disco expresó de forma abierta el amor de Zappa por aquellos estilos, por esa corriente melosa, sentimental, suave, del rock and roll cincuentero. Todos los elementos que encontramos en él forman parte integral de la formación temprana de este músico, al igual que el conocimiento paralelo de Varèse y Stravinsky y el dominio de géneros como el jazz, el funk, el blues y la electrónica.

Las influencias musicales que recibió Zappa durante su infancia y juventud dan inicio a la noción de “continuidad conceptual”, término acuñado por el propio músico, para explicar la heterogeneidad de su vida como compositor.

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Personal: Frank Zappa, quejidos graves, oo-wah y guitarra solista; Ray Collins, voz; Roy Estrada, bajo y dwaedy-doop; Jimmy Carl Black, ritmo pulsante y obsceno; Ian Underwood, piano; Motorhead Sherwood, sax  barítono y pandero; Bunk Gardner, sax tenor y alto. Portada: diseño Cal Schenkel.

[VIDEO SUGERIDO: zappa love of my life, YouTube (Eusebe Gargaillou)]

Graffiti: «No sólo hay que hablar de amor, hay que construirlo«

THE CAVERN

Por SERGIO MONSALVO C.

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 LA MECA BEATLE

 A fines de los años cincuenta la escena musical británica era algo pálida, pero se estaba formando un underground juvenil en Inglaterra que se anticipaba a la explosión por venir a la vez que se aferraba al pasado reciente de la Unión Americana. Los teddy boys, al igual que sus contrapartes estadounidenses, se ponían vaselina en el pelo y lo peinaban en una versión inglesa. Al principio se nutrían con las imágenes de James Dean, Marlon Brando y Elvis, y a la postre con las de rocanroleros como Chuck Berry y Little Richard.

Después, los teddy boys o teds se convertirían en los rockers, una curiosa tribu de adolescentes que surgió a principios de los sesenta y estaban convencidos de que no había sucedido en definitiva nada bueno con la música (o en ningún otro sentido) desde 1959, por lo que en 1964, como resulta natural, se enfrentaban en una guerra casi constante con los mods, cuyos héroes eran los Who y Small Faces.

Los teddy boys conformaron a muchos de los grupos musicales que nacieron en Liverpool alrededor de 1959, a quienes gustaba el trad, el skiffle o un rock instrumental al estilo de Johnny and the Hurricanes (en imitación del grupo que apoyaba a Cliff Richard, los Shadows, uno de los pocos grupos británicos que tuviera éxito en esa época). El influjo de los teds modificó el contenido musical: se desecharon el trad y el skiffle (aunque la mayoría de los clubes locales, The Cavern incluída, aún prohibían el rock).

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Al igual que los Beatles, que se presentaban en público de manera semiprofesional desde mediados de los cincuenta, con poco tiempo para nada excepto el rock sólido, las agrupaciones de Liverpool buscaron su material con Elvis Presley, Little Richard, Chuck Berry, Buddy Holly, Carl Perkins y los “grupos de chicas” norteamericanos.

 De súbito se dio una escena musical en pleno en esta población mugrosa y brutal sobre el río Mersey. Esta escena encontró su foco principal y centro de acopio en The Cavern, un tugurio que encabezó de manera casi solitaria la transición del jazz trad al rock y sirvió de escaparate a los Beatles (que fueron escuchados ahí el 9 de noviembre de 1961 por su futuro mánager, Brian Epstein, quien ese día decidió convertirse en manager del grupo y allí mismo concertó una cita con el cazatalentos de la discográfica Decca).

[VIDEO SUGERIDO: Beatles in Cavern Club HQ, YouTube (fluppa1) / o The Beatles at The Cavern Club – Some Other Guy, YouTube (Cloudsantomera)]

Por entonces, el grupo tocaba en una sesión vespertina junto a Rory Storm and the Hurricanes (con su baterista Ringo Starr, quien reemplazaría a Pete Best en los Beatles en 1962), Gerry and the Pacemakers y los Swinging Blue Jeans.

El auge había comenzado y Liverpool era una ciudad demasiado pequeña con clubes muy restringidos para contenerlo. Muchos de los grupos, entre ellos los Beatles, empezaron a presentarse en antros ubicados en Hamburgo, Alemania, a partir de 1960, y de muchas formas fue en Hamburgo donde despegó la conciencia liverpooliana de sí misma como protagonista de un extraordinario renacimiento musical.

Hamburgo era un caldo de cultivo, un terreno para probarse, un lugar donde se les exigía a los grupos tocar fuerte, rápido y de forma cruda toda la noche, hora tras hora, tomando estimulantes para mantener el paso y obligando a los integrantes que pensaban que no sabían cantar a encargarse del micrófono cuando los pulmones del líder se rendían. Ahí el asunto se alocó y el sonido adquirió un tono estridente que sería crucial para el asalto próximo a los Estados Unidos.

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The Cavern club, una de las mecas y lugares sacrosantos para el rock, era un local que estaba ubicado en el sótano de un almacén victoriano del Merseyside de Liverpool.

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La Caverna abrió sus puertas el 16 de enero de 1957 en el número 10 de la Mathew Street. El 7 de agosto de ese mismo año, los Quarrymen, de John Lennon, debutaron en él.

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De la Caverna pronto se hicieron populares sus “Lunchtime Sessions” (almuerzos con actuaciones al mediodía). Y de esta manera sus asiduos pudieron presenciar la primera actuación de los Beatles, con ese nombre, el 12 de marzo de 1961.

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Los Beatles estaban recién regresados de Hamburgo (donde solían tocar en el bar-club Indra y el Kaiserkeller alrededor de ocho horas por noche, todas las noches), cuando Pete Best aún ocupaba la batería que el destino reservaba a Ringo Starr.

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En realidad, el local era casi como una cueva, a la que se llegaba tras bajar treinta escalones, un auténtico tugurio, donde cientos de jóvenes se apiñaban al llamado de las guitarras eléctricas.

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La acumulación de gente, el tabaco, el calor, la humedad y la escasa ventilación provocaban una gran condensación en el techo de aquel sitio del que prácticamente llovía. Eso derivaba en un olor característico, mezcla de todo ello.

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La Caverna nació siendo un club de jazz, por lo que durante sus primeras actuaciones el cuarteto fue abucheado; pero poco a poco con su fuerza, talento y energía consiguieron cambiar la filosofía del local. Y a la larga, en este lugar fue donde los Beatles tocaron más veces en vivo que en ningún otro sitio (282 en total).

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Los Fab Four, como se les comenzó a nombrar, se presentaron en La Caverna desde la fecha ya señalada (febrero del ’61) hasta su última actuación el 3 de agosto de 1963. Los Hollies tomaron su puesto cuando dejaron de tocar ahí tras firmar un contrato con la discográfica EMI y su división, Parlophone. En ella producía ya George Martin.

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El surgimiento a la luz del filón beatle y el descubrimiento de la gran cantidad de actividad musical que había en La Caverna de Liverpool, hizo que los productores de todas las empresas de discos –que nunca se habían aventurado a ver más allá de Londres–, pusieran sus ojos en el norte de Inglaterra.

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En la década siguiente, una amplia variedad de grupos y artistas que trascenderían en la escena musical pasó por La Caverna: The Yardbirds, Kinks, The Who, John Lee Hooker y Queen, entre muchos otros, se presentaron en el lugar. Los Beatles ya iniciaban otra historia lejos del río Mersey.

(VIDEO SUGERIDO: She Loves You (Live) – The Beatles en Ed Sullivan Show, YouTube (FlameClawBeatles) / o Beatles She Loves You (With Lyrics), YouTube (willybeable)

 

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